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  • Una confesión de mi amante

    Una confesión de mi amante

    El curso terminó, podíamos ir a casa.

    Subimos al auto y tomamos el camino habitual… se sentía la tensión cuando rompí el silencio diciendo: – dime que no avisaste que se acabó el curso.

    Él volteó y una sonrisa de complicidad enmarcó su rostro.

    El calor de medio día y el tráfico del viernes estaban volviendo eterno el camino. Comenzaba a desesperar y el miedo de que cambiara de opinión me invadía, así que me recargué en él y comencé a acariciarlo, tocaba sus piernas, su pecho y un poco su entrepierna.

    Al fin llegamos. La última villa disponible del hotel parecía esperarnos…

    Tan rápido entramos a la habitación sus brazos me tomaron por detrás, beso mi cuello y caminamos hacia la cama para caer abrazados.

    Sus manos comenzaron a deslizarse bajo mi blusa, en busca de mis pechos, nuestras miradas se cruzaban llenas de complicidad, sabiendo lo que iba a pasar.

    Los besos suaves comenzaron, sus manos recorrían con suavidad mis pechos y bajando poco a poco hasta encontrar mi entrepierna donde sus dedos comenzaron una batalla con mi ropa interior para poder adentrarse en mis labios…

    Su boca bajó a mis pechos que recibieron con gran placer cada beso, cada lamida y mordida que les regalaba mientras sus dedos jugaban en mi, haciéndome humedecer y comenzar a gemir, sintiendo su erección frotando en mi muslo.

    Ya húmeda desabroche su pantalón y metí mi mano para sentir su pene, para ayudarle con esa erección… comencé a masturbarlo, su excitación subía, lo sentía en la frecuencia con la que sus dedos entraban en mí… fue inevitable el orgasmo.

    Con esa sonrisa de victoria que lo caracteriza pregunto: – ¿vamos bien?…

    Gire sobre él y lo bese con calma desde el cuello hasta su pelvis, termine de quitar su pantalón y los boxers que aún me estorbaban, masajeé sus muslos antes de recorrer todo su pene con mi lengua… de escupirle y chuparlo como una paleta.

    Hasta que dijo: -ven.

    Subí a darle un beso mientras mis piernas se abrían sobre él… su cabeza rosada sintió lo húmeda que estaba y levantando su pelvis tomó mis caderas para clavarme… sentí todo su miembro dentro en seguida y como su manos pasaban a sujetar con fuerza mis pechos.

    Comencé a montarlo y aumentar de a poco la frecuencia, trababa de seguir el ritmo que me marcaba con sus manos sosteniendo mis caderas, cuando sin entender cómo, en un segundo estaba sobre mí, sus brazos bajo mis piernas que las mantenía elevadas y abiertas para que entrara en mi con la fuerza y rapidez que me encanta.

    Solo podía gemir de placer, pedirle que no parara y disfrutar de su respiración agitada hasta sentir su leche caliente en mi.

    Tomamos una pausa para comer algo y el segundo round llegó. Sentados frente a frente sobre la cama tomó un poco de yogurt en sus dedos y lo puso sobre mis pezones, tomó un poco más y lo llevo a mi boca acercándose para besarme. Mi cuerpo se estremeció en segundos y de un jalón me acercó a él, mis piernas abrazaban su cintura y mientras me besaba sentí lo duro que ya estaba, me penetró y chupando mis pechos comenzó el vaivén. Sentía como chupaba con fuerza y ocasionalmente mordía mis pezones estaba muy caliente y sus manos apretaban con fuerza mis nalgas pegándome hacia él.

    -En cuatro, le dije en la pausa de un beso y cambiamos. Sentía el golpeteo fuerte de sus bolas en mí, sus manos sostenían las mías dejando sueltos mis pechos que ya rojos pedían un respiro de sus labios. -¿así?, ¿así te gusta? Preguntó dándome una cuidadosa nalgada.

    Mis gemidos no podían engañarlo estaba disfrutando cada embestida y pidiéndole más. Su mano me abrazó y con la otra buscó mi clítoris. Ya no podía aguantar más y con un fuerte gemido le anuncié que me había hecho llegar otra vez.

