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  • El delicioso amigo de mi hija

    El delicioso amigo de mi hija

    Mi hija mayor va a la universidad y es muy atractiva, por lo que siempre tiene pretendientes, a la mayoría los hace amigos.

    En una ocasión llevó 2 muchachos a la casa, yo estaba en la cocina a punto de salir a un desayuno, pasa y me los presenta.

    Uno de los dos muy guapo, alto, buen cuerpo, manos fuertes y olía delicioso.

    Le doy un beso y le digo mucho gusto Lorena y me dice mucho gusto te puedo decir Lore, me dio risa y le dije por supuesto.

    Tome una bolsa con presentes que llevaba para mis amigas y me la quita de la mano y me dice yo te ayudo, te acompaño a tu carro, le digo gracias, me fue siguiendo hasta la camioneta.

    Me dice de nuevo, mucho gusto y me abraza de la cintura y me da un beso en la mejilla casi en la oreja, volví a oler su perfume delicioso.

    Subo a la camioneta y le digo con la mano a dios. Me quedé pensando un poco en sus atenciones y en cómo me tomó por la cintura con todo su brazo me apretó con fuerza.

    En la noche llega mi hija y se sienta en la cama donde estábamos mi esposo y yo, platicamos un poco con ella y mi esposo dice voy a la cocina.

    Tan pronto sale del cuarto y me dice mi hija, mamá, mi amigo se quedó muy impactado contigo, dice que estás hermosa, yo le dije cálmate está casada y me dijo “¿y tu papá no presta?”, le di un golpe en el hombro y le dije cállate.

    Me dejó inquieta mi hija, la verdad estaba guapo y con un cuerpo atlético y olía muy rico, esa noche mi esposo se bajó a mi panochita a lamerla y jugar con su lengua y mi clítoris, la verdad mientras lo hacía estuve pensando en el amigo de mi hija y me vine delicioso.

    Ese fin de semana quedaron de salir mi hija y sus amigos, fueron por ella y el amigo de mi hija pasó a saludarme, iba muy arreglado, se veía muy bien y su loción deli, me dice hola Lore, no quieres ir, le dije no gracias me da un beso y sentí como con su mano me agarró las nalgas.

    Me quede congelada e hice como que no pasó nada.

    Sábado y domingo no pude dejar de pensar en él, cuando lo hacía mi vagina latía y se humedecía bastante, mi esposo fue quien aprovechó esa lubricación extraordinaria y me estuvo cogiendo, yo me venía pensando en ese chavo.

    Llegó el lunes, no había nadie en la casa y yo estaba acostada todavía en pijama de shortsito y blusita de tirantes, eran como las 11 y se me vino a la mente el amigo de mi hija, voy por un vibrador para seguir pensando en él y suena el timbre, estaba esperando un paquete y pensé lo van a aventar por arriba del portón, por lo que bajé por él así en la pijamita.

    Cuando llego al portón oigo “Lore”, digo, si, (era el amigo de mi hija) y dice, me mandó tu hija por una cosa de la Universidad que se le quedó en la cocina. Le dije ahorita te lo traigo y dice, no yo subo para que no bajes de nuevo.

    Me quedé pensando en que estaba con un short muy corto y blusa de tirantes sin sostén, entre pena y que mi panochita se empezó a dilatar y latir, tenía que decidir y abrí la puerta.

    Le dije sígueme, iba con mucha pena por qué iba subiendo escaleras en mi shortsito y se me sale media nalga y el detrás, pero pensé, toma el encargo de mi hija y se va.

    Cuando llegamos a la cocina solo siento que me abraza por detrás con fuerza pegándome a su cuerpo y mientras siento su verga parada recargada en mi espalda, acerca su boca a mi oído y me dice, Lore no hay nadie y vengo bien caliente, ya no aguanto.

    No dije nada, solo empecé a sentir sus manos bajando los tirantes de mi blusa, sacó mis tetas y a dos manos las empezó a acariciar, sentía mis pezones entre sus dedos, su boca desenfrenada en mi cuello y su verga que se empujaba entre mis nalgas aún con ropa.

    Yo seguía muda y bajo una de sus manos, agarró mis nalgas firmemente, me dio una nalgada y quitó mi short.

    Me volteo, abrió mis piernas y puso un dedo entre los labios de mi vagina.

    Sentí la punta de su dedo en mi clítoris, dio algunos círculos y dijo, estás bien lubricadita Lore.

    Se sacó la verga, se veía dura con la punta gorda y roja y las venas que parecía que iba a explotar.

    Puso la punta en mis labios y clítoris, recorría mi panochita al tiempo que jugaba y lamía mis pechos.

    De repente me acostó boca arriba en el desayunador, el de pie, puso mis pies en sus hombros y sentí como se empezó a abrir paso su verga dentro de mi panocha hasta llegar a lo más profundo, por varios minutos salía y entraba con gran ritmo, hasta que sentí un orgasmo gigante, delicioso que contrajo todos los músculos de mi cuerpo, sacó su verga y explotó, caían gotas calientes de su semen en mi vientre, tetas, cara, por todos lados.

    Estábamos exhaustos, llenos de sudor y yo no pude decir una sola palabra en todo el encuentro.

    Se vistió y me dijo, Lore, te parece bien que empecemos los lunes así, en tu casa no hay nadie y yo no tengo clases. Seguí muda, me reí y se fue.

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  • Mia y Kati, madre e hija, dos tremendos culazos de infarto (1)

    Mia y Kati, madre e hija, dos tremendos culazos de infarto (1)

    Para este pasado día de los padres, mi amiga Diana me invitó a un asado para festejarlo. Su esposo quien está en sillas de ruedas pues debido a un derrame cerebral quedó sin algunas facultades motoras y necesita de ayuda para funcionar. Esto pasó hace ya algunos años y con Diana venimos cogiendo desde entonces.

    Al principio cogíamos a cada semana unos tres polvos y luego con el tiempo y porque ella sabe que por ahí hay otras chicas, hoy la veo una o dos veces al mes. Esta linda mujer le encanta el sexo anal y, creo que se corre más rico cuando se le da fuerte por el culo y ella me lo ha confirmado; le encanta mi verga en su culo. Ella ha sido cómplice de otras aventuras con otras chicas, no es posesiva y le da morbo saber que otras mujeres han experimentado lo mismo que ella ha vivido conmigo en la cama. Diana hoy ronda los 45 y venimos cogiendo desde que ella tenía los 33 y definitivamente tenemos mucha confianza.

    Para el asado ella me mencionó que llegaría una amiga con su hija y desde ese momento un día antes me decía: -Las dos se te van a antojar y te aseguro que ambas quisieran gozar de una hermosa verga como la tuya. Mia me ha dicho en confianza que tiene más de tres años sin probar una verga y que su hija Kati que, acaba de cumplir los 18, Mia me ha contado que ya son dos veces que la ha sorprendido masturbándose. Yo le he hablado de ti a Kati y le he dicho que si en verdad quiere experimentar un buen orgasmo tu eres el hombre apropiado para hacérselo sentir. Ahora a Mia le he dicho que eres un hombre encantador, pero que no le gusta el compromiso.

    Sé que ambas te van a gustar, pero me suena imposible que vayas por las dos, aunque conociéndote no me sorprendería que ambas me cuenten la cogida que les diste. – Esas fueron las palabras exactas de Diana, pues solo las copie de su texto para agregarla a mi relato.

    Llegué a eso de las seis de la tarde y ya había por los menos una decena de personas haciendo ruido alrededor de la piscina. No tuve la necesidad que me las presentara, eran obvio quienes eran Mia y su hija Kati. Vestían unos bikinis de baño que la parte trasera se les hundía en unos suculentos culos y ambas lucían unos cuerpos esculturales como que si se los hubieran mandado a hacer. Pechos de copas 36 CC y unos culos copiados que según mi calculo la cinta métrica mediría 110 cm.

    Llevaba mis anteojos oscuros y eso me dio la indulgencia de mirar directamente a esos monumentos sin que pudieran saber el enfoque que tenía. Diana me las presentó y tuvimos una plática larga y bien entretenida con ambas. Ahí me di cuenta de que Mia es la enfermera del ingeniero Lacrosse, esposo de Diana y que su hija va para la universidad becada.

    La verdad si las ven juntas más parecen hermanas que madre e hija. Mia solo tiene 34 años … o sea que la tuvo a los 16 y según me contaba Diana, era el producto de una violación de su padrastro quien pasó 12 años encerrado. Mia nunca formalizó una familia y según cuenta Diana, ella ha tenido parejas, pero nada con sentido familiar. Ella como enfermera es autosuficiente y Diana dice que así se quiere mantener y cuando le habló de mí, le dijo que yo era un hombre igual y que podría ser una buena aventura.

    En cambio, con la hija le dijo que la llevaría al cielo, que no habría otro hombre que la hiciera sentir como ella ni se lo pudiera imaginar. Diana le apostaba a que Kati no podría tener una relación sexual más intensa que conmigo. Eso es Diana… creo que lo dice porque en el pasado yo llené ese vacío y al igual que muchas mujeres necesitadas de afecto… sabe que yo puedo llenar esos vacíos de expectativa en la cama.

    Creo que esa tarde me le insinué a las dos y más que todo a Mia la madre, pues conversamos más tiempo con ella. Intercambié números celulares con ambas y esa noche nos despedimos con un beso en la mejía y nos fuimos a nuestros respectivos lugares. Tres días después veo un mensaje de texto que me decía lo siguiente:

    -Sr. Antonio Zena, he hablado con su amiga Diana y me ha dicho que usted seguramente podría enseñarme muchas cosas… usted debe imaginar a lo que me refiero. Nunca he tenido un novio y mi madre se ha encargado de hacerme sentir un miedo al sexo. Yo quiero experimentarlo y Diana me ha dicho que usted sabe cómo extinguir esos miedos. No sé qué pensará de mí, pero Diana habla que usted es muy discreto y eso es lo que necesito de usted… No soy virgen, me masturbo casi a diario, pero quiero aprender del sexo con un hombre de experiencia como usted. Si no le interesa por favor mil disculpas e ignórelo.

    Kati, al igual que su madre medirá un metro con 65 centímetros, de un peso de algunas 130 libras y más que todo ese peso está bien distribuido entre esos pechos y un espectacular trasero. Ese día en la piscina realmente era una delicia verlas a ambas, eran una copia de madre e hija. Cuando recibí el texto solo me llegó a la mente Diana, pues la conozco muy bien y ya me imagino como habrá motivado a Kati para que esta chica de solo 18 años se atreviera a contactarme.

    Ah olvidaba decir que Diana es bisexual, con ella y su amiga rusa hicimos un trío. Creo que es la única experiencia lésbica que ha tenido Diana o por lo menos eso me ha dicho ella. Diana es una lesbiana pasiva, no creo que sea muy abierta en ello y creo que se inclina más por los hombres y no sé si tiene otros amantes, nunca me ha contado nada de otras relaciones.

    Realmente nunca esperé que esto se diera así de esta manera, pues todo era muy directo, nada de protocolos de conquista. Le dije que cuando quisiera llegara a mi casa y que se trajera su traje de baño para pasarlo en la piscina. Resulta que el día en qué quedamos cayó una tormenta con relámpagos y truenos que de alguna manera le dieron romanticismo a la situación.

    Kati llegó por la tarde vistiendo una minifalda colorida y una blusa blanca donde los pezones eran evidentes. Desde el principio los saludamos con un beso en la boca, era evidente lo que ambos queríamos. Y una vez más, me pasaba lo que muchas veces me pasa por la mente en este tipo de situaciones: ¿Cómo una chica así de joven y linda quiera coger con un hombre mayor? -Sabía que esto era más que todo la persuasión de mi amiga Diana… ella en verdad tiene talento para motivar y persuadir.

    Cuando le di el beso al llegar también le tomé delicadamente una nalga y ella solo me dio una sonrisa muy linda e inocente. No podía creer que una chica tan joven y bella a sus 18 años no haya tenido alguna experiencia sexual. Yo vestía solo un pantalón deportivo y mi camisa polo y fue obvio como me creció la verga al darle ese beso y haber sentido sus nalgas. La invité a algo de tomar y me aceptó un jugo de naranja y nos sentamos en el sofá y cuando ella puso una pierna sobre la otra le vi su calzoncito que parecía de un rosa muy intenso o fucia. Estábamos de frente y ella parecía un poco callada, quizá nerviosa y le di una observación para quebrar el hielo.

    -Eres una chica muy linda… imagino que más de alguno te ha dicho lo bonita que eres.

    -Gracias don Antonio, pero la verdad que nunca me lo han dicho.

    -Sabes Kati, llámame, Tony. Olvídate del “don”, que si vamos a entrar en confianza solo llámame, Tony.

    -Está bien Tony. Usted también es un hombre muy guapo. Sabe don Antonio… perdón Tony; Me gustó ese beso, nunca nadie me había besado la boca.

    -¿De veras? Difícil de creer. Yo diría que debes tener muchos admiradores deseosos de besar esos labios muy lindos que tienes.

    -No le miento, siempre he tenido miedo dar ese paso. Siento que algo malo pueda suceder. Mi madre siempre me ha dicho que el momento apropiado algún día llegará.

    -Me alegro de que te haya gustado. Yo me atreví porque recordé tu texto e imaginé tener el permiso de hacerlo.

    -No… no me molestó para nada y si me gustó, no se lo niego.

    -Lástima que llueva, me hubiese gustado verte de nuevo en traje de baño.

    -Por eso no hay problema, me lo podría poner si gusta verme en traje de baño. -Me lo dijo riendo.

    -¿Te atreves a modelarme las bragas que llevas puestas? Me gusta ese color intenso rosado.

    -¿Qué? ¿Se me nota el color?

    -Soy psíquico. -Le dije riéndome.

    Pensé que no se atrevería en el momento, pero ella se paró frente de mí y me pidió que le ayudara a removerle la ropa. Me paré y le di otro beso más intenso mientras le sobaba esas preciosas nalgas que realmente son una gran tentación, son espectaculares. Ella solo me dijo cuando despegué mis labios de los de ella: -Usted me pone bien caliente, me gusta como huele. -Yo solo le sonreí y comencé a removerle esa blusa y por cada botón que desprendía regresaba a darle un beso y sobar esas ricas nalgas. La dejé con su brassier y su falda cayó en el piso y me queda ese espectacular cuerpo de una chica de 18 añitos en su primera relación sexual.

    Su piel, ese aroma de la juventud era hipnotizante, una piel humectada, sedosa y realmente esta chica me tenía bien parada la verga que estiraba mi pantalón de algodón deportivo. Le pedí que caminara alrededor y no sé si ella se dio cuenta de las cámaras de seguridad, pero hizo un par de pases y ver a esta chica en ropa interior realmente es una delicia. Su tanguita fucia se le hundía en esos hermosos cachetes que te van hipnotizando en ese vaivén del caminar. Hubiese querido meterle la verga en ese momento, pero antes estaba en darle placer a esta chica y la halé hacia mí mientras me sentaba en el sofá y la guíe para que se sentara frente a mí con sus piernas abiertas.

    Esos dos pechos son tan hermosos como sus nalgas y ese brassier se los levanta que parece se quieren salir. Ponía mi cara entre ellos y absorbía su olor mientras masajeaba su rico trasero. Le besaba las tetas por encima paseando mi lengua por todo ese entorno sin descubrir los pezones. Sentía como esta chica había encontrado un ritmo rico rozando su panochita contra mi verga y movía su pelvis con ese ritmo delicioso. Pasé a removerle el brassier y me quedaron esos dos hermosos melones con una areola cafesosa y unos pezones puntiagudos alargados. Mi boca atrapó uno de sus pezones delicadamente y haciendo una pausa le pregunté:

    -¿Te gusta que te los mamen fuerte o así está bien?

    -No sé… nunca me los habían mamado. Así se siente rico.

    -Vamos a intentarlo de diferentes maneras, si algo te molesta o no te gusta házmelo saber. ¿Te parece?

    -¡Está bien!

    Me dediqué a chuparle las tetas al principio de una forma delicada y luego pasé a halarle los pezones con mi labios, los mordisqueaba, besaba su cuello mientras mis manos seguían entretenidas jugando con sus hermosas nalgas y le daba esa sensación de arañeo que ella reaccionaba cuando le deslizaba mis uñas por su trasero. Hicimos una pequeña pausa para sacar mi verga bajándome un poco el pantalón deportivo que estaba totalmente mojado por los jugos de esta linda niña y mi fluido preseminal. Su tanga estaba más que mojada y parecía que no existía esa barrera de esa tela cuando ella se restregaba mi verga en la entrada de su panochita.

