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  • Un intenso encuentro

    Un intenso encuentro

    —Estaba loca porque entraras. Llevo toda la tarde esperándote.

    —Acabo de llegar. Ni me ha dado tiempo de soltar las llaves. Pero aquí me tienes.

    —Llevo mucho rato pensando en ti, lo sabes, ¿no? Esto de trabajar en el ordenador es demasiado aburrido. Pensar en ti… es mucho más motivador.

    —Yo también me he estado acordando de ti. Más de lo que crees.

    —¿Ah sí? ¿Cómo de más?

    —Bueno, de camino a casa, en el coche, se me ha puesto dura pensando en nosotros y en lo que íbamos a hacer cuando nos viéramos.

    —Interesante… ¿Le das tú a la cámara?

    —Ok. Ya está. Acepta

    —Ya acepté. Perfecto. Jeje, ¡hola! Oye, qué guapo estás, qué bien te queda la camisa esa.

    —Lo sé, jeje. Ya ves, uno, que tiene sus pequeños encantos.

    —Bueno, yo no hablaría de encantos pequeños, precisamente…

    —Jejeje. Eso seguro. Estás preciosa. Qué bien te sienta el pelo recogido. Y esta cámara te hace tanta justicia…

    —No tanta como tus manos

    —Ufff, ya quisiera yo tenerte aquí ahora mismo y poder acariciarte entera y quitarte esa blusa blanca que llevas. Por cierto, ¿es nueva?

    —Sí

    —Qué tetas tienes, dios mío, qué ganas de arrancarte la ropa de cuajo y llevarte directa al sofá, o a la cama, o a la mesa, o…

    —Eyyy, pero bueno, sí que venías tú con ganas, ¿eh?

    —No tienes ni idea. Esto se me está haciendo demasiado largo. Me muero por volver y estar contigo.

    —Y yo. Pero bueno, mientras, esto no está del todo mal, ¿no?

    —No está nada mal. Y qué pena que no me funcione bien el micro.

    —Bueno, a mí me funciona bien.

    —Con eso basta. Madre mía, qué cuerpazo tienes. Me encanta cuanto haces eso.

    —Pero si sólo me he puesto de pie…

    —Qué mona eres haciéndote la inocente… Date la vuelta. Cómo echo de menos ese culo, Adri. Cómo lo echo de menos. Súbetela un poco, sí. Ayy… ese abdomen… Uff… qué ganas de follarte, Adri… ¡Ey! ¿Qué suena? Jejeje, sabes que me encanta esa canción… In a Little while… surely you´ll be mine… In a Little while I´ll be there… Joder, cuánto hace que no follamos con U2 de fondo, ¿eh?

    —Demasiado. Pero aquí está. Exclusivamente para ti. Para nosotros. Sabes que esta siempre la bailo cuando estoy sola.

    —Sí… jeje, me hace gracia verte así, sólo el cuerpo. Ve un poco hacia atrás para verte entera…

    —Shhh… ahora sólo escucha… y mira.

    —Ufff. Pero qué buena estás. Y cómo te mueves… joder, qué ganas de tenerte encima con esas caderas… Esoo, arráncate la camisa, igual que yo te haría… Ufff, la tengo durísima Adri, la tengo durísima. Me estás poniendo fatal…

    —Te estoy poniendo genial. Me ponía muy cachonda imaginar este momento, hacerte una especie de striptease… ¿Te gusta el sujetador?

    —Síii… Pero qué buena estásss, Dios, qué tetas tienes… qué ganas de lamértelas, de mordértelas, de amasártelas con las dos manos mientras me sientes la polla dura contra ti…

    —Pídemelo y me lo quitaré.

    —Quítatelo, por favor. Quiero verte las tetas. Ufff… mi madre, pero cómo te mueves… Se me olvida lo bien que bailas. Lo bien que me bailas…

    —Quítate la camisa

    —Ok. Así está mejor. Mi cuerpo se muere por ti. ¿Lo ves?

    —Qué bien te sienta la polla así de grande bajo el pantalón.

    —Qué bien le sientas tú a mi polla.

    —Me pone muy cachonda verte así. Baja un poco la cam. Así… uf, ¡mucho mejor!

    —Sí. ¿Llevas tanga?

    —No sé, espera a ver qué hay por aquí para ti…

    —Ufff, qué tira tan fina… por Diosss, anda, bájate los vaqueros. Así… pero qué culo tienes mi niña, qué culo tienes… y ese tanga… para matar a cualquiera. ¿Tú te has visto? ¿Te has mirado bien? ¿Te das cuenta de lo que cualquier tío moriría por tener entre sus manos un culo como el tuyo? ¿Que cualquiera agarraría ese tanga entre los dientes y lo haría pedazos para luego lamerte entera y follarte como te mereces? Ufff…

    —Vaya, vaya… Despídete del tanguita

    —Síii…. adiós… gracias… ufff… Adriii

    —Estoy muy mojada. Enséñamela, anda…

    —Mírala. Mira lo cachondo que estoy por tu culpa…

    —¡Pero quítate el bóxer, Fer!

    —¿No te gusta?

    —Nada de nada…

    —Bueno, entonces tendré que quitármelo…

    —Joder, sí que la tienes tiesa, me está apuntando a mí

    —Te apunta a la boca

    —Ya me gustaría chupártela, ya… lamértela desde los huevos hasta la punta. Metérmela entera en la boca y luego masajearte el frenillo y el glande con los dedos y la lengua, como sabes que me sale tan bien.

    —Ufff… me correría en nada…

    —Y me lo tragaría todo… Mira qué húmeda estoy, mira.

    —Dios… qué coño tienes Adri, cómo me gusta cuando te abres así de piernas… toda para mí… y verte de frente…

    —Mmmmm

    —Métetelos Adri, juega con ellos dentro. Imagina que es mi polla la que entra. Dios, me siento a punto de estallar. Qué buena estás joder, qué visión tengo desde aquí. Bájate un poco más. Quiero verte la cara. Así. Es perfecto. Eres perfecta. Aghhh, verte la boca, las tetas, y jugar así con los dedos… Diosss…

    —Quiero mojarte, Fer. Estoy tan empapada… Ufff… Ohhh

    —Joder. Oírte gemir es tan… tan… ahhh

    —Siénteme, mastúrbate imaginando mis tetas en tu cara, mi lengua en tu cuello, en tus pezones, en tu barriga, en tus huevos. ¿Lo sientes? Mi cuerpo sólo para ti…

    —Joderrrr

    —Me vuelves loca, incluso desde ahí. Me vuelves loca… Qué polla tienes cabrón. La quiero dentro entera. La quiero… ahhh… sííii… ufff…

    —Qué ganas tenía de esto

    —Siii…

    —Ohg, qué cuerpazo tienes, Adri. Ese cuerpazo se merece que lo follen como Dios manda. ¿Entiendes? Que te follen bien, por todos lados, como a una verdadera puta.

    —¿Estás cachondo, mi amor, estás muy cachondo?

    —Y tanto… me estás matando Adri, estoy a punto de correrme…

    —Me muero porque te corras dentro de mí. Dios, estoy tan empapada que te resbalarías

    —Siii ufff, Adriana, Adriana…

    —Joder, aghhh, qué polla tienes. Los dedos no son lo mismo, Fer, yo quiero tu pollaaa

    —Así, dale, dale, dale más rápido, ufff, quiero ver cómo te corres para mí, cómo eres una puta. Eres una puta, Adri. La más puta de todas. Así. Date la vuelta. Quiero verte el culo. Quiero verte el culo de cerca y cómo te sacas y metes los dedos. Venga, dale…

    —Ohhh, síii, Ferrr… estoy tan caliente…

    —Ahggg, ahggg, cabrona, cómo te mueves. Qué culazo tienes, diossss, estás ardiendo, ¿eh? Debes estar ardiendo, puta… ohhh estoy a punto de correrme…

    —Córrete. Quiero ver cómo te corres. Córrete, mírame las tetas, así, de frente, mira lo salida que estoy por tu culpa. Quiero mamártela, Fer, y que te corras en mi boca. Córrete…

    —Ufff… me voyyy…. ahhghgg

    —Diosss… ohh, sí, Fer, síii… me encantasss, me encantaaas.

    —Ufff… Adriana… joder… increíble… ufff… Sí, sigue, sigue… Fóllate, fóllate con los dedos. Imagina mi lengua, mi polla, mi peso sobre ti. Tus piernas en mis hombros, mi polla hasta el fondo, cómo te meto sólo la punta para luego metértela entera y oírte gemir así…

    —Oh, Ufff

    —Así, sigue, sigue, sigue. Joder, qué cachondo me pone oírte gemir así…

    —Fer… Feeer

    —Te vas a correr, Adri, te vas a correr, puta.

    —Sí… Aagh, síii, Feeer…

    —Ufff, Adri…

    —Fer

    —Dime

    —Nada

    —Dime

    —Eso

    —Qué

    —Gracias

    —Uf, gracias a ti, Adri.

    —Te quiero.

    —Y yo. Eres increíble.

    —Oye

    —Dime

    —¿Y ahora cómo sigo yo trabajando?

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  • Con ella en el probador

    Con ella en el probador

    No hay nada más maravilloso que pasear por unos grandes almacenes observando a las mujeres, con algo que me palpita debajo de la falda. Aunque es un lugar apropiado para toda clase de fantasías lujuriosas, nunca imaginé que podría materializarlas. Pero después de la bestial experiencia que tuve la semana pasada – y cuando digo bestial no exagero- he decidido que “nunca diré nunca jamás”. Yo estaba muy cachonda y recorría los departamentos buscando un regalo de cumpleaños para una compañera de trabajo, con la que he tenido alguna que otra aventurilla. Como guiada por no se sabe qué llegué a la sección de ropa interior femenina.

    Mi rajita despertó de su letargo impulsada por la visión de varias chicas muy atractivas, que paseaban indolentes entre los expositores. Me fijé en ellas porque yo era la única clienta que andaba por allí.

    Buscando la salida, pasé por delante de una hilera de probadores, y en un espejo triple vi claramente reflejados mis pezones endurecidos, pidiendo guerra. Sobresaltada, me di la vuelta y fui a tropezarme con una chica muy atractiva que se probaba un vestido de noche. Mis disculpas fueron a cogidas con una cálida sonrisa. Una imponente melena rubia le caía en cascada por la espalda. Tenía el cuerpo estilizado y unas piernas perfectas, que encajaban maravillosamente en el vestido.

    Me quedé con la boca abierta cuando ella dio una vuelta completa delante de mí. “¿Qué opinas cielo?, ¿cómo me queda?” me preguntó moviéndose como un maniquí. Murmuré algo de que era fabuloso, pero me gustaba más lo que escondía. Para agradecerme el cumplido me rozó el brazo con el suyo y la erección de mis pezones alcanzó un punto sin retorno. Notaba las braguitas húmedas y la rajita me palpitaba. El corazón me iba a mil por hora…

    Tratando de quitar leña al fuego, aquella chica me hizo un guiño y sonrió de forma muy seductora. A continuación se giró de espaldas para mostrarme la parte trasera del vestido, y también su precioso culo. Todavía de cara al espejo, giró la cabeza y unos mechones de su rubia melena le cayeron sobre la cara. “Necesitaría que me ayudaras a desabrocharme esto”, dijo entonces. Seguí su vibrante y sedoso culo hasta el probador. Por suerte estábamos en la sección más pija, donde sólo unos pocos privilegiados pueden permitirse el lujo de comprar, y nos encontrábamos prácticamente solas.

    Ella miró furtivamente al interior para asegurarse de que no había nadie y yo hice lo mismo hacia la tienda para comprobar que no hubiera ninguna dependienta al acecho. Entonces me hizo señas para que la siguiera al interior de uno de los cubículos. Cerré la puerta con pestillo y al darse la vuelta vi una sonrisa cálida e invitadora en sus jugosos labios.

    Cuando nuestras bocas se unieron suspiré y me deleité con el delicioso sabor de su lengua en la mía. Tras un prolongado morreo, mis manos empezaron a explorar su anatomía. Ella me desabrochó la blusa y me bajó el sujetador para liberar mis pezones, duros y erectos. La abrí el vestido y al bajárselo, quedó al descubierto un precioso conjunto de sujetador y tanga de encaje negro. Nos besamos apasionadamente y aproveché el abrazo para quitarle el sujetador.

    Ella hizo lo propio con el mío. Tenía las tetas grandes y suculentas, que empecé a chupar sin perder ni un segundo, mientras ella me acariciaba el pubis, acercándose a mi coño. Al notar la humedad de mi lengua en sus pezones gimió de gusto. Mi coño mojaba sus manos que me tocaban de manera experta y deliciosa mientras yo buscaba el centro neurálgico de su lujuria. Tenía el tanga mojado y se las quité con ímpetu para descubrir un encantador chochito, con el vello perfectamente recortado.

