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  • Sometida por la profesora de mi hijo (2)

    Sometida por la profesora de mi hijo (2)

    Después de cenar salí a la terraza a fumar un cigarro, por suerte mi hijo no había percibido mi inquietud, antes de ir a dormir siempre me asomaba a su habitación, estaba delante de la pantalla del portátil con unos auriculares, un simple saludo y me fui a dormir.

    Me costaba conciliar el sueño, mi visualizaba lo que había pasado aquella tarde una y otra vez, me sentía angustiada y temerosa de mi misma, mentiría si no admitiese que me había corrido como nunca.

    Pase discretamente mis dedos por mi vello y me acaricié para asegurarme que estaba bien mojada, mi apetito sexual estaba disparado, decidí dejar lo de dormir para más tarde y me concentré en darme placer y apagar mi fuego interior.

    Mi dedo entraba y salía de mi coño provocándome una sensación de bienestar, estallé en un orgasmo intenso, cerré las piernas y moví el culo de atrás hacia adelante consiguiendo que mis labios se frotasen y alargasen mi placer para después quedarme dormida.

    Jueves noche, mi hijo pasaría el fin de semana con su padre y planifiqué el fin de semana no hacer nada y disfrutar de mi intimidad cuando recibí un whatsapp de Isabel.

    -“Este fin de semana te quiero para mi”

    Mi mente se desquicio, no sabía qué hacer, volví a mirar el whatsapp, me quede paralizada con el móvil en la mano y llego un nuevo whatsapp, esta vez era un video, mi dedo rozo el triangulo y la grabación se puso en marcha, era del despacho de Isabel con una perspectiva del sofá diván en la que yo estaba con las piernas abiertas durante un buen rato hasta que me vestí.

    El corazón me dio un vuelco y todo mi cuerpo se estremeció, ya no solo contaba con las imágenes de mi hijo, sino que ahora tenía imágenes comprometedoras mías y difíciles de explicar, otro whatsapp me volvió a estremecer.

    -“Tu misma”

    -“¿Qué más quieres de mi?” – conteste nerviosa.

    -“Que seas tan cariñosa y obediente como la última vez”.

    Un hubo más contacto, me dormí lloriqueando y totalmente compungida, mi cabeza era un torbellino y no sabía cómo salir de aquella situación y todas las respuestas me llevaban a una conclusión ineludible.

    Viernes tarde, despedí a mi hijo y fui a casa, me duche, mi mente estaba totalmente ofuscada mientras me enjabonaba pero pronto comprendí que era una mujer insatisfecha, mi ex marido siempre estuvo más interesado en el futbol que en atenderme sexualmente y la idea de ser sometida y estar a la merced de Isabel me provocaba una sensación morbosa descontrolada, mientras me secaba me llego un nuevo whatsapp.

    -“Ven vestida cómo el otro día” y me enviaba una ubicación.

    Antes de salir de casa revise mi atuendo una falda ligera, una camisa fina y estampada, en un bolso amplio metí ropa de recambio y unos zapatos. Una vez fuera active el móvil con la ubicación que me había enviado.

    Volvió a mirar la ubicación porque me llevaba al Corte Inglés, concretamente a su aparcamiento, el Whatsapp contenía también una letra y un número que me llevo a la segunda planta y a un aparcamiento alejado y con poca iluminación.

    Salí del vehículo y subí hasta la planta a nivel de calle y me fume un cigarro y luego entre a tomarme un café y espere sentada en una mesa hasta que Isabel apareció, iba vestida de manera informal lo que le otorgaba un aspecto desenfadado.

    Tan solo cruzamos unas palabras y me llevo al ascensor, unas mujeres mayores con un gran carro lleno de compra nos acompañaban. Isabel estaba detrás de mí manoseándome las nalgas de forma descarada sin que las mujeres se diesen cuenta. El ascensor se detuvo en la primera planta y las mujeres salieron dejándonos solas.

    En el trayecto hasta la segunda planta Isabel me quito las bragas sin que yo opusiera ninguna resistencia.

    -¡Quiero que se ventile bien el coñito!

    Las puertas del ascensor se abrieron y ella me empujaba estirándome de la mano hasta el vehículo, una vez dentro me hizo pasar la pierna por encima del cambio de marchas y me obligo a echarme hacia adelante en el asiento quedando con las piernas abiertas.

    -¿Qué me vas a hacer? – dije con preocupación.

    Ella me acaricio el coño con los dedos y sus dedos me penetraron haciéndome soltar un grito y mis manos se agarraron con fuerza al volante.

    -Por favor no me hagas esto – le suplique – Nos pueden ver.

    -¡Tú vas a hacer lo que yo te diga! – Me chillo ella – vas a ser mi putita.

    -No quiero que sigas- le volví a suplicar.

    -Por eso tienes el coñito tan húmedo – me exclamo mientras metía y sacaba sus dedos con fuerza y profundidad -¡Estas deseando que te folle!

    Empecé a gritar y revolcarme echándome hacía atrás y agarrando fuertemente el volante con las manos, mis piernas temblando y mi pie dando golpes en el salpicadero.

    -¿Te gusta que te haga esto? – Murmuraba ella sonriendo -¿Quién va a follar una gordita como tú?

    No pude sucumbir a sufrir un orgasmo brutal a pesar de estar en un lugar público y que pudieran verme, incluso me provocaba un morbo nunca experimentado, mi coño se encharcó y dejo caer líquido encima de la alfombrilla, mire a un lado y a otro y al ver que no había nadie me desmorone sobre el volante temblando y jadeando, al rato le lance a ella una mirada odiosa.

    -¿Vas a ser mi putita? – me dijo ella con una sonrisa.

    Mis ojos decían lo que mi boca no se atrevía y tan solo hice un gesto afirmativo con la cabeza sabiendo que ella me estaba sometiendo y dominando a su voluntad.

    -Tu hijo no va a molestarnos el fin de semana – soltó Isabel con voz autoritaria -¡Así podré follarte sin que nadie nos moleste!

    Dejo que me recuperase y salimos del aparcamiento, me hizo conducir hasta una urbanización apartada. Era un chalet apartado y coqueto con unas bellas vistas al Cantábrico.

    Isabel me giro la cara suavemente y me beso en los labios, metió su lengua en mi boca, mis manos acariciaron su cintura y empezamos a darnos la lengua sensualmente.

    -¡Te vas a volver loca cuando te coma el coñito!- me murmullo mientras me mordía los labios y me llevaba a trompicones a la habitación.

    Yo perdí las chanclas y ella me arrincono contra la pared y me abrió la camisa y sus manos me desabrocharon hábilmente el sujetador y empezó a lamerme los pezones y notó mi excitación y me lo hizo saber mirándome fijamente a los ojos, me mordió los pezones y solté un grito doloroso y placentero al mismo tiempo.

    -¡Te voy a follar como nadie te ha follado! – Me dijo mientras me besaba el cuello y los hombros -¡Gordita!

    -¡No me llames gordita! – le aullé enfurecida.

    -¡Te voy a dejar bien follada! – Me gritó – tu hijo no sabe lo puta que voy a hacer a la gorda de su madre.

    Me empujo encima de la cama y me quitaba la camiseta y la falda y se subió encima de mí mientras nos volvíamos a besar, se llevo mis piernas a sus hombros y empezó a chuparme los dedos de los pies, yo miraba como se metía mis dedos en la boca y los chupaba y los besaba, su lengua se metía entre los dedos y le dedicaba un chupeteo especial al dedo gordo.

    -¿Vas a dejar que te folle?

    Yo estaba muy cachonda y le hice un gesto con la cabeza y ella abrió mis piernas y me pasó los dedos por el coño y me retorcí al notarlo. Me pasó la lengua por la raja y me dio dos lametones, me estremecí y ella empezó a pasar su traviesa lengua por mi coño.

    -Que coñito más apetitoso que tienes gorda – me susurró – tienes un sabor amargo porque no te han follado bien follada.

    La lengua de Isabel recorría mi coño y lo penetraba hasta donde no pensaba que pudiese llegar su lengua, sus dedos me apretaban el clítoris y hacía como que lo mordía y yo me volvía loca y mis manos se agarraban a las sabanas.

    -Ay…Ay… cómo me pones – le dije tartamudeando mientras mis pies temblaban cada vez que su lengua me martirizaba el clítoris.

    -¡Mírame como te como el coño gorda! – Me ordeno – Voy a hacer que te corras.

    Levante la cabeza y vi la cara de satisfacción de Isabel que tenía la barbilla impregnada de mi humedad, un cosquilleo el clítoris y tuve la sensación que me iba a estallar y me sobrevino un orgasmo salvaje, quise reprimirme pera saber que estábamos solas me hizo lanzar un grito de satisfacción y noté como de mi coño salían flujos que empapaban las sabanas, ella lamió mis fluidos y se acerco a besarme.

    Yo lamí su barbilla, el sabor de mis fluidos me gustaba y estaba otra vez cachonda. Isabel paso su pierna por debajo de la mía y se pego a mi cara besándome, pero a medida que se acercaba mis muslos se pegaron a los suyos y nuestros coños se rozaron, noté como su coño estaba mojado, yo era inexperta en las posturas lésbicas e incluso con algunas no lésbicas, mi matrimonio me había sumido en una ignorancia sexual.

    -Vas a gozar cómo nunca lo has hecho – me dijo ella mientras me besaba.

    Una mano me agarro por la nuca y la otra por la pierna y empezó a moverse, nuestros coños se restregaban uno contra el otro y yo empecé a moverme también mientras ella me hacía un gesto con la cabeza de conformidad y me lanzo una mirada placentera, empecé a gemir mi coño se mojaba por momentos y mis manos se agarraron a ella, cada vez estábamos con los coños más pegados restregándonos, sentí un placer indescriptible hasta el momento y observaba como la cara de Isabel se desfiguraba por momentos y lanzo un grito sordo y se corrió, su cara me dio una expresión tan linda que yo me corrí mientras la miraba.

    Nos quedamos un buen rato estiradas en la cama, yo pensaba que habíamos acabado, con mi marido difícilmente me corría dos veces. Isabel abrió mis piernas y metió sus dedos en mi coño y empezó a meterlos y sacarlos.

    -¡Mírame guarra mientras te follo! – me dijo ella.

    -¿Te gusta follarme? – le pregunte.

    -El primer día que te vi ya quise follarte – respondió ella – te vi tan mojigata, tan ingenua que no podía soportar que alguien te follase antes que yo.

    No podía soportar tanto placer, los dedos de ella se metían fluidamente en lo más profundo de mi coño, cuando los sacaba los abría y los giraba y eso me provocaba un placer que no podía explicar, mis piernas flaqueaban y tan solo quería que no parase de follarme y me penetrara aún más hondo y me arrancase otro orgasmo.

    -¡Vas a suplicarme que te folle marrana! – me decía poniéndome más cachonda – veo la cara de puta que tienes… Te voy a follar toda la noche.

    Me corrí chillando como una loca y mis gritos inundaron toda la casa, me derrumbe y mi coño soltó otra gran cantidad de fluidos que volvieron a empapar las ya mojadas sabanas, mi cuerpo convulsionaba inexplicablemente, nunca me había corrido así.

    Isabel puso sus pies en mi boca, los chupe mientras ella me sonreía, le agarre los pies con las manos y los bese y los chupe, me gusto como olían, su sabor y como ella disfrutaba de que lo hicera.

    Ella se sentó en mi cara y dejo caer sus piernas y su coñito cayó en mi boca, empecé a besarlo y pasarle la lengua… el primer coño que me comía y me cautivo su fragancia, notaba como sus piernas temblaban ligeramente, le hice un gesto para saber si le gustaba y ella me hizo un gesto afirmativo, mi entusiasmo era tan fuerte que hasta le metía la nariz en el coño, pude distinguir su clítoris y lo lamí con intensidad, sus manos me acariciaban la cabeza y sus grititos placenteros me daban la certeza que lo estaba haciendo bien.

    -¡Cómeme así el coño! – susurró ella entre palabras roncas – me voy a correr.

    Isabel soltó un grito y su cuerpo convulsiono y sus flujos me invadieron la cara mientras se corría, chupe aquellos flujos que me parecieron como un maná en el desierto.

    Nos quedamos abrazadas un buen rato, ella se fue y volvió con algo en la mano.

    -¡Te he comprado un regalo! – me susurró enseñándome algo que solo había visto por internet.

    Era un plug anal de silicona con el extremo acampanado que quedaba en el exterior llevaba su nombre Pili. Ella empezó a masajearme las nalgas y a mordérmelas.

    -¡Por ahí no! – le advertí chillando.

    Ella hizo caso omiso y abrió un bote de lubricante, untó su dedo para luego embadurnarme el ano.

    -Te he dicho que no me toques ahí – le grité con furia.

    -Voy a darte por el culo gordita….¡Me da igual que seas virgen por detrás! – chillo también ella.

    -¡Te lo suplico! – le dije con los ojos llorosos – No quiero que me hagas eso.

    -No querrás que tu hijo sepa lo putita que te pones- amenazó ella.

    -No me hagas esto – le imploré llorando -¡Respétame!

    Ella siguió hurgando y untando mi ano, yo permanecía paralizada, sabía que iba a hacerlo.

    -¡Relájate! – insinuó.

    Sentí cómo se introducía dentro de mí, lancé un grito doloroso y como me ardía el culo.

    -¡No me hagas daño! – supliqué lloriqueando.

    Ella no se detenía y dejé caer la cara derrotada encima de las sabanas mientras lloraba y gritaba, entre tanto ella me humillaba con sus palabras.

    -Tu hijo no se enterara que la puta de su madre se deja abusar por el culo – dijo ella sonriendo – será otro de nuestros secretos.

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  • Haz lo que quieras conmigo

    Haz lo que quieras conmigo

    El hombre con el que vivo llegará de un momento a otro y estoy tensa. Antes de que alguien juzgue mi situación de manera incorrecta decirles que todo esto está hablado y consensuado, que la puerta está abierta, que soy una mujer con recursos para vivir dos vidas. Que si estoy aquí y vivo esta experiencia es porque me apetece hacerlo.

    Hace dos meses vivía con un chico más joven que yo, un encanto. Sabía tocarme, era romántico, considerado, educado y casi nunca me llevaba la contraria. Me gustaba, claro que sí, pero… era aburrido. No fue culpa suya, simplemente no tenía lo que hay que tener para ponerme en mi sitio. Mí carné de identidad dice que soy una adulta desde hace un par de décadas, pero la realidad es que no lo soy y alguien tiene que ponerme en su sitio. Ojalá que hubiese tiendas donde ir y decir “he sido mala, puedo usar su máquina de castigar”… pero todo el mundo tiene tanto miedo a cantarme las cuarenta.

    Ya falta poco, la cena está preparada, yo estoy preparada para lo que él quiera.

    -buenas tardes cariño. ¿Qué tal el día?

    -de pena… mi jefe es un cabrón, un…

    No sé la razón pero me gusta contabilizar los insultos y tacos que dice mi chico, cuantos más usa más alterado está… por suerte me tiene a mí para relajarse a su manera.

    Hoy voy directa al grano. Me arrodillo frente a la silla dónde está sentado, le bajo los pantalones y los calzoncillos y me encargo de su miembro. Lo agarro, lo beso y lo introduzco en mi boca. El no dice nada pero sé que le está gustando.

    Luego, de repente, me llama “guarrilla” y otras muchas palabrotas que prefiero omitir. No sé el motivo, pero parece que me he ganado unos azotes.

    Me bajo los pantalones y las bragas y me tumbo sobre sus rodillas. Me pellizca las nalgas, me mete su dedo índice por el culo y empieza a palmear el pandero.

    Se quita el cinturón y lo dobla.

    Estoy en el suelo, a cuatro patas, mi cintura entre sus piernas.

    Me arrea con el cinto en el trasero desnudo cuatro veces y tirando el cinturón al suelo pide la cena.

    -Ahora caliento el arroz. -digo levantándome y subiendo bragas y pantalones bajo su mirada.

    Empezamos a comer, uno, dos bocados.

    -inclínate sobre la mesa.

    Obedezco. Dejo el tenedor, me levanto y apartando mi plato apoyó la parte superior de mi cuerpo sobre la madera.

    El también se levanta, camina y se pone detrás y con una mano, en dos tirones, desnuda mi culo.

    Muerdo el labio y espero entre nerviosa y excitada mientras el aire de la habitación acaricia mis glúteos. “¿Me pegará más? ¿me meterá el palo de la escoba por el ano? ¿Me…” El calor de su pene dentro de mi vagina me saca de dudas. Empuja con fuerza una y otra vez. La mesa se mueve y temo que algún plato caiga al suelo. Gimo y pido más, la electricidad recorre mi cuerpo, el placer viene y vuelve y alcanza cotas más altas.

    No creo que hayan pasado más de cinco minutos, pero ha parecido mucho más. Tendría que ir a limpiarme, pero él se ha sentado de nuevo, sin pantalones, con todo al aire, y yo le imito. Los pelos del coño mojados y mis mejillas encendidas.

    -Es mejor quitarse la ropa, hace calor.-dice.

    Se desnuda y yo le imito. Mis tetas al aire, colgando, no importa.

    Hablamos, conversamos de trivialidades mientras comemos y bebemos un poco de vino.

    -tengo que ir al baño. -me disculpo levantándome.

    Notó su mirada en mi trasero, mis nalgas temblonas camino al baño.

    -Espera, te acompaño que acabé -dice de pronto.

    Entramos los dos en el baño y cierro la puerta de manera innecesaria por costumbre. Solo que esta vez no estoy sola, no tengo intimidad.

    Yo me siento en la taza del retrete mientras él, con el pene colgando, echa pasta de dientes en el cepillo.

    Empiezo a orinar.

    Me tiro un pedo.

    Sigo orinando.

    Mi chico me mira y yo enrojezco, pero sigo como si nada cogiendo papel higiénico y secando mis partes.

    El me sigue mirando, su pene creciendo de nuevo.

    Bajo la tapa del retrete.

    -Apoya las manos en la tapa.

    Obedezco inclinándome y dándole la espalda.

    El separa mis nalgas e inspecciona mis agujeros. Luego me penetra por detrás.

    Un, dos, tres embestidas y se tira uno y me da la espalda.

