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  • Diario de una terapeuta: La fantasía de un cornudo

    Diario de una terapeuta: La fantasía de un cornudo

    Carlos, un hombre de mediana edad, siempre había sido un consumidor habitual de pornografía. Su rutina diaria incluía momentos en los que, en la privacidad de su hogar, se sumergía en el mundo digital en busca de excitación. Un día, mientras navegaba por su celular, se topó con una categoría que nunca antes había explorado: “cornudos” Intrigado y con una mezcla de curiosidad y excitación, decidió darle un vistazo.

    Al principio, sintió una emoción extraña, una mezcla de vergüenza y morbo que le resultaba nueva. Las imágenes y videos que veía mostraban a hombres siendo humillados sexualmente por sus parejas, quien disfrutaban de la compañía de otros hombres. Carlos, a pesar de la incomodidad inicial, se encontró cada vez más atraído por estas escenas. La idea de ser menospreciado y humillado por su esposa mientras ella se deleitaba con otro hombre le provocaba una excitación inusual.

    A medida que su adicción crecía, Carlos notó que su vida diaria comenzaba a verse afectada. Sus pensamientos estaban constantemente ocupados por estas fantasías, y a menudo se encontraba distraído en el trabajo o en casa, imaginando escenas de humillación y placer. Su esposa notó el cambio en su comportamiento, pero no entendía del todo la razón detrás de su distancia y su aparente falta de interés en ella.

    Finalmente, Carlos decidió que necesitaba hablar con alguien sobre su obsesión. La idea de visitar a un terapeuta le parecía embarazosa, pero sabía que no podía seguir así. Con el corazón acelerado, buscó en su teléfono el número de una psicóloga especializada en adicciones y sexo, y tomó la decisión de programar una cita. Sabía que este sería el primer paso hacia entender y posiblemente superar su adicción al porno de cornudos.

    Carlos, con el corazón latiendo fuerte en su pecho, entró en la consulta de la terapeuta. La habitación era cálida y acogedora, con muebles de madera oscura y un sofá cómodo que invitaba a la confidencia. La terapeuta, una mujer de mediana edad con una expresión amable y comprensiva, lo recibió con una sonrisa.

    “Buenas tardes, Carlos”, dijo la terapeuta, extendiéndole la mano. “Soy la doctora Ana Martínez. Por favor, siéntate y ponte cómodo.”

    Carlos asintió, tomando asiento en el sofá. Respiró hondo, tratando de calmar sus nervios. “Gracias, doctora. Es un placer conocerla.”

    La terapeuta se sentó frente a él, con una libreta y un bolígrafo en la mano. “Entonces, Carlos, dime, ¿qué te trae hoy por aquí?”

    Carlos vaciló por un momento, sintiendo cómo la vergüenza y la ansiedad luchaban en su interior. Finalmente, con una voz apenas audible, comenzó: “Soy adicto al porno. Empecé a ver videos de una categoría llamada ‘cornudos’ y, desde entonces, no he podido dejar de pensar en ello. Me excita imaginar a mi esposa con otro hombre, viéndola disfrutar y humillarme. Es una sensación extraña, pero no puedo sacármela de la cabeza.”

    La terapeuta escuchó atentamente, sin interrumpir, permitiendo que Carlos se desahogara. Cuando terminó, ella asintió con una expresión comprensiva. “Carlos, lo que me has contado es perfectamente normal. Las fantasías y deseos sexuales son parte de la experiencia humana, y no hay nada de lo que avergonzarse. Lo importante es entender de dónde vienen y cómo pueden afectar tu vida y tus relaciones.”

    Carlos sintió un alivio inmediato, como si un peso hubiera sido levantado de sus hombros. “Entonces, ¿no estoy loco?” preguntó, con una mezcla de esperanza y alivio en su voz.

    La terapeuta sonrió suavemente. “No, en absoluto. Lo que sientes es una respuesta natural a estímulos sexuales. Lo que necesitamos explorar es cómo estas fantasías se han convertido en una obsesión y cómo podemos ayudarte a manejarlas de una manera saludable.”

    “¿Y cómo podemos hacerlo?” preguntó Carlos, ansioso por encontrar una solución.

    Carlos se recostó en el cómodo sofá de la consulta, cerrando los ojos como la terapeuta le había indicado. Respiró profundamente, tratando de calmar la tormenta de pensamientos que se agitaba en su mente. La terapeuta, con una voz suave y reconfortante, le preguntó: “Carlos, ahora que estás relajado, dime, ¿qué es lo primero que te viene a la mente?”

    Carlos cerró los ojos, siguiendo las instrucciones de la terapeuta. Respiró profundamente, permitiendo que la imagen en su mente se volviera más clara y vívida.

    “Veo a mi esposa”, comenzó, su voz teñida de una mezcla de excitación y vergüenza. “Estamos en casa, y de repente, la puerta del dormitorio se abre. Entra un joven, un atleta, alto y musculoso, con una presencia dominante. Su cuerpo es perfecto, cada músculo definido. Y su verga… es grande, realmente grande. Más grande de lo que jamás había imaginado.”

    La terapeuta asintió, animándolo a continuar. “Describe el joven. Mira su verga y describelo.”

    Carlos tragó saliva, su voz temblando ligeramente. “El joven tiene un aire de confianza, una seguridad en sí mismo que es casi intimidante. Su verga es gruesa, larga, y está semierecta, balanceándose ligeramente con cada movimiento. La cabeza es ancha.”

    “Y tu esposa”, preguntó la terapeuta, “¿cómo reacciona?”

    Carlos respiró hondo. “Mi esposa lo mira con una cara de deseo que nunca había visto antes. ,Su respiración se acelera, y se muerde el labio inferior, humedeciéndolo con la lengua en un gesto de deseo contenido, sus pupilas dilatadas reflejan el anhelo que siente. y sus ojos brillan con una lujuria que me deja sin aliento. Nunca la había visto así de excitada. Es… es abrumador.”

    “Y eso te excita”, afirmó la terapeuta. “Te excita ver a tu esposa excitada viendo a otro hombre, que digo la verga de otro hombre.”

    “Sí”, admitió Carlos. “Me excita muchísimo.”

    Carlos cerró los ojos con más fuerza, sumergiéndose más profundamente en su fantasía. “Mi esposa camina hacia él, moviendo sus caderas de una manera que nunca había visto. Es como si fuera una perra en celo, y él la mira con una mezcla de lujuria y diversión. Llega hasta donde está el joven. Ella se arrodilla, y comienza a lamerlo lentamente, mirándome con una sonrisa burlona mientras lo hace

    “dice, perdón amor es que me deje llevar de esta verga, solo quería saber si es real nunca había visto algo así de grande, me dice amor me dejas probar, mientras ella ya lo esta lamiendo lentamente preguntándome me das permiso, por favor amor solo quiero chuparlo, quiero probar.

    Sus labios, húmedos y entreabiertos, se acercan con una lentitud tortuosa, sus ojos fijos en los del joven, ardiendo de lujuria. Con un gemido profundo, cierra sus labios alrededor de él, chupando con una ferocidad que refleja su deseo insaciable, sin romper el contacto visual.

    “Describe”, le instó la terapeuta. “¿Te gusta? ¿Qué sientes?”

    Carlos se retorció en su asiento. “Mi esposa está chupando esa verga con una intensidad que nunca había visto. Sus labios se deslizan sobre su longitud, y puedo ver cómo su cabeza sube y baja, tomando más y más de él en su boca. Sus mejillas se hunden, y sé que lo está chupando con fuerza. Es… es increíblemente erótico.”

    Terapeuta: “Carlos, ¿te gusta la idea de que tu esposa te humille así?”

    Carlos: “Sí, me excita.

    Terapeuta: “¿Y te gustaría que ella te hablara así? ¿Con ese tono burlón y dominante?”

    Carlos: “Sí, me encantaría. Quiero que me diga cuánto le gusta la verga de otro hombre, cómo la hace sentir mejor que yo.”

    Terapeuta: “Muy bien, Carlos. Ahora, imagina que tu esposa te está hablando en este momento. ¿Qué te dice?”

    Esposa: (Con la verga del joven en su boca, mirando a Carlos con una mezcla de lujuria y desafío) “Mmm, amor, está tan rico.”

    Esposa: (Sacando la verga de su boca, con chorros de saliva en sus labios) “Mira, amor, cómo me llena este hombre. Su verga es mucho más grande que la tuya.

    Carlos: (Sintiendo una mezcla de vergüenza y excitación)

    Esposa: (Volviendo a chupar la verga del joven, ahogándose ligeramente con su tamaño) “Mmm, está tan rico, amor. yo eh comido muchas vergas, pero como está así de grande así de delicioso nunca. (Sacando la verga de su boca) Te amo amor, si supieras lo rico que es chupar está verga, amor perdoname pero esta verga está rica no puedo parar, me tiene tan deseosa y necesitada,.

    Esposa: ¿No te excita verme así?”

    Carlos: (Asintiendo, con una voz apenas audible) “Sí, amor. Me excita verte así, me gusta ver a mi esposa chupando una verga ajena, me gusta verte amor como te conviertes en una puta para otro hombre.

    Esposa: (Con una sonrisa burlona) “Carlos, ven aquí. ven mi amor, acércate y mira de cerca cómo lo chupo, ven sin pena.

    Carlos: (Acercándose, con una mezcla de excitación y vergüenza) “Sí, amor. Haré lo que quieras.”

    Terapeuta Carlos describe tu posición y que vez y sientes.

    Carlos me acerco pero muy cerca, que puedo escuchar el sonido de la saliva de mi esposa como suenan, el sonido cuando ella lo saca de la boca ese eco es tan excitante, lo veo de cerca se agacha lentamente. Sus ojos se abren de asombro al ver la verga del joven de cerca. La verga es grande, palpitante, y húmeda con la saliva de su esposa. La punta brilla con un líquido pre-seminal, y las venas se marcan claramente a lo largo del tronco.)

    Esposa: (Besando a Carlos, pasando su lengua por sus labios) “Mmm, prueba mi boca. Sabe a él, a su verga. (Con una risa burlona) ¿Te gusta el sabor de otro hombre en mi boca?”

    Carlos: (Asintiendo, sintiendo una mezcla de emociones) “Sí, amor. Me gusta.”

    Terapeuta: (Con una voz suave pero firme) “Carlos, ¿te gustó eso? ¿Qué sentiste al ver a tu esposa chupando la verga del joven y luego besarte?”

    Carlos: (Respirando hondo) “Sentí una mezcla de excitación y humillación. Verla disfrutar así, y luego besarme con su boca llena de saliva… es intenso. Pero me excita.”

    Terapeuta: “Es normal, Carlos. Lo que sientes es una respuesta natural a estímulos sexuales. No hay nada de lo que avergonzarse. Es normal sentir deseo y excitación en estas situaciones.

    Terapeuta: como te estás sintiendo

    Carlos me siento un poco mejor, sentí que se quitó un peso encima.

    Terapeuta: la idea es salir de esta sesión liviano, no te sientas culpable, suelta ese deseo, expresate. ¿Que es lo más deseas?

    Carlos: ver mi esposa como se la comen*

    Terapeuta: cierra los ojos, respira y visualiza.

    Carlos se encontraba en la habitación, observando cómo el joven se acercaba a su esposa, quien estaba en cuatro, mirándolo con una mezcla de lujuria y anticipación.

    Carlos, con el corazón latiendo fuertemente, observaba cada movimiento, cada expresión de su esposa. La escena ante él era una mezcla de erotismo y humillación, y él se encontraba en el ojo del huracán de sus propias emociones contradictorias.

    “Dios mío”, pensó, su mente corriendo a mil por hora. “Verla así, tan deseosa y excitada, es… es abrumador.”

    Mientras el joven continuaba moviéndose dentro de su esposa, Carlos sintió una oleada de excitación mezclada con una profunda sensación de pérdida. La humillación de ver a su esposa así, tan deseosa de otro hombre, se mezclaba con una especie de perversa satisfacción.

    Joven con una voz dominante y segura, le ordenó a Carlos: “Ponte debajo, quiero que veas y aprendas cómo se penetra.”

    Carlos, excitado y sumiso, se colocó debajo, mirando hacia arriba, con una clara vista de lo que estaba a punto de suceder. El joven se posicionó detrás de la esposa, sus manos recorriendo su cuerpo con deseo. Ella, al ver a Carlos en esa posición, se excitó aún más, su respiración acelerándose con anticipación.

    “Te gusta ver de cerca, ¿verdad?” preguntó el joven, con una sonrisa traviesa. “Te gusta esta verga, ¿cierto? Te gusta ver cómo voy a culearme a tu esposa.

    Carlos asintió, incapaz de apartar la mirada, su excitación palpable.

    El joven comenzó a penetrar a su hermosa esposa, sus embestidas firmes y rítmicas, llenándola por completo.

    Ella gimió de placer, su cuerpo respondiendo a cada movimiento. “Dile que la amas mientras la estoy culeando tan rico”, ordenó el joven a Carlos.

    Carlos, con voz temblorosa, dijo: “Te amo, amor.”

    El joven, sin dejar de moverse, preguntó: “Pregúntale, ¿prefieres a tu esposo o a esta verga?

    Ella, entre gemidos de placer, respondió: “Lo siento, amor, pero esta verga es tan rica. Jamás en mi vida me han hecho sentir así.” Su voz estaba llena de éxtasis y rendición.

    Mientras el joven penetraba a su esposa, comenzó a hablar con una voz llena de desprecio:

    “Tu esposo no te come así, ¿cierto? Mira cómo te follo, ordeno a Carlos que se sentará frente a su esposa.

