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  • Descubriendo cuernos

    Descubriendo cuernos

    Para iniciar les contaré que los protagonistas de esta historia somos muy reales como el relato en si mismo. Me atreví a escribir mi historia porque encontré un relato de una mexicana muy parecido al mío, pero a la inversa y decidí soltar mi secreto por este medio.

    La experiencia vivida y relatada aquí, es en Colombia. Soy hombre profesional de 47 años y mi ex esposa tiene 10 años menos que yo, ella ya había tenido un compañero antes de conocerme, cuando eso ella tenía 20 años y yo 30, nos conocimos cuando ella llegó a trabajar en la empresa donde yo era contador y ella secretaria o asistente del departamento de facturación, yo estaba comprometido con otra mujer y ella tenía su compañero, al principio todos la veíamos como el goce de los hombres, era muy atractiva y coqueta, conseguía lo que se proponía, coqueteaba para ahorrarse pasajes, almuerzos etc. Era joven y divertida y eso la hacía más atractiva aún.

    Un día la sorprendimos (la cajera y yo) en el archivo con uno de los compañeros mientras él le manoseaba sus senos, nos vieron y se les dañó la escena, ella salió avergonzada y casi no daba la cara, entre bromas dejamos el tema a un lado y las labores siguieron sin juzgar a nadie. Ese compañero de trabajo quedó perdido o atrapado en su encanto, se notaba su desespero por estar con ella, pero ella trataba de alejarlo y no dejarse ver mucho a su lado.

    Pasaron los meses y le asignaron labores para trabajar conmigo, nos quedábamos hasta tarde para entregar informes junto con otros compañeros, nos fuimos acercando por esas situaciones laborales y salíamos de vez en cuando a compartir una hamburguesa o un helado.

    Un día se nos ocurrió pedir cervezas porque estaba haciendo calor y ya eran más de las siete de la noche, lo que llevó a volvernos amantes y dejamos las parejas que cada uno teníamos, pasábamos muy bueno, nos divertíamos, gozábamos, paseamos, en fin. Formamos un hogar bonito y tuvimos dos hijos, nos mudamos de ciudad por cuestiones de mi trabajo, se dedicó al hogar y yo dedicado al trabajo, ella me dijo que quería trabajar, le ayudé a buscar trabajo, pero en la ciudad eran pocas las oportunidades.

    Los dos teníamos mucha confianza, compenetramos siempre, mientras hacíamos el amor dejábamos volar la imaginación, ella me contaba sus aventuras y pues eso me calentaba y fui descubriendo en mi cosas que no había sentido, me excitaba escuchar sus aventuras y a ella le gustaba. Ella, aunque era joven y con buen recorrido en lo sexual no había experimentado la masturbación, esa parte la vino a descubrir o a explorar cuando nos hicimos amantes, muy al principio, ella decía que me lo agradecía porque era una parte que se había perdido por años.

    Una noche me contó que la vez que la sorprendimos en el archivo con el compañero de trabajo, (¿recuerdan?) Ella tenía muchas ganas de tener sexo con el riesgo de ser descubierta pero que él no se animó, que esa vez se dejó meter los dedos varias veces para que él pudiera oler su vagina pero que no se animó a más, fue a él quien le dio susto, ella dice que se excitó mucho cuando mi compañera y yo los descubrimos que tuvo el pensamiento por un momento estar desnuda para los tres en ese rincón del archivo, pero las cosas no se podían dar, entonces mejor salió de ahí con la vergüenza a flor de piel.

    Cada vez, cada noche nos compenetrábamos más, nos sentíamos muy unidos. Yo le contaba de mis fantasías y ella decía que sería bueno poder hacerlas entre los dos.

    Un día le conté que en mi juventud un par de vendedoras puerta a puerta pasaron por mi casa (la casa de mis padres) a ofrecer electrodomésticos a crédito y esas cosas y que yo aproveché que la casa estaba sola y quise cumplir una de mis fantasías que era estar desnudo ante varias mujeres desconocidas sin llegar a hacer nada, solo exhibirme y ya.

    Y así lo hice, (me hice el dormido desnudo en la cama de la habitación que tenía ventana a la calle y mientras las observaba por el espejo del tocador que estaba de frente a mi, ellas miraban y volvían a mirar, y regresaron a tocar la puerta más duro para que les abriera y poder ofrecer su venta pero en realidad era para verme la cara, así lo hice me envolví en la toalla y les abrí, pero me hice el dormido trasnochado y se fueron sin insistir mucho) mientras le contaba eso ella estaba metiendo sus dedos en su vagina masturbándose de una manera tan sensual que aún tengo ese recuerdo de su cara de excitación.

    Nos contábamos nuestros deseos, ella decía que quería que la acompañara a un bar donde hacen striptease y que yo le dijera al dueño del lugar que le permitiera a ella, mi esposa, hacer una baile en esas barras para otros hombres, desnudarse y ver como causaba excitación, ella tiene un cuerpo fenomenal.

    Le dije que teníamos que hacer eso un día. También me dijo que uno de sus deseos era poder ir a un lugar de dos habitaciones y ella tener sexo con otro hombre y yo con la esposa de ese otro hombre en habitaciones separadas con las puertas abiertas.

    A ella le encantaba que le vendara los ojos y así imaginarse otros cuerpos, ella le ponía mucha chispa a la relación. Un día salió con una de mis hermanas a una finca, los niños estaban pequeños y la tía los sacaba a pasear y ella dijo que quería ir al rio que quedaba cerca a la casa, nadie la quiso acompañar entonces se fue sola, que estando bañándose vio a lo lejos un muchacho cortando leña y se acordó de mi locura de estar desnudo frente a esas vendedoras y ella quiso hacer lo mismo, se desnudó completamente para que el muchacho aquel la viera desde el otro lado.

    Dice que fue tanta la calentura que le dio ver a ese chico tratar de disimular y no poder alargar sus ojos para disfrutar del momento, que empezó a masturbarse sentada sobre una piedra grande, teniendo cuidado que por el camino que lleva a la finca no llegara nadie, ella dice que deseaba tanto que ese muchacho atravesara el rio y la penetrara como puta, pero el chico tal vez inmaduro se asustó y solo acertaba agacharse disimulando recoger leña mientras observaba aquella escena, ella tuvo su orgasmo, se vistió y regresó a la finca, al otro día en la mañana hicimos el amor tan delicioso mientras le escuchaba su historia sexi de la finca y el rio.

    Todo marchaba bien, dijo que conmigo descubrió la libertad de pensamiento y decía que le encantaba como le acariciaba los senos, que nadie antes la había hecho sentir tan plena y le creía. Nos compenetrábamos mucho incluso con solo mirarnos ya sabíamos lo que el otro pensaba, no solo en el sexo también en la educación de los muchachos.

    Un día muy tempano yo iba para el trabajo y ella estaba en pijama (dormía en pijama de bata sin calzones) justo llegó un muchacho a revisar de rutina la conexión del gas domiciliario que ya estaba programada; nos miramos y de una el morbo nos invadió a los dos, yo me despedí de beso y ella se quedó atendiendo al técnico, pero los niños no iban al colegio ese día. Toda la mañana estuve super excitado en el trabajo pensando qué habría pasado, ni ella me escribió ni yo tampoco, para ponerle más morbo a la mañana.

    Tuve que esperar hasta la noche para hablar del tema, fue genial escuchar de su boca la manera como sedujo al muchacho, no pasó nada más allá de tal vez causarle una erección dijo. El no demoró mucho en su revisión, pero mientras hacía su trabajo ella le preguntaba alguna cosa con el pretexto de agacharse en posición de cuclillas y abrir las piernas “accidentalmente” para que viera su vulva de manera rápida.

    Que lo hizo tres veces y las tres veces él como podía bajaba la mirada o hacía que no veía, los muchachos (mis hijos) jugaban en el corredor de la casa mientras todo eso pasaba, no pudo ir más allá. Le dije mientras me contaba que si le hubiese gustado tener sexo con él, me dijo que si, pero no por lo atractivo sino por la picardía que causaba. No pasó nada me dijo que si la amaba y le dije que claro que nada de esas cosas podía hacer que la dejara de amar porque la confianza era tan grande que nada podía separarnos.

    Después de un tiempo encontró trabajo, después de varios años de actividad en casa, ingresó como empleada en una casa para jóvenes estudiantes de secundaría la cual era dirigida por dos curas de la parroquia. Ella estaba muy entusiasmada por su nuevo trabajo, le tocaba duro, pero valía la pena pues ya tenía sus propios ingresos.

    Uno de los curas, el más joven, peruano, por cierto, que manejaba el presupuesto y dirigía la casa para los jóvenes estudiantes, se hizo nuestro amigo cercano, él fue muy amable con mis hijos, estaba atento a la familia y se ganó el cariño de todos en casa, ella un día lo invitó a almorzar y de repente noté que ella le miró el paquete al cura y se sonrió (estaba en un pantalón ajustado). Desde ahí todo empezó a cambiar, ella más desinteresada en la casa y conmigo, ya no hacíamos el amor seguido, ya no tenía tiempo para la familia.

    Un día salimos de paseo en familia junto con los estudiantes de ese lugar y los curas, era como a una hora de la ciudad en una casa campestre, el cura peruano era un buen fotógrafo y a todo lado con su cámara y capturas de paisajes encantaba a la gente, observé que le tomaba muchas fotos a mi esposa de manera casual, o mientas caminábamos o sentada o corriendo, también al paisaje y a sus muchachos del hogar.

    De repente mientras caminábamos ella se clavó una espina en un pie, que le hizo sangrar bastante y le había atravesado la gema del segundo dedo del pie; como sangraba por el pinchazo, inmediatamente tomó la camioneta, ella se subió y la llevó al hospital del pueblo (una hora de camino) eso fue en la mañana, llegaron cuatro horas después con el pie vendado y con la curación que le hicieron, la llevó al hospital.

    Yo me quedé preocupado no por la herida de su pie, sino por la herida que ahora estaba empezando a abrirse en mi corazón, cuando llegaron todo fue normal para los demás menos para mi. Poco a poco me fue apartando de su vida. De repente un día apareció con una bicicleta todo terreno, nunca le quise preguntar cómo la había comprado, pero ya lo intuía. Así podía salir a hacer deporte en su bici nueva todas las tardes después de las seis. Al mes siguiente ya había cambiado la lavadora por una nueva de más capacidad, tampoco le pregunte por su origen.

    Yo tomé la decisión de irme a dormir al cuarto de enseguida, mis dos hijos siempre dormían en la última habitación. Yo no aguanté y le reclamé varías veces, pero ella siempre callaba, no me decía nada, le dije que tratáramos de hablar, que todo tenía solución en la vida, que no echáramos a la basura tanto amor que había, que yo sabía que estaba enamorada del cura pero que nos fuéramos, que buscáramos ayuda, pero ella solo decía que yo estaba loco y me esquivaba.

    Una noche desde mi cuarto, escuché susurros en su habitación (no tenía puesta sino una cortina) me levanté suavemente y corrí la cortina para observar lo que pasaba, la luz de su móvil iluminaba parte de su cuerpo en medio de la oscuridad, estaba desnuda totalmente, tenía los audífonos en sus oídos, hablaba con alguien, la luz del móvil no la dejaba ver el resto de la habitación, era casi medianoche, todo estaba en silencio, todos dormían menos ella.

    Se acariciaba los senos con una mano mientras con la otra sostenía el móvil, estaba acostada boca arriba con la piernas encogidas y medio abiertas, las cerraba y abría con un movimientos lentos y turnaba su mano libre para acariciar su vagina y sus senos, la escuché decir: quiero que me las chupes, que me beses toda… y otras que no entendía bien por lo bajito que murmuraba.

    Yo entré en un trance raro, mi corazón latía a mil, mis piernas temblaban, mi pene estaba erecto como nunca, tan duro que sentía palpitar mi corazón en él. Era la rabia, la desilusión y el morbo haciendo fiestas en mi mente. Pensé en entrar y encararla, pero quería seguir escuchando más y más, su respiración era fuerte, duró más de quince minutos hablando y pidiendo más, mientras se tocaba, pude sentir su gemido de orgasmo cuando logró culminar.

    Descansó un rato y yo me retiré a la cama porque creí que me había visto, pero al rato escuché risas tenidas para no hacer ruido. Yo tenía una erección que no había sentido en mi vida, de repente sentí una sensación de orgasmo que no había sentido jamás, como eyacular en seco o no sé, me toqué y estaba tan mojado que de mi bóxer estaba empapado, me lo quité y quise tocarme mientras ella hablaba.

    Ella desconectó sus auriculares y siguió viendo imágenes en el móvil, alcancé a ver el cuerpo del cura desnudo, con su pene grande y duro, le había enviado fotos y me imagino que ella a él también, la cama estaba muy cerca a la puerta, solo era correr la cortina y ahí estaba toda esa imagen. Ella continuó tocándose mientras miraba esas imágenes yo estaba tan caliente que podía sentir que mi sangre hervía en mi cuerpo, juro que no toqué mi pene mientras la veía, solo mi corazón latía a mil y tuve un orgasmos muy extraño, eyaculé en la cortina, no hice ningún ruido, ella jamás se enteró de ese hecho.

    Regresé a mi cama y me masturbé para lograr otro orgasmo ya acariciándome desnudo una y otra vez hasta que me dormí. Me despertó un dolor en la base del pene, después lloré de sentimiento, pero entré en un mundo extraño de sensaciones inexplicables, quería verla penetrada por ese cura desgraciado, quería ver todo lo que eran capaces de hacer, quería verla como toda una perra en celo, verla gemir en brazos de ese hombre que rompió años de confianza y amor, pero me ganó el miedo y no le dije nada, ella ya no me amaba y quería liberarse de mí, se había enamorado de otro, después de tantos años.

    Un día dejó abierto el correo electrónico en al computador de la casa que usaban mis hijos para estudiar, sin querer mi hijo el mayor me dijo que estaba muy lento, lo revisé y oh sorpresa al ver ese correo abierto, no pude con la tentación y lo revisé de arriba abajo pero no encontré nada raro, pero por ser cuenta asociada a su móvil, pude ver la actividad de asociada a maps, las visitas que ha realizado durante todo el tiempo mientras llevaba el celular consigo y casi me desmayo cuando en esos meses de crisis había visitado la ciudad cercana (a 3 horas de distancia) durante 5 ocasiones de las cuales tres tenían visitas a un hotel en particular llamado Abadía.

    Para esa ocasión ella decía que iba a capacitaciones o compras salía en la madrugada y regresaba de noche a casa, con el permiso que le daba su jefe (el cura) en el trabajo. Sentí morir porque nadie gasta en un buen hotel solo para unas horas a menos que sea algo muy especial y sexual, de ese tema nunca le hice reclamo, siempre me quede callado.

    Mi mente no descansó, un fin de semana ella dijo que llegaría tarde porque estaban en inventario, yo sabía que eran excusas. Por fortuna la casa o el hogar de paso donde ella trabajaba daba junto a una construcción abandonada y la cancha justo daba a la cerca de esa casa abandonada, y un árbol grande hacia sombra y era buen escondite para ver desde ese punto hacia el interior del hogar de paso y no ser descubierto.

    De entrada vi que el cura estaba haciendo deporte con tres de los chicos del hogar que se habían quedado aún los demás habían salido a sus casas por vacaciones. Al llegar ella, el cura paró el juego y dijo hasta aquí podemos jugar muchachos, ellos se quedaron un rato en las gradas de la cancha hablando bobadas mientras el cura tomó agua y entró al interior de la casa, solo observaba a mi mujer que movía cosas de un lugar a otro, pasaba por el balcón del segundo al primer piso.

    Al rato salió el cura y les paso dinero a los muchachos para que salieran a tomar algo a la tienda, con su plan perfecto para hacer lo que me imagino ya tenían planeado. Ellos salieron a tomar su gaseosa y el cura y mi mujer subieron cada uno al segundo piso en minutos diferentes, mi corazón latía como locomotora y mis piernas temblaban, sabía que lo que vendría sería terrible, pero aguanté.