    Pasé a una mamada mucho más intensa donde le mordiscaba los pezones y se los halaba ahora con mis dientes y fue cuando me lo dijo: -¡Ay que rico… siento que me voy a correr! Diciendo esto estaba cuando Kati aceleró su vaivén de caderas y me lo dijo de esta manera en un aullido de pura excitación: -Señor Zena, me vengo… no aguanto más, me corro, me corro, me corro Dios mío… me corro. Ella dejó de hacer ese vaivén lentamente… y a pesar de no estar adentro de su vagina aun así podía sentir sus contracciones. Ver su rostro satisfecho me llenó de ese morbo para continuar dándole placer a esta chica.

    Me preguntó dónde estaba el baño y le señalé por donde debía ir y escuché el grifo de la regadera en la tina… se estaba bañando. Se tomó alrededor de quince minutos y salió ya maquillada y oliendo rico a su perfume. Yo me fui a las regaderas de la piscina y me di un baño también, pero yo solo me tomé cinco minutos y estaba listo para esta vez darle placer oral. Si nadie le había besado los labios de su boca, lo más probable nunca había experimentado sexo oral. Comenzamos con una breve conversación:

    -Usted es admirable… no sé si esa sea la palabra. Nunca pensé correrme como lo hice solo sintiendo su cosa. ¿Me pregunto si eso que usted tiene me cabe?

    -Kati, solo quiero saber que te la estás pasando bien. A mí me gusta tomarme mi tiempo, dar placer y solo quería saber si debo usar condones. Mi miembro… estoy seguro que te cabe.

    -Sabe, su amiga Diana me aconsejó en comenzar a usar la píldora desde hace tres meses. Ella me decía que en la universidad cualquier cosa puede pasar y era mejor evitar a toda costa algún embarazo. Y ya tengo ese tiempo tomándome las píldoras, pues ella me decía que a mis 18 años ella me iba a presentar a alguien que me mostrara lo que es el sexo. Ahora si usted quiere usar condones es cosa suya. Diana me aconsejó que el sexo es más rico sin nada de eso y que a usted no le gustaba ponerse condones.

    -Kati, ¿te puedo hacer una pregunta y que me la contestes honestamente?

    -Si diga… yo le voy a ser siempre honesta.

    -¿Por qué un hombre de mi edad y no un chico de tu entorno? ¿Por qué una chica de tu edad quiere estar con un hombre mayor como yo?

    -Don Antonio… perdón; Tony, le voy a ser honesta. Nunca imaginé estar con un hombre mayor que yo, pero su amiga tiene mucha razón. Usted tiene la experiencia de cómo tratar a mujeres y además usted es un hombre muy guapo. Le voy a ser honesta… yo no miro a un hombre mayor que yo… yo veo a un hombre inteligente, a un hombre guapo que me atrae. La verdad que desde que Diana me mostró su foto, deseaba estar con usted. Y esto es todo don Antonio… si usted no me gustara, si no me atrajera un ápice, un tantito así… no estaría hoy en su casa.

    En ese momento la invité a pasar a mi habitación… ella estaba admirada de lo grande que era mi casa. Vio el yacusi, la televisión de 90 pulgadas frente a mi cama y esa vista espectacular del río que pasa en un declive atrás de mi casa. Seguía lloviendo levemente y en ese momento esta chica usaba una tanga roja, un bustier negro y unas sandalias, yo solo me cubría con la toalla con la que me había secado. La lluvia había cesado, aunque el cielo se miraba negro y salimos a la terraza donde se respiraba ese ambiente musgo de la frescura del campo. Ella me dijo sin titubeos lo siguiente:

    -Tony, aquí quiero que me desvirgue. Nunca imaginé un paisaje más apropiado que este para recordar un momento así.

    -Kati, voy a hacer todo lo posible para que este día sea inolvidable.

    -Tony… usted sabe lo que hace.

    La abracé por sobre su espalda y mi pene estaba entre esas preciosas nalgas solo bloqueada por este nuevo hilo dental. Le besaba el cuello y le decía que ese culo me fascinaba, que sus tetas me volvían loco y que quería comerle ese precioso culo. Ella me dijo que quería chupar mi verga, que lo deseaba tanto que antes a esto soñaba con descubrir su olor y como sabría. De ella salió y me dijo: Tony quiero chuparle la verga y después, puede hacer conmigo lo que usted quiera.

    En la terraza que es un espacio con techo también hay una mesa, un par de sofás y un asiento de cuero que parece banca y que puede servir como cama reclinable. Kati se sentó en este último y quitándome la toalla me tomó el pene ya erecto y me le dio una mamada que no parecía de un amateur… esta chica a través del porno en la red se imaginaba lo que uno quería experimentar.

    Llegó al punto de meter su lengua en mi culo y honestamente lo disfruté. No me corrí porque esta niña no sabe jugar con los tiempos y la comprendo, es cuestión de enseñarles como dar placer. Mi verga estaba a mil… gruesa y extendida a sus 22 centímetros y era una delicia ver a esta chica como disfrutaba mamándola y ver como entraba y salía de su boca era ahora parte de este hermoso paisaje. Cuando sentía que me quería venir en su boca hice una pausa para sugerir a otra acción.

    Alcancé una de las almohadillas del sofá y lo coloqué en esta banca. Guíe a Kati acostarse y en el proceso le quitaba el bustier y me saltaban esas hermosas tetas y le quité esta nueva tanga que ya estaba de nuevo mojada. Uff… que bonita esa panochita, un rajita rosadita y brillante por su humedad y literalmente sus labios parecían los pétalos de una rosa. A esta panochita le podría llamar una florcita perfecta y muy bien depilada y me daban ganas de comenzar a comérsela en ese instante.

    Me fui por encima de ella y comencé a chuparle la boca, besos en el cuello, una mamada breve en esos dos ricos melones y mi lengua iba recorriendo su abdomen, le metía la lengua en el ombligo y esta chica gemía sensualmente y me masajeaba la cabeza. Le besé el monte venus y sus entrepiernas antes de llegar a su cuevita mojadita. Comencé a lengüetear su clítoris de forma lenta y se puso muy tensa, sentí como sus piernas me apretaban la cabeza he hice una pausa y le pregunté:

    -¿Todo bien?

    -Si… es que es una sensación que me pone tensa.

    -¿Quieres que continue?

    -¡Si usted quiere!

    -Yo si quiero, pero quiero que sea algo que a ti te guste y que no estés incomoda.

    -Si está delicioso, pero es que me pongo tensa cuando ya me voy a correr.

    -Ok, déjame saborear tu panochita un minuto más y luego pasamos a algo diferente.

    Esos jugos estaban dulzones, ricos con un aroma de juventud que esa tarde debí haber pasado horas chupando su panochita y ese hermoso culo. Cuando sentí ese apretón de sus piernas de nuevo hice otra pausa y la invité a ponerse de pie llevándola al sofá donde la puse de perrito. Ver ese culo en esa posición es una delicia. Ver esa marca de sus calzoncitos y ese culo y conchita rosadita goteando es una delicia. Pasé a enterrarle mi lengua en ese culo y se lo chupe por un par de minutos pasando a removerle esos jugos que colgaban con mi lengua en su panochita. Ella me interrumpió sino hubiese seguido pegado a ese culo y me dijo: -Métame la verga cariño, me está poniendo muy tensa.

    Le puse mi glande a la entrada y le paseaba la cabeza de arriba abajo y de esa manera me chaqueteaba la verga y que ella solo sintiera la punta. Ella movía las caderas como queriéndose meter la verga y estaba tan desesperada que hasta me lo pidió. Le empujé la verga lentamente y sentí ese paraíso caliente y apretado de su panochita y Kati movía las caderas, aunque oía como que gemía más de dolor, pero ella seguía moviendo sus caderas y se escuchaba ese golpeteo de mi pelvis y sus nalgas y el chapoteo de mi verga entrando y saliendo de su rica cueva.

    De repente me comenzó a decir: -Tony siento que me voy a venir, dele mas fuerte, dele fuerte, si, así, así, así… que rico, ¡Me vengo…uff me vengo! -Dejé de pompearle la panocha cuando ya daba gemidos más leves y relajados. Y ella me decía lo siguiente:

    -¡Tenía razón su amiga Diana! Usted si sabe lo que uno quiere. ¿Y usted no se ha corrido?

    -Estoy esperando si existe la posibilidad de que me corra en tu culito.

    -¿Quiere abrirme el trasero? ¿De veras lo quieres?

    -Kati, lo deseo con todas mis ganas.

    -Bueno, usted sabe lo que hace aquí y si algún día tenía que pasar, que bien que sea con usted.

    Kati solo me miraba la pija bien erecta y hasta me vibraba y se levantaba el glande. Ella se levantó del sofá y me beso saboreando nuestros propios jugos y me dijo lo siguiente: -Soy suya, quiero experimentar todo con usted. – Me dio otro beso y le dije que su pusiera de nuevo en cuatro sobre el sofá. Puse una almohadilla en el piso y me he hincado a volverle a comer el culo. Se escuchaba el lengüeteo bien intenso y los gemidos de Kati que me inspiraban a seguirle comiendo el culo.

    Esas dos tremendas nalgas estaban deliciosas, potentes y pasé comiéndole el culo unos 10 a 12 minutos y me dijo que pensaba que se iba a correr y este lengüeteo solo fue en ese culo y me dijo de repente: -¡Dios mío, me vengo, me estoy corriendo… que rico Tony, que delicioso! -Le chupé el ojete hasta que se le volvió una especie de cosquilla para ella.

    -Por Dios, usted si vuelve loca a una mujer. No ha terminado el día y ya estoy pensado y ver si tiene tiempo para que me coja mañana. Usted me va a convertir en una ninfómana. -Lo decía riendo.

    -Cuando gustes puedes regresar.

    -No me diga eso, que le puedo tomar la palabra. ¿Y ahora me va a coger el culito?

    -¡Lo deseo mucho!

    -Ya se lo dije… quiero ser toda suya.

    Se puso ella misma de perrito y le he echado una escupida a ese ojete y comienzo la penetración. Qué culito más apretado tiene esta chica y con paciencia se lo fui dilatando hasta que mi glande entró y dio un buen gemido. Le dije que se relajara o quería que se lo sacara. Me pidió que se lo sacara y que se lo volviera a meter, que esa sensación de dolor le había gustado. Repetí aquello una docena de veces hasta que ella misma movía la pelvis y poco a poco se hundió mi verga. Me pedía que se la sacara toda y que se la volviera a meter y me dijo: ¡Nunca pensé hacer esto Tony! ¡Me encanta, que delicia! -Esa voz llevaba timbre de erotismo y comencé a taladrar ese culo…

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  • Ana, la sirvienta sucia sin pudor (1)

    Ana, la sirvienta sucia sin pudor (1)

    Ana: Presentación de la sirvienta.

    La primera vez que la vi fue una mañana cualquiera, de esas en que el café huele más amargo que de costumbre porque algo te falta y no sabes qué.

    Tocaron la puerta y abrí sin esperar a nadie. Ahí estaba ella.

    —Buenos días… ¿aquí se necesita empleada doméstica?

    Su voz era suave, casi tímida, pero sus ojos no pedían permiso. No me preguntes cómo, pero supe de inmediato que algo en ella iba a moverme cosas que hacía tiempo tenía enterradas.

    Morena, de cuerpo redondo en los lugares correctos: senos grandes, vivos, atrapados tras una blusa blanca normalita, pero ceñida al cuerpo. El escote era discreto, pero suficiente para hacerme notar que no usaba brasier. Y en cuanto se movió, el leve movimiento de sus tetas marcaba un ritmo propio, uno que no iba a poder ignorar.

    Medía como 1.60, quizá un poquito más con las sandalias de suela gruesa. Caderas anchas, piernas firmes y un trasero grande que, sin exagerar, parecía hecho para tentar. No era flaca ni gorda; era carne viva, real… deseable. Una mujer como las de antes, sin filtros, sin vergüenza de ser cuerpo.

    El cabello negro lo traía recogido en una trenza, pero unos mechones rebeldes le caían sobre la frente. La piel de su cara tenía el color de la tierra mojada, esa que huele a campo después de la lluvia.

    Mi esposa bajó en ese momento. No hizo falta que dijera nada; la mirada con la que analizó a Ana fue como si la hubiera olido.

    La contratamos ese mismo día. Mi esposa dijo que no le convencía, que era muy callada, que algo no le gustaba. Pero yo insistí. Y cuando digo “insistí”, quiero decir que no iba a dejar que esa mujer se me escapara tan fácil.

    Ana se movía en la casa con una naturalidad que desconcertaba. No era altanera, pero tampoco sumisa en exceso. Limpiaba con una disciplina que no se ve ya: trapeador, escoba, trastes, baños, todo. Pero lo que más me enloquecía era verla levantar los brazos para colgar la ropa o barrer.

    Ahí estaba mi condena.

    El vello de sus axilas. Negro, abundante, sin pudor. Se lo notabas con cualquier blusa sin mangas o incluso con playeras normales. Mi esposa se quejaba de eso.

    —Qué asco, ¿ya viste que no se rasura? ¿Y ese olor? No usa ni desodorante la cabrona.

    Pero a mí… me volvía loco.

    Me atrapaba el aroma que dejaba cuando pasaba cerca de mí. Era un olor fuerte, natural, nada disfrazado. Un sudor con perfume a cuerpo vivo, a carne morena trabajada, a deseo escondido. No era sucio, era… animal. Y eso me prendía como nunca antes.

    A veces llegaba de hacer el aseo en el patio, y la camiseta de Ana estaba empapada en sudor. Se le pegaba al cuerpo, dejándole marcado el contorno de los pezones, gruesos, oscuros, como si siempre estuvieran pidiendo boca.

    Cuando me tocaba estar solo con ella en casa, el ambiente se volvía denso. No hablábamos mucho, pero el silencio decía más. Me pillaba viéndole el trasero cuando se agachaba, o la curva de sus pechos colgando un poco cuando limpiaba bajo el comedor. No se inmutaba, pero sabía que yo la miraba. Lo sabía.

    Una tarde, mientras barría el pasillo, levantó los brazos y el escote se estiró hacia un lado. Desde donde estaba, pude ver su axila abierta y ese monte oscuro de vello grueso y denso, brillante por el sudor. Mi corazón me martilló el pecho.

    Ella me vio.

    No bajó el brazo de inmediato. Me sostuvo la mirada. Solo un segundo.

    Y sonrió.

    No fue una sonrisa amplia, ni coqueta. Fue una sonrisa de saber. Una que dice: Ya me viste. Y sé que te gusta.

    Y ahí supe que la historia apenas comenzaba.

    Pasaron los días.

    Y cada día, Ana dejaba más señales de que sabía exactamente qué estaba haciendo conmigo.

    No era directa. No me decía nada, no hacía gestos vulgares ni hablaba con doble sentido. No lo necesitaba. Le bastaba con moverse lento, saberse observada y no huir de mis ojos, sino entregarse a ellos como una ofrenda silenciosa.

    La blusa que usaba a veces quedaba húmeda por el sudor. No hacía nada por cambiarse. Solo se la sacudía un poco y seguía. En esos momentos, la tela se le pegaba a la piel, y los pezones oscuros se marcaban como si quisieran perforarla.

    Una vez la vi levantar una caja con trapos del patio. Estaba de espaldas. El pantalón de tela floja se le subió y se marcó todo. Se le notaba el calzón entre las nalgas, enterrado, y cuando lo jaló con los dedos para acomodárselo, sentí que se me apretaba la mandíbula.

    No se giró. Pero sabía que yo estaba ahí.

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  • La segunda vez

    La segunda vez

    Dorita entró en mi dormitorio sólo con la ajustada braguita rosa. Sus pequeños pechos se movían ligeros como dos flanes de pezoncitos dorados, que estimulaban mi salivación como si fuera un perrito de Pávlov.

    Hacía un calor intenso, y el bochorno de Castelldefels se pegaba en la piel. Yo estaba desnuda y una fina película de transpiración cubría la parte inferior de mis tetas. Dejé a un lado el portátil y unos rizos de mi pelirrojo vello púbico, que sobresalían por encima de la elástica de mi braguita, se mostró tentador para mí misma entre mis muslos rollizos.