    Dile a tu esposo que eres una puta, una mujer infiel, que le has puesto los cuernos con otro hombres… dile… dile.

    Ella, excitada por las palabras del joven, gimió más fuerte, su cuerpo respondiendo con más intensidad.

    El joven continuó: “No eres hombre suficiente para ella.”

    Carlos, humillado pero excitado, asintió, incapaz de responder.

    Ella, con los ojos cerrados y una sonrisa de satisfacción, dijo: “Sí, sí, así, más duro. Me encanta, me encanta.”

    El joven, complaciendo sus deseos, aumentó la intensidad de sus embestidas, llevándola al límite del éxtasis.

    “Eres un perdedor, Carlos. Ni siquiera puedes satisfacer a tu propia esposa”, dijo el joven, su voz llena de desprecio.

    “Mira cómo la hago gritar. Eres un cornudo, y te encanta, ¿verdad?”

    “Siii, asiii, asiii”, gritó, su voz llena de deseo y desesperación. “No pares, por favor, no pares.

    La terapeuta, con una voz suave pero firme, le preguntó: “Carlos, ¿cómo te sientes al ver a tu esposa así, tan excitada y satisfecha con otro hombre?”

    Carlos, con una voz temblorosa, respondió: “Me siento… abrumado. Es puro placer. Verla así, tan viva y deseosa,

    Terapeuta muy bien Carlos te estás entregando a tu placer sin culpa, sigue Carlos imagina tu esposa que te gustaría decirte en un momento tan intenso.

    Esposa: “Amor, dime qué te gusta verme con otro”, suplicó, su voz llena de deseo y necesidad. “Dime lo rico que es.”

    Carlos respondió: “Me gusta verte así, me gusta ver a mi esposa a mi mujer que la están comiendo ,verte tan excitada y deseosa. Me excita ver cómo te llena, cómo te hace sentir completa, me gusta como el joven te está culeando Es rico, muy rico.”

    Ella asintió, sus ojos brillando de éxtasis. “Sí, me encanta. Me hace sentir completa, he comido tantas vergas ,pero esta, miro a su esposo ,tienes q probar y comerte esta verga así me entenderás. cada parte de mí esta siendo satisfecha.”

    “Siii, asiii, asiii”, gritó, su voz llena de deseo y desesperación. “No pares, por favor, no pares. Comete a esta mujer casada, soy una mujer infiel, te eh puesto los cuernos tanta veces, y me gusta ponerte los, Soy una puta barata, soy una puta regalada.

    Sus ojos se ponen en blanco, las mejillas se tornan de un rojo profundo, y su boca se abre en un grito mudo, formando una “O” perfecta, con la lengua asomando ligeramente, en una mezcla de éxtasis y lujuria desenfrenada.

    El cuerpo de la esposa se convulsó con oleadas de placer, y con un último grito liberador, alcanzó el clímax. Su expresión era de puro éxtasis, y un chorro de líquido salió de su interior, empapando las sábanas y al joven. Su rostro se contorsionó en una mezcla de alivio y satisfacción, y finalmente, se dejó caer sobre la cama, jadeando y sonriendo.

    “Ha sido… ha sido increíble”, susurró, su voz temblando de emoción. “Gracias, mi amor. Gracias por dejarme vivir esto.”

    El joven, con una sonrisa satisfecha, se retiró y se acostó a su lado. La esposa de Carlos, aun jadeando, se giró hacia Carlos y le tomó la mano.

    La terapeuta, con una sonrisa cálida y comprensiva, felicita a Carlos: “Carlos, has dado un gran paso hoy. Estoy muy orgullosa de ti.

    Todos tenemos deseos y fantasías únicas. Lo importante es que sean consensuadas y que ambos se sientan cómodos y excitados con la experiencia. Te sugiero, como le he dicho a otros pacientes, que consideres la idea de un trío con tu esposa. Mira la reacción de ella y, si ves que le gusta, poco a poco puedes introducir elementos de la fantasía del cornudo

    Carlos asiente, agradecido, y se levanta para irse. Justo antes de salir, se gira y le da una última mirada a la terapeuta.

    Carlos sale de la habitación, dejando a la terapeuta sumida en sus propios pensamientos, con una sonrisa secreta “Tu esposa dirá que sí de una, créeme, lo digo por experiencia”, murmura para sí misma, con una mezcla de deseo y anticipación, recordando sus propias aventuras y sabiendo que el placer compartido puede ser incluso más intenso.

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  • Mi vecino del fin de semana (5)

    Mi vecino del fin de semana (5)

    Mientras descansamos desnudos en una amplia reposera al costado de la pileta y yo no dejo de acariciarlo viendo los videos que había grabado con su celular, me dice que se lo enviará a su mujer, Nina.

    -Me gusta mucho Nina, le digo.

    -¿Te la querés coger?

    -Sí, está fuertísima. Le di un beso de lengua cuando se fue en el auto con mi mujer, me sincero.

    -Es muy puta, me dice el Justi.

    Jadea, nos miramos a los ojos.

    -Yo me quiero coger a tu mujer, me susurra con voz ronca.

    Nos besamos con furia.

    -Me gustaría verlos cogiendo, quiero verlos, le digo de frente.

    Lo pajeo, está bien al palo. Pienso en chuparle la pija otra vez, resoplo.

    -¡Cómo me gusta tu poronga!

    Se suponía que Nina ya estaba con mi Luli en el bar gay. Al toque, le llega un video de ambas, franeleando entre dos bombones bailando en el bar. Ambos de físico ligeramente marcado, remeras de colores claros ceñidas al torso, bermudas ajustadas que les marcaban los traseros y sus respectivos bultos. Uno rubio ceniza, de mirada intensa, con anteojos, pelo cortado a la moda, casi al ras a los lados y revuelto y abundante en la parte de arriba, y el otro de cabello castaño claro, lacio, raya al medio, que le caía sobre su rostro muy atractivo, ojos claros ambos y con la piel tostada con un tono muy sensual.

    Nuestras mujeres se menean bailando con atrevimiento entre los dos y manoseándose entre los cuatro. Los chicos al palo y ellas mostrando sus encantos, que son muy deseables. Se dicen cosas al oído, ambas asienten, Luli le baja el top a Nina para ofrecerle sus pechos al rubio Many (supimos su nombre después) y Nina desabrocha la blusa de Luli para hacer lo mismo con el carilindo Hermán.

    Los varones las besan muy atrevidamente mientras se apoderan de sus preciosas nalgas. Ellas responden con entusiasmo erótico, tomándolos de la cabeza y metiéndoles la lengua bien adentro de la boca. Los chicos les susurran al oído, ellas asienten, murmuran entre sí y con ellos, se voltean, poniéndose ambas cara a cara sin dejar de moverse y apoyando sus traseros en los respectivos bultos, comienzan un lascivo morreo de lengua y labios entre ellas que dura un rato largo. Intercambian posiciones, mi mujer atrapa al rubio y Nina le come la boca a Hermán. Se vuelven otra vez, susurran a los oídos de sus machitos y, teniendo a nuestras mujeres aferradas de los pechos, los dos chicos se besan entre sí, apasionadamente, con ellas en el medio.

    Vemos el video y nos calentamos nuevamente. Sin sacar los ojos de la pantalla del móvil, en ningún momento dejo de acariciar el cuerpo de mi vecino, besar su cuello, orejas, pezones erectos, en la boca, a la que le como a cada rato, mientras le sobo la pija, otra vez parada increíblemente, y los huevos tan pequeños y delicados, recubiertos de una pelusa suave, como si fuesen un par de damascos.

    Jadeando, le pido que pause el video para chuparle la pija de nuevo que lamo, beso y succiono con fruición, mientras él eleva su pelvis y lleva mi cabeza hacia abajo sin presionar mucho pero obligándome a tragármela toda, hasta el pubis. Simplemente no puedo dejar de hacerlo, me gusta mucho chuparle la pija, saborearla, sentirla toda dentro de mi boca, en un creciente sube y baja a fondo.

    Comienza a grabarme con el celular, me gusta, se lo demuestro, arrodillándome a un lado para comerle la pija mirando al móvil y relamiéndome con ganas. Lamo, chupo y saboreo su glande rosado y delicioso, el tronco largo y sabroso y los huevos que semejan un par de kiwis mellizos unidos por el escroto que llena mi boca durante varios minutos, en un crescendo que lo pone muy caliente al Justi, haciendo que levante su pelvis para hacerme tragar toda su poronga. No me hago rogar y la mantengo entera en mi boca un rato largo, jugueteando con mi lengua en el tronco, mientras me pajeo.

    Su pija está a punto de caramelo, me alzo para sentarme sobre ella, en cuclillas, de frente a él. La voy guiando con mi mano para acomodarla a mi ano insaciable y entra toda al primer intento. Lo cabalgo varios minutos mientras me sigue grabando y me retuerzo de gozo. Me inclino sobre su pecho para morrearlo y chuponearlo a gusto hasta que vuelvo a incorporarme para hamacarme sobre su pelvis con la pija dentro de mí.

    El Justi comienza a bombearme acompasando su ritmo a mis meneos y voy apretando y aflojando el esfínter anal para retener y recibir su poronga lo más que puedo mientras me pajeo con una mano y me sostengo sobre su torso con la otra, un largo rato, hasta que lo siento tensarse, abre bien los ojos y eyacula otra vez en mi interior.

    Acabo al toque pajeándome sobre su abdomen jadeando y mirando al celular y a los ojos. Un par de minutos quedo así, resoplando, con las piernas temblorosas por mi posición en cuclillas hasta que puedo inclinarme sobre su pecho para refregarme en mi propia y escasa leche, susurrándole al oído: ¡Hermoso polvo! tras lo cual nos besamos profundamente suspirando y resoplando, todo para el video que no dejó de grabar.

    Debemos seguir viendo el video del bar gay que habían grabado nuestras mujeres.

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  • Evocaciones

    Evocaciones

    Lo que les voy a platicar me sucedió hace un tiempo.

    Había salido de viaje de trabajo una semana. Cuando hice mi registro en el hotel, dejé mis cosas y me fui a trabajar. Ese día regresé a buena hora y entonces inició “mi fiesta particular”.

    Llevaba suficiente ropita para una semana, no faltaban conjuntos de brassier y pantaleta, pantiblusa con la parte superior de encaje, liguero y medias, corsee, una blusa transparente color negro, una blusa con los hombros descubiertos, falda entallada y corta, falda tipo lápiz, pantalones de mezclilla pegaditos, zapatillas y los accesorios y maquillaje correspondientes.

    El hotel era de esos grandotes, tradicionales de las capitales de los estados, con habitaciones en dos niveles, terraza con mesa, amplísimos jardines, alberca como de 25 m, antro, etc.

    Ya había terminado mi arreglo y estaba harta de la habitación (más bien quería exhibirme) así que salí a la terraza que estaba a nivel de calle, separada de la misma sólo por vegetación. Me puse a revisar mi correo y mis redes, así que tenía todo lo que podía pedir (no es cierto, estaba sola).

    Como en la etapa de montarme, siempre llega cierta cosquillita de deseo. Cuando me senté a la mesa de la terraza a revisar mi celular, me sentía media cachonda así que como no queriendo, me subí la falda hasta que se notara el liguero. Estaba yo feliz, me miraba con pasión las piernas y eventualmente me tocaba la entrepierna fingiendo acomodar el liguero.

    Estuve ahí como una hora leyendo y fantaseando.

    De pronto escucho ruidos de hierba que se mueve acercándose hacia la terraza donde yo estaba. De repente me desconcentró el ruido. Súbitamente aparece de repente un huésped del hotel que paseaba por los jardines y calles interiores, sin aparente preocupación o finalidad específica. De inmediato me vio y bueno, que les puedo decir, yo estaba casi de piernas abiertas. Me sentí tremendamente sexy y deseosa, pero fingiendo “decencia” reaccioné cerrando las piernitas y clausurándole al tipo la sensual visión de mi entrepierna con liguero y pantaleta negra. Era obvio que vio lo que estaba yo enseñando, pierna, liguero y lo de en medio enfundado en pantaleta.

    Fue haciendo lento su caminar y cuando ya iba a más de la mitad de la terraza, me envió un beso. Me levanté y me acerqué a él diciéndole hola guapo ¿perdido? Me sonrió y me dijo si ¿por aquí se llega al centro? Yo le dije, tienes que buscar bien el camino, pero si, por aquí se llega. Yo solté la carcajada porque se lo dije haciendo poses insinuantes y el centro al que me refería, pues era el mío. Se quedó de una pieza y no supo ni que decir.

    Yo con calma me metí a la habitación casi al mismo tiempo que él llegaba al otro extremo de la terraza, donde se detuvo a mirarme. Traté de mostrar decoro, pero, con la idea fija de ligar, de inmediato me metí a la habitación y corrí las cortinas. Me encerré como una mozuela asustada. Se imaginan, una madura tratando de parecer una mujer inocente y sorprendida en su intimidad.

    Entonces que se acerca a la puerta y toca, yo me asomé por una rendija de la cortina y le guiñé el ojo. Abrí la puerta y me dijo hola guapa ¿te puedo acompañar?

    Era evidente que él “quería” y yo ni tarda ni perezosa le dije pasa guapo, aquí estaremos más a gusto.

    Mi mente empezó a volar y aunque él no era un adonis, bueno que se le hace, había que aprovecha el momento y, si iba a estar una semana en el hotel, había que “hacer amigos” desde ya.

    Me dijo de nuevo: Hola, buenas tardes, disculpa, te vi al pasar y me impresionaste gratamente y si estás de acuerdo quisiera que platicáramos, a lo que le respondí, claro ¿quieres pasar?