    “Tenía una cosa en mente” me dijo mientras yo me arrodillaba. De su bolso sacó un tubo de crema y dijo: “Tengo el periodo cielo, pero estaba pensando que si quieres podías comerme el culo”. Se inclinó hacia delante y puso un pie encima de la banqueta, lo que me daba acceso directo, no solo a su chochito, sino también a su ano rosado. Me arrodillé y se lo besé, dándole lengüetazos y disfrutando del aroma que me embriagaba el olfato. Apliqué una buena dosis de crema al agujero. Inmediatamente me tendió su mano con un consolador enorme. Lo tomé en mis manos y me incorporé para poder follarle el culo.

    Tanteé unos instantes su culo antes de endiñarle aquel pedazo pepino, duro como el acero en su desconocida cueva. Reprimió un grito al advertir la penetración. Descansamos un momento para esperar a que su recto se acostumbrara al tamaño de la enorme polla. Despacio lo saqué a medio camino hasta que sus manos tiraron de mis manos para que lo volviera a meter en su lubricado culo. Lo tenía tan apretado que costaba mucho metérsela. La estuve dando placer un par de minutos hasta que se levantó y se sentó para compensarme metiendo su cabeza entre mis piernas.

    Deslizando los labios desde mi vientre descendió hasta mi coño, sediento de placer que palpitaba con frenesí, aspirando todo mi olor de hembra en celo, su boca se pegó a mi coño y lo absorbió. Su lengua entraba y salía de mí, mientras yo gemía como una loca. Apretó mi clítoris con sus labios y lo sujetó con firmeza. Un brinco mío le indicó que me gustaba. Su boca, sus labios y su lengua estaban allí comiéndome por completo.

    Yo estaba a punto de correrme y sujeté su cabeza con mis manos para atraerla más hacia mi cuerpo. Dos de sus dedos entraron en acción para meterse dentro de mí y los metió profundamente de forma tal que quedasen con el movimiento hacia el punto interior de más placer. Allí dentro sus dedos se movían con frenesí, mientras su lengua acariciaba mi clítoris. El orgasmo no tardó mucho en llegar y entre un gemido, casi aullido, y un espasmo, hizo que me corriera en su boca.

    Mis jugos estaban en su cara, mi aroma a sexo en su piel y todavía sus dedos se movían dentro para exprimir las últimas oleadas de placer que quedaban en mi cuerpo.

    Aunque nuestros gemidos quedaban ahogados por las gruesas paredes de madera del probador, pensamos que cualquiera podía haber oído la conmoción. Nos vestimos a toda prisa y antes de salir comprobamos que no hubiera nadie.

    Ella se fue y yo me fui hacia el otro lado sin mirar atrás.

    Fui un par de veces más a la tienda para ver si la encontraba, y a la segunda hubo suerte. Hemos repetido nuestra experiencia varias veces, aunque no en un lugar público. Mi casa o un hotel nos sirven para practicar un sexo fenomenal.

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  • Seducida por el verdulero (2)

    Seducida por el verdulero (2)

    Llegué al pueblo pasada la una de la tarde, con el sol brillando implacable. Frené frente a la casa de Ángela… y me sorprendí, aunque sin sentirme intimidada.

    Era enorme. Una casa blanca, de dos plantas, con columnas en el frente y un jardín prolijamente podado, salpicado de rosales y jazmines. Parecía salida de una revista de decoración.

    Toqué timbre y enseguida apareció Ángela, radiante, vestida con un short de jean, remera blanca y el pelo suelto.

    —¡Alma! —gritó, abrazándome—. ¡Qué felicidad verte acá!

    —¡Pero vos me dijiste que vivías en un pueblito! ¡Esto es una mansión!

    Ella soltó una carcajada.

    —Bueno… es un pueblito, pero no soy pobre, boluda.

    —¡Me estuviste mintiendo todos estos años!

    —No es que te mintiera… solo que no es lo primero que le cuento a todo el mundo. Acá mi familia es bastante conocida, y viste cómo es la gente… prefiero que en la ciudad me conozcan por mí, no por mi apellido.

    —Ah, mirá vos… la señora con apellido ilustre —dije, sonriendo, divertida.

    —Bueno, tampoco exageres —dijo Ángela, aunque inflando el pecho de orgullo—. Pasá, dale.

    Caminamos por un hall con piso de mármol, cuadros antiguos y techos altísimos. Yo observaba todo con curiosidad, aunque acostumbrada a ambientes elegantes.

    —¿Y cómo terminaste de secretaria mía, reina? —le pregunté, mientras subíamos una imponente escalera de madera.

    —¡Ay, Alma! —soltó ella, divertida—. Justamente porque quería trabajar y ser independiente. Y además… ¡sos mi mejor amiga! El trabajo en tu estudio me encanta. Me dejás ser yo misma… y me pagás bien, maldita.

    —Bueno, eso sí… —dije, sonriendo—. Pero igual, ¡esto es impresionante!

    Ángela me abrazó otra vez.

    —Tranquila. Acá sos de la familia, ¿sabés? Esta es tu casa estos cuatro días.

    Me mostró mi cuarto: enorme, luminoso, con un ventanal que daba a un parque verde. Me senté en la cama, repasando mentalmente lo bien que Ángela había logrado combinar la comodidad de su pueblo con ciertos lujos.

    —Bueno, doña heredera… ¿qué me espera hoy?

    —¡Día de chicas! —gritó Ángela—. Y nada de maridos. Hoy somos seis: vos, yo, Sofía, Caro, Natalia y Lili. Ninguna se salva de contar algo picante… menos vos.

    —¡Ni lo sueñes! —protesté enseguida—. Mis secretos se vienen conmigo a la tumba.

    Ángela se cruzó de brazos.

    —Ya veremos, Alma… ya veremos…

    La noche de chicas arrancó en el quincho con risas, música, luces tenues y vasos que no paraban de llenarse. Había una mesa larga rebalsando de picadas, champagne, vino rosado y un licor de frutas casero que hacía estragos.

    Estábamos las seis: Ángela, Sofía, Caro, Natalia, Lili y yo. Yo había arrancado un poco tensa, con ese aire de “yo no vine a esto”, pero entre el alcohol y el cariño de ellas, me fui soltando.

    —¿Y vos te acordás del tipo ese con el arito en el ombligo? —decía Lili, muerta de risa—. ¡Se lo sacó en plena previa porque decía que lo distraía! ¿Quién se distrae por su propio ombligo?

    —¡A mí me distrajo a mí! —saltó Caro—. ¡Tenía el abdomen marcado como tabla de lavar!

    —¡Y otra cosa marcada! —agregó Sofía, con una ceja levantada.

    Estallamos todas en carcajadas. Yo agarré la copa y brindé:

    —Por los abdominales ajenos… y las malas decisiones.

    —¡Eso! —dijeron todas, chocando vasos.

    —Che, Alma —dijo Natalia, mirándome de reojo—. ¿Vos nunca hiciste una locura? Digo, así… bien caliente, bien impulsiva.

    —Depende qué llames “locura” —respondí, con una sonrisa ladeada.

    —Algo tipo… no pensarlo mucho. Dejarte llevar. Un rapidito en un ascensor, una escapada de oficina, algo así.

    Ángela me miraba desde su copa, sabiendo demasiado.

    —Vamos, Alma —dijo Lili—. Vos tenés pinta de señora elegante, pero estoy segura que por dentro sos una bomba.

    —Ay, chicas… no sé si quiero contar nada. No me vayan a perder el respeto —dije, en broma, cruzándome de piernas con teatralidad.

    —¡Demasiado tarde! —dijo Sofía—. Después de lo que contó Caro, ya no hay marcha atrás.

    —¡Bueno! —dije, levantando las manos—. Confieso algo si todas confiesan también. Pero confesión real, no esa pavada del chongo con arito.

    —¡Eh! ¡Mi chongo tenía sentimientos! —protestó Lili, entre risas.

    —Dale —dijo Ángela—. Empieza vos.

    Respiré hondo, jugueteando con mi copa.

    —Hubo una vez… hace un tiempo. Estaba con mi esposo, y nos invitaron a una boda en un hotel divino. Terminé llevándolo al baño del salón durante el vals y… bueno, casi nos descubren. Fue un escándalo.

    —¡¿En pleno vals?! —gritó Natalia.

    —¡Con la novia bailando al fondo y ustedes…! —Caro se tapó la boca de la risa.

    —Mi vestido tenía la espalda abierta —dije, sonriendo con picardía—. Y él siempre tuvo una debilidad por mi espalda.

    —No, no. ¡Esto se está poniendo interesante! —dijo Lili, sirviendo más licor.

    —¿Y ahora? —preguntó Sofía—. ¿Todavía seguís así con tu marido?

    Me acomodé en el sillón, pensativa.

    —Digamos que… hay días mejores que otros. Pero sí, todavía hay deseo. A veces se esconde, pero está.

    —O sea que no está muerto —dijo Caro.

    —No. Pero a veces está dormido. Muy dormido.

    Ángela me miró con una sonrisa cómplice, sin decir nada.

    —¿Y no pensás despertarlo un poquito? —preguntó Natalia.

    —Con una buena sacudida, tal vez —acotó Lili.

    Reímos todas. Yo también. Me sentía libre, entre mujeres que no me juzgaban.

    —Mirá —dije, alzando la copa—. Mientras no me despierten a mí de golpe, todo está bajo control.

    —¡Salud por eso! —gritaron todas.

    Nos quedamos ahí un rato más, hablando de exs, de deseos, de hombres que sabían y no sabían tocar, de lo que se guarda y lo que no. Fue una noche de complicidad absoluta, sin filtros ni tensiones.

    Yo no conté lo que realmente me hervía por dentro —ni sobre los mensajes, ni sobre José, ni sobre las noches en vela. Pero por primera vez en mucho tiempo, me sentí relajada. Liviana. Y con ganas de más.

    El domingo amaneció despejado y caluroso. Bajé a desayunar y encontré a Ángela corriendo por toda la casa.

    —¡Alma! Mil perdones… hoy estoy hasta las manos con los preparativos para la fiesta. Entre el catering, los músicos y los invitados… ¡me quiero matar!

    —Tranquila. ¿Querés que te ayude?

    —No, no. ¡Te vas a aburrir! Mejor andá a dar una vuelta… José te puede mostrar el pueblo.

    —¿José? —pregunté, tratando de sonar indiferente.

    —¡Sí! Él se ofreció. Es un amor. Además… no seas antipática, se nota que le gustás.

    —Ángela… ¡no empieces!

    —¡Dale, Alma! No seas amargada. Total… solo es un paseo.

    José me pasó a buscar en su camioneta. Venía con una remera limpia, camisa arriba, perfumado. Me costó reconocerlo sin la tierra en las uñas.

    —Buen día, Alma —dijo él, mirándome de arriba abajo—. Hoy estás preciosa.

    —Gracias… —dije, incómoda, bajando la mirada.

    Subí a la camioneta, intentando mantener distancia. Pero apenas arrancó, me miró con media sonrisa.

    —¿Sabe que la ciudad le endurece a uno el corazón? Acá la gente es distinta. Más sincera.

    —¿Sincera como vos? —pregunté, en tono burlón.

    —Yo soy sincero, Alma. Vos me gustás, ¿qué querés que haga?

    Suspiré.

    —José… no me compliques la vida.

    —No quiero complicarte nada —dijo, más serio de lo habitual—. Hoy solo te quiero mostrar mi pueblo.

    Me callé. Algo en su tono me desarmó un poco.

    Me llevó al río, a la plaza central, me mostró la iglesia, los puestos de artesanías. José saludaba a todo el mundo. Cada tanto me miraba de reojo.

    —¿Sabés lo que más me gusta de este lugar? —preguntó, mientras me acompañaba por un sendero arbolado.

    —¿Qué?

    —Que todo está lleno de secretos. Acá la gente se cree que se conoce… pero nadie sabe nada de nadie.

    —Eso pasa en todos lados, José.

    Él me miró con una seriedad que me descolocó.

    —No. En la ciudad, la gente es más hipócrita. Acá… cuando uno se calienta por alguien… se nota.

    Me quedé mirándolo, sin saber qué contestar. Él se inclinó, recogió una ramita y empezó a jugar con ella entre los dedos.

    —No me mires así —dije, finalmente.

    —¿Así cómo?

    —Como si estuvieras por comerme viva.

    Él se rio bajito.

    —¿Y si quisiera?

    —No es una buena idea —respondí, aunque la voz me salió más suave de lo que quería.

    Al atardecer, José me llevó de regreso a la casa. Se detuvo frente a la verja y bajó para abrirme la puerta de la camioneta.

    —¿La pasaste bien? —preguntó, mirándome a los ojos.

    —Sí… demasiado bien —admití.