    —¿Quieres hacer el amor, Carolina?

    Respondí sacando la lengua y deslizándola por los labios entreabiertos. Dori se echó a reír, se bajó la braguita y se tiró en la cama. Yo me quité las gafas dejándolas sobre la mesita. Se tumbó sobre mi abdomen, con las piernas abiertas como un compás. El corto cabello de mi pareja olía como siempre a heno y despertaba mi deseo sexual.

    Tenía la cabeza de Dorita entre mis pechos; lo acaricié y ella ronroneó dulcemente, frotando la delicada boquita de su conejito contra mi muslo.

    Pasé mis dedos por su mejilla, jugué con su naricilla respingona y terminé dibujando sus finos labios, que se abrieron con la facilidad de los pétalos de una rosa: yo deseaba los otros, los que estaban escondidos entre la rajita rosada de su sabroso chochito.

    —Oye, quiero proponerte que le digamos a Luigi…

    —Dori, debe estar durmiendo ya.

    —No; estaba hablando con Armando. Oí al pasar que le decía tonterías románticas.

    Los ojos almendrados de Dorita miraron los míos e hizo un mohín que sabía irresistible para mí.

    —Muy bien…; si él quiere. Pero, la primera vez lo dejamos abandonado, mientras tú y yo nos corríamos. El pobre se tuvo que pajear… y ni siquiera lo miramos para calentarlo. Esta vez, lo haremos participar. Si se excita ¿te parece bien que nos ocupemos de darle placer a su pollita?, ja,ja,ja.

    Dori se irguió y me besó en los labios. Le acaricié el culito y le propiné un cachete suave en cada nalga. Las circunferencias eran tersas y firmes.

    —¡Cachonda! —le dije.

    Se levantó y se dispuso a ir a la habitación de su hermano mayor. La forma de sus nalgas me encanta: dos esferitas separadas, exactamente iguales, con dos cráteres en medio. Acababa de cumplir veintiocho años y estaba en la plenitud de su belleza; yo hasta diciembre no cumpliría los treinta. Salió con paso decidido hacia el cuarto de su hermano mayor.

    ¿Estaría dormido Luigi? Me pudo la curiosidad y salté de la cama en pos de Dori.

    Al salir del dormitorio vi al hermano de Dorita regresando del aseo. Llevaba un bóxer color carne; el bulto del falo se le marcaba. Dos semanas antes, en plan de broma, yo lo reté a un désavillé en trío, y para mi sorpresa aceptó. Entonces pudimos comprobar que disponía de un buen mandoble, del que disfrutaría su pareja indudablemente. Luigi era homosexual y mantenía una relación más o menos seria con Armando, un barman mucho más joven.

    Él sabía de la relación sáfica de su hermana conmigo, y Dorita, por su parte, no tenía reticencias morales respecto a su hermano gay: respeto mutuo en cada campo… hasta mi provocativa propuesta. Entonces descubrimos que Luigi tenía la misma agitada pulsión sexual que la traviesilla de su hermana…

    Ahora, Dorita que, una vez tuvimos la experiencia de sexo exhibicionista en trío con su hermano, admitió lo mucho que había disfrutado de un torrente de excitación sexual, de un aumento enloquecido de la libido, quería repetir la experiencia. Confesé que a mí me había ocurrido otro tanto.

    Al cruzarme con Luigi lo saludé como si tal cosa y disimulé que iba al baño. Me giré, volviendo sobre mis pasos y lo seguí a su cuarto.

    El alarido de Luigi cuando Dorita saltó sobre él desde su escondite tras la puerta del dormitorio, fue seguido de una blasfemia. Al llegar a la puerta vi que Dori estaba doblada en dos por las carcajadas… Me apoyé en el marco de su puerta y le dije a Luigi, yendo directa al grano:

    —¿Te apetece un nuevo calentón a tres?

    Dori se colgó de sus hombros y le rogó:

    —¡Vamos…! nos pone cachondas tener un voyeur —le pasó la mano por el paquete— y tú nos haces una exhibición de esos genitales masculinos, —añadió riéndose agarrada al falo— Será mejor que la otra vez, ya verás. Te lo prometo, tete.

    Luigi vaciló unos segundos, me miró contemplando mis voluminosas tetas con una extraña llamita de picardía en sus ojos, y después de retirar la mano de su hermana de su miembro colgante respondió con una sonrisa:

    —De acuerdo. Primero seré vuestro espectador; después de vosotras, voy yo.

    Dori le besó la mejilla, se descolgó y le condujo a mi cuarto. Fui tras ellos. Le hizo sentar en un puf, frente a los pies de la cama. Ella se tumbó con la espalda apoyada en la cabecera. Su chochito depilado como una apretadita línea vertical era una invitación para largos y subyugantes besos.

    Yendo hacia la cama, pasé junto a Luigi y le palmeé el hombro.

    —Vamos a desnudarnos. —Me acaricié la gruesa barriguita y señalé—: ¿Me las bajas?

    Me paré ante él, con el pubis a la altura de su cara. Asintió y me cogió por la cintura con una mano; con la otra hizo resbalar con cierta dificultad la braguita muslos abajo. Ver cómo emergía mi musguito pelirrojo, desató mis ganas sexuales.

    Vi el interés con que miraba Dori, que había bajado a los pies de la cama para observar la escena entre su hermano y yo. ¡Seguro que estaba cachonda y se estaba mojando su ardiente vagina! Con la exhibición de mi desnuda almejita frente a la mirada ajena de Luigi, pensar en lo que estaba sucediendo ante los ojos de los dos hermanos disparó al máximo mi intensidad libidinosa.

    Debido al sudor, la braga se enrolló en los muslos. Luigi estiró de las elásticas por cada lado y las bajó completamente. Noté el cálido aliento en mi monte de Venus. Como nunca me depilo, mi felpudo rojizo recortado en forma de corazón, ya liberado de la prenda dejó ver los grandes labios exteriores de mi vulva. Me deshice de la braga y le dije:

    —Te toca. —Me agaché y agarré el bóxer por la cintura. ÉI levantó el culo y el calzoncillo fue bajando. También estaba sudado; el ligero varonil olor de almizcle se esparció por mis fosas nasales. Le extraje la prenda por cada pie. Los testículos estaban juntos, en un lado, pilosos y gruesos; el mandoble estaba caído plácidamente relajado, pero yo conocía cómo era capaz de empalmarse y erguirse como el mástil de una vela cuando se excitaba.

    Cuando me levanté, nuestros ojos se cruzaron. Capté un visible brillo malicioso en sus pupilas. No cabía imaginar que mis voluminosas tetas, mis anchas caderas femeninas y mi carnoso culo y vientre tuvieran un efecto sexual en Luigi; pero de alguna forma la situación debería de resultarle también a él excitante; además la insinuante situación incestuosa intensificaba el placer lúdico de la exhibición del sexo en grupo.

    Me acerqué a los pies de la cama. Dorita se acercó y me besó el matojito de vello, buscando con su lengua la hendidura escondida de la vagina. Con los dedos abrió mi vulva y la penetró con la saeta mojada. Chupaba mis labios vaginales; recorría toda mi raja; paladeaba mi clítoris tieso de deseo… y yo comencé a jadear.

    —Quiero comerte el conejito.—Le dije. Se dio la vuelta y me entregó sus hipnotizantes lunitas. Yo las acaricié golosa y fui lamiéndolas. Su espalda brillaba por la transpiración. Metí mis dedos entre el canal de las nalgas de Dori. Encontré aquellos apretaditos labios que adoraba hurgar para luego meter mi boca en el surco estrecho, chupándolos hasta notar el untuoso y salobre sabor.

    Los apreté y froté entre sí. Me gustaba ver el pliegue rosadito, sentir la textura delicada de la carne oculta. Jugué con ellos y el flujo vaginal inundó las yemas de mis dedos. Dori estaba excitadísima, deseosa…, a punto de iniciar el camino del clímax.

    De repente, tuve una idea.

    —Espera cariño; en seguida vuelvo.

    —Nooo; no me dejes así… —Protestó quejosa.

    Pasé frente a Luigi. Su miembro estaba ciertamente colgando, pero vi que se había agrandado. Seguro que su lubricidad comenzaba a hacer aparición. Fui a la cocina. Cuando volví, el falo de Luigi estaba erecto y sus dedos acariciaban sus bolas. Le guiñé un ojo y él miró atentamente lo que traía en las manos. Dori se volvió y con los ojos abiertos de par en par, exclamó:

    —¡Viciosilla! —Vamos…, ¡estás deseando!

    Y las dos estallamos en risotadas. Introduje la punta del en el vaso de aceite. Dori, se colocó de espaldas, se abrió de muslos. Comencé a juguetear en la entrada de su agujero. Daba vueltas por su coñito, llevé la hortaliza verde a su joyita violeta y ella dejó escapar un suave sonido gutural.

    —¡Fóllame, amor! —pidió jadeante.

    Hundí el grueso miembro vegetal en el coño brillante, y aceitoso de Dorita y empecé a hundirlo una y otra vez. Ella gemía y se contoneaba cuando el calabacín entraba hasta el fondo de su vagina; entonces yo lo hacía girar, volvía a sacarlo y lo clavaba en el chochito deslizante.

    Besé las esferitas de Dori, con el miembro dentro. Jugué a acariciar con mi lengua el ojete. Dori exhaló un largo suspiro e introduje la lengua en el ojo del culito tan adentro como alcancé.

    En eso sentí la proximidad de su hermano, atraído por lo que estábamos haciendo. Ahora sí que el garrote grueso y largo de Luigi estaba completamente empalmado y se balanceaba en el aire. La lujuria iluminaba sus ojos verdes. El calabacín entraba y salía por el coño impregnado de aceite. Dori seguía moviendo la cintura, mientras la follaba con el mango vegetal.

    —¿Quieres seguir tú? —invité a Luigi a continuar la penetración vaginal a su hermana. Me miró, titubeante y un segundo después se dejó vencer por el momento lujurioso y asintió con un movimiento de la cabeza.

    Me eché a un lado y dejé que él continuara follando a Dorita. Con un movimiento rítmico, el casual instrumento sexual se hundía en el coño y salía, aceitoso, brillante.

    Luigi manifestaba una habilidad inusual en el arte de la penetración anal. No creo que Dori se diera cuenta que ahora era su hermano quien manipulaba el interior sedoso de su vagina.

    Unos segundos después, Dori elevó la nuca y dejó escapar un bufido suave. Con un espasmo que inmovilizó el miembro que tenía en la vagina. tuvo un intensísimo espasmo. Luigi y yo fuimos testigos de la oleada de placer sexual que la recorría, hasta que se dejó caer boca abajo sobre la cama, respirando fuertemente, todavía con el calabacín clavado dentro del chocho.

    Pasados un par de minutos Dori se dio la vuelta, sacando el cilindro verde de su coño.

    —Ven, vida… —me dijo— ahora quiero comerte la almejita sabrosa… ¡Ven!

    Luigi tenía la tranca con una erección tremenda. Me fijé en sus cojones, apretados, subidos: debían estar repletos de semen. Tenía la cara enrojecida y los ojos vidriosos. Se sujetaba el falo y lo agitaba muy despacio. Subí a la cama acariciando con la palma de la mano, al pasar junto a él, la forma convexa de sus nalgas. Coloqué mis brazos a modo de almohada, bajo mi nuca y dejé que mi dulce amante me abriese las piernas como una uve.

    Dorita se inclinó sobre mi peluso de color panocha y me abrió el higuito hambriento. Se abocó y comenzó un cunnilingus delicioso. Su lengua sorbía mis jugos, chupaba mi clítoris, recorría las paredes chorreantes de mi vagina. No tardé en correrme salvajemente, sosteniendo la cabecita de Dori entre mis manos. Cuando nos separamos, pudimos ver a Luigi pajeándose sin dejar de observarnos.

    —¡Ahora es tu turno! —le dije— Su hermana se quedó sonriente, mirándolo. Señalé el calabacín y le pregunté—:

    —¿Quieres probar? —Luigi miró algo turbado— ¿Te lo hago yo, o prefieres…?

    Dorita cogió el improvisado instrumento del placer y lo sumergió en el vaso aceitoso. Algunas gotas chorrearon, volviendo al vaso.

    —¿Quién prefieres? —interrogó.

    —Tú, Carol —respondió.

    Cogí el calabacín mientras él se arrodillaba en la cama. Nunca había hecho una penetración anal a nadie, y tampoco jamás había tenido tan cerca unos genitales masculinos. La vez anterior Dorita y yo nos mantuvimos a un lado, mientras él se masturbaba hasta correrse.

    Las pelotas colgaban entre los muslos; desde detrás, el pene erecto no se podía ver. El vello corto y negro rodeaba el ojito de su culo, estrecho y radial. Coloqué la punta de la generosa hortaliza en el centro del ojete y empecé a dar vueltas en el orificio; luego empujé el calabacín, que se hundió con tanta facilidad como lo hizo en el coño de su hermana, minutos antes.

    Luigi abrió del todo las piernas jadeante. Yo comencé a joder el culo con suavidad: dentro- fuera; una y otra vez, acompasadamente. Mis tetas golpeaban los cachetes con cada embestida. Entonces vi que Dori se acercaba y se puso delante de su hermano. Hasta entonces observó a cierta distancia cómo recibía por el culo, atenta, sin pestañear.

    Inesperadamente, cuando los dedos de su hermana agarraron el cipote, Luigi se irguió, con el calabacín hundido en el recto.

    —¿Qué haces? —exclamó.— ¿No lo quieres completo? —inquirió Dori con voz dulce.

    Luigi no respondió. —Es sólo placer, Lui… mutuo. Estoy cachonda. Quisiera tocártelo, tenerlo en mis manos, apretarlo y darte placer —Su voz volvía a ser melosa, convincente—. Luigi se relajó y volvió a colocar los brazos contra el colchón.

    Con mucho tacto, Dori empezó a manipular el prepucio, deslizó la mano por todo el miembro de su hermano; sujetó la cabeza del pene y la acarició. Yo volví a follarlo por detrás. Imaginaba los dedos de Dori masturbando la polla de Luigi. Algo raro me recorrió el vientre y con la mano libre clavé en el culo las uñas. Él emitió un leve quejido. Le hundí el calabacín hasta lo más profundo y me coloqué de lado, para ver qué le estaba haciendo Dori.

    Ella daba vueltas al capullo morado de su hermano con una mano; con la otra sostenía la tranca gruesa y larga en el nacimiento del órgano, en el vientre velludo. Por alguna razón, Luigi trataba de evitar los gemidos de gusto ante el masaje de polla con que le satisfacía su hermana.

    Me sorprendió notar mi flujo desparramándose por mi cavidad vaginal. Luigi observaba las evoluciones de Dorita en su verga tiesa. Entrecerraba los párpados y suspiraba. Disfrutaba de la visión de los dedos de su hermana masturbando su polla gruesa, caliente, de venas marcadas y borde del glande violeta oscuro.

    Inesperadamente, Dori, sin soltar la verga dura y tiesa, se amorró sobre la polla de su hermano con la boca abierta… Luigi sujetó en ese momento su frente, impidiéndole el contacto de su miembro con los labios de su hermana.

    –Una boca es una boca, bobo —Le dijo Dori—. Sólo, evita correrte dentro. Avisa cuando vayas a eyacular, ¿vale? —Luigi incapaz de oponerse arrastrado por la lujuria abierta, se dejó hacer.

    Dorita besó el agujerito del capullo. Pasó la lengua por el frenillo rosado. introdujo la punta de la lengua en el meato. Yo palpé mi coño e inicié una masturbación mientras veía, encendida, la secuencia incestuosa y provocativa. Dori, que adivinó mi reacción libidinosa, me miró y me hizo un guiño.

    Cuando Luigi notó que su polla era introducida en la boca de Dori, gimió. Yo dejé en el interior del recto la hortaliza y fui por detrás de ella y comencé a magrearle las tetitas, restregando mi felpudo húmedo en su trasero.

    El sonido de la felación se escuchaba perfectamente. Doris succionaba toda la verga, era audible la saliva y los lametones. Dorita acariciaba los huevos de Luigi, también la próstata. Luigi gemía cada vez más fuerte. Dori lo miró y disminuyó el ritmo de su mamada. La extrajo chorreante de saliva y me hizo un gesto para que siguiera yo.