    Y paso mi lengua sobre su apestoso ano.

    -mete bien la cara y la nariz. -ordena

    Espero uno más, pero él se limita a estar quieto unos minutos y luego se va.

    Esa noche, en cama, nos besamos en la boca. Luego, me besa en el cuello y juega con mis pezones haciendo que mi espalda se arquee.

    No hablamos de amor, esto no tiene nada que ver con el amor. Esto, para mí, es necesidad.

    Un día me comentó lo de traer a una chica joven, para jugar con ella. No debí poner muy buena cara. Quizás soy una egoísta o quizás lo quiero todo para mi. “Azótame, juega con mi cuerpo, humíllame… pero quiero ser la única.”

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  • Economista y prosti: Fiesta y nuevos clientes (1)

    Economista y prosti: Fiesta y nuevos clientes (1)

    Hola queridos lectores.

    Por razones de extensión, publico en dos veces, que envío una a continuación de otra. Besos.

    Luego de regresar de las vacaciones, hablamos con Maca y quedamos en encontrarnos para conversar acerca de si aceptaba venir a trabajar conmigo.

    Nos encontramos, imaginen el reencuentro, ¡gastamos nuestras lenguas besándonos!

    Finalmente, resumiendo, acordamos que pasaría a ayudarme part time con investigación y recopilación de datos, para lo cual yo le pagaría muy bien pero menos de lo ofrecido para trabajar conmigo full time. Desea preparar su salida de su actual trabajo y ver si se adapta a sus nuevas funciones.

    Yo encantada igualmente acepté. Quedó para el futuro definir si acepta la función de “secretaria de agenda putesca”, y habló con su marido Javi la posibilidad de comenzar con “trabajo paralelo” ja ja, a lo cual no se deciden. Simplemente le recordé que no corresponde que yo la empuje a eso ni que le ofrezca posibilidades, pero si se deciden si me lo pide con consentimiento personal de su esposo, entonces sí que la ayudaré.

    De todos modos, en la conversación surgió algo muy interesante, y es que cuando conversaron Maca y Javi, él le expresó que estaba contento de que comenzara a trabajar part time conmigo pues así él también podría verme frecuentemente “y Sofi está muy buena”.

    A lo cual mi respuesta fue “¿y si intercambiamos? porque Tommy te desea y podríamos intentarlo”. —Mmm lo pensaré y hablaré con Javi .

    —Sabes que cuentas conmigo y con nosotros, pero por favor, no vayas a forzar nada, si se da debe ser natural.

    Llegamos a fin de octubre, el trabajo de Maca es bueno y útil. Nos amamos un par de veces, nos encanta estar juntas.

    Y, no olvidaré la fecha, el viernes 31 de octubre, a la mañana, estaba yo en mis oficinas, esperando a un cliente “putifino” para un par de horas de servicio, cuando apareció Maca.Besos, caricias, y: ¿Sabés que? Javi acepta intercambio. Pero no por separado, debería ser todos en la misma habitación.

    Eufórica, le dije que no solamente en la misma habitación sino en la misma cama, que ella conoce perfectamente bien y es enorme. Y ya convinimos fijar fecha a la brevedad.

    Pero… siempre hay un “pero”, ocurrió algo que les contaré antes de relatarles nuestro encuentro con Maca y Javi, relato que vendrá después.

    En Uruguay, también en Argentina, y supongo que en otros países, es tradición hacer reuniones de amigos, de compañeros de trabajo o de compañías con sus proveedores y clientes, anticipando las fiestas de Navidad y fin de año.

    Y en la compañía donde trabaja Tommy y cuyo propietario es Sam, organizaron la primera reunión, justamente con proveedores y clientes, para la segunda quincena de noviembre, más concretamente para el viernes 21 la noche. Luego habría otra reunión con todos los empleados y, ya estábamos avisados, una última de Sam con los gerentes y directores y sus familias.

    En la reunión que les relato, del 21 de octubre, participaron proveedores, clientes y sus esposas, esposos o parejas.

    Me adelanto a decirles, que aunque se tengan buenos clientes, siempre debe tratar de incorporar más, de ello depende la prosperidad futura, y así me lo aplico a mí misma.

    No pensaba que en esa reunión pudiera conquistar clientes, directamente, pero haría lo posible por generar interés si es que algún caballero parecía interesarse.

    Se lo dije a Tommy y a Sam en la reunión del jueves anterior, ¡nos seguimos reuniendo todos los jueves, sin falta!

    Ambos estuvieron de acuerdo, siempre que actuara con discreción. Y llegó un pedido adicional de Sam. Unos días después, debía viajar a Punta del Este para encontrarse con dos industriales brasileños, interesados en productos de la compañía de Sam.

    —¿Qué opinan amigos? ¿Estarías de acuerdo Tommy si Sofía me acompaña? ¿Vendrías Sofi?

    —Sé que quieres iniciar esos negocios, dijo Tommy; y si Sofi quiere ir, yo estoy totalmente de acuerdo.

    —¡Voy encantada! Supongo que no va tu esposa Sam, está convaleciente de sus implantes mamarios…

    —Ciertamente, y no le haría ningún bien viajar en esas condiciones, aunque evoluciona rápidamente.

    Déjenme decirles, a modo de íntima confesión, que me encantó la propuesta. Sam me coge muy bien y me trata de maravillas, depósito en mi cuenta, compras etc. etc., encantada de pasar nada menos que tres días con él.

    Llegado el viernes, y en consulta con Tommy, elegí mi ropa para la fiesta.

    Zapatos negros de suela roja, sí, los L… de taco altísimo, 12 cm. Pantalón palazzo negro, ni suelto ni muy ajustado, lo justo como para que se pudiera apreciar, sin mucho detalle, mi trasero.

    Como lencería, un muy sencillo conjunto de tanga y brassier, de tipo sin costuras. Y encima, un precioso blazer corto, a la cintura, apenas más largo que una torera, pero con cuello tipo “smoking”, o sea con solapa, en este caso solapas largas hasta la cintura, prendido con un solo botón de gran tamaño. Todo el blazer negro, pero las solapas en blanco, para contraste.

    Por la abertura de las solapas, y por tener un único botón muy bajo, hubiera mostrado generosamente mis tetas, pero lo evitaba por una pieza triangular de seda negra, totalmente opaca, colocada por dentro del blazer y sujeta a la parte interior de este por velcro.

    Lo liviano del blazer, permitía de cierta manera deducir la forma generosa y firme de mi busto, pero nada más.

    En resumen, creo que estaba muy elegante, un poco seductora (modestia aparte) y cero escandalosa.

    Era lo que correspondía en una reunión de fin de año con esposas presentes.

    Si bien entramos juntos con Tommy, una vez que ya había llegado una buena cantidad de asistentes, nos pusimos a circular por nuestra cuenta, y algunas veces simplemente me presenté como “economista independiente que suelo hacer informes para la compañía”.

    Conversé con varios caballeros y damas, juntos o por separado. Pero mi conversación fue particularmente interesante con un Sr. a quien vi circular separado de su esposa y con otro a quien veía circular solo.

    Ambos al conversar me dedicaban miradas intensas, y se esforzaban por no dejar que la conversación decayera, lo cual nos hubiera separado.

    Uno de ellos demostraba mucho interés en mi faz de economista independiente y de asesora de finanzas personales, el otro, el que había ido con su esposa, se interesaba más que nada en mis estudios, post grado etc.

    En cierto momento se dio lo que yo esperaba, el “soltero” (supongo), alabó mi elegancia, con especial énfasis en mis stilettos (que había observado en detalle mientras estuvimos sentados), y en mi blazer; “qué lástima ese complemento de seda que lleva al frente”. Me sonreí, le guiñé un ojo y le dije “¿cree que podría venir a la fiesta sin ese aditamento en el blazer? Antes de seguir circulando, discretamente, le entregué mi tarjeta de visita (la de economista, no la de putifina), diciéndole que podíamos seguir conversando si él lo deseaba y me llamaba.

    Recibió la tarjeta y viendo la ubicación de mi oficina, dijo que era muy fácil visitarme, pues su propia oficina estaba a diez minutos caminando. Primer objetivo logrado.

    Luego supe que es titular de una compañía importadora de ciertos insumos utilizados en la compañía de Sam.

    El diálogo con “el caballero casado “ se mantuvo con alguna referencia a “mi elegancia”, comentarios acerca de mi estado civil, casada, pues prestó atención a mis anillos matrimoniales, yo uso dos, el de oro liso, llamado alianza, y otro con brillante, llamado solitario. Lamentó tal circunstancia, pero traté de dejar una línea tendida diciéndole que mi esposo está por ahí, me deja conversar tranquila, me da total libertad en todo, y recalqué “en todo”. Y por supuesto le entregué mi tarjeta “por si llega a necesitar de alguno de mis servicios”.

    A lo cual respondió agradeciéndome y diciéndome que viven en Montevideo y tienen granja cerca de la ciudad, donde cultivan ciertos vegetales que procesan en la compañía de Sam. Algo que me atrajo fue que su granja queda al Oeste de Montevideo, como nuestro campo.

    En la fiesta pude conversar un rato con Sam, recogí sus opiniones acerca de los caballeros con quienes conversé (opinó bien de ambos). También conversamos acerca de la próxima escapada a Punta del Este y luego se acercó su Sra. quien me puso al tanto de su cirugía de mejora del busto, de su convalecencia, y de cómo esperaba “mejorar un poco su atractivo”, a lo cual tanto Sam como yo respondimos que sin dudas así sería. Posteriormente vi que ella y Sam conversaban largo y tendido con Tommy.

    Terminamos la noche sin más novedades, pero lo consideré satisfactorio, pues había hecho lo que parecían ser dos buenos contactos. Lo cual me fue confirmado por Tommy, quien tenía referencias en la compañía acerca de ellos, aunque no ha tenido trato personal.

    Y el sábado a eso de las diez de la mañana, yo estaba “en acción” cabalgando sobre un cliente y justamente me suena el teléfono. El cliente me sigue dando y, riéndose, me pide que atienda la llamada. Era el Sr. “soltero”, que se manifestaba interesado en conversar acerca de mis servicios como economista consejera de finanzas personales. Rápidamente fijamos una reunión para el lunes a las 9 de la mañana, mientras yo me esforzaba por no gemir ante los enviones de quien me estaba poseyendo.

    La conversación finalizó con un mensaje de quien llamaré Ernesto: “espero que el blazer de ayer de noche sea parte de su ropa de trabajo”… mensaje clarísimo. Por suerte la llamada duró poco y pude dedicarme a disfrutar del semen que el cliente que estaba atendiendo depositó dentro de mí.

    El fin de semana siguió con mucha actividad, mi cuenta bancaria agradecida, los hombres parecen ponerse más cachondos en los dos últimos meses del año, ja ja.

    Y llegó el lunes. A las 9 en punto Ernesto se presentó a la oficina. Lo recibí de acuerdo a la temperatura interior de la oficina, que mantengo siempre agradable a 23 grados, todo el año. Me había puesto un jean y camisa blanca, nada espectacular, con tacos altos, eso sí, siempre.

    Conversamos largamente “de trabajo”, acerca de mi visión de finanzas personales, de mis informes sobre perspectivas económicas del país etc. ya casi transcurrida una hora, le ofrecí un segundo café (obvio lo había recibido con un primer espresso de cafetera y café italianos).

    Me retiré un momento a la kitchenette, donde había dejado mi ropa de recambio y mientras se hacía el café, me cambié.

    Blazer de la fiesta, pero sin el triángulo “de pudor” que había disimulado mis adorados tesoros, y una mini plisada negra. Cero soutien, pero tenía tanga y liguero negros, y medias de seda negras.

    Le acerqué el café y por cierto no se esperaba la sorpresa. Abrió los ojos desmesuradamente y solamente dijo “Dios mío”.

    Tenía a la vista gran parte de mis tetas y del canal entre ellas y buena parte de mis piernas incluyendo los muslos hasta bastante arriba.

    Le dije: —“Mientras toma su café, le traeré copia algunos informes del pasado, a título ilustrativo, pero debo subir al mueble archivador del piso de arriba”.

    Recuerdan que previo a la entrada a la suite, hay una plataforma en el primer piso, con balcón hacia la sala de planta baja donde estábamos.

    Se imaginan lo que fue mi ascenso y descenso. Al subir, me encargué de mover generosamente mis caderas. Al bajar, lo hice dando pequeños saltitos de escalón en escalón, para que mis tetas se movieran. Y se hicieran notar. ¡Ernesto seguía mudo! ja ja, pero cuando me acerqué a él a entregarle las copias de dos informes, atinó a hablar.

    —Sabía que lo que veía en la fiesta era la punta del iceberg; ¡pero no imaginé la belleza total del iceberg!

    —Ayyy Ernesto, que gentil. Solamente estoy respondiendo a su inquietud por ver el blazer sin el triángulo de seda que lo hacía apropiado para la fiesta. De ninguna manera me hubiera presentado así ante decenas de personas.

    —Pero lo estás haciendo ante mí… vamos a tutearnos por favor.

    —Es que… no sé, lo hice porque siento una cierta confianza mutua, nadie va a enterarse de que me has visto así.

    —Es que ya no me alcanza con verte así…

    —¡Ernesto! Parece que aspiras a ciertas cosas de las que no hemos hablado.

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  • De caliente heterosexual, a caliente homosexual

    De caliente heterosexual, a caliente homosexual

    Me divorcie a los 49 años, mi mujer era una exquisita hembra muy buena en la cama, pero neurótica a decir basta. Logre mantener una buena relación con mis hijos y comencé a tener novias a las que podía llevar a mi departamento pues comencé a vivir completamente solo. Despues de un año de divorciado, calculo que me tire unas 10 chicas, desde la mujer del aseo del departamento vecino, hasta la hermana de mi ex, mi ex cuñada, a quien siempre me quise follar.

    También me tiré a una amiga de mi hija, una deliciosa flaca de 23 años… en fin. La lista crecia año tras año. Para el tercer año de divorciado me había tirado a mas de 20 mujeres y hay que decirlo bien, el 90% de ellas andaba en busca de un marido y yo siempre prometi matrimonio, ¡de otra forma es imposible acostarse con tanta mujer!

    Una tarde, me llama José un viejo amigo que además es dentista de la familia, me cuenta una larga historia donde finalmente resultó que se tiraba a un chico gay: José estaba saliendo del closet y se declaraba gay, me rei, medite una tarde y cerre en mi cabeza el episodio, hasta que Jose quiso presentarme a su chico, claro, me divertiría mirando a los mariconcitos un rato asi es que los invité. Cuando llego José, entro, venia con una mujer preciosa, de tetas pequeñas pero perfectas y un culo maravilloso. Discretamente le pregunté por su chico y me hizo una mueca… esa cosa que había entrado maravillosa y bella, era él, Armando.

    No lo podía creer, siempre pensé que me presentaría a un maricon feo, una parodia de mujer pero no, esta era realmente una mina. Muslos perfectos, culo hecho a mano, hermosa de cara. Ademas simpática e inteligente. Me conto que se llamaba Armando y me dijo que se había atrevido a venir pues le dijeron que yo era un tipo de mente abierta “… y ahora veo que además eres guapo”; asi ya que se siente en confianza con los amigos de su novio. Estuvimos hasta las 3 de madrugada y se retiraron. Volvi a mirar una y otra vez a Armando y estaba delicioso. O deliciosa…

    Dormi pensando en que me había pasado algo raro, era la primera vez que me gustaba un hombre, aunque esto era mas bien una mujer… exquisita además. Me masturbé pensando en el chico.

    Jose y Armando fueron dos veces mas a mi departamento todas las veces disfrazada de mujer y cada vez mas provocativa que la vez anterior. La ultima vez Jose y Armando terminaron ebrios de wisky y como no podían conducir su auto los invite a alojar. Cuando me acosté, en mi mente giraba la imagen de mi amigo follándose a su novio. No podía dormir. Fui al baño y al volver, efectivamente Armando estaba cómodamente cabalgándose a mi amigo, pero ojo, habían abierto la puerta, casi en plan mostrarse. Quedé atónito, era la primera vez que veía dos hombres tirando, aunque Armando tenia tetitas, anchas caderas y preciosas piernas.

    Me vio, se tapó con la sabana y pedi disculpas, “no te preocupes cariño me dijo Armando, fuimos nosotros los impertinentes, aunque Jose duerme…”. Efectivamente mientras Armando se tiraba a mi amigo, éste dormía profundamente; me retire a mi pieza, 20 minutos mas tarde siento que alguien va al baño, de regreso Armando se detiene n mi puerta y me comienza a hablar, vestido solo con un cola less negro me dice que José duerme y que ella se siente mal, me levanto y le ofrezco pastillas para el dolor de cabeza.

    La miro y observo que esta depilado entero, cuerpo perfecto, un diminuto pene colgaba entre sus muslotes preciosos y que el calzón no alcanzaba a cubrir; mi pijama mostró mi erección y enseguida, Armando me toma la cara y me besa. “me gustaste desde que te vi por primera vez, eres un maduro exquisito” me dice. Toqué sus nalgas, perfectas. Toque su cadera: perfecta, baje y palpe sus muslos: perfectos. El en cambio me agarra la verga, se arrodilla y me la chupa como una puta caliente. “… eres un maduro precioso, sabia que estabas bien provisto”.

    Armando estaba feliz engulléndose mis 22 cm de pene. Lo lleve a mi cama, lo puse boca abajo subí su culito con una almohada y lo penetré. Estuve 15 minutos dándole hasta eyacular… tratamos de no meter bulla y todo fue en silencio. Al pararse note que Armando tenia su diminuto pene erecto, me abrazo, se rio y me dijo “no me dejes asi”. Se sentó a la orilla de la cama, abrió sus muslotes blancos, preciosos y me arrodille para hacerla feliz. No duró nada, pero descargo litros de semen en mi boca. Se fue a dormir con mi amigo y al dia siguiente desayunamos sin decirnos nada, salvo buenos días. Jose nunca supo.