    Ya adentro me dijo lo guapa que estaba y yo le coqueteé. Me paré cerca de él y le sonreí para romper el hielo y después lo tomé de la mano.

    Lo invité a sentarnos en el único sillón (yo sobre él, o ¿no?) y, así de facilota, lo empecé a excitar para que iniciáramos una candente sesión de sexo. Entonces él inició tocándome, tocándome rico, acariciándome con ternura y a la vez con pasión. Acariciándome los senos, hasta que me prendió, que no faltaba mucho y que me besó con urgencia. Me metió la lengua y jugueteó con la mía, hurgando cada rincón de mi boca, tal como después quisiera que hurgara mi ojito.

    Me levantó y dijo vamos a poner música y empezamos a bailar, juntitos, bien pegaditos. Yo sentía como le iba creciendo el pene, y yo me tallaba rico en ella. Él se me pegaba tanto que lo sentía fundido en mi cuerpecito. Me besó, me besó con tanta pasión que me hacía volar en mil sueños, todos eróticos. Me acariciaba los senos con urgencia y me hacía sentir mujer. Entonces llegó a mi pubis y aunque había ocultado muy bien “aquello”, se me quedó viendo y dijo bueno, ya estamos en esto y, además, luces tremendamente femenina, así que no importa, además, también me gusta coger chicas como tú.

    Ante esa confesión, me entregué, le mostré toda mi apertura y me dejé seducir. Poco a poco me fue llevando a la cama y me dio un tremendo faje, poco a poco me fue desnudando, le costó trabajo cuando llegó a la pantiblusa, pero la desabrochó con maestría y dejó libre mi pantaleta. Me bajó la falda y me quitó la blusa, quedando yo en ropita interior, bien mona y coqueta. No dejaba de besarme, me metía la lengua con urgencia y yo le correspondía con alegría de sentirme deseada y toda una mujer. Entonces me recostó y me empezó a mamar la vagina, que rico sentía su lengua, me clavaba sus labios en la pantaleta y me hacía volar.

    A un instante puso un dedo en mi ano, sentí la locura, me iba a preparar para penetrarme lo cual hizo con rapidez, era obvio que tenía buena experiencia ya que lo hizo con gran facilidad (o a mi me urgía). Lo fui desvistiendo con delicadeza y lo dejé en calzoncillos, que eran bikini, que visión tan sexy, con un falo de gran tamaño y palpitante. Me fue dirigiendo hacia su miembro y yo, como que no entendía, pero rápido que lo pesqué con mis labios, primero su cabeza, grande y brillosa, luego lo lamí, lo lamí todo desde la base y se la mamé rico, lento primero y muy rápido después, hasta casi hacerlo venirse. ¿Me separó y me dijo, te gustaría un 69?

    Y rauda me coloqué en posición y empezamos a mamarnos con pasión. Estaba tan rico su falo que me lo comía todo, lo succionaba con ardiente pasión, así como él lo hacía conmigo. A punto de venirnos, me levantó y me colocó en la cama con ternura y me dijo levanta las piernas y colocó su herramienta en mi entradita. De ensueño, sentí como me iba penetrando poco a poco hasta tenerla toda bien metida y yo le dije métemela toda, la deseo con urgencia, iniciando un embate brioso y dulce a la vez.

    Que rico coges le dije, démela toda, todita, que no quede nada fuera, para eso está mi ojito, cógeme. Así estuvo como 15 minutos y en un momento me dijo, ya no aguanto te voy a bañar de leche y le respondí, anda papi hazme tuya, hazme mujer, cógeme como a tu putita como a tu putito, cógeme, como me consideres, pero cógeme.

    Así lo hizo y se vino, se vino en oleadas inmensas de semen, de leche sabrosa, de manjar propio de una gran puta. Se seguía moviendo con furia, me penetraba con fuerza y con pasión, hasta que dijo ya, es todo, por el momento. Ante esa promesa solo cerré los ojitos y pensé, esto va a estar de ensueño.

    Nos levantamos de la cama y fuimos directo al baño, nos metimos a la tina, me metió con la ropita que traía y sentí una gran delicia. Me siguió besando y me hizo que se la mamara de nuevo, que hermoso.

    En eso estábamos cuando me dijo vamos al antro, te invito, quiero lucirte, quiero que vean la hembra que traigo. Eso me halagó y nos vestimos raudos.

    Ya en el antro, que me tomó de la cintura y me pegó su virilidad en mi vientre para que yo sintiera su excitación y me diera unos ricos tallones para sentirlo todo. Me besó en medio de todo mundo y me presumió ante todos, esta es mi mujer. Me puso las manos en mis nalgas, las sobó rico hasta el éxtasis metiendo su lengua en mis oídos para hacerme sentir aquello.

    Y después de un buen rato fajando en la pista de baile me susurrara al oído, vamos a la cama Marijó, con lo cual partiríamos raudos a la habitación, siempre haciéndome sentir muy femenina.

    Llegando a la habitación, me besó intensamente hasta saciar nuestras ganas de sexo. De nuevo me desnudó rico, cadenciosamente y con gran lujuria y me hizo bajarme a su enorme pene el cual estaba a mil para darme placer. La succioné con emoción y la calentura de toda una chica fácil. Entonces me tiró al piso y me dio de nuevo tremenda cogida, rica, salvaje, con ansias, con gran pasión hasta que me dejó seca.

    Quedamos en vernos todas las tardes que estuviéramos y saciar nuestras necesidades de sexo tan rápido como nos viéramos. Y, así lo hicimos toda la semana.

    Les contaré lo sucedido después, me encantó ser poseída toda la semana por ese macho tierno y cogelón.

    ¿Y por qué las evocaciones?

    Bueno lo que pasa es que me recuerdo que de adolescente me paso en varias ocasiones en que estaba solita en casa y vestidita, oía el llamado a la puerta y como eran conocidos y sabían que estaba yo, salía en ropa deportiva para ocultar la ropa y daba cualquier pretexto para echarlos lo antes posible. En ese tiempo ni por equivocación quería que me vieran.

    ¿Qué opinan?

    Les mando besos.

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  • Conociendo a Ger (1): Cine

    Conociendo a Ger (1): Cine

    -¿Vos decís que no nos verá nadie?

    -Tranquilo, siempre está vacío este cine, vamos a tener la sala para nosotros seguro.

    Ger dijo esto con bastante seguridad, me hizo pensar que no era la primera vez que hacía algo como esto, pero no me importo demasiado.

    Sea como sea, ya estábamos ahí, caminando despacio a la sala 3, entradas en mano, charlando bajito sobre cualquier cosa para ocultar el nerviosismo, al menos en mi caso. Si bien siempre tuve curiosidad, la suficiente para leer algunos relatos eróticos o mirar algún que otro video, nunca había tenido contacto sexual con otro chico.

    Pero bueno, me estoy adelantando. Antes de narrar lo que ocurrió debería presentarme (y a Ger) brevemente.

    En ese entonces era un joven en mis tempranos 20s, de estatura media, morocho de pelo relativamente largo, algo gordito pero no demasiado. Estaba dando mis primeros pasos en la vida adulta, con mis primeros trabajos y responsabilidades, cursando en la universidad, e intentando conocer gente nueva para conseguir nuevas amistades, o algo más si era posible.

    Ger estaba en sus tardíos 20s, casi 30, aunque aparentaba menos. Era más alto, 1.80 creo, pelo recortado, piel muy blanca y bastante gordito. Creo que eso fue lo que más me gustó de él, siempre sentí mucha atracción por los gorditos (y por las gorditas). Nos conocimos en una de las muchas apps de citas que hay por ahí, y apenas hicimos match, luego de los primeros mensajes, estaba claro que nos gustamos y nos caímos bien. Pasamos de la app de citas a WhatsApp, de los mensajes a los mensajes picantes, de los mensajes picantes a las fotos explícitas, y de las fotos decidimos pasar a conocernos, tener una cita y ver que pasaba.

    La idea del cine fue suya, incluso se molestó en elegir la película, pagar las entradas y los pochoclos. Cuando nos encontramos todo se dio con naturalidad, como si no fuese la primera vez que nos veíamos en persona. Nos encontramos cerca del shopping donde se encontraba el cine, caminamos unas pocas cuadras charlando con confianza, y llegamos a destino.

    Me era muy difícil no sentirme excitado y ansioso, primero por sus claras intenciones de que ocurra algo interesante en la sala, y segundo porque no podía mirarlo sin recordar las muchas fotos de Ger que había en mi teléfono, su torso desnudo con su panza hermosa, su culo blanco, gordito, y su pija dura por la calentura.

    Finalmente entramos a la sala 3, la que nos recibió casi completamente vacía, salvo por una o dos personas en las primeras filas. La sala solo estaba iluminada por la gran pantalla en la que se veían algunos trailers, la película aún no empezaba. Nos sentamos alejados tanto de las pocas personas presentes, como de la puerta de entrada. Buscábamos privacidad y escondite. Ger se sentó con el pasillo a su izquierda y conmigo a su derecha. Acomodamos las pocas cosas que llevamos en el asiento vacío a mi lado, que seguro nadie reclamaría.

    El clima estaba caluroso ese día, por lo que ambos íbamos vestidos ligero, no más que una remera y una bermuda de Jean en mi caso, una musculosa y un short deportivo en el caso de Ger.

    Comienza la película.

    Era una de estas películas de superhéroes qué estaban de moda hace unos años, entretenida, incluso buena, pero se me hacía difícil prestar atención.

    Ger pegó su hombro al mío y me tomó de la mano, fuerte, con intención. Apretaba y acariciaba mis dedos con los suyos, podía escucharlo respirar hondo mientras lo hacía. Me miró por un momento e inclinó su cara hacia la mía. Nos besamos, primero con timidez y luego con indisimulada calentura. Yo mordía sus labios de a ratos, él chupaba mi lengua mientras acariciaba mi pierna. Quería que me tocara, pero más ganas tenía de tocarlo. Me decidí, puse mi mano sobre su entrepierna y me dejé llevar. Su pene estaba tan duro y gordo; no fue difícil agarrarlo por fuera de su short. Comencé a masturbarlo lento, apretando y acariciando.

    Enseguida sentí su mano, pero me sorprendió descubrir lo pronto que desabrocho mi bermuda, bajó el cierre de la bragueta y metió su mano por debajo de mi ropa interior. Seguimos besándonos mucho, yo lo masturbaba lentamente, aún por sobre el short; el amasaba con dureza mi pija y mis huevos, me volvía loco. Metí mi mano dentro de su ropa, lo escuché gemir muy despacio. Su pene no era mucho más grande que el mío, pero si más gordo, y tan caliente que temí qué estuviera por acabar.

    Me sorprendí a mi mismo imaginando como se sentiría tenerlo en la boca, lo deseaba, y eso me puso al límite.

    -¿Te gusta? – Me preguntó, con la voz alterada por la calentura. Era obvio que si, pero no dije nada, solo lo besé y aumente la velocidad y la fuerza de mi mano. Me moría de ganas de hacerlo acabar, pero no era conveniente.

    Estábamos en el cine, había que volver a casa y ninguno de los dos quería hacerlo con una mancha en el pantalón.

    Termina la película.

    Nos acomodamos la ropa, recogimos nuestras cosas y salimos despacio, riendo. Hablamos un poco de la película, pero no de lo ocurrido, haciéndonos los tontos por la razón que fuere. Ger me acompañó hacia mi parada y me despidió. No podía sacar de mi cabeza lo que había pasado, pero más aún no podía ignorar lo mucho que lo había disfrutado, lo mucho que quería repetirlo, y lo mucho que deseaba tener la oportunidad de dejarme llevar mucho más.

    No era el único que se sentía así; a las pocas horas, me llega un mensaje de Ger:

    -Me quede con las ganas de hacerte un rico pete, será la próxima.

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  • En la cama de mi mejor amiga

    En la cama de mi mejor amiga

    ¡Hola! El día de hoy les voy a contar lo que pasó un día jueves 24 de noviembre del 2022, han de preguntarse que por qué escribo de cosas que pasaron hace años, es algo fácil, para que sepan que tan puta me he vuelto con el paso de los años y contextualizar todo lo que escribo, me gusta ser detallista en mis relatos y sobre todo que ustedes sientan que son los que están ahí.

    Fidel, el esposo de mi amiga con el que ya había tenido relaciones un mes antes, cuando según iba yo a un masaje (lean las anteriores anécdotas o relatos en mi perfil) me mandó mensaje, me dijo que ella se iría a jugar a Toluca a los juegos del sindicato, que iba a estar libre todo el día, que si no quería estar con él, me gustaba tanto que sinceramente no lo pensé y le dije que me encantaría, pero que no quería serle infiel a mi marido y que aparte lo que había pasado la única vez que me había cogido fue un desliz, que no estaba bien.

    Sin embargo, insistió tanto y me hice del rogar muchísimo pero al final acepté, le dije que le iba a pedir permiso a mi director, me recordó las 2 reglas que siempre me ha dicho: borrar los mensajes y discreción, ambos sabíamos los riesgos de estar juntos, además de que su esposa y mi esposo eran super amigos, pero eso era lo que más excitante lo hacía, el cogernos uno al otro sin que nuestras parejas sospecharan por la cercanía que teníamos.

    Pedí mi permiso para ese día jueves, y le avisé que ya me lo habían dado, nos pusimos de acuerdo y le pregunté que dónde nos veríamos, me contestó que dónde yo quisiera, pero que él quería hacerme el amor en su casa, en la cama de su mujer, mi amiga, o en mi casa, dónde mi esposo me coge. Le dije que me parecía bien en su casa, sobre todo discreto ya que para entrar a su casa hay que pasar un camino o brecha solitaria, y nadie entra por ese camino más que su familia.