    Directamente, me la metí en la boca. Estaba caliente, dura y tenía un ligero sabor y olor marino. Succioné un par de veces y chupé el capullo de textura de seda. Dori observaba sin perder detalle. Miré la cara de Luigi y vi que estaba ya en el clímax, a punto…

    La saqué y seguí pajeándola hasta que con un grito se produjo la eyaculación. Varios chorros de leche saltaron salpicando mis tetas y alcanzaron mi mejilla. Era esperma espeso y ardiente. Luigi seguía con espasmos y su leche seguía brotando, discurriendo entre mis dedos.

    Entonces ocurrió algo imprevisto: Dori se acercó, me besó y lamió de mis pechos el semen de su hermano y volvió a besarme. Las dos paladeamos el esperma.

    Poco a poco, el órgano masculino fue aflojándose entre mis dedos hasta, quedar flácido y cubierto del fluido seminal.

    Los tres nos tumbamos en la cama, sin decir ni una palabra, hasta que Dorita le preguntó a Luigi:

    —¿Esta vez lo has pasado mejor, a qué sí?

    Luigi giró la cabeza hacia ella y asintió. Noté asombrada sus dedos buscando mi pezón izquierdo; cuando lo encontró lo acarició y lo apretó.

    Lo más sorprendente fue lo que añadió después casi tímidamente:

    —¿Querréis que la próxima vez os folle a las dos? —y con una risotada añadió—: prometo correrme fuera… en las tetas de las dos.

    Nosotras reímos con una astucia que Luigi nunca debería de descubrir.

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  • Una propuesta diferente de tres lesbianas (5): Lariza, entre el deseo y la identidad

    Una propuesta diferente de tres lesbianas (5): Lariza, entre el deseo y la identidad

    Y ahí estaba, encima del hombre que, durante días, penetró en mi cara a mis dos novias, en mi departamento, sintiendo su pija dura rozando mis labios vaginales, donde aún había restos de fluido vaginal de Ana Paula y Rayane, incluso resto de semen de él.

    Lariza siempre fue la dominante, ella juagaba con Rayane y Ana Paula, pero ahora sentía que su autoridad estaba siendo sobrepasada por este hombre, que estaba a punto de gobernar, marcar territorio y tomar a todas ellas.

    Yo siempre me declaré lesbiana, nunca deje que un hombre me bese y mucho menos penetre, pero en el fondo soy mujer y ver a este macho, someter con fiereza y deseo a mis dos chicas, me hizo sentir sumisa, me hizo sentir mujer, y ahí lo tenía obediente, sin penetrarme, respetando.

    Rayane y Ana Paula, miraban cómplices, abrazadas, esperando que podría ocurrir, ellas aun llenas de este hombre que acabo en el interior de las dos, y yo pensaba ¿ Que se sentirá tener semen adentro mío?

    Si bien lo he probado de la vagina de mis novias, nunca lo tuve adentro y esa noche era de posibilidades, yo seguía rozando su pija, inundando su palo con jugos vaginales, el me tomo de la cintura con sus enormes y cálidas manos, realmente se controlaba, porque su pija era una piedra, miraba su cara de placer, que me excitaba, hasta que decidí subir un poco más la pelvis y ya no rozar de atrás hacia adelantes, sino de arriba abajo, en esta pose su pija quedaba libre y mis labios vaginales rozaban su glande hasta la raíz, con encuentros muy cercanos de su glande con la entrada de mi vagina.

    Hasta que no aguante más y le dije: quiero sentir solo la punta adentro, a lo que mis novias miraron sorprendida, el con su mano puso la punta de su pija en mi vagina, yo despacio descendí para sentirlo, era increíble, una sensación carnosa, caliente, no un plástico el cual acostumbraba, la verdad empecé a sacar y meter, hasta que no aguante y me senté por completo, sentí como ese intruso golpeo mi cuello uterino, y sin que yo le diga nada me agarro de la cintura y empezó a embestirme, ya no le importaba obedecer, y me dijo algo que me prendió.

    “Esta noche serás mi putita, ustedes 3 son mis putitas y voy a terminar de llenarle de leche a esta ramera”.

    Yo solo acepte mientras mis novias se ponían una al lado de él, mientras me reventaba la vagina, se besaba por turno con ambas, estábamos en un ritual de apareamiento, hasta que sentí como golpeo con demencia su glande en mi fondo y comenzó a escupir toneladas de leche, esa esencia, rica y caliente en mi interior, mientras me acerque le bese, con pasión, hasta que él me dijo al oído “ahora eres mi puta y yo tomo el control de las 3 hembras”.

    Yo me levanté, le miré a los ojos y les dije “este es tu harem y nosotras tus sumisas a partir de ahora harás lo que desees con nosotras” ¿Seguimos con el relato o dejamos a la imaginación de ustedes?

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  • Me comí a mi vecino doctor

    Me comí a mi vecino doctor

    ¡Excelente día!

    Alguien me preguntaba, ¿por qué no escribes cada semana o diario tus anécdotas? A veces no puedo escribirles ya que son con la misma persona, e inclusive como le dije, no cojo todos los días con alguien diferente, si no pues cojo con los que ya he estado, no es de que me aparezcan pretendientes todos los días, además de que a veces mis ocupaciones como madre y esposa no me dejan.

    Pero bueno, les voy a contar lo que pasó con mi vecino el doctor Jorge.

    Ese día, yo iba llegando de dejar a mis hijos de la escuela, no tuve clases ya que hubo un evento deportivo en mi trabajo y solamente el maestro de educación física tenía que ir en conjunto con los papás y mi director, y tenían que llevar a los niños a otro municipio.

    Bueno, fui a dejar a mi hijo a la secundaria y de ahí a mi hija a la primaria, eran casi las 8 am cuando iba llegando yo en mi camioneta y me lo encontré en el estacionamiento, se acercó a saludarme cuando termine de estacionarme y estuvimos platicando, barbón, de estatura media, ojos color café y labios gruesos que se escondían entre la barba y el bigote, mientras platicaba con él, con solamente oírlo, verlo y olerlo me comencé a mojar, créanme que está hecho un cuero, a pesar de no estar alto como a mí me gustan, me imaginaba muchas cosas en ese momento, sin embargo yo estaba concentrada en nuestro dialogo y sabía que él era fiel a su esposa.

    De una cosa pasamos a la otra, y cuando se despidió y me dio la mano, recorrí toda la palma de la suya con una suave caricia, esperando captará el mensaje, estaba en celo, quería coger pero no estaba mi esposo, mi dildo me satisface pero solamente por momentos, quería probar otra verga, y quería esa verga.

    Me habían ofrecido varias aquí en el fraccionamiento, señores ya grandes, hasta el del gas y el del agua me habían dicho que todo me podría salir de gratis si yo quisiera, sin embargo el doctor era quien me gustaba sinceramente para cogérmelo y ya, al ver que se retiraba de dónde yo estaba, le invite a tomar café, solamente giro su rostro y me dijo que si estaba segura, le dije que si, que le abría la puerta y que se pasará, me dijo que había muchas vecinas chismosas, le dije que si, pero que por eso él entraría después de mi.

    Camine hacia mi casa, abrí la puerta y se la deje entreabierta mientras yo ponía el agua para el café, después de unos minutos entro a la casa y le pedí que cerrará la puerta. Al entrar se sentó en la mesa del antecomedor y seguimos platicando, le serví un café de olla (es el que le gusta a mi esposo y él lo hace diario) y le dí un poco de fruta, y le prepare unos huevos.

    Seguimos platicando nos fuimos al comedor, me ayudó a llevar las cosas y nos sentamos a desayunar, seguimos platicando hasta que terminó de desayunar, me dijo que si tenía mucho tiempo viviendo ahí, que como me iba en la escuela, que si me gustaba vivir ahí, en fin, cosas sin importancia, me halago por el desayuno y se disponía a retirarse cuando le dije que, si no se le antojaba algo más. Así de puta me vi, como ustedes se lo están imaginando así me vi, solamente porque me dio pena decirle “cógeme” pero el mensaje era claro.

    Me dijo que no sabía si se podía lo que él quería, le dije que lo pidiera, tal vez lo que el pedía ya estaba listo para que lo comiera, sin decir palabra alguna de abalanzó sobre mi, comenzó a besar mi cuello mientras mis manos rodeaban el suyo y nos dejamos llevar, comenzamos a enredar nuestras lenguas mientras nuestras manos acariciaban el cuerpo uno del otro, sus manos fueron directas a mis enormes tetas, sus labios y lengua jugaban con mi cuello y el lóbulo de mis oídos, le pedí que esperara un momento, entre a mi recamara y saque preservativos del buró de mi esposo.

    Regrese y ahí, junto a la mesa del comedor me desprendió de mi blusa y mi brasier no sin antes volver a intercambiar saliva con unos besos deliciosos, se sentó en una silla y yo sobre él aún con ropa comencé a moverme por encima de su pantalón rozando mi zorra con su verga mientras ambos aún estaban aprisionados dentro de la ropa, sentado en la silla me chupaba los senos, me mordía los pezones y apretaba estás tetas con ambas manos con todas sus fuerzas, me dijo que su esposa no tenía unas así y es verdad su esposa es muy delgada y no tiene mucho pecho y mucho menos glúteos.

    Desabroche la camisa botón por botón hasta dejar su torso desnudo, mis labios mordisqueaban sus pezones y besaba sus pectorales llenos de vello, mientras él disfrutaba el verme, después de mamar mis tetas como niño chiquito se levantó de la silla, bajo sus pantalones sin quitárselos todos por completo, me volteo, me recargo en la mesa bajando mis leggins, se colocó el condón y mientras yo estaba de puntitas esperando su verga me la metió, yo tomaba el filo de la mesa con fuerza mientras él me cogía, me tomo del cabello y me comenzó a jalar mientras con su otra mano me daba de nalgadas.

    Yo de puntitas solamente disfrutaba cada una de las metidas que me daba, las tazas y los platos pegaban en la mesa en cada metida obtenida, me decía que sea poco todo esto se lo comía mi marido, lógicamente le contesté que si él se cogía a su esposa porque yo no iba a dejar que mi marido me cogiera y disfrutara todo lo mío, el diálogo era candente y me dijo que ya me había echado el ojo pero que jamás se atrevió a hablarme porque mi marido se veía de pocas pulgas además de que era un torote y no por los cuernos según él, si no por lo corpulento qué es y la altura que tiene.

    Me cansé de estar de puntitas, y le pedí cambiarnos de posición, me tomo de las nalgas, me subió a la mesa y me quito completamente los leggins, me abrió las piernas y me la metió así, mis piernas rodeaban su cintura y apretaban con fuerza su pelvis mientras veía que él también se encontraba de puntitas, me recargue con mis manos en la mesa mientras dejé que él hiciera su trabajo, mis enormes pechos rebotada en cada metida que su pene le daba a mi zorra, traté de no gemir y gritar mucho, aunque la verdad las ganas no faltaban, mientras él me seguía cogiendo, mis manos lo tomaron del cuello para no perder el equilibrio además de que ya me había cansado de apoyarlas en la mesa.

    Me decía cosas sucias mientras yo, con mi cara de lujuria, mis ojos en blanco y mi boca le pedían que no parara que siguiera cogiéndome. Saco su verga jugosa de mí, y me besó me ayudó a bajar de la mesa, y lo tome de la mano, lo lleve a la sala y en la alfombra tire todos los cojines que había en los sillones, parados sobre la alfombra por la espalda me tomo de la cintura y del cuello, me apretó y eso me excitaba y como buen doctor sabía de la anatomía humana y me comentó que ese estímulo hacía que el cuerpo liberara ciertas toxinas haciendo más fácil llegar al orgasmo a una mujer.

    Le pedí que me hiciera suya nuevamente, que estaba muy caliente, me tire sobre la alfombra, coloque unos cojines en mis rodillas y me puse de perrita, se colocó detrás de mí y apunto su pene a mi zorra húmeda estaba dispuesta a recibir nuevamente unas metidas, al sentir como lo iba metiendo no pude aguantar y di un grito de placer y satisfacción, arrodillado detrás de mí comenzó un vaivén que solamente sus caderas lo hacían en ese momento, mientras él me cogía y me daba de nalgadas, yo le pedía que no parará, al ritmo que el me cogía yo me movía también, si él me daba yo porque no hacerlo.

    Llegó un momento en el que él se quedó inmóvil mientras yo movía mis nalgas y él esperaba atrás de mi mis movimientos para que su pene entrara y saliera de mí, era una mañana perfecta, excitante, mientras me cogía así de perrita me tomo por el cuello, me ahorcaba y eso me excitaba aún más, ya para ese momento me valió si me oían o no, gemía y gritaba pidiendo que no acabará pronto, o por lo menos no hasta que yo acabará primero, mientras me ahorcaba y cogía, le pedía más y más, tomo sus dedos y los metió en mi boca, los chupe, los mordía ñ, con una mano en mi boca y con la otra ahorcándome me sentía toda una puta, una puta complaciente que jamás pensó cogerse a un vecino, y mucho menos ese día.

    Saco su verga de mí y me dio solamente la puntita, entraba y salía la punta de mi zorra, la verdad yo la quería toda, sin embargo sopito rozaba mi clítoris y no solamente esa parte sino pasaba toda su cabecita por el medio de mis labios vaginales, y eso me estaba enloqueciendo, le pedí que así siguiera con la punta de su pene hasta que se la pedí toda, diciéndole eso, me dijo que si la quería toda que la metiera yo solita, sin pensarlo le dije que si eso quería eso iba a hacer.

    Le recorrí hacia adelante me arrodille y le dije que se acostara en la alfombra, se recostó, le pasé algunos cojines para que acomodara su cabeza y los pusiera bajo su pelvis, cuando vi que se había acostado por completo, tome su pene en mis manos, y me fui poco a poco sentando en él, hasta que lo tuve todo adentro, así que cabalgue, su pelvis quedaba más arriba por lo que era más fácil sentir placer y estímulo, mientras me movía y cogía su verga él me tomaba de las tetas, apretaba mis pezones y mis tetas, y me decía que por eso mi marido no me dejaba además de que era hermosa.

    Eso por si no lo sabían es una de mis debilidades en la cama el que me aprieten los pezones y las tetas, mientras yo seguía moviéndome le di cachetadas, le dije que me cogiera que era su putita ese momento y que además tal vez era una cogida de una sola vez, y me tomo del cuello, me jalo hacia él y me besó, mientras me besaba comenzó a moverse, sus piernas se apoyaron en el suelo y ambos nos movíamos, le pedía más y más, hasta que nuestros orgasmos como si estuvieran sincronizados llegaron de golpe, juntos, mientras yo le decía que no parará y que siguiera porque me venía, sus movimientos subieron de ritmo y sentí como su pene se ponía más duro y grueso.

    Señal de que en cualquier momento se iba a venir, tardamos unos segundos antes de yo gritar y derramar mis jugos en su pelvis y él vaciar su esperma en el preservativo, al sentir como se vino, seguí moviéndome hasta vaciarme yo toda, con movimientos pequeños mi vagina siguió contrayéndose. Baje de su verga, me recosté al lado de él y preguntamos el uno al otro si nos había gustado, ambos dijimos que era obvio que si, me levanté de la alfombra y él me siguió.

    Nos vestimos, me ayudó todavía a recoger la mesa y llevar todo al fregadero, hasta que entró al baño, me pidió que le prestara un cepillo a darse una pequeña peinada, salió, se despidió y me halago por el desayuno, todo había estado muy rico, exquisito según él.

    Salí antes de él para ver si no había alguna vecina metiche, al ver que no había nadie le dije que podía salir, y así salió de mi casa, despidiéndose con un “hasta luego señora Wen”.

    No ha sido la única vez que los dos nos hemos dado placer, al ser vecinos y separarnos solamente un par de casas más en el fraccionamiento lo hacía el amante ideal, por la cercanía y su discreción, también lo hacía un peligro potencial ya que mis vecinas de enfrente de todo el fraccionamiento ya grandes, algunas viudas o divorciadas, son unas chismosas y sobre todo se fijan en lo que todos los vecinos hacen menos ellas. Espero sus comentarios y por supuesto que los contesto ojalá y les guste cómo me la pasé con mi vecino el doctor.

    Saludos y un beso.