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  • Mi joven esposa (6): Cayendo en la trampa de don José

    Mi joven esposa (6): Cayendo en la trampa de don José

    La vida naturalmente seguía su curso, un par de ocasiones nos habíamos permitido llevar a cabo nuestras fantasías, lo vivido sexualmente ayudaba a incrementar el deseo como pareja, sin tener repercusiones negativas ni celos absurdos, la perfecta combinación de morbo y placer sin consecuencias. Pero tras la adrenalina del momento, asumimos de nuevo nuestro rol como matrimonio, continuamos laborando y manteníamos las relaciones con amigos y familiares, fue casi acabando el año, que algunas cosas nuevas ocurrirían.

    Una tarde de noviembre, volvíamos de las compras de fin de semana, organizábamos los víveres necesarios para pasar la semana sin complicarnos la existencia, esto era ya una costumbre, todos los sábados a medio día salíamos y volvíamos pasadas las 3.

    En el conjunto de departamentos también vivía la ya antes mencionada tía Carmela, hermana de mi padre, nosotros estábamos apenas en el de arriba de ella, por lo que tenemos que subir escaleras y pasar por ahí para llegar hasta nuestro departamento, pues esa tarde, cuando apenas entramos por la entrada principal, iba saliendo ni más ni menos que don José, no supimos de qué departamento venia y tampoco nos hicimos malas ideas, paso a un lado de nosotros y nos saludó, sin hacer mayor conversación, continuó su camino hacia la otra cuadra donde estaba la vecindad donde él vivía.

    Pasamos desapercibida la situación, habría venido con algún otro vecino, él siempre había vivido en el barrio y no era extraño que conociera a prácticamente todos los vecinos, además, don José ya no era parte de nuestras conversaciones en la cama, las recientes experiencias lo habían desplazado y por lo conversado anteriormente, no parecía que tuviera sentido seguirlo incluyendo, también había dejado de esperar a Yes, se habría aburrido de esperar respuesta o vio que no llegaría a nada, fuera lo que fuera, el tema había quedado zanjado.

    Una noche, tras quedarnos en silencio, escuchamos algo que para nosotros era extraño, mi tía Carmela estaba separada, no había consumado el divorcio, pero su esposo hace mucho que no vivía con ella, sus hijos ya mayores sólo la visitaban de vez en cuando, vivía sola y prácticamente nunca llevaba a nadie, pero esa noche, estábamos seguro que había alguien con ella en su departamento. Por un lado, creíamos que era justo, aunque siempre que teníamos relaciones intentábamos mantenerlo en el mayor silencio posible, seguro que algunas veces nos habrá escuchado, así que si esa noche era su desquite estaba bien.

    Al principio estábamos atentos, pues nos intrigaba lo que ocurría, pero no pasaba mucho, solo se escuchaban pisadas y algún movimiento, seria alguno de sus hijos entonces, Yes se durmió y yo estuve un momento más, revisando algunos pendientes de la oficina, ya pasada la medianoche, me pareció escuchar una discusión no muy fuerte, pero con la voz alzada, se dejó de escuchar y pensé que eso era todo, me dispuse a acostarme y alcance a distinguir un ruido distinto, en esta ocasión definitivamente eran de sexo.

    Cuando me recosté en la cama inevitablemente Yes me sintió y se despertó, con el dedo le hice señas de que no hiciera ruido y escuchara, cuando lo percibió se le dibujo una sonrisa, la tía Carmela estaba teniendo sexo debajo de nosotros, no es que fuera malo, pero reiteramos que para nosotros era una situación anormal.

    Nos quedamos escuchando y parecía que lo estaban pasando muy bien abajo, los gemidos de mi tía eran evidentes e intensos, la persona con la que estaba también se hacía notar con bufidos fuertes, era obvio que de un hombre ya mayor, la situación nos calentó y tuvimos sexo mientras pasaba lo mismo abajo, dejamos de escuchar y nosotros continuamos, nos percatamos que salieron de su departamento, seguramente lo llevaría afuera, nosotros terminamos con lo nuestro y así quedo la historia de aquella noche.

    Cuando la volvimos a ver, no tocamos el tema, nos parecía una falta de respeto hacia su privacidad, pero ella si nos comentó que los vecinos tenían planificado llevar a cabo una posada en diciembre y que le habían pedido que los de nuestro conjunto de departamentos pusiéramos las piñatas, muy populares en nuestro país (México por si no lo había mencionado), a lo que no tuvimos negativa para participar.

    Así pasó ese tiempo hasta diciembre, algunas noches volvió a ocurrir lo de su visita nocturna, terminaba de la misma manera, solo se iba y ya, de poco en poco la duda nos generó interés por saber quién era, así que una noche optamos por asomarnos para ver quien era la persona, vaya sorpresa que nos llevamos, era don José.

    Nos quedamos perplejos, no imaginábamos que algo así estuviera ocurriendo, mi tía era por decirlo soltera, pero don José era casado y apenas vivía a unas casas, no nos metimos más y lo dejamos así, decidimos ya no escuchar más y dormirnos, así fueron algunas noches hasta que en una ocasión me desperté por una extraña sensación, percibí un movimiento anormal en la cama, me quede quieto por un momento intentando discernir y en efecto, era Yes, se estaba masturbando mientras abajo se escuchaban aquellos ruidos, decidí no molestarla y dejarla terminar, su respiración se agito y soltó un gemido leve mientras arqueaba la espalda, finalmente se recostó y volvió a dormir.

    Llegaba otra noche de visita y era la misma historia, fingíamos desinterés por la situación y yo me hacía el dormido, al poco tiempo Yes volvió a estimularse y yo me mantenía sin hacer movimientos, así, una noche cuando se escuchaba que salían Yes se levantó y se asomó por la ventana que daba hacia la salida, se quedó mirando un rato con sus manos acariciando sus pechos y rozando por encima su vagina, fue al sanitario y regreso como si nada, esta parte de ella me parecía muy excitante, cuando escuchaba que don José estaba abajo, se preocupaba por ir a dormir y evitaba que tuviéramos intimidad, se reservaba para escucharlos, estaba a la expectativa de lo que hacían, era evidente su deseo, “quería estar en su lugar”.

    Se acercaba la fecha de la posada, los vecinos preparaban sus cosas y como habíamos quedado nosotros nos ocupamos de las piñatas y los dulces, le dimos la parte que le correspondía a nuestra tía, ella se encargó de conseguir las cosas y las guardó en su departamento, don José era quien llevaba y traía cosas, no solo de las piñatas sino de todos los vecinos, la vecindad donde vivía era la principal organizadora ese año, así era como evitaba que su esposa sospechara su aventura.

    El día llegó y todos los vecinos se reunieron fuera de la vecindad, se realizó de manera tradicional y en medio de las oraciones se retiraron mi tía, don José y algunos otros que tenían que preparar algunas cosas más, unos minutos más tarde, Yes me dice que mi tía le envió un mensaje, necesitaba ayuda para llenar las piñatas de dulces, fuimos y solo estaba ella, le ayudamos y me pidió que las llevará hacia la vecindad, así lo hice, ya que yo las lleve, me pidieron que ayudara a amarrarla y a sostenerla mientras la rompían, como eran varias, pasé bastante rato ocupado, aun así pude notar que mi tía ya estaba entre la gente pero mi esposa aún no.

    Termine y regrese a donde estaba la gente, la buscaba, pero sin ser muy notorio, no quería que se hiciera un escándalo por ello, a los 15 minutos la vi de vuelta, me acerque y la note nerviosa, me vio y me saludo como si nada intentando ocultar sus nervios, no la quise cuestionar en ese momento, así que continuamos con la convivencia del barrio, don José estaba con sus amigos y su esposa, por ratos sacaba a bailar a mi tía, de repente, de forma descarada desaparecieron de la vista de la gente, Yes estaba cansado y me pidió que nos retiramos al departamento.

    Una vez solos pensé en cuestionarla, pero abajo ya se escuchaban los ruidos habituales, increíblemente los amantes se habían aprovechado del bullicio para ir a su rincón, además, estaba cansado como para discutir por lo ocurrido y admito que la fiesta nos había puesto de buen humor, antes de proponerle algo, Yes ya estaba desnudándose y arrojándose sobre mí, apenas la toque por debajo y note la erección de sus pezones, la sensibilidad en cada roce de piel y, sobre todo, la humedad en su sexo.

    K: ¡escucha bien como lo están pasando abajo!

    Y: si, se oye que lo están pasando genial

    K: ya llegaron, es hora de que tu llegues, ¿o te falta estímulo?

    Y: ya casi

    K: ¿escuchaste como gime mi tía?, seguro que don José es un animal

    Y: si, seguro que la tía Carmela lo disfruta

    K: y pensar que se atrevieron a escaparse mientras allá afuera está su esposa

    Y: no creo que les importe mucho

    K: yo tampoco, don José es un sinvergüenza, un hijo de puta que hace lo que se le da la gana

    Y: ¡siii!

    K: a lo mejor por eso le gusta a mi tía

    Y: si, seguramente es por eso

    K: es un cabrón

    Y: ¡siii!

    K: ¿no te da envidia?

    Y: envidia de que

    K: de que mi tía se de a don José

    Y: claro que no, bien por ella, ¿por qué me daría envidia?

    K: porque, a lo mejor te gustaría estar en su lugar

    Como si de un reto se tratara, buscamos hacer el mayor ruido posible intentando ganar a la pareja de abajo, el ruido en los dos departamentos se compenetra, los gemidos y gritos de mi esposa y de mi tía se podrían escuchar en la calle, si no fuera porque la música con un alto volumen lo impedía. Los gemidos de abajo se intensificaban y mi esposa se movía cada vez más rápido, se estimulaba y disfrutaba del concierto de abajo, hasta que se escuchó como llegaban al orgasmo, yo también acelere buscando el suyo, la mire y observe su rostro mientras tenía un increíble orgasmo, a la vez que lo mismo pasaba abajo, se mordía los labios y soltaba gemidos.

    Y: ¡mmm! ¡Siiii, mmm que ricooo!, ¡ay, don José!

    Apenas lo pude discernir, pues hablaba muy bajo, pero eso ultimo me hizo venirme y soltar todo dentro de Yes, ya más calmados, en los dos departamentos había silencio, el cual se rompió con la salida de los amantes de vuelta a la calle, nosotros quedamos agotados y preferimos dormir aun con el ruido de afuera.

    Por la mañana volvimos al trabajo y no se tocó el tema, con la fiesta de fin de año tampoco hubo muchos momentos para hacerlo, llego navidad y la pasamos en casa de su mamá, en un pueblito como a dos horas del nuestro, para fin de año tocaba ir a casa de mis padres, pero por un imprevisto de ellos no iban a estar, por lo que nos tocaba quedarnos en casa sin ningún plan. Esos días fueron normales, Yes salía temprano y volvía a su hora regular, su ánimo estaba bastante alto, el sexo de abajo se había pausado, supongo que las dos partes tendrían reuniones familiares que atender, así que nada nos perturbaba, hasta que la noche del 29 de diciembre, Yes llego con cara algo seria y se sentó en la mesa con una clara actitud de “tenemos que hablar”.

    K: que pasa, algo serio

    Y: pues no, no se… algo

    K: solo dilo, no me gusta que le des rodeo a las cosas

    Y: bueno, recuerdas que no teníamos plan

    K: bueno sí, lo pasaremos aquí o no

    Y: si, pues algo se presento

    K: solo dilo

    Y: platicaba con tu tía y le comenté de cómo habían cambiado los planes, quise saber si ella iba a estar y en efecto no tiene plan de salir

    K: entonces, ¿la pasamos con ella?

    Y: si y no

    K: no comprendo

    Y: me dice que la invitaron al fin de año en la vecindad, si nosotros quisiéramos, podemos ir

    K: ya, ¿y supongo que dijiste que no?

    Y: le dije que lo pensaríamos

    K: ¿y qué tenemos que pensar?

    Y: pues, no tenemos plan

    K: ¿de verdad quieres ir?

    Y: ¿qué tiene de malo?

    K: bueno, nada, pero es algo raro, no es que nos llevemos tan bien con ellos

    Y: pues en la posada fueron bien las cosas

    K: si, pero eran todos los vecinos, no solo los de la vecindad

    Y: bueno, entonces no (con cara de chantaje)

    K: ok, supongo que podemos ir un rato y ver qué pasa

    Y: ya verás, no será tan malo

    Esa noche no me fue fácil dormir, me cruzaron mil cosas por la cabeza, aun no despejaba mis dudas de lo ocurrido la noche de la posada, que tan prudente podría ser ir directamente a la vecindad, el hecho de que pudiera haber algo más detrás de lo que me pedía Yes me inquietaba, con todo eso en mente, tuve una erección, el pretexto ideal para buscar dormirme tras masturbarme, decidí esperar a que Yes se quedara dormida y me quede quieto, pero vaya sorpresa, el movimiento en la cama se hizo presente.

    Ella me había ganado la idea y ahora se masturbaba justo a mi lado, se tocaba por encima con una mano y con la otra se estimulaba la entrepierna, tras unos minutos llegó un suspiro intenso y el orgasmo que lo acompañó, se levantó al sanitario y al volver revisaba su celular, escribía algunas cosas, tras un rato se aburrió y se dispuso a dormir, cuando por fin me convencí de que el sueño la había alcanzado, me dispuse a lo mío, aunque la verdad ya no pude, lo ocurrido me había dejado congelado, Yes continuaba con esas muestras de deseo sexual justo después de decidir que iríamos a pasar el fin de año en la vecindad, que habría en su mente, estaría jugando conmigo o ya tenía un plan, todo esto se desvaneció cuando al fin el cansancio terminó conmigo.

    El penúltimo día del año fue calca del anterior, la misma conversación, yo aun no estaba seguro de querer ir pero termine cediendo a su ahora capricho, no busque el sexo ni ella tampoco, de nuevo se consoló sola, reviso el celular, ahora estuve seguro de que envió mensajes y se durmió. No soy de los que invaden la privacidad de la pareja, así que no lo hice, me quedé con la duda, esa duda que siempre hace pensar en lo peor e imaginando justo eso, me masturbe y después, me quedé dormido.

    Al día siguiente yo tuve que trabajar medio día, ella se quedó arreglando algunas cosas en casa y para arreglarse ella misma contando con todo el día, salí a las 3 de la tarde y volví a casa, ella no estaba pues se había ido a hacerse el cabello, uñas y ya saben, todo lo que ocupa una mujer en ese tipo de ocasiones, llego alrededor de las 6, me saludo y fue a vestirse, desde que la vi con su cabello ya se veía espectacular, sus chinos recién hechos, el cabello ahora totalmente negro, las uñas rojas, lo que indicaba que el labial seria del mismo color para combinarlo, la espera fue tortuosa pues yo me ocupe de lo mío en poco tiempo, cosa de hombres.

    Mientras me arreglaba note la ropa que llevaría debajo, cachetero de encaje negro y un brasier que le hacía conjunto, termine y ya la esperaba en la sala viendo la televisión cuando ella irrumpió, como había anticipado, estaba espectacular, se había puesto un vestido corto de color negro, zapatillas de tacón alto del mismo color, medias negras a media altura y los labios los llevaba de rojo intenso, perfectamente maquillada y con unas pestañas que te obligaban a mirarla, la tome de la cintura y la quise besar, ella me detuvo justificando que se arruinaría el labial y el maquillaje.

    Y: más tarde tal vez

    K: yo te deseo ahora

    Y: en serio, se arruinará todo mi esfuerzo

    K: no puedo esperar hasta la noche

    Y: tendrás que

    Ya un poco molesto, decidí ser directo.

    1. ¿pasa algo más verdad?

    Y: ¿de qué hablas?

    K: no solo me insististe mucho en ir, sino que también te arreglas de forma exagerada

    Y: no porque sea una fiesta de barrio no significa que no me puedo vestir así

    K: siempre nos hemos sabido comunicar, es mejor que hables con la verdad

    Tras pensárselo un momento, de nuevo hablo.

    Y: está bien, quería decírtelo después, pero creo que necesitas saberlo ahora

    Me relató lo siguiente, el día de la posada, había venido a ayudar a mi tía, eso era verdad, estaba rellenando las piñatas en compañía de ella y de don José, cuando mi tía tuvo que salir y los dejo a solas, don José comenzó a tornar la conversación hacía temas más íntimos.

    DJ: discúlpame si les causamos molestias a ti y a tu marido

    Y: ¿a qué se refiere?

    DJ: no tienes que ser reservada, me refiero a los ruidos en la noche

    Y: no, bueno, es que tampoco debe disculparse, ustedes son adultos y saben lo que hacen

    DJ: no vayas a pensar mal de mi

    Y: ¿Por qué?, ¿por qué está casado o por qué la tía Carmela aún está casada?

    DJ: en parte, no es que me justifique, pero las cosas simplemente se han dado, no quiero que les sea incómodo verme por aquí

    Y: no nos incomoda, usted sabrá lo que hace, a quien engaña es a su mujer

    DJ: si, bueno, si se entera

    Y: ¿encima quiere que guardemos silencio?

    DJ: no se los estoy pidiendo, tampoco me preocupa mucho que se entere mi esposa

    Y: si no decimos nada es por la tía Carmela, así que ande sin cuidado

    DJ: ¿Así que soy bienvenido en tu casa?

    Y: jaja, en la de mi tía

    DJ: bueno, en el edificio, a tu casa ya veremos

    Y: no sea tan atrevido

    DJ: solo decía, como visita tal vez, no creo que le moleste a tu marido

    Y: usted que sabe, no lo conoce

    DJ: un poco, desde niño lo veía en la calle, ya de adulto poco, aunque parece buena gente, me recuerda a mi mujer, me refiero a mi esposa

    Y: ¿pues cuántas esposas tiene?

    DJ: esposa una, mujeres varias, son casadas así que solo son prestadas, entre ellas Carmela y la que se sumará

    En ese momento la tomó de la cintura y le dio un beso, ella estaba congelada, sus palabras la habían molestado, pero algo en ella se sentía sometida, por lo que tardó en despegarlo de su boca propinándole una cachetada.

    DJ: así son todas, primero no se dejan, pero después me lo piden a gritos como tu tía

    Ella salió de ahí, y regreso a la posada, tenía miedo de contármelo en su momento por los problemas que eso pudiera generar, pero no terminó ahí, los días posteriores don José la esperaba de nuevo por las mañanas, aunque salía con la disposición de no subir a su camioneta, cuando se daba cuenta ya estaba arriba con él, ahí don José se disculpó, la trato bien unos días, como si no le hubiera faltado al respeto antes y aprovecho.