    Cómo ustedes también recordarán, yo me cambié ya de escuela, esa escuela donde mi director me cogía y dónde le hicimos su despedida (lean las anécdotas anteriores) y bueno, ahora viajo diariamente con mi esposo.

    Le dije que no iría a la escuela ya que tenía cita en el ISSSTE a las 9 am, saque efectivamente mi cita para enseñarle la hora y el día, obviamente hacerlo creíble ya que no iba asistir al doctor, así que me quedaría, le di mi permiso económico para que se lo entregará a nuestro director y se fue a la escuela, cuando vi que salió de la casa y se fue en el carro, entre al cuarto, me puse una tanga negra, mi pantalón de mezclilla, una blusa escotada, tacones y metí a mis inseparables amigos (mis dildos y plug) a la bolsa junto con un liguero, unas medias, un bralett y un baby doll completo, cuando mi esposo avisó que ya había llegado a la escuela, salí de mi casa y le hable a Fidel.

    Me dijo que ya estaba abierto el portón, que metiera la camioneta y entrara como si nada. Al llegar seguí las instrucciones, entre al sendero que solamente ellos ocupan para llegar, entre y salió él a cerrar el portón.

    Baje de la camioneta rápidamente mientras él cerraba y entre a su casa, lo espere en la sala, cuando regresó, estaba yo sentada en el sillón, me levanto y sin decir nada me besó.

    Me dijo que como estaba, le dije que bien, que estás oportunidades no se daban todo el tiempo, me contestó que estaba más nervioso que la primera vez, le dije que no se preocupara que era normal, que yo también estaba así, hasta temblando y sin decir alguna otra cosa, ambos nos acercamos el uno al otro y nos fundimos en un beso apasionado y caliente.

    Comenzó a manosearme toda con desesperación mientras nos besábamos, me apretaba las nalgas y las tetas, me besaba el cuello, los oídos y eso me prendió aún más. Entramos a su cuarto, ese cuarto donde hace el amor con mi amiga, su esposa, le dije que se pusiera cómodo que entraría al baño, saqué de mi bolsa mi liguero, mi bralett y mis medias, colocándome todo.

    Cuando salí, ya había sacado él del cajón del buró varios juguetes sexuales y no eran míos si no de mi amiga, su esposa, así mismo el perfume que ella usa, me pidió que me lo pusiera, así que esparcí su perfume por todo mi cuerpo, mientras yo veía que él ya se había quitado todo.

    Subí a la cama y comencé a besarle primero el pecho, luego sus labios, baje hasta la parte baja del estómago y regresaba hasta sus labios, me dijo que si se la iba a chupar, le dije que si el quería si, me dijo que se la chupara como se la mamo a mi esposo, su amigo con el que juega fútbol cada fin de semana, así que fui bajando poco a poco hasta quitar la cobija y tomar su pene entre mis manos, me recogí el cabello, y comencé a darle unos pequeños besos en los testículos, seguí pasando mi lengua por el tronco, lo tome con mi mano derecha, y lo metí en mi boca, comencé a mamar mientras él me tomaba con ambas manos la cabeza y me empujaba hacia su verga.

    Chupaba y chupaba, mientras él gemía y pedía más, así que yo como toda una puta le daba más, le pregunté que quien lo hacía mejor, si yo o ella, me dijo que ella no lo hacía, y que cuando lo hacía lo hacía con asco hacia él y su pene, le contesté que como era eso posible si estaba delicioso, me dijo que ella era muy cerrada en ese aspecto, y que casi no se dejaba coger por el ano.

    Deje de mamar y subí en él, comencé a jugar con su pene sin condón en la entrada de mi vagina, le dije que ya la quería sentir, me dijo que la metiera, me tomaba de la cintura para que me diera un sentón en su verga sin embargo solamente pasaba la cabecita por la entrada a mi vagina.

    Me pedía que lo metiera, sin embargo yo excitada le decía que no, que se tenía que cuidar, me dijo lo mismo que la primera vez, que si a poco no éramos amigos de confianza, yo comencé a reír, le dije que podía quedar embarazada y lo bese con mucha pasión, me beso de igual manera y mientras lo besaba tome su pene en mi mano derecha, hice mi tanga al lado y lo metí todo de una sola vez.

    Besándonos con mi pecho pegado a su pecho, comencé a moverme poco a poco, sentía como ese pene a pelo taladraba mi vagina, aguante más y me levanté puse mis manos en su pecho y comencé a darme los sentones que a él ya le habían gustado la primera vez. Recordó que si me apretaba los pechos me prendía muchísimo más, saco mis nenas del bralett y apretó mis tetas, mis pezones y me daba nalgadas mientras yo solamente gemía y disfrutaba de los sentones en su verga.

    Mientras estaba en esa posición me dijo que si era cierto eso de las bromas que hacíamos mi esposo y yo sobre el sexo anal, y si era cierto que mi esposo chupaba su dedo pulgar antes de meterlo en el ano para dilatarme, le dije que sí que el sexo anal era algo que hemos disfrutado muchísimo los 2, qué él me había enseñado todo lo que sabía. Me dijo que mi amiga solamente decía que esa parte era de salida y no de entrada.

    Le dije que si quería intentarlo, me dijo que sí, no sin antes besarnos con mucha pasión. Así que baje de él, me puse de perrita y le dije que tenía que ser muy cuidadoso y sobre todo lubricar muy bien. Puse saliva en mis dedos me puse su verga atrás, y le dije que si algún día había visto un video porno que recordara como se hacía.

    En cuatro y recargando mi pecho ya sin el bra en el colchón, con la colita bien parada, quito mi tanga y mi liguero, me dejó las medias. Puso mucha saliva en mi ano y metió poco a poco su dedo, comencé a sentir lo rico que es, siguió metiendo tu dedo pulgar hasta que le dije que usara uno de los juguetes de su esposa, mi amiga. Tomo uno de sus vibradores lo metió en mi ano, mientras yo disfrutaba él lo metía y sacaba, gemía y me dijo que si lo estaba haciendo bien, le dije que si.

    Le pedí que parara y que era tiempo de meter el suyo, sin decir otra cosa tomo su verga y la metió atrás, yo gemía de placer y él también, comenzó a embestirme, primero fue cuidadoso y después fue un verdadero hombre, me cogía sin piedad, me decía que se sentía muy apretado y caliente, yo seguí pidiendo más y más, sentía como realmente su esposa o sea mi amiga casi no le había permitido meterlo por atrás.

    Sentía como le gustaba, al oírlo gemir, al sentir con que ganas la metía por ahí, le pedí que se acostara, me dijo que si no me estaba gustando, le dije que si, pero que quería moverme y meterlo yo.

    Lo acosté en la cama y le di la espalda, le pedí que lo tomara y que yo me iba a ir sentando en él, así que dándole las nalgas, me fui sentando poco a poco en su pene, mi ano iba abriendo camino nuevamente para recibirlo, sin embargo fue muy rápido.

    Comencé a moverme y a coger por atrás, me daba nalgadas y me fui haciendo hacia atrás hasta tener mis piernas adelanté, mis manos en su pecho y seguí moviéndome, le pedí que me apretara las tetas, y siendo así él también empezó a moverse, ambos nos movíamos y era rico sentir como mi ano se abría para él, era tanta su excitación por haberlo metido atrás que no duro mucho tiempo cuándo sentí su pene se iba haciendo más y más duro, me dijo que si podía dejar su leche atrás, le dije que donde él quisiera, que en ese momento yo era de él, me tomo de la cintura y así apoyada en su pecho con mis brazos, comenzó a moverse más y más rápido.

    Sin decir nada más echó su leche en mi colita, me fui haciendo hacia adelante para sacarlo y me recosté en la cama.

    Me pidió una disculpa pero me dijo que casi no lo había metido en otro lado con su esposa, me volvió a repetir que según él yo era la “primera” mujer con la que tenía relaciones después de su esposa, obviamente yo sabía que no ya que mi amiga me había comentado y contado en confianza que hace muchos años cuando apenas estaban recién casados él tuvo un amante con la que tuvo un hijo, y después como mi amiga vende zapatos por catálogo lo mandaba a cobrar a él y también lo encontró con otra mujer.

    Sin embargo él no sabía que mi amiga ya me había contado todo eso, seguimos platicando, así como me lo había dicho la primera vez, según él no había estado con nadie más, yo hacía como que le creía, yo le dije a lo mejor mi amiga lo había orillado a eso, y que ambos nos gustamos, que por eso ahora era infiel conmigo, y al igual le dije que yo también solamente era el primer hombre al que le entregaba mi cuerpo después de mi esposo, y al parecer él sí me creyó, ya que yo siempre en las reuniones de amigos me manejo con respeto hacia todos, y que además se veía que yo era una mujer y una señora en toda la extensión de la palabra, ya que lo rechacé muchas veces.

    Me dijo que yo le guste desde la primera vez que nos presentaron, que siempre pensaba en mi cuando le hacía el amor a su esposa, que era su fantasía y sobre todo por lo que hablábamos entre amigos en las pedas que nos poníamos entre los 6 (somos 3 parejas de esposo y esposa inseparables), que veía como besaba a mi esposo, cómo lo abrazaba.

    Sin embargo le dije que yo también veía como era mi amiga con él, sin embargo me dijo que si era cariñosa, pero como ya me había dicho la primera vez que tuvimos relaciones no le ayudaba en el quehacer de la casa, siempre decía que su dinero era su dinero y que él tenía que mantenerla (ambos son maestros también), que en ocasiones tardaban hasta un mes sin sexo y todo porque ella estaba estudiando la maestría y siempre estaba cansada.

    Que lo desatendida mucho. Le dije que a mí me trataban como reina, que no me quejaba en lo sexual porque casi todos los días había coito, que en los cuidados siempre ambos nos preocupaba los el uno del otro y que en el quehacer siempre ambos lo hacíamos, que los 2 hacíamos el que hacer en conjunto con nuestros hijos, él decía que sus hijos no le ayudaban, inclusive eran groseros (cosa que es cierto ya que el mayor es un higadito), así que platicamos nuestras penas, más él que yo.

    Me invitó a almorzar, nos levantamos de la cama y me dió una bata que es de mi amiga, me la puse y ambos fuimos a la cocina, me dijo que me sentará que él preparaba todo, le dije que no, que ambos teníamos que hacerlo, así que mientras él ponía el agua para el café, yo me puse a hacer unos huevos con salchicha.

    Mientras ambos hacíamos el desayuno, entro al cuarto, se puso su pijama y me dijo que iba por unos bolillos, salió y me dejó ahí sola. Aproveche para entrar al baño nuevamente y ponerme el baby doll blanco que llevaba y me lo coloqué abajo de la bata. Cuando él llegó ya estaba el desayuno servido en la barra, me senté en un banco alto y ambos comenzamos a almorzar, fue a la alacena y saco un polvo blanco que vende Omnilife, me dijo que era para la energía, el vigor y como para entrenar, lo sirvió en un vaso con agua y lo tomo antes que el café…

    Seguimos platicando de nuestras vidas como casados, me di cuenta que de verdad mi amiga es una desgraciada con él, aunque se muestre amorosa delante de todos lo trataba mal. Van a decir ustedes qué es lo hizo para poder cogerme, pero no muchas cosas que yo había visto coincidía con lo que él me decía.

    Le dije que si ya estaba listo para el segundo, me dijo que era muy golosa, que si así era con mi esposo o solo con él, le dije que sí que así era con ambos. Así que ahí sentada en el banco alto, me quité la bata y le enseñé lo que ya me había puesto.

    Abrí las piernas y le dije que era su turno, así que se arrodillo, hizo mi tanga a un lado y yo con una pierna en su hombro y otra en la barra disfrute de las chupadas de clítoris que me daba, sentía como su lengua jugaba con mi vagina, lo tomé de la cabeza y entre caricias lo empujaba para que no parara, me había quedado a medias en el primero, no me vine y estaba muy caliente y con ganas de llegar a un orgasmo. Pasaron unos minutos cuándo se levantó así abierta de piernas cómo estaba me penetró, sentía que nos caíamos de ese banco, sobre todo yo, sin embargo me tenía bien agarrada, tanto que me levantó del banco y me llevó a la sala.

    Se sentó en el sillón, ambos de frente nos besamos, abierta de piernas y el abajo de mi, comencé a moverme, mientras él se daba su atascón con mis tetas, ambos disfrutábamos del momento hasta que sentí como me estaba mojando mucho más le pedí que no parará, que lo quería sentir de nuevo, fue entonces cuando ahí en el sillón me puso en 4, me tomo de la cintura y me penetro, le pedía que no parará que estaba a punto de explotar y acto seguido lo hice, me vine y tuve mi orgasmo, mientras explotaba mi vagina, él no paró de cogerme, me tenía tomada de la cintura mientras yo mordía un cojín para que callaran mis gemidos y mis grito.

    Él aún no se venía ni daba indicios de hacerlo, así que espere un poco, salí de él y le dije que así como estaba sentado al principio se sentará, le pedí que abriera las piernas y le di nuevamente la espalda, fui metiendo nuevamente su verga a mí cavidad anal hasta que lo tuve dentro todo, comencé a moverme, me apoye en sus rodillas y me movía para que él disfrutara de mi colita, seguí moviéndome hasta que me recargue en su pecho nuevamente, sentía como sus manos agarraban mis glúteos y me la metía hasta el fondo, había veces que me recargaba en su pecho para moverme y otras me tomaba de la mesita del centro para darme unos sentones sobre su verga.