    A los cinco minutos pude ver que estaban juntos porque el balcón en la parte del piso tiene un espacio estaban retirados y solo se les veían los pies, dolor y calentura me llegaron al ver como sus pies de frente y entrecruzados y ella levemente empinada frente a él, sus pies hacían movimientos lentos hacia adelante y hacia atrás, de repente sus licras caen hasta la altura donde me permitía ver el balcón y el pie del cura pisaba la licra para poder ayudar a que sacara sus piernas de ella, ya la tenía para él.

    En poco los dos se acercan al balcón (era el balcón de atrás del hogar de paso que daba a la cancha y pero los vecinos de algunas casas podían verlos si estaban en sus patios) la escena fue terrible para mí, ella puso sus codos en el balcón mientras él la cogía por detrás, era ese movimiento repetitivo que hace que el morbo estalle, yo tenía nuevamente ese sentimiento de dolor y placer desesperado, nuevamente me vi envuelto en una erección extraña de esas que se viven pocas veces, que se pone tan duro el pene que se siente reventar, mientras ellos tenían sexo en ese balcón yo me masturbaba para no morir.

    En cuestión de dos minutos más o menos ella se da vuelta y se pone frente a él, lo besa y levanta una de sus piernas para que la penetrara de pie y de frente, ahí vi como él hizo un movimiento final de eyaculación y casi desmayo, ella se río en casi burla, él se subió la pantaloneta que llevaba y bajó al primer piso de una sola vez, ella con paciencia subió su licra y entró a la casa. Yo después de tres masturbadas en menos de cinco minutos me regresé a casa porque era día laboral y no podía perder tiempo. Me fui desconsolado, decepcionado, pero con esa sensación que es inexplicable de sentir placer al ver a la mujer que se ama en otros brazos y teniendo sexo como animal con otro hombre.

    El tiempo paso y un día ella se me acercó para buscar sexo, tal vez por lástima, yo caí de la emoción, todo fue bonito ese día, sexi, sexual y tierno, caricias y besos, sin reproches, hasta que se puso en cuatro como siempre le gustaba y ahí acabó todo, sentí un olor que no era el de ella, que no era el mío y que no era normal, ya no olía a sexo rico (pudo haber olido a semen y me hubiera excitado tal vez) pero no olía a algo dañado, no sé si fue sugestión pero creo que al tener sexo anal y vaginal sin cuidado con el cura le produjo infección o le daño lo rico que siempre olía, ya no era mi mujer, ya no olía rico, ya no sentí emoción.

    La dejé ahí en su posición favorita y le dije “no, ya no, acá terminó todo”, los años bonitos ya ahora solo serán recuerdos. Me fui de la casa con el dolor y el trauma que eso conlleva, mis hijos viven con ella aunque ya están grandes uno terminando bachiller y el otro en la Universidad.

    Con el tiempo supe que él le prometió llevarla a su país y allí serían felices sin prejuicios, pero no fue capaz de dejar el sacerdocio por ella, la dejó plantada y sin amor. Ahora ella ha tenido varios maridos y yo me fui de la ciudad a rehacer mi vida.

    Esa situación despertó en mí el deseo de ser cornudo, de ver a mi actual pareja teniendo sexo loco con otros hombres, eso me excita a tal manera que mientras escribo estas letras estoy muy mojado. Cuiden sus parejas y no sean infieles, compartan hasta los más sucios deseos, las más bajas pasiones, las fantasías más locas y no serán infelices.

    Posdata: mi actual pareja es multiorgásmica y tenemos sexo muy delicioso pero no puedo contarle mis deseos aunque quisiera hacer lo que de joven no hice.

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  • Fin de año para conmemorar con mi esposa y amigos

    Fin de año para conmemorar con mi esposa y amigos

    El escalofrío del aire nocturno contrastaba marcadamente con el cálido resplandor que emanaba de las ventanas de la pintoresca casa suburbana. Dentro, risas y el tintineo de vasos llenaban la habitación mientras la fiesta de Nochevieja estaba en pleno apogeo. El anfitrión, Mark, circulaba entre sus invitados, asegurándose de que todos tuvieran una bebida en la mano y una sonrisa en el rostro. Su esposa, Jenny, revoloteaba con un vestido plateado brillante, sus ojos centelleaban de emoción y anticipación por la cuenta regresiva hasta la medianoche.

    En un rincón de la sala de estar, dos amigos de Mark, Alex y Tom, observaban a Jenny con un brillo depredador en los ojos. Habían sido amigos durante años y ambos habían albergado durante mucho tiempo deseos secretos por ella. Esta noche, impulsados por una mezcla de lujuria y valor líquido, estaban listos para hacer su movimiento. Alex, con su cuerpo alto y musculoso y cabello oscuro, le susurró algo a Tom que lo hizo reír entre dientes oscuramente.

    La fiesta se volvió más bulliciosa a medida que avanzaba la noche, y la risa de Jenny se hizo más fuerte con cada trago que consumía. Tenía las mejillas sonrojadas y los ojos vidriosos por los efectos del alcohol. Tropezó ligeramente, su cuerpo se balanceaba al ritmo de la música mientras bailaba con los otros asistentes a la fiesta. Mark tomó esto como una señal de su relajación y se inclinó para susurrarle su oscura fantasía al oído.

    “Esta noche es la noche, nena”, murmuró, con el aliento caliente contra su cuello. “He invitado a Alex y Tom porque sé cuánto te has estado reprimiendo conmigo. Ellos te darán lo que realmente quieres, y yo podré verlo”. Los ojos de Jenny se abrieron con sorpresa, pero la protesta que surgió en su garganta se perdió cuando la música la ahogó. Sabía que Mark siempre había tenido este deseo retorcido, pero nunca esperó que actuara en consecuencia.

    La cuenta regresiva para la medianoche se acercaba, y el agarre de Mark en su cintura se apretó. “Sabes que lo quieres”, siseó, con la voz espesa por su propia intoxicación. “Has sido una buena chica durante demasiado tiempo. Es hora de soltarse”. La condujo hacia la cocina, donde los dos amigos estaban esperando, con los ojos hambrientos mientras la veían acercarse. La habitación dio vueltas alrededor de Jenny, el alcohol nublaba sus pensamientos y debilitaba su resolución.

    Alex fue el primero en actuar, dando un paso adelante y ahuecando su rostro con sus manos grandes y ásperas. Se inclinó y la besó profundamente, su lengua invadiendo su boca mientras Tom la agarraba por detrás. Sintió un escalofrío de miedo, pero su cuerpo también respondió a la pasión repentina e inesperada. Sus rodillas se doblaron ligeramente, y Tom la sostuvo, sus manos recorriendo sus curvas. La empujaron hacia la encimera de la cocina, el mármol frío envió una descarga a través de su cuerpo que solo parcialmente se debía a la temperatura.

    La música de afuera se hizo más fuerte, el ritmo del bajo retumbaba en sus oídos mientras sentía que le desabrochaban el vestido. Estaba demasiado borracha para protestar coherentemente, demasiado sorprendida para hacer otra cosa que gimotear mientras le quitaban la prenda de los hombros, revelando su lencería de encaje. Mark dio un paso atrás, con una sonrisa maliciosa en los labios mientras veía a sus dos amigos abusar de su esposa. La visión de sus pechos derramándose del delicado tejido era como ver una fruta prohibida ser arrancada del árbol, y su excitación creció.

    Tom no perdió el tiempo, deslizando sus bragas hacia un lado y penetrándola con una ferocidad que le quitó el aliento. Sintió el aguijón agudo de su entrada, pero el alcohol difuminó el dolor en un latido distante. Mientras tanto, Alex se había acercado a su boca, sus besos se volvían más exigentes mientras se desabrochaba su propio cinturón. La mente de Jenny era una bruma de confusión y excitación mientras sentía la grosura de Tom llenándola, estirándola hasta el límite.

    Sus manos recorrieron su cuerpo con una urgencia que era a la vez aterradora y estimulante. Le tiraron de los pezones, pellizcándolos y retorciéndolos hasta que ella gimió en la boca de Alex. La habitación daba vueltas, y las únicas anclas que tenía eran los dos hombres que la sostenían en su lugar. Mientras Tom comenzaba a embestirla con un ritmo que hacía arquear sus caderas, Alex se desabrochó los pantalones y presionó su erección contra su mejilla.

    Con una sensación de desapego que solo la bruma del alcohol podía proporcionar, Jenny se sintió obligada a arrodillarse, con la polla de Tom aun profundamente incrustada en ella. Abrió la boca y Alex aprovechó para meterse dentro, su grosor y longitud la hicieron amordazar ligeramente. Podía saborear el ligero toque de líquido preseminal mientras comenzaba a follarle la cara con la misma urgencia que su amigo. El mundo a su alrededor se redujo a las sensaciones de las dos pollas invadiendo su cuerpo. Podía sentir la pegajosa humedad de su propia excitación mezclándose con el licor en sus muslos, su cuerpo traicionándola incluso mientras su mente gritaba que se detuviera.

    Sin embargo, la emoción de lo prohibido era innegable, y se encontró respondiendo al trato rudo, su coño apretándose alrededor del pene de Tom. La mano de Alex se apretó en su cabello, guiando sus movimientos mientras le follaba la boca con creciente velocidad. Podía escuchar la respiración de Mark volverse agitada detrás de ella, sus ojos pegados a la obscena visión ante él. La idea de que su esposo la observara solo aumentó la depravación, una oscura emoción que le recorrió la espalda. Sintió las manos de Tom apretar sus caderas, su agarre se hizo más fuerte mientras él la penetraba más profundamente, su ritmo se volvió más errático.

    De repente, fue apartada bruscamente de Tom, sus piernas fallaron cuando Alex la tiró al suelo. No perdió tiempo en colocarse detrás de ella y, con un gruñido, la penetró por detrás. La sensación de estar llena por ambos extremos fue abrumadora, una mezcla de dolor y placer que la hizo marearse. Tom retrocedió, su pene brillaba con sus jugos, y Mark tomó su lugar, con los ojos encendidos de excitación. Jenny sintió las manos de Alex en sus hombros, empujando su rostro hacia la entrepierna de Mark.

    La tela de sus pantalones era áspera contra su mejilla cuando se dio cuenta de lo que pretendían. “Súbelo”, gruñó Alex, con la voz espesa de lujuria. “Muéstranos cuánto deseas esto”. Su boca se abrió casi por sí sola, y ella tomó la dureza de Mark en su boca, sus ojos llorosos mientras luchaba por acomodarlo. El sabor de él era extraño y desconocido, pero de alguna manera embriagador.

    Podía sentir la habitación dando vueltas a su alrededor, el alcohol y el incesante golpeteo del pene de Alex combinándose para crear una sensación vertiginosa de abandono. Las manos de Mark se enredaron en su cabello, su agarre siguiendo el ritmo de las embestidas de Alex. Gimió alrededor de su pene, las vibraciones le produjeron una emoción.

    Tom se acercó, observando la escena que se desarrollaba ante él con una mezcla de excitación y codicia. Extendió la mano y le apretó los pechos, sus pulgares rozando sus pezones erectos. El dolor envió una descarga de placer directamente a su centro, y sintió que su coño se apretaba alrededor de Alex. Él gimió, su agarre en sus caderas se tensó mientras él la follaba con más fuerza, el golpe de su carne resonando por toda la cocina. Sus gemidos se hicieron más fuertes, amortiguados por la polla de Mark en su boca. Podía sentir el orgasmo de Alex acercándose, sus movimientos se volvían más erráticos.

    Con una embestida final y poderosa, se corrió profundamente dentro de ella, llenándola con su caliente semen. El cuerpo de Jenny tembló mientras él se retiraba, dejando su culo abierto y expuesto. Mark no perdió el tiempo, empujándola a cuatro patas sobre el frío y duro suelo. Se colocó detrás de ella, su propia erección temblaba de impaciencia. “Tu turno”, dijo Alex, haciéndose a un lado y desabrochándose el cinturón. Jenny sintió la punta de Mark en su entrada, y luego, con un solo y brutal empujón, también la hizo suya. Sus ojos se llenaron de lágrimas por el dolor, pero la sensación de estar tan completamente llena era demasiado intensa para ignorarla.

    El alcohol había difuminado las líneas entre el placer y el dolor, dejándola en una bruma de sumisión lujuriosa. Podía sentir el peso de la mirada de Alex sobre ella mientras Mark la penetraba, sus caderas golpeando su culo con cada movimiento. Tom se acercó, acariciando su polla mientras observaba la depravada escena desarrollarse.

    “Mierda, está apretada”, gruñó Mark, con la voz tensa por el placer. Se dio la vuelta y le pellizcó el clítoris, enviando una descarga de sensación por todo su cuerpo. Los gemidos de Jenny se hicieron más fuertes, vibrando contra su pene mientras él continuaba reclamándola. La habitación daba vueltas a su alrededor, las únicas constantes eran los latidos en sus oídos y la presencia inquebrantable de los dos hombres que usaban su cuerpo para su propio placer. Alex se inclinó, su pene aún duro a pesar de su reciente eyaculación, y le susurró al oído: “¿Te lo vas a tragar todo, verdad?”.

    Su mano se envolvió alrededor de la base del pene de Mark y comenzó a acariciarlo al ritmo de sus embestidas. Jenny podía sentir que el orgasmo de Mark se acercaba, sus movimientos se volvían más frenéticos. Ella asintió, con los ojos vidriosos de deseo y la bruma del alcohol. Con un rugido, Mark se retiró y le eyaculó en la cara y en la boca. Ella tragó, su garganta se contrajo ante el sabor salado y amargo mientras él seguía brotando, pintándola con un desastre cálido y pegajoso. Alex intervino, reemplazando el pene de Mark con el suyo, guiándolo hacia su boca mientras caían las últimas gotas de semen.

    Ella lo chupó hasta limpiarlo, sus ojos nunca abandonaron los de Mark mientras él la observaba con una mezcla de orgullo y lujuria. Tom, incapaz de esperar más, se colocó en su trasero, su pene resbaladizo con líquido preseminal y los restos de la eyaculación de Alex. Sin previo aviso, la penetró, haciendo que los ojos de Jenny se llenaran de lágrimas por el dolor. La quemazón era intensa, pero estaba demasiado borracha para comprender completamente la violación. Su cuerpo era su juguete, y ella no tenía poder para detenerlos.

    La habitación era un torbellino de sensaciones mientras Tom comenzaba a follarle el culo, sus embestidas profundas y enérgicas. Mark, aún de pie sobre ella, le agarró la barbilla y giró su rostro hacia él. “Mírame”, ordenó, con voz grave. “Mira lo que me estás haciendo”. La mirada de Jenny se encontró con la suya, y vio el hambre voraz en sus ojos. Su mente giraba en un cóctel de miedo, incredulidad y una oscura y emocionante excitación. El dolor en su trasero no se parecía a nada que hubiera experimentado antes, pero la sensación de plenitud era innegablemente excitante. Podía sentir el pene de Alex, ahora duro como una roca de nuevo, presionando contra su muslo, exigiendo entrar.

    Ella era de ellos para usarla, y la comprensión envió una descarga eléctrica por todo su cuerpo. Las embestidas de Tom se volvieron más vigorosas, su agarre en sus caderas casi doloroso mientras la reclamaba de una manera en que nunca antes había sido reclamada. Sintió un dedo en su coño, probando y provocando, y se dio cuenta de que era Mark, ansioso por sentir lo mojada que estaba para sus amigos. Le deslizó un dedo dentro, y ella jadeó alrededor del pene de Alex, su cuerpo respondió a la intrusión a pesar de su estado de ebriedad. Sus paredes se apretaron alrededor del grueso miembro de Tom, y pudo sentir su propia excitación mezclándose con la incomodidad.