    DJ: me has comentado que no tienen planes para el fin de año

    Y: así es, lo pasaremos solos en casa

    1. Nosotros realizamos un gran convivio cada año, si gustan están invitados

    Y: no creo que mi marido acepte, menos después de que le diga lo ocurrido

    DJ: o sea que aún no se lo has dicho ja ja

    Y: claro que no, no quiero problemas

    DJ: muy bien nena, mensaje recibido

    Y: ¿de qué habla?

    DJ: de nada, sino se lo has dicho es por algo

    Y: ya se lo dije, no quiero problemas entre ustedes

    DJ: no quieres problemas para él

    Y: ¿me está amenazando?

    DJ: no, solo digo que tu marido es muy joven y tranquilo, no creo que quieras verlo confrontarme

    Y: … (silencio)

    DJ: ya está bien, prefiero usar mi energía en otras cosas, ya te enseñaré, por mientras quiero que vengas a la fiesta

    Y: ya le dije, mi esposo no aceptara, no quiero meterlo en problemas

    DJ: pues ya los tiene, tú eliges, ¡me desquito con él o contigo!

    Y: … (silencio)

    DJ: así me gusta, solo dile que los invita tu tía, ya verás que acepta, si no, convéncelo, pero te quiero ahí

    Me quedé helado, era bastante fuerte lo que había ocurrido y no me lo había querido decir antes, lo peor, es que había hecho exactamente lo que le pidieron, sabía que estaba muy extraña, ahora sabía por qué.

    Y: como dije, no quiero meterte en problemas

    K: no creo que pase nada, solo está hablando por hablar

    Y: puede ser, pero si prefieres quedarte te entenderé

    K: nos quedamos entonces

    Y: no, puedes quedarte, pero yo iré de igual forma

    K: pero ¿qué dices?

    Y: ya me arreglé para ir y si voy, le pondré fin al problema

    K: ¿crees que solo te presentaras y ya?, ¿no crees que tenga otras intenciones?

    Y: imagino que las tiene, pero ya di mi palabra que iremos

    K: ¿y lo harás solo porque te lo dice?

    Y: ya sé que sueña extraño, pero si, voy por que me lo pidió, pero ya que soy sincera debo decirte que tengo curiosidad, todo lo que hemos fantaseado con él me han hecho querer seguir el juego, aun sabiendo el riesgo que conlleva

    K: es verdad que hemos jugado y tenido fantasías usando su nombre, pero creí que ya lo habíamos dejado atrás

    Y: y así era, hasta que empezó a venir con tu tía y pasó lo que ya te conté

    K: no se que mas decirte, no me agrada la idea

    Y: tampoco me agrada, la situación me da mucho miedo, pero también me atrae, hemos estado haciendo esto del cuckold con otros y siempre nos hemos comunicado y estado de acuerdo

    K: esto no será como las otras veces, don José no es del ambiente

    Y: ya lo sé, si le dijéramos no creo que te quisiera ahí presente

    K: ¿me estás pidiendo que te deje a solas?

    Y: te estoy pidiendo que, así como yo entiendo y cumplo tus fantasías, tú me entiendas con las mías, además, solo es un supuesto, nada nos asegura que algo pase entre tanta gente, yo solo quiero ir y jugar con él, bailar, coquetear y volver a casa a desquitar mis ganas contigo

    Tenía razón en varias cosas, en su momento ella había aceptado llevar a cabo la fantasía, siempre estaba nerviosa cuando salíamos y los terminaba venciendo, ahora me pedía que yo enfrentará esos nervios y la apoyara en su decisión, aunque cruel para mí era lo justo. Tras sus argumentos, no me quedó opción más que aceptar ir a la fiesta, y seguirle el juego a Yes, salimos hacia la vecindad, mientras caminaba no podía evitar observar de nuevo lo perfecta que se veía, en ese momento caí en cuenta de que mi esposa se había esforzado mucho en arreglarse, pero mientras lo hacía, probablemente no era yo quien estaba en sus pensamientos, sino don José.

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  • La hija del posadero

    La hija del posadero

    Ese día, Eunice se había vestido “para matar”. Carlos evitó mirarla de arriba a abajo y fingió concentrarse en su cara, pero, tan pronto la vio llegar por la estrecha calle que conectaba la plaza con el teatro, empezó a reconstruir mentalmente su figura, para mirarla con descaro a través de los ojos de la imaginación.

    En la plaza en la que acordaron verse, Eunice y Carlos se saludaron con un beso en la mejilla y se encaminaron al bar. “Vestida para matar”, pensó él, cuando ella se le adelantó un poco y pudo verla desde atrás: Eunice llevaba un pantalón muy entallado y unas botas negras de tacón pequeño. Su estrecha blusa color azafrán quizás habría resultado discreta en una chica que tuviera bastante menos pecho que ella… Carlos, al verla de espaldas, empezó a recordar: la línea de sus senos, perfectamente perceptible, la presión de su pecho sobre la tela, el saquito negro que la cubría, deslizándose delicadamente, no sobre sus pechos, sino a los lados de sus pechos.

    Carlos estaba seguro de que Eunice había elegido ese saco, no para que le cubriera el busto, sino para que le diera un marco y lo acentuara. Para colmo, la chica se había puesto un encantador collar de tela y se había pintado sus enormes labios de un color entre cereza y negro.

    Cuando Carlos era un muchacho idealista, muy dado a los discursos políticos y a la música de letras incomprensibles, Eunice había sido su primer amor. Desde esa época, se reencontraban cada uno o dos años, e iban a beber. Habían empezado a besarse en esas ocasiones; mentían que habían bebido mucho y se lanzaban a correr por los callejones, escondiéndose debajo de los umbrales de alguna casa anochecida, como si aún fueran dos jovencitos. Pero Eunice ciertamente no era la misma chica tímida que había sido en su adolescencia:

    —Si va “vestida para matar” —le había dicho Élmer a Carlos, —es que la noche va a terminar en la cama… así es con Eunice ahora.

    Parecía que ella ahora intercalaba breves periodos de relaciones monógamas muy tóxicas, con breves periodos de promiscuidad desenfadada. Para eso, Eunice tenía un grupo de amigos a los que podía encamarse; amistades en las que confiaba, pero que, en el fondo, tampoco es que le importaran mucho.

    Carlos, claro está, quería ser una de esas amistades. Al ver a Eunice llegar vestida como en sus mismísimas fantasías (alimentadas por las fotos que ella subía a sus redes sociales), el pobre sujeto pensó que iba a tener suerte. Y quizá la hubiera tenido, pero ya en el bar los temas de conversación se les agotaron antes siquiera de que llegaran sus bebidas. Ahora Carlos ni siquiera tenía claro cómo llegar a los besos que ya había conseguido antes. ¿Qué le estaba pasando? Bueno: es que los años lo habían transformado en un hombre aburrido, en un oficinista gris, que trabajaba para un partido político del que aún se emocionaba de hablar. Esa emoción, por desgracia, a Eunice le parecía un poco penosa.

    Llegaron a su mesa dos caballitos, cargados de un azul preocupante, y Eunice se los tomó los dos de golpe. Luego, dijo:

    —A ver, tengo un recuerdo vago de ti, la primera vez que fuimos a un bar, ¿te acuerdas? Empezaste a hacerle plática a la chica que te pidió tu credencial, y de pronto no sé qué tonterías te habías inventado.

    —Tú y yo nos habíamos casado el año anterior, y ahora estábamos regresando al lugar donde te pedí matrimonio. No sé; para ese momento ya habíamos tomado algo en casa del Élmer y estaba yo muy ebrio.

    —¿Y eso qué tenía que ver con tu edad o con tu credencial, o qué le importaba a la chica?

    —Pues qué sé yo. Creo que nunca llegué a la parte de la historia en la que algo tenía que ver.

    —Pues bueno, cuéntame algo así.

    Carlos pensó un momento y luego, tomando un aire teatral, comenzó:

    —¿Alguna vez has estado en el pueblo de Lagunilla Blanca?

    —¿De donde vienen los maestros normalistas? No, nunca.

    Pues bueno, en la plaza de Lagunilla Blanca, como escondida en un nicho, hay una estatua de piedra negra y porosa. Los lagunenses la llaman “la Dos Aguas”. La estatua representa una mujer desnuda, muy hermosa, que tiene el pelo largo, amarrado en una trenza y que, como si fuera una ninfa, sostiene un gran cántaro de agua encima de un hombre joven, sin barba, que está arrodillado y saca la lengua como si fuera a beber. Creo que alguna vez había sido una fuente, pero cuando yo la vi ya no tenía agua. ¿Te han contado de esa estatua y de su historia? ¿No?

    Pues bueno. Resulta que la Dos Aguas era la hija de Demetrio Arteaga, el dueño de la posada más famosa de mediados del siglo pasado. Cuando un muchacho fuereño llegaba a hacer su examen para la Escuela Normal, los padres le juntaban unas monedas y lo mandaban con un itacate y muchos consejos. Y el tal muchacho gastaba la mitad de sus poquitas monedas pidiéndole a Demetrio Arteaga un cama dura, con un zarape que a ti y a mí nos mataría de alergia.

    Pero lo primero que veían los jovenzuelos al entrar a la posada, era la cara de ángel que tenía la Dos Aguas: con el pelo todo recogido fuertemente, su frente se veía resplandeciente y tierna. Tenía el labio inferior más grande que el superior, de un color rosa mexicano. Ese labio, tan grande y tan lindo, hacía parecer que siempre estaba triste. Usaba siempre una camisita blanca, un delantal gris, y una falda plana y negra que casi rozaba el piso.

    La Dos Aguas se acercaba al joven aspirante a maestro y le preguntaba con una inocencia casi servil:

    —¿Tiene el señorito algo que llevar a su habitación?

    Y si el muchacho se mostraba altanero o donjuán, la Dos Aguas no volvía a aparecerse ante él. Pero si al muchacho le brillaban los ojos; y decía «no, no, no; lo que traigo puesto es lo que tengo»; y le cerraba los ojos con cariño, y parecía que quería protegerla como a una hermana, entonces la Dos Aguas empezaba su plan. Elegía a un muchacho que le hubiera gustado y, el día de su examen, cuando el muchacho, en la mañana, estuviera recién salido de bañar y se estuviera perfumando como se perfumaban nuestros abuelos, la Dos Aguas tocaba a su puerta y le decía:

    —Soy la hija del posadero, señorito. ¿Sale ya?

    —Ya salgo, ya salgo —decía el muchacho desde el otro lado de la puerta, poniéndose la corbata.

    —Es deber de la posada ayudarlo con su cama. Haga favor de recibirme.

    El joven abría la puerta; la Dos Aguas pasaba y la cerraba detrás de ella. Extrañamente, esta vez no llevaba delantal: solo la falda y la blusa. Sólo en ese momento, el chico se daba cuenta de que la Dos Aguas tenía pechos firmes y circulares, y notaba como el brasier se le transparentaba debajo de la blusa. Ella esperaba junto a la puerta, guardando silencio, hasta que su presencia hubiera incomodado al joven. Entonces, llevándose las manos a los primeros botones de la blusa, empezaba a decir:

    —Hoy es un día importante. El señorito no debía llevar así de fea la corbata.

    El joven, extrañado, revisaba al espejo el nudo que se había hecho tan esmeradamente. La Dos Aguas se ponía detrás de él y le desataba la corbata, fingiendo que la iba a corregir. Luego, lo abrazaba desde atrás; le pegaba su cuerpo. Desabotonaba la camisa del joven y empezaba a toquetearle el pecho. De pronto, la Dos Aguas bajaba y sentía el miembro erecto. Entonces decía:

    —Acuérdese de que está en mi casa. Me tiene que respetar.

    Ella tocaba al chico por encima del pantalón y le restregaba esos pechos. Si, en este momento, el chico se daba la vuelta e intentaba tocarla, todo se terminaba. La Dos Aguas exigía que el siguiente paso fuera también suyo. Ella tenía que decidir cuándo se ponía enfrente del chico, cuándo se abría poco a poco los botones superiores de la blusa y cuándo permitía que la primera mano, tímida, se posara sobre su piel.

    Luego, ella les pedía que cerraran los ojos. Se quitaba el brasier, pero volvía a ponerse la blusa. El vapor blanco de la blusa fluía alrededor de sus pechos desnudos y del intenso color de sus pezones. Entonces, la Dos Aguas sonreía y besaba al jovencito en la mejilla.

    Les pedía a los chicos que se sentaran en la cama y ella se les acercaba, flexionando un poco las rodillas. Les indicaba cómo debían besarle los pechos: no le gustaba que los succionaran. Prefería pequeñas mordidas, mucha presión de labios, o de la lengua contra el labio superior. Luego, alrededor de la aureola. Le excitaba ver cómo el color rosa mexicano de sus pezones tomaba el tono perlado de la saliva.

    Si todo salía bien, las rodillas de la Dos Aguas temblaban un poco y tenía que sentarse junto al chico, en la cama. Ahora él debía agacharse y abrazarla del torso son ambos brazos, mientras le comía los pechos con devoción. Así como hay un hombre bebiendo de un cántaro en la fuente de Lagunilla, justo así se veían los chicos besando los pechos de la Dos Aguas.

    Cuando ya estaba más excitada, hacía que los chicos se recostaran bocarriba y se sentaba encima de ellos, arremangándose la falda. Los excitaba restregándose contra ellos. En ese momento los chicos se daban cuenta de que la falda, tan plana y fea, que llevaba la Dos Aguas, no les había permitido valorar que tenía un lindo trasero, fuerte y respingado, que entonces agarraban con delicia. Aún hay algunas canciones sobre lo hermosa que era la Dos Aguas, y la fuerte impresión que causaba su cuerpo en el faje tan extraño que le regalaba a los aspirantes. ¿De verdad nunca las has escuchado?:

    Ayer llegué a una posada

    que se acabó mi dinero.

    Me sería suave la cama

    con la hija del posadero.

    Yo hace mucho habría venido,

    compañero, si supiera

    que vivían en Lagunilla

    semejantes posaderas.

    Y ahora, en el examen pienso

    no en cosenos ni en romanos:

    sino en que sus blancos pechos

    me caían entre las manos.

    En todo caso, hay otras estrofas que cantan, que supuestamente les decía la Dos Aguas, cuando uno de ellos quería pasarse de listo, e intentaba desenfundar el miembro o de plano quería tumbarla en la cama para poseerla allí mismo:

    Tócame nomás los pechos,

    las piernitas y el ratón.

    ¿Te quieres pasar de listo?

    ¡No bajes tu pantalón!

    Media soy para la Virgen,

    media soy para el señor;

    por eso soy la Dos Aguas:

    ni me guardo, ni me doy.

    A lo máximo que llegaba ella era a sacarles la verga para masturbarlos un rato, o a ponerla entre sus piernas. Casi siempre, la sesión terminaba con ella masturbándose para ellos, y ellos masturbándose viéndola.

    Por supuesto, muchos de esos chicos no pasaron el examen que habían ido presentar.

    Un día, sin embargo, llegó a Lagunilla Blanca un muchacho larguirucho, con ojos negros como la noche y la piel del color del café con leche. En el saco llevaba una libreta diminuta y en la frente le empezaban a salir unas arrugas prematuras. Se llamaba Hipólito Baez y venía con la firme intención de ser maestro. Entró a la posada y, casi sin hablar, le pagó a Demetrio por su habitación. Cuando la Dos Aguas salió a verlo, casi se le cae el delantal allí mismo. Baez era todo lo que más le gustaba. Ya ves que hay gustos raros.

    —Este señorito seguro que va para maestro. Dígame, ¿trae algo que lleve a su habitación? —le preguntó.

    —No, pequeña almita. Traigo sólo lo que llevo puesto.

    Al día siguiente, cuando Hipólito Baez se rasuraba su incipiente barba, tocaron a la puerta.

    —Soy la hija del posadero, señorito. ¿Sale ya?

    —Ya casi salgo, pequeña almita —le contestó Hipólito —¿Qué necesitas?

    —Es deber de la posada ayudarlo con su cama —agregó la Dos Aguas, con la voz llena de dulzura —Haga favor de recibirme.

    Hipólito le abrió sonriendo. La Dos Aguas entró a la habitación, sonriendo de oreja a oreja. Estaba tan excitada que sentía cómo los pezones duros le rozaban el brasier al caminar.

    —¡Ay, señorito Hipólito! ¿No ve usted que hoy es su gran día? ¡No debería llevar tan fea la corbata!

    Y se le acercó apresurada, poniéndose a sus espaldas. Cuando intentó ponerle las manos en el cuello, Hipólito se las tomó un momento con delicadeza y dijo:

    —No ha nacido aún un alma a la que deje ayudarme con mi corbata —le contestó Hipólito, entre risas pero muy en serio.

    Y la apartó delicadamente. La Dos Aguas se quedó estupefacta, pero ya en ese momento no podía detener su plan, así que empezó rápidamente a tocarle el pecho al joven. Durante un momento éste se dejó hacer, pero cuando la chica empezó a bajar por su abdomen, tuvo que decirle:

    —¿Qué estás haciendo, almita?

    —Es que usted me hace sentir un no se qué en ese lugar que no hay que mencionar. Quiero saber si yo lo hago sentir igual… Porque creo que sí. Y mire… yo no me he entregado a nadie, señorito. Y no, no me quiero entregar a usted… pero… hay formas, ¿usted me entiende?

    Y mientras la Dos Aguas decía esto, iba finalmente tocando el pene de Hipólito por encima del pantalón.

    —No, que lo sabrá tu padre —dijo Hipólito, quitándose de encima la mano de la Dos Aguas.

    —No lo sabrá.

    —No, que llegaré tarde a mi examen —dijo Hipólito.

    —Acabaremos antes de que termine de salir el sol.

    —No, que es pecado, almita —dijo Hipólito.

    —Si Dios es todo, ¿cómo más quiere el señorito que esté con Dios? Y si Dios es sin-mancha, ¿qué pecado puede haber en unir dos cuerpos puros?

    —¡No, he dicho!