    Sacó su pene y golpeándolo en mis nalgas las llenó de él.

    El tiempo nos apremiaba, parecía que era hora de irnos pues lo esperaban en casa. Dijo que tomaría una ducha para irnos y no pude aguantar las ganas de verlo en la regadera.

    Ya estaba enjabonado cuando llegué preguntando: -¿te puedo ayudar? El solo soltó una pequeña risa cuando me vio hincarme y sostener su pene en mi mano.

    Bajé su prepucio para disfrutar de su cabeza rosada que tanto me gusta, parecía que aún estaba sensible, lo recorrí todo y mientras mis manos lo masturbaban mi boca exploraba sus bolas lamiéndolas por completo y escuchando sus gemidos. Sus manos quitaban mi cabello de la cara y me invitaban a incorporarme, pero viéndolo fijamente y con su verga en mi boca mostré una negativa. – Me voy a venir, dijo. Y como si no hubiera dicho nada seguí chupando su miembro, acariciando sus bolas y sus nalgas hasta que un -“ayyy… tronó su fuerte respiración llenando de su rica leche mí boca y sin dudarlo ni un minuto la trague toda con mi mirada siempre fija en la suya.

    Bese sus muslos y un poco más su verga antes de levantarme… nos dimos un beso y terminamos de bañarnos juntos.

    Al salir del hotel y dejarme en la plaza de siempre se despidió diciendo – gracias por la comida, moría de hambre.

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  • Juego de retos termina mal

    Juego de retos termina mal

    ¡Hola a todos! ¿Cómo andan? Una consulta rápida antes de meternos de lleno en el relato: ¿Les gustan las historias largas o prefieren que vayamos más “a los bifes”? Los leo. ¡Ahora sí, empecemos!

    Mi comienzo de 2023 había sido un embole: laburo, calor, cero planes y ni siquiera un chisme decente para distraerme.

    Estaba tirada boca arriba en el sillón, pensando seriamente en fusionarme con el ventilador, cuando me llegó un mensaje de voz de una amiga de toda la vida. La misma con la que nos vemos poco, pero cada encuentro rinde por meses. Le di play sin muchas expectativas.

    —Che, el sábado hago una juntadita en casa. Quedo sola. Tranca, algo para tomar, pileta si pinta. Caéte.

    No me dio demasiados detalles, pero siendo enero, con ese calor insoportable que te deja pegada a cualquier superficie, cualquier excusa para salir de mi casa era bienvenida. Así que dije que sí sin pensarlo mucho.

    Llegué cerca de las once de la noche, transpirando como si hubiera corrido una maratón.

    El aire afuera estaba espeso, pesado, ese tipo de calor que te hace sentir que respirás sopa. Apenas abrí la puerta, un golpe de música, risas y olor a bebidas dulces me recibió.

    —¡Al fiiin! —me gritó mi amiga desde la cocina, con un vaso en la mano—. Pensé que no venías más.

    —Me estaba derritiendo en la vereda —le dije, dejándome caer en el sillón.

    En la casa había más gente de la que esperaba. Varias caras conocidas, otras no tanto. Tres chicas que ya había visto en otros planes, un par de chicos que no me sonaban de nada, y un tercero que estaba afuera, cerca de la galería, hablando con alguien.

    No le presté atención. Mi cerebro estaba más concentrado en el hielo del vaso que mi amiga me alcanzó.

    Un trago. Después otro. Y el cuerpo empezaba a aflojarse, como si el alcohol fuera una brisa fresca interna compensando el calor húmedo del living.

    Nos sentamos en ronda, algunas en el piso, otras en el sillón. Los ventiladores giraban inútilmente, como si solo empujaran aire caliente de un lado a otro.

    La ropa de todos era mínima: shorts, tops, remeras grandes y gastadas. El calor no perdonaba.

    Yo estaba sentada en el piso sobre una almohada, con las piernas cruzadas, charlando con dos de las chicas. Entre risa y risa, alguien dijo:

    —Che, ¿y si jugamos a algo?