    —Entonces… no me digas que no vale la pena arriesgarse un poquito —dijo, en voz baja.

    Me quedé callada, con el corazón latiéndome en la garganta.

    —Buenas noches, Alma —dijo finalmente, inclinándose hacia mí. Por un segundo pensé que me iba a besar. Pero solo me rozó la mejilla con sus labios, apenas un roce cálido.

    —Buenas noches, José… —dije, temblando un poco.

    Esa noche me acosté en el cuarto de invitados, con el aroma a jazmines colándose por la ventana. Me metí bajo las sábanas, con el pulso acelerado.

    No pasó nada. No hubo besos ni caricias. Pero me di cuenta de algo mientras cerraba los ojos: el lado tierno y amable de José me había excitado casi tanto como su descaro.

    Y lo peor es que ya no estaba tan segura de querer seguir resistiéndome.

    Llegó la noche de la cena y el ambiente estaba cargado de perfumes, risas y el ruido de cubiertos sobre vajilla elegante. Las mesas estaban dispuestas alrededor del enorme salón iluminado con lámparas de cristal. Había familiares de Ángela, vecinos del pueblo, amigos, y gente que yo apenas conocía.

    Me vestí con algo discreto, sabiendo que todavía faltaba la fiesta después. Elegí un vestido midi color marfil, de tela liviana y caída suave, con mangas tres cuartos y un leve escote en “V”. No era pegado al cuerpo, pero aun así mis curvas se insinuaban inevitablemente, sobre todo cuando me movía. Mi culo y mis tetas parecían querer asomarse siempre, aunque yo intentara disimularlo. Es que por más holgado que fuera el vestido, había algo en mi figura que siempre atraía miradas.

    —¡Estás hermosa! —me dijo Ángela cuando me vio bajar las escaleras.

    —¿No es muy sencillo? —pregunté, ajustándome los aros de perlas.

    —Sos Alma —dijo, rodando los ojos—. Aunque vinieras en jogging, brillarías igual.

    En la mesa, nos sentamos todas las chicas juntas: Ángela, Lili, Caro, Natalia, Sofía y yo. Entre nosotras, las risas no faltaban, pero nos comportamos bastante bien, considerando que estábamos rodeadas de tías, abuelos y padres. Hablamos de pavadas, brindamos varias veces y fingimos ser santas.

    —¿Y esa cara de buena, Alma? —me susurró Lili—. Parecés una monjita… salvo por ese escote que me distrae.

    —Callate —dije, riéndome—. Todavía falta la segunda parte de la noche.

    Cenamos pastas caseras, carnes, y un postre exquisito que Ángela había encargado especialmente. Todo transcurrió en orden. Ninguna insinuación, ningún comentario subido de tono. Parecíamos un grupo de señoras respetables.

    Pero por debajo, todas sabíamos que la verdadera noche empezaba después.

    Terminado el café y los brindis, subimos a cambiarnos para la fiesta. Las chicas estaban excitadas como adolescentes, corriendo de un lado a otro, probándose vestidos, zapatos, pintalabios.

    Yo elegí algo completamente distinto para la segunda parte de la noche. Quería verme más atrevida, más segura. Y, sobre todo, quería sentirme deseada.

    Me puse un vestido negro, corto, de tela satinada, con breteles finos y un escote pronunciado que realzaba el pecho. La falda ajustada abrazaba mis caderas, marcando cada curva. El largo apenas me llegaba a mitad de muslo. Me pinté los labios de rojo intenso y me solté el pelo.

    Cuando bajé, Ángela se quedó con la boca abierta.

    —¡No podés salir así, Alma! —exclamó, tapándose la boca—. ¡Nos van a matar los hombres del pueblo!

    —Yo solo me visto para mí —dije, sonriendo, mientras me acomodaba el vestido sobre las caderas.

    —Sí, claro —dijo Lili, pasando detrás mío y dándome un cachetazo suave en la cola—. Para vos… y para que medio pueblo se quede babeando.

    Entramos juntas al salón de fiestas. Las luces ya estaban bajas, la música sonaba con ritmo envolvente. Apenas cruzamos la puerta, se notó la tensión masculina en el aire. Varias cabezas se giraron hacia nosotras. Yo me sentí desnuda bajo esas miradas, pero a la vez me recorría un cosquilleo delicioso por la piel.

    —Te están comiendo viva —me susurró Ángela, pegada a mi oído.

    —Exagerás —contesté, aunque sabía que no.

    —¡Alma! —gritó Sofía—. ¡A bailar!

    Nos lanzamos a la pista. Nosotras seis formamos un grupo compacto, riéndonos, bailando juntas, rozándonos mientras seguíamos el ritmo de la música. Era un mar de luces y cuerpos que se movían. Yo me sentía poderosa, deseada, viva.

    Cada vez que giraba, sentía miradas clavadas en mi trasero o en el escote. El calor subía. La música retumbaba en mis costillas. Y aunque intentaba concentrarme solo en el baile, no podía evitar que ciertos ojos oscuros me buscaran entre la multitud.

    Pero de eso… todavía no quería pensar.

    Por ahora, solo estaba ahí, con mis amigas, sintiéndome hermosa. Y sabiendo que la noche recién estaba empezando.

    La música se había vuelto cada vez más atrevida a medida que la madrugada avanzaba. El salón entero parecía vibrar al ritmo de luces de colores, tragos y risas. Alma seguía bailando con sus amigas, riéndose, los cuerpos pegados, las caderas moviéndose al compás del reggaetón.

    Pero una a una, las chicas comenzaron a dispersarse. Algunas se iban con parejas, otras con algún amante improvisado de la noche. Y para cuando Alma quiso darse cuenta, estaba sola en medio de la pista, sudada, con la respiración agitada y una sensación ardiente entre las piernas.

    Fue entonces cuando sintió que alguien se acercaba por detrás. Un aroma a colonia masculina y a campo la envolvió.

    —¿Bailamos? —dijo José, muy cerca de su oído, con la voz grave.

    Alma dio un respingo, giró para encararlo. Él estaba impecable, camisa entallada blanca, los brazos tensos bajo la tela.

    —No sé si es buena idea… —dijo ella, mordiéndose el labio, aunque sus caderas seguían marcando el ritmo de la música.

    —Claro que es buena idea —contestó él, y puso las manos en su cintura.

    Por un segundo, Alma se quedó rígida. Pero el bajo profundo de la canción vibró en el piso, en su vientre, y terminó entregándose. Levantó los brazos, dejó que él se acercara.

    Empezaron a bailar. Al principio, separados, jugando. Pero la música subió de tono, y José fue acortando la distancia. Sus cuerpos terminaron pegados, pecho contra pecho. Ella podía sentirle el calor, el pulso acelerado, y un bulto duro presionando contra su vientre.

    —Estás hermosa esta noche, Alma —murmuró José, rozándole la oreja con los labios.

    —Decíselo a las otras veinte mujeres que te deben estar mirando —contestó ella, fingiendo desinterés, aunque su voz tembló.

    —Las otras no me importan —replicó él—. Desde la primera vez que te vi, supe que iba a ser con vos.

    Alma tragó saliva. No quería ceder… pero ya lo estaba haciendo. Una canción nueva empezó: reggaetón lento, con un ritmo marcado y letras descaradas. José pegó aún más su pelvis contra la de ella.

    Alma ahogó un gemido cuando sintió la presión firme de su erección. Se miraron a los ojos, respirando agitados. Él empezó a mover la cadera, lento, frotándose contra ella sin disimulo.

    Ella lo imitó. Subió las manos a su cuello. Sus pechos se aplastaron contra el torso de José. Sentía cómo sus pezones se endurecían bajo el vestido ajustado. Todo alrededor era gente bailando igual, o peor. Nadie parecía mirar.

    —Te voy a volver loca —le dijo José, sujetándola de la cintura, pegándola aún más.

    —Shh… callate —susurró ella—. Me vas a meter en un quilombo.

    —Ya estás metida… —le contestó él.

    La música subió de intensidad, y Alma se rindió. Se giró, dándole la espalda, y empezó a mover las caderas contra la pelvis de José, que la sujetó fuerte de la cintura. Él bajó una mano a su vientre y, sin vergüenza, la rozó peligrosamente cerca de su entrepierna.

    Ella jadeó, apoyando la cabeza sobre su hombro.

    —Vámonos de acá —dijo José, voz ronca.

    —¿Adónde? —preguntó Alma, aunque ya sabía la respuesta.

    —A donde no nos vea nadie.

    Alma lo tomó de la mano y lo sacó del salón, entre la multitud. El corazón le latía con fuerza, la piel ardía. Recorrieron un pasillo oscuro hasta llegar a un rincón medio desierto, entre dos paredes. Allí, Alma lo empujó suavemente contra el muro.

    —Te odio… —le dijo, aunque estaba temblando de deseo.

    José sonrió apenas.

    —Mentís para protegerte.

    Ella lo besó. Al principio suave, pero enseguida se hizo urgente. José la sostuvo del rostro, luego bajó las manos, apretándole las caderas, subiéndole el vestido por la parte trasera para palparle las nalgas desnudas bajo la tela. —Dios… tenés el culo más hermoso que vi en mi vida —murmuró él, besándola con hambre. Alma le desabrochó un botón de la camisa. José bajó las manos y le apretó los pechos, hundiendo los dedos en su carne, haciendo que ella soltara un gemido bajo.

    —José… —jadeó Alma—. Pará…

    —No quiero parar… —dijo él, pegándola más contra su cuerpo.

    Alma empezó a deslizarse hacia abajo, lenta, mirándolo a los ojos mientras se agachaba. Sus manos viajaron a su cinturón. Lo desabrochó con dedos temblorosos, mordiéndose el labio, dispuesta a seguir.

    Pero de repente, a lo lejos, se oyó una voz que la llamó:

    —¡Alma! ¿Estás por ahí?

    Se congeló. José también. Ella quedó medio agachada, con el cinturón en la mano. Se miraron, jadeantes.

    —Mierda… —dijo Alma, incorporándose de golpe y arreglándose el vestido.

    José la sujetó de la muñeca.

    —No te vayas…

    —Tengo que ir… —dijo ella, tratando de recuperar el aliento—. Después seguimos…

    Y se alejó, dejando a José con la respiración agitada y el cinturón desabrochado. Mientras volvía hacia la pista, Alma sentía las piernas flojas y la ropa interior completamente húmeda.

    Sabía que no iba a poder resistirse mucho más…

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  • El gringo me pagó

    El gringo me pagó

    Contaba con 19 años de edad, mi cuerpo había tomado un matiz muy sensual, a pesar de ser bajita de estatura mis medidas son buenas, 85-59-94, por lo que verán tengo un buen trasero, y me gusta enseñarlo con mis tangas diminutas que se transparenten en mi vestido, pues verán fui con mi novio de vacaciones a una playa hermosa y no pensando nada en solo disfrutar los mejores momentos en la playa.

    Llegamos un viernes, y nos fuimos a la cama, mi novio era un gran amante y digo era porque ya no es mi novio, me hacía hacerlo en todas las posiciones imaginables y como a mí me gusta variar no ponía objeción.

    Pues resulta, que el sábado en la noche fuimos a un bar, más bien era un antro que estaba lleno de turistas de todas partes, y ambos la estábamos pasando bien, de repente me di cuenta que en una mesa un grupo de turistas al parecer norteamericanos, no cesaban de verme mi trasero y ellos se encontraban tomando bastante.

    Entonces después de un rato fui al baño, y como estaba lleno tuve que esperar un largo rato, al regresar me percaté que uno de los viejos gringos se encontraba platicando con mi novio, y cuando me vieron dejaron de platicar, al acercarme ambos me veían, y le pregunté a mi novio que pasaba, él me respondió que le ofrecían 100 dólares por manosearme mi trasero, a lo cual yo quedé sorprendida que él me dijera esto porque era sumamente celoso, pero después de unos tragos y con tal de ganarme algo extra, dije que sí, pero con la única condición de que mi novio me acompañara para estar segura de que nada me iba a pasar.

    Entonces el gringo llamó al cantinero y le dijo algo, después el cantinero nos llevó a un privado que más parecía una mini cantina, mi novio se sentó en la barra, y entonces el gringo le dijo que me abrazara, entonces yo de pie y él sentado en un banco alto, entonces me pidió el gringo que alzara mi trasero, y lo hice entonces el lentamente me fue subiendo mis faldas hasta arriba de mi cintura, me percaté del tamaño de las manos del gringo eran impresionantes y sus dedos súper gordísimos.

    El vio mis nalgas y las acarició y luego suavemente me bajó mi tanga, yo estaba descubierta de mi trasero y seguía abrazando a mi novio, el gringo se ensalivó uno de sus enormes dedos y empezó a tocarme, con la otra mano abrió los labios de mi vagina dejando al descubierto mi clítoris, entonces él hábilmente me lo pellizcó y me lo jaló de arriba hacia abajo, yo en ese momento sentí riquísimo y no pude más empecé a suspirar de lo rico que estaba sintiendo.