    —Es que no has visto mis pechos.

    Con toda la calma de quien se sabe hermosa, la Dos Aguas se abrió la blusa, botoncito por botoncito, y la dejó sobre la cama. Luego, se quitó el brasier y se dejó los pechos tapados por un brazo. Después, tomó con rudeza una de las manos de Hipólito, la deslizó entre el brazo y el pecho, y le hizo masajearla. Hipólito quedó boquiabierto. La Dos Aguas se alejó un poco y retiró el brazo que cubría su pecho, para que Hipólito la viera en toda su gloria. Pero a él, poco a poco, el asombro se le fue convirtiendo en ira. La vio de arriba a abajo; vio esos pechos que habían hecho arrodillarse a tantos jovencitos y, entonces, dicen que Hipólito cantó una versión distinta de la canción que te contaba antes:

    ¡Nunca, nunca habría venido,

    —nunca, nunca— si supiera

    que vivían en Lagunilla

    semejantes posaderas!

    Pero bueno, eso ya no es probable, porque la gente no va por allí haciendo coplas. En todo caso, Hipólito salió furioso de la posada, dejando a la Dos Aguas medio desnuda en su cuarto. Nadie sabe muy bien por qué Hipólito Baez reaccionó así. Algunos dicen que era gay, lo que en esa época debió ser para él muy difícil de nombrar y de esconder. Algunos otros creen que, años antes, había sido utilizado de la peor manera por un grupo de chicas mayores que él. Algunos otros, en fin, piensan que, en un arranque de fe, había jurado por la tumba de su madre permanecer virgen hasta el matrimonio, como el payaso de Eduardo Verástegui.

    En todo caso, Hipólito regresó en la noche a la posada muy feliz, con la buena noticia de que el examen no había sido nada difícil para él. Su expresión era radiante, y parecía que no estaba molesto con la hija del posadero, ya que le sonreía y le contaba historias.

    —¿Y qué hizo la Dos Aguas entonces? —preguntó Eunice, indignada. —¡No se puede quedar así! El pinche Hipólito la humilló.

    Carlos rio y, antes de seguir su historia, preguntó feliz:

    —¿Te apetece pedir otro trago?

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  • En casa es mejor (3)

    En casa es mejor (3)

    Luego de que abriera la puerta a mi novia Cristina, desde que entró, estuvo muy aventada con mi hermana, afortunadamente pudo llegar sola, sus hermanos tuvieron que salir de viaje con una tía, de modo que tendríamos quince días para nosotros tres, si se quedaba con nosotros.

    Después de lo sucedido entre ellas, se continuaban escuchando las canciones de Luis Miguel que en cierta forma ayudaban a que mi novia Cristina conquistara a mi hermana, eso me llenaba de orgullo, aunque aún no le declaraba su amor.

    —¿Creen que me pueda quedar con ustedes? –dijo con cierto atisbo de morbo sin dejar de ver a mi hermana. Aunque he de decirles que soy un poco promiscua y duermo sin ropa estorbosa.

    —No puedes negar que yo te gustó, cuñada, quiero que seas mi novia junto con Javier, bueno en realidad sería poliamor mezclado con incesto, -dijo mientras modelaba. Luisa se sonrojaba, mirando con atención sus apetitosas formas.

    Luisa se dejó besar, acomodándose en su regazo para lamer sus pechos y mamarlos como una recién nacida, chupándolos, sorbiendo una leche inexistente, pero provocando el goce de Cristina representando el papel de la madre de Luisa. Finalmente luego de mamar sus pezones, dejándolos más erectos de lo que estaban, viéndola a los ojos dijo:

    —¿Aceptarías ser mi novia, Luisa?

    —¡Claro que acepto! –dijo sin pensarlo- siento que voy a amarte tanto como amo a mi hermano.

    —Creo que será mejor que me retire, tengo algunas cosas que hacer, –dije con cierta tristeza ya que no quería estorbar sus demostraciones de cariño.

    —¡No te vayas, quédate mi amor! –dijo mi hermana sin siquiera despegar su boca de la de mi novia- no quiero hacer nada sin ti, no esperaba esto tan rápido, quiero que estés junto a nosotras.

    —Tú hermana tiene razón, cariño, es mejor que estés con nosotras, ¿Sabes? Es más excitante hacerlo juntos.

    —¡Ay, cuñada! también debes saber,… –dijo mi hermana

    —Dime cielo, ¿qué quieres decirme?

    —Que mi hermano y yo estamos enamorados.

    —También yo estoy enamorada de mis hermanos.

    —Tú me gustas mucho, cuñada, desde la primera vez que mi hermano te presentó como su novia y de tu parecido conmigo, me imaginaba lo que se sentiría hacer el amor conmigo misma.

    —Pues yo voy a sentir lo mismo que tú. Me contó tu hermano que también tienes experiencia con algunas mujeres

    Continuaron besándose, solo despegaban sus bocas para continuar hablando. Cristina no dejaba de acariciar las piernas de Luisa subiendo su mano lentamente hasta donde empezaba la tela de su tanga, palpando el promontorio que formaban los labios de su vagina, hinchados de deseo mientras mi hermana ya había sacado mi verga para acariciarla entre sus dedos.

    —Tuve una novia en la secundaria –contestó Luisa- hacíamos tijera.

    —Bueno eso es riquísimo, muñequita ¿verdad amor? –me preguntó observando que Luisa me acariciaba la verga.

    —También soy muy romántica.

    —Igual que yo, amor

    Y ahí estaba yo de alcahuete poniendo la música romántica de Luis Miguel que nos gustaba, desde que Luisa y yo bailábamos prácticamente desnudos, hacía unos cuatro años, solo besos y caricias aunque nada de lo demás. En ese tiempo bajaba mi calentura con hielos, quedándome a medias al igual que dejaba a Luisa a causa de mi cobardía cuando estábamos más excitados.

    —¿Y nada más tuviste a esa novia de la secundaria? –preguntó Cristina

    —Tuve pretendientes mujeres que me gustaban y otras que me gustan de la oficina, pero solo he hecho el amor con algunas, mi novia de la secundaria y otras de la oficina, aunque me quedo siempre con ganas, soy medio lesbiana.

    —¿Y qué sabías del incesto antes de experimentarlo con tu hermano?

    —Una amiga de la oficina con la que me acostaba, me contó, que tenía relaciones con un tío hermano de su madre a la que se cogía desde que eran jóvenes, luego su madre se casó y nació ella, después de su divorcio su hermano se quedo a vivir con ella. Le gustaba coger con su tío, con la complacencia de su madre que también participaba. Siempre dijo que el incesto era increíble y no se comparaba con otro tipo de relaciones.

    —Sé que ese tipo de relaciones familiares se gozan, no creo que sea solo ficción lo que cuentan en las páginas de internet, algunas se basan en experiencias y otras en fantasías que alguna vez hemos tenido todos. ¿Cuáles eran tus fantasías?

    —Seguido me mojaba soñando con la verga de mi hermano, acercándola a mi boca y yo chupándole su glande, amanecía empapada, pero mi principal fantasía era casarme con él coger mucho y vivir en un bonito departamento escribiendo cuentos de incesto y donde también hacía el amor con otras mujeres.

    —Pues muy bonita fantasía, me gustan las fantasías, creo que debemos coger ya porque tu hermano está muy entretenido lamiendo tus pezones.

    Me había dedicado a mamar los pezones de Luisa mientras ella continuaba platicando con Cristina mientras mi verga se escurría por entre las nalgas de mi hermana hasta toparse con lo mojado de los labios de su vagina.

    Cristina se quitó la playera de “Amo el Incesto” dejándola a un lado, Irguió sus hermosos pechos ya expuestos tanto para mí como para Luisa, con sus pezones grandes, alargados con esas maravillosas areolas como montículos que los elevaban aún más, tan parecidos a los de mi hermana, hasta en eso eran casi idénticas, cómo lo eran sus rostros, exceptuando el color de sus ojos, todo eso hacía que parecieran ser más hermanas entre ellas. Cristina, era mi adorable novia, por su parecido con mi hermana. Pronto se cumpliría la fantasía de mi hermana de hacer el amor consigo misma.

    Cristina no quedó ajena a esas muestras de cariño, quedando admirada al ver esos pechos tan maravillosos tan iguales a los suyos, no se quedo con ganas de besarlos y chupar esos pezones igual de erguidos que los suyos y lo hizo en tanto yo seguía con la verga metida entre las nalgas de mi hermana, viendo como devoraba los pezones de Luisa dejando una estela de saliva y hebras colgando de sus labios.

    —Con razón me decía tu hermano que tú y yo éramos tan igualitas que parecíamos más sus hermanas. –alternaban incesantes besos entre sus bocas, probando el sabor de sus salivas y chupando sus lenguas, dándose pequeños mordiscos entre sus labios- tus pezones son tan parecidos a los míos, con razón tu hermano los ensalza tanto.

    El entremés estaba por terminar, lo que exigía comenzar con el plato fuerte, mientras yo como espectador acariciaba el cuerpo de mi hermana sin dejar de apretar mi verga entre sus nalgas. Luego tomé fotos con mi celular. Luisa parecía devorarla con su mirada sin dejar de sonreírme y estaba orgullosa de tomar parte de ese triángulo amoroso de poliamor, que estaba orquestándose, mezclado con incesto, en tanto Luis Miguel ajeno al ambiente que prevalecía, continuaba cantando a través de Alexa.

    Cristina no dejaba de observar mi verga colocada entre los labios de la vagina de mi hermana, cubiertos por la vasta alfombra de fino vello ensortijado que cubría sus abultados labios hinchados por el deseo de ser besados mientras aún permanecía oculto el preciado clítoris presto al placer que estaba a punto de procurarle la boca sedienta de mi novia Cristina.

    —¿Qué haces, amor? –dijo con voz suave mi hermana.

    —Quiero ver todo lo que la verga de tu hermano tiene que atravesar para acariciar esas partes con mis besos y mi lengua

    —Fue un delicioso incesto el que tuvimos cuando inundó mi vagina con su esperma.

    —Me encanta esa palabra por eso la tengo bien grabada en mi playera.

    Era todo un espectáculo estar viéndolas haciéndose el amor, aunque no sé si también pueda considerarse incesto el hecho de que mi hermana haga el amor con mi novia

    La lengua de Cristina estaba muy activa penetrando la vagina de mi hermana, la que abría auxiliada por sus dedos, pude observar cómo se abría el túnel de amor lleno de hebras viscosas adheridas a las paredes por donde mi verga la había penetrado, deleitándome al recordar cómo mi verga había traspasado su vagina, llegando hasta el cuello de su útero, si no hubiera estado mi novia tan entretenida lamiendo sus labios vaginales y oprimiendo su clítoris con la punta de su lengua, la hubiera penetrado nuevamente.

    —Cuñada ya me estoy viniendo –gemía mi hermana, mientras mi novia solo se complacía viendo el túnel tan lubricado que le ofrecía mi hermana.

    —Yo también mi amor, me vengo muy fácil, pero aguanto muchas venidas.

    —Hermano, ven conmigo para que chupe tu verga.

    —Eso me toca a mí, Luisa, siempre lo hago así, pero si quieres cuando tenga el semen de tu hermano dentro de mi boca lo puedo meter con mi lengua dentro de tu vagina.

    —Eso me gustaría, para probar algo distinto.

    —Me gustaría que me hiciera sexo anal. ¿Tú lo has hecho?

    —No, pero con mi hermano si me gustaría tenerlo.

    —Podría darles un buen masaje con mis manos y mis pechos mientras ustedes se besan.

    —¿Y a que nos llevará todo esto, amor si quedo embarazada de mi hermano? –mencionó mi hermana Luisa

    —Es algo que también lo he platicado con mis hermanos, a pesar de que mi hermana y yo utilizamos el diu para no embarazarnos, porque Felipe eyacula mucho como Javier.

    —¿Y a qué acuerdo llegaron?

    —Bueno estoy segura por lo que me ha contado tu hermano que también sus tíos deben guardar su secreto.

    —Pero lo que ellos hagan, no queremos inmiscuirnos.

    —Bueno, sería cuestión de ver si se puede en todo caso que ellos quisieran abrirse de capa con nosotros, habría que formular un buen plan. –manifestó Cristina

    —¿Bueno, pero para qué? o ¿Con que objeto? –contestó Luisa un poco preocupada ya que jamás se le hubiera ocurrido algo así como espiar a nuestros tíos para saber que hacían en la recámara donde ambos “dormían”.

    La tensión se estaba sintiendo, no había aparente necesidad de meterse en otros problemas, cada quien era responsable de su vida y lo que hacía con ella, así se lo hizo sentir a Cristina.

    —Mis hermanos y yo hemos estando planteando que en un futuro queremos ser madres, pero la sociedad no va a aceptar un matrimonio entre hermanos, pero eso no es todo, sino el riesgo que conlleva el tener un bebé con alguien de tu propia sangre, es por eso, supongo que en algún momento tú también querrás realizarte como madre.

    —¿Entonces qué han pensado?

    —Se nos ocurrió que podríamos casarnos con personas que compartan nuestros propios gustos, personas cuyos genes griten al igual que los nuestros “me gusta el incesto”, “necesito casarme con alguien que esté de acuerdo en practicar el incesto como yo” dicen que los genes del incesto se trasmiten de generación en generación, pero si su sangre al igual que la nuestra no es la misma, eso hace posible tener bebes con la seguridad de que nazcan sin problemas de salud.

    —¿Y entonces qué podríamos hacer? –pregunto Luisa

    —Algo muy obvio, yo podría casarme con Javier y mi hermano Felipe contigo. Hasta podríamos cambiar de pareja para volver a acostarnos hermano con hermana o tener pequeñas orgías entre nosotros incluyendo a Blanca, porque nuestros propios genes nos lo demandan. ¿No les parece una buena idea?

    —Lo único que veo es que Javier va a querer estar más tiempo con el hijo que tenga contigo y tu hermano con el que tenga conmigo Aunque por otra parte me gusta la idea de tener pequeñas orgías familiares si es que aceptan nuestros tíos. –manifestó Luisa- tendríamos que analizarlo, ¿cómo descubrir? en primer lugar que nuestros tíos hacen el amor entre ellos y en segundo lugar que aceptarían la propuesta.

    —Felipe podría instalar una cámara oculta para grabarlos y también en la recámara de ustedes como parte del plan.

    Tal vez se tratara de algo que habría que reflexionar aunque debíamos saber de una vez por todas lo que en realidad había entre nuestros tíos, debíamos instalar una cámara y salir de dudas, no podría salir mal excepto que no aceptaran nuestra propuesta y Eugenia deseara quedar embarazada de Felipe.

    Nos quedamos en la recámara de mi hermana, Luisa prefirió quedarse en medio de Cristina y yo donde podrían ellas terminar lo que habían iniciado en tanto yo las observaría, aunque sabía que no podría resistir la tentación. Para mi fortuna las nalgas de mi hermana quedaban junto a mi verga, sería cuestión de trabajar en su ano, para penetrarlo. Tener sexo anal con mi hermana sería algo formidable y en dado caso tenerlo con Cristina acostumbrada a tenerlo con Felipe.

    El cuadro estaba pintado con sus caricias, sus besos y gemidos era toda una obra digna de ser considerada artística, por alguna razón los varones gustamos de ver como dos mujeres se tocan, se lamen, se besan, restriegan sus vulvas y más todavía si se trata de mujeres que forman parte de nuestra familia. Ha de ser fabuloso ver como madre e hija se traban en una relación de incesto amoroso, o dos hermanas calientes se besan y se lamen. Cristina y Blanca lo demostraban así.

    No era oportuno tratar en ese momento, meter mi verga en el culo de mi hermana, ya que tenía que ir poco a poco, de modo que solo me masturbe, cosa que no me gusta, con ayuda de sus nalgas, metí mi pene entre ellas y toque su pequeño ano en forma de dona, con mi glande, luego deje que lo abrazaran sus nalgas y restregué mi verga contra ellas, hasta que saltaron varios chisguetes de esperma que escurrieron entre las manos de Cristina que iba embarrando mi semen por todo el cuerpo de mi hermana Luisa.

    —Ahora vente dentro de mi culo, cariño aunque ya te vaciaste muy rico en las nalgas de tu hermana –me dijo Cristina lanzándome un beso al aire.

    Me cambié de lugar, Luisa levantó su cara para intercambiar nuestras lenguas en tanto me acomodaba en el trasero de Cristina y miraba su culo, el cual sin pensarlo fui penetrando con el glande, viendo como se abría con relativa facilidad, no cabía duda que estaba bien entrenado por su hermano Felipe. Fui deslizando mi verga dentro de sus intestinos, poco a poco haciendo que ella gimiera, en tanto yo sentía la gloria al sentir lo apretado de su culo sin dejar de sostener mi mirada con la de mi hermana.

    —¡Qué rica siento la verga de tu hermano dentro de mi culo, amor!, luego entrenamos el tuyo para que puedas recibirla también.

    —Dicen que duele, pero me gustaría también que mi hermano me cogiera por detrás.

    —Al principio en lo que te acostumbras duele un poco, mira voy a empezar a meterte uno, dos y si se puede tres dedos dentro de tu culo para que empieces a entrenarlo, con ayuda del esperma de tu hermano y lo lubricado de tu vagina y la mía.

    Así lo hizo mi novia y Luisa al sentir los dedos de Cristina abriendo su culo con ayuda del lubricante natural de sus vaginas y de mi semen, empezó a gemir cada vez más fuerte. Ambas se estaban viniendo mientras mi hermana Luisa sentía como los dedos de Cristina penetraban su culo que estaba palpitando en tanto sus bocas permanecían pegadas chupándose los labios y sus lenguas impregnadas con buena parte de mi semen al introducirlo mi novia con sus dedos en la boca de Luisa.

    —Mi hermano se vino mucho, amor siento el sabor de su esperma en mi boca.

    —Sí, amor mío, se viene igual que Felipe –dijo mientras compartían mi esperma combinado con sus salivas.

    Mi verga ya estaba dentro de los intestinos de mi novia que movía sus nalgas trasportándome al paraíso, entre sus movimientos y los míos me vine copiosamente dentro de ella, hasta me hizo ver estrellitas por todas partes.