    Mi amiga, siempre anfitriona entusiasta, apareció levantando una caja de cartas como si fuera un trofeo.

    —Tengo el “No lo testeamos ni un poco picante”. ¿Se copan?

    Las risas fueron inmediatas. Era de esos juegos peligrosos cuando ya había alcohol en sangre. Pero justo por eso, perfecto.

    —Dale —dije, sin saber mucho de lo que se trataba.

    Nos acomodamos más cerca. Diez personas en el piso de un living chico, todos pegajosos, medio apoyados unos contra otros por simple falta de espacio y por lo mal que circulaba el aire.

    El olor a perfumes mezclados era… raro, pero de alguna manera divertido.

    El juego arrancó suave. Cartas boludas, desafíos simples, pavadas.

    Después empezaron las prendas un poco más atrevidas: un topless de una de las chicas, un chico haciendo un baile erótico, dos participantes que tuvieron que mandarle audios calientes a contactos random. El alcohol ayudaba a que todo pareciera gracioso, liviano, absurdo.

    Yo venía esquivando los retos jugados con la misma estrategia:

    —Shot. A la mierda. —decía, levantando el vaso.

    Las chicas se reían, los chicos se aplaudían como si hubieran hecho algo heroico. Todo estaba en ese punto justo entre divertido y peligroso.

    Fue recién ahí, en la ronda como número cinco o seis, que lo noté. Un tipo que estaba sentado casi enfrente mío.

    No sé cómo no lo había registrado antes. Tenía el pelo un poco desprolijo, y una expresión canchera que me cayó mal al instante. De esos que hablan con una sonrisa permanente, como si siempre supieran algo que vos no.

    No le presté más atención… hasta que habló por primera vez, haciendo un comentario boludo sobre una prenda que le tocó a otro.

    Ahí pensé: ay, este va a ser insoportable.

    Seguí jugando. Varios tragos después, la noche ya tenía el brillo caliente de las situaciones que pueden salir muy bien… o muy mal.

    Cuando levanté mi carta y leí la consigna, solté una risa incrédula:

    —Dale… ¿en serio? —dije, mostrando el cartón—. “Preguntale a los demás participantes si alguno te deja masturbarlo. No hace falta que lo hagan en frente de todos”.

    Las chicas gritaron un “Uuuuh”, los chicos hicieron ruidos exagerados. Yo apoyé la carta en mis piernas y respiré hondo, sintiendo cómo la piel me brillaba por el calor y la transpiración.

    —Bueno… —dije, levantando la vista con una sonrisa resignada—. ¿Alguien?

    Esperaba risas, esperaba que me dijeran que tomara otro shot, o que alguien tirara un chiste. Nada más.

    Pero la voz vino desde el otro lado de la ronda, clara, firme, con ese tono canchero que ya me había caído mal antes.

    —Yo quiero.

    Lo miré.

    Leo -así se llamaba- seguía con esa sonrisa dibujada, una ceja alzada, la postura relajada de alguien que no le teme al ridículo ni a nada en realidad. Y por alguna razón, la forma en que lo dijo me hizo parpadear dos veces, sorprendida.

    Las miradas del resto se volcaron hacia nosotros.

    —¿En serio? —le pregunté, más para ganar tiempo que otra cosa.

    —Si —dijo, encogiéndose de hombros.

    Hijo de mil. Primero me reí. Después me puse un poco nerviosa.

    —Vamos —solto, casi desafiándome.

    Risas, gritos, aplausos. Un quilombo hermoso.

    Mi amiga señalaba el pasillo como si fuera la maestra de ceremonias de una obra ridícula.

    Él se levantó, tranquilo, sin perder esa expresión sobradora. Pasó cerca mío al caminar y el olor a desodorante mezclado con calor varonil me llegó de golpe. No sé por qué, pero me erizó un poco la piel.

    Cruzamos el living entre chistes y comentarios, esquivando vasos y piernas. Él iba adelante. Yo atrás, con una adrenalina rara retorciéndome en el estómago.