    El alcohol la había vuelto flexible, pero había algo más, algo más profundo que hizo que su cuerpo la traicionara. La emoción de lo prohibido, el juego de poder, la lujuria cruda en los ojos de los hombres a su alrededor: era una mezcla embriagadora que la estaba llevando al límite.

    Alex tomó su turno de nuevo, sacándose de su boca y reemplazando a Tom en su coño. No se molestó con los preliminares suaves; simplemente metió su pene, haciéndola gritar. Su cuerpo estaba estirado hasta el límite, la doble penetración abrumaba sus sentidos. Podía sentir cada movimiento, cada espasmo y latido, y la estaba volviendo loca. Los dedos de Mark juguetearon con su clítoris, frotándolo de una manera que hizo que sus dedos de los pies se encogieran. El dolor del incesante golpeteo de Tom en su trasero era ahora un latido distante, reemplazado por una necesidad ardiente de liberación.

    Sus ojos se pusieron en blanco mientras los dos hombres usaban su cuerpo en perfecta sincronización, sus movimientos tan practicados como si lo hubieran hecho cien veces antes. Sus gemidos se hicieron más fuertes y sintió que una mano le tapaba la boca, ahogando los sonidos de su placer. Era Mark, sus ojos oscuros de deseo mientras observaba a sus dos amigos follar a su esposa. Podía sentir que su dedo se movía más rápido, su pulgar presionaba con más fuerza, y sabía que estaba cerca. La presión aumentó, tensándose en su interior como un resorte enrollado, listo para romperse.

    Sin previo aviso, sucedió. El orgasmo de Jenny la invadió como una ola, ahogándola en un mar de placer que borró cualquier último vestigio de resistencia. Su cuerpo se convulsionó alrededor de los dos penes, sus músculos se apretaron y relajaron en una sinfonía de sensaciones. Alex gruñó y se retiró, su semen brotó sobre su espalda mientras Tom seguía golpeándole el trasero, su propio clímax no muy lejos. La habitación se llenó con el sonido de su respiración pesada y el húmedo golpe de piel contra piel. El cuerpo de Jenny era un trapo inerte, sostenido solo por los dos hombres que la habían reclamado.

    Cambiaron de nuevo, Mark tomó el lugar de Tom en su trasero, su pene se deslizó con facilidad gracias a la lubricación proporcionada por el semen de Alex. Ella gimió en la mano que aún estaba sobre su boca, la sensación de estar tan llena rozaba el dolor. Alex se inclinó hacia atrás, con el pecho agitado, observando la escena desarrollarse ante él con una sonrisa torcida. Extendió la mano y le pellizcó uno de sus pezones, provocando un grito ahogado de Jenny. Sus ojos estaban fuertemente cerrados, su cuerpo temblaba por la intensidad de la experiencia. Sabía que estaba al límite, y él iba a empujarla más allá.

    Con un gruñido salvaje, Mark aumentó el ritmo, penetrándola con una ferocidad que parecía casi castigadora. Las uñas de Jenny se clavaron en la encimera, dejando pequeñas medias lunas en la madera. Tom se acercó, su mano se movió a su coño, que ahora brillaba con una mezcla de sudor y semen. Deslizó sus dedos dentro de ella, la humedad facilitó que sus dedos se deslizaran hacia adentro y hacia afuera al ritmo de las embestidas de Mark. La sensación fue demasiado para Jenny. Su orgasmo la había dejado sensible y vulnerable, y ahora los dos la estaban llevando a nuevas alturas.

    Podía sentir que su cuerpo se tensaba alrededor del pene de Mark, su trasero se apretaba con cada embestida. Su coño estaba en llamas, la fricción de los dedos de Tom enviaba chispas por sus venas. Sus ojos se abrieron de golpe y se encontró con la mirada de Mark. El amor que vio allí estaba retorcido con un hambre oscura que nunca antes había visto. Él se inclinó y le susurró al oído: “¿Vas a venirte de nuevo por mí, verdad, nena?”. Sus palabras fueron una orden, un desafío que ella no podía rechazar. Su cuerpo respondió, sus caderas se movieron hacia atrás para encontrarse con sus embestidas, sus gemidos se hicieron más fuertes y desesperados.

    La mano de Tom se movió a su clítoris, su pulgar girando alrededor del sensible nudo con una precisión que la hizo jadear. La tensión aumentó, tensándose cada vez más en su vientre hasta que pensó que se haría añicos. Entonces, con un grito que fue ahogado por la mano de Mark, lo hizo. Su cuerpo se convulsionó, su coño se contrajo alrededor de los dedos de Tom mientras Mark bombeaba su semen profundamente en su trasero.

    Los dos hombres no se detuvieron, sus movimientos se volvieron más erráticos mientras perseguían sus propias liberaciones. Jenny estaba perdida en un mar de sensaciones, su cuerpo ya no era suyo. Sintió que el pene de Tom palpitaba, y luego se estaba retirando, su caliente semen brotando sobre su espalda, agregándose al desastre pegajoso que ya había allí. Las embestidas de Mark se hicieron más lentas, su respiración entrecortada mientras trataba de contenerse. Pero no pudo. Con un rugido final y gutural, se retiró y le pintó el trasero con su semen, las cuerdas de semen blanco y caliente aterrizaron en su piel con un chapoteo húmedo.

    Ella se derrumbó en el suelo, sus piernas fallaron. Alex estaba allí, sus fuertes brazos la atraparon antes de que pudiera golpearse. La acostó suavemente, sus ojos llenos de una mezcla de preocupación y lujuria. “¿Estás bien?”, preguntó, con voz ronca. Jenny asintió, sus ojos vidriosos de una mezcla de placer y sorpresa. Los dos hombres se cernían sobre ella, sus penes aún duros, sus cuerpos resbaladizos de sudor y lujuria.

    La habitación quedó en silencio por un momento, el único sonido era su respiración pesada. Luego, como si fuera una señal, el reloj comenzó a dar las doce. El sonido de los fuegos artificiales llenó el aire exterior, haciendo eco de la explosión de placer que acababa de ocurrir dentro de las cuatro paredes de la cocina. Jenny los miró, con el labio tembloroso. “Otra vez”, susurró, la palabra apenas audible por el estruendo de la celebración de Año Nuevo.

    Los hombres sonrieron, sus ojos se iluminaron de excitación. Sabían que esto era solo el comienzo de una noche llena de placer oscuro y retorcido. La llevarían más allá de sus límites, la llevarían a lugares donde nunca antes había estado. Y ella amaría cada segundo.

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  • El pase libre

    El pase libre

    Melisa empezó a agitarse, me tomó con fuerza el pelo mientras yo lamía entre sus piernas. Fue ese el momento exacto que ambos supimos que la foto que había recibido, tan solo era el principio de nuestro más reciente trato: “Experimentarlo todo sin restricciones”…

    Tiempo atrás yo (Diego) había salido de una relación donde el sexo simplemente era malo. Mi libido era enorme y mi expareja no podía seguirme el paso, ni satisfacerme completamente, ella era una persona la cuál sentía mucho tabú y eso hacía que ningún tema sexual fuera realmente bien recibido. Al terminar mi relación me sentí triste los primeros días, pero con una extraña sensación de estar liberado. Cuando sentí que era tiempo de seguir adelante instalé una app de citas y fue ahí donde encontré a mi actual pareja.

    Melisa odia usar mezclilla, siempre tiene una falda o unos shorts, ese día usaba unos negros que enseñaban solo un poco de sus redondas nalgas, las cuales lucía con dos piernas, cuyos muslos eran imposibles de no mirar con lujuria. A ella la conocí en una etapa donde estaba harta de las relaciones amorosas, estaba cansada de salir con hombres controladores que pretendían decirle cómo vivir su vida.

    Hicimos clic al instante, yo soy un hombre alto y muy bromista, las primeras salidas estuvieron llenas de risas y de una sensación de honestidad pura, solo llegamos a la segunda cita antes de tener sexo, el cuál según luego nos contamos fue uno de los mejores encuentros sexuales que ambos tuvimos en nuestras vidas.

    Su ombligo perforado en su hermoso vientre siempre atraía mis manos que subían y bajaban hacia sus muslos y su blusa color gris le quedaba perfecta, muy cómoda tanto que la podía usar sin necesidad de sostén durante ese día caluroso en nuestro apartamento.

    Parte de lo que había hecho esta relación tan sólida definitivamente era el sexo y la comunicación honesta, directa y sin rodeos… durante las primeras semanas que salimos no estábamos seguros si queríamos adentrarnos en otra relación por lo que fuimos una especie de amigos con derechos por un pequeño tiempo y decidimos formalizar después de una conversación en la cual dejamos claro nuestras expectativas, siendo la mayor compartida: tener sexo increíble.

    Hicimos un trato con el tiempo: nunca caeríamos en la rutina, nunca guardaríamos secretos sexuales el uno del otro, ninguna idea sexual sería mal recibida y salvo que algo no fuera muy del agrado del otro, exploraríamos todas las ideas sexuales y experimentaríamos todo lo que quisiéramos con el sexo dentro de nuestra relación, nada sería tabú y todo sería hablado y discutido entre ambos para chequear si estábamos de acuerdo.

    Fue así, que empezamos probando cosas bastante tranquilas: sexo oral en la cocina, chats sexuales por mensajes, enviarnos desnudos, probar varias posiciones… Hasta que un día subimos varios escalones de golpe.

    -Este tipo es insistente… comentó Melisa viendo su celular. Ambos estábamos tirados en la cama mientras luchábamos con el calor que hacía afuera con un gran ventilador en el techo yo sin camisa y ella con varias botellas frías de agua.

    -¿De quién hablas? pregunté.

    -Mira este tipo. Dijo enseñándome un chat. -Es una persona con la que tuve sexo hace varios años, pero nunca llegamos a formalizar nada porque realmente no había nada de atracción romántica, solo nos hablábamos para tener relaciones, supongo que las fotos que tengo en mi perfil de Instagram contigo no le sonarán a que tenga pareja, nunca fue el chico más listo…

    -¿Puedo verlo? dije curioso. Meli me dio el celular a lo que me acomode, poniendo mi hombro desnudo para que ella pudiera acostarse mientras yo revisaba el perfil de Instagram de un tipo llamado simplemente “Beto”. -Pues es tipillo no? dije en broma al encontrarme una foto de él sin camisa, era delgado pero tenía los pectorales marcados como los míos y un collar con conchas alrededor de su cuello.

    -Yo tengo un tipo viste. Altos, guapos y con buenos abdominales dijo riéndose, mientras tímidamente frotaba mi pierna con sus medias grises.-Lo que si tengo que admitir es que al menos tú sabías ligarme, este tipo es muy obvio. Me contó que hace ya un tiempo terminó con su novia de varios años, debe estar intentando reconectar conmigo porque anda caliente.

    Melisa me enseño varios mensajes donde de forma descarada Beto le decía “¿recuerdas la vez que fuimos a la playa? todavía recuerdo lo bien que la pasamos”, Melisa había contestado indiferente “Lo recuerdo, sí. Fue una buena época”.

    -¿Qué pasó en la playa? pregunté.

    -Pues antes tenía un vestido de baño de una pieza el cuál se me subía un poco en la parte de las nalgas, habíamos ido con unos amigos de él y terminé pidiéndole ayuda pues sentía que ellos me estaban mirando demasiado. -No puedo culparlos, interrumpí. -Como sea, dijo con una sonrisa en su cara. Ese día en la noche nos emborrachamos y yo decidí que era un gran momento para hacer un move y ya te imaginaras que pasó…

    -No, cuéntame. Dije acercando mi cara a la de ella.

    -¿No te molestaría escuchar eso?

    -Me genera curiosidad, prometo que no me pondré celoso, dije dándole un pequeño beso en la boca.

    -Pues la verdad no sé ni por donde empezar… dijo con un poco de vergüenza.

    -Y por qué no le preguntas a él… ponle “¿qué es lo que más recuerdas de ese día?”.

    Melisa se mordió el labio, como sin saber qué hacer, pero sin decir ni una palabra más envió el mensaje, a lo que Beto le contestó, “recuerdo como saliste con ese babydoll”. Mi novia se quedó congelada por un momento, luego me miró como esperando aprobación, a lo que yo simplemente asentí con la cabeza y ella al instante respondió: “qué más recuerdas?”. -Recuerdo que nos comimos la boca muy rico y que te subiste encima de mí.

    Tras leer ese intercambio mi verga se puso muy dura, siendo que solo estaba usando un pequeño short y que entre mis piernas no tengo un tamaño para nada despreciable, mi pene delato justo lo que estaba sintiendo. Pude sentir la mano de Meli tocando la punta de mi pene por encima del short, con una cara de satisfacción.

    -¿Lo estás disfrutando? me preguntó

    -Puede ser que la imagen del babydoll y saber lo caliente que estabas me excitara más de lo que pensé.

    -Déjame ver qué tanto, dijo Melisa con una mirada que yo ya conocía en su cara. Me acomodé justo enfrente de ella, me puse de pie encima de la cama y bajé lentamente mi short y mi ropa interior para dejar salir una verga que estaba muy dura. Luego de dejar que ella tuviera una buena vista de mi desnudes, me puse de rodillas y subí hasta su cuello donde empecé a lamer mientras la punta de mi pene la tocaba por encima de short. Ella me acariciaba con ambas manos mi espalda, mis brazos y dejaba salir un pequeño gemido.

    -Tengo una idea. Quiero que sigas hablándole por mensajes, saca toda la información que puedas. Dije mientas deslizaba su short dejándola sola con una tanga de color negro. Melisa me hizo caso, acomodo sus muslos en posición mientras yo la besaba completa. Sintiendo su humedad a través de su ropa interior y bromeando: -Me parece que alguien está disfrutando mucho de esto también, dije entre risas.

    Conversación entre Melissa y Beto:

    -Creo que voy a necesitar más detalles para acordarme de ese día. escribió Melisa

    -Podría recordarte los detalles cuando quieras en persona

    -¿Me escribes porque andas con ganas verdad?

    -No, también para saludarte. Pero no rechazo ninguna invitación.

    Melisa paró de contestar su celular e inmediatamente dijo: -Dice que quiere verme

    -¿Y te gustaría verlo? pregunté

    -Creo, que lo que él quiere es coger conmigo

    -¿Y te gustaría? Pregunté

    -¿Cómo? ¿me dejarías?

    -Yo no tendría problema en darte un pase libre, siempre y cuando me cuentes todo… ¿Te gustaría?. Dije, mientras deslizaba la ropa interior de Melisa y dejaba salir su perfecta vagina, completamente suave y depilada, ideal para deslizar mi lengua en ella.

    Gime -En serio eres el novio más sexy y el mejor que pude haber pedido. Exclamó con respiración cortada.

    -Tal vez pueda darte esa invitación, si me recuerdas un poco más lo que pasó en la playa, escribió Melisa

    -Ese día me besaste por todo el cuerpo, me sacaste el pantalón de playa a la fuerza y me succionaste la verga. Fue de las mejores mamadas que he recibido, siempre sentí que estabas enamorada de mi verga.

    -Recuerdo bien como se sentía… ¿qué harías si pidiera verla una vez más, me mandarías una foto?

    -Depende, ¿recibiría yo una de vuelta?

    -Me parece justo.

    Melisa empezó a estremecerse con fuerza. Con su mano agarró mi pelo indicándome que ya estaba cerca a lo que respondí lamiendo su clítoris sin detenerme. Sus piernas fueron las que me dieron el aviso del orgasmo que ella había soltado justo en mi boca. Sus fluidos vaginales sabían deliciosos como si ella acabara de explotar internamente. Dirigí mi mirada a su cara algo enrojecida y satisfecha, a lo cual ella respondió sin poder formular una palabra simplemente enseñándome una foto en su celular de un pene con poco pelo pero totalmente duro.

    Me acomode, esta vez sentándome hacia el respaldar de la cama, tomé su celular y empecé a leer la conversación. Mi novia se recostó nuevamente en mí, esta vez usando una de sus manos para masturbarme a mí, mientras leía.