    Luego de ese episodio quedé dormido agotado con tan solo dos venidas, al igual que ellas luego de haber practicado la tijera mientras yo continuaba en los brazos de Morfeo, ¡Vaya, todo lo que puede hacer un culo!

    Habían pasado dos semanas cuando los hermanos de Cristina regresaron, luego de ponernos de acuerdo aún contábamos con quince días más para que regresaran nuestros tíos y con las cámaras instaladas, comprobar si practicaban el incesto como seguramente hacían.

    Habían transcurrido tres meses desde la llegada de nuestros tíos de Europa, se veían contentos demostrándose caricias de afecto a pesar de estar nosotros presentes, aunque la verdad mi hermana y yo tampoco perdíamos el tiempo en demostrarnos el cariño que sentíamos, sin embargo, a pesar que los videos mostraban claramente lo que pensábamos que hacían, nos calentábamos viéndolos desnudos y haciéndose el amor, nunca hicimos nada por hacer algún comentario, creo que en realidad fue por respeto hacia ellos, de modo que aunque teníamos pleno conocimiento de nuestras preferencias, no quisimos invadir su espacio, así como ellos tampoco lo hacían a pesar que sabían que dormíamos juntos, tal como ellos lo hacían.

    Lo que preparamos Luisa y yo con ayuda de Blanca que no dejaba vencerse con la idea de hacer participes a nuestros tíos, fue incluir fotos artísticas de mi junto a mi hermana posando desnudos con la revista que nos prestó Cristina dentro de un portafolio transparente, incluyendo un cuento que hizo Luisa. Le encargamos a nuestra tía Eugenia que la entregara a Blanca. Nosotros no estaríamos ese fin de semana para darles tiempo a que descubrieran su contenido.

    Vimos en la cámara instalada en nuestra habitación, como se excitaban viendo nuestras fotos, al grado de besarse entre ellos y hacerse el amor ahí mismo, encima de nuestra cama. Lo que obligaba a replantearnos con ayuda de Blanca el invitarlos a pertenecer a nuestro grupo familiar.

    Acordamos que Cristina y yo nos casaríamos, cuanto antes, al igual lo harían Felipe y Luisa en una ceremonia sencilla por lo Civil, que no habría problema en llevar a cabo, en tanto Blanca, seguiría siendo la novia de los cuatro, ya habría tiempo de pensar cuando embarazarnos y tener nuestros hijos sin ningún tipo de riesgo.

    Como reconocimiento del respeto que les teníamos, en la primera oportunidad desinstale las cámaras, comentándole el por qué lo hicimos a nuestra novia Cristina, que para nuestro asombro respeto nuestra decisión redefiniendo después de haberlos visto coger encima de nuestra cama, el plan que tenía Blanca para convencerlos de formar parte de nuestro círculo familiar.

    Un lunes, luego de haberle hecho el encargo el fin de semana que no estaríamos, Eugenia, estaría sola, al terminar de bañarse ellos, entramos a la regadera nosotros, como era nuestra costumbre, al terminar de desayunar algo, salimos junto con el tío a nuestros trabajos.

    Tocó a la puerta Blanca, abrió la tía llevando puesta su bata de baño mientras cepillaba su cabello. La invitó a pasar, Blanca era toda sensualidad, transpiraba feromonas por todos los poros de su piel haciéndola irresistible, se quitó el suéter para mostrarse con una blusa de hilo entallada que la hacía lucir más hermosa, sus pechos y pezones se delineaban perfectamente haciéndole pasar un poco de saliva a nuestra tía –supimos luego que nuestra madre y ella se habían gozado en la cama durante los años dorados de su juventud- luego mamá se casó, nos tuvo a Luisa y a mí y se divorció de nuestro padre para casarse después con una de sus antiguas novias con la que nos llevábamos bien mi hermana y yo.

    Blanca aprovecho la oportunidad al ver que Eugenia se dolía del cuello, aparentemente tenía ciertas molestias, le entregó el paquete incluida una bata que Blanca había dejado.

    —Si quiere usted, yo doy masajes –dijo Blanca.

    —Pero niña, háblame de tú, por favor.

    —Soy muy buena para dar masajes, a eso me dedico, veo que estás estresada.

    —No estaría mal, ¿pero dónde me lo darías?

    —De preferencia en su cama.

    De sobra Blanca había adivinado que Eugenia se había puesto caliente al saber que Blanca era quien aparecía al lado de sus hermanos en la revista que no había dejado de hojear. Su gusto por el incesto lésbico disfrutado durante tantos años con su propia hermana, la madre de Javier y Luisa afloraba por toda su piel al igual que estaba sintiendo con una bella muchachita como lo era Blanca.

    —¿Qué edad tienes, Blanca? –aparentemente no quería tener problemas.

    —Estoy por cumplir diecinueve, ¿por qué?

    —No, nada más curiosidad.

    Pasaron a la recámara de ellos, la cama ya estaba tendida, se veían fotos de ellos dos muy abrazados y unas donde estaban besándose en la boca. Blanca no hizo mucho aprecio de ello, aunque supo de lo que se trataba.

    —¡Qué bien salieron en esta foto!

    —¡Ay!, mi hermano se pasó besándome en la boca.

    —Pero se ven muy bien, hacen bonita pareja.

    —¡Eso sí! –dijo con una sonrisa.

    Eugenia se tendió sobre la cama, quitándose la bata que llevaba puesta y quedando desnuda en tanto Blanca le cubría las nalgas con una toalla para empezar a masajearla.

    —Tienes muy bonito cuerpo, Eugenia.

    —¡Gracias!

    —Espero que no te moleste si tengo que quitarme la ropa para ponerme la bata y empezar.

    —Por supuesto, alguna vez me dieron un masaje y fue increíble.

    —Me tengo que poner encima de ti para poder empezar, primero por tus piernas e ir subiendo por tu espalda, tu cuello, tus brazos y luego de ello darte la vuelta.

    —Me encanta que me acaricien el cuerpo, eso me relaja. -¡Humm!, ¡Qué ricas siento tus manos! Las tienes muy suaves y calientitas

    —Estás en buenas manos, querida -vaya ya le dijo querida y pareció gustarle

    —¡Aahh!, me encanta que me mimen, eso me mata.

    —Tengo que subir mis manos un poco hacía arriba, espero que no te importe.

    —Adelante, siento muy ricas tus manos.

    —¿Te importa si tengo que quitarte la toalla?

    —No, por supuesto, pon tus manos dónde tengas que hacerlo.

    Blanca empezó a acariciarle las nalgas de manera sugestiva, abriéndolas para descubrir la pequeña dona que formaba su culo, la cual se antojaba ser acariciada con un poco de morbo, sin embargo, no era hora de apresurar el paso. La vagina se notaba mojada y puso sus dedos tan cerca de los labios que ya se notaban hinchados y prestos a ser besados.

    —¡Humm!, tienes unas manos de ángel, que forma tan rica tienes de masajear mis nalgas.

    —Creo que la bata me estorba un poco, es que solo se amarra con una cinta y no está, pensé que estaría, pero no, ¿crees que te molestaría si me desnudo?

    —¡No!, si tienes que hacerlo, adelante…

    —Es más cómodo trabajar así, vaya ¿te importa si tocó aquí? –puso uno de sus dedos a la entrada de su vagina.

    —Creo que es hora de que te voltees

    Eugenia se volteó mostrando sus hermosos pechos, en realidad no se aguantaba las ganas, luego de haber visto la revista donde Blanca estaba con sus hermanos, eso la excitaba sobremanera, porque además los conocía ellos en persona cuando la acompañaron al aeropuerto.

    —Tienes unos pechos muy bonitos, -dijo mientras los de Blanca colgaban sobre su cara.

    —Tú también los tienes hermosos, vi la revista…

    —¿Te gustó lo que viste?

    —¿Sabes? Yo también guardo muchos secretos.

    —¿Cómo cuales?

    —¡Mi hermano y yo nos acostábamos con la madre de mis sobrinos! Estábamos jóvenes.

    Blanca instintivamente acercó su boca a los pechos de Eugenia y…

    Continúa.

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  • Le juego al sancho con mi vecina casada

    Le juego al sancho con mi vecina casada

    Cuando vivía en el anterior departamento (en el mismo edificio en el que también vivía muy crush Verito), conocí a una chica casada que vive en el departamento de abajo. Vive con su esposo y calculaba que ella no tenía más de 30 años de edad. Me gustaba mucho la morra; morenita, de 1.60 m, aproximadamente, cintura angosta y nalgona.

    El punto de la historia es que siempre que la encontraba en la calle, ya fuera que anduviera sola o con su esposo, me lanzaba miradas y sonreía. Al principio no me pareció algo fuera de lo normal, pensé que así actuaba con las personas pero después lo pensé dos veces porque la seguía encontrando casi todos los días al subir las escaleras, en el estacionamiento o en la tiendita y hacía lo mismo: me miraba coqueta y se ponía nerviosa pero lo disimulaba porque iba con su esposo.

    Así fue todo el tiempo que viví en ese departamento y me gustaba encontrarla porque sabía que me miraría con sus ojos grandes y cafés y su sonrisa coqueta.

    Me empezó a gustar más cuando la veía en pants o legins, chanclas y una playerita. Me encantaba ver sus hermosos pies; pequeños, morenitos, con pedicura francesa o al natural, como cualquier fetichista fantaseaba con sus piecitos.

    Cuando se arreglaba se veía más hermosa, realmente cualquier outfit le quedaba perfecto. Mis favoritos eran jeans con suetercito negro y flats o vestido blanco escotado y tacones de punta abierta o falda café y zapatillas negras y un gran moño rojo en su cabello… Pero más más me encantaba verla en chanclitas, legings y playera y su cabello recogido.

    Pasaban los días y sus miradas coquetas seguían, sabía que no era normal, pero no se me ocurría alguna forma de llegarle, la mayoría de las veces que la encontraba en la calle iba con su esposo, casi nunca sola, bueno, las únicas veces que la veía sola era en la entrada de su departamento cuando regaba sus plantas, aparte nunca la vi hablando con un wey que no fuera su esposo así que sólo me limité a seguir viendo sus piecitos de lejos y a saludarla cuando la encontraba subiendo a mi departamento.

    Siempre era de “Buenos días/tardes/noches” u “Hola vecino”, decía muy alegre como si le diera gusto verme y más pensaba que algo trataba de decirme.

    No quería imaginarme cosas que no fueran, no por miedo a su esposo (el wey es flaco, blandengue) sino porque me conozco y sé que a la mínima provocación me le iba a abalanzar y no iba a ver vuelta atrás, así que mejor lo dejé así.

    Recuerdo que una noche llegué y mientras iba subiendo las escaleras vi que sus chanclitas blancas con correas rosas estaban afuera, a lado de su puerta, hice como que buscaba mis llaves en la mochila, me agaché y rápido las guardé, seguí subiendo y entré a mi departamento.

    Saqué las chanclitas, me las llevé a la nariz y aspiré profundamente el olor de sus piecitos impregnado en el plástico, lamí la silueta de su pie marcada en la chanclita, la verga se me puso dura y comencé a masturbarme sin dejar de oler sus sandalias. No era suficiente para mí, quería/tenía que probar sus piecitos pero estaba ante una situación casi imposible.

    Hasta ese momento había pasado por alto un pequeño detalle: en su ventana principal tenía un letrero que decía “Se sacan copias e impresiones”, ya estaba el “cómo” ahora sólo tenía que bajar, tocar el timbre y pedirle la copia de cualquier cosa e iniciar la plática.

    Recuerdo que la primera vez que bajé a según sacar copias me abrió ella, se sorprendió al verme pero me saludó alegremente, le pedí la copia mientras miraba sus piecitos con unas sandalias nuevas, mientras ella volvía pensaba en cómo llegarle pero no tardó más de 5 minutos, me entregó la hoja, pagué y regresé a mi departamento.

    Volví a bajar varias veces, le hacía la plática preguntándole cosas insignificantes y cuando le pagaba trataba de darle el dinero de forma que acariciaba la palma de su mano, al hacer esto no se incomodaba, después ella hacía lo mismo con mi mano.

    Todo cambió un día que bajé para imprimir unas hojas, hice lo de siempre y volví a mi departamento pero más tarde cuando estaba revisando las hojas noté que en una estaba escrito un número de teléfono y un nombre: Laura, seguido de un corazón.

    “¿Lo habrá escrito ella o se equivocó y me dio una hoja que no era?”, pensé, pero lo último no podía ser porque sabía el contenido del documento y las hojas estaban bien entonces probablemente sí lo escribió deliberadamente, la agregué a mis contactos y confirmé que sí era su número por su foto de perfil de WhatsApp, pero no le escribí.

    Pasaron un par de días y recuerdo que la encontré sola subiendo las escaleras, cuando pasé junto a ella me saludó y me dijo discretamente “Escríbeme” y se metió a su departamento.

    Y sí, le escribí y empezamos a platicar, en pocos días hablábamos como si fuéramos amigos pero evidentemente cuando nos encontrábamos en la calle y ella iba con su esposo se hacía la que no me conocía. Laura me escribió que lo mejor era que no nos vieran platicando en la calle porque los vecinos sabían que ella estaba casada y las cosas se podían malinterpretar, podíamos hablar de todo pero sólo por wasaps.

    Laura me empezó a tener confianza y luego me decía que me había visto vestido de tal forma y que me veía guapo, yo hacía lo mismo.

    —Me gusta cómo te ves con vestido, te queda, lucen tus piernas.

    —No te creas, aunque me veas con chanclas y pants me gusta arreglarme, ya me verás.

    —Aunque andes con chanclas y pants te ves guapa.

    —Ayyñ ¿en serio?

    —Sí.

    Le pregunté que si su esposo sabía que ella y yo hablábamos pero solo me respondió que ella no le daba explicaciones y que él no revisaba sus cosas, así que no tenía de qué preocuparme.

    Las conversaciones se fueron poniendo intensas, me decía cómo se había vestido tal día y yo sin reparo le pedía foto para poder verla y ella aceptaba. Sin duda yo quería ver más pero no encontraba la forma de pedirle una foto más cachonda o por lo menos una de sus pies, ya teníamos mucha confianza pero no quería darle un motivo para que me dejara de hablar.

    Un día me enseñó una foto de sus manos, me dijo que había ido a hacerse las uñas.

    —¿Te gusta cómo se ven? Estaba entre largas y blancas o un gelish rosa—. Me dijo Laura.

    —Se ven bien, me gustan.

    —La próxima vez será el gelish, ¿qué te parece?

    —Estaría bien, me enseñas.

    —Va.

    —¿Combinas el color de las uñas de las manos con las de los pies?—. Pregunté y esperé su reacción.

    —No, las uñas de los pies me las pinto cada mes, las uñas de las manos las cambio más seguido, dos o tres veces al mes, así que es complicado combinarlas—. Respondió rápidamente.

    —¿Y de qué color son las uñas de tus pies?

    —Ahorita las tengo francesas.

    —¿Puedo ver?

    —Jajaja ¿para qué?

    —Nada más quiero ver.

    Tardó un poco pero me mandó una foto de sus piecitos.

    —Pues mira así que digas que están preciosos no.

    —Para mí están bonitos, me gustan—. Empecé a calentarme.

    —¿Te gustan las patas?

    —Algo.

    —Jajaja no lo imaginé.

    Una vez no sé por qué salió el tema de cómo preparar espagueti, le dije que había tratado de hacerlo pero no me quedó porque se pasó de cocida la pasta.

    —Compra todo y yo te digo cómo hacerlo—. Me dijo Laura.

    —OK.

    Compré los ingredientes y en la tarde me mandó mensaje.

    —¿Ya tienes todo?

    —Ya.

    —Va, te enseño.

    Yo pensé que me iba a decir por mensaje o llamada pero 5 minutos después llamó a mi puerta.

    —¿Estás sola?—. Pregunté antes de dejarla pasar.

    —Sí, déjame entrar antes de que nos vean.

    Llevaba jeans, sandalias y una playera ajustada que resaltaba sus redondas tetas y yo no dejaba de verlas con lujuria y deseo.

    Empezó a cocinar mientras me explicaba, pero yo estaba más emocionado por tenerla para mí solo, tenía que hacerla mía sí o sí.

    Terminó de preparar y nos sentamos en el sofá.

    —Qué descortés soy, ni te invito nada.

    —Es lo que digo chavo.

    —Tengo cerveza y Coca.

    —Una cerveza.

    —¿Y Abraham?

    —Está en el 2°, ¿crees que hubiera venido sabiendo que él está allá abajo?

    —Pueees…

    —¿Eso qué significa?

    —No, nada, bueno, no me hablas cuando vas con él.

    —¿Quieres que sospeche?

    —No.

    —Creo que la pasta ya está —fue a apagar la estufa—. ¿Tienes otra cheve?

    —Sí—. Le di otra.

    —Mi marido no me deja tomar.

    Bebía y hacía dangling con su chanclita, empezaba a calentarme, estaba ansioso por probar sus piecitos.

    —¿Qué me ves?

    —El color de tus uñas.

    —¿De los pies?

    —Sí, me gustan.

    —A sí es cierto, que te gustan las patas.

    No dejaba de echarme sus miradas de siempre mientras bebía su cerveza. Seguimos platicando, me sentí muy cómodo con ella, me contaba cosas de su vida y de algunas que ella veía que yo hacía como la vez que llegué ebrio y me tuvieron que subir cargando.

    Nos reíamos mucho y bebíamos, por un momento me olvidé de la parte sexual pero tenía que aprovechar porque era muy probable que no tuviera otra oportunidad.

    Así que la tomé de la barbilla, la acerqué a mí y la besé, al principio se resistió un poco tratando de apartarse pero fue cediendo conforme nos besábamos. Laura jugueteaba con su lengua, me mordía rico los labios y acariciaba mi cabello, yo acariciaba sus muslos, traté de llegar a sus tetas pero apartaba mis manos, no insistí.

    Se levantó y se sentó en mis piernas. Me miró fijamente a los ojos.

    —Me gustas—. Dijo y me dio un beso en la mejilla. Me quedé frío.

    —Creo que más o menos lo sospechaba.

    —Jajaja ustedes los hombres no saben captar indirectas.