    El pasillo parecía más largo de lo normal. O tal vez era el aire caliente el que me hacía caminar lento, como si el verano entero estuviera colgado de mis hombros.

    Él iba unos pasos adelante, sin apuro, con esa seguridad molesta que me había caído como el orto toda la noche.

    Pero ahora… ahora me latía en el pecho.

    Entramos. La habitación era un desastre: la cama deshecha, una lámpara prendida en el velador tirando una luz tibia, casi dorada, que hacía brillar el sudor en mi piel; ropa tirada por todos lados, maquillaje

    La puerta se cerró detrás nuestro con un click suave y todo el ruido del living quedó lejos, como si hubiéramos cruzado a otro mundo.

    Él se dio vuelta despacio, mirándome de arriba abajo con esa sonrisa canchera que me irritaba… y que, por alguna razón, ahora me derretía un poco.

    —¿Empezas? —me preguntó, sin burlarse, sin exagerar. Solo ese tono suyo, pícaro, confiado, casi desafiante.

    —Pensás que no me da, ¿no? —le dije, cruzándome de brazos, aunque sentía cómo el corazón me golpeaba en las costillas.

    Él se rió, bajito, esa risa grave que vibra más que suena.

    —Pregunto nomás… por ahí te quedaste sin coraje —dijo, levantando una ceja.

    Me acerqué un paso, después otro. El calor de la habitación se pegaba a la piel como una mano húmeda. Lo sentí antes de tocarlo, ese magnetismo ridículo que no tenía sentido con alguien que horas antes me caía pesado.

    —¿Querés ver? —le dije, sin bajar la mirada.

    Él no contestó. Simplemente apoyó las manos en el borde del colchón y se bajó el pantalón con una naturalidad que me cortó el aire. Se sentó en la cama, las piernas un poco abiertas, el pecho subiendo y bajando más rápido de lo normal.

    Por un momento no pude moverme. El calor, el silencio, la lámpara iluminando solo una parte de su cuerpo… todo me envolvió de una manera casi mareante.

    —Vení —me dijo, bajando la voz hasta un murmullo ronco—. Si no te da miedo.

    Eso fue lo que me hizo temblar. No la frase. El tono. Como si supiera exactamente qué botón tocar.

    Di un paso. Otro. El piso frío bajo mis rodillas cuando me arrodillé frente a él me arrancó un pequeño sobresalto. Él lo notó. Sonrió apenas.

    Levanté la mano con una lentitud que no sentía, como si el aire se hubiera vuelto denso. Mis dedos temblaban un poco cuando le toqué, la pija y el calor que me devolvió fue una descarga eléctrica.

    Empecé a subir y bajar, despacio, aprendiendo el ritmo, el peso, la textura. Él no dijo nada, pero su respiración se cortó un segundo, y eso me dio más confianza que cualquier palabra.

    Con una mano, se agarró el borde de la musculosa y se la tiró de un tirón. La tela voló por el aire y cayó en un rincón oscuro, y de repente su pecho estuvo ahí, bañado en esa luz dorada y sudorosa.

    Vi cómo se tensaban los músculos de los brazos al apoyarse en el colchón, cómo el abdomen se contraía con cada jadeo. Mis ojos estaban fijos en su cuerpo, en la forma en que se movía mientras mi mano seguía ese viaje lento y deliberado, sintiéndolo crecer, endurecerse, volverse mío.

    —Miráme —ordenó suave.

    Le levanté la mirada. Ahí estuvo el momento.

    Ese instante en que todo se vuelve una sola línea tensada, a punto de romperse.

    Sus ojos brillaban. Su respiración chocaba con la mía. Sentí su mano rozar mi pelo, apenas, como probando si podía. No guiando todavía, solo… tocando. Pero me rompí.

    Me incliné y le tomé la pija con la boca, y el sabor a él, salado y vivo, me inundó por completo.

    Empecé a lamerle la cabeza con la punta de la lengua, jugando con ese borde sensible, escuchando cómo su respiración se convertía en un gemido bajo y ronco.