    El último mensaje era de ella respondiendo a la foto del pene decía: “Ya lo recuerdo bien, me gustaría volver a sentirlo en mi boca”.

    -Parece que le debes una foto, dije. Voy a escoger algo de tu galería que sé que le va a gustar. Procedí a enviarle una foto de Melisa en una lencería que yo le había comprado, era como un baby doll, con una gran diferencia: sus tetas quedaban completamente expuestas y la parte del calzón tenía una pequeña ranura que revelaba una parte de su sexo. Seguido a eso, tiré el celular a un lado para concentrarme en lo que estaba sintiendo.

    -T¿e excita que tomé un pase libre? preguntó Melisa mientras agitaba mi verga

    -Dijimos que íbamos a experimentar todo lo que pudiéramos mientras los dos estuviéramos de acuerdo, tal vez esto sea un buen experimento.

    -Muy interesante. -Dijo Melisa susurrándome al oído- Yo podría hacerlo, pero luego podríamos tener una conversación sobre límites y así, aunque siento que soy yo la que sale ganando en esta situación. ¿Te gustaría recibir algo a cambio? vi que te excitó la historia de como le hice una mamada a Beto.

    -Tal vez videos y fotografías, dije con dificultad

    -¿Quieres ver eso? ¿de cómo él me la mete?

    Inmediatamente después de esa frase, un chorro de semen salió de mi gran verga, a lo que ella simplemente reaccionó diciendo: -Creo que sí te gustará ver eso…

    Le di un beso en la boca y sin perder tiempo le pregunte: -¿No vas a decirme que no te gustaría verme a mi dándote un show también con otra persona? Ver cómo me retuerzo de placer en los labios de alguien más.

    Ambos nos reímos, a lo que Melisa dijo: Sabía que habría una trampa en esto…

    -Dijimos que lo probaríamos todo ¿no?, reclamé

    Melisa me devolvió la sonrisa, se quitó su blusa y quedo completamente desnuda, dejando un par de pechos respingones con dos pezones que invitaban a succionarlos. Se montó encima de mí y me susurro al oído:

    -Está bien, acepto… pero en esto del pase libre, yo voy primera.

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  • Un hombre maduro y una joven bailarina

    Un hombre maduro y una joven bailarina

    Carlos tenía dos debilidades. El tango y las mujeres jóvenes.

    Conoció a Malena en un vuelo a Buenos Aires. Estaba sentada a su lado y conversaron durante el trayecto, que no fue muy largo. Ella era bailarina de tango en un conocido local de la ciudad. Y era muy joven, no más de 22 o 23 años. Carlos era un hombre de larga experiencia que ya peinaba canas. Ella tenía una sonrisa arrolladora y una mirada inquietante y, Carlos pensó que debía estar imaginando cosas, pero ella le tiraba onda.

    Cuando aterrizaron, se despidieron con la invitación de ella a que vaya a la milonga el sábado siguiente.

    Él pensó que lo había dicho por gentileza, pero aún así no podía dejar de pensar en ella. De recordar el perfume que ella estaba usando y su mirada oscura e intensa. Por lo que el sábado se presentó en el lugar. Ni siquiera se acordará de mí, pensó. Pero se equivocaba.

    Una docena de mesas se ubicaban en torno a las paredes del local, dejando en el medio una pista de baile de escasas dimensiones donde un par de parejas demostraban su dominio del baile. Una de las bailarinas era Malena.

    Carlos se sentó en una mesa vacía y se deleitó observándola. Vestido bordó de terciopelo, pegado al cuerpo como si se lo hubiesen pintado. Con un hombro descubierto, de largo apenas sobre la rodilla y con dos tajos a los costados que permitían el libre movimiento de las piernas en los complicados pasos de baile. Medias negras, de red y sandalias negras de altísimos tacos. Cintura ínfima, piernas musculosas, piel tersa, manos delicadas, cuello largo, orejas pequeñas, cabello oscuro, piel de mármol blanco y labios como gotas de sangre.

    La mesera le trajo a Carlos una copa de vino que el agradeció como un autómata. Sus ojos no se despegaban de Malena que terminaba la pieza en ese momento con el ultimo chan de la orquesta. Cuando ya iba a comenzar una nueva pieza, los ojos de ella se posaron en ese hombre canoso, alto y apuesto y una sonrisa que hubiera derretido el iceberg y salvado al Titanic se dibujó en su cara. Le dijo algo a su compañero de baile y este asintiendo se alejó de la pista. Malena se aproximó a Carlos.

    —¡Aceptó mi invitación, que bueno!

    —¿Cómo no hacerlo? Rechazar la invitación de una joven tan hermosa hubiera sido una descortesía. Que lugar tan agradable.

    —¿Me va a acompañar con la siguiente pieza?

    —Nooo, no podría, mis dotes de bailarín no son suficientes para acompañar su virtuosismo.

    —Vamos, no sea modesto, y de todas formas no hace falta que hagamos una exhibición. Venga, deme el gusto y no me trate de usted, que acá no somos tan formales.

    ¿Como resistirse a semejante invitación? imposible.

    —Muy bien, pero sólo si vos a mí tampoco me tratás de usted.

    Ella le tendió la mano y salieron a la pista. Él la rodeó con su brazo de forma firme pero suave. Muy de bailarín ese roce necesario para la marcación de las figuras, pero que permite el libre movimiento de ese otro cuerpo que por un momento es parte de uno.

    Cuando el baile comenzó los dos cuerpos se acoplaron como si hubiesen sido esculpidos a propósito para completar los huecos uno del otro. Sus miradas se fijaron en los ojos de cada uno. Y la sonrisa de ella se detuvo en sus labios. Sin dejar de mirarse en ningún momento recorrieron las pista en brazos uno del otro y la lujuria se abrió paso hasta a ellos.

    La mano de él sobre su cintura le provocaba a ella un cosquilleo entre las piernas que jamás había sentido con otro compañero de baile. El roce de los seños de ella en su pecho, a él lo estaban volviendo loco. La respiración se hacía más sospechosamente entrecortada y los ojos brillaban con un fuego nuevo. Bailaron una pieza, dos y cuando finalizó la tercera y el deseo en ambos era evidente ella le pidió descansar un segundo.

    —¿Me permitis? tengo que ir al tocador.

    Él aprovechó a recobrar el aliento. No era el cansancio del baile sino la creciente ansia que se formaba en su zona intima. Esa mujer lo estaba volviendo loco de ganas.

    Malena volvió y lo agarró de la mano. Lo arrastró a la pista para una milonga en la penumbra. El ritmo más rápido y más entreverado hacía que los cuerpos se frotaran con vehemencia. Él estaba al borde de decirle una barbaridad, pero se estaba conteniendo, porque no estaba seguro de si ella tenía las mismas ganas que él y, de ninguna forma quería arruinar ese momento. Pero entonces ella, se llevó la mano al escote del vestido y sacó algo pequeño y negro que le metió en el bolsillo del saco.

    —¿Qué es eso? —preguntó Carlos sin dejar de bailar.

    —Un souvenir, —le dijo ella pasándose la lengua por los labios.

    El metió la mano al bolsillo y palpó. Era tela, suave, muy suave, labrada… quizá un pañuelo… como de encaje… un poco húmeda… y ahí lo entendió… la miró para confírmalo y lo supo por su mirada lujuriosa. Ella le había entregado su ropa interior, húmeda de deseo. Jamás una mujer le había regalado algo más exquisito. Ahí ya no dudó más.

    Le besó la mano y la sacó a la calle. Tomaron un taxi para hacer el trayecto de 15 cuadras que separaban la milonga del departamento donde él se hospedaba. En esas cuadras ninguno de los dos dijo una sola palabra, pero el taxista se dio cuenta de que el sexo iba sentado en medio de ambos. El olor a pasión se sentía en el ambiente. Cuando subieron al ascensor para llegar al piso 14 ya no pudieron contenerse y él la levantó como si fuera una muñeca por la cintura, las piernas de ella enroscadas alrededor de su cintura y el intuyendo la humedad y el calor del sexo desnudo de ella sobre su saco y su camisa…

    Así, llegaron al piso correcto y así, anudados en un beso abrió la puerta y entraron. Sin soltarla, camino hasta el dormitorio y recién ahí la depositó sobre la cama. Ella, de pie sobre la cama, con el vestido medio levantado y él de pie junto a la cama con una erección que amenazaba romper las costuras del pantalón.

    Carlos estiró los brazos para agarrar a Malena con la firme intención de desnudarla. pero ella lo detuvo: “no, dejame a mí”. Se bajó de la cama, se paró detrás de él y rodeándolo con los brazos comenzó a desabrocharle el cinturón, a bajarle el cierre del pantalón a bajárselo junto con el calzoncillo… con mucha habilidad ella se agachó arrastrando todo con ella por sus piernas y lo empujó para hacerlo acostar boca abajo atravesado en la cama con las piernas medio colgando fuera.

    En esa posición le sacó los zapatos, las medias, el pantalón y el calzoncillo, dejándolo totalmente vestido de la cintura para arriba. El intentó darse vuelta, pero ella saltó sobre la cama, se lo impidió poniéndole un pie encima de la espalda, clavándole suavemente uno de sus tacos en la piel.

    —Quedate así, amor.

    Se acostó ella boca abajo sobre la espalda de él, arrastrándose hasta acomodarse en la posición que quería… la concha desnuda de ella pegada a la nuca de él… la boca de ella besando sus nalgas. La suavidad del vestido de daba a él una sensación sensual incomparable.

    Pero nada lo había preparado a Carlos para lo que sintió cuando Malena puso una mano en cada una de sus nalgas, se las abrió y comenzó a succionar su ano. A besarlo, a lamerlo, a mordisquear los alrededores. A medida que ella profundizaba su exploración con la lengua en su culo, sentía como su nuca se mojaba de las emanaciones jugosas de ella. Y eso lo calentaba aún más.

    La lengua de ella, poniéndose dura, entraba y recorría las paredes internas y salía para dejarlo suplicar. Los huevos de él hinchándose y enrojeciendo y la pija llenándose de líquido colgando por el borde de la cama, fueron víctimas de las manos de ella que sin dejar su tarea exquisita en el culo de él comienzan a recorrer con el roce apenas de las uñas su pija hasta el extraño… toma la cabeza y la cubre por completo con su mano y con la punta de un dedo juega a profanar el orificio que ya llora su liquido preseminal… la agonía y el éxtasis… momento de terminar su tarea.

    Malena baja de la cama, se arrodilla frente a la pija inflamada de Carlos y se la mete en la boca golosa y apremiante. Mientras tanto reemplaza con dos dedos, el lugar que su lengua ocupaba en su culo. Y simultáneamente chupa, exprime la verga mientras penetra el culo y es dueña completa de los estremecimientos más profundos y de los gemidos largamente ahogados de Carlos.

    Cuando finalmente con un grito sordo descarga toda su leche ella la recibe en su boca, gustosa y solícita y la bebe como premio por la danza sexual regalada. Él no puede ni moverse. Ella se acuesta a su lado y con la cara toda llena de leche lo beso profundísimo. El cree que murió y se fue al cielo.

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  • Julia, la farmacéutica

    Julia, la farmacéutica

    Desde hace unos meses, he dejado de ir a la farmacia de toda la vida. Aunque me queda algo más lejos, ahora voy a la Farmacia Boscos. Por suerte, necesito pocas medicinas, pero, solo para ver a Julia, voy bastante a menudo. Nunca compro más de una cosa y así tengo la excusa de ir más frecuentemente.

    Me fijé en Julia cuando la vi varias mañanas pasar por delante de la carpintería donde trabajo. Hasta hace un año o así, nunca la había visto por el barrio. Aunque no se puede decir que sea especialmente guapa ni tampoco muy joven, su manera de vestir elegante y sexy llama la atención. Suele usar falda corta, de esas que dejan ver los muslos completamente y de las que no permiten resistir la tentación de mirarlas con la ilusión de ver las bragas a la chica. A veces lleva unos pantalones apretados que permiten hacerse una idea de su cuerpo atractivo y deseable. Ella no es demasiado alta y lleva unos zapatos de tacón alto. Eso hace que su andar sea especialmente sensual.

    Las primeras veces, la vi por casualidad. Pero al cabo de una semana, ya estaba pendiente de verla pasar, cerca de las ocho y media. Después de estar unos días mirando por la ventana, me decidí a salir a la puerta un poco antes, simulando que hacía algo, de manera que empezamos a saludarnos cada mañana. Me gustó su sonrisa al darme los buenos días y también su voz. Al cabo de un mes o así, un día le dije:

    -¿Qué, para el trabajo, verdad?

    -Pues sí. Qué remedio. ¡Je, je! Pero veo que usted se pone a trabajar más temprano que yo.

    -Sí, antes de las ocho.

    -Ya, ya. ¡Buenos días!

    -¡Buenos días, señorita!

    -Señora, si no le importa ¡je, je, je!

    -¡Pues buenos días, señora!

    Así descubrí que era una mujer casada. Aunque no me considero un hombre machista, tengo que confesar que me vino a la cabeza la pregunta de cómo es que su marido la dejaba ir así de sexy por la calle. Debo explicarte que yo soy un hombre divorciado. Y reconozco que uno de los motivos por los que mi mujer me dejó es porque soy demasiado celoso y siempre estábamos discutiendo por ese motivo.

    Hace unos meses, después de saludar a Julia, cerré la carpintería y la seguí para ver dónde trabajaba. Y así descubrí que era farmacéutica y que estaba empleada en la farmacia de don Boscos, la más antigua del barrio. No hace falta que te diga que en ese momento decidí que esa sería la farmacia donde acudiría a partir de entonces. Y allí fui ya esa misma tarde.

    -¡Hombre, el carpintero! ¡Buenas tardes!

    -Ah, hola, ¡qué casualidad! ¡Así que usted trabaja en la farmacia!

    -Pues sí, así es.

    Llevaba una bata muy corta. Me quedé embobado mirándole las piernas. Estaba seguro de que esa mañana iba en pantalón largo, así que pensé que solo llevaba puesta la bata. Noté una erección al fantasear que quizá ni llevaba bragas.

    -¡Eh, señor! ¿Que qué quiere? –me pregunta sonriendo porque que se da cuenta de que estaba pasmado mirándole las piernas.

    -Ah, sí, esto… perdone… yo…

    -Es que hay gente esperando –sonríe y diría que sube unos centímetros su falda y me muestra mejor sus muslos.

    -Esto… una aspirina.

    -Un paquete ¿verdad? –y mientras pregunta eso parecería que me mira mi bragueta, como si hubiera dado cuenta de mi erección -¿Un paquete? ¿Sí?

    -¿Un paquete? –sí, estoy seguro de que mira mi paquete y crece mi erección.

    -¿De aspirinas?

    -Sí, sí, claro –noto que me ruborizo.

    -¿Un paquete grande o pequeño? –sí, sí, tiene la mirada fija en mi bragueta.

    -Pequeño… no, no, grande.

    -Ya me lo supuse –y me guiña un ojo pícaramente y diría que se muerde el labio inferior– que usted gasta un paquete grande.

    -Sí, sí, gracias.

    -A usted, carpintero.

    Después pensé que tendría que haber comprado un paquete pequeño y así las gastaría antes, y tendría un motivo para volver pronto a la farmacia. Pero estaba aturdido y por un momento sentí que me preguntaba por mi paquete. Me fui algo avergonzado. Había estado pasmado imaginando su cuerpo desnudo bajo la batita blanca. Luego, por la noche, me hice una paja imaginando que se abría la bata para mí y descubría que debajo no llevaba ni sostén ni bragas. Hasta ese día no había pensado nunca en ella mientras me masturbaba, sino que lo hacía viendo videos porno o leyendo relatos eróticos. Pero desde entonces, siempre me imagino que estoy con ella cuando me hago las pajas.