    Me dijo que fuéramos a la recamara, me levanté, saque su verga de mi ano y se levantó, me alzó como recién casados al llegar a su nuevo hogar y me arrojo sobre la cama de mi mejor amiga, su perversidad lo llevo a otro nivel, y me dijo que quería verme con ropa interior de su esposa, que quería cogerme con algo de su esposa puesto, es decir baby doll, bras y tangas de mi amiga.

    Obviamente le dije que no me quedaría, ya que yo soy más caderona y tengo mucho más tetas que ella, hicimos el intento obviamente no quedó la parte de arriba y de los baby doll pues las tetas ni siquiera entraban en la copa, así que me puse solamente sus tangas, se las fui modelando una a una, hasta que me dijo que me quedara una puesta, que era la que a él más le gustaba y si, me quedó, ya que esa se podía amarrar y desamarrar de los costados, era perfecta para mis caderas…

    Me dijo que fuera hacia la cama, pero primeramente me pasee por toda la recamara con mis tetas de fuera y la tanga de mi mejor amiga puesta, me acerque hacia él para besarlo, y provocarlo aún más, le dije que qué haría con la tanga después de haberla visto en mis caderas, me dijo que la iba a guardar, que él lavaba la ropa, me tomo del brazo y me arrojo sobre la cama, me abrió las piernas y comenzó a mamar nuevamente mi zorrita, me retorcía del placer que me estaba dando, gritaba y le pedía que no parara, que estaba a punto de venirme otra vez, sin embargo se levantó, no me hizo terminar, me dijo que le iba a rogar para que me cogiera y pudiera venirme.

    Tomo un vibrador de su esposa, lo metió en mi zorra, comenzó a meter y sacar mientras vibraba, me besaba las tetas, la boca, mientras gemía y veía como estaba excitado de estarme cogiendo con los juguetes de su esposa, con la tanga puesta comenzó a rozar con ella mis labios vaginales, los abría y comenzó a rozar mi clítoris con la tanga, me dijo que se tenía que impregnar de todos mis jugos, yo no aguanté mucho y le pedí que me cogiera que me la metiera pero me dijo que primero se la mamara nuevamente, y así fue comencé nuevamente a mamar su verga, esa que me había metido hace poco por el culo, le di unas mamadas que hasta la fecha no ha olvidado.

    Con mi mano izquierda lo masturbaba mientras mamaba su tronco y glande, me pegaba con él en la lengua y en la cara, hacía surcos en mi mejilla, estaba tan excitada que me vine, cuando sentí salieron mis jugos disparados hacia afuera, le pedí que parara que estaba muy sensible y lo hizo, le dije que si quería ver algo que le hacía a mi esposo y que a él le encantaba, me dijo que si, así que le hice una garganta profunda, me tragaba toda su verga hasta el fondo, lo tenía maravillado y excitado, tanto que me tomo de la nuca y él metía su verga hasta el fondo, mis labios tocaban sus huevos y mi boca se abría al máximo, se seguía moviendo mientras me cogía por la boca.

    Saque su verga de mí cavidad bucal y le dije que me cogiera, que quería sentir su verga, así que me dio la mano y me recargo sobre el tocador de mi amiga, y sin quitar la tanga metió su verga en mi zorra, comenzó a moverse mientras yo me recargaba con mis manos en la orilla del tocador, mis tetas se veían cómo rebotaban por el espejo y brincaban en cada embestida que me daba ese macho, mis gemidos comenzaron a llenar la recámara de mi amiga pidiéndole que no parara y que me siguiera cogiendo, él llevaba el ritmo rápido y duro, otras tantas lento y suave.

    Le pedí que me cogiera en la cama que me hiciera lo que más le gustaba a mi amiga, me dijo que a ella le gustaba montar, así que lo acosté en la cama y me subí, su verga taladraba en mi zorra mientras sus manos se llenaban con mis enormes pechos que en cada movimiento mío rebotaban, me decía yo le gustaba muchísimo desde antes, y que jamás pensó que ambos fuéramos a terminar de amantes, le pedí que no parara que me siguiera diciendo de ese tipo de cosas, que ya venía uno más mío, ambos nos comenzamos a mover de nuevo, me tomo de la cadera y apoyo sus pies en el colchón.

    Comenzó a moverse mientras mis manos se apoyaban en su pecho apretando mis pechos con los antebrazos sintiendo como me cogía y no tardó nada cuando sentí como se vino de nuevo, mi zorra se llenó de su semen, baje de él y por mis nalgas y mis piernas comenzaron a escurrir sus bendiciones, me fui al baño a limpiarme, cuando salí del baño obviamente ya no traía la ropa de mi amiga puesta, me puse solamente mi tanga y mi bralett.

    Nos sentamos en la cama los dos, me dijo que le gustaba mucho, que sabía que no estaba bien lo que hacíamos pero que como me lo había dicho en uno de los primeros mensajes “no me la iba a perdonar”.

    Ambos comenzamos a levantar el tiradero que teníamos, tendimos la cama, la dejamos como estaba, abrimos las ventanas, me vesti y le ayude a lavar los platos, a levantar la barra y cuando terminamos de hacer todo eso, le dije que me iba a retirar, que debía hacer unas cosas. Me dijo que cuando nos veríamos de nuevo, le dije que no sabía. Me pidió que no le dijera nada a su esposa, obviamente le dije que no. Salió a abrir el portón y subí a la camioneta, nos despedimos con un beso en la mejilla y me retire a mi casa.

    Espero les guste y sigo leyendo y contestando sus comentarios, ¡saludos!

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  • “Papi” me saca leche de mis ubres

    “Papi” me saca leche de mis ubres

    En esta ocasión les traigo un relato que me sucedió a los 20 años aproximadamente, en esa época estudiaba la universidad, y quise hacer algo con el tiempo lo re que tuve, ya que por medio de una conocida de mis padres me ofrecieron cuidar de un “adulto mayor”, lo comento así porque este hombre tenía aproximadamente unos 60 años, sin embargo tenía buen físico, siempre se arreglaba y aunque no era el rostro más bello, tenía algo que lo hacía licor bastante varonil y que a mí me atrajo, por lo que decidí aceptar la oferta de trabajo.

    Este hombre a quien llamaré “papi” era divorciado y vivía solo, sus hijos lo frecuentaban pero no tenían una relación más allá de verse unas dos o tres veces al mes, y llamadas cada tercer día, “papi” necesitaba ayuda puesto que por situaciones laborales habría sufrido un accidente y requirió un operación que lo limitaba de sus piernas, más que nada mi trabajo sería de compañía y apoyo en cosas que no él no pudiera realizar, pero tenía un rehabilitador que acudía en ciertos momentos del día.

    Cuando me lo presentaron acudí a esa cita con un vestido lindo, sexi más no vulgar, al verme sentí como me miraba de arriba a abajo con cierto tinte sexual, y obviamente eso me gustó.

    Durante la primera semana salía de mi casa vestida lo más normal posible, pero al llegar a su casa solía ponerme más cómoda, con el pretexto de que al realizar ciertas tareas me sentía mejor, desde luego “papi” no tenía problema alguno, al contrario podía sentir sus miradas y alguna que otra vez vi su bulto erecto, “papi” permanecía en silla de ruedas la mayor parte del tiempo, sim embargo con ayuda de sus manos podía hacer movimientos a sillones, cama y lugares que el necesitaba, pero a veces con cierta perspicacia me pedía ayuda para poder ver mis tetas o tenerlas más cerca, eso era usual cuando tenía escotes pronunciados.

    Una tarde calurosa, aproveché para quedarme en una blusa delgada, sin bra, y en un short delgado y ajustado, el cual marcaba mi redondo culo y una tanga, “papi” no dejaba de verme y me dijo:

    Papi: ¿Danita, pero que calor hace hoy verdad? Me encanta verte tan fresca, con mucho respeto te tengo que decir que tienes un cuerpo muy bonito, tu novio debe ser el más afortunado.

    Danna: Si, el día de hoy está muy caliente, espero que no te moleste verme con esta ropa, pero hay mucho trabajo por hacer. Y sobre el cumplido, gracias, la verdad no tengo novio, y por lo general nunca me dicen cosas tan lindas.

    P: Pero como puedes decir eso, eres una niña hermosa si yo tuviera tu edad no te dejaba ir, lástima que pudieras ser mi hija o hasta mi nieta.

    D: Que lindo, imagínate si yo fuera tu hija, serías mi “papi”, pero sería raro tener un “papi” tan guapo y varonil, eso no se si me gustaría. Y me acerque a él, agachándome y dejando ver mis senos.

    P: ¿De verdad me consideras guapo?

    D: Por supuesto, eres un guapo, amable y varonil. Supongo que alguna novia tendrás.

    P: No bella Danita, lo que me dices es un halago, hace muchos años que no tengo pareja, que no recibo un beso, un abrazo y menos que tengo intimidad con una mujer.

    D: Que pena, ellas se lo pierden, “papi”.

    P: Me está gustando que me digas así, ¿Danita me dejarías tocarte? La verdad llevo días mirando esas tetas y ese culito, daría lo que fuera solo por verlas y tocarte.

    Me acerque a su silla de ruedas, desabotone mi blusa lentamente y deje expuestos mis tetas, y le pregunté ¿Te gustan papi?

    P: Ay Danita, tienes unas tetas bellas, me encantan esos pezones marrones y esos pezones erectos como mi verga.

    Me acerque, tome su mano y la puse sobre mis tetas y le dije: Son tuyas papi, has lo que quieras.

    Papi comenzó a jugar con mis tetas, jalaba mis pezones, hacía rebotar mis tetas, jugaba con mis aureolas y luego las puso en su boca, cuando sentí mis tetas húmedas por su saliva comencé a gemir suave, era muy excitante su forma de chupar.

    En seguida me pidió que fuéramos a tu recámara, al llegar le ayude a desnudarse y cuando llegue a su miembro lo tome con ambas manos y lo metí a mi boca, mame su verga gorda, y luego la puse entre mis tetas, mientras la deslizaba, le daba golpecitos a su punta en mis pezones. Cuando termine, me quite el short y mi tanga, toque mi vagina y le dije:

    D: Papi me tienes mojada, prueba mi miel, porque necesito tu verga en mí.

    Tomé mis jugos y los puse en su boca, cuando se recostó le puse mi vagina en su cara, me chupaba con deseo, yo me movía suavemente y abría con mis manos mis labios, para que pudiera probarme toda, luego continúe mamando su verga. Lo monte, lo cabalgue y yo misma apretaba mis tetas, tocaba mi cuerpo y se lo ofrecía, después el no dejaba de lamer mis senos hasta sacarme gotas de leche que yo no sabía que tenía, en un momento y mientras seguía arriba de él, cabalgando apretó mis senos y un chorro de leche nos bañó.

    Papi dijo: Que rico, eres una zorrita escurriendo leche por arriba y por abajo, me encantan las tetas con leche, te voy a mamar diario para que tengas más.

    Seguí cabalgando mientras el chupaba y me exprimía mis ubres, mientras más me acercaba al orgasmo más leche salía, era mi primera vez lactando, no sabía que podía y eso me prendió, tuve un orgasmo increíble. Papi también se vino, saco su verga de mí y deposito su leche en mis nalguitas. Esas vacaciones siempre que llegaba el succionaba mis ubres, hasta sacarme lechita, en ocasiones nos masturbamos mutuamente y en otras teníamos sexo completo, a ambos nos llenó de morbo la leche de mis tetas.

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  • Mi viaje de cumpleaños

    Mi viaje de cumpleaños

    Cuando me apareció la notificación en el celular, casi ni registré el nombre. Venía caminando del trabajo, cansada, pensando en cualquier cosa menos en él. Pero ahí estaba:

    “Hola perdida.”

    Era Guido. Me quedé quieta en la vereda, sintiendo un pequeño latigazo en el pecho. Hacía años que no hablábamos. Años. Y aun así, ese saludo… tenía exactamente el mismo tono que usaba cuando yo era adolescente y él venía a visitar a mis primos. Esa mezcla entre burla suave y algo que nunca supe descifrar.

    Le respondí algo corto, casi automático. Y él tardó. Tardó lo suficiente como para hacerme sentir ridícula por haberme puesto nerviosa.

    Hasta que mandó otro mensaje:

    “¿Así que 28, che? Estás irreconocible… para bien.”

    Ahí sí sentí el golpe. No era un cumplido común. Venía con algo debajo, una intención, una picardía que no decía pero dejaba flotando.

    Y yo… yo me hice la que no pasaba nada. Una carita, un “jajaja nada que ver”. Pero por dentro ya estaba caliente. Y confundida. Y completamente fuera de eje.

    Los mensajes siguientes fueron un juego que él manejó sin apuro. Me hablaba por momentos y desaparecía por otros, como si supiera exactamente cuándo dejarme pensando. Como si supiera —maldita sea— que yo escuchaba sus audios más de una vez. Tenía la voz grave, pausada, con ese acento suyo que nunca me había dejado del todo indiferente.

    Y cuando me cargaba, cuando me decía:

    “Antes eras tranquila, eh… ahora te veo distinta”, yo sentía el estómago apretarse y me mordía el labio sin darme cuenta.

    Nunca decía demasiado. Nunca revelaba lo que estaba pensando. Pero en los silencios, en la forma en que dejaba caer una frase y se quedaba callado… había una intención que me recorría la columna.

    Y después llegó el mensaje que me cambió todo:

    “Hace años que no hablamos así… estaría bueno verte. Si tenés ganas, venite. Así celebramos tu cumpleaños.”

    Lo leí tres veces. Sentí el corazón en la garganta. No pensé. Ni un segundo. Le puse:

    “Bueno… dale.”