    Después, el tipo se agachó y sin dejarme de masajear de arriba a abajo mi vagina, puso su lengua en mi ano y lo empezó a lamer, muy suavemente, en ese momento tuve un orgasmo tremendo, y después de tanto rato vi a la cara de mi novio, sus ojos brillaban de una manera lujuriosa y bajé mi mano y sentí su bulto, entonces el gringo percatándose de esto, me dijo que por que no se la sacaba a mi novio y que se la mamara, pero con la condición de que el gringo me iba a decir como hacerlo.

    Yo saqué la tranca de mi novio, y cuando la tomé me percaté que estaba demasiado mojada escurrían sus líquidos por los lados de su tranca y esta brillaba de lo dura y tiesa que estaba, entonces el gringo dejó de manosearme y se sentó junto a mi novio a dirigirme para hacerle una buena mamada a mi novio.

    Él me dijo que recogiera con mi boca todos los líquidos que habían salido de la tranca de mi novio, la empecé a limpiar lentamente hasta dejarla sin rastro de algún líquido, luego me dijo que mientras me comía la tranca de mi novio que la ensalivara toda hasta mojarla, así lo hice. Mi novio empezó a suspirar.

    Después me indicó que me la comiera toda, no sé si fue la excitación, pero a pesar de que su tranca era grande me la logré tragar toda hasta que mi barbilla hizo contacto con sus testículos, en ese momento me dieron ganas de vomitar ya que estaba muy dentro de mi boca y el movimiento de asco produjo en mi novio una reacción descomunal de placer, entonces lo seguí haciendo así hasta evitar que yo vomitara

    Luego de un rato mi novio empezó a eyacular y yo que a veces sentía un especial desagrado por probar el semen, no hice ni un gesto de repudio, empezó a tirarme grandes chorros los cuales con rapidez me los tragué disfrutando cada momento, pero como se vino tanto el semen escapaba de mi boca rodando por los costados de aquella maravillosa tranca, después de que termino me dispuse a limpiarlo de semen que había escurrido por su tranca, con mi lengua lo limpié todo no dejando ni un solo rastro del semen que había salido.

    Al voltear al ver al gringo vi que tenía su tranca en la mano, también de tamaño tremendo, entonces como toda una puta me abalancé hacia ella y me la empecé a comer. Después de un momento él sacó un condón de sabor, y yo con gran habilidad se lo coloqué con mi boca, entonces me alzó y como una muñeca de trapo me clavó con su enorme tranca el solo hecho de sentir que me llegaba al fondo hizo que tuviera un gran orgasmo.

    Después él se recostó sobre una mesa, y yo me senté arriba de él, me meneaba de arriba hacia abajo parecía una perra en celo, deseosa de más, él con una de sus manos me tomó del clítoris, yo sentía riquísimo, y de una manera fuerte me apretó el clítoris y me alzo lo más que pudo, yo sentía un dolor tremendo.

    Con su otra mano y sin soltarme dirigió su enorme tranca a mi ano, entonces me incrustó la punta, lo cual me dolió bastante, y después de momento me soltó mi clítoris y yo bajé ensartándome por el ano con su tranca, yo vi hasta estrellitas y él empezó a hacerme girar mis caderas de un modo cadencioso, hasta que le dije que por favor me dolía mucho que me la sacara, cada embate era como un calambre que recorría toda mi espalda, después de un rato de suplicarle, él me la sacó, pero me dijo que yo le ayudara a terminar.

    Entonces él se sentó con las piernas abiertas y yo me hinqué entre ellas, me dijo “escúpemela”, yo le escupí su tranca y la tomé con mi mano y lo empecé a masturbar, después de unos instantes me dijo que pusiera la punta de mi lengua sobre la cabeza de la tranca, con cada movimiento que hacía yo mi lengua rozaba su tranca, entonces se empezó a poner durísima su tranca, sabía lo que me esperaba y entonces empezó a eyacular con unos chorros de gran potencia que me llegaron hasta mis cabellos, y lo demás me lo comí, nunca había estado tan sedienta de probar semen, pero creo que si esa noche hubiera habido más tipos me comería el semen de cada uno de ellos.

    Ya de noche y sin decir palabras regresamos al hotel, tomé una ducha, y me acosté a dormir tranquilamente, soñando y recordando cada momento que había pasado en ese bar y preguntándome que si lo haría de nuevo, por cierto el gringo me regaló 200 dólares, después de todo no me fue mal y pude disfrutar mis vacaciones sin tantos aprietos económicos.

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  • Quería conocerlo más

    Quería conocerlo más

    Nos conocimos siendo muy niños, teníamos 10 y 11 años. Pasados los años siempre me quedó la duda de cómo sería el cómo amante, que tal serían sus besos, que tal serían sus caricias, como será su pene, como será su manera de hacer el amor… Hasta que un día, por cuestiones de la vida, tuve que volver al barrio de mis andanzas, donde crecí, donde aún vivía él.

    Me atrevo a visitarle y resulta que me recibe muy gratamente, con mucho cariño y una gran sonrisa, siempre hubo un cariño especial entre nosotros, luego de saludarnos y hablar un poco de nuestras vidas, le digo:

    Yo: ¿Sabes…?

    El: Dime…

    Yo: siempre me quedó la curiosidad de saber que tal son tus besos…

    El: Nos pasa lo mismo, estás hermosa, ganas de besarte no me faltan.

    Nos ponemos de pie, él me toma por la cintura, yo coloco mis manos rodeando su cuello, nos quedamos mirándonos, parecíamos dos niños nerviosos, ante su primer beso…

    Le digo…

    Yo: ¿Tienes miedo? Yo no como… bueno, si como, pero como rico…

    Él se sonríe con picardía, acercándose a mi boca y juntando nuestros labios, surge aquel maravilloso beso, besaba riquísimo, de esos besos que no quedan allí, de esos besos que te llevan a más, que hacen que todo se humedezca y se endurezca, que rico beso…

    Se detiene, me mira y le digo:

    Yo: Que rico besas, imagino así harás lo demás.

    El: (sonriendo) Bueno, vamos para que lo descubras…

    Vuelve a besarme, esta vez con más pasión, tocando mis caderas, bajando sus manos hacia mis nalgas, apretándolas y agarrándolas disfrutando, yo comienzo a tocarle el pecho, meto mis manos debajo de su camiseta, sintiendo su piel, su abdomen, acaricio un poco su espalda, me encantaba todo lo que sentía.

    El comenzó a besar mi cuello, diciéndome suavemente al oído “Estás rica”… su rostro se dirigió a mi escote, besando un poco mis senos…

    Ya los dos nos encontrábamos muy excitados, yo comencé a abrir su pantalón, él me quitó la blusa, se quedó mirando con gusto mis senos y siguió besándolos, le quité la camiseta, ya su pantalón estaba abierto y meto mi mano debajo de su ropa interior, sintiendo aquella maravillosa y caliente erección, deseosa de sentir, tocar y penetrar, él me quita el sostén y comienza a chupar mis senos, yo estaba muy excitada, le digo “Que rico pene tienes”… “Quiero tenerlo en mi boca”.

    Eso lo hace excitarse más, me baja el pantalón, me deja ya sin ropa, me recuesta al sofá, abre mis piernas y dirige su boca hacia mi vagina, lamiendo ricamente mi clítoris, succionando toda la humedad que mi cuerpo había creado por lo que estaba sintiendo con él, chupaba riquísimo, estaba disfrutando totalmente lo que él me hacía, lo miro y le digo “Es mi turno”…

    Me agacho, acaricio su pene de arriba a abajo con mis manos, sintiéndolo todo, me lo llevo a la boca, estaba muy erecto y caliente, comienzo a chuparlo, lamiéndolo, introduciéndolo en mi boca, chupando de arriba a abajo, él me toma del cabello y me dirige los movimientos a su gusto, placer era lo que sobraba en el momento. Me levanto y le digo “cógeme, hazme tuya, haz lo que quieras”…

    Su mirada ya era otra, una mirada de un macho muy excitado. Agarrándome la cara me vuelve a besar, baja rápido con desespero vuelve a chuparme lo senos, me da la vuelta, me recuesta al mueble poniéndome casi en cuatro y comienza a penetrarme.

    —Que rico mi amor, sigue, sigue, no pares… le decía.

    —Me encantas… Me dijo… que rico conocernos en estos aspectos…

    Mientras me seguía clavando su rico pene, dándome duro, demostrando lo que sentía, agarrándome los senos, mordiéndome suavemente la espalda. Pasados los minutos le digo “Quiero sentarme sobre ti”…

    Él se sienta y enseguida voy yo encima de él…

    —Ayy que rico, me encantas, me encanta tu pene, que rico se siente.

    Y sigo moviéndome de arriba a abajo, mis caderas se movían al compás de mi necesidad de sentirlo, el teniéndome de frente sigue chupándome los senos, rico, con mordisquitos, me besa, con su lengua recorriendo toda mi boca, besa y muerde mi cuello.

    Mientras yo me sigo moviendo encima de él, inclinándome un poco hacia atrás para sentirlo todo dentro de mí, que me doliera rico, me encanta, le dije.

    —Muévete duro, dame duro….

    Él me agarra de las nalgas, apretándolas rico para moverme a su antojo, ya los dos estábamos por venirnos, yo tenía cara de perra excitada, me sentía muy bien con él, total…. lo conocía de toda la vida.

    Sigo moviéndome de arriba a abajo, lo beso, dame más duro, muévete rico….

    —Ayy que rico amor, lo haces rico, me encantas… Me voy a venir —le dije.

    A los segundos llegó mi orgasmo, muy rico y fuerte, él, al sentir mis gemidos y las palpitaciones de mi vagina en su pene pues también se vino, todos sudorosos y excitados nos miramos y nos volvemos a besar, aún con las respiraciones aceleradas.

    —Que rico besas, que rico coges, que rica estás, me dijo.

    —Que rico haberte conocido en este aspecto, le dije.

    Me levanté, nos vestimos, nos volvimos a besar, hablamos otro rato, compartimos números de teléfono y me fui, despidiéndose con un rico abrazo y otro beso…

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  • Madre e hija me compartieron

    Madre e hija me compartieron

    El presente testimonio me sucedió por fines de los setenta, en otro contexto económico y social.

    Por razones que no vienen al caso mencionar, mis padres estaban preocupados en que consiguiera una mejora laboral, por lo cual decidieron enviarme con unos conocidos, considerando que sería mejor para ellos y favorable para adquirir experiencia en el manejo de los temas de la explotación agropecuaria.

    El destino, la inmensa Patagonia Argentina, en la provincia de Chubut, lugar cercano a la localidad de Las Plumas, en medio de la provincia, alejado de los centros poblados. La casa era un antiguo casco de estancia, grande, cómoda y acogedora.

    La residencia, estilo colonial, habitaba una familia compuesta por un matrimonio con dos hijos, la madre del señor y el personal de campo. El hijo varón y el señor estaban trabajando en Brasil desde hacía un año en una explotación similar que habían comprado recientemente, quedando solas las tres mujeres.

    Emma, la madre, cuarentona y autoritaria, debajo de esa pátina severa se intuía una mujer ardiente y sensual, de formas contundentes; la hija, Silvia, de prometedores dieciocho años, llenos de alegría y ganas de vivir.

    Se alegraron de mi llegada, Emma mencionó que en la casa faltaba presencia masculina. Yo, recién salido del servicio militar, veinte años, con la testosterona pidiendo acción, desde la presentación las tenía en la mira, como para cazarlas tan pronto me dieran una oportunidad. En esas noches lejos de todo, mis deseos fantaseaban con que ellas estando necesitadas de hombre se venían a mi cama para saciar mis urgencias sexuales, pero en las mañanas solo me quedaba el rastro de ese sueño húmedo pegado en el calzoncillo.

    De inmediato se generó una corriente de simpatía, los discos y casetes, que en buena cantidad traje como obsequio, animaron las largas veladas, siempre acompañadas por el trago de algún licor para amenizar la noche antes de irnos a la cama en soledad.

    El clima frío y las nevadas frecuentes nos mantenía aislados durante varios días: nos acercaba a estrechamos vínculos, a compartirnos recuerdos e historias que amenizaran y entibiaran esos momentos en la soledad del paraje patagónico.

    Una noche, después de festejar, con torta galesa y whisky irlandés, de donde era originaria la familia, los dos meses de mi llegada, habíamos bebido un poquito de más, bailamos, primero con Silvia y luego con Emma.

    No sé si habrá sido el efecto del whisky, pero debí mal disimular el efecto que ejercía el contacto con un cuerpo femenino entre mis brazos después de forzada abstinencia sexual.