    Por lo que fuera, después de mi primera visita a la farmacia, Julia dejó de pasar por delante de la carpintería. Llegué a pensar que le molestó que la mirara tan descaradamente y que se dio cuenta de que tenía una erección. Claro, al ser una mujer casada no le interesaba entrar en jueguecitos y bromas de ese tipo, y lo comprendo. Debió decidir cambiar de calle para no encontrarse conmigo. Estuve una semana paseando por las calles cerca del taller para ver si me la encontraba, tanto desde las ocho hasta las nueve de la mañana como al mediodía y también cuando pensaba que ya habría salido del trabajo. Pero nada.

    Al cabo de siete días, pensé una excusa para ir a la farmacia. Allí la encontré, muy simpática y amable. Y con su batita blanca, que yo diría que todavía era algo más corta. Y entonces me enteré de que ahora iba en coche a la farmacia.

    -Mi marido se ha comprado un coche nuevo y ahora tenemos dos. Y claro, para mí me ha quedado el viejo.

    -Ya, entiendo –no puedo dejar de mirarle el escote porque no lleva abrochado los tres botones superiores de la bata.

    -Ahora las cosas nos van bien en casa. Económicamente, quiero decir. Desde que trabajo en la farmacia… -me esfuerzo en disimular, pero no puedo evitar imaginar su pecho desnudo bajo la bata.

    -Claro. Dos sueldos y eso –me fijo que tampoco tiene abrochados los dos botones de abajo y la vista me va a sus piernas.

    -Es que gastamos mucho ¿sabe? Tenemos tres hijos y no quiera saber lo que cuesta eso. ¿Usted está casado? ¿Tiene hijos?

    -Sí, sí. Bueno, en realidad, estoy divorciado. Pero sí, soy padre de dos hijas. –me hago ilusiones de poderle ver algo las bragas o el sostén.

    -Así ya sabe que nunca hay dinero suficiente. Bueno ¿y qué quiere, don carpintero?

    -¿Cómo que qué quiero? Yo… esto…

    -¿Qué vino a comprar?

    -Ah, sí. Un… no… una…

    -¿Qué pasa, Julia? ¿Cómo es que hay tanta cola?

    -Señor Boscos, es que… este caballero no…

    -Perdone, ya sé… ¡Unas pastillas para el dolor de garganta!

    -Un paquete grande, ¿verdad? –sonríe pícaramente mirando mi entrepierna y se inclina para tomar la medicina de un cajón y me muestra mejor aún su escote. Descubro que sí usa sostén.

    -Julia, a ver si te das prisa.

    -Sí, sí, señor Boscos. Ya está. Gracias, don carpintero.

    Me fui avergonzado de la farmacia. Seguro que ella se dio cuenta de que había ido para verla. Y que no cesaba de mirarla con deseo. Además, me sabía mal porque el dueño de la farmacia se enfadó con ella por no servir más rápido a los clientes. Pero al cabo de dos días volví. No necesitaba nada. Decidí comprar preservativos. La verdad es que no sabría con quién usarlos, pero pensé que quizá eso me haría quedar como un ligón y atraería la atención de Julia. Le dije que me aconsejara qué condón era el mejor y ella, en lugar de ruborizarse, muy profesional me recomendó unos que resultaron ser los más caros.

    -Aunque yo no los uso, don carpintero.

    -Ah ¿usa otra marca?

    -No, no, yo no uso preservativo. ¡Me gusta más al natural, je je! –y sonríe mirándome a los ojos . A pelo.

    -Bueno… es que yo… claro…

    -Sí, ya me imagino que usted, al estar divorciado…

    -Pues sí, como…

    -… tendrá cada noche una chica distinta…

    -Bueno, ja, ja, no… no es que…

    -O un chico, que sobre gustos…

    -Ah, sí, pero no, no. Me gustan las mujeres.

    -¿Un paquete grande? –y de nuevo me mira fijamente el bulto en mi pantalón.

    -Esto… sí, sí, claro.

    Al cabo de dos días, no resistí volver a la farmacia y pareció que se alegraba de verme. Cuando ya llevaba un rato charlando de tonterías con ella y como siempre volvía a haber demasiada cola, va y me dice.

    -Usted sabrá utilizar muy bien su herramienta –sonríe y se relame sin disimulo y mira mi bragueta, con una buena hinchazón.

    -¿Cómo? ¿Qué? Yo…

    -Al ser carpintero… quiero decir.

    -Sí, no, ya, claro.

    La conversación se terminó cuando el dueño salió y la riñó por entretenerse demasiado y hacer esperar a los otros clientes. Ella me guiñó un ojo cuando nos despedimos. Y me sorprendió cuando me dijo:

    -¡Hasta mañana!

    ¿Hasta mañana? ¿Lo habría dicho sin pensar? ¿Por equivocación? ¿O es que quería que yo supiera que le gustaría que volviera al día siguiente?

    Y claro, me busco una excusa para ir. Pero no me hubiera hecho falta porque, aunque hay varias personas esperando ser atendidas, cuando Julia me ve entrar, exclama:

    -Hola, don carpintero. Viene usted a que le mire la tensión ¿verdad?

    -¿Eh? ¿Cómo? Yo…

    -Don Boscos, si puede usted salir a despachar, yo voy a mirar la presión arterial a este caballero.

    -Vale, vale, ya vengo. Pero no tardes mucho, Julia.

    -No, no, no se preocupe.

    Julia me acompaña a una puerta al lado del mostrador y entramos a una salita.

    -Yo no…

    -Calle, carpintero. Me he dado cuenta de que le atraigo.

    -No, yo… bueno… sí, claro. Pero usted es una mujer casada y yo nunca…

    -Ya, ya. Pero le gusto ¿no es cierto? Veo cómo usted me devora con los ojos.

    -¿Yo?

    -Y que viene muy a menudo a verme.

    -Es que…

    -¿Quizá se pregunta qué llevo bajo la bata? –se la sube un poco mientras me mira fijamente.

    -No, yo nunca pensaría eso…

    -Ya. Y se imagina cómo son mis braguitas.

    -Pero… pues claro que no. Usted es una mujer ca…

    -Mire, mire mis braguitas — se las saca de bolsillo de la bata, minúsculas, blancas, con florecillas pequeñas de colores. –Oh, pero si llevo las bragas en el bolsillo, ¡eso quiere decir que… ups!

    Julia se arremanga la bata muy sensualmente y sin ningún reparo me enseña sus muslos. Sigue subiéndola y me muestra su pubis depilado.

    -He ido sin bragas toda la tarde deseando que usted viniera, carpintero.

    -Julia, yo…

    -Y estoy muy mojada pensando en usted.

    -¿Cómo? Julia…

    -¿Vamos a comprobar, por fin, si el paquete es grande? ¿Y si usted trabaja bien la herramienta? –se desabrocha la bata por completo. Se quita la bata y me la acerca para que la huela. Está desnuda, solo con el sostén y los zapatos de tacón. Mi sueño hecho realidad.

    -Pero… Julia… la puerta está abierta y aquí mismo, al lado…

    -Usted no se preocupe –susurra mientras baja la cremallera de mi pantalón –El señor Boscos está atendiendo a los clientes.

    Ella se separa algo de mí y me enseña su sexo húmedo. Pasa un dedo por su rajita, lo huele y me lo da a oler a mí.

    Se acerca e introduce su mano en mi bragueta y me agarra el pene bajo los calzoncillos.

    -¡Una buena herramienta, sí señor!

    Luego, se mete el dedo en su vagina y me lo acerca a mi boca para que lo saboree. Sabe a ambrosía. Separa los labios de su chichi con las dos manos y me deleita con su chocho sonrosado y empapado.

    -¡Julia, por favor, ve terminando!

    -Sí, sí, don Boscos, enseguida vengo.

    Me mira fijamente a los ojos, mientras se pone en cuclillas, saca mi verga erecta del pantalón y se relame. Me la agarra con una mano mientras con la otra acompaña la mía hasta su pecho. Pasa su lengua por mi prepucio y juega con mi glande. Enseguida me lo chupa y besa. Y me lo lame. Yo creo que estoy soñando. Le acaricio el escote. Ella toma mi mano y la introduce bajo el sostén. Yo le magreo el pecho, de una textura perfecta. Ella suspira, se relame, se introduce mi pene en la boca y empieza la mejor mamada de mi vida.

    -Don Boscos, ahora salgo. ¡Ya casi terminamos! –exclama con mi polla entera en su boca y casi no se la entiende. Me guiña un ojo en un gesto de complicidad.

    Veo que tiene casi todos los dedos de su mano metidos en el chocho y gime y se muerde los labios cuando creo que se corre. Me da a oler la mano empapada y me la acerca a los labios para que saboree su flujo. Esto y su mamada bestial hace que no resista más tanto placer y eyacule en su boca. Después de un primer chorro de esperma, ella saca mi verga de su boca y la acerca a sus pechos para que le lance algún chorro más a sus tetas, lo que hago sin espera.

    -Me gustará tener tu semen en mi sostén y en mi escote para que lo pueda oler durante toda la tarde.

    Se pone las braguitas de manera muy sensual y veo que enseguida se empapan con su abundante flujo. Esparce mi semen por su escote, como si fuera crema hidratante y se pone la bata.

    -Está muy bien de presión el señor carpintero, Don Boscos.

    -Eso es bueno, Julia.

    -Sí, don Boscos. Lo he comprobado con atención y esmero.

    -Ya vi que tardabais algo.

    -Esto… Julia ha realizado muy bien su trabajo.

    -No lo dudo, no lo dudo. Va, niña, atiende a los otros clientes.

    -Sí, enseguida.

    -¿Cuánto le debo, Julia?

    -Nada, nada, la primera vez es gratis, carpintero.

    -¿Sí? ¡Oh! ¡Vale, pues gracias!

    -De nada, ha sido un placer –me guiña un ojo.

    -El placer ha sido mío.

    -Ya, ya, también. ¡Hasta mañana!

    -¿Eh? ¿Cómo?

    -Que hasta mañana, carpintero.

    -Ah, sí, pues, hasta mañana.

    Y ya solo pienso en volver mañana a ver a Julia. Quizá querrá volver a comprobar mi presión arterial. ¡Ojalá!

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  • Una dominicana ardiente e insaciable

    Una dominicana ardiente e insaciable

    Soy un cuarentón, espíritu jovial, buena onda, siempre veo el vaso “medio lleno”, militante incondicional de la alegría y el buen humor, abonado a la teoría de que todo lo que hacen los hombres es “p´conseguirse minas” (para conseguirse mujeres). Adhiero a la fidelidad flexible, acuerdo tácito con mi compañera, luego de poco más de veinte años de convivencia y como ardid sustentable de la supervivencia de la pareja.

    Dos décadas de fidelidad fue mucho, demasiado tiempo, había llegado el momento de retomar algunas licencias de vida, solo era cuestión de tiempo y oportunidad, y… sucedió bien pronto, cuando me llamó Eduardo.

    Un entrañable amigo, él y su mujer se regalaron un viaje por la vieja Europa. Para su tranquilidad me dejó a cargo de su casa, de controlar y asistir a sus hijos de 18 y 19 años, en cuanto hiciera falta. Con los muchachos tenemos una relación fenomenal, como de tío. Para los quehaceres domésticos estaba Lua, muy simpática. Lua es de raza negra, dominicana, joven y de buen ver, tanto de ida como de venida, buenas formas y firmes, con todo el ritmo sensual de su raza.

    Desde que llegó al país, la casa de mi amigo fue la suya, uno más de la familia. Tan buena fue la relación con los chicos que llegó hasta las sábanas, solo es un par de años mayor que ellos, por estos días está caminando sus gloriosos veintiún añitos. Los muchachos se la vienen cogiendo desde hace buen tiempo, hasta, hicieron un trío más de una noche que los viejos (padres) no estaban en casa.

    Desde que el mayor de los muchachos me lo contó, comencé a mirarla con otros ojos, seguramente ella estaba anoticiada de que conocía sus andanzas por las camas de los “pendejos cogelones” pues desde ahí comencé a percibir que su actitud en mi presencia parecía mucho más sensual, hasta arriesgaría que en algún momento a solas casi provocativa.

    Las mujeres de raza negra para mí eran algo exótico, desnudas, sólo las vi en el canal porno y en el Natural Geographics, obviamente me gustan más las del canal porno. Buscaba la ocasión para poder regalarme con el espectáculo de verla solo para mí. Carácter afable, felina como pantera, andar cadencioso, tomó debida nota que me llevaba prendido al meneo de sus caderas.

    Uno de esos días pasé para ver como marchaba todo, entré con mi llave, todo era silencio, parecía que todos habían salido, llego a la cocina para beber un poco de agua y me tropiezo… con una Venus de ébano salida del baño, solo una toalla, envolviendo el cabello crespo.

    Piel tersa, brillo mate, ojos casi verdosos, esmeraldas reluciendo en medio de la noche, labios carnosos y teclado de marfil que destella cuando ríe. Pechos redondos, plenos, rematados en pezones gruesos y erectos, vientre plano y talle estrecho, suaves curvas y cadera firme, entre los muslos una espesura de vello enrulado esconde el sexo de mis ojos arrobados por tanta mujer.

    Pasmado, ante la perfección, prodigio del mejor escultor. Me sonrió, esparció la alegría de su risa y algunas gotas de agua al menearse delante mío.

    —¡Qué pasa! ¿Nunca ha visto una negra desnuda?

    —¡No!, y… menos alguien como vos, la primera.

    —¿Y… ¿qué tal?

    —¡De diez! ¡Ja… ¡un súper 10! Y un… ¡Meritorio diez!

    No se intimidó, más aún, demoró para mostrarse, lentamente se dirige a su habitación mirando sobre su hombro para asegurarse que fuera tras ella. Entré siguiendo a la diosa negra, entendió mi curiosidad y la seducción, disfruta el momento, goza el poder que otorga ser distinta.

    Seducción total, sentado en el borde de su cama, espectador de cómo se vestía, lentitud extrema, gestos exagerados para crear ambiente, gira un poco para colocarse la tanga, de tal modo que cuando levantó el pie y lo apoyó sobre una caja, me exhibía en primer plano y a todo color el sexo entreabierto, el rojo nacarado brillante del interior resulta muy erótico en un entorno negro mate.

    Sólo con esa prenda, se apretó contra mí, quedé entre sus pechos, besaba esas masas de color oscuro y aroma tan particular, saltaba de uno a otro sin parar, volaba de calentura sujetado de esos globos negros de sabor tibio y dulzón. ¡Qué delicia! sentirse ahogado entre sus mamas, besando el aroma de su piel húmeda. Puso distancia entre mi cuerpo y sus carnes.

    Arrodillada entre mis piernas, buscó el bulto que pugnaba por romper el jean, liberta la erección, emergió duro buscando consuelo en las palmas blanquecina de Lua, subir y bajar la piel hasta brotar de la uretra esas primeras gotitas de incontenible calentura. Empujé levemente la cabeza, la señal que espera, la metió en la boca, mamada increíble, sabia y eficiente como pocas, sabe cómo graduar la chupada para darme el mayor goce, consulta con los ojos y sigue mamando, derritiéndome de placer en la caliente boca que se engolosina con el caramelo del amor.

    Levanto la pelvis y aprieto de la nuca, me pierdo en la calentura, algo brusco y descontrolado, es una cogida bucal, con todo. En lo mejor de la situación escuchamos ruidos de llave que acciona la cerradura, los muchachos que volvían, empujamos la puerta de su cuarto para cerrarla.

    Apremiados por la situación y mi calentura, apuró “el trámite” para hacerme acabar cuanto antes, aceleró la mamada. ¡Acabe!!!, chorros gruesos y espesos dentro de la cavidad bucal se llevaron mi calentura, mostró el contenido lácteo y luego tragó, en dos tiempos, ésta acabada gloriosa.

    Acondicioné la ropa, como pude y me hice ver diciendo que venía de la terraza. Al rato apareció la negrita, tomamos unas gaseosas y marché para casa.