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  • Vacaciones en Punta Quemada (1)

    Vacaciones en Punta Quemada (1)

    Casi como una obligación, cada verano, Blanca, Camila y yo hacíamos una escapada a la playa. Daba igual viajar por Europa, el rincón más exótico de Asia o el pueblo de al lado, no perdonábamos ningún año. Las prisas y la falta de tiempo para organizar nos llevaron este año a Punta Quemada, un pueblo bastante cercano del que todo el mundo hablaba muy bien pero en el que ninguna de las tres había estado. Playas vírgenes y naturistas, pubs y discotecas con muy buenas críticas, alojamientos baratos y preciosos, paisajes espectaculares… Pueda que fuera la necesidad de escapar de la ciudad y la rutina pero, en cuanto lo planteamos, ya estaba la mar de ilusionada.

    -¡Tú lo que quieres es lucir esas pedazo de tetas nuevas que te has puesto! -Me dijo con sorna Blanca cuando recordamos lo de las playas nudistas en el coche.

    -¡Con lo bonitas que han quedado y lo que me han costado, como para no enseñarlas! -respondí haciéndome la divina y despertando la risa de todas.

    Hicimos el viaje con el bikini ya puesto, no había tiempo que perder. Blanca y Camila bajo la ropa y yo sin nada más por encima que un pareo por los hombros. Fuimos cantando e imaginando locuras y travesuras que haríamos estos días. Cuando llegamos al destino, me dolía la garganta de reír. No eran aún las cinco de la tarde cuando recogimos las llaves del piso que alquilamos. Tiramos las maletas, sin repartirnos las habitaciones siquiera, y bajamos corriendo a la playa.

    No tardamos más de tres minutos, tres minutos nos bastaron para hacer el tonto como tres mocosas que salen sin sus padres por primera vez. Hacía un día estupendo, completamente despejado, con un sol que, a pesar de notar como ya me corría el sudor entre las tetas, calentaba pero no abrasaba. No fue nada difícil encontrar un buen sitio en el que plantar nuestro campamento y desprendernos de nuestras ropas. Mientras Camila preparaba su silla y se sentaba como una señorona y Blanca empezaba con su sesión de selfies para Instagram, yo me fui corriendo al agua sin pensarlo demasiado.

    En el primer contacto sentí como el frío me subía por los pies hacia todo el cuerpo y los pezones se me empitonaban en un mecanismo automático, mas no cesé en la carrera y me metí al agua de una zambullida (puede que no la más estética de la historia). Al volver a flote, abrí los brazos echándome el pelo hacia atrás y respiré el aire del mar. Cerré los ojos y escuché el suave sonido del romper de las olas cuando la mar está serena. Respiré profundamente y nadé unos metros hacia atrás dejándome envolver por la paz que me rodeaba. Ya estábamos aquí, sin estrés, libre y con unos días emocionantes por delante.

    Satisfecha mi hambre de paz, salí del agua ajustándome la parte de arriba del bikini, tirando de sus escuetos triángulos todo lo que daban, en la ardua de tarea de que no se me viera nada, y después me subí el también escueto tanguita que lo acompañaba. Sobre el bikini ocre brillaban los rayos del sol, dejando destellos sobre el reflejo de mis pechos en las ondas del mar. Miré hacia atrás, viendo como mi culo gordo, casi al desnudo, salía con cierta violencia del agua, miré hacia adelante reposando las manos sobre mi pecho. Salí del agua sintiéndome una diosa

    Al llegar a la sombrilla Blanca aún seguía pegada a su móvil y Camila no se había movido de su silla leyendo un libro.

    -¿Tantas ganas de playa para esto? -dije con cierto enfado- ¿No os vais a bañar siquiera?

    -Yo vine buscando esto. Solcito y paz para relajarme leyendo un libro. Ya me bañaré en un rato -contestó Camila con toda la calma del mundo, sin levantar la vista de su novela pseudo erótica de nombre genérico. Blanca, sin embargo, me miró por encima de las gafas de sol y, refunfuñando como una adolescente a la que su madre ha regañado, metió el móvil en el bolso y se sentó mirando al mar.

    -¿Perdona? ¿Habéis mirado dónde empieza la playa nudista? -preguntó a los pocos segundos con extrañeza.

    -Ni idea. ¿Ya tienes ganar de ir a lucir tipín?

    -Creo que no hace falta. Ya vino ella a nosotras. Mirad a aquellos viejos.

    En efecto, a pocos metros, en dirección opuesta a nuestro piso de alquiler, varios grupos de señores y señoras de entre cincuenta y sesenta años se bañaban y tomaban el sol completamente desnudos.

    -¡Qué fuerte! -fue lo primero que me salió del alma.

    -¡Qué onda los viejitos todo arrugaditos! -continuó Camila con una ilusión no compartida.

    -¿Sabéis qué? En mi casa siempre se ha dicho: a dónde fueres, haz lo que vieres. Así qué… -Blanca se desabrochó su apretado bikini de cebra dejando al aire sus redondeados pechos tiesos.

    -¡Ay, no! No sé qué tipo de banda hay por acá. Mejor me espero a ver cómo está la cosa antes de enseñar pechotes -y, como si no estuviera con nosotras, volvió la mirada al libro y se olvidó de lo demás.

    -Bueno… dije mirando al suelo haciendo morritos- Se sabía que yo me iba a quedar en tetas aunque no estuviéramos en la playa nudista -la hija de puta de Blanca asentía firmemente-. ¡Y tú también, zorra! ¡Lo estabas deseando! -le lancé el bikini a la cara y, detrás, fui yo.

    Tumbada sobre ella, le agarré la muñeca derecha y, con la otra mano, traté de hacerle cosquillas. Debilitada por las risas, no pudo zafarse de mi tortura, pero si logró encoger los brazos y proteger sus costados, dificultándome la tarea. Me apoyé sobre ella, eché el pecho para delante y le golpeé con las tetas en la cara.

    -¡Toma tetas! -me levanté un poco más y la agarré por sus pechos, moviéndolos de lado -¡Claro que estábamos deseando, si tenemos las tetas más lindas del mundo!

    Al ir a poner en pie pude ver que ya no solo eran unas pocas parejas de cincuentones los que estaban desnudos; en muy corto espacio de tiempo ya habían llegado un buen número de jóvenes que se paseaban en pelotas por la playa. Inspirada por el descenso de la media de edad, me puse de rodillas, liberando por completo a Blanca, y agarré uno de los nudos del tanga del bikini.

    -¿Sabéis qué os digo? -tiré del hilo- Tenía ganas de hacerlo en este viaje. ¿Para qué esperar? -y, con las mismas, desabroché los lazos de la parte inferior del bikini.

    Conseguí que Camila apartara la mirada de su libro y dirigiera sus ojos por encima de las gafas de sol hacia mí, no se si juzgándome o aprobando mi acción. No puedo negar que sentí cierta vergüenza que me impidió levantarme en primera instancia. Apreté los dientes, me armé de valor y, de un salto, me puse en pie, dejando que el tanga cayera solo en la arena.

    -¡Esa tía! -gritó Blanca cogiendo mi tanga y agitándolo al aire como una bufanda.

    -Bueno, ¿qué? -dije luchando contra la tentación de taparme- ¿Quién se viene a jugar a las palas?

    Nos pusimos en marcha no sin antes de que Blanca nos juntara para hacernos un selfie (o puede que más de diez) tapándonos los pezones y subirlos a las redes de inmediato. Ya en la orilla jugando a las palas, mi sonrisa desdibujada, la mirada baja y las manos apretadas delataban que no terminaba de sentirme cómoda. Quizás me había venido muy arriba, pensaba. Nunca había estado completamente desnuda en la playa y, mucho menos, dando saltos en la orilla, con todas las carnes meneándose con cada golpe de pala.

    Aquello se me daba muy mal, no acertaba una. Aun así, corría de aquí para allá tratando de cazar todas, saltando y tirándome por los suelos. Camila me dejaba algo más de tregua, pero Blanca, que había jugado desde pequeña al tenis y era una zorra mala, no tenía piedad de mí. En una de tantas veces que no alcancé a devolverla, la pelota se perdió varias sombrillas más allá. Corrí a buscarla abriéndome pasó por el rompeolas, como una suerte de Pamela Anderson cutre y con menos ropa.

    Al ir a cogerla, meciéndose con el morir de las olas en la orilla, alguien se me adelantó: un chico negro, altísimo, de casi dos metros, la rescató y, con una sonrisa blanca impoluta y preciosa, me la ofrecía con la palma extendida. Invadida por un rubor repentino, recogí la pelota sin mediar palabra, titubeando y con la boca torcida. Mis dedos se tomaron su tiempo para deslizarse por su mano, dos veces la mía, rugosa, pero, de algún modo, también suave. Olvidando el transcurso del tiempo y el devolver respuesta alguna, lo escaneé de arriba a abajo, esforzándome en guardar su imagen para siempre.

    Además de alto era fuerte, de espalda ancha, pero no especialmente musculado; brazos largos, dignos de sus grandes manos y, bajo su vientre firme, un largo pene, digno de todo lo demás; aun estando en reposo, le llegaba a más de medio muslo, ¡qué exageración! Recordé entonces que yo estaba tan desnuda como él y salí de mi trance. Le di la gracias y, antes de terminar mis palabras, ya me había dado la vuelta para volver con mis amigas

    Sin cortarse un pelo, Blanca hacia gestos con las manos que a todas luces señalaban el tamaño del pene de aquel chico. No emitía sonido alguno pero en sus labios se podían leer cosas como “menuda tranca”. Le mandé la pelota de vuelta para ver si así dejaba el tema. Blanca reaccionó a mi tiro con grandes reflejos y, con evidente intención, golpeó fuerte y en dirección al chico. Un lanzamiento imposible de parar. Al girarme una vez más, me alegré de no verlo en un principio pero, emergió como Poseidón de entre las aguas y corrió hacia la pelota antes de que yo llegara, balanceándose el pene con cada paso que dio en mi dirección.

    -¡Aquí está otra vez! -dijo el chico- Me quedo cerca por si necesitáis a un recogepelotas -bromeó regalándome de nuevo su sonrisa.

    -Con lo mala que soy no nos vendría mal. Seguro que en veinte segundos la he vuelto a perder.

    -No se hable más. Me quedo aquí atento a vosotras. Toma, la pelota.

    -¡Muchas gracias! Y perdona, que acabamos de llegar y no paramos de molestar.

    -¡No pidas perdón por esa tontería, tranquila! Yo también acabo de llegar y estoy encantado con mi nuevo trabajo de recogepelotas.

    -¿Tampoco eres de por aquí? Nosotras hemos llegado hace una hora como mucho. Nos quedamos unos días en un piso por aquí cerca.

    -Yo vivo a una media hora, en la ciudad, y trato de venir un par de veces todos los veranos. De momento, nos quedamos el finde.

    En ese momento, como el monstruo de una peli de miedo, Blanca apareció por detrás de mi hombro, cómo si hubiese estado escondida todo el tiempo, escuchando y esperando el momento más inoportuno.

    -Venía ver si estabas bien, pero ya veo que sí. ¡Hola, qué tal! Yo soy Blanca, ¿y tú? ¿Lex? ¡Qué bonito! -dijo Blanca con voz de tonta y apretando los brazos contra su pecho- Bueno, ¿te vienes a jugar?

    -Ahora voy. Toma -le puse la pelota sobre sus tetas apretadas-, juega con Camila mientras.

    Cuando Blanca se fue, guiñándome un ojo, retomé la conversación con Lex.

    -Así que Lex, ¿no? Yo soy Marta, encantada -puse mi mano sobre su hombro para coger impulso y llegar a darle dos besos. El apoyó su enorme mano en mi cintura para agacharse-. Supongo que nos veremos estos días si estás por aquí. Te dejo ya, que te estarán esperando tus amigos.

    -No, no te preocupes. Creo que iban a jugar al vóley ahora. Yo estaba pensando en darme un baño y dar un paseo por la orilla para relajarme un poco.

    -¡Ah! Yo también estaba pensando en algo así. Eh… te importa… ¿te importa si te acompaño?

    -¡Para nada! Iba a proponértelo yo ahora si no decías nada.

    Su sonrisa se hizo aún más grande tras decir eso. La mía, también. Con un gesto, me invitó a iniciar el camino y así hice. Al pasar por al lado de mis amigas me despedí de ellas y le devolví el guiño de ojos a Blanca. Ambas me miraban boquiabiertas y hacían señas para que a la vuelta les contara.

    Con la atención puesta en mantener una conversación trivial que tapara torpemente los silencios, caminamos y caminamos por la orilla. Al otro lado del paseo marítimo, se divisaban hoteles, discotecas y otros sitios que había visto por internet; nos habíamos adentrado de lleno en la zona nudista. La playa estaba mucho más aglomerada en esta zona y, aun así, no se veía ni un trozo de tela que no fuera de las toallas. Todo el mundo estaba desnudo y éramos nosotros a quienes miraban al pasar.

    -Detrás de aquello hay unas calas pequeñitas chulísimas -dijo Lex señalando unas rocas escarpadas que cortaban bruscamente la orilla a unos metros de nosotros-. Ahí es donde la gente vergonzosa va a ponerse ropa.

    Me hizo gracia aquel chiste y, al reírme me eché sobre él, agarrándolo del vientre y la espalda. Una teta se me quedó levantada sobre su torso y, al verlo, me aparté rápido. Fui consciente en ese momento de que su brazo, al echarme sobre él, rodeó furtivamente mi cadera y, ahora, se desprendía de mi cuerpo arrastrándose en una delicada caricia que me puso los pelos de punta.

    Después de aquello nos venció el silencio hasta llegar a las rocas. Una escarpada montaña cortaba en seco la playa y se adentraba en el mar. En su parte más baja era al menos una cabeza más alta que yo y, aun así, Lex podía apoyarse para mirar por encima.

    Trepó buscando las rocas menos afiladas y me ayudó a subir. Andamos unos pocos metros por encima de la roca, haciéndome polvo los pies, y, al bordear una pared casi vertical, dimos con una pequeña cala de arena fina excavada en la formación rocosa de una belleza singular, acotada en el otro extremo por un saliente similar al que habíamos subido. Lex bajó a la arena de un salto y, aunque para mí la altura me pareciera un mundo, fui detrás de él. Me recogió en la caída entre sus brazos abiertos, como si me salvara de una muerte segura, pese a que la fina arena hubiese amortiguado cualquier daño.

    Era diminuta apretada contra su pecho y rodeada por todo su cuerpo. No huí esta vez del contacto, sino que respondí con otro abrazo y contemplé la belleza del lugar apoyada sobre él.

    -¡Me encanta esto! No hemos andado casi nada y hemos entrado a otro mundo. ¡Casi que ni se escucha a la gente!

    -Yo aluciné en su día cuando me descubrieron este sitio. Me alegra que te haya gustado también.

    -Es precioso…

    Sin salir de su abrazo, giré mi cuerpo hacia él, rodeándolo yo también por la cintura. Me quedé mirándolo como una pava, sin saber que decir más, haciéndose el silencio. Un silencio, ahora, nada incómodo. Sentí entre mis muslos, casi en el pubis, su miembro desnudo, ese que había estado bailando al aire todo el camino junto a mí y no me atreví a mirarlo por vergüenza… quizás era ese contacto el que necesitaba para perderla. Lo besé.

    Un beso espontaneo, sin pensamiento previo ni premeditación y, sin embargo, fue un beso que no causó sorpresa. En cuanto mis labios se intercalaron con los suyos, una de sus enormes manos y se dejó caer por mi cuello. Como buena aprendiza, la mía imitó a la suya. La mano que cayó por mi cuello, continuó su descenso hasta mi pecho, marcando su contorno con un dedo antes de agarrarlo.

    Mi lengua reaccionó y cambió mi boca por la suya. Dejé de sentir el pene que recaía sobre mi muslo para, poco después, notar un titánico trozo de carne duro presionándome la barriga. Miré de reojo, descuidando por momentos mi obligación con el beso, impresionada. Mi mano perdió el interés en el rostro y, como si hubiera ensayado cientos de veces el movimiento, agarró el pene con firmeza y propinó una amplia sacudida. Se me escapó un suspiro, a él una risa.

    El beso continuaba, pero con la atención en otra parte. Con los ojos abiertos, nos limitábamos a tener los labios justos y a jadear. Desistí y fui a buscar lo que mi cuerpo pedía. Bajé la cara hasta la polla, que agarraba holgadamente con las dos manos. Sobrecogida por su tamaño, la medí de arriba a abajo con la lengua; no contenta con la medición, la metí en mi boca hasta donde pude. Con la mitad dentro y la mitad fuera, mamé de aquel rabo recto y duro con gozo e inquietud a partes iguales; con suavidad, sin prisa, disfrutando de aquel inesperado momento, de aquel inesperado cuerpo, como también lo hizo Lex del mío.