    Ema acusó recibo de la mal disimulada excitación y torpemente escondida, se apretó más, para ocultar el bulto, o para aprovecharse del contacto. Los calores y agitación de Emma denotaban que no está ajena a mi realidad, muy por el contrario, me parecía que estaba más que agradecida por hacerla sentir deseada, pero las circunstancias ordenaban prudencia y recato.

    Se retiraron la abuela y Silvia, Emma se quedó para levantar la mesa, yo para ayudarla.

    En la noche siento que alguien entra en mi cuarto, silenciosamente se mete debajo de las cobijas… Una cálida mano me acaricia el pecho, la espalda y se mete debajo del bóxer, tomándome la verga que se pone al palo en el acto. No habla, no pregunto quién es, con tal calentura ni falta que hace, cualquiera de las mujeres me sirve en ese momento, aunque sea la abuela es igual.

    La dejo hacer, muevo la pelvis, acompaño la mano femenina. Giro el cuerpo, enfrentados, la abrazo, está desnuda, por el volumen de las tetas pareciera ser Emma. Al sentirse abrazada responde con profundo suspiro, se aprieta contra mí y en un susurro dice:

    —Soy Emma, déjame estar con vos.

    —Sí, claro…

    Me saca el calzoncillo, acaricia la verga. Los cuerpos pegados, me besó en la boca, recorría, exploraba, el interior con su lengua, la boca reptó por mi vientre, bajó hasta la pija. Lamió, se la engulló hasta la garganta, recorría en toda su extensión, mientras acariciaba los testículos.

    El hambre acumulada, la juventud y tan intensa mamada hicieron estragos en mi sexo, incapaz de retener por más tiempo la eyaculación le avisé que de continuar así no me podía contener, que me iba, en su boca…

    —Ven, en mi boca, no te detengas… ¡la quiero!

    Se tragó todo, podía sentir ese placer inexplicable, casi olvidado, de cuando una mujer me hacía los honores de tragarse mi acabada y limpiar hasta esa última gotita que asoma perezosa después de agotar toda la carga de caliente leche.

    La vitalidad y el tiempo sin sexo producen la magia de que la merma en la erección pase desapercibida en su boca ansiosa. Volvió a chupar con, con desesperada ansiedad. Cogiendo su boca, le tomé la cabeza, apretándola contra el vientre y avisé con un empujón hasta la campanilla. Exploté nuevamente en su boca. La leche volvió a fluir, con fuerza. Un sonido gutural de lo profundo de la garganta acompañó el último envío de semen. Tragó todo, disfrutando de la intensa acabada, tanto como yo.

    Las piernas me quedaron temblando, por el desahogo urgente y las dos acabadas sin solución de continuidad, ella con las mandíbulas casi acalambradas por mamar tanto. Nos tomamos un merecido y reparador descanso, confundidos en un abrazo que nos debíamos, creo que nos deseamos desde el primer momento, ella buscando esa juventud ardiente, yo la experiencia en abstinencia forzada, dos necesidades para un mismo deseo: la urgencia sexual.

    Encendí la luz. Se justificaba diciendo de su necesidad de tener sexo y urgente. Shhh, con mi dedo índice en su boca silencié el resto de la innecesaria explicación.

    —Estoy necesitada, no sabés cuánto. Solo, déjate amar, te voy a poner al día, voy a saciar tus ganas por cogerte a esta mujer madura tan llena de fuego y necesitada de pija…

    Ahora, a plena luz podía admirarla, serena belleza de mujer, carnes firmes por el trabajo rural. Pechos abundantes, colgando levemente hacia abajo, pezones gruesos y erguidos se ofrecían a mi boca como deliciosas frutillas que me hicieron recordar mi deseo de hacerlas mías.

    Lamidas, leves mordiscos e intensa chupada a los pezones le arrancaban gemidos de placer, que aumentaron en intensidad cuando comencé a estrujarle la teta, mientras la otra mano nada en la abundante humedad de la concha. El dedo gordo en el clítoris y los tres siguientes hurgando dentro, la excitan y comienza a gemir y a ahogarme presionándome contra su teta.

    Me retiró de su teta, girando hasta poder colocar su boca nuevamente en el miembro, otra vez “al palo”, buscó la verga, pegó tremendas chupadas para montarse, a horcajadas mío, metérsela en la concha, hasta los huevos. Un instante y se la mandó ella misma para sentirla toda en ella, hasta que hizo tope, recién ahí se detuvo, pero solo un instante.

    Me miró agradeciendo lo que tenía dentro, movimientos de subibaja, saliéndose hasta la cabeza para dejarse caer lento, pero hasta presionar con todo. Era todo movimiento, activa ansiedad, descontrolada por las oleadas de calentura que la recorren y hacen vibrar. Los gemidos brotan con las incoherencias propias de una hembra presa de la lujuria, tratando de liberar su deseo endemoniado que la controla, exorcizar esa calentura atroz que atenaza sus entrañas, que constriñe sus esfínteres, que endurece sus músculos y no le permite llegar al abismo de la satisfacción.

    La aprisiono de las caderas, atraigo su cuerpo y arqueo mi cintura, elevándome con ella encima, haciendo la penetración más profunda y la entrada más intensa.

    Esa combinación de movimientos, alteran el ritmo, la sustraigo de sus propios pensamientos para pedirle que se permita dejarme llevarla en el viaje de su vida, que se entregue al macho que tiene dentro de sí.

    No sé si fueron mis palabras o qué, pero en una penetración me elevo un poco más… y ella se dejó llevar en el vuelo al paraíso… de pronto su mirada se pierde, aspira profundo como en agonía y un quejido venido del más allá se ahogó en su pecho.

    Dejó de respirar, la ensarté en mí, empalada hasta el fondo de mi ser y nuevamente se repite el efecto de dejarse morir en mis brazos.

    Fue un orgasmo, intenso, silencioso y luego la nada misma.

    Unos segundos de mortal silencio y luego comienzo nuevamente a elevarla, y dejarla caer, siempre ensartada en la estaca de carne que busca el fondo de su ser.

    El ritmo in crescendo le provocaba jadeos más y más intensos, los ojos fuertemente cerrados, concentrada solo en su placer, comprensible, para saciar el deseo contenido. No pudo aguantar tanto como hubiera querido, sorprendida por el orgasmo estremecedor y violento, convulsionó en temblores y gemidos, en toda la duración de la secuencia.

    La contuve con las manos en las caderas para que no cayera, con elevaciones de pelvis me introducía cuanto podía en su argolla, haciendo los orgasmos más profundos y duraderos. Agotada se dejó caer encima de mí, buscando el aire que le faltaba en sus pulmones, sin salirse. Recién acabado, podía aguantar un poco más. Cambiamos, ella debajo, yo muy adentro, sus piernas flexionadas, mis manos debajo de sus muslos, llegando a sus caderas, totalmente comprimida, volcado entre sus piernas, todo entrado en su vagina.

    Tengo el dominio de las acciones, empujando con todas mis fuerzas. Por dos veces necesité secar la pija debido al exceso de humedad por tamaña calentura. Bombeando, desenfrenado, avisé que estaba llegando el semen, me pidió todo el que pudiera darle.

    Pocas embestidas más y me estoy vaciando todo el contenido de los huevos bien en el fondo de la vagina. En el proceso de acabarle, casi al final, la sorprendió un nuevo orgasmo, casi al sentir el calorcito del semen. Sin sacarla pude recibir esa risa sin sentido que suele acompañar el relax de los cuerpos.

    Nuevamente mi juventud y sus muchas ganas, hicieron el milagro de la resurrección.

    Emprendimos un nuevo polvo, con todo, como si no hubiéramos cogido, después dormimos juntos, muy abrazados.

    Ese día fue distinto, el buen humor reinaba en la casa, el brillo del sol era distinto, para nosotros dos al menos. Esa noche reanudamos el deseo suspendido en la mañana. Con menos apremios tuvimos más tiempo para disfrutarnos; en los siguientes me hice adicto a chuparle la concha a saciar mi sed en ella cada vez que el deseo me llamaba, ella parecía mi niña exploradora, por lo de “siempre lista” para cumplirme los deseos de vaciarme dentro de ella. Fue maestra y alumna, me enseñó, y también accedió a dejarme hacerle sexo anal, todo el que se me antojara.

    Era una mujer total: con todo. Demostró ser madre considerada y hembra solidaria. Con el correr de los días, y luego de “litros”, bueno no tantos en realidad, pero por la forma que me corría dentro de su sexo bien me lo parecía. Saciado lo más urgente del deseo sexual, estabilizada “la pareja” este joven ya estaba necesitando probar a la otra muchacha, la carne joven pide carne joven, tal había sido el comentario que me hizo Emma, en un momento de disfrute de uno de sus orgasmos, que aprendió a tenerlos varios en seguidos, tanto así que descubrimos que era pluri orgásmica.

    En el delirio de uno de sus pluri disfrutes, fue que me dio el “placet” o la autorización para que su hija, que ella consideraba virgen pudiera ser mi visitante de una noche, estaba segura que me venía observando y leyendo mis más íntimos pensamientos y porque adivinado que cuando le gritaba el desesperado gemido acompañando mi eyaculación era un pedido desesperado de poder estrenar a su hija. Sé bien que lo había adivinado y por eso me concedió la gracia de regalarme el virgo de Silvita.

    Estoy segurísimo de que me había estado preparando, pues por casi una semana me dejó sin el postre nocturno, solo yo y mis pensamientos cada vez más eróticos nos revolcábamos tratando de vencer al insomnio.

    Pero luego de pasar varias nocturnidades de sequía láctea, se produjo el milagro.

    Esa noche, como la primera vez, en la densa y silenciosa oscuridad de la Patagonia, siento que un cuerpo se desliza bajos las cobijas…

    Suponía que era Emma, la que por alguna razón me había negado su presencia para compartir mis noches de soltero. Se deslizó en mi cama un cuerpo desnudo, pero sentía algo distinto, algo que no era la habitualidad, diría que cómo que era el tacto de otra piel, otro era el aroma, otro el tamaño de los pechos, otro era el temblor. No tuve duda, era Silvita.

    Igual que la primera noche con Emma, no hicieron falta palabras, mi experiencia avasalló su indecisión, mi deseo podía contener sus ganas. Nos besamos con besos húmedos, cargados de ansiedad.

    Ella apremiada por el perentorio llamado de su sexo, buscaba satisfacción urgente al desborde de tan incontenible calentura.

    Las bocas eran el oasis donde saciar la sed de mil desiertos. Sus tetitas, jóvenes, más pequeñas que las de mamá, pero duras y paraditas fueron fácil presa para la boca ávida rapiña del lobo hambriento de sus blancas carnes, pronto di cuenta de ellas, mamaba, saltando de una a otra entre los gemidos de Silvita.

    Me sentía un octópodo marino, un pulpo posesivo, tratando de atender todo a un mismo tiempo. La boca insaciable y las manos atenazando una nalga y la otra con un par de dedos explorando la cuevita.

    Poca resistencia o mucha calentura pudieron más que ella, llevándola a su nirvana sexual, un orgasmo inesperado la tomó por asalto. Sin soltarla, reanudé el tratamiento poniéndola a tono otra vez.

    La llevé a mi entrepierna, necesité una perentoria devolución de atenciones, con una chupada de pija. Se engulló el miembro como anguila hambrienta.

    De espaldas, una almohada debajo de las caderas, elevada y las piernas flexionadas, bien abiertas, flanqueando mis caderas para poder colocar mis manos en las suyas, bien afirmado, fui con la pija al encuentro de su boca vertical, húmeda urgida de carne, inflamada y ardiente. Breve encuentro de sus labios con el glande, y pidió:

    —¡Cogeme, cogeme! ¡Me quemo, cogeme!

    La cabeza entró fácil en la abundante y espesa humedad. Se ayuda con las manos para llevarme totalmente en ella, pedía:

    —¡Todo adentro! ¡más!

    Agarrado a sus caderas me impulsaba con para entrarle tal como ordenaba su calentura. ¡Qué fuerza ponía! En colaborar para acentuar el grado de penetración. En medio de la acción preguntó:

    —No se te olvide ponerte forro (condón) antes de acabarme, ¡eh!

    —¡No tengo!, ¡No tengo!, por favor no me hagas salir… pero igual podemos…

    Interrumpió, no me dejó continuar:

    —Entonces no me termines adentro, acabá fuera de la concha.