    Esa noche y otras más las pasé pensando en ese cuerpazo y esa boca que mamó mi leche, los ratones (pensamientos calenturientos) enloquecían y excitaban a más no poder, hasta me costaba mantener quietas las manos para no “ajusticiarme” por mano propia, quería guardar toda mi leche para cuando hubiera la oportunidad de darle con todo.

    Visité con más frecuencia para ver como andaban las cosas. Llamé, nadie respondió, recorrí y nada, silencio, botellas vacías indicaban que hubo fiesta. La puerta abierta del dormitorio principal exhibía sobre la cama el cuerpo de Lua, de bruces, desnudita. ¡Qué buena está! Se erectó el miembro duro como pocas veces.

    Me acerqué, dormía agotada por el licor y el cansancio de la enfiestada. Sentado a su vera, acariciaba su espalda, sin moverse, seguí acariciando los muslos con suavidad, al separarlos y mirarle el hermoso culito, tan parado observé rastros de semen escurridos de la conchita, remanente de una “venida” gloriosa.

    La calentura me pudo, desnudo, sacado de excitación, poronga en mano presto y decidido a entrarla con todas mis ganas. Despacio como para no despertarla antes de tiempo, fui haciendo lugar con dos dedos dentro de la vagina, leve movimiento sensual como respuesta, seguí las caricias en la conchita, dejándose hacer los mimos, fui por más…

    Con el semen remanente y algo de flujo de la “argolla” (vagina) unté el culito, suave, en círculos, dibujando con el lubricante el esfínter. Dormida y todo lo disfrutaba, no pude más… me ubiqué ahorcajado sobre su culo, evitando despertarla y que frustrara esta enculada. Se la mandé por el culo, de un golpe, entré la cabeza, y me volqué sobre ella enloquecido de calentura.

    La penetración la despertó, ensartada por mi turgente vara de carne, imposible no sentirme cuando entra, un grosor que no todas aguantan con facilidad, movió como para salirse, lo impedí con el peso de mi cuerpo sobre el suyo, mis manos en los hombros la sujetan contra el lecho, mis rodillas aprietan y sujetan sus caderas, imposible zafar de la cogida propuesta.

    Hasta ese momento no sabe quién la monta, por cómo se debate debió saber que no es alguno de los muchachos, solo pide suavidad.

    —¡Más despacio!, ¡me duele! –repetía quejosa.

    Insistí en la enculada, todo adentro del orto, la cogida pintaba para muy buena. Lua giró la cara para ver quien la sodomiza.

    —Ya me parecía…, la tienes más grande que…

    —¿Estás bien?

    —¡Sí!, dame despacio, menos fuerza…, así… asíiii

    Presentados, seguimos cogiendo, recorría el conducto anal, la cabeza gozaba del estrecho pasadizo. Con la mano por abajo de Lua asistía a la conchita para ponerla en carrera. Era una hembra muy copada (dispuesta), gozaba y dejaba gozarse, disfrutó de todo el “pedazo” bien adentro, qué calentura nos agarramos ¡por Dios! ¡Algo de no creer!

    El movimiento fue vibrante condujo a una acabada tan emotiva como abundante, me dejó estremecido cuando le vacié todo el contenido de los huevos en el fondo del culo. No me salí, quedé todo duro, sin moverme, esperando que dejara de latir, prolongando el momento. Lo retiré casi tan duro como al entrar.

    Lua me contó que los pibes prefieren irse a bailar bien “cogidos”, es decir vaciarse en ella antes de salir, y que suelen regresar al día siguiente, casi al mediodía, bueno a la hora de comer más o menos.

    —Entonces… ¿podemos hacer otro?

    —Si quieres… ¿le quedan ganas?

    —¿Cómo?… ¡vas a probarlo ahora mismo!

    Ahí mismo nos hicimos otro, por la concha y desde atrás, intenso y más largo. Luego un corto sueño reparador.

    En la mañana, nos encamamos nuevamente, hasta me animé a chuparle la conchita, era más rico de lo pensado, atrás quedaron los prejuicios por las negras, esta era de primera, tan limpita, tan entregada, tan caliente como no imaginaba. Este orgasmo mañanero fue estruendoso, gritando de placer y satisfacción, acabamos casi juntos, quedamos abrazados después de acabar, sin levantarse, la concha con mi semen dentro del nido, como me gusta.

    Este semen me sirvió para lubricar el culo y pegarle otra culeada atroz que la dejó bastante dolorida. Dejé el lecho donde le rompí el culo, satisfecha y dormida.

    Hasta que volvió mi amigo de Europa nos seguimos enfiestando en la cama de él, después seguimos, pero en un hotel.

    Lua sigue cogiendo con los muchachos, pero dice que soy el que la hace gozar más, según su opinión, además es lo bastante estrecha para hacerme desearla cada vez más.

    Lobo Feroz

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  • Mi novio me prestó a mi tío (1)

    Mi novio me prestó a mi tío (1)

    Mi nombre es Paula, tengo 24 años y he estado saliendo con mi novio, Lucas, desde secundaría. Vivimos juntos y somos la típica pareja clase media. Excepto que no hemos tenido hijos, descubrimos que el conteo de espermatozoides de mi novio era casi inexistente.

    Hasta hace poco, todo era predecible: trabajos monótonos, cenas en casa, y un sexo que, aunque había, había perdido gran parte de su chispa inicial.

    Todo comenzó cuando mi tío Jorge, el hermano de mi papá, y su esposa se divorciaron. A sus 51 años mi tío es casi 30 años mayor que yo. La separación de Jorge fue difícil, y unos días después de que su mujer lo dejó terminó en nuestra casa, deprimido. Yo era su única familia en esa ciudad, así que sin ningún lugar a dónde ir fue a hablar con nosotros.

    Mi tío Jorge es un hombre alto y gordito. No era calvo, pero tenía algunas entradas en la frente. Usa lentes, lo que le da un aire de hombre serio. Nunca fue un hombre particularmente atractivo, pero después del divorcio se descuidó aún más: su ropa estaba siempre arrugada y su barba sin afeitar.

    Intentamos animarlo dándole de tomar, pero el alcohol pareció deprimirlo más.

    Lucas, siempre solidario, le ofreció un trago. “Jorge, puedes conocer otras mujeres.”

    Jorge tomó el vaso con manos temblorosas.

    Fue mi novio quien, al verlo tan afectado, le sugirió que se quedara con nosotros un tiempo para distraerse y no estar solo.

    Al día siguiente, Jorge se veía un poco mejor, pero aún bastante desanimado. Lucas y yo decidimos invitarlo a pasar un par de semanas con nosotros para que tuviera compañía. No pensé que Jorge aceptaría la oferta, pero para mi sorpresa, lo hizo.

    Nuestras vidas siguieron siendo igual durante unos días, hasta que un sábado, cuando regresé de compras. Lucas estaba fuera con uno de sus amigos y, aparentemente, Jorge, que estaba sentado en nuestra computadora, no me escuchó llegar.

    Cuando miré hacia la sala de la computadora, noté que Jorge estaba mirando la pantalla sin camisa, los pantalones alrededor de los tobillos y su erección en la mano. Lo peor no fue eso, sino lo que había en la pantalla: mis fotos desnuda, las que Lucas me había tomado. Antes de que pudiera moverme o hablar, Jorge gimió y eyaculó una gran cantidad de semen sobre su pecho peludo. Luego me alejé sigilosamente para que Jorge no me escuchara.

    Esa noche, mientras estábamos en la cama, le dije a Lucas lo que pasó:

    “Lucas, hoy vi a Jorge… masturbándose con mis fotos” dije, esperando su enojo.

    Pero Lucas solo sonrió. “¿Ves? Te dije que te veías increíble en esas fotos.”

    “¿No te importa que mi tío las haya visto? ¿No te molesta que se haya masturbado con mis fotos?” pregunté enojada.

    Lucas respondió: “Esas fotos tuyas son muy sexy, y él es un hombre. Es una pena que las haya encontrado, pero no me sorprende que se masturbe con ellas”.

    “¡Pero es mi tío!” repliqué.

    “Tío o no, da igual”, dijo Lucas. Luego tomó mi mano y la colocó sobre su entrepierna. “¿Ves? Solo pensando en esas fotos me puse duro. Creo que es excitante que de todas las fotos que podría haber visto, fueran las tuyas las que eligió ver”.

    Minutos después, Lucas y yo tuvimos una de nuestras sesiones de sexo más calientes. Aunque fue excitante, también fue raro, porque los pensamientos del pene de mi tío seguían apareciendo en mi mente. Y, cuando Lucas terminó dentro de mí, mi mente volvió a la gran verga de mi tío corriéndose sobre su pecho peludo, y también yo llegué a un orgasmo increíble.

    Casi olvidé lo que pasó hasta que unos días después mi tío tenía que asistir a una cena formal de su trabajo, pero no tenía a nadie con quien ir, así que estaba deprimido, tratando de decidir si debía ir solo.

    “¿Por qué no vas tú con él?” sugirió Lucas, como si fuera lo más normal del mundo.

    Jorge se ruborizó. “¿No se verá raro si voy con mi sobrina?”

    Lucas rio. “Nadie pensará que es tu sobrina. Dirán que es tu sexy novia. No sé si te has dado cuenta, Jorge, pero tu sobrina es hermosa”.

    “¡Lucas!” protesté, pero ya habían decidido.

    Estoy segura de que en ese momento me puse colorada. Hubo un momento de silencio, ya que creo que nadie sabía qué decir, excepto, por supuesto, mi novio con un:

    “Entonces queda decidido. El viernes por la noche, Paula será tu novia. Y luego me la devuelves”.

    La idea de arreglarme para salir esa noche me había gustado más de lo que esperaba. Se convirtió en la excusa perfecta para comprar ropa nueva, algo que hace tiempo no hacía. Me probé varios vestidos frente al espejo, buscando algo que me hiciera ver bien, pero no demasiado provocadora. Al final, elegí un vestido negro ajustado que resaltaba mis curvas sin ser demasiado revelador. Para cuando llegó la noche, ya no me sentía rara. Las cosas parecían normales, o al menos lo más normales que podían ser en una situación como esa.

    Cuando Jorge abrió la puerta para que saliéramos, miró hacia atrás a Lucas, quien estaba sentado en el sofá con una sonrisa. “¿A qué hora debo traer a mi novia esta noche?” preguntó Jorge, con un tono de voz indicaba que era una broma.

    Lucas respondió: “Oh, ustedes dos solo diviértanse. Dejaré la luz encendida para ustedes”.

    Lancé una mirada a Lucas, tratando de que deje el chiste. Pero antes de que pudiera decir algo, Jorge tomó mi mano con delicadeza y me guio hacia su auto. Su mano era grande y cálida.

    Llegamos al lugar, entramos y encontramos nuestra mesa. La cena estuvo bien, pero me sentí extraña cada vez que mi tío o alguien más se refería a mí como la novia de Jorge o su chica. Me sentía nerviosa sobre todo porque mucha gente me veía mal, sobre todo las señoras mayores. Doy gracias de que no conocía a nadie.

    El alcohol ayudó a relajar mis nervios. Un par de copas de vino más tarde, ya no me sentía tan tensa. La banda comenzó a tocar, y la música llenó el lugar con un ritmo contagioso. Después de la cena, las luces se atenuaron y la música se volvió más animada, llevando a los invitados a bailar.

    “¿Quieres bailar?” preguntó Jorge después de un rato, extendiendo su mano hacia mí con una sonrisa tímida.

    Aunque no era el tipo de música que escuchaba, me encantaba bailar, así que acepté de inmediato. Al principio, el baile era inocente, con movimientos suaves y risas compartidas pero más bailábamos, más sed me daba. Y, a su vez, cuanto más vino bebía, más bailaba.

    En algún momento me di cuenta de que mi tío se estaba volviendo más cariñoso conmigo, y también me abrazaba cada vez más fuerte.

    El alcohol debió haber adormecido mis sentidos, porque no fue hasta que sentí el miembro gordo de Jorge presionándome que me di cuenta de lo que estábamos haciendo. Sabía que estaba mal, pero el vino y la fiesta estaban haciendo su magia en mí.

    Sin darme cuenta, la fiesta estaba llegando a su fin. Jorge y yo éramos una de las pocas parejas que quedaban en la pista de baile, y yo estaba bastante mareada. Mientras bailábamos una canción lenta, Jorge me rodeó con sus brazos, acercándome a él.

    Sentía el cálido aliento de mi tío en mi cuello y su verga dura contra mi vientre. Sentía el mismo hormigueo en mi concha que él debía estar sintiendo en su miembro. La racionalidad estaba perdiendo frente a la excitación.

    “Estás preciosa” murmuró Jorge, sus labios rozando mi oreja.

    “No puedo dejar de mirarte”

    “Jorge… ” susurré, sin saber si era una advertencia. Al final mis manos llegaron a su pecho.

    Mi tío no respondió con palabras, pero su cuerpo habló por él. Sentí aún más dura su verga a través de los pantalones. Mi mano bajo hasta su entrepierna, acariciando su miembro a través del traje.

    “Dios…” murmuró.

    “No sabes lo que me haces sentir, cariño”.

    Por suerte, paré del susto cuando las luces se encendieron y la música se detuvo.

    Caminamos en silencio hacia el estacionamiento, la tensión entre nosotros era palpable. Cuando llegamos al auto, Jorge rompió el silencio con un comentario:

    “Tu novio es un hombre muy suertudo por tenerte, lo digo enserio”.

    Me sentí culpable al instante. “Lo siento, Jorge. No debería haber dejado que las cosas se salieran de control”

    “Extraño tener a una mujer, incluso con mi esposa hace años que no teníamos intimidad”, confesó con voz ronca. “Ojalá la música no hubiera terminado. Se sintió tan bien tener tu mano ahí… ya sabes a lo que me refiero.”

    Sabía exactamente a qué se refería. Me sentí terrible por dejar que mi tío se acercara tanto a mí y por calentarlo así.

    Mis pensamientos se debatían entre la culpa y el deseo, pero mi cuerpo parecía haber tomado una decisión por mí. Mi respiración se aceleró, y supe que mis sentidos estaban al límite.

    Luego solo extendí mi mano y la coloqué sobre la entrepierna de Jorge, estaba dura como una roca. “No tienes que usar tu mano. Puedes usar la mía ésta noche si lo necesitas”, le dije, sintiendo cómo las palabras salían de mi boca sin que mi mente pudiera detenerlas.

    “¿Lo harías? Me encantaría”, respondió.

    Sus palabras fueron el empujón final que necesitaba. Con cuidado, me incliné hacia él y comencé a bajarle el cierre de sus pantalones. Forcejeé un poco con el botón de su pantalón pero logré desabrocharlo.

    Para entonces, Jorge encontró un estacionamiento vacío donde podía detenerse. Tan pronto como estacionó, levantó su culo del asiento y se bajó los pantalones y los calzoncillos. Su pene, liberado de la tela, saltó hacia mí, imponente y erecto. La vista me dejó sin aliento. Era la primera vez que veía una verga tan grande. Se erguía imponente ante mí, más grande y grueso de lo que había imaginado.

    “Tío, este es nuestro pequeño secreto, ¿Si?”, pregunté.

    “Querida, nunca diría nada que te cause problemas”, respondió Jorge.

    Con eso, envolví mi mano alrededor de su cálido miembro. Era mucho más grande que la de mi novio y a diferencia de mi novio, mi tío era muy peludo, parecía que nunca se había depilado. No sé qué haría si un policía me hubiera encontrado masturbándolo en vía pública.

    “Paula…”, murmuró Jorge, cerrando los ojos y dejando escapar un suspiro. Podía sentir cómo su cuerpo se tensaba bajo mi toque. No tardó demasiado en venirse. Su cabeza se echó hacia atrás, y su miembro se hinchó aún más en mi mano. La primera eyaculación fue enorme, y no me di cuenta de lo cerca que estaba mi cara hasta que un chorro de semen caliente salpicó mi nariz y mis labios.