    Ahora, estirada a su lado, Lex me agarró del culo y en su cara pude ver extrañeza al comprobar que ni con una de sus amplias manos podía abarcar uno de mis cachetes. Estirando todo lo que pudo sus dedos, zarandeo mis carnes y la extrañeza de su rostro se convirtió en un golfo goce.

    Su mano dejó de apretar mi culo en el momento en el que, sin soltarle la polla, mi boca bajó hasta sus huevos. Succionando uno de sus testículos, lo masturbé rápido y sin cesar, haciendo que cayera desplomado hacia atrás. Con mi recién conocido amante impedido en el suelo, gateé sobre carne y arena para que mi pecho quedara sobre su cadera; coloqué la polla negra entre mis dos tetas y las apreté con las manos.

    Escupí sobre el buen trozo de rabo que sobresalía y empecé a moverme. Lex gemía y yo no perdía ojo a mi trabajo. Estiraba la lengua para alcanzar el glande cada vez que bajaban mis tetas. Con cada contacto sentía como me subía la temperatura y ya notaba como estaba chorreando por entre las piernas.

    Sin esperarlo, Lex se puso en pie con energías renovadas. Traté de seguirlo pero, solo alcancé a quedarme de rodillas cuando tuve ese espadón amenazando mi cara. Después de una rápida degustación para recordar su sabor, la volví a aprisionar contra mis tetas, pero esta vez fue él quien puso el movimiento. Sentía como si me apuñalara el pecho sin cesar. Si me puse este par de melones fue que me los follara una polla así.

    -Quiero que te corras así -y la única respuesta que obtuve fue una puñalada más grande en mi pecho.

    Absorta en aquello que acontecía entre mis pechos, volví a la realidad cuando los movimientos de Lex perdieron contundencia, llegando casi a frenarse. Contra todos mis deseos, aparté la vista para mirarlo a la cara. Sus ojos apuntaban al frente, confundido. Algo lo asustó y trató de hacerme un gesto. Sin entender que pasaba, me puse en pie por puro instinto. Me abracé a él preguntando qué pasaba, eso sí, sin soltar su enorme polla que, como en una irónica advertencia, señalaba al frente.

    -¡Hola, chicos! ¿Qué hacéis? Os estábamos buscando.

    La voz de Blanca me hizo dar un salto, girándome hacia ella y confiando que mi cuerpo pudiera tapar la erección de Lex. Aparecía por encima de las rocas con dos amigos de este, otros dos chicos negros bien guapos, uno más espigado, alto como Lex y otro más robusto y musculado. Los dos también bien dotados.

    -¡Esto está chulísimo! -dijo Blanca tras saltar de la roca y revolcarse por la arena.- Escucha, Marta, hemos estado hablando y hemos quedado esta noche con ellos. Nos van a enseñar sitios chulos para tomar algo por aquí. Te tengo que contar un montón de cosas, tía. Creo que hemos elegido el mejor destino y lo vamos a pasar súper bien.

    Me limité a asentir copiando la sonrisa de mi amiga, mientras Lex me agarraba por los hombros, escondiendo su polla aún dura tras mi espalda y notando como me chorreaban fluidos por los muslos.

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  • El don de Carlos

    El don de Carlos

    Hola, me llamo Rebeca y tengo 32 años. Estoy prometida y me caso con Raúl dentro de unas semanas. Esto que cuento me sucedió hace muy poco y no sé cómo ocurrió, fue cuando él estaba escayolado. Como no podía bailar, me sacó a bailar Carlos, uno de sus mejores amigos. Todo iba bien hasta que noté que se había empalmado.

    Yo estoy buena, pero no estoy acostumbrada a “levantar” pasiones. Además, vestía de lo más recatado con una falda negra con una abertura en el muslo y una camisa bajo la cual tenía otra camiseta blanca de tirantes. El bulto que se notaba estaba muy caliente. Bromeé con él porque no parecía muy avergonzado.

    —¿Te parece bonito? Estoy buena, pero sólo estamos bailando salsa…

    —Perdona que te haya molestado. No lo puedo evitar, pero la culpa es tuya…

    —¿Mía? Pero si bailo fatal.

    —No es el baile… Prefiero no contártelo porque te vas a reír.

    —Ya me estoy riendo porque me hablas al oído y me haces cosquillas…

    —Me he empalmado porque tú no estás totalmente satisfecha sexualmente. Supongo que será porque Raúl está con la pata coja y no podéis follar como debéis.

    —¿Qué has bebido hoy, cielo?

    —Te estoy hablando en serio, Rebeca. Mi polla es como un detector de mujeres frustradas. Es un don que tengo, como hacer disfrutar a las mujeres como no se pueden imaginar.

    No sabía cómo tomármelo, pero parecía que hablaba muy en serio.

    —¿Estás tratando de enrollarte conmigo?

    —No, joder. Te digo la verdad. Si te quieres ir, vete. Tengo el don de hacer gozar a las mujeres. Si no, no estarías tan mojada, Rebeca.

    —¿Estás idiota? ¿Por hablar contigo mientras bailo me voy a mojar?

    —Compruébalo tú misma…

    Me picó en la curiosidad, me aproximé a Carlos y me metí la mano en la abertura de la falda, dejando a un lado el tanga y me toqué la vagina. Estaba empapada. No lo entendía, pero un calor recorrió mi cuerpo, concentrándose sobre todo en mis pezones…

    —¿Has visto? Nuestros sexos son más inteligentes que nosotros… Pero no creas que te voy a pedir que vayamos a los baños a desfogarnos. Ya te he dicho que me gustaría hacerte disfrutar y para eso necesito más tiempo…

    Me sonreí y le dije que mañana se iba Raúl a quitar la escayola y estaría toda la mañana fuera. Se lo dije en broma. O medio en broma. “¿Te atreves a venir?”. No contestó. Volvimos a la barra. Ahora estaba muy excitada, pero Carlos siguió bailando. Me fijé en su paquete, que ya estaba en reposo. Mira que si era verdad que estaba necesitada… Hombre, estas semanas follábamos muy incómodos, pero su historia parecía imposible… No le dije nada a Raúl de irnos al coche o algo por el estilo, pues bastante hacía el pobre con mantenerse en pie. Seguí bebiendo y hablando…

    Desperté cuando llamaron a la puerta. Tenía una nota al lado de Raúl. Se había ido al hospital. Volvieron a llamar y me levanté. Era Carlos. Estaba algo sudado, con unos pantalones cortos y una camiseta. Venía de correr por el parque y se había acordado de mí. Me costó recordar. Tenía una buena resaca.

    —Anda, piérdete, que quiero seguir durmiendo.

    —Bueno, pues tú te lo pierdes.

    —¿Qué creías, que por decirme que me ibas a hacer gozar iba a abrirme de piernas y decirte que me follases?

    Estaba de mal humor. Me levanto de muy mal humor al despertarme; pero Carlos no perdía su sonrisa. Me fijé en que era bastante guapo. No me extrañó su éxito con las mujeres. Además, estaba muy bien y no era el típico chulito que luce cuerpo. Yo estaba con la camiseta de tirantes de ayer y con un pequeño pantaloncito de pijama. Y la ropa interior de anoche: el tanga y el sostén que ni siquiera me había quitado para dormir.

    —¿Tú no sabes que soy capaz de provocarte orgasmos sin penetrarte?

    —Uy, esta es buena.

    —¿No me crees? Sólo tienes que dejarme hacer. Venga, túmbate boca abajo en la cama y cierra los ojos. Te voy a masajear y encontrar puntos que te van a excitar. No puedes hablar o se rompe la magia. Si hablas, te castigo, porque eso me supone más tiempo para conseguir tu placer.

    Parecía ir en serio, así que decidí seguirle la corriente. ¿Qué era lo peor que me podría suceder? Recibir un buen masaje…

    —Túmbate y cierra los ojos.

    Lo hice. Me preguntó que si tenía algún aceite corporal. Le dije que mirara en el cuarto de baño. Me dio un cachete en el culo. “No puedes hablar aunque te pregunte”. No me gusta pegar a la gente, así que la próxima vez te quito algo de ropa como castigo. Iba a protestar, pero me callé. Además el cachete no me había dolido. Me lo preguntó por si acaso con amabilidad. Le dije que no, que no me había dolido.

    —Te quito la camiseta.

    La cogió por detrás y me la subió por encima de la cabeza. Había vuelto a caer. Decidí callarme, no fuera a ser que el caradura me desnudara con la tontería. A lo tonto me había dejado en sujetador, un sujetador blanco apretado a mi piel. Se fue al cuarto de baño y volvió. Se untó las manos y esparció aceite por mis pies y empezó a tocármelos. Lo hacía con suavidad, pero con firmeza.

    Me encantó desde el primer momento. Era un masaje especial. Parecía que sus manos me desnudaban o me deseaban. Notaba que su calor me lo transmitía y me ponía muy caliente. Cuando llevaba un rato, apretó un músculo y sentí estremecerme. Me fijé que mi coño estaba encharcándose. Siguió apretando y mis paredes vaginales se contrajeron. Me estaba corriendo.

    —Primer orgasmo. ¿Te ha gustado?

    —Mmm…

    Acerté a decir sonriendo.

    —No puedes hablar, tonta.

    Y me cogió el pantalón y me lo quitó. Estaba en tanga y sujetador. Saberme así desnuda delante de un hombre que no era mi novio me excitó aún más.

    —Voy a seguir con tus piernas.

    Empezó por abajo y fue subiendo. Los muslos los tenía muy sensibles y sólo con rozarme su cara interna se me erizaba la piel. No le costó demasiado arrancarme otro gemido de placer.

    —Dos. Uff. Qué calor. Me quito la camiseta, si no te importa. Ahora la espalda.

    Empezó por la zona de abajo y pronto se decidió a tocarme las nalgas. Mi coño estaba chorreando del todo. Era increíble cómo mi cuerpo se había relajado y cómo se contraía cuando apretaba con los dedos en determinadas partes. De nuevo me corrí.

    —Tres. ¿Te está gustando?

    No contesté.

    Oí un ruido de ropa y supe que se estaba quitando los pantalones. Se encaramó sobre mi culo y noté su paquete desnudo en mi culo.

    —Oye…

    —Shhh… Mira qué bien, el sujetador me iba a molestar…

    Desprendió mi sostén y empezó el masaje por arriba. Ya no estaba demasiado pendiente de sus manos porque su polla me estaba golpeando los cachetes del culo al ritmo de sus brazos. La tenía dura, dura. Y caliente. Apretó un poco más en las cervicales y me vine.

    —Cuatro. Oye, ¿no tienes curiosidad? Deberías notar mis calzones. ¿No te has fijado que no llevo ropa interior?

    Levanté la cabeza y miré para atrás. Estaba sobre mí; no me fijé nada más que en su polla, intentando no levantarme demasiado para que no me viera las tetas. No era muy grande, pero su capullo rojo rezumaba líquidos que caían hasta mi culo. Sus huevos estaban prietos y tenía bastante vello. Olía muy fuerte y me atrajo.

    —Te dije que no abrieras los ojos. Fuera el tanga.

    Esta vez metió la mano entre mi tanga y mi raja del culo y lo quitó lentamente.

    —Veo que estoy haciendo bien mi trabajo… Mmm… Qué bien huele tu coño… Venga, los hombros y vamos a por el quinto.

    Dicho y hecho. Sentirme desnuda ante un cuerpo desnudo me excitaba muchísimo. No tardé en dar espasmos. Cada orgasmo estaba sido más fuerte que el anterior.

    Se inclinó sobre mí y me dijo que si esto me había gustado, con la lengua era mucho más placentero. Le pedí que me chupara. Puso un cojín debajo de mi estómago y separó mis piernas. Comenzó una chupada antológica de ano. Me folló el agujero con su lengua, que no sé cómo endureció y parecía una pequeña polla que me jodía placenteramente. Mientras, olvidándose de lo de sólo chupar, me metió un dedo y dos y tres en la vagina. Entraron con una gran facilidad hasta el fondo; me coño estaba muy receptivo y sólo con el roce volví a ver la gloria. Luego cambió: me chupó el coño y me metió un dedo en el ano.

    Entró bien, como el segundo. Los flujos y el aceite facilitaban las cosas. Y me estaba comiendo todos mis flujos de vicio… Me dio la vuelta y por primera vez me vio de frente. Mi hilito de pelos sobre mi vagina le cambió la cara. Y mis pechos respingones y mis pezones oscuros mirando al techo propiciaron unos piropos increíbles. Mis labios vaginales se salían de mi cuerpo y le decían a Carlos que siguiese con la mamada, cosa que no tardó en hacer. Estaba totalmente entregada a él, el placer que me estaba proporcionando era incalculable. Estaba deseando que me penetrase con su verga y se lo dije: “Métemela, métemela hasta el fondo, te deseo dentro de mí”.

    Estaba tan lubricada que mi coño pedía más y más. Estaba gozando como nunca, ya había perdido la cuenta de los orgasmos que había tenido. Subió hasta ponerse cerca de mi cara y me besó en la boca. Le devolví el beso con pasión. Empecé a sobarle la verga y él a masajearme los pechos. Se bajó y me hizo una mamada de pezones colosal. Me agaché y apresé su polla y le sequé todos sus jugos. Sabía dulce y concentrado. Me metí sus huevos en la boca. Él se había ido moviendo y formamos un 69 bestial. Pero no tenía suficiente.

    —Fóllame ya o reviento, cariño.

    No tuve que decir nada más. Me metió la polla de un golpe. Nos deslizábamos fácilmente entre el sudor y el aceite. Estaba sobre mí mirándome a los ojos y besándome, empapándome con su lengua y tocándome el culo y las tetas. Yo le apretaba el culo y jadeaba y gritaba: Más, más, más, así, sí, sigue, mmm…, cómo me gusta, cómo me gusta… Él sólo respiraba mirándome a los ojos. Practicó varias posturas para metérmela en todos los ángulos. En la posición de perrito, me la metió por el culo. El ardor inicial se tornó en un placer intenso en mi almeja. Se corrió dentro de mí y volvió a darme un placer enorme.

    —Me tengo que ir ya. Creo que he cumplido. Ahora con la pata de Raúl en buen estado espero que dejes de estar necesitada. Pero cuando creas que vuelves a estarlo, baila conmigo y yo lo comprobaré…

    Miré al reloj y era casi la una. Y Carlos había llegado a las nueve y media. No me había dado cuenta del tiempo. Le besé en la boca y le dije que lo tendría en cuenta. Se vistió y se fue. Por ahora Raúl me da todo lo que pido; no es el polvo impresionante con el que me obsequió Carlos, pero está bien. Eso sí, no descarto echarme un baile con él…

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  • Nada más delicioso que coger en familia en Nochebuena

    Nada más delicioso que coger en familia en Nochebuena

    ¡Qué noche buena!

    La navidad es excusa para reunir a la familia, festejar, comer, y beber a morir. El orden de los factores altera el producto: no es lo mismo disfrutar la noche buena, que disfrutar una buena noche.

    Con Patricia, mi cuñada preferida, más joven y más tetona, festejamos una buena noche, quedó llena de frías burbujas de champán y caliente leche de mi verga.

    Nos reunimos en la quinta familiar, cinco familias para festejar, entre ellos está Patricia, que ronda los 35 y tiene un trasero que corta el aliento. Ella es sabedora que es la dueña de mis desvelos, se lo estoy diciendo cada vez que nos encontramos, insinuaciones de todas las formas posibles, pero hasta esa noche sin progresar en mis atrevidas y lascivas intenciones, no pasó más que recibir esos besos que no dicen mucho y los abrazos enmarcados en el compromiso del protocolo familiar.

    Patricia, “Pato” en la intimidad familiar, esta noche particularmente “entonada” porque las burbujas del chispeante champán le han jugado una mala pasada, le han bajado la guardia, y lentificado la capacidad defensiva. No sería tan peligroso si el adversario ocasional, quien está contando la historia, estuviera esa noche con todas las neuronas alerta para capitalizar cualquier falla de la contendiente y ponerla knock aut en la primera oportunidad.