    Volvimos a besarnos, seguí acariciando sus muslos, llevó mis manos a sus nalgas y las frotó, después me llevó a su cintura y subió con mis manos hacia sus tetas, las apretó, soltó una risita perversa.

    —Vamos a mi cama—. Le dije desabotonando su pantalón.

    —Jajaja no—. Respondió apartando mis manos.

    —Uhmmm…

    —Estoy en mi período, así que te quedarás con las ganas.

    —Pero no nada más se puede por aquí—. Dije frotando su entrepierna.

    —Jajaja baboso.

    De repente con un movimiento subió su playera junto con su sostén por encima de sus tetas; quedaron al descubierto, redondas, con unos pezones cafecitos, duritos y paraditos. Las agitó pero cuando iba a tocarlas de inmediato se cubrió.

    —Yaaa, no abuses de mi nobleza.

    —Me quedaré con las ganas…

    —Efectivamente. Bueno, ya me voy.

    Se puso de pie, se acomodó la playera y el pantalón. No dijo ninguna palabra, abrió la puerta y se fue.

    Me dejó con las ganas pero le gustaba así que podía seducirla y hacerla mía.

    Seguimos hablando los siguientes días pero ninguno mencionó lo que pasó esa vez en mi departamento, nos encontrábamos en la calle y me veía como siempre y yo también la miraba con deseo. Ese juego amoral y deshonesto me gustaba cada día más.

    Un día me dijo que su esposo se iría a trabajar a Querétaro y que se quedaría sola dos semanas. Había llegado mi segunda oportunidad. Le dije que si quería hacer “algo”, primero me dijo que sabía mis intenciones y que era suficiente con el manoseo que le di aquella vez. La conocía un poco y sabía que ella también quería pero tenía que ganármelo.

    Esa tarde estuvimos platicando y en la noche me dijo:

    —Baja.

    Me alisté como Alejandro Magno antes de entrar a Persia. Bajé, noté que sus luces estaban apagadas, llamé a la puerta, lentamente la abrió, me tomó del brazo y me metió rápidamente. Todo estaba oscuro, solo una tenue luz de la lámpara de la calle iluminaba la sala.

    Laura tenía puesto un hermoso baby doll negro, medias negras, zapatillas rojas cerradas, sus labios pintados carmesí y bañada con un delicioso y dulce perfume.

    Sin decir ninguna palabra nos besamos mientras ella me desabrochaba el cinturón, se puso en cuclillas ante mí y me bajó el pantalón junto con el bóxer y comenzó a mamármela, podía sentir como su labial servía de lubricante para empujarse mi verga hasta el fondo de su garganta. Lamía desde mis testículos hasta la punta de mi verga. Los chasquidos de sus labios me excitaban cada vez más y mantenían dura y parada mi verga. Se puso de pie y me llevó a una habitación.

    Terminó de desvestirme y me tiró en la cama. Se subió en mí y comenzó a besarme el cuello, bajó a mis pectorales, me besaba y mordía suavecito mientras me jalaba la verga, volvió a chupármela.

    Se detuvo, se puso en posición de 69 pero le dije que se sentara en mi cara, me obedeció y restregó sus nalgas haciendo movimientos circulares, pude notar que tenía un plug anal.

    —Te voy a asfixiar jajaja.

    No pude responder. Se inclinó para hacer el 69. Lamí sus jugos y di pequeñas mordidas en sus nalgas, ella gemía despacio y se golpeaba la lengua con mi verga.

    Me incorporé y tendí a Laura en la cama. Contemplé su cuerpo y la miré fijamente.

    —¿Qué?—. Preguntó.

    —Nada.

    —Sé lo que estás pensando y mejor no lo digas o te corro de aquí.

    Más o menos era lo que quería escuchar, saber que se entregaba a mí sin remordimiento o temor a lo que fuera a pasar después.

    Bajé hacia su vagina y jugueteé con sus labios pero Laura me subía hacia ella con sus piernas, quería, necesitaba ser penetrada. Abrí sus piernas y se la metí lentamente, Laura soltó un gemido de alivio, yo sentí el delicioso placer de entrar en una mujer casada, tenía que cogérmela mejor que su esposo, esa era la razón por la que estábamos ahí.

    La embestí con delicadeza pero ella me pedía que lo hiciera más rápido, me aprisionó entre sus piernas jalándome hacia ella.

    —Quiero por atrás—. Dijo quitándose el plug y sacó una botellita con aceite, me echó un chorro en la verga y la dirigió a su culito para que la ensartara. Lo hice lentamente, estaba estrecha, empujé y Laura soltó un fuerte gemido, volvió a abrazarme con sus piernas. La penetraba con fuerza aumentando el ritmo mientras ella me echaba más aceite en la verga, apretaba tan rico que estaba a punto de correrme.

    Me llevé los dedos de sus pies a la boca, puse sus plantas en mi cara y aspiré hondamente el delicioso olor que habían dejado las zapatillas combinado con la tela de sus medias, lamí sus plantas y metí su pie en mi boca lo más que pude.

    —Quítame las medias —me ordenó—. Me las arreglé para esta ocasión.

    Sus uñas eran de color rosa muy tenue, coquetas y perfectamente recortadas.

    —Me encantan—. Dije besando sus deditos.

    —Sabía que te gustarían.

    —Jálamela con los pies.

    —Jajaja está bien.

    Eché aceite en sus piecitos y comenzó a jalármela un poco torpe.

    —Ayyy no me sale jajaja.

    —Así mira—. Puse la verga entre sus plantas y ella se acomodó para frotármela con más precisión. Me hizo un rico footjob con sus plantitas suaves y aceitadas. Laura me veía sonriéndome y soltando una que otra risita.

    —Oh con que así se hace un footjob.

    —Sí preciosa.

    —No te vayas a correr, todavía quiero de a perrito.

    Le quité el baby doll, eché un poco de aceite en su tetas y ella se puso de a perro.

    Estaba a punto de metérsela por la vagina pero ella se llevó la verga al culo y volví a embestirla. Laura gemía y gritaba con cada embestida, me pedía más rápido y más hondo, la apreté de la cadera y aumenté el ritmo de mis embestidas. Laura encorvaba la espalda de placer mientras yo la jalaba del cabello y la nalgueaba.

    Cambiamos de posición, llevé sus tobillos a mis hombros y Laura recibió mi verga por la vagina. Puso rígidas las piernas, era señal de que se estaba corriendo, pude sentir su cremita caliente escurriendo por debajo de mis huevos, eso me calentó bastante y yo empujaba con más fuerza sin dejar de chupar sus pezones.

    —¡Más rápido, más rápido!—. Me exigía.

    Saqué la verga, la tomé por el cabello, apunté a su cara y Laura abrió la boca y me descargué en su lengua, la leche escurría por su cuello hasta su pecho.

    —Si querías te podías venir adentro, nada más me tomaba una pastilla…

    —Jeje no me dijiste.

    —Ayyy contigo. Ven, vamos a la regadera.

    Nos duchamos, lavé cuidadosamente su delicado cuerpo, frotando con el jabón sus nalgas y pecho, ella por su cuenta me chupaba la verga y se la frotaba contra sus tetas.

    —No estoy muuy chichona pero algo es algo jajaja—. Dijo haciéndome una rusa.

    —Me gusta nena.

    Volvimos a la cama, Laura se acurrucó a mi lado, yo acariciaba su rostro y sus piernas, bajaba a sus muslos y recorría hasta sus nalgas. Eso la calentó y comenzó a jalármela, nos besamos. Luego se subió sobre mí metiéndose mi verga y comenzó a cabalgarme, primero lentamente y fue subiendo el ritmo con los ojos cerrados y apretándose las tetas, movía la cadera de forma circular, se detenía un poco para mamármela y volvía a metérsela.

    Cambiamos de posición, le abrí los muslos y entré en ella, me abrazó con las piernas y apretándome me jalaba hacia ella. Lamía sus pezones, le mordía los labios y ella gemía con fuerza sin aflojar las piernas.

    Se corrió, me aparté para probar sus jugos, eran espesos y salados.

    Coloqué las plantas de sus pies en posición para correrme en ellas y solté una descarga de espesa leche.

    —Uy está calientita—. Dijo Laura sonriendo.

    Seguí descargándome en sus plantas. Quedé exhausto y me acosté a su lado. Laura se llevó el pie a su boca y limpió su planta con la lengua.

    Amanecimos teniendo sexo, no tuve ningún remordimiento.

    Quería preguntarle por qué lo hizo, si porque de verdad yo le gustaba o solo estaba caliente. Preferí no decir nada, obviamente iba a pedir que se repitiera.

    Seguimos hablando por WhatsApp y encontrándonos en la calle. Ella me miraba de reojo, sonriendo, cómplice de nuestro bajo e infiel acto.

    —Creo que para la próxima vez podrías enseñarme a cocinar algo más difícil.

    —¿Cómo qué?

    —Lo que sea, solo quiero que vengas y me cocines desnuda ñ.

    —Jajaja ¿otro fetiche?

    —Puede ser, ¿no tienes fetiches?

    —Fantasías tal vez.

    —¿Cómo cuál?

    —Una horchata tal vez jajaja nah no es cierto.

    —¿Y si un menage a trois tú y yo?

    —¿Qué es eso?

    —Un trío pues…

    —Jajaja suena tentador jajaja.

    —Pues tú dices.

    —Jajaja ¿tú y yo y quién más?

    —¿Una de tus amigas?

    —No me cogería a una de mis amigas, aunque tengo curiosidad por saber qué se siente jajaja.

    Como saben tuve que mudarme de ese departamento.

    Laura me mandó un mensaje diciéndome que me extrañaría pero que teníamos una “cosita” pendiente.

    Seguimos hablando, todavía me manda fotos. De verdad extraño su cuerpo, su aroma, el calor de su piel y sus gloriosos pies.

    Solo espero el día en que podamos cumplir nuestra fantasía.

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  • Mi prima cambió de lugar con una muñeca sexual

    Mi prima cambió de lugar con una muñeca sexual

    Audrey la hija de mi tía Martha hermana de mi mamá, es una chica de cabello castaño oscuro, ojos marrones grandes, una piel clara con un matiz naturalmente dorado y una figura esbelta y atlética que enamora a los hombres que la ven.

    Desde pequeña se notaba que en el futuro iba a ser una mujer hermosa, recuerdo cuando invitaba a mis amigos a casa a jugar video juegos y ella con mi tía estaban de visita, mis amigos se quedaban encandilados con ella, siempre parábamos molestándola y haciéndole bromas.

    Inclusive mis amigos en la escuela me decían: “Tu prima Audrey es muy bonita”, nuestra diferencia de edad no era mucha yo soy mayor que ella solo por 2 años. En la etapa de la adolescencia su cambio fue más notorio, solo con su sonrisa bastaba para desarmar a los hombres.

    Pero esa belleza también era su karma, recuerdo una tarde viendo mi serie favorita “Two and a half men”, en español “Dos hombres y medio”, Jake había roto con su novia y Charlie le aconsejaba que se buscara a otra a una mejor y le pregunta ¿Cuál es la chica más linda de su clase? Jake responde Nicole O malí, Charlie le propone que la invite a salir, Jake asombrado le pregunta ¿si esta ebrio? Charlie le responde unas de las frases que hasta el día de hoy guardo en la memoria “Entre más linda sea la chica, más sola estará porque a la mayoría de los chicos les asusta hablarle.”

    Si lo que decía era verdad, esa tarde decidí comprobarlo. Le escribí a Audrey por WhatsApp y le pregunte qué planes para más tarde, a lo que ella me respondió: “Nada, aburrida en casa” recordé que en el centro de la ciudad habían abierto un nuevo centro de juegos electrónicos y como en un libro de seducción que había leído que las mujeres son seres emocionales y si quieres conquistarla tienes que hacerla vivir una emoción que mejor que un centro de juegos electrónicos la invite que me acompañara a lo cual acepto.

    Esa tarde noche la pasamos espectacular estuvimos jugando con juegos Árcade de lucha, autos de carrera, deportes(Futbol, Boxeo y Tenis) recuerdo un juego llamado Pump it Up es un juego de simulación de baile, donde habían flechas de colores en el suelo que señalan que sensores se deben pisar y el orden a pisarlos Audrey se encandilo con ese juego y paraba bailando, en unas de las canciones piso mal, felizmente estaba a su costado y la atrape en el aire en el momento de la caída, aproveche ese momento para tener más Kino (contacto físico progresivo) como se le conoce en el mundo de la seducción que consiste en aumentar la cercanía física de manera gradual y respetuosa, observando si la otra persona responde positivamente.

    Parecíamos como una pareja de enamorados, era la envidia de todos los hombres en ese lugar al tener a una mujer 10 a mi lado, recuerdo al salir de local el agente de seguridad me felicito tocando mi hombro “Muy bien hijo”. De ahí nos fuimos a comer unos helados y conversar, me decía que se sentía muy sola, casi no tiene amigos, que no sabe qué le pasa a los hombres que no pueden entablar una conversación con ella que se comportan como pavos, todos idiotas como con miedo, el tío Charlie tenía razón.

    Quién lo diría, las mujeres más guapas que todos pensamos que tienen un monto de hombres atrás de ellas son las que más solas están.

    Yo le ponía mi mano sobre su cintura o hombro tocándola y ella solo sonreía, me agradeció por el momento divertido en los juegos electrónicos estaba alegre y feliz. Desde ese día nuestra relación de primos mejoro, visitábamos varios lugares juntos hasta que un día se me ocurrió irnos de viaje, al sur de la capital.

    Ese día en la noche en el hotel sabía que era mi oportunidad y aplicando técnicas de seducción logre que me abriera las piernas y me permitiera entrar dentro de ella quitándole así su virginidad, si tuve el privilegio de ser su primer hombre y el que la inicio en el mundo del sexo, obviamente a nuestros padres les mentimos con versiones distintas ella que estaba en una pijamada con sus amigas, y yo que me iba de viaje con unos amigos al norte del país. Jamás sospecharon la relación que ambos teníamos ya que siempre nos cuidábamos.

    Audrey la hice mi mujer varias de veces que hasta ya perdí la cuenta, tengo un montón de historias de sexo con ella y esta es una de ellas.

    Yo tenía unos 22 años y mi prima Audrey 20 años era una mañana de agosto me levante tarde 9 am, sabía que mis padres se habían ido a trabajar, mi hermana en la universidad y mi hermano en la escuela. Así que estaba solo en casa o eso pensaba, amanecí con el miembro erecto con ganas de coger. Había importado una muñeca sexual de china para usarla en momentos de sequía, era una muñeca de 1.60 cm de altura de pelo rubio y liso, además de unos hermosos ojos azules y un perfecto y delicado tono de piel claro.

    Abro mi ropero y saco la caja donde estaba la muñeca, el nombre de la muñeca era Annie ¿le ponen nombre a las muñecas? – pensé y sonreí

    Estaba hecha de silicona con un esqueleto metálico articulado para darle más realismo, leí en la caja modos de sexo: Vaginal, anal y oral con cabeza soft silicone.

    Así que a darle, venía con un traje de lencería negro la desvestí y me desvisto agarro a la muñeca Annie de la cabeza y le introduzco mi miembro en su boca comenzado a follarla, en eso comienzo a sentir pasos silenciosos en el pasadizo no hago caso y sigo con la acción.

    Luego de darle varios minutos de sexo oral a Annie, la volteo y la coloco en posición de perrito sobre mi cama, arrojo una sábana cubriéndole la cabeza a Annie y saco de mi mesa de noche un plug Anal en forma de corazón que le coloco en el orificio anal a Annie. En eso siento que la puerta de mi habitación se abre un poco, pensé será el viento que la abrió confiado ya que sabía que estaba solo en casa.

    Agarro a Annie de la cintura y le introduzco mi miembro en su vagina que para mi sorpresa era auto lubricante, comienzo a bombearla dándole duro a Annie.

    Siento como si alguien me está mirando volteo a ver y no había nadie así que me sigo follando a Annie. En eso suena el teléfono de la sala, al sonar escucho unos pasos correr a esconderse, dije ¿Qué está pasando? Solté a Annie y me coloque un bóxer y bajo a contestar el teléfono.

    Era mi madre llamo para informarme que Audrey estaba en casa, había tenido un evento anoche en la agencia de modelos donde trabajaba y se le hizo tarde, como su casa está en sitio lejano fuera de la ciudad, decidió pasar la noche en nuestra casa que le quedaba más cerca.

    Había dejado unos panqueques, café y leche para que desayunemos. Colgué la llamada con una sonrisa así que mi prima está aquí y estamos los 2 solos. Leche es lo que le voy a dar de desayunar, salí a la habitación de huéspedes a buscarla pero no estaba ahí donde se habrá metido.

    Regreso a mi habitación a guardar a la muñeca y ahí la encuentro ocupando su lugar desnuda, se colocó en la misma posición que tenía a la muñeca Annie en 4, la cabeza cubierta por una sabana y tenía el plug anal dentro de su orificio. Annie no estaba la había colocado debajo de la cama, según ella escondiéndola.

    Decidí seguirle el juego, me bajo el bóxer la agarro de la cintura y procedo a penetrarla de golpe metiéndole mi miembro en su interior vaginal, procedo a follarla dándole fuertes embestidas, la bombeo por varios minutos hasta que no aguanto más y me vengo depositándole mi leche, dándole las ultimas arremetidas.

    Salgo de estar dentro de Audrey mi nueva muñeca y voy al baño a limpiarme, al regresar Audrey seguía en la misma posición que la había dejado no hacia ningún movimiento estaba como en estado vegetal, tal como una muñeca me aproxime a ella y aproveche para manosear todo su cuerpo que delicia de cuerpo tiene, su vagina chorrea mi semen depositado.

    Mi miembro comienza a ponerse erecto buscando más acción le quito las sabana de la cabeza agarro su mentón y lo alzo para que me mire, abro su boquita y le introduzco mi miembro. Comienzo a ensalivar mi miembro hasta que quede bien mojado, ya que será su lubricante para el anal.

    Me doy la vuelta y la jalo de los pies hasta el filo de la cama, le quito el plug anal y acerco mi miembro a su orificio anal acariciándolo luego de un golpe certero se la incrustó en el ano. Audrey pega un grito, guau no sabía que las muñecas también vinieran con sonidos.