    Y apenas lo mandé, apoyé el celular en la mesa y me quedé mirando al vacío, preguntándome qué carajo estaba haciendo.

    El sábado emprendí viaje. El colectivo estaba casi vacío. Me senté en la ventana como si fuera una adolescente escapándose a una aventura prohibida.

    No podía parar. No podía frenar mi cabeza.

    Me tocaba el collar que me regaló mi mamá hace varios años, jugaba con mis aros, me acomodaba el pelo, y miraba mis manos como si tuvieran la respuesta a algo.

    Cada tanto me llegaba algún audio suyo.

    “¿Ya saliste?”

    La voz baja, ese tono que parecía decir más de lo que decía.

    “Viajá tranqui, negra.”

    Ahí, cuando me decía “negra”, yo sentía algo moverse adentro mío. No era un simple apodo. No con ese tono. No viniendo de él.

    Me imaginaba su sonrisa, la forma en que me había dicho que estaba irreconocible, y sin querer —o queriendo— me preguntaba cómo me iba a mirar cuando me viera llegar.

    La mezcla era insoportable: nervios, la panza revuelta, y esa sensación caliente que me subía por el pecho cada vez que recordaba su voz.

    Cuando bajé en la terminal de su ciudad, el aire me chocó en la cara como si me despertara de golpe. Le escribí cuando ya había llegado al hostal.

    Y él… desapareció. Diez minutos. Quince. Treinta. Una hora. Yo no sabía si putearlo, preocuparme o reírme de mí misma.

    Me tiré en la cama, mirando el techo, convencida de que había sido una idiota.

    —Qué boluda sos, de verdad —me dije en voz baja.

    Cada veinte segundos miraba la pantalla, como si esperara un milagro, como si necesitara que él me salvara de esa mezcla de deseo y vergüenza.

    Cuando finalmente vibró el celular, el alivio fue tan grande que casi me mareé.

    “Llegué hace un rato. 23 en el bar de siempre.

    No llegues tarde, negrita.”

    No pedí explicaciones. No se las quería pedir. Su manera de manejar el tiempo —y de manejarme a mí— ya empezaba a tener un peso que me hacía temblar.

    Me duché lento, como si cada gota de agua fuera parte de un ritual. Me puse la tanga y el corpiño blanco, la musculosa escotada, el pantalón floreado, las sandalias negras, los aros de perla, y el collar.

    Me perfumé con ese aroma floral, de verano, el que siempre me hacía sentir un poquito más segura.

    Me pinté los labios muy despacio, siguiendo la línea exacta, sin apuro. No sé cuánto tardé. Ni me importaba. Solo pensaba en él.

    En cómo iba a ser verlo de nuevo. En si me iba a mirar como lo imaginaba. En si iba a ver en mis ojos todo lo que yo venía escondiendo desde que tenía dieciséis.

    En un momento me detuve frente al espejo. Me quedé observándome y respiré hondo.

    —Listo —susurré.

    Pero no estaba lista. No del todo.

    Cuando llegué al bar, las luces bajas hacían que todo se viera más lento, más íntimo, más eléctrico.

    Y ahí estaba él, sentado. Codo apoyado, espalda contra el respaldo, ocupando espacio sin esfuerzo. Con esa chomba negra que le marcaba los brazos tatuados y con esa sombra de barba que lo hacía ver todavía más hombre de lo que recordaba.

    Lo vi antes de que él me viera. O eso creí.

    Cuando levantó la vista y nuestros ojos se encontraron, noté una chispa… como si recién ahora entendiera que yo había crecido, que no era la chica que conoció a través de mis primos.

    Caminé hacia él despacio, consciente de mis sandalias, del sonido suave de mis pasos, de su mirada siguiéndome como si me estuviera probando.

    —Hola —dije, intentando sonar casual.

    —Negrita… —su voz baja, ronca, arrastrada, me golpeó en el pecho— pensé que ya no ibas a venir.

    No dijo más, pero no hizo falta. Ya estaba todo dicho en cómo me miraba.

    Me acerqué a su lado y él me rodeó la cintura con una mano, apenas, como si fuera natural, como si siempre hubiese estado permitido.

    Sentí el roce cálido de sus dedos en mi espalda baja, firme, y el cuerpo me respondió antes de que pudiera pensarlo. Tragué saliva, jugué con un mechón de pelo para disimular, y él sonrió apenas, como si lo hubiera notado.

    Hablamos un rato. De mis primos, de la vida, de los años. Pero en realidad ninguno estaba escuchando del todo. Cada vez que él se inclinaba para decirme algo cerca del oído por el ruido del bar, sentía su respiración chocarme contra el cuello.

    Él se acercó para hablarme algo sobre no sé qué banda que sonaba de fondo, y sus labios rozaron mi aro de perla. No fue un beso. Fue un accidente… o eso parecía. Pero fue suficiente para que el corazón se me escapara del ritmo.

    El aire se volvió espeso. Yo mordí mi labio sin querer. Él lo vio. Y ahí supe que la noche ya estaba marcada.

    A lo largo de la charla él me tocaba como si fuera inevitable: la mano en el brazo, en la cintura, en la curva de la espalda. Cada gesto suyo era más firme que el anterior, más seguro, más dueño del espacio entre nosotros.

    Y yo… yo me entregaba. Sentía mis movimientos volverse más suaves, más conscientes, más atentos a su cuerpo.

    En un momento me contó algo sobre cómo había cambiado de trabajo, pero apenas podía escuchar su voz sin recordar la primera vez que lo vi.

    Tenía dieciséis. Él estaba con mis primos, con esa sonrisa de “yo hago lo que quiero”, ese cuerpo grande, esa forma de caminar. Mis primos lo cargaban, decían que era “el típico machito mujeriego con el que toda mujer se quiere acostar”.

    No estaban tan errados. Y yo, en silencio, había sido una más.

    Volví al presente cuando su mano bajó a mi cintura de nuevo. Mi respiración cambió. La de él también.

    La tensión se encendió del todo cuando él se inclinó para pedir otro trago. Me rodeó con el brazo para que los cuerpos no chocaran con la gente que pasaba, muy natural, muy suyo, y me apretó contra él. No era necesario. No era accidental. Era una declaración muda.

    Me quedé helada por fuera y caliente por dentro.

    Él bajó la mirada a mi boca, apenas un segundo. Y sin decir nada, sin avisar, se levantó del asiento, me tomó suavemente la mano y murmuró:

    —Vamos, negrita.

    No pregunté a dónde. No hizo falta. Mi cuerpo había estado esperando esa orden desde hacía años.

    El camino hasta su departamento fue un borrón de luces amarillas, calles vacías y la seguridad de su paso firme a mi lado.

    Él no hablaba mucho; solo caminaba con esa tranquilidad dominante, como si supiera exactamente lo que iba a pasar al llegar. Yo caminaba con el corazón en la garganta.

    Cuando entramos, me envolvió un aroma a madera cálida. El departamento era masculino, ordenado, silencioso. Un silencio cargado. Casi vivo.

    Apenas cerró la puerta, pasó.

    Él apoyó la mano detrás mío, sin tocarme la espalda pero encerrándome contra la pared. La otra me tomó la mandíbula con firmeza, sin brusquedad, pero con ese tipo de control que no admite duda.

    Sentí un estremecimiento recorrerme desde la base de la columna hasta el pecho. Una mezcla de vulnerabilidad y deseo puro.

    Su mirada me sostuvo ahí, clavada, respirando su aire. Entonces se inclinó y me besó. Sus labios me aplastaron firmes, y luego su lengua entró, profunda y lenta, explorando cada espacio de mi boca como si siempre hubiera sido suyo.

    Me devoró con una urgencia que me dejó sin aire y a punto de rendirme.

    —Mirá lo que sos… —murmuró despacio, con voz baja, casi un gruñido suave.

    No dijo más. Pero yo entendí todo. Mi cuerpo también.

    Me entregué rápido, sin resistencia, como si por fin soltara el hilo que había mantenido tenso durante tantos años. La tensión era tanta que dolía.

    Su mano abandonó mi mandíbula y descendió con una lentitud tortuosa hasta mis tetas. Apretó con fuerza mientras su boca seguía devorando la mía.

    Luego, su mano siguió bajando, se detuvo en la entrepierna y me frotó por encima del pantalón. Un gemido se me escapó contra sus labios. Sentí cómo me empapaba, cómo el tejido se mojaba, delatando el caos que él había provocado en mi cuerpo.

    Yo apoyé mis dedos en su pecho, sin fuerza, apenas un contacto, pero fue suficiente para que él reaccionara: me acercó un poco más, respiró hondo, y ese gesto me derritió de adentro hacia afuera.

    Su cuerpo me guiaba, su silencio hablaba. Yo me dejaba llevar. Toda. Sin reservas.

    Sin soltarme la boca, me guio hacia el dormitorio, caminando hacia atrás sin dejar de besarme, como si supiera el camino con los ojos cerrados.

    Sus manos en mi cintura me marcan el ritmo, y yo solo sigo, flotando en un torbellino de deseo. Cuando mis piernas chocan contra el colchón, caigo hacia atrás con un suave golpe.

    Él se queda de pie, mirándome desde arriba, con una intensidad que me quemaba la piel. Se arrodilla en el suelo, y con una calma que me vuelve loca, desata las hebillas de mis sandalias y las tira a un lado.

    Sus dedos se enganchan en el elástico de mi pantalón y lo baja con un solo movimiento, seguido por la tanga, que me arranca con una impaciencia que me hace temblar.

    Entonces se inclina, abre mis piernas y me devora. Su lengua es húmeda, voraz; me llena de baba, me estira los labios con sus dedos y traza círculos lentos sobre mi clítoris hasta que un gemido largo y ronco se escapa de mi garganta, sin que yo pueda controlarlo.

    Se puso de pie frente a mí, y su silencio era una orden. Me senté en el borde de la cama, a la altura exacta de su entrepierna, y mis manos temblorosas encontraron la hebilla del cinturón.

    El sonido del cuero deslizándose me heló la sangre. Le bajé el pantalón y su pene quedó libre, duro y enorme frente a mis ojos. Lo miré un instante, y luego lo tomé en mi mano.

    Incliné la cabeza y lo introduje en mi boca, despacio al principio, saboreando su piel caliente y su peso en mi lengua. Pero el deseo me ganó y mi ritmo se volvió frenético, hasta que lo sentí golpearme el fondo de la garganta.

    Él entrelazó sus dedos en mi pelo, tiró de él con fuerza y presionó la nuca para empujar más profundo, usándome para su placer, mientras yo me ahogaba en él sin querer que nunca terminara.

    Sus gemidos, la forma en que me sostuvo, cómo mis sentidos se mezclaron, cómo el mundo desapareció detrás del sonido de nuestras respiraciones es lo que más recuerdo de ese momento.

    Me recosté de nuevo en el colchón, con el cuerpo vibrando y el pecho agitado. Él se irguió sobre mí, y con una calma casi metódica, se puso un preservativo.

    Luego se posicionó entre mis piernas, apoyando su peso sobre mis brazos, y mirándome a los ojos, me penetró. El golpe fue profundo, lleno, y me abrió por completo, haciendo que el aire se me escapara en un grito ahogado.

    Comenzó a moverse con un ritmo lento y potente, mientras su boca descendía hacia mi cuello. Sentí sus dientes jugando con la tela de mi musculosa, mordiéndome el pezón a través del corpiño, húmedo y tenso.

    Cada embestida suya era más profunda, más firme, y yo me aferraba a su espalda, arqueándome para recibirlo todo, perdida en la sensación de su piel contra la mía.

    En un momento, mientras la penetración se volvía más profunda y la piel ardía, supe algo con claridad: no era un impulso. No era nostalgia. No era capricho.

    Era él. Era yo. Era todo lo que había esperado desde que era una chica mirándolo desde la distancia.

    Como si leyera mi pensamiento, se retiró de golpe, dejándome vacía y temblando. Con una fuerza bruta, me arrancó la musculosa y el corpiño, exponiendo mis tetas al aire frío de la habitación.

    Se inclinó sobre ellos y los embadurnó con su saliva, lamiéndolos con voracidad, hasta que me tomó un pezón con los dientes y lo mordió con justeza. Un grito se me escapó mientras mi mano bajaba, instintivamente, y mis dedos encontraban mi concha, frotándome sin descanso mientras él seguía devorándome las gomas.

    Necesitaba sentirlo dentro de mí otra vez, con una urgencia que me quemaba. Me di vuelta sola, me apoyé sobre las manos y las rodillas en el borde de la cama, ofreciéndole mi espalda y mis nalgas en una invitación silenciosa.

    Él entendió al instante. Se colocó detrás de mí, agarró mi cintura con firmeza y sin previo aviso, volvió a penetrarme. Esta vez fue brutal, profundo, una embestida que me hizo gritar y clavar los dedos en las sábanas.

    Su ritmo se volvió salvaje, sin piedad. Cada golpe me sacudía por completo, y el sonido de nuestros cuerpos chocando llenaba la habitación.

    Sentí el agudo dolor de su verga contra mi concha, una vez, otra vez, marcándome como suya. Los quejidos que escapaban de mi garganta eran incontrolables, primitivos, una mezcla de padecimiento y un placer tan intenso que me sentía a punto de desmoronarme por completo bajo su cuerpo.

    Él se desplomó exhausto en el borde de la cama, con el pecho subiendo y bajando. Pero yo no había terminado. Me levanté, me paré frente a él y, de espaldas, me guíe sobre su pija todavía dura.

    Volví a sentirlo entrar, y esta vez el control era mío. Comencé a subir y bajar, despacio al principio, ajustándome a su ritmo, mientras él me miraba con los ojos vidriosos por el agotamiento y el deseo.