    Antes de que me diera cuenta, mi lengua instintivamente limpió el semen incestuoso de mi tío de mis labios y lo llevó a mi boca. Saboreé su semen mientras mi mano seguía con el resto. Era cremoso y salado. El sabor era un poco amargo pero me gustó.

    Cuando terminó de correrse, mi tío me agradeció y se ofreció a devolverme el favor. En ese momento, deseaba desesperadamente los dedos de un hombre, y más…, en mi concha, pero de alguna manera lo resistí.

    Logramos encontrar algo para limpiarnos bien lo que quedaba de su semen, y luego nos fuimos a casa.

    Cuando llegamos a casa, Jorge se detuvo en la puerta y me miró con una sonrisa tímida. “Gracias. Lo pasé increíble”, dijo.

    “Estoy segura de que fue así”, respondí. “Lucas no recibió una paja en nuestra primera cita”.

    “Entonces no puedo esperar a nuestra segunda cita”, dijo Jorge riendo mientras salíamos del auto.

    “Sigue esperando”, respondí. “¡Va a ser una espera muy, muy larga!”

    Era pasada la medianoche cuando entramos a la casa. Lucas estaba en la cama, pero aún despierto, cuando me acosté con él. En un instante, ya estaba encima de mí. Pasó lo que parecieron horas comiéndome la concha, tomándose pausas para preguntarme cosas como “¿cómo fue salir con otro hombre?” y “¿Que tanto hicieron ustedes dos?”

    Lo regañé diciéndole que no era una de “esas”. Pero admití la paja que le di a Jorge estando borracha, aclarándole que no volvería a pasar. Se suponía que debía enojarse pero pareció excitarlo aún más, y subió sobre mí para cogerme con toda su energía. ¿Quién en su sano juicio se calentaría pensando en su novia haciéndole una paja a un hombre mayor? Y no a cualquiera, a su tío.

    No dijimos nada más esa noche. Por la mañana Lucas se fue con uno de sus amigos antes de que yo me levantara. Tenía sentimientos encontrados y mis emociones estaban revueltas por los eventos de la noche anterior.

    Mientras estaba en la cocina sirviéndome una taza de café de repente sentí algo cálido presionándose contra mi espalda, unas manos grandes en mi cadera y su aliento en mi cuello: era mi tío.

    “Buenos días, cariño”, dijo mientras presionaba sus caderas contra mí. Podía sentir su erección a través de la delgada tela de mi camisón. “Podrías darme una mano otra vez esta mañana”, susurró.

    No tuve tiempo de responder, o quizás no quería. El cuerpo de mi tío estaba pegado contra mi culo mientras tomaba mi mano izquierda y la llevaba a su entrepierna. Me di cuenta de que mi tío solo llevaba puestos sus calzoncillos y que su erección sobresalía de ellos cuando mi mano la encontró. Al final se me ocurrió algo que decir: “¿Por qué necesitas mi mano cuando tienes esas fotos mías desnuda que mirabas sin permiso en la computadora?”

    Su respiración se volvió irregular mientras buscaba las palabras. “Yo… lo siento, Paula. ¿Estás enojada por eso?”, preguntó.

    Giré lentamente para enfrentarlo, sintiendo el calor de su cuerpo pegado al mío.

    “Supongo que… no”, respondí, sorprendida por mi honestidad.

    Jorge tragó saliva con fuerza. “Es solo que… después del divorcio, y viéndote todos los días aquí…”. Sus manos grandes se abrieron en un gesto de impotencia. “Eres tan hermosa, Paula. Esas fotos… aparecieron cuando estaba buscando unos documentos y… no pude resistirme”.

    El aire entre nosotros se espesó. Podía sentir el latido de su corazón acelerado a través de la delgada tela que nos separaba. “Sígueme”, dijo repentinamente Jorge, tomándome de la mano con una voluntad que no esperaba.

    Me guio escaleras arriba con pasos firmes, su palma contra la mía. Al llegar al escritorio, la computadora aún estaba encendida. Se sentó y me mostró una foto mía desnuda tomada el verano pasado.

    “Por esto necesito una mano esta mañana. Tus fotos son la razón por la que necesito tú ayuda”, dijo.

    Estaba envuelta en otra situación tan caliente como para parar. Mis pezones se endurecieron bajo el camisón, rozando contra la tela. Antes de que pudiera razonar conmigo misma, ya estaba arrodillándome frente a él, mis manos encontrando la cintura elástica de sus calzoncillos.

    “Paula…”, murmuró Jorge cuando mis dedos comenzaron a bajar sus calzoncillos. Él levantó la cadera de la silla para ayudarme, y su miembro saltó libre, imponente y enorme. Era igual de grande y duro de lo que recordaba, sentía las venas bajo mi tacto.

    Me incliné hacia adelante y tomé su miembro con mi mano. Jorge gimió diciendo: “Te ves tan hermosa en las fotos, Paula. Quisiera verte desnuda”.

    “Ya puedes verme. Eso que estás viendo en la computadora soy yo desnuda”, respondí.

    “Por favor, Paula”, suplicó. “Solo quiero mirar. Te prometo que no tocaré”.

    Con eso, me puse de pie, me quité la bata de los hombros y la dejé caer al suelo. Ahora estaba parada solo con mis bragas, mirando a mi tío desnudo. Dudé, pero solo por un momento. Cuándo coloqué mis pulgares en mis bragas y las bajé hasta el suelo dijo:

    “¡Estás tan buena!” Su miembro palpitó visiblemente, una gota de líquido brillando en la punta.

    Una vez más, me arrodillé y tomé la gran verga de mi tío con mi mano derecha, comenzando a masturbarlo. Mi mano izquierda también la ocupé, tocando mi sensible clítoris. Fue una mala idea, ya que eso aumentó mi mucho mi deseo sexual.

    El sonido húmedo de mi mano trabajando su miembro se mezclaba con mis propios gemidos suaves mientras me masturbaba. La habitación olía a sexo y colonia barata, a sudor y excitación.

    “Hazlo”, dijo Jorge de repente, sus dedos acariciando mi cabello. Levanté la vista y vi el deseo desenfrenado en sus ojos. “Usa tu boca, Paula”.

    Entre lo mojada que estaba, su insistencia y el recuerdo del sabor de su semen, la resistencia era imposible. Me incliné hacia adelante, extendiendo la lengua para lamer la gota de líquido preseminal que asomaba en su cabeza. El sabor salado llegó a mis papilas gustativas. Y su olor tan masculino era adictivo.

    La noche anterior había sido la primera vez que había tocado la verga de otro hombre que no fuera la de mi novio. Lo había conocido en secundaria y seguimos juntos desde entonces. Pero ahora, aquí estaba, tomando la verga de mí tío en mi boca.

    Despacio, bajé mis labios por su duro miembro y sentí su cabeza hinchada abrirse paso hacia la parte posterior de mi garganta. En ese momento, no me importaba nada. Solo sentí la necesidad de hacerlo. Jorge gimió mientras mi cabeza subía y bajaba lento por su gran miembro.

    Sus manos guiaban mi ritmo ahora, empujando mi cabeza hacia él. “Eres tan buena en esto”.

    “Así, justo así,” susurró, su voz. “Mi niña, intenta llegar más abajo”

    Mis propios gemidos hicieron vibrar su miembro mientras mi mano libre continuaba trabajando con mi clítoris.

    No pasó mucho tiempo antes de que mi automasaje erótico comenzara a hacer efecto. Primero sentí un temblor y finalmente me vine. Mis labios no soltaban su miembro, y los únicos sonidos que podía emitir eran gemidos ahogados, “Mmm… Mmm… mmm,” que hacían vibrar mi garganta llena.

    Sin previo aviso, sus manos se aferraron con más fuerza a mi cabeza y empujó su miembro profundo en mi garganta. Un espasmo involuntario me recorrió cuando su grueso miembro llenó completamente mi boca, empujando más allá de mis límites.

    La sensación de ahogo fue instantánea y las lágrimas comenzaron a caer por mis mejillas mientras luchaba por respirar. Mi nariz fue aplastaron contra su pelvis, y el espeso vello púbico de Jorge, impregnado de un aroma intensamente masculino —mezcla de sudor, piel y ese olor crudo y animal que solo un hombre maduro puede tener— invadió mis sentidos. Su aroma viril que hacía que mi propio sexo se contrajera de placer.

    Pero no intenté liberarme, en cambio, me entregué completamente, permitiendo que él usara mi boca como quisiera.

    “Dios mío… así” susurró, conteniendo la respiración. “Nunca nadie me la había tomado entera antes”.

    “¡Aah, dios!”, gritó cuando el primer chorro de su semen se disparó en mi garganta. Nuestros cuerpos temblaban mientras chorro tras chorro de su semen inundaba mi boca, mi garganta y mi estómago. Su sabor llegó a mi boca, empecé a tragar por instinto pero la cantidad era abrumadora; algunos hilos escaparon por las comisuras de mis labios, resbalando por mi mentón.

    Por un momento, sentí como si me fuera a desmayar. La verga de Jorge se estaba ablandando en mi boca. Mantuve mis labios alrededor de ella mientras la retiraba para conservar y saborear todo el semen que me había dado. Fue una cantidad enorme, y sabía incluso mejor que la noche anterior, mientras lo tragaba y disfrutaba del regusto en mi lengua.

    Amaba lo que acababa de pasar con mi tío. Pero, al mismo tiempo, sabía que debíamos parar.

    Todavía puedo recordarme arrodillada, desnuda, con las manos apoyadas en sus piernas, explicándole que esta mamada tenía que ser lo último que habría entre nosotros, y que debería regresar a su apartamento. También recuerdo a mi tío diciendo estar de acuerdo con eso.

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  • El deber de un hijo

    El deber de un hijo

    De la misma forma en la que una madre tiene la obligación de cuidar a su hijo, un hijo tiene el deber de ayudar a su madre, haciendo lo que sea con tal de que está este bien (y cuando digo lo que sea, me refiero a literalmente cualquier cosa), y de eso trata la historia que les voy a narrar hoy: de un hijo que, con tal de ayudar a su madre, hizo lo que se consideraba impensable.

    Nuestra historia comienza en un departamento como cualquiera, en la que vivían una pequeña familia confirmada por:

    Betty (42 años): es una mujer divorciada pelinegra de ojos verdes, poseedora de unos muslos inmensos, unas tetas gigantes, de un culo enorme y redondo. Pese a ser una milf hermosa y muy sexy, su marido la terminó dejando por una mujer mucho más joven.

    Leo (18 años): es el hijo de Betty, y es un joven delgado y con lentes. Tras el divorcio de sus padres, decidió quedarse con su madre y, desde entonces, intenta ayudarla a sobrellevar la tristeza que ella siente a causa de la infidelidad que había sufrido.

    Nuestra historia comienza una noche normal, en la que Leo se encontraba lavando los platos cuando, de pronto, escuchó a su madre sollozando en la sala, y fue a hablar con ella para intentar animarla.

    “¿Estás bien, mamá?” preguntó Leo, preocupado.

    “¡No, hijo, está todo bien!” exclamó Betty, deprimida “Es solo que… volví a acordarme de tu padre y… me hizo entristecer”

    “¡No deberías seguir pensando en eso!” exclamó Leo, mientras abrazaba a su madre.

    “¡Si, sé que no debería seguir pensando en lo que tu padre me hizo, pues ya pasaron más de dos semanas, pero es que simplemente no puedo! Seme sincero, Leo ¿Tan fea soy como para que tú padre decidiera dejarme por su secretaría?”

    “¡Ni pienses eso! Papa es un idiota y se arrepentirá de dejar a una mujer tan hermosa y sexy como lo eres tú”

    “¿Así que crees que soy sexy?” preguntó Betty, quien dejó de sentirse triste y comenzó a sentir curiosidad.

    “Bueno… mis amigos siempre han dicho que eres una mujer muy atractiva”

    “¡Te pregunté si yo te parecía sexy, no lo que decían tus compañeros!” exclamó la milf.

    “¡Bueno… si… creo que eres muy sexy!” exclamó Leo, con cierta incomodidad.

    “¡Pues entonces bésame!” exclamó Betty, con firma, mientras se paraba enfrente de su hijo.

    “¿Cómo?” preguntó Leo, sorprendido.

    “¡Si realmente crees que soy sexy, pues entonces dame un beso en la boca porque, si no lo haces, entonces quiere decir que todo lo que me has dicho es mentira!”

    Para evitar herir los sentimientos de su madre, Leo acato sus órdenes, y le dio un pequeño besito en los labios.

    “¡Listo, ya lo hice!” exclamó Leo, quien se sentía incómodo a la par de excitado por la situación “¿Feliz?”

    “¿A eso le llamas beso?” preguntó Betty, mientras garraba a su hijo de la cabeza “¡Deja que mami te enseñe lo que es un verdadero beso!”

    Sin pensarlo ni por un minuto, Betty le dio un apasionado beso a su hijo, el cual parecía no tener fin y en dónde su lengua y la de Leo se entrelazaron con fuerza. Luego de un rato, madre e hijo separaron sus bocas, y jadearon un poco por lo intenso que había sido.

    “Bien… creo que eso es todo” preguntó Leo, mientras trataba de ocultar la erección que le había provocado el beso “¿Vemos una película?”

    “¿Y si mejor vamos a coger a mi cuarto?” preguntó Betty, mientras agarraba la mano de su hijo.

    “¿Cómo?” preguntó Leo, en shock por la propuesta de su madre “¡Pero por supuesto que no!”

    “¡Entonces eso quiere decir era mentira que me consideradas una madura atractiva!” exclamó Betty, con tristeza.

    “No es mentira pero… ¡Somos madre e hijo!”

    “¡Si realmente soy una mujer tan sexy como dices que soy, te importaría un carajo que fuera tu propia madre, y aceptarías gustosamente tener sexo incestuoso conmigo!” exclamó Betty, con firmeza “¿O es que te parezco tan desagradable que te da asco la idea de que comportamos la cama?”

    “¡No, claro que no, pero…!”

    “¡Nada de peros! Si realmente quieres que te crea todo lo que dijiste de mí, pues entonces acompáñame a mi cuarto para tener una noche de placer”

    Al temer dañar el autoestima de su madre si rechazaba su oferta incestuosa, Leo termino cediendo ante los deseos de Betty, y la acompaño hasta su cuarto.

    Una vez allí, ambos se desnudaron, y comenzaron a besarse apasionadamente, al tiempo que se manoseaban.

    Luego, Betty colocó la cabeza de Leo entre sus pechos, y este se los comenzó a chupar.

    “¡Que bien se siente el ser deseada por un hombre después de tanto tiempo!” pensó Betty, mientras gemía de placer “¡Se nota que mi hijo genuinamente disfruta lo que hace, pues lo hace con una gran pasión!”

    Tras chupar los pechos de su madre por un buen rato, Leo se acostó boca arriba sobre la cama, Betty se colocó encima de él, y ambos comenzaron a hacer el 69.

    “¡Debo hacer que mamá se sienta hermosa o, de lo contrario, nunca podrá superar su depresión!” pensó Leo, mientras chupaba el coño de su madre, al mismo tiempo que está le daba una intensa mamada “¡Dios, la chupa mejor que mi exnovia!”

    Luego de disfrutar del sexo oral mutuo, Betty se levantó.

    “¿Qué pasa, mamá?” preguntó Leo “¿No te estaba gustando el sexo oral?”

    “¡No, al contrario, tu lengua me enamoró, pero ahora quiero que me des un beso apasionado!”

    “¡Por supuesto!” exclamó el joven, e intento besar a su madre, pero está lo detuvo.

    “¡No, no lo quiero en la boca, lo quiero en el culo!” exclamó ella, muy excitada, mientras se ponía en cuatro, y le enseñaba a su hijo su gigantesco trasero.

    “Pero mamá… yo…” dijo Leo, quien no estaba seguro si debía acatar la orden de su madre.