    —¿Dónde? ¿Echarla fuera?…

    —Bueno… no tan afuera…

    Recién ahora puedo evaluar ese diálogo, con bastante calma y sarcasmo en medio del fragor y la urgencia de tan tremendo polvo que nos estábamos regalando. Con una vocecilla de niña mimosa dijo…

    —En otro lugar, y… si te lo ganás… cogiéndome tan bien como se lo haces a mamá, te puedo ofrecer… que me acabes en el otro agujero… -en mi colita, pero si… me coges como a mamá…

    Motivado por la tentadora invitación, me propuse hacerla gozar hasta matarla de placer. Le removí la concha a pijazos, ella era una hoja sacudida en la tempestad bramante de una poronga que buscaba dejarle la argolla (vagina) hecha flecos. La invitación ameritaba hacerlo del mejor modo, poniendo todo y más para conseguir ese premio extra, atravesarle su hermoso culito y vaciarme dentro.

    Los gemidos de gozo se sumaron a los quejidos producidos por el profundo empuje de mi cuerpo dentro del suyo, queríamos fundirnos en una sola humanidad, la comunión de las carnes en un solo propósito el goce tan ansiado. Explotó en incontenible orgasmo continuado que la dejó dada vuelta, agotada en su resistencia y en el deseo, desarticulada su humanidad maltrecha, babeando y hablando en lenguaje incomprensible.

    Me mantuve dentro de su concha, moviendo la pija, muy poco. Luego de prudente respeto por su orgasmo, la coloqué boca abajo, entré por la concha, desde atrás, elevé sus nalgas colocándola con el vientre sobre la almohada. Apuré los movimientos en ella, obviamente pregunté si me había ganado “el otro agujero”.

    —¡Sí!… pero sin uso, porfa, despacio, no me lastimes… bueno no me lastimes mucho…

    A todo lo que pedía, respondía que sí. Así me hubiera pedido la luna también hubiera sido un sí.

    Totalmente obnubilado por hacerle el culito, me había guardado para este momento. Le saqué de sus jugos algo de lubricante para el ano, agrandarlo con uno y dos dedos, consideré llegado el momento de colocarla. Apoyé el glande en el agujero estrecho, con cuidado y decisión entré en él. Removía las nalgas con mis manos, en forma circular como quien hace lugar para entrar con más facilidad, haciendo que se deslizara, sin pausa, hasta alojarse en toda su extensión en el recto, que en ese instante se había convertido en una boa constrictor por lo que se cerraba entorno de la agresiva poronga.

    Estar todo adentro de Silvita era una sensación deliciosa, no paraba de moverse, se impulsaba en sus rodillas, subiendo y bajando las caderas, ayudando con movimientos opuestos para acrecentar la penetración. La pija en su vaivén, muy apretada como para sacarle chispas en la fricción no pudo resistir mucho más. Unas pocas entradas con toda la fuerza en ese culo fueron suficientes para derramar adentro todo el contenido de leche acumulada en esa semana sin concha.

    Quedé realmente alucinado, por la intensidad.

    —¡No la saques! —más parecido a un ruego que a un pedido.

    Se la dejé dentro, sin salirme, solo disminuyó un “alguito” la erección.

    Ella comenzó el movimiento, sin querer sacarme. Quería más fiesta, y se la voy a dar.

    Los cuerpos jóvenes siguen ardiendo en la fragua del deseo. Mueve el culito, haciendo que la pija entrara en acción tan rápido, recuperando la dureza previa. Ahora el recinto estaba más húmedo por la acabada reciente, el tránsito por este túnel era mucho más placentero para ambos. En un momento estábamos cogiendo en loco desenfreno.

    Silvita, loquísima, pedía y pedía más y más pija, que la traspasara. Estaba gozosa de sentir como le estaba rompiendo el traste, yo la gozaba, como nunca.

    Hasta el final todo fue agitación y desmadre en los movimientos, descontrol total en nuestros actos, sus manos frotándose el clítoris ayudaron a llegar, casi juntos a una acabada fenomenal. Esa acabada casi en simultáneo, fue de locura, mi energía viva se perdía dentro de su culo, sensación irrepetible, el tiempo no pudo borrar este gozo tan compartido como nunca nadie igualó.

    Por esa noche fue bastante para los dos. Desperté cuando sus manos estaban haciendo lo mismo con el miembro, poniéndolo a punto para el “mañanero”, no era cuestión de perderlo. Le di el gusto, ahora terminando en su boca, el otro acceso necesitaba descanso según ella.

    En el grato relax, entró Emma, trayéndonos el desayuno. Sentada en la cama nos acompañó.

    —Qué tal chicos, ¿todo bien?

    A buen entendedor… ellas se habían contado todo, me compartían. Me compartieron durante casi un año que estuve viviendo con ellas. El día previo a la despedida fue la gran fiesta, en grupo, pero eso es demasiado para un solo relato, necesita un espacio propio, en otra ocasión será.

    Nazareno Cruz

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  • Otra ida a cabinas de internet

    Otra ida a cabinas de internet

    Andaba paseando por la zona rosa de la Ciudad de México. Ese día, no sé qué pasaba por mi mente, pero estaba con ganas de ser penetrado por un hombre varonil, me acorde que cerca de ahí, estaba un lugar de cruising, que ya había visitado en dos ocasiones anteriores, un café Internet con cabinas privadas, me encamine en dirección a la ubicación ya antes visitada a probar suerte, tal vez pudiera encontrar eso que yo deseaba.

    Después de un par de vueltas por la zona, logre dar con el lugar, esa entrada un tanto oculta, subo por las escaleras y llego a donde está la recepción, pido una cabina individual, me da la llave y me dirijo a la zona donde está ubicada. Como la anterior ocasión que había ido, me percato de que hay muchos que andan caminando por los pasillos entre las cabinas, abro la puerta, paso al interior, me siento frente a la computadora, empiezo a leer el chat y a navegar en algunas porno para entrar en calor.

    Estaba entretenido leyendo lo que estaba viendo en el monitor de la máquina, toca alguien a la puerta de la cabina, me levanto del sillón y abro un poco la puerta, se asoma un hombre varonil, de buen ver, de al menos unos 42 años, un poco más alto que yo, de complexión media, pone su mano en la puerta y la abre por completo, dejándome a la vista su cuerpo completo.

    Vestía un pants de color negro, de tela delgada, con raya lateral blanca con gris, playera blanca con estampado de playa, tenis blancos, se da cuenta de que lo estoy viendo de arriba abajo, me sonríe y me hace un guiño con el ojo, me pone una de sus manos en mi cintura y al notar que no tomo reacción negativa o resistencia, me empuja al interior de la cabina, cierra la puerta, me toma las manos y las sostiene por encima de mi cabeza, sin decir una sola palabra, me comienza a besar con bastante pasión y deseo.

    Me sigue besando y baja una de mi mano izquierda, para ponerla encima de su entrepierna, haciendo que le agarre su verga.

    La empiezo a sobar por encima de su pants, notando con mi mano, que tiene un tamaño respetable, al menos al tacto, con su mano que dejo libre, se baja el pants y saca su verga de su bóxer, la cual agarro con mi mano y empiezo a masturbarla, deja de besarme y acerca su cara a mi oído, me lame el oído y me dice en un tono de voz caliente, “Quiero verte tu culo, date la vuelta”, al terminar de decirme eso, me suelta de la mano que todavía me estaba sosteniendo, entonces me doy la vuelta, dándole la espalda, el aprovecha y pone sus manos en mi cintura, haciendo que me incline un poco hacia adelante, de tal forma que haga sobresalir un poco mas mis nalgas a su vista.

    Paso una de sus manos para enfrente de mi pantalón, tomando el botón de mi pantalón y desabrochándolo, tomando mi pantalón con sus dos manos y bajándolo junto con mi bóxer, hasta mis rodillas, luego puso sus manos sobre mis nalgas expuestas, las cuales, empezó a estar acariciando y las tomo, abriéndolas, dejando expuesto a su mirada, mi orificio anal, el cual al sentirse expuesto, se frunció, ante esa vista que tenía, expreso en un tono triunfante, “Mira que rico culo que te estabas escondiendo”, pasando una de sus manos por mi culito, haciendo el intento de meter uno de sus dedos, siendo infructuoso en ese momento.

    Retiro sus manos, me empujo hacia el sillón y me hizo ponerme en 4 encima del mismo, apoyando mi cabeza en el respaldo, puso su verga entre mis nalgas, empezando a hacer movimientos con su cadera de arriba abajo, haciendo que su verga resbala por entre mis nalgas, haciendo que también rozara de vez en cuando mi orificio anal, provocando con cada pasada, sensaciones de placer que recorrían mi cuerpo, haciendo que empezara a ir soltando gemidos de placer cada tanto, escuche y sentí como soltó saliva en medio de mis nalgas, como la fue restregando con su verga por toda mi raja.

    Después, volvió a soltar otro tanto de saliva, pero esta vez, lo sentí directo en mi orificio anal, poniendo la punta de su verga en la entrada de mi agujero, empezando a hacer presión, tratando de abrirse paso a mi interior.

    En un momento, sentí, como la cabeza de su verga logra abrirse paso a mi interior, venciendo sin mayor objeción, la resistencia inicial que le había puesto mi culito a ese invasor, que ahora lo estaba perforando, sin vacilación alguna, entre un gemido de placer.

    Logro entrar, siendo aprisionado por las mis paredes internas, continua empujando hacia mi interior, hasta que finalmente la tiene completamente dentro de mí, sacándola por completo y volviendo a meterla de un solo empujón hasta el fondo, provocando con eso, que soltara un gemido fuerte entre dolor y bastante satisfacción, vuelve a sacarla y toma con sus manos mis nalgas, para separarlas y dejar a su vista mi culito recién penetrado, el soltando un suspiro de gusto, para luego de hacerlo, escupirle, untando su saliva en mi culito palpitante y de nuevo metiendo su verga hasta el fondo, empezando a meterla y sacarla de forma constante.

    Entre los constantes gemidos de ambos, se alcanzaban a percibir algunas palabras que profería, como, por ejemplo, “Que rico que estas”, “Me estas apretando muy rico”, entre su constante mete y saca, escucho en ocasiones como suena que tocan la puerta, pero estando en acción, no le prestamos mayor atención, saca su verga por completo de nuevo, vuelve a tomar con sus manos mis nalgas y las abre, dejando a su vista mi culito palpitante y deseoso de continuar recibiendo su verga, al ver como palpita, dice, “No me había comido un culo tan rico como el tuyo, que delicia”.

    Termina de decir eso, se levanta y vuelve a ensartarme de un empujón, recibiéndolo ya con placer mas que otra cosa, continuando con su mete y saca, pero esta vez acerca su cara a mi oreja, me da una lamida en mi oído y me dice, “Ya estoy llegando a mi limite, me dejas echártelos dentro”, a lo que entre las embestidas que me estaba dando, contrabajos le conteste que sí.

    Al saber de mi afirmativa a su petición, me tomo con sus manos de la cintura y empezó a bombearme con bastante más intensidad, dejándome sentir como entraba y salía su verga con mayor rapidez, sacando gemidos mas fuertes y constantes de mi parte y bufidos de parte de él, haciéndose más sonoros con la intensidad que me estaba cogiendo, de pronto soltó exclamaciones sonoras de “Aaaah, Aaaah”.

    Empujando su verga hasta el fondo de mi culo y empezando a percibir algo de líquido y calor en mi interior, dio otras dos arremetidas más, sacando su verga, poniendo sus manos en mis nalgas y abriéndolas, para que el pudiera ver mi culo, recién cogido y llenado con su leche, exclamando, “Sabes, que rico me vine, tienes un culo delicioso”. Dándome una nalgada, tomándome con sus manos, haciendo que me levante y me siente, dejándome a la vista, su verga todavía húmeda, se subió su pantalón y abrió la puerta de la cabina, para irse, solo diciendo, nos veremos después.

    Me vestí rápido, me quede un rato más, esperando si sucedía algo más, pero solo me quede media hora más, me retire del lugar, con la sensación de esa rica cogida, todavía con mi culo, sintiendo como lo dejo ese descarado invasor de su profundidad, tenía la idea de que tal vez, algún día, lo volvería a ver, pero, ya no nos volvimos a ver.

    MicifusARM

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  • Cornudo deseoso de verga

    Cornudo deseoso de verga

    Hola a todas y todos. Este relato es real, y lo comparto para que los cornudos que ya disfrutan este delicioso rol, hagan un examen de si mismos y si están de acuerdo conmigo, escribano y también si no lo están.

    Al principio cuando le insistía a mi chiquilla mujer para que me pusiera los cuernos, no imaginé como terminaría esa hermosa y super excitante historia que duró no menos de 13 años.

    Los momentos más excitantes sin lugar a dudas, fueron para mi aquella noche en que acepto coger con otro hombre, fue en el tiempo en que yo ya había perdido toda esperanza de lograr mis cuernos.

    En serio, sentí una fuertísima erección, pero no la presioné.

    Después de que regresó de coger, cuando me lo platicó muy detalladamente, conocí otro tipo de excitación, cuando escuché con mucha atención, mi mente parecía sala de cine porno, la veía hacer y sentir lo que contaba.