    Mi movimiento se volvió más rápido, más desesperado. Sentía cómo el orgasmo se aproximaba, una ola creciente que me ahogaba.

    Él se inclinó hacia adelante, sus brazos me rodearon por la espalda y sus manos se cerraron sobre mis tetas, apretándolas con fuerza mientras yo seguía cabalgándolo.

    Su respiración era un jadeo junto a mi oído, y el mundo se redujo a ese movimiento, a esa presión, hasta que el estallido me recorrió por completo en un espasmo incontrolable.

    Mi cuerpo se derrumbó sobre él, temblando sin control por el orgasmo que me había partido en dos. Estaba agotada, rendida, pero él no había terminado.

    Con un gruñido bajo, me tomó por la cintura, me sostuvo y comenzó a moverse desde abajo, ahora con una ferocidad animal. Las embestidas eran brutales, secas, sin compasión, golpeando el fondo de mi cuerpo. Ya no podía moverme, solo recibirlo.

    Con un último espasmo, me empujó de sí con una fuerza brusca. Caí hacia atrás, y mi hombro chocó violentamente contra el respaldo de una silla antes de estrellarme contra el suelo.

    El golpe me robó el aire, pero antes de poder reaccionar, él ya estaba encima de mí, sentado en mi estómago, con los ojos vidriosos y la respiración entrecortada. Tomó su miembro con la mano y se empezó a pajear con una urgencia frenética, mientras yo lo miraba desde abajo, sin poder moverme, con el hombro ardiendo y el cuerpo rendido.

    Solo faltaron unos segundos. Con un gemido gutural que salió desde lo más profundo de su pecho, se corrió. El semen caliente me salpicó el cuello, las tetas, el estómago. Quedé tirada en el piso, cubierta por él, mientras los dos jadeábamos como si nos estuviéramos muriendo.

    Cuando el silencio se calmó y la noche quedó suspendida en ese aire tibio, él apoyó la frente contra la mía, todavía respirando agitado, todavía con la mano en su verga, firme, posesiva, segura.

    —Negrita… —susurró, casi con una seriedad que me cortó el aliento— que buena que sos.

    Sentí un latido fuerte en el pecho. No había dudas. No había preguntas.

    Él me abrazó, apoyé mi cabeza en su pecho y dejé que su respiración me envolviera.

    Volví a mi casa al día siguiente con el cuerpo cansado, el hombro dolorido y una calma rara, dulce, como si todavía llevara su olor pegado a la piel.

    Mientras el colectivo avanzaba, me descubrí sonriendo sola, repasando los besos con los que me desarmó, la forma en que me lamió, la intensidad con la que me la metía.

    Recordaba sus manos recorriéndome como si por fin reclamaran algo que había quedado en pausa por años. Y yo… yo entregándome sin resistencia, por fin viviendo todo lo que había imaginado desde que tenía dieciséis.

    Cuando entré a mi casa y cerré la puerta, me apoyé un segundo contra la pared. Respiré hondo. Me toqué el aro, el collar. Había sido exactamente lo que soñé. Y más. Mucho más. Y mientras me acostaba en mi cama, supe que no iba a ser la última vez.

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  • El viaje perfecto

    El viaje perfecto

    200 días de travesía, 10 días para el destino.

    El zumbido profundo del núcleo cuántico era el único latido que rompía el silencio absoluto de la nave espacial “Aurora Estelar.”

    Desperté del sueño criogénico inducido con un estremecimiento delicioso, si bien faltaban varios dias para llegar a las lunas de júpiter, debía estar despierto antes de la llegada y revisar cada aspecto de la nave, entonces el aire puro inundo mis pulmones y se abrió la puerta de la crio cámara en la estancia presurizada, cuando note mi indumentaria sonreí, me cubría un traje de un negro brillante pegado a cada poro de mi piel, de un material podríamos llamar “latex” caliente por mi propio calor corporal, impregnado del olor penetrante parecido al caucho, sudor y lubricante de silicona acumulado durante semanas de sueño.

    El traje completo —mi verdadera piel durante estos meses— era una obra maestra del encierro total, era un material parecido al látex negro de 0.8 mm de grosor, sin una sola costura visible, moldeado a vacío sobre mi cuerpo en la Tierra antes de partir, este cubría desde los dedos de los pies hasta la coronilla, con pies integrados tipo calcetín y una capucha completa que dejaba solo el rostro libre… por ahora.

    En la entrepierna llevaba una vaina reforzada con anillos internos de nanopartículas que, al activarse, se contraían y vibraban, manteniendo mi pene bien enfundado, como soy rubberista, se encontraba en un estado de semierección permanente y el mecanismo, eficazmente absorbía cada gota de fluido. Otra vaina anal hinchable, igualmente sellada, me permitía evacuar deposiciones sin romper nunca el hermetismo.

    Me incorporé lentamente en la litera. El látex crujió con ese sonido inconfundible, ese “shhhrrrk” que hace que cualquier rubberista se le acelere el pulso. Sentí cómo se deslizaba sobre sí mismo, pegajoso y resbaladizo a la vez, abrazándome más fuerte con cada movimiento.—computadora, informe de estado nave —ordené.

    Mi voz sonó amortiguada; aún llevaba puesto el collarín alto del traje que me llegaba hasta la barbilla.—Sistemas al 98.9 %. Llegada a Luna Calixto en 10 días terrestres. ¿Presurizar cabina?—Afirmativo dije, había que ahoorar oxigeno dentro de la cabina de la nave , entonces llego un momento que disfrute más de lo que pensaba, ya que complete un encierro total dentro de mi traje primero me coloque adicionalmente unos guantes.

    Los tomé del compartimento estanco, un material negro de 1 mm, con dedos separados y puños largos que llegaban casi al codo. Los deslicé lentamente, centímetro a centímetro, sintiendo cómo entraban perfectos, luego un vacío succionaba el aire y los pegaba como si hubieran sido vulcanizados directamente sobre mis manos. Flexioné los dedos: “crrrk… crrrk”. Perfecto. Después, me coloque mi pieza reina: la máscara total de respiración. Era una máscara militar S10 en látex negro brillante en vez de goma verde. Dos grandes filtros P3 laterales, visor panorámico de policarbonato tintado, y un conector central para tubos.

    La parte trasera era una capucha completa de látex con cordones de ajuste. La acerqué a mi rostro y aspiré profundamente el olor: caucho nuevo y mi propio aliento atrapado de días anteriores. Me la coloqué despacio. Primero introduje la barbilla, luego estiré el látex hacia atrás, cubriendo toda la cabeza. Los cordones los apreté con fuerza, uno a uno, hasta que sentí la presión perfecta: el látex se hundió en cada pliegue de mi cuello, las orejas quedaron aplastadas, el visor empañado por mi primer aliento. El sello fue inmediato. El mundo se volvió más pequeño, más íntimo. Solo se oía mi respiración amplificada dentro de la máscara.

    Conecté los dos tubos corrugados negros al reciclador portátil que llevaba en la espalda —un mochila compacta que zumbaba suavemente— y luego el tubo central a la válvula de mi boca. Probé la succión: el diafragma se abrió y un chorro de oxígeno frío y puro me inundó los pulmones. Exhalé y el sonido fue gutural, mecánico, delicioso.Por último, la cremallera trasera del traje completo: desde la base de la columna hasta la coronilla. La cerré yo mismo con una cuerda larga, centímetro a centímetro, oyendo el “zzzip” definitivo que me convertía en una estatua viviente de látex negro brillante. Ya no había piel expuesta. Solo caucho. Solo brillo.

    Solo yo dentro de mi capullo perfecto, finalizando mi ritual con unas botas del mismo material que llegaba hasta mi rodilla. Una vez cubierto un siseo suave llenó la nave indicando se estaba llenando de vacio-.—despresurización finalizada. Despresurizando cabina en 3… 2… 1… El aire se fue. El silencio volvió, roto solo por mi respiración controlada y el leve zumbido del reciclador.

    Entonces la escuché, mi única acompañante en mi viaje, mi androide sexual llamada Lyra, el taconeo metálico de sus botas de látex con plataforma y suela de acero la delato y apareció en el umbral del compartimento. Era una visión imposible: un cuerpo femenino perfecto cubierto por un catsuit de látex negro de 0.6 mm, con corsé integrado que le marcaba su cuerpo. Sus pechos, firmes y prominentes, tenían pezones marcados bajo el caucho translúcido en sus partes intimas.

    Llevaba guantes hasta los hombros y botas que le llegaban a medio muslo, con más de veinte hebillas cromadas cada una. Su rostro estaba cubierto por una máscara idéntica a la mía, pero con visor rojo y un tubo que serpenteaba hasta un reciclador integrado en su espalda. No necesitaba respirar, pero yo había ordenado que llevara máscara y tubos parecido a los mios, escuche su aliento mecánico, el siseo sincronizado con el mío, Se acercó. El látex de sus guantes rozó el mío. “Shrrrrk… shrrrrk…”—¿Desea asistencia, amo? —su voz salió distorsionada por el vocoder de la máscara, profunda y sensual.—ordené – haz este viaje sea más placentero por favor-, mi voz resonando dentro de mi propia máscara. Lyra se arrodilló con gracia felina.

    Sus manos enguantadas bajaron hasta la entrepierna de mi traje, activaron las nanopartículas y sentí cómo mi pene era succionado hacia la vaina, hinchándose al instante hasta quedar atrapado en un tubo interno rígido y vibrante. Un gemido escapó por mis filtros. Primero me masajeó entero: látex contra látex, resbaladizo, caliente, interminable. Sus dedos recorrieron cada pliegue, cada costura, cada válvula. Luego abrió mas la cremallera estratégica de mi entrepierna —solo 15 cm, lo justo— y extrajo mi miembro ya palpitante, envuelto aún en una fina capa de látex transparente que actuaba como preservativo integrado.

    Lo masturbó lentamente, con movimientos expertos, mientras su otra mano jugaba con mis filtros, tapándolos un segundo, soltándolos, entonces me di cuenta había iniciado un juego de respiración que solo sirvió para aumentar mi excitación, controlando mi aire. Cuando estuve al límite, cerró mi cremallera de nuevo, atrapando mi erección dentro de la vaina. Me empujó contra la litera y se subió encima. Abrió su propia cremallera inguinal —un sonido largo y obsceno— y se empaló sobre mí sin prisa. Su vagina sintética era caliente, con texturas internas que se contraían a voluntad.

    Sus caderas se movían en círculos perfectos mientras sus guantes apretaban mi cuello, justo sobre el collarín del traje. No podíamos besarnos. Nuestras máscaras chocaban con un “clac” de policarbonato. Solo podíamos respirar el uno frente al otro, tubos rozándose, filtros siseando al unísono. —Más rápido —jadeé dentro de mi máscara. Lyra aceleró. Su cuerpo robótico imitaba temblores, contracciones, gemidos electrónicos. Cuando me corrí, la vaina absorbió cada gota, reciclando mis fluidos para el sistema de hidratación. Ella siguió moviéndose hasta que su programación simuló un orgasmo brutal: todo su cuerpo vibró, sus tubos se agitaron, un grito metálico salió de su vocoder.

    Después me limpió con su boca-máquina: abrió su válvula oral, conectó un tubo succionador y me dejó completamente seco, todo sin romper nunca el sello. Seguimos asi durante horas, dos figuras negras brillantes, selladas, tubos entrelazados, flotando en gravedad cero frente a la ventana. El cosmos era nuestro escenario y nosotros, dos muñecos de látex vivos, respirando al mismo ritmo, perdidos en el placer absoluto del encierro total.

    Cinco dias después… nuestra rutina continua para mi placer, en un momento estaba presurizada la cabina de la nave aproveche para follar con nuestras caras al descubierto, tenia un bello rostro diseñado según mis gustos personales, bese a mi androide y sus labios eran casi iguales a los de una mujer humana, estábamos en gravedad cero en medio de un coito, cuando apareció en todo su esplendor Júpiter por la ventana, la imponente vista del coloso del sistema solar con sus lunas ya no importaba tanto por cuanto en ese momento solo me importaba la visión de mi androide sexual que tenía frente a mi.

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  • Mi vecino del fin de semana (6)

    Mi vecino del fin de semana (6)

    Quien graba los videos de la fiesta en el bar gay con su celular es Paola, prima de Nina, que está de novia con un hermoso garoto de 25 años, Paulo, estatura normal, pelo oscuro con un mechón rebelde en la frente, ojos negros, labios carnosos con forma de corazón, cuello un poco largo, llamativo y un lomazo espectacular, también bisexual según supe más tarde.

    Los cuatro, o mejor dicho los seis, pasan a un box privado, donde los varones se sientan y se masturban uno al otro. Las chicas los montan de frente, con sus socios sexuales cambiados. Paola sobre Germán, Luli encima de Paulo y Nina cabalgando frenéticamente a Many, todo registrado en vivo para nuestro deleite. Mi mujer y la del Justi tienen orgasmos a repetición en cuestión de minutos, mientras sus machos se besan entre los tres, hacia un lado y el otro, en una danza erótica interminable, hasta acabar llenando de leche las vaginas de ambas y el culo de Paola, según vemos en las repeticiones de los videos.

    El Justi y yo nos acariciamos, besamos y pajeamos mutuamente empalmados y agitados por el show de nuestras mujeres. Le pido a mi vecino que no se corra: -Te la chupo y te monto de nuevo, le digo al oído.

    -¿Las dos cosas? me dice.