    Me ocupé de tenerla bien atendida, de llenarle la copa, para tenerla bien entonada. Tanta gentileza de mi parte consiguió buenos frutos, y prontito ella comenzó a dejarse llevar por mis insinuaciones, jugar al filo de lo prudente, nos prodigamos amagues e insinuaciones, hasta el frágil límite de la intimidad física. Como todos habían saciado su capacidad de absorción del buen espumante, nadie prestaba demasiada atención, bien entrada la noche todos estaban mucho más alegres que de costumbre.

    Después de los repetidos brindis, todos nos fuimos desperdigados por el parque, unos con champán, otros entretenidos con disparar los fuegos artificiales y cohetes, el resto en la modorra de tanta bebida y comida. Alejado del ruido, de la música y los petardos, cómodo recostado en añoso roble, ojos cerrados esperaba que se me diera la ocasión de volver a avanzar en la ímproba tarea de seducir a la Pato.

    —¡Cuco!, ¿Quién soy? —Dos manos cubren mis ojos— ¿A ver?… ¿Arriesga?

    —Eres… – Se colocó delante, besé una mano.

    —¡Cuñadito qué hacés aquí… solito!, ¿Alejado del mundo?

    —¡Estoy fundido! He bebido un poco de más…

    —¡Ja! Somos dos ya.

    Displicente, se sentó sobre junto a mí, apoyando su cabeza en mi regazo, flexioné la pierna izquierda para quedar acomodada donde más lo necesitaba. Giró, para colocarse de costado, frente de mí, seguía el ritmo de la música frotando su mano sobre mi parte más sensible para sacarla de su modorra y despertarla en su instinto más elemental, dicho de manera menos poética, calentándome la pija.

    A la fricción se mano, el miembro se erecta, toma forma y volumen en el hueco de su mano, mientras desde la sobra del árbol vemos al resto de la familia jugar y danzar en el desorden propio de los momentos de exceso.

    —Estás jugando con fuego… y si sigues te puedes quemar en él…

    —Y si me gusta quemarme, ¡Qué!

    Astucia y malicia entran a jugar su localía, se monta a caballito sobre la pierna izquierda, mano derecha palpa, calcula tamaño y dureza del miembro. Froté la rodilla en su entrepierna, ella misma se terminó de acomodar para que la rodilla diera justo sobre la cuca. Se movía, frotándose, deslizándose, como para sacarle chispas a su sexo. Bajó el cierre de la bragueta del jean, libero del encierro a la verga, lo atrapa para que no se le escape, palpa las ganas de entrar en acción. Está dispuesta a ayudarlo a ser libre del todo.

    Cierra la mano sobre la verga, desliza la piel, pajea como para entrar en confianza, subibaja, excitación intensa, el jugo pre seminal comienza a mostrarse como adelanto de tiempos mejores. Pato usa la falda amplia para ocultarme el sexo y hacerse poseer ahí mismo. Había venido sin bombacha, preparada para hacerlo, ella solita hacía todo, yo era el vigía mientras ella comienza la travesía del viaje placentero.

    La vagina es un delicado terciopelo sedoso, suavemente húmedo y caliente, se la enterró todita, se dejaba caer hasta metérsela bien dentro, impulsada con sus manos sobre mis rodillas, hacía de punto de apoyo para mover el mundo del placer.

    No era el lugar más apto para coger, pero la urgencia de ella amerita permitirle hacer cualquier cosa, las sacudidas se multiplican, los jadeos se intensifican, los jugos aumentan. Se desespera en la urgencia por llegar a espacio celestial del orgasmo. Siguen los jadeos, las palabras sin sentido, su espalda se pone tensa como resorte, arquea buscando el mejor ángulo para empalarse más profundo, acelera el ritmo y por fin… le llega el orgasmo tan temido.

    Se deja morir en un mar de jadeos y epítetos groseros, libera sus sensaciones más primarias, y las emociones más intensas para dejarse morir recostada sobre mí, viajando en ese momento de éxtasis de sensualidad y locura.

    El orgasmo urgente de Pato me cortó la inspiración, se demoró mi eyaculación, pero tuve la gentil delicadez de esperar que sus convulsiones de disolvieran entre mis brazos.

    —Te corté el polvo ¿no?

    —Sí, estaba… casi llego

    —Deja que me levante y vemos cómo te sacamos esa lechita.

    Se colocó de cara al árbol, del lado oculto para el resto de la familia, se levantó la falda y me invitó a recorrer el interior de su vagina, de parados era la única opción viable. Se retiró todo lo posible, haciendo el ángulo más propicio para penetrarla desde atrás, de pie entré en su vagina de una sola estocada. Aferrado a sus caderas me impulso y muevo a todo vapor, las ganas pueden más que cualquier cosa, el riesgo de ser descubiertas le ponía a este polvo el plus de excitación. Por las circunstancias tan particulares y la calentura previa no demoré mucho en llegar a una eyaculación presurosa. El polvo furtivo nos hizo gozar del sexo y olvidar precauciones.

    Volvimos con el resto de la familia, por separado, con cara de “yo no fui”, formando parte del grupo que entraba en la navidad.

    El marido, muchas copas y pocos reflejos para conducir, decidieron que era prudente que se volvieran en nuestro automóvil, es casi una obviedad la decisión de llevar a Pato y su marido a su casa, después de dejar a los míos. Me ocupé en bajar a Edu, un poco dormido y otro mucho ebrio, lo dejamos en la cama, dormido y roncando como un tronco. Bajamos y me convidó con un café.

    —¿El café lo tomarás así, solo y negro? —quedó esperando la respuesta— digo ¿no te gustaría mejor con leche?

    —Si me das la tuya, me gustaría con leche. Con tu leche.

    —¡Qué buena estás! Tengo ganas de cogerte otra vez.

    —¿Y.… si te gusta…?

    Estaba todo dicho, el tiempo urge, el deseo apremia, las ganas de coger son un león hambriento que muerde por dentro. De la cintura, desde atrás, la besé en el cuello, ardiendo como tea me remolcó al cuarto de servicio, sobre la cama arraso todo con la lengua, entre sus piernas el magma interior hizo erupción cuando capturé la cereza del placer entre los labios, robándole los primeros gemidos, lamiendo y escrutando en la vulva con la lengua retuve los primeros jadeos…

    Cuatro llegadas, dos con la boca, los restantes con la verga a tope. En los últimos hace lo que mejor sabe, aprisionarme la pija con los músculos vaginales de maravilla, está regalada, para cualquier cosa los cuatro o más orgasmos desgastaron su resistencia. Agotada por los orgasmos y vencida por el champán no está en condiciones de oponerse a la voluntad del macho dominante, es mi tiempo, mi decisión, mi deseo el que gobierna y manda.

    Con algo de brusquedad y mucho de dominador, la volqué de bruces, las nalgas erguidas, me hace sentir el poder de dominarla, someter a la yegua arisca, juega a resistirse, goza ser sometida y castigada con palmadas en las ancas, como parece gustarle, repito las nalgadas.

    Vencida accede al jinete, de pronto todo se hace intenso y urgente, la cogida se torna más salvaje, la cuca cerca y aprieta el músculo sobre la verga, pero pude contenerme y aguantarme para ir por ese tentador hoyo que tengo en la mira. Me tumbo sobre ella y desenfundo el miembro de la vagina, se la puerteo en el chiquito, controlo el primer intento de zafarse, al primer empujón pleno vuelve a intentarlo.

    La serené con una fuerte nalgada, y otra más para que no lo intente otra vez, en verdad me sentía otra persona, como más ardiente, más salvaje. Todo se precipitó, más se resistía más me violentaba, todo era una vorágine de calentura y brusca penetración anal.

    Los jadeos se confunden con los gemidos, los ruegos de que la saque con el lloriqueo por algo de dolor, los tiempos se miden de distinto modo, para ella fue una eternidad para mí solo un instante. La vorágine de la calentura me hacía castigar sus nalgas, apretarla toda y hasta morderla en algún momento, sujetada de sus cabellos me encaramé sobre su cuerpo y me mandé con toda la furia de mis ganas de macho rompedor de culos.

    Lástima que todo tiene sus límites, también mi calentura había llegado, era tiempo, la pija comienza a sentir los síntomas de la inminencia de la acabada. Una profusa eyaculación me deslecho dentro del culo de Pato.

    Quejidos y gemidos a dúo sincronizan el placer del macho dominante y de la hembra dolorida. Parte del semen se escurre cuando me retiro.

    Nos besamos, por primera vez en la boca, intenso y sentido, no hubo disculpas, ni promesas, todo se dio como se relató en esta historia, los hechos reflejaron esta historia chiquita en el desarrollo, pero inmensa en el significado que aún está por develarse.

    Habrá muchas noches, pero tan buena como la de nuestra historia…

    Lobo Feroz

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  • Pastel para todos, menos para el novio

    Pastel para todos, menos para el novio

    La historia está inspirada en un hecho real.

    Descripción: Melissa, con 20 años, tiene un cuerpo que parece esculpido con malicia divina. Sus caderas son amplias y sugerentes, y su cintura, estrecha, crea un contraste marcando, una silueta que se curva con un magnetismo hipnótico. Los senos, de copa D, se alzan firmes y provocadores, con un perfil delicado pero desafiante, como si desafiaran la gravedad de forma natural. Sus pezones, decorados con pequeños piercings que relucen como secretos íntimos, parecen siempre listos a despertar el deseo más profundo.

    Su cabello negro cae justo sobre sus hombros, enmarcando un rostro de belleza indomable, con esa expresión de dureza que tanto me atrajo desde el primer momento. Tiene piernas firmes y bien torneadas, forjadas entre el balón y la disciplina del gimnasio, pero es su trasero el que domina la escena: redondo, descomunal, desafiante. No exagero: esa maravilla de carne me obsesiona. Lo he visto provocar miradas, suspiros y hasta comentarios en la calle, y ella lo sabe… le gusta. Lo lleva con ese aire altivo y juguetón, como quien sabe el poder que carga.

    Melissa tiene un cuerpo de muñeca de porcelana con carácter de fiera. Su piel tiene un tono blanco suave, como leche mezclada con miel. Y una costumbre irresistible: siempre usa ropa interior diminuta, mínima, que apenas cubre, que apenas oculta, como si quisiera dejar pistas, provocar pensamientos. Y vaya si lo logra.

    Nota del autor(a):

    (Todas las historias aquí compartidas están escritas desde la perspectiva que resulte más excitante, intensa y envolvente para el lector. No están limitadas por mi género, ni buscan revelar quién soy, sino hacerte sentir dentro de cada escena. En esta ocasión, el deseo toma voz masculina… porque así arde más).

    Aunque en este relato no se detallen ciertas conversaciones previas, es importante mencionar que Melissa fue parte activa, entusiasta y totalmente dispuesta en todo momento. Algunas emociones y motivaciones han sido omitidas deliberadamente para mantener la tensión, el misterio… y ese sabor provocador que enciende la imaginación.

    Lo que no se cuenta abiertamente… a veces excita más.

    Y sí, quiso repetirlo.

    Desde hace unos meses, los viernes han dejado de tener sabor. Antes me entusiasmaban: sabía que Melissa estaría sonriendo al final del día, con su bolso de deportes al hombro, contándome jugadas, risas, resbalones en el barro.

    Melissa… mi novia: dulce, tímida, un poco callada, pero con una sonrisa que derretía hasta al más duro.

    Estudia cosmetología, pero los viernes los dedica a algo singular: fútbol mixto.

    Uno de esos viernes, como a las 8 de la noche, pasé a recogerla. Me dijo que se quedaría conversando con unas amigas, así que esperé.

    Cuando la vi salir, noté que caminaba raro. Tenía las rodillas enrojecidas. Se lo pregunté.

    —Me caí jugando —dijo, sin mirarme directamente.

    —¿Otra vez? —respondí con una media sonrisa.

    Escuché que una de sus amigas se rió. No le di importancia… en ese momento.

    Con el tiempo, empecé a notar cosas. Algunas noches evitaba hablar del fútbol. Su mochila estaba desordenada. Una vez, encontré una botella de perfume que nunca le había visto. Me dijo que era un regalo. Pero yo sentía algo raro. No celos exactamente. Era inquietud. Una punzada detrás del estómago. Algo no encajaba.

    Hasta que un viernes decidí ir más temprano.

    Llegué a eso de las 6:10 y no fui al parque como siempre. Me quedé a observar desde lejos. El campo estaba medio vacío. Vi a algunos chicos retirarse. Caminé con cautela, bordeando la zona, pasando entre arbustos que rodeaban el terreno.

    Fue entonces cuando escuché voces. No risas… murmullos. Me acerqué con cuidado. Me oculté entre arbustos altos, y desde ahí los vi. Melissa. Mi Melissa. Arrodillada.

    Estaba frente a él, a ese tipo que siempre vi demasiado cerca de ella: Armando.

    Tenía la cabeza inclinada hacia adelante, sus manos apoyadas suavemente en los muslos de él. Vi cómo Melissa se acercaba, hasta dejar a la vista el miembro de aquel tipo.

    No voy a decir que tenía un gran pene, pero era lo bastante considerable como para ahogar a mi dama. Se detenía por momentos, respiraba hondo, luego retomaba. Como si saboreara su entrega. Como si lo disfrutara.

    En un instante, él deslizó su mano por su cuello y le bajó ligeramente el tirante de la camiseta. Vi sus pechos asomarse brevemente, suaves, expuestos al aire frío de la tarde.

    Melissa no se cubrió. No se sobresaltó. Simplemente siguió.

    Me sentí atrapado entre dos impulsos: el de salir corriendo a gritar su nombre y el de quedarme ahí, presenciando la escena hasta el final, como si una parte enferma de mí necesitara ver hasta dónde llegaba su traición.

    La entrega de Melissa llegó a tal punto que dejó sobre él una espuma densa, mezcla de su propia saliva y del líquido seminal de Armando, con un entusiasmo que rozaba lo irracional. Su mirada, antes tierna y delicada, se transformó ante mis ojos. Pasó de ser esa chica dulce, casi inocente, a una mujer con la expresión de alguien completamente distinto: una puta. Una trola experta. No podía creer que esa fuera la misma Melissa que yo conocía. Nunca la había visto tan impúdica.

    Él la sostuvo de la cabeza mientras descargaba su espesa esperma directamente en la boca de Melissa; ella alzó la vista hacia él y sonrió con una dulzura desconcertante. Luego, con una naturalidad casi doméstica, tomó una servilleta, limpió sus labios, se acomodó el cabello y se levantó como si nada. Sin mirar a nadie. Sin un gesto de culpa.

    Yo, en cambio, seguía ahí. Paralizado como una sombra, testigo de mi propio reemplazo.

    Pero ahí no termina el espectáculo. Después de un descanso, conversar y compartir algo de comida, vi cómo ellos charlaban en voz baja, casi imperceptible. Desde mi escondite, solo podía ver el movimiento de sus labios, sus gestos, las miradas que se cruzaban. No escuchaba nada, pero algo en el lenguaje corporal de Armando lo decía todo: insistencia disfrazada de ternura. Melissa, en cambio, tenía el ceño levemente fruncido. Aunque negaba con la cabeza, su expresión era incierta.

    Entonces ella giró un poco, dándole el trasero. Se movía con una suavidad provocadora. Melissa tenía esa forma natural de atraer las miradas, de despertar algo que no sabías que sentías hasta que lo veías reflejado en otro.

    Vi cómo Armando se acercó más, rozándola con su pene erecto. Sus movimientos eran lentos, cuidadosos, como si jugara con un límite.

    El vaivén de sus caderas marcaba un compás lento y deliberado, como si cada movimiento estuviera diseñado para tentar, para provocar… y para enloquecer a quien tuviera el privilegio. Y ahí estaba él, tan cerca que rozaba su enorme trasero, como si la estuviera probando. Sin poseerla… condenado a perderse en el deseo.

    No escuché palabras, pero vi el desenlace: un temblor leve en sus cuerpos, un gesto contenido… y luego, silencio.

    Ella no se dio la vuelta. No lo miró. Solo se acomodó la ropa lentamente, con esa parsimonia de quien no necesita explicar nada, como quien guarda un secreto en la piel.

    Después de la función, me temblaban las manos. La cabeza me iba a mil. Pero tenía que calmarme. Porque, por enfermo que suene, esta vez quería entender qué sentía al estar en medio de todo eso.

    Quería saber si Melissa tenía su propio límite.