    Como le gustó mucho coger con otros, continuó poniéndome mis cuernos sin dejar de platicarme.

    Ella notó la tremenda excitación que me provocaba su plática confesión, hasta que una buena noche estando en un motel y ella recién cogida, bebimos varias copas y se puso borrachita. Se desnudó y cuando estaba yo por quitarme los calzones, volteó a verme y me dijo.

    -Mi rey, desde hace mucho tiempo noté que si no te platico como me cogen, no se te para bien tu verga. Hoy quiero hacerte algo que creo que te gustará más, pero no quiero decírtelo, solo deseo hacerlo y que tu no me niegues. Tómalo como un regalo para mí y creo que los dos lo disfrutaremos. ¿Quieres jugar?

    -claro mi puta chula.

    -ok, pero haga lo que yo te haga, te vas a dejar. Y harás todo lo que yo te pida ¿si?

    -¡uh mírala que misteriosa!

    -bueno, cierra tus ojos bájate tus calzones. Ten ahora ponte estos. No abras los ojos, te adelantaré algo para que te relajes. Esta noche cambiaremos de papeles, tú serás yo y yo seré tu. Y no podrás negarte. Así que no te haré mi puta feliz te diré muchas groserías que a veces me dicen, y solo contestaras lo que yo te pregunte y no te vayas a enojar por lo que te diga o haga. ¿Entendiste?

    -si mi reina

    -¡a que perra burra eres! Tú serás puta y yo tu macho padrote. Cada que te equivoques te daré unas nalgadas puerta.

    -perdón papito

    -¡ándale zorra! Ya vas entendiendo. ¡Ponte las pataletas que te di rápido!

    -si mi rey

    -ahora abre los ojos, para que veas todo lo disfrutemos.

    -acercaré Huila, te voy a maquillar

    En resumen, me arreglo muy vulgar pero cuando me hizo verme al espejo: guau lo que vi, me gustó y hasta me excitó muchísimo.

    -¡mírate bien culebra! Si que pareces una putota arrabalera y yo sé que te gustaría ir vestida así al congal. ¿Verdad que tienes ganas de ir así al puntero?

    -si mi chulo, quiero ser como las putas.

    -¡ya lo sabía cabrona! ¡pon música y hazme un baile rico pero rápido que no tengo toda la noche!

    Seguí obedeciéndola en todo, me ordenó ponerme a 4 patas en la orilla de la cama, me quito la tanga, diciéndome: “ahora si pinche suripanta te voy a dar lo que sé que deseas tanto, así que flojita y cooperando. No te va a doler.”

    Me abrió las nalgas con sus manos, tomo el tubo de lubricante mirándome en mi culo, por dentro y por fuera, cuando lo hizo, no pude evitar dar un rico gemido de placer.

    -¿ya ves como tenía yo razón puta? ¡Si sólo te roce ese pinche culo y ya lloras perra! No te muevas, si te gusta solo sigue comiendo y si no, ¡te callas entendiste!

    -¡entendí mi ama!

    Bajo de la cama y de un cajón saco unos guantes de látex, volvió a subir y se acomodó detrás de mí. Puso más lubricante en los guantes y comenzó a tocarme el culo.

    -¡que rico culo tienes perra! Lo hare gozar mejor que otro lo haya hecho.

    Primero me metió un dedo, luego dos, tres, cuatro y antes de meterme los 5 me gritó:

    -¡Ay pinche perra! ¡Ya te metí 4 dedos y ni pujante nada! ¿Quieres más?

    -si papito, no me dejes con ganas

    Poco a poco metió toda la mano hasta su muñeca y yo gimiendo riquísimo.

    Tomó mi verga me masturbó y tuve una super eyaculación.

    Continuaré.

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  • Economista y prosti: Con papá, al regreso de vacaciones

    Economista y prosti: Con papá, al regreso de vacaciones

    ¡Hola lectores!

    Después de mis vacaciones, que terminaron el 7 de junio, me reintegré con alegría y bien descansada (pese a que tuve que atender algunos compromisos, como ya saben) a mis dos actividades principales, putifina y asesora en economía. Dos actividades bien diferentes por cierto.

    ¡Pueden imaginar cómo me esperaban mis clientes de sexo! ¡Casi no me han dejado días ni horas libres!

    Pero a partir de ahora, ya al día con mis relatos de lo que sucedió en vacaciones, paso a contarles las novedades:

    —Sin dudarlo, me estoy dedicando, (con mucho tacto y poco a poco) a conquistar a mi amiga de siempre, Maca, la más liberal de mis dos amigas de la Universidad con las cuales pasé tres días en Colonia del Sacramento.

    La llegué a ver por instantes desnuda (y ella a mi) cuando salíamos de ducharnos. Ya saben que la otra amiga es mucho más tímida.

    Y verla desnuda me despertó ganas de estar con ella, recordando lo bien que lo he pasado con Mary, y decidí tratar de conquistarla, sin apuro excesivo. Por cierto, lo comenté con Tommy, que estuvo totalmente de acuerdo, y, sabiendo que es casada, y conociendo a los dos, me dijo “y si quieren intercambio lo hacemos, además de lo que salga entre ustedes dos”.

    Aproveché que nos habíamos reencontrado en ese viaje de chicas, y con cualquier pretexto la invité a visitarme en la oficina, diciendo que otro día invitaré a mi otra amiga de la Uni.

    Luego de eso, que por cierto le extraño la existencia de dos dormitorios (“por si nos quedamos a dormir con Tommy e invitamos a alguien”, ja ja) nos hemos encontrado un par de veces en el Mall preferido de ambas, a tomar café o té en nuestro lugar querido de nombre francés. He tratado, y hasta ahora logrado, ir avanzando, pasando del tradicional saludo del beso de mejillas, que en realidad no es beso, hasta darle un pequeño beso en la mejilla, o cuando quiero enfatizar algo en la conversación tomarle una mano, dejando la mía un poquito más del tiempo imprescindible.

    Por cierto, nada la ha molestado, y voy llevando las conversaciones hacia temas un tanto pícaros o dejando confidencias.

    Los mantendré al tanto si logro progresar (o concretar, ojalá).

    —Durante las vacaciones, cuando ya Tommy trabajaba y yo descansaba, mientras almorzábamos un sábado, en un restaurante de Punta Carretas, intercambiando impresiones de cómo ha sido este último año y medio como putifina, me preguntó por nuevas ideas o deseos que pudiera tener.

    Dudé un segundo, pero me ha dado tanto apoyo en todo este tiempo, que con sinceridad le dije de un nuevo deseo:

    —¿Sabes? Siempre me quedó el deseo de que realmente me entregaras a algún hombre. ¿Recuerdas que por discreción fui yo la que hablé a solas con Ricardo y que la primera vez salí sola con él a un telo?

    —Lo recuerdo, no podría olvidarlo, te hizo muy feliz eso, y lo que siguió después.

    —Pues en el correr del tiempo, me han venido deseos de que me entregues, completamente de sorpresa, o casi, a algún otro hombre u hombres, que les digas que quieres que me posean, que me prepares para ellos y que veas todo. Pero comprendo que puede que te sientas mal haciéndolo, en esto y en todo debemos ser sinceros.

    —Amor, sabes que te acompaño en todo, te amo tal como eres y respeto tus sentimientos. ¿Como lo has pensado?

    —Mmm, algo así como hombre mayor, serio como todos mis clientes, a quien tomemos por sorpresa, sin dinero de por medio. De algún modo terminar invitándolo a la oficina, y que se lo propongas o sugieras.

    —Me gusta, suena excitante.

    —Quizás se lo sugieras, o puedo yo iniciar el tema y tú lo derivas hacia el sexo, me desvistes para él y lo incitas a poseerme. Tiene que ser un señor muy de confianza, por el tema salud, y por la discreción que tú y yo necesitamos. ¡O sea un caballero!

    —No me ves, pero en este momento no puedo pararme aquí todo el salón del restaurante vería mi erección, ja ja.

    —¡Te quiero, te amo! ¿Lo tomo como un sí?

    —Por supuesto. Debemos dedicarnos a encontrar a ese caballero.

    —O caballeros, si fueran dos no me molestaría…

    —A mi tampoco me molestaría… ¡manos a la obra!

    Y ahí comenzó nuestra búsqueda, que no ha sido fácil, pero que fue exitosa y ya se los contaré.

    Pero hoy quiero relatarles, además de las dos novedades anteriores, el reencuentro con papá. El pobre papá (y también mi suegro, con abstinencia similar), estaba desesperado cuando alrededor del 9 de junio retomé mi actividad después de las vacaciones. Imaginen, llevaba unos 40 días sin tenerme, pero me había visto reiteradamente cuando yo iba a visitarlos a él y a mamá a su casa, o ellos venían a mi casa. Me lo dijo varias veces, me pedía sexo, pero yo me mantuve que eran vacaciones y descanso.

    Finalmente, volví a mis actividades, súper ocupada por la altísima demanda de mis clientes, pero logré liberar una mañana en casa (no en la oficina), para recibirlo. El pretexto para salir de su casa toda la mañana, fue hacer unas reparaciones en nuestra casa.

    No les mentiré, yo también estaba muy deseosa de estar con él, me provoca sensaciones diferentes a las de todos los otros hombres que puedan poseerme, y es lógico, ser cogida por el padre es algo muy muy (y muy) especial.

    Me vestí sencilla y con ropa liviana, pese al frío que ya se insinuaba en comienzos de junio y que a partir de esos días ha sido tremendo.

    Stilettos, medias negras con liguero alto, mini falda plisada negra (las estoy usando mucho últimamente), tan mini que dejaba a la vista los dos tirantes de cada pierna del liguero que sostienen las medias; y un sencillo crop top rojo que me deja a la vista el ombligo. Nada de lencería salvo el liguero. Al cuello un collar de perlas de fantasía, de dos hileras, largo al medio del busto.

    Así vestida, pese al frío, salí a recibirlo y abrirle el portón de entrada del muro perimetral para que entrara con su coche.

    Entramos a la casa con papá luego de besarlo en el jardín del frente cuando bajó del coche, sin importar si nos veía alguien. Se imaginan que al colgarme de su cuello, si alguien pasó frente al portón de rejas, nos vio claramente (y como yo estaba vestida).

    Le serví un café, eran apenas las 8 y 30 de la mañana, y mientras lo bebía, conversamos. Hablamos de que alguien me había visto almorzando con Tib y sus dos Gerentes y que nos despedimos con un beso. Quien me vio es una amiga de mamá, que, sorprendida, le comentó el hecho (cero discreción de su parte).

    Afortunadamente se pudo desactivar el tema, diciendo que sí era yo, y que eran tres muy buenos clientes de la Consultoría, con quienes había almorzado y nos despedimos con un beso.

    —Pero a mi amiga le pareció que eran beso en los labios, había dicho mamá.

    —Habrá visto mal, seguro no estaba cerca y le pareció, imagínate mamá, ¿ cómo podría besarme en los labios con tres hombres en un restaurante?

    —Sí, claro, me quedo tranquila.

    Y en la conversación papá me confirmó que el tema había sido olvidado.

    Terminado su cafecito, papá pasó al baño a cepillarse los dientes, y yo me quité el top y me eché en la cama boca abajo, con la minifalda puesta, para excitarlo aún más. Cuando vino a la cama, solamente en boxers, se sentó al borde de la cama, me besó y comenzó a acariciarme y besarme las piernas. ¡Me encanta que me besen las piernas con las medias puestas! Las medias quedaron en parte empapadas de saliva.

    Siguió subiendo, me levantó la parte trasera de la mini falda y comenzó a besarme suavemente el culo, me mordía las nalgas, me acariciaba las nalgas y las piernas.

    Cada vez más excitada, comencé a gemir levemente. Sentía su lengua en mi esfínter y sentía su saliva correr hacia los labios de mi concha. Me puse de pie y y frente a él me quité la falda, y él se quitó el boxer.

    La verga estaba esplendorosamente parada, en la punta, recubierta de la piel del prepucio, apenas se abría un agujereo que mostraba una gota de líquido pre seminal.

    Decidí chupársela un poco, pues me di cuenta que si me penetraba acabaría enseguida a causa de la calentura y la larga abstinencia.

    Lo hice sentar en la cama y me arrodillé frente a él entre sus piernas. Mis manos tomaron su cintura. Acerqué la boca a la verga, y le di un suave beso en la cabeza sin correr hacia atrás la piel.

    Lo miré a los ojos, lamí sus huevos y volví a ir a la cabeza de su pija, dos lengüetazos fueron suficientes para correr un poco la piel y dejar media cabeza descubierta. Me introduje la verga en la boca y con la lengua trabajé en la cabeza hasta sentir el glande al descubierto. Siempre mirándolo a los ojos, sintiendo como se conectan nuestros ojos azules, lentamente te retiré la pija de mi boca y le lamí el culo. Un dedo y la lengua lo llevaron al cielo, o casi. Sabía que él no resistiría mucho más.