    No me hago rogar y me devoro otra vez su poronga con el ritmo y el deleite de todo el día, glande, tronco, huevos, tronco, glande y trago la pija entera hasta su pubis depilado. En una pausa para respirar mientras él me sigue viendo en la pantalla del móvil, lo tomo de las nalgas y levanto su pelvis para ponerme frente a él y acomodar mi verga en la puerta de su ano para ir penetrándolo con delicadeza hasta llegar el fondo, colocando sus piernas sobre mis hombros.

    -¿Nos grabás?, le pido. Graba de nuevo ya no sé con cuál pero me da igual. Empiezo mi vaivén en su culito antes prieto, ahora relajado, me inclino sobre su torso para besarlo con lujuria, me toma de una nalga y me abraza la espalda con sus piernas cruzadas para meterme más dentro suyo. Me pone a mil, acelero mis meneos cuando cierra su esfínter anal para atrapar mi verga y tras varios minutos acabo dentro de su ano.

    Luego de un respiro, sin dejar de besarlo en la boca con frenesí y jadeando por el precioso polvo, me retiro a desgano, acariciando su hermoso torso, me agacho para devorarme su pija húmeda de líquido pre seminal con prisa y sin pausa hasta hacerlo eyacular en mi boca ávida de tragar su leche y dejarlo vacío, relamiéndome de gozo y mirándolo con lascivia a los ojos y al móvil.

    -Esto me gusta cada vez más. No puedo parar, no quiero parar. Necesito que me sigas cogiendo. Quiero más poronga, ruego absolutamente fuera de control. -Pocas veces me sentí tan puto. Me graba también diciendo todo eso.

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  • Perversión absoluta en Tailandia

    Perversión absoluta en Tailandia

    El movimiento brusco me sobresalto, me había quedado dormida con la cabeza apoyada en el hombro de mi hijo, aún faltaban un par de horas para llegar a destino, mi mente se perdió observando las nubes a través de la ventanilla del avión.

    Miraba absorta mientras repasaba mentalmente mi vida en los últimos meses, mi divorcio era demasiado reciente y doloroso, descubrir que mi marido se beneficiaba a mi mejor amiga entre otras, fue el detonante de un matrimonio ya desgastado y corroído.

    Y allí estaba yo intentando enfocar mi vida, sin ningún compromiso, viviendo día a día, minuto a minuto en un viaje que tenía concertado con mi marido hacía mucho tiempo y no pude anular, por lo que antes de perder una buena cantidad lo aproveche llevándome a mi hijo.

    La vibrante Bangkok nos recibió con su clima agradable y caluroso, una ciudad moderna y llena de luces atrayentes, hicimos el chek-in y nos instalamos en la habitación, era amplía con un baño completo y unas espectaculares vistas de la ciudad y sobre el rio Chao Pharaya, la habitación tan solo tenía una cama amplía.

    Mi hijo se duchaba mientras yo deshacía parte de la maleta, no pude evitar apuntar la mirada hacía la ducha, hacía tiempo que no lo veía desnudo y me llamó la atención lo que colgaba entre sus piernas, me di cuenta de que ya no era un adolescente sino que a sus 21 años ya era un adulto, su polla se balanceaba entre sus muslos, en poco tiempo había sufrido una transformación y había crecido más de lo normal era larga y gorda y estando flácida.

    Él levantó su cara y nos observamos por un instante, avergonzada desvié la mirada intentando disimular y me giré colocando algo de ropa encima de la cama, involuntariamente un escalofrío recorrió mi cuerpo y sentí cómo mi intimidad se humedecía, me desnude y me tape con una toalla y cuando mi hijo salió del baño entre yo cerrando la puerta y dejé que el agua cayera por mi cuerpo sin mojarme el pelo.

    Mi mente fantaseo con la imagen de mi hijo desnudo, la falta de sexo desde que me había divorciado me pasaba factura y de que manera, me entraron unas ganas tremendas de masturbarme y tuve que contenerme, mi estado anímico me provocaba unos estados de animo totalmente opuestos en cuestión de segundos pasaba de no tener ganas de hacer nada a un deseo apremiante de follar pronto o me volvería loca.

    Al salir de la ducha me di cuenta que había dejado la ropa encima la cama, salí con los pies descalzos y me senté en la cama, mi hijo estaba sentado en una especie de taburete acolchado que hacía las veces de silla, me puse las bragas sin dejar ver nada de mi, pero me quite la toalla para ponerme el sujetador, observe cómo mi hijo estaba embobado mirándome.

    Me levanté y me puse unos pantalones cortos, una camiseta y unos calcetines con unas cómodas botas, los ojos de mi hijo seguían mis movimientos cómo si estuviera hechizado.

    -¿Qué miras? – le pregunté con una sonrisa.

    -Joder mamá es que aún tienes un buen polvazo.

    Sus palabras me produjeron un evidente nerviosismo y durante unos instantes me quedé paralizada.

    -¡Sé que no soy fea! – le contesté alterada – ¡Pero soy tu madre!

    Salimos de la habitación, durante el trayecto de bajada en el ascensor intenté no cruzar mi mirada con él, pero interiormente me sentía muy halagada por sentirme deseada aunque fuera por mi propio hijo.

    Disculpadme si no me he presentado, me llamó Carmen y tengo 41 años, soy delgada con vientre plano y un culo respingón, mido 1,62 y tengo media melena de color castaño y físicamente tengo unas tetas pequeñas con unos pezones muy puntiagudos de color oscuro y mi chochito esta cuidado con un triangulito de pelo descuidado. Mi hijo se llama Victor, mide 1.75, atractivo y es también delgado con un cuerpo bien musculado.

    Salimos del hotel y nos dirigimos a explorar aquella urbe descomunal, tanto yo como mi hijo dominábamos muy bien el inglés, la primera parada la hicimos en un local muy ambientado con unas mesas y taburetes de madera y con carteles que mostraban la comida local, mi hijo fue a buscar la comida y volvió con dos cuencos de pasta con pescado y dos cervezas locales.

    Seguimos explorando la ciudad y visitamos un mercado local lleno de imitaciones de todo tipo desde relojes, bolsos ropa y calzado deportivo. Ya anocheciendo comimos algo de pollo, cerdo asado y arroz en puestos callejeros. Más tarde llegamos a un típico lugar de Bangkok un barrio rojo, lleno de locales de estriptis, locales muy luminosos y llenos de neón de color rojo, locales pomposos donde en grandes carteles anunciaban los precios de la cerveza (Era lo que atraía a mucha gente, su precio asequible) llenos de taburetes y tarimas donde invitabas a las chicas a beber y algunas subían a bailar casi desnudas.

    El ambiente era festivo y amable, no había malas caras ni sensación de peligro y resaltaba ver tanta depravación combinada con un profundo sentimiento religioso, cuando se dirigían a ti lo hacían bajo un profundo respeto aunque sin tapujos.

    Una de las chicas llamó la atención de Victor, era una chica joven tal vez no más de 20 años, lucía un vestido azul de una pieza con unos zapatos que dejaban ver sus lindos pies, con unos tacones que disimulaban lo bajita que era.

    -Esta chica es muy guapa – le dije.

    -Si que lo es – admitió Victor.

    -Veo como la miras, ¡hijo tienes que ser más discreto!

    -¡Vamos mamá! ¿Tanto se me nota?

    -Tranquilo cariño, ¡Eres un hombre!

    -¡Mamá quiero follármela!

    A mi aquellas palabras ya no me sorprendían nada y le hice un gesto de contrariedad, mi hijo se levantó y estuvo un rato hablando con la chica y los vi desaparecer por un pasillo.

    Yo me distraía viendo un partido de la premier legue por uno de los muchos televisores y bebiendo cervezas, la camarera me traía una cada vez que la veía vacía, varías chicas se me insinuaron para hacer un trio , pero una chica me ruborizo cuando intentó coquetear conmigo y ofrecerme la mejor comida de coño de todo Bangkok.

    Mi hijo salió con una expresión satisfecha y se sentó delante mio pidiendo una cerveza.

    -¡Vaya coñito que tiene! – me dijo.

    -¡No me des detalles! – le dije con una sonrisa -¡Tú follando y tu madre aquí medio borracha ya!

    -Mamá – me insinuó en tono serio y acercando su cara -¡Si quieres follar con alguien yo no te diré nada!

    Me quedé paralizada, sin saber que decir, que hacer, mi hijo y yo manteníamos una relación sincera y abierta, pero aquello rozaba la surrealidad y la cordura.

    ¡Dime algo! –insistió temiendo haber cruzado una línea que no podía deshacer.

    -¡Perdona, me has sorprendido y me he quedado sin palabras! – le contesté abrumada- ¡Es que eres mi hijo!

    No daba credito a lo que estaba sucediendo, pero una intensa y extraña excitación me embargó, solté un buen suspiro y apoyé mi cara en mi mano observando a mi hijo.

    -Desde que me dejó tu padre no he vuelto a follar y has despertado en mi cosas que tenía olvidadas y me has provocado un buen calentón…¿Estás seguro que quieres que folle con alguien?

    -Por mi perfecto – contestó con voz morbosa – ¿Quieres que te busque un tio con experiencia?… O quieres follar con una bollita de estas.

    -¡Vámonos ya! – le supliqué con voz pesada y cansada, las cervezas me estaban haciendo efecto -¡Mañana hablamos!

    Un tuk tuk nos llevo al hotel, eran los taxis de Bangkok que serpenteaban por calles estrechas y llegamos enseguida. Una vez en la habitación del hotel me quite las botas y los calcetines y me hice un masaje en los pies, después me quite el sujetador, no me gustaba dormir con él, tan solo llevaba una camiseta y las bragas, me estire en la cama y me agarré a la almohada haciendo un ovillo en mi cuerpo.

    Mi hijo se puso detrás mío, sentí como sus manos abrazaban mi cintura y se pegaba a mi, sentí que mi piel se erizaba, noté la dura polla en mis nalgas, su aliento en mi cuello, dejó caer su cabeza y me beso el cuello, eran pequeños besos con los labios y su mano se introdujo por me camiseta.

    -¡Por favor para, no soy de piedra! – le supliqué con voz ronca al tiempo que intentaba apartarme de él insistentemente.

    Su fuerza era descomunal y sus brazos me sujetaron fuertemente, manteniéndome pegada a él, su mano alcanzo mi pecho y me pellizco el pezón que se puso erguido y puntiagudo, solté un pequeño gemido, su boca me daba mordisquitos en el lóbulo de la oreja y me producía ligeros temblores.

    Una de sus manos se deslizó por debajo de mi cuerpo y la otra bajó y se juntaron en mis bragas, sentí como sus dedos apartaban mis bragas y su otra mano acarició mi coño, sufrí un temblor involuntario y solté un suspiro placentero.

    -¡Estás muy mojadita mamá! – me susurró a mi oído perdiendo toda su vergüenza.

    Yo ya no me oponía, era incapaz de moverme, sentí cómo sus dedos abrían mis labios y su glande me rozó la rajita, solté un grito de sorpresa, su mano me sujetó fuerte por la cintura y empujó penetrándome, sentí cómo mi coño se estiraba al mismo tiempo que noté un escozor y un quemazón, solté un alarido, noté otro empujón y mi coño cedió a su polla y me la clavo hasta la mitad.

    Sus manos sujetaron mis tetas y mi cintura y empezó a embestirme suavemente, yo le pedí que parara, pero mi cuerpo me desobedecía y mi coño se encharcaba sin que pudiese evitarlo, sus embestidas fueron más fluidas y constantes, yo gemía ligeramente y cada vez más de forma más prolongada, mi respiración se agitó y mi cuerpo sucumbió a lo inevitable y me corrí, mi cuerpo tembló mientras yo dejaba escapar suspiros largos y grititos.

    Él dejó que me recuperara, notaba su polla clavada en mi coño y cómo mis muslos se empapaban de mis fluidos, él levanto mi pierna y deposito mi pie sobre su muslo, bien abierta, me penetró con fuerza y volvió a moverse con fluidez, dejé caer mi cabeza en la almohada y empecé a suspirar de forma agitada mezclándolo con grititos agudos.

    -Cómo me gusta tu chochito – me susurraba al oído mientras aumentaba las embestidas.

    Mis manos se apoyaban en el cabezal para evitar que mi cabeza golpease contra él, mis grititos eran ya de un tono agudo que salían del fondo de mi garganta.

    -¡Más despacio! – le susurré entre gemidos –me duele tan profundo.

    Él dejó de penetrarme profundamente para embestirme con fluidez y constancia, mis gemidos eran ya escandalosos.

    -Me encanta tu chochito mojado.

    Su mano me sujeto por el cuello y me folló con fuerza, me volví a correr, esta vez mi cuerpo tembló de forma violenta, mis manos le empujaron y me aparte de él, saliendo su polla de mi coño de forma abrupta y provocándome un profundo dolor, me quedé un buen rato con las piernas abiertas de cara al techo, mi abdomen se contraía y expandía recogiendo aire de forma agitada, pasaron unos minutos hasta que recuperé la compostura.

    Sujeto mi mano y la llevo a su polla, incorporé medio cuerpo y le sujeté la polla con las dos manos, sabía lo que quería y se lo iba a dar, empecé a mover mis manos y le hice una paja, él empezó a suspirar y aumente los movimientos hasta que empezó a bufar temblando y soltó todo su esperma a chorros.

    Me puse otra vez en posición para dormirme, él me volvió a abrazar y a besarme el hombro y el cuello, notaba su respiración agitada y nos quedamos dormidos en un instante.

    Si alguien quiere darme su opinión, crítica o sugerencia sobre este relato puede hacerlo dejándome un comentario, también estoy abierta a escuchar vuestras fantasías y experiencias.

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