    Cuando la vi, la saludé como siempre: con la misma voz, con la misma expresión. Y aun así, me miró raro. Como si algo en mí se hubiera quebrado, aunque yo lo disfrazara bien.

    —¿Te pasa algo? —me preguntó.

    —Nada —le dije.

    Seguimos como si nada. Caminamos, hablamos… pero yo no podía dejar de recordar su cuerpo arrodillado, su mirada en otro, sus labios ocupados.

    Al llegar a casa, le pedí que se quedara a dormir conmigo. Me miró un segundo y asintió, como si el día hubiera sido completamente normal.

    Ella tenía su costumbre: dormir viendo series en mi celular, siempre con ese cuidado sutil… pero esta vez, yo tenía un plan. Le pedí su teléfono con la excusa de buscar una serie que no estaba en el mío. Se lo dije como si fuera lo más casual del mundo.

    A la media hora se quedó dormida. Como siempre.

    Y ahí lo hice.

    No esperé mucho. Fui directo. Y no encontré un mensaje. Encontré varios.

    Chats guardados. Fotos. Horarios. Conversaciones largas. Todo lo que nunca debí ver… estaba ahí. Y aun así, no pude parar.

    No tuve que buscar mucho. Los chats con Armando estaban fijados arriba. Había audios. La escuché. Su voz… dulce, suave, pero diferente.

    Conmigo hablaba bajito, tierna. Con él sonaba ansiosa, un poco agitada. Viva.

    En mensajes anteriores:

    Le decía que no podía creer lo que había hecho. Que fue raro… pero que al final, le gustó.

    Que al principio tuvo miedo, que le temblaban las piernas.

    Que era su primera vez haciendo sexo oral con alguien más que no fuera yo.

    Y que se sintió sucia… pero también libre.

    Había una foto, era una selfie, tomada desde arriba, como esas que uno se toma sin pensar demasiado…

    Melissa estaba sentada en el césped. Llevaba una blusa delgada, de esas que apenas cubren. El tipo de tela que, con la luz correcta, no perdona nada. Y en ese momento, todo estaba claro. El contorno de sus senos se dibujaba con precisión. Sus pezones se marcaban nítidos bajo la tela, tensos, vivos. El escote bajo dejaba ver la curva suave de su pecho, sin caer en lo obvio.

    Con esa confianza silenciosa que nunca me había mostrado así.

    Y entonces, un video.

    Él se lo había enviado.

    —¿Te acuerdas de esto? —le escribió.

    Ella aparecía frente a la cámara, jugaba con su verga como si fuera un dulce.

    En el video se ve cómo ella, desde arriba y frente a la cámara, lo está complaciendo íntimamente. Se veía claramente cómo subía y bajaba, cómo lo metía todo en la boca y lo volvía a sacar.

    Ella responde casi de inmediato, con la voz cargada de ansiedad y firmeza:

    —¿Qué estás haciendo? ¡Borra eso ahora mismo! Te dije que no guardaras nada, esto es una vergüenza…

    Él no se inmuta y responde con tranquilidad desafiante:

    —No va a pasar nada. Relájate.

    Pero ella no cede. La frustración y el miedo se notan en su tono:

    —La próxima vez no te dejo grabar ni un segundo, ¿entendiste?

    Él, con un dejo de certeza casi retadora, responde:

    —No te preocupes, nadie va a verlo. Confía en mí.

    Y luego…

    Un mensaje que no pude borrar de mi cabeza:

    “¿Te gustó más que con él?”

    Ella respondió con un emoji. Uno de esos que no dicen nada… pero que insinúan todo.

    Después, un:

    “No sé… Me dejé llevar.”

    Me dejé llevar.

    Así lo resumió.

    Después de terminar de ver los mensajes con Armando, me dirigí a revisar los siguientes mensajes.

    Vi mensajes en dos chats que me llamaron la atención: uno con Miguel y otro con Martín.

    Primero abrí el de Miguel. Al principio todo parecía una conversación normal… hasta que empecé a subir más. Ahí encontré cosas como:

    —La pasé rico hoy —le escribió ella.

    Y luego, sin pausa:

    —Extraño la noche que tuvimos.

    —La sabes chupar —respondió él, con una seguridad casi descarada.

    Hubo una pausa en la conversación, pero él continuó:

    —¿Cómo aprendiste?

    Ella contestó con un tono relajado, como quien cuenta algo trivial:

    —No sé… práctica.

    —¿Con varios, la verdad? Jajaja.

    Y luego, como quien quiere suavizar el golpe:

    —Nah, mentira… o bueno, no tanto.

    Más arriba encontré mensajes con planes. Coordinaban una fiesta:

    —Hoy nos vemos, ¿no?

    Él respondió rápido:

    —Lleva falda corta. Ya sabes que hoy, de postre, vas a recibir algo especial…

    Ella no respondió con palabras. Solo un emoji con risas y otro coqueto.

    El tono era claro. El juego estaba activo. Y no era nuevo.

    Abrí el chat con Martín. Parecía que había más que solo mensajes; parecía un juego de sadomasoquismo, sumisión… un juego fantasioso que compartían ellos.

    Martín: “Hoy serás mía. Ya sabes que tengo esos videos tuyos rebotando encima mío.”

    Martín: “Más te vale que llegues puntual.”

    Ella disfrutaba ese juego, porque no tardó en responder, mostrando una mezcla de disposición y curiosidad:

    Ella: “Claro, estaré ahí. ¿Qué quieres que lleve?”

    Martín: “La tanga corta y un vestido que se note todo. Ya sabes que me gusta verte putona.”

    Martín: “Eres mía, y vas a demostrarlo.”

    Ella respondió sin dudar:

    —Está bien, papi. Como tú ordenes.

    Luego empezó a enviarle fotos de varios vestidos que tenía en mente. En cada imagen, la tela se ceñía a su cuerpo, dejando entrever sus pechos a través del material, con sus piercings visibles, dando un toque atrevido y sensual.

    No se quedó atrás y le envió una foto más. En la imagen, llevaba un vestido que apenas le llegaba a los muslos: lo justo para cubrir, pero con una caída tan ligera que, con cada paso, se le subía un poco, dejando ver piel en movimiento.

    En otra imagen, enfocaba la parte trasera del vestido, mostrando sutilmente sus nalgas delineadas por la tela, como una provocación delicada pero directa.

    —Así te gusta, papi… ¿O más putona?

    Lo peor fue lo último que leí antes de cerrar todo.

    Martín:

    —¿Y tu flaco?

    Melissa:

    —No se entera. Y si se entera, que mire.

    —¿Qué mire?

    —No sé si eres muy valiente… o muy puta.

    —Pero me encanta esa seguridad.

    —Entonces que mire… Y que aprenda quién te tiene así.

    Al subir más arriba en la conversación, encontré mensajes que hablaban de planes ocultos, disfrazados de juegos:

    —Hoy invitaré a mi amigo a pasar el rato. Le dije que tengo un juego muy entretenido.

    —Vente a las 4 pm, solo con tu top sin tirantes y esos leggings deportivos que te ciñen las curvas… y dejan ver esa tanga tan descarada.

    Ella respondió con una firmeza que intentaba marcar límites:

    —No, hasta ese punto no voy a llegar. No quiero hacer un trío. Eso no me gusta.

    Pero él, astuto y controlador, no se mostró molesto. Su respuesta fue suave, envolvente… peligrosa:

    —Tranquila, muñeca. Nadie va a obligarte a nada. Pero dime la verdad: ¿no te excita un poquito la idea de dos pares de manos sobre tu cuerpo? ¿De no saber cuál de los dos te toca primero?

    Ella dudó. El silencio que siguió pesaba más que cualquier respuesta inmediata.

    —No sé… —escribió—. Martín, en serio… no creo que me atreva. Ese tipo de cosas no son para mí. Este juego ya se está saliendo de control.

    Él contestó sin perder su tono dominante:

    —Ese es el punto, Melissa. Que se salga de control. Que no sepas si lo odias… o si te está encantando. Pero siempre puedes decir “no”, y sabes que te escucharé… a menos que tu cuerpo diga otra cosa antes que tu boca.

    El pulso de ella se aceleraba mientras escribía:

    —Solo quiero estar contigo. No con otros. Pero… si estás ahí… tal vez…

    Él leyó entre líneas. Sabía que el deseo ya se había sembrado, que la fantasía no podía borrarse tan fácilmente.

    —Mi niña linda… solo quiero verte rendida. Tu cuerpo diciendo que no, tu mirada diciendo que sí. Lo haremos a tu ritmo. Pero, una vez que des el primer paso, no te dejaré volver atrás.

    Y ella, tras unos minutos, escribió algo que parecía una rendición:

    —Voy a ir. Pero no prometo nada. Quiero sentir. Quiero que me hagas olvidar que hay mundo afuera. Solo tú… tal vez tú y alguien más. Pero si decido parar, me respetas.

    Él no necesitaba más que eso.

    —Entonces prepárate, Melissa. Ese coño tuyo está hecho para llenarse de leche ajena, y lo sabes. Esta noche tendrá un nuevo visitante. Esta vez… no será un juego inocente.

    La realidad muchas veces queda atrás, porque la ficción supera la verdad en formas que no esperaba.

    Guardé todo lo que encontré: conversaciones, videos, mensajes. Los descargué, los ordené, los analicé.

    Ahora entiendo por qué aquella vez, cuando le pregunté por qué iba vestida así, me dijo que iría con una amiga a una convención de anime y que se quedaría hasta la noche pasando el rato con ella.

    El día siguiente fue raro. Ella me besaba como siempre, me hablaba dulce, me preguntaba si todo estaba bien… y yo solo sonreía. Cada vez que sus labios tocaban los míos, recordaba lo que había leído. Cada vez que decía “te amo”, en mi cabeza resonaba otra frase:

    “Ese coño tuyo está hecho para llenarse de leche ajena.”

    Así que le ofrecí una sorpresa. Le hablé de una noche diferente, un domingo. Alquilé una casa. Le dije que sería algo romántico, especial, con una atmósfera pensada para hacerla sentir única.

    Le compré algo que, desde hacía tiempo, imaginaba verla usar. Algo que ella siempre se negaba a vestir, porque decía que debía ser para una ocasión única.

    Era lencería. Pero no cualquiera.

    Lo pensé todo para que pareciera un pastel: dulce, provocativo. Un envoltorio que gritara “deseame”.

    Morado. Rosado. Sus colores favoritos.

    Ella se lo puso. Se sintió especial. Única. Perfecta.

    Me contacté anónimamente con todos aquellos con los que ella se hablaba de esa forma. Porque sí: era la perra de cada uno de ellos en secreto.

    Les envié un mensaje simple. Les dije que habría una reunión discreta, una fiesta privada:

    “En tal casa, a tal hora. Fiesta. Chicas. Alcohol.”

    Fue tan fácil como atraer abejas con miel.

    Ellos no preguntaron nada. Solo dijeron que sí.

    Y yo pensaba siempre en lo mismo: que todos los invitados vinieran con hambre.

    Que cada uno pudiera tomar su pedazo de pastel.

    Primero, claro, preparé el lugar con cuidado.

    Puse música suave, algo tenue.

    Serví tragos, bocadillos simples, algo para distraer.

    Melissa estaba contenta. Ajena.

    Sonreía como si todo fuera real.

    Y, en parte, lo era.

    La casa tenía calefacción.

    El ambiente era cálido, acogedor.

    No había frío que pudiera romper la ilusión.

    Era perfecto.

    Los invitados comenzaron a llegar, cada uno a su hora, sin saber quiénes más asistirían. Pero había un truco: la casa tenía dos puertas.

    La principal, por donde entramos nosotros.

    Y una secundaria, que daba acceso directo a la sala.

    Por allí entrarían ellos.

    Y entonces llegaron los hombres.

    Martín. Miguel. Armando.

    Uno por uno, como piezas cayendo en su lugar.

    Ingresaron por la puerta secundaria, tal como se les había indicado. Ninguno se conocía. Al principio, se cruzaron miradas incómodas, murmurando entre sí con preguntas que nadie se atrevía a hacer en voz alta:

    —¿Dónde están los demás?

    —¿Esto ya empezó?

    —¿Es aquí?

    La casa estaba vacía, pero no lo parecía.

    Había música suave llenando el aire, luces cálidas colocadas con intención, y un aroma tenue a incienso. Todo estaba preparado para parecer una fiesta íntima y exclusiva.

    Cerveza fría sobre la mesa. Bocadillos recién servidos.

    Había color, había ritmo… había una atmósfera que sugería que algo iba a pasar.

    Y como suele ocurrir cuando el ambiente está bien diseñado, dejaron de pensar.

    Dejaron de preguntar.

    Bebieron. Comieron.

    Y en cuestión de minutos, comenzaron a reírse juntos, como si se conocieran de antes.

    La tensión se desvaneció como el hielo en sus vasos.

    Yo los observaba desde mi rincón oculto, tras las pantallas.

    Y cuando vi que estaban reunidos, relajados, listos… supe que era el momento.

    Casi a la hora señalada, mientras ella me esperaba sumisa, le dije que había llegado la sorpresa. Le pedí que se pusiera el traje… ese que le había comprado y que tantas veces se había negado a usar. El mismo que ahora, entre risas nerviosas y curiosidad, aceptó sin hacer preguntas.

    Mientras le vendaba los ojos con cuidado, acariciándole el rostro para que se sintiera segura, la tomé de la mano y la guie hasta el centro de la sala, donde una alfombra suave marcaba el camino.

    —Camina lento —le susurré al oído—. Sigue la textura bajo tus pies. No hay forma de que tropieces.

    Ella obedeció, descalza, sintiendo cada paso.

    La alfombra que había colocado guiaba sus movimientos con precisión, como un hilo invisible que la llevaba justo donde yo quería.

    —No preguntes nada —le dije—. Solo quédate de pie y siente. Voy a tocarte, y tú solo debes disfrutar.

    Entonces, se abrió la puerta.

    Ella salió.

    “El cuarto estaba justo al costado del salón principal, así que no tuvo que caminar mucho. Sus pasos eran suaves, casi juguetones. Iba vendada, como le había pedido, completamente ajena a todo.

    “Pero no estaba sola.” “Los tres hombres la vieron salir y el ambiente cambió de golpe. Miguel dejó de reír. Armando se enderezó en el sillón. Martín apretó su vaso como si no supiera si debía soltarlo o aferrarse a él. Ninguno dijo nada. Solo la miraron”.

    “Y ella… ella avanzaba hacia ellos sin saberlo. Moviéndose con esa ingenuidad dulce que alguna vez me enamoró y que ahora me resultaba casi insultante. El encaje morado que cubría su cuerpo era tan tenue que apenas podía llamarse “ropa”. La lencería dejaba sus pechos al descubierto; los pezones se marcaban, tensos, visibles bajo la tela. No llevaba nada más. Absolutamente nada. “Una pieza diseñada para provocar, no para ocultar”.

    “Ella comenzó a saltar ligeramente sobre sus pies, impaciente, como una niña que espera un regalo. “¿Cuánto más vas a hacerme esperar?”, dijo en tono juguetón, sin saber que su voz rebotaba en una sala que ya no era sólo mía”.

    “Cada pequeño salto la convertía en un banquete en movimiento, una sinfonía de carne y encaje, provocando a ciegas, sin saber que sus gestos inocentes alimentaban la fiebre de los que la miraban”. Sus pechos rebotaban bajo el encaje fino, tensos, marcando cada curva, cada vibración. Las tiras moradas se aferraban apenas a su piel, y sus caderas, descubiertas, se balanceaban con una suavidad casi obscena. “Las nalgas temblaban como si fueran ajenas a su voluntad, tan suaves y expuestas que dolía mirarlas”.

    “Cada centímetro de su figura quedaba al descubierto con cada movimiento. Y ella no lo sabía. Jugaba, sonreía, coqueteaba… creyendo que sólo yo la estaba mirando. Que todo eso era para mí. “Que todavía era nuestra noche”.

    “Los hombres seguían congelados, atrapados entre el deseo y la culpa. Nadie hablaba. Nadie se movía. El silencio lo llenaba todo, como si el aire se hubiera vuelto espeso.

    Verla expuesta no era lo más excitante. Era anticipar su rendición total: la fragilidad latiendo bajo su piel, la sumisión en su mirada, el deseo mudo pidiendo que no se acabe jamás.

    ¿La chica del relato te dejó pensando?

    Dime si quieres que esta historia siga… o si prefieres una nueva.

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