    “¡Solo un beso negro apasionado puede ayudar a sanar mi roto corazón!” exclamó Betty “¡Si realmente quieres ayudarme a olvidar a tu padre, pues entonces mete tu cabeza entre mis nalgas, y besa mi ano como si fuesen los labios del amor de tu vida!”

    Al principio, Leo tuvo ciertas dudas si debía o no darle un beso negro a su madre pero, al final, enterró su cara entre las nalgas de Betty, y comenzó a chuparle el culo.

    “¡Puta madre!” grito de placer la milf “¡Vamos, sigue chupando! ¡Quiero que devores mi culo como si fuese una bandeja de helado!”

    “¡Que sabroso que es!” pensó Leo, mientras chupaba el ano de su madre con gran entusiasmo.

    Leo chupo el culo de su madre hasta que está tuvo un gran orgasmo, y luego Betty se acostó boca abajo sobre la cama.

    “¡Eso fue grandioso!” exclamó Betty, con una sonrisa.

    “Entonces ¿Ya te sientes hermosa?” pregunto Leo, quien tenía una gran erección.

    “¡Aún no, pero ya casi lo logras!” exclamó ella, mientras abría sus nalgas, y le mostraba a su hijo su ano bien ensalivado “¡Solo debes meter tu verga aquí adentro, y cogerme hasta que me venga!”

    “¡Cómo mandé, señora!” exclamó Leo, mientras agarraba el inmenso culo de su madre, y besaba la nalga izquierda.

    “¿Sabes? Tu padre, en todos los años que estuvimos casados, nunca quiso tener sexo anal conmigo, pese a que yo siempre se lo pedía, porque a mí me encanta que me cojan por el culo”

    “¡Ya olvídate de papá!” exclamó Leo, mientras metía su verga dentro del culo de su madre, haciendo que está pegará un grito de dolor y de placer “¡Él es un estúpido que no supo apreciar a la bella mujer que tenía al lado suyo, pero yo le daré a tu inmenso trasero todo el amor y el semen que se merece!”

    Tras dar su declaración, Leo comenzó a coger a su madre tan fuerte como pudo, al tiempo que está mordía la sábanas de la cama y se retorcía a causa del inmenso placer que sentí.

    “¡Eso es, maldito burro pitudo de mierda!” grito Betty, mientras agitaba su culo, el cual era nalgueado por su hijo mientras se lo cogía “¡Vamos, cumple tu deber como hijo! ¡Rómpele el culo a tu madre para sanar su roto corazón!”

    “¡Cómo mandé, mi amada madre!” exclamó Leo, mientras aumentaba el ritmo de sus embestidas “¡Que suerte tengo de tener una madre tan hermosa y sexy como tú!”

    “¡Y que suerte tengo yo de tener a un hijo tan bien dotado! ¡Menos mal que no heredaste el micropene de tu padre!”

    Tras mucho sexo anal intenso, Leo, por órdenes de Betty, saco su verga del culo de su madre, y acabo en la cara de está, dejándole el rostro cubierto de espeso semen.

    “¡Eso sí que fue increíble!” exclamó Betty, mientras lamía el semen que le escurría por la cara “¡Ahora sí que me siento la mujer más hermosa del mundo!”

    “¡Y me alegra saber que te sientas de esa manera, porque realmente lo eres!” exclamó Leo, mientras se acostaba al lado de su madre.

    “¿Sabes? Creo que debería estar agradecida con tu padre porque, gracias a su infidelidad, ahora tengo a un amante mucho más joven, pitudo, y amoroso”

    “¡Es verdad! Y yo también tengo de amante a la milf más bella de la tierra” dijo Leo, con gran alegría.

    Tras limpiarle el semen de la cara, Betty regreso a la cama, y le pidió otra sección de sexo anal intenso a Leo, con acepto sin dudarlo, pues era su deber como hijo complacer a su amada madre.

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  • El felino y la curiosidad

    El felino y la curiosidad

    Tenía veinte y seis años, una figura que coleccionaba miradas y halagos, un marido celoso y un sexo deplorable, que hasta ahí desconocía.

    Cesar “el gato” Mansilla era el almacenero qué atendía la despensa mal surtida del barrio Amanecer de la ciudad de Cardona. La vida cotidiana y monótona se acentuó más con la huelga de la construcción, rubro en que se desenvolvía Rubén (mi esposo) el solo verlo todo el día mirando tv y quejándose por todo era insufrible y lo único que lo amenizaba era Maritza, la esposa del Tiño el gran amigo de mi marido.

    La nevera se fue vaciando, y las facturas de deudas engrosando, a veces mamá me ayudaba con algo pero apenas sosteníamos los servicios elementales y Rubén no quería que trabajará bajo ningún concepto. La sola idea le provocaba ira, como si fuese algo maldito, prohibido. Yo lo acate por supuesto, como siempre, aunque estaba pasando una etapa donde la desilusión era mayúscula.

    A la libreta del fiado no le cabían más números después de un mes de huelga, el resoplido del gato detrás del mostrador era audible aun antes de entrar y la vergüenza me inundaba cada vez que tenía que comprar a cuenta.

    Los días continuaban sucediendo uno tras otro como la película sin novedad en el frente, Rubén y el Tiño se iban a jugar al fútbol por las tardes como dos adolescentes y nosotras ahí hastiadas, masticando bronca quejándonos de ellos.

    Una de esas tantas tardes calurosas de Marzo, Maritza me preguntó:

    –¿Qué onda, con el gato? Mientras tragaba el último sorbo de mate.

    –¿El almacenero, decís?…. Asintió con la cabeza. –Nada, le debemos la vida… pero nada. ¿Por?

    -Ayer, me hizo un comentario y… como que me dio a entender que le gustabas. Dijo dándome el mate.

    –No, serán cosas tuyas. Argumente. La charla siguió en ese tenor, ella punzando y yo restando importancia. La verdad es que hacía un tiempo había notado cierto interés de él, era demasiado atento siempre sonriente, sacando charla, en fin había un feeling difícil de explicar, un tanto particular que yo trataba de disimular pero que al mismo tiempo me agradaba.

    El hombre traspasaba los cuarenta y era alto, debía medir más de uno ochenta, de cabello rapado y bigote espeso encima de su boca grande. Ojos azules y profundos qué parecían desnudarme cada vez que iba, desde el otro lado del mostrador. Voz gruesa que se ataviaba conmigo, y un dócil trato que no tardó en convertirse en indirecta.

    –Bienvenida a la madriguera del felino. Aviso, mostrando los dientes.

    –Ni, que fuera un roedor. Contesté casi sin pensar.

    –No. ¡¿Pero sabes cómo te como?!

    Amenazó, creo que también sin pensar. La luz del mediodía pegaba de frente, no tanto como su mirada y tiño de magia ese momento. Un calor diferente escaló por las piernas escurriéndose por la abertura de la pollera e instalándose en mi intimidad. Como no supe que decir, no dije nada. Compré lo que iba a llevar y me fui.

    Regrese 1 hora y 20 minutos después, con más calor y decisión.

    –¿Que olvidaste? Preguntó el gato leyendo un listado.

    –Mi marido se fue a jugar un partido… capaz usted quiera jugar otro. Sugerí bajando la mirada.

    Faltaban unos minutos para las dos de la tarde cuando Cesar volcó a prisa el cartel de cerrado, una cortina azul que sellaba un pasadizo lateral se abrió y engullo su humanidad y la mía tras él. Un catre rudimentario nos esperaba en la penumbra y crujió cuando me tumbe, su sonrisa ensancho el bigote. La cama sonó nuevamente y una mano desconocida y áspera hurgo por debajo de la blusa, crema. Nos besamos desesperadamente, como dos insanos qué acaban de perder la cordura y recorrimos nuestras pieles sudadas de antojo.

    Sentí los mordiscos medidos en los pezones erizándome las nalgas y las bragas desprendiéndose de mi como la cáscara de una fruta. Sentada en aquellas piernas vigorosas hundí mi mano por su cremallera y noté el pene durísimo luchando por emerger. Hubo un según de sosiego, lo suficiente para escuchar la respiraciones y despojarse de los harapos. Mi entrepierna hervía empapada cuando me senté en la punta nueva de aquél mástil poderoso y controle la caída lenta de la pelvis contra la masa musculosa. Fue incontrolable, el gato comenzó a envestir desde abajo con firmeza y me vine enseguida, y otra vez.

    Recordé a mi esposo y me vine una vez más gritando el nombre de Cesar, el crujir del catre se confundió con los gemidos de la mujer casada y las órdenes del felino qué me montaba como quería. Exhausta dormite en su pecho sintiéndome mujer más que nunca y desperté para seguir con aquel calvario divino. El tipo me hizo de todo, lo que pedí y lo que no. Fue glorioso.

    Tres meses y algo fue en lo que tardo Rubén en darse cuenta que el gato me estaba arañando y fue a reclamarle. Cesar le dijo que no me hizo nada que yo no quisiera, y era verdad. Regrese a vivir con mamá un tiempo, casi cometo el error de regresar con mi ex, estuvimos ahí en la vuelta pero él no podía olvidar y yo tampoco. Finalmente, el gato también se comió a Maritza y a otra docena de mujeres y yo me fui a la capital desde donde escribo esta anécdota.

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  • Todo por una comisión

    Todo por una comisión

    Mi esposa Rudy se desempeña en el campo de la compra y venta inmobiliaria, teniendo mucho éxito al sector norte por las cumbres de Lorena periferia a la ciudad de Bogotá.

    Este año las ventas no han estado muy bien y su jefe inmediato le ha propuesto, dada su experticia, añadir a su portafolio de propiedades unas tres casas que no se han podido vender durante meses. Rudy me contó que es una buena oportunidad para un ascenso y que se comprometería a venderlas.

    Luego de una par de semanas me llamó mi esposa en la tarde, para decirme que iba a reunirse con un cliente para conversar sobre una de las casas. Ella me contó que se reunió con un tipo llamado Esteban y su esposa, quienes buscaban una propiedad. Al revisar la información ellos quedaron fascinados y acordaron ir a conocer, sin embargo la esposa dijo que enviaría a su hermano arquitecto para que revise por menores y llegar a un acuerdo final.

    Rudy me contó que iba a mostrarles la propiedad a dos clientes hombres y eso llamó mi atención; conseguí la dirección de la casa y me propuse ir para ver si todo marcharía bien, incluso conseguí copias de las llaves en la oficina de Rudy, y luego acudí al sitio antes que llegaran ellos.

    La visita estaba planeada para las 16 h por lo que llegué unos 30 minutos antes y me escondí en los clósets de uno de los cuartos superiores. Escuché que estacionó un vehículo y pude ver a dos tipos grandes bajar del auto de Rudy, los mismos que reían con ella haciendo bromas y caminando hacía la casa.

    Entraron y se escuchaba voces, risas y pasos. Rudy les mostraba y hablaba sobre todos los aspectos de la casa. Cuando llegaron por la habitación pude notar que mi esposa estaba con un vestido entero alto que dejaba ver sus piernas y pronunciaba masivamente sus nalgas; más arriba, el descote también dejaba ver sus enormes tetas apretadas y junto con sus labios rojos y cabello recogido era una atracción para cualquier macho. Entre plática y bromas de doble sentido pude ver que los tipos le tomaban de la cintura, mano y de vez en cuando bajaban y tocaban su trasero.

    Yo me escabullí y pude ver que se quedaron en un hall del segundo piso en donde había una mini sala empotrada. Al rato, estos cabrones empezaron a seducir a mi esposa diciendo lo sexy que estaba y sobando sus penes simulando bailes y bromas. Rudy les pregunto que si les gustó la casa y Esteban respondió que necesitaría convencerlos. Rudy se bajó el cierre del vestido dejando ver un cuerpo delicioso completamente desnudo. Estos cerdos estaban a mil y su miradas se clavaron en las tetas y la vagina depilada de mi esposa. No esperaron más y empezaron a desnudarse de una manera frenética mientras Rudy empezó a sobarse el clítoris acostada en el sofá.

    Estos cabrones la hicieron colocar de rodillas, y ella empezó a mamarles la verga de arriba hacia abajo, tomándola del cabello y provocando arcadas con cada embestida. Rudy al ver que esos penes ya estaban bien erectos se levantó y se puso en cuatro patas en el sofá a lo que Esteban se acercó y escupió el culo de la mujer para empezar una lamida de ojete brutal. Este cerdo lamía y metía su lengua en el ano de Rudy mientras le sobaba el clítoris. El cuñado arquitecto se acostó en el sofá y empezó a masturbarse mientras veía esa escena, para luego Rudy acercarse y lamer su pene mientras recibía lengua de Esteban.

    Tras un par de minutos, Rudy fue por el cuñado y subiéndose en su pene empezó a cabalgarlo de manera suave hasta acomodar todo ese pedazo de carne. Empezaron las embestidas y en cada una de ellas Rudy cerraba los ojos mordisqueaba sus labios mientras el macho se aprovechaba succionando sus tetas. En un momento Rudy miró hacia atrás y se percató que Esteban estaba masturbándose con la mirada clavada en sus nalgas y espalda… ella se escupió la mano y la dirigió hacia su ojete llamando al otro cerdo para que la empalara.

    Esteban se acercó y colocó su pene en la entrada del orto de Rudy. Su cuñado paró un momento y Esteban empezó a meter el chorizo en medio de las nalgas de mi esposa; cuando ya todo entró empezaron a moverse ambos machos lentamente.

    Yo estaba a mil y ni me di cuenta que tenía mi verga erecta y saliendo gotas de semen… Me la estaba jalando mientras veía todo ese espectáculo. Tras unos minutos, alcé nuevamente la mirada y vi a Rudy meneándose para adelante y hacia atrás de manera frenética; esta puta estaba clavándose las dos vergas mientras éstos cerdos disfrutaban de sus jugos; podía ver como terminaba una y otra vez lanzando sus líquidos hacia este par de cabrones. Tras unos minutos ella empezó a suplicar que terminen porque no daba más.

    Al cuñado que le cabalgaba por la chepa le dijo que por favor la dejara preñada, que la deje con todo su semen adentro. Este puerco empezó a darle más duro tomando sus caderas y mordiendo sus pezones; Rudy volteó hacia Esteban quién perforaba con todo su ojete le dijo que quiere sus entrañas llenas de semen… Así estos tres cerdos empezaron a moverse fuerte hasta que Rudy empezó a gritar y los cabrones sudando y meneando sus cuerpos dejaban todo su esperma en los huecos de mi esposa.

    Se incorporaron y sacudiéndose la verga le dijeron a Rudy que haga los papeles. Se vistieron y salieron de la casa dejándola completamente abierta tirada en el sofá… Tras unos minutos mi esposa me dice que ya puedo salir. Yo me quedé perplejo y ella insistió en que yo salga. Al exponerme me acerqué a ella y vi su vagina y ojete goteando leche.

    Ella me dijo que quería ser usada por esos puercos y me tomó de la verga abriendo sus piernas para que la penetre; así lo hice y empezamos a coger de una manera salvaje y deliciosa; luego la puse en cuatro y verifique que su ano estaba abierto y estaba listo para otro pene…, tras unos momentos me ordenó que me acueste en el sofá y se puso en posición 69. No lo vi llegar, pero terminé lamiendo su vagina y ojete dilatados escurriendo del semen de ese par de machos. La verdad me lleno mi cara de semen y fluidos hasta que me volteé y le clave el pene en su orto hasta que empecé a darle toda mi leche que tenía desde que empezó la sesión de sexo y lujuria.

    Después de unos minutos la tomé y fuimos a ducharnos juntos, para luego regresar a casa. En el camino ella me dijo que supuso que yo iba a estar allí porque no encontró la copia de las llaves de esa casa. Le pregunté si se culea a cada cliente y me dijo que era la primera vez, aunque yo creo que ya lo ha realizado otras veces en que ha llegado a casa con la vagina y el ojete inflamados.

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