    Continúe bombeándola y comenzaron sus gemidos, cada vez me introducía más en su interior hasta que empecé a eyacular dentro de su ano rompiéndola lo que le provoco un tremendo orgasmo ambos terminamos, yo logrando así calmar mi ansiedad sexual.

    Fui de vuelta al baño a lavarme al regresar Audrey seguía en la misma posición que la había dejado, agarre unos pañitos húmedos y comencé a limpiarla, tanto su ano como su vagina chorreaban de mi leche.

    La agarro de la cintura y la cargo sobre mi hombro, llevándola a su caja para depositarla dentro, cierro la caja con mi nueva muñeca sexual Audrey dentro y la llevo hasta mi ropero donde procedo a guardarla, cierro con seguro mi nuevo juguete para usarla más tarde y bajo a desayunar, continuando con el juego.

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  • Uber

    Uber

    Era un viernes caluroso de octubre. Había salido del bar con ese zumbido en la cabeza que te dejan un par de birras y demasiadas conversaciones a la vez. Mis compañeros se quedaron adentro, pero yo necesitaba aire, ir a casa… o al menos algo distinto.

    Esperé al Uber mirando las luces de la calle, un poco perdida en mis propios pensamientos, jugando con el borde del collar que descansaba entre mis pechos.

    Cuando el Golf negro dobló la esquina y frenó frente a mí, algo en el estómago me dio un pequeño vuelco. No sé si fue la birra, la brisa o la manera en que él me miró apenas bajé la vista para confirmar la patente.

    Cuando abrí la puerta y me senté adelante, sentí su mirada antes de que dijera una palabra. Era ese tipo de mirada que te recorre como si ya supiera algo de vos. Yo acomodé mi musculosa, que se me había corrido un poquito, y traté de hacerme la relajada… él me había registrado al segundo.

    —¿Ali? —preguntó, con esa voz grave que parecía salir de algún lugar más profundo que el pecho.

    —Sí, soy yo —respondí, sonriendo sin querer.

    Arrancó el auto y, sin disimular demasiado, me dio una mirada rápida de arriba abajo. Yo me hice la que estaba mirando por la ventana, pero sentí ese pequeño orgullo tibio adentro, ese que me agarra cuando sé que alguien me desea.

    —Estás muy linda —soltó, tranquilo, como si fuera un dato objetivo.

    Me giré un poco hacia él, apoyando la espalda en el asiento.

    —Gracias… —dije, con una vocecita que me salió más suave de lo común. La birra me ponía más vulnerable.

    Él tenía las manos grandes, robustas, marcadas por la vida. Y una remera negra que dejaba ver un torso firme. Pelo con canas, barba de tres días, y un reloj que le marcaba un aire seguro, de hombre que no pide permiso.

    El auto avanzaba y yo sentía el perfume que me rodeaba mezclarse con el interior del vehículo. Él bajó un poquito el volumen de la radio, como si quisiera escuchar mi respiración.

    —¿Que tal la noche? —preguntó en ese tono grave que casi rozaba mi piel.

    —Bien, creo —me reí bajito.

    Él también sonrió, apenas.

    —Se nota —dijo, mirándome de reojo—. Tenés una carita…

    —¿Qué carita? —pregunté, jugando.

    —Esa… la de alguien que no quiere irse a dormir todavía.

    Me mordí el labio y reí. Él lo vio. Su mano izquierda seguía en el volante, pero la derecha, muy despacio, se apoyó en la palanca de cambios. No me tocó… todavía. Pero estaba ahí. Cerca.

    Yo bajé la mirada. El silencio empezó a llenarse de algo más denso, más caliente. Todo conspiraba.

    A mitad de camino, sentí que su mano rozó apenas mi rodilla. Fué mínimo. Lo suficiente para que el cuerpo me tiemble sin que se note.

    —Perdón —dijo suave, aunque no sonaba a perdón en absoluto.

    —Está bien… —susurré.

    El viaje siguió. Él volvió a apoyarme la mano, esta vez un poquito más arriba del primer toque. No subía mucho, pero el gesto era inconfundible. Yo respiraba hondo, tratando de parecer tranquila. Pero por dentro ya estaba latiendo distinto.

    Cuando frenó a unas dos cuadras de mi casa, supe que no era casual.

    Puso las balizas. Me miró bien, directo, con esa calma que solo tienen los hombres que saben exactamente lo que están haciendo.

    —Acá termina el viaje —dijo, aunque ninguno de los dos hizo el mínimo movimiento por abrir la puerta.

    Yo me quedé quieta, con la vista perdida en la calle iluminada pero sin ver nada en realidad. Su mano se deslizó despacio por mi muslo. Esta vez no fue un roce. Fue una caricia firme, que me dejó sin aire.

    Subió hasta tocar mi concha por encima del jean, y el pulgar empezó a dibujar círculos lentos, sabiendo exactamente dónde apretar para que me temblara todo por dentro.

    Él no dijo nada, solo me miró con esos ojos oscuros que lo sabían todo.

    —No, dejame —susurré, con una voz que tembló apenas.

    —Pero querés que lo haga —respondió él, sin levantar la voz.

    Su rostro se acercó. Lento. Tan lento que sentí primero su respiración en mi cuello, después en la clavícula. Su barba apenas rozó mi piel y yo tuve que cerrar los ojos un segundo porque me ardían las ganas.

    Él apoyó su mano en mi cintura, firme, posesiva, y yo ya estaba perdida. Cada parte de mí estaba respondiendo aunque me hacía la difícil.

    Cuando levanté la vista, su boca ya estaba a un suspiro de la mía, me dejé llevar y nos besamos. Fue un beso lento, profundo, inevitable.

    —Vamos atrás —dijo él, no era una sugerencia. Fue una orden suave, firme.

    Abrió su puerta y salió. Lo vi caminar hacia la parte trasera, abrir la otra puerta y sentarse en el asiento. No me lo pensé. Me deslicé entre los asientos delanteros, y me senté encima de él.

    Sentí su pija contra mi culo, ya dura. Mis brazos se enredaron detrás de su cuello y los de él me cerraron por la espalda, aprisionándome contra su pecho.

    Nos besamos de nuevo. Esta vez no había calma. Era hambre. Su boca me devoraba mientras una de sus manos subía por mi costado y me agarraba una teta por encima de la musculosa, apretando con fuerza.

    El otro brazo seguía sujetándome, un ancla caliente que me impedía moverme más de lo que él quería.

    Empecé a moverme, un vaivén lento, deliberado. Froté mi culo contra su bulto, una y otra vez, sintiéndolo crecer más y más debajo de mí.

    Cada movimiento me enviaba una descarga eléctrica directa a la concha. Sentí cómo la tanga se me empezaba a humedecer, cómo el calor se me acumulaba entre las piernas.

    Un gemido se me escapó en medio del beso, un sonido ronco y necesitado que le dijo todo lo que mis palabras no podían.

    —Sacátela —gruñó él contra mi boca, y no era una pregunta.

    Con manos torpes y urgentes, me aferré al borde de mi musculosa y la tiré por encima de mi cabeza. El aire frío del auto me erizó la piel, pero el calor de su mirada era mucho más intenso.

    Desabrochó mi corpiño con una sola mano, con una destreza que me cortó la respiración, y mis tetas quedaron libres, temblando ante él.

    Se inclinó y su boca caliente encontró mi pezón. No lo besó, lo succionó. Un chupón fuerte y húmedo que me hizo arquear la espalda y un gemido se me escapó.

    Su lengua jugó con la punta, endureciéndola hasta doler, mientras su mano se apoderaba de la otra teta, masajeándola, apretándola.

    —Sí… así —susurré, con los ojos cerrados, perdiéndome en la sensación.

    Me deslicé a su lado, sobre el asiento de cuero, y nos besamos de nuevo, un beso desesperado y salivado.

    Su mano volvió a mis tetas, retorciendo mis pezones, mientras la mía bajaba por su abdomen hasta encontrar su bulto, duro y enorme, esperándome. Lo apreté a través de la tela y él gimió en mi boca.

    No pude más. Me puse de rodillas sobre el asiento, mirándolo desde abajo. Él entendió al instante. Bajó la cremallera y se desabrochó los jeans, dejando a la vista su verga. Era gruesa, con una vena marcada y la cabeza roja.

    Me incliné y la tomé con la mano. La sentí palpitar contra mi piel. La primera lametada fue lenta, desde la base hasta la punta, recogiendo la gota salada que ya había escapado.

    Luego la metí toda en mi boca, hasta donde pude, sintiéndola golpearme el fondo del garganta. Empecé a mamarla con ganas, mojándola toda, usando mi lengua para darle vueltas a la cabeza mientras mi mano apretaba la base.

    De vez en cuando, la dejaba escapar un poco y le pasaba los dientes con suavidad por el costado, una pequeña mordida que lo hacía jadear.

    Mi mano no se quedaba quieta: le masajeaba las bolas mientras la otra se aferraba a su muslo, sintiéndolo tensarse cada vez más.

    Él metió una mano en mi pelo, empujándome suavemente hacia abajo, tomándome el control, y yo lo dejé hacer, dispuesta a tragármelo entero.

    Dejé que su verga se me escapara de la boca con un chasquido húmedo y subí para besarlo. Lo hice con ganas, sin importarme que mis labios estuvieran empapados en mi saliva.

    Él me devolvió el beso con la misma furia, chupándome la lengua como si quisiera limpiarme el gusto de su propia verga, probarse a sí mismo en mi boca.

    —Quiero que me garches —le soplé al oído, y fue todo lo que necesitaba oír.

    Me aparté un segundo, lo suficiente para desabrochar mi jean negro y tirármelo junto con el bombacha, dejándolo todo en un montón en el suelo del auto.

    Me puse en cuatro patas sobre el asiento, apoyando las manos en el espaldar y ofreciéndole mi culo, mi concha, todo.

    Vi cómo se llevaba un dedo a la boca y lo mojaba con saliva. Después sentí su contacto, húmedo y caliente en mi conchita. Notó cómo ya estaba empapada, lista para él.

    —Estabas esperando esto, ¿no, pendeja? —dijo, y su voz era un guturral de pura satisfacción.

    Metió el dedo. Fue lento, un solo dedo que se deslizó hacia adentro sin resistencia alguna, explorándome, haciéndome temblar. Entraba y salía con una calma que me volvía loca.

    Luego sentí otra cosa. La cabeza de su verga. La apoyó y empujó, despacio, entrando centímetro a centímetro. Me llenó por completo, una presión densa y perfecta que me sacó un gemido ahogado.

    Se movió con cuidado al principio, un ritmo suave de vaivén, dejando que mi cuerpo se acostumbrara a su tamaño.

    Pero la calma no duró. El ritmo se hizo constante, más firme. Cada embestida era un poco más profunda, un poco más rápida. El auto empezaba a moverse con nosotros, un balanceo rítmico que acompañaba nuestros jadeos.

    Y entonces todo cambió. Agarró mi cadera con ambas manos y se lanzó a por todas. Ya no hubo cuidado, ni ritmo. Fue pura brutalidad. Cada penetración era un golpe seco, un estruendo de piel contra piel que retumbaba en el interior del auto.

    El sonido de sus pelotas golpeándome el culo, mis gemidos convertidos en gritos, y el olor a sudor llenaba el aire.

    Me deslicé de él, mis piernas temblando, y me recosté de espaldas en el ancho asiento trasero. El cuero se pegó a mi piel caliente. Abrí las piernas, despacio, dejándolo ver todo, ofreciéndole mi concha abierta y húmeda bajo la tenue luz de la calle.

    Él me miró un segundo, con una calma bestial, y se movió sobre mí, torciendo su cuerpo para quedar frente a mí, en esa posición incómoda que solo la urgencia hace posible.

    Apoyó una mano junto a mi cabeza y con la otra guio su verga hacia mi entrada.

    La sentí entrar, un golpe firme y profundo que me sacó el aire de los pulmones. Me llenó de golpe, y el auto pareció encogerse a nuestro alrededor. Se quedó quieto un instante, adentro, y luego bajó la cabeza un poco.

    —¿Te gusta, putita? —sopló, y su voz era un ronquido grave que me recorrió entera.

    —Sí…—susurré, ahogada —. Sí, me encanta.

    —¿Sí qué? —apretó, tirándome del pelo con fuerza, obligándome a mirarlo.

    —Sí, me gusta que me cojas así —logré decir, y fue una confesión total.

    Su mano se cerró más en mi cabello, usando mi cabeza como punto de anclaje. Y entonces empezó a moverse. No hubo ritmo, ni calma. Fueron embestidas secas, profundas, cada una más rápida que la anterior.

    Después se recostó contra el asiento, jadeando, su verga dura y brillando con mis fluidos. Yo me di vuelta, dándole la espalda, y sin dudarlo me senté sobre él, sintiéndolo entrar de nuevo en un solo movimiento profundo.

    Apoyé mis manos en sus rodillas y empecé a moverme. Mi culo subía y bajaba, lento al principio, para sentir cada centímetro de su verga deslizándose adentro, llenándome por completo. Cada vez que me sentaba, un gemido se me escapaba.

    —Ay, que rico… —decía, casi sin aliento.

    Él no respondió, solo apoyó sus manos en mi cintura, sus dedos hundiéndose en mi piel, y me ayudó a encontrar el ritmo. El movimiento se hizo más rápido, más frenético.

    El auto no paraba de mecerse, y yo me perdí en esa sensación, en el calor de su cuerpo contra mi espalda, en la manera en que me llenaba una y otra vez.

    Pero entonces sentí cómo sus dedos se apretaban más, cómo su respiración se cortaba. Empezó a gemir, un sonido bajo y ronco que se fue volviendo más agitado, más desesperado.

    —No… no aguanto —logró decir.

    Agarró mi cintura con una fuerza que me cortó el aliento, tirándome hacia atrás hasta que mi espalda pegó contra su pecho sudoroso.

    Inmovilizó mis brazos cruzándolos sobre mi panza, aprisionándome contra él con una garra que no dejaba lugar a dudas. No era un abrazo, era una trampa caliente y necesaria.

    Sentí cómo su cuerpo se tensaba entero, un arco de pura tensión a punto de romperse.

    —Hija de mil puta… —logró decir, con la voz rota.

    Y entonces empezó. Un espasmo profundo que recorrió su cuerpo y el mío. Sentí el primer chorro de leche caliente, denso, golpearme adentro, y un gemido largo y ronco se le escapó de la garganta, un sonido animal de agotamiento y puro placer.

    Se vació en mí, una y otra vez, cada contracción de su verga un nuevo latido de semen que me llenaba hasta los bordes.

    Gritó contra mi nuca, un grito ahogado y desesperado, mientras sus dientes me encontraban el lóbulo de la oreja, jugueteando con él, mordiéndolo suave, como si quisiera marcar el final con una última posesión.

    Yo me quedé quieta, sintiéndolo terminar, sintiéndome usar. Pero mi cuerpo tenía sus propias ideas. Mientras él jadeaba, rendido, empecé a mover el culo, un vaivén mínimo, casi imperceptible, pero suficiente.

    Un círculo lento que apretaba su verga todavía dura, exprimiendo el último resto de su leche, mezclando todo adentro.

    Y pensé. Pensé en mis compañeros en el bar, en mi casa a dos cuadras, en el olor a cuero y a semen que me llenaba el interior. Y me sentí sucia. Puta. Increíblemente viva y sucia por haber terminado la noche así, de rodillas en el asiento de un Uber, dejando que un desconocido se acabara adentro de mi concha como si fuera suya.

    Todavía respiraba rápido, como si mi cuerpo no terminara de entender que ya había pasado todo. Sentía la adrenalina caliente en la piel, en las piernas, en el pecho… como un latido que no encontraba dónde apoyarse.

    Me incorporé en el asiento trasero y empecé a vestirme casi a las apuradas, sin mirarlo demasiado. Me temblaban un poco los dedos mientras acomodaba la musculosa y me subía el jean, como si quisiera salir del auto antes de que algo más se derrame entre los dos.

    Él ya se estaba subiendo el pantalón con esa naturalidad práctica que parecen tener algunos hombres después de momentos demasiado intensos.

    Para cuando yo terminé de acomodarme el collar y atarme el pelo, él ya estaba adelante otra vez, al volante, como si nada lo hubiera desarmado.

    —¿Te llevo a tu casa? —preguntó, sin girarse del todo, con ese tono seguro, casi dueño de la situación.

    —No… camino desde acá —dije suave, todavía un poco agitada—. ¿Cuánto es?

    —Ya está pago —respondió firme, sin dejar que el aire se llene de dudas.

    Asentí. No sabía si agradecerle o simplemente irme. Abrí la puerta del auto sin mirarlo demasiado. Sentía el silencio del auto pegado a la espalda, como si todavía quedara flotando lo que había pasado ahí adentro.

    —Chau, Ali —dijo.

    Me incliné apenas y le di un beso frío en el cachete. Un gesto mínimo, casi automático. Él lo recibió con una pequeña sonrisa confiada, como si se quedara tranquilo con eso, como si le alcanzara.

    Bajé. El calor de la noche me envolvió enseguida. Eran casi las dos de la mañana y la calle estaba vacía, muda, iluminada por esas luces amarillas que siempre parecen más íntimas de lo que deberían.

    Caminé despacio, con la cabeza llena, tocándome el collar como si lo necesitara para anclarme al cuerpo otra vez.

    Mi perfume dulce seguía en mi piel, mezclado con algo más que no quería recordar. El corazón me golpeaba raro, entre revuelto y vivo. Sentía una mezcla que no podía ordenar: vacío, un poco de vértigo, un poco de orgullo.

    Llegué a casa, cerré la puerta atrás y me metí directo al baño. Dejé que el agua me corra por el cuerpo como si pudiera limpiar algo más que la noche. Pero no. No se iba.

    Me acosté en la cama todavía húmeda, mirando el techo, respirando lento. No pensaba en él. Pensaba en mí. En lo que significaban estos encuentros para mí: en teoría, nada. Un instante, un impulso, un fuego que se prende y se apaga.

    Pero aun así, por algún motivo, no podía sacarme las ganas del cuerpo. Ni la sensación. Ni ese calorcito. Y tardé mucho en dormirme.

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