    Me alejé para que se tranquilizara y me viera, me giré frente a él… —¿Te sigo gustando papá? —Me desesperas Sofía, sabés bien cuánto te deseo…. —Yo también te deseo papi, no sé cómo podemos amarnos así, pero me encanta que me cojas. Y mis tetas se arrimaron a su boca. Se puso a chuparlas como un bebé.

    Lo dejé hacer, lo empujé sobre la cama y me subí a él, le ofrecí nuevamente te las tetas y mi collar caía sobre su cara mientras me las lamía y chupaba.

    —Me la voy a clavar papá, acaba tranquilo, ya habrá tiempo de más. —Si sí, ¡no aguanto más! Y lentamente volví a disfrutar del miembro de mi papá, caliente, lubricado él y lubricada yo, entró toda, hasta que realmente me senté sobre él.

    Comencé a subir y bajar, a veces me detenía y le daba las tetas a chupar o jugaba con mi collar de perlas en su cara. Él me acariciaba las nalgas o el clítoris, pero no llegué a acabar, se me adelantó a los pocos minutos y sentí como me llenaba la matriz. Tibio, seguramente espeso y obviamente abundante su semen se derramó en mí. Tan excitante como siempre, eufórica de recibir la esencia de mi padre en mí.

    Sentía sus chorros, vi su cara contraerse al acabar, y aflojarse en una sonrisa mientras me decía —¡Gracias hija! —¡Que goce papi! ¡Me gusta tanto! ¡te deseo!

    Me preparé para algo que había pensado en mientras lo montaba.

    Apoyada en mis rodillas, puse una mano entre mis piernas mientras levantaba el cuerpo y la verga se salía de mí. Al momento, aquella acabada desesperada de deseo y abundante, se escurrió hacia la palma de mi mano puesta bajo la concha.

    Recogí todo, lo miré fijo a los ojos y me llevé la mano a la boca. Lo saboreé antes de tragarlo… —Te adoro hija, sos mi putita para siempre, siempre te llenaré de leche. No respondí, simplemente recogí nuevamente algo de líquido que me había escurrido, lo froté en mis tetas y se las di a chupar. Lo hizo con fruición.

    Recostados frente a frente, descansamos. No paraba de mirarlo y quererlo. Su cuerpo típico de 50+, su torso velludo su cara con algunas arrugas y su cabello con islas grisáceas. Y su verga, sobre todo su verga. Recostado de frente a mí sobre su lado derecho, hacia la derecha caía su pija sin erección, nada larga, un poquito gruesa, el prepucio cubriendo el glande, dejando un agujero al frente donde se veían restos de semen. Un padre en reposo, después de acabar dentro de su hija.

    Lo besé, le acariciaba la pija, me sobaba las tetas. Y cuando vi un atisbo de nueva erección, me puse a chupársela. Esta vez a fondo, con masturbación adicional. En 69 para que a su vez él me preparara.

    Y llegó el momento. Se tiró encima de mí y comenzamos a frotar nuestros cuerpos.

    ¡Como se disfruta ese frotamiento incestuoso! (¿a quién le importa?). Su verga ya erecta buscaba mi raja, yo lo buscaba a él y sentí que me la metía. Esta vez no hubo eyaculación rápida ni nada de eso. Me cogió con las mismas ganas pero sin urgencia. Acabé, vaya si acabé, temblando y gimiendo, y él seguía en su vaivén hasta que llegó al final. Sentí claramente los cuatro chorros con los que me obsequió.

    Mi concha se contrajo sobre su pija y quedamos así, él sobre mí un rato.

    Finalmente de nuevo se la chupé hasta limpiarla, me chupó la concha sin importarle y mientras nos besábamos y él jugaba con el collar en mis tetas, le dije:

    —¿Sabés papá? Con Tommy estamos en búsqueda de alguien a quien entregarme, una ceremonia de entrega completa, que me corteje aunque sea un poco, que Tommy le diga que quiere entregarme y que finalmente se haga, con Tommy entregándome desnuda y mirando todo sin intervenir. Pero es difícil conseguir a alguien de confianza y a quien sorprender. ¿Se te ocurre dónde seducir o alguien?

    —Mmm lindo tu deseo…. Yo creo que sería bueno que te fijaras en algún señor que almuerce o cene solo en un restaurante, o en algún concurrente a alguna reunión de esas que hacen los Bancos con exposición de colegas tuyos. O incluso asistiendo a algún evento deportivo.

    —Deportistas, descartados, no quiero nada en ese ambiente.

    —¿Gym? Si fueras muy temprano o muy tarde, puede haber ejecutivos que se interesen nada más verte.

    —¡ Es buena idea! Esa y las de ámbito académico me gustan…y a restaurantes, vamos siempre, puede surgir algo.

    Una mirada pícara a su verga me llevó a concluir que sería capaz de cogerme nuevamente. Un largo beso negro lo puso erecto, y entonces fue mi turno de ofrecer mi orificio para que me lo preparara.

    Cantidades tremendas de saliva lo lubricaron, un dedo entrando y saliendo lo abrió un poco, luego de que su boca y su lengua prácticamente me lo comieran.

    Yo quería un poco en cuatro y le propuse:

    —Papá, primero en cuatro y luego mi culito ¿si? —Lo que quieras amor (como me gusta que me diga amor)…

    Me puse en cuatro él se puso detrás y yo tomé su poronga y la dirigí a mi concha. Daba gusto sentirla entrar tan suave, tan lubricada.

    Pero nada de eso importaba cuando comenzó a bombearme, y a chocar su vientre en mis nalgas.

    Plaf, plaf, plaf… ese ruido me enloquece, ya no quería que me hiciera el culo, quería que siguiera. Pero un pulgar que entró en mi esfínter para mantenerlo abierto, y la saliva que comenzó a caer en mi tesoro, me recordaron de darle placer.

    Pero lo dejé a su gusto, Siguió un buen rato en cuatro y luego la sacó.

    Una vez más el pulgar entró a fondo en mi culo, lo retiró y dejó caer bastante saliva, yo esperaba un poco deseosa y un poco extrañando su pija en mi concha.

    Apoyó la cabeza, la posicionó bien centrada en el esfínter. Y empujó… cero resistencia, solamente placer de ambos. —Ahhh, que divino hija, como entró, me dijo comenzando a moverse.

    En dos minutos el movimiento era frenético y yo gritaba de placer, y para más placer, me la sacó, me escupió el agujerito y la volvió a meter, y repitió y repitió.

    Yo apenas jadeaba, me quedaba sin aire y le pedía más y más. Al final, recordó que no me gusta que me acaben dentro del culo, la sacó, me di vuelta, tendida en la cama y descargó, no mucho pues era la tercera vez, en mi cara.

    Me encantó, por supuesto recuperé y me llevé a la boca todo lo que pude. Sabíamos que era el final ese día. Ya era casi mediodía y yo debía atender dos clientes de tarde. De todos modos, nos besamos y se la chupé, conversamos un poco, prometió avisarme si sabía de alguien para “sorprender con una entrega” y lo acompañé a la puerta a despedirlo luego de ducharnos.

    No vacilé, sé que le gusta verme desnuda y fui solamente en tanga, las tetas al aire, muerta de frío, acompañándolo al coche, aunque él se encargó de abrir y cerrar el portón del muro.

    Aún me faltaba reencontrarme con mi suegro, con quien no cogíamos desde antes de las vacaciones, y yo quería completar la colección de manchas de semen en mi vestido de novia.

    Y lo hice, pero otra prioridad debió ser atendida.

    Hasta la próxima.

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  • Me cogí a nuestra niñera de 19 años

    Me cogí a nuestra niñera de 19 años

    Es una historia algo larga y no se la he contado a nadie puff aquí vamos algo nervioso de contar, pero bueno… Tengo 38, soy un hombre felizmente casado con mi esposa y nuestra pequeña hija, amo a mi esposa, ella es una mujer muy inteligente y demasiado guapa… Tez blanca, un cuerpazo hermoso, con unas tetas pronunciadas y unas nalgas muy notables, ella se cuida mucho, corre y va al gym siempre que puede.

    Hace aproximadamente un año ella contrató a una muchacha a la cual llamaré “Evelyn” y pues Evelyn nos ha ayudado mucho en las tareas del hogar especialmente cuidando a nuestra hija, ella es una persona muy buena y paciente, también es mucho más joven que mi esposa y yo, tiene 19 años y está estudiando la carrera en modo sabatino mientras de lunes a viernes viene a nuestro hogar a cuidar a nuestra hija y ayudarnos con ciertas cosas junto con mi suegra lo cual también nos ayuda.

    Hace 3 meses mi esposa tuvo que salir fuera del estado porque su padre (mi suegro) había sufrido un ataque al corazón y junto con mi suegra y mi hija fueron a visitarlo y de paso irlo a cuidar unas semanas.

    Me quedé totalmente solo en la casa y a los dos días vino Evelyn a la casa porque mi esposa la había llamado para ver si podía ayudarme con barrer y trapear la casa mientras estaba solo… Ella hacía su trabajo y todo bien hasta ahí hasta que le dije que no era tan necesario hacer todas las tareas del hogar y que se podía ir a su pueblo (ella es foránea) a descansar y a estudiar y cosas así (mi plan original era estar totalmente solo en la casa y descansar de todo sin que nadie me molestara) lo cual ella aceptó me dió muchas gracias y decidí darle el aventón a su casa…

    En eso le pregunté si tenía hambre y me contestó que si, entonces la invité a almorzar, de ahí tuvimos una muy pero muy buenas platicas acerca de mi hija y de la vida en general, estuvimos muy contentos y por alguna razón decidí invitarla a un bar donde a veces salgo con unos amigos… Pues estuvimos ahí bebiendo cerveza tras cerveza y terminamos muy ebrios y nos empezamos a besar y la atracción entre ambos era muy muy fuerte (incluso desde antes) entonces en vez de llevarla a su casa me la llevé a la mía donde tuvimos sexo muy duro y sin protección.

    Sin exagerar tuvimos de más de 10 rounds, desde las 11 de la noche que llegamos hasta que nos dormimos las 4 de la mañana cogiendo en la cama matrimonial donde duermo con mi esposa. Como trabajé esa semana en home office no tuve que salir de mi hogar y todos esos días Evelyn y yo cogíamos como conejos y siempre estábamos desnudos, incluso se ponía a barrer y a cocinarme totalmente desnuda y yo me venía en todos lados en su boca, vagina, espalda y culo porque hasta tuvimos sexo anal… De broma y por calentura le pedía que me modelara en la ropa interior y lencería de mi esposa lo cual ella accedía.

    Evelyn es totalmente opuesta a mi esposa, ella tiene una complexión muy delgada a diferencia de mi esposa casi no tiene tetas ni nalgas… También su complexión es que es de tez morena y tiene el pelo muy negro, un negro impresionante. Una de las cosas que más amo de Evelyn es su vagina ella no se rasura y anda al natural con vello púbico aunque se rasura totalmente en la parte de los labios mantiene vello abundante en la parte del pubis, su vagina es muy esponjada, su ano es totalmente negro y apretado eso me excita, me encanta su belleza joven y totalmente natural…

    Me encanta como me hace sexo oral y se traga mi semen mientras me mira a los ojos. Su culo y vagina tienen un olor muy particular. Siempre que podía le olía el culo y se lo succionaba hasta quedarme sin aliento, a ella le encanta cuando haga eso.

    Durante 3 semanas, aproximadamente un mes, estuvimos teniendo sexo y viviendo como marido y mujer a diario, íbamos a cenar, nos bañamos juntos mientras mi esposa me llamaba y me decía acerca de la condición de su padre y me preguntaba cómo estaba y le decía que bien que había mandado a Evelyn a casa y que mientras estaba cómodo estando solo en la casa.

    Finalmente, mi esposa me habló para avisarme que llegaría al otro día y si podía ir por ella lo cual le dije que sí y Evelyn y yo tuvimos nuestra última noche solos teniendo sexo lo más que pudiéramos antes su llegada. Al otro día nos despertamos y Evelyn se puso a lavar todo, sábanas, ropa, etc. Para que quedara todo limpio y sin evidencia, cuando fui por mi esposa, mi suegra y mi hija me sentí alegre, pero a la vez triste y sé que Evelyn también porque lo estuvimos platicando mucho días anteriores.

    Llegando a la casa ya todo estaba limpio, Evelyn ya no estaba (porque era fin de semana) y pues todo regresó a la normalidad, aunque la verdad cuando viene Evelyn a limpiar o a cuidar a mi hija siempre nos quedamos viendo, actualmente nos vemos a escondidas y andamos esperando que nos vuelvan a dejar solos de nuevo.

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