    Sentí sus manos moverse, indecisas, antes de posarse con suavidad en mis sienes. No empujaban, solo estaban ahí, como si quisieran asegurarse de que no me fuera a ir.

    Le escupí en el tronco, viendo cómo brillaba bajo la luz de la lámpara, y mi mano volvió a moverse, deslizándose sobre mi propia saliva mientras mi boca exploraba cada centímetro.

    Los gemidos se hicieron más fuertes, más urgentes. Bajé la mano y le toqué las bolas, pesadas y calientes, masajeándolas suavemente mientras lo seguía chupando con más hambre, más ganas.

    Fue entonces cuando sus dedos se enredaron en mi pelo y apretaron, no con fuerza, pero con una autoridad que me quitó el aliento. Apoyó las dos manos en mi cabeza, guiándome, y yo me dejé llevar.

    Ya no había juego, ya no había desafío. Solo su venoso pene en mi boca, sus gemidos llenando el cuarto y la certeza absoluta de que habíamos cruzado un punto del que no había vuelta.

    —Pará, pará —soltó entre dientes, tirando de mi pelo con justeza—. Te quiero coger.

    Seguí con mi boca en su pija un segundo más, como si no lo hubiera oído, y luego lo miré desde abajo. Su pecho subía y bajaba de una manera poco tranquila.

    —No, Leo —dije, volviendo a bajar la cabeza—. Así está bien.

    —No, hermosa, no está bien —insistió, con esa voz canchera que ahora sonaba a pura urgencia—. Te quiero entrar. Tengo un forro en la billetera, en el pantalón.

    La palabra “forro” me golpeó en medio del pecho. Detuve mi mano. Me quedé ahí, arrodillada, con la cara a centímetros de su piel, y dudé.

    Por un instante, el juego de antes, los tragos, la risa, todo pareció una tontería. Esto era otra cosa.

    Pero no me dio tiempo a decidir. Me agarró de los brazos y me levantó de un tirón, con una fuerza que me dejó sin aire.

    Me giró y me tiró de espaldas sobre la cama, que rebotó con un ruido de colchon viejo. Me quedé mirando el techo, sintiendo el mundo girar, mientras él se arrodillaba debajo.

    Me bajó el short de una sola tirada, violenta y rápida, y antes de que pudiera pensar en protestar o en decir que sí, bajó la cabeza y me besó el ombligo. Un beso húmedo, caliente, me derritió por completo.

    Se levantó un segundo, el tiempo justo para sacar la billetera del pantalón tirado en el piso y encontrar el forro.

    Lo vi abrir el paquetito con los dientes, esa maniobra torpe y rápida que lo hacía ver aún más real. Se lo puso con una mano, sin quitarme los ojos de encima, y volvió a sobre mí.

    Me agarró las piernas por detrás de las rodillas y las levantó, abriéndolas, dejándome expuesta. Las apoyó sobre sus hombros, una a cada lado, y se inclinó sobre mi cuerpo.

    Entró suave, despacio, y el aire se me escapó de los pulmones en un jadeo ahogado. No era doloroso, no. Era… lleno. Una presión que se fue abriendo paso hasta que no supe dónde terminaba yo y empezaba él.

    Me quedé quieta, con las manos a los costados, mientras una de ellas se iba sola hacia mi vientre, como si necesitara sentir desde afuera lo que estaba pasando adentro. Él se movió con un ritmo pausado, profundo, mirándome fijamente, y cada embestida me sacudía hasta los huesos.

    El ritmo cambió. Arrancó con un poco más de fuerza, un poco más de velocidad, y luego se hizo imposible ignorarlo.

    Las embestidas se volvieron más hondas, más seguidas, y el aire del cuarto se llenó con el sonido de nuestros cuerpos chocando, esos golpes húmedos y rítmicos que me borraron la memoria.

    —Sos linda, puta… sos re linda —me susurró, con la voz rota—. Lo buena que estás… te voy a llenar de leche.

    Yo solo podía gemir. Las palabras se me mezclaban en la boca, se convertían en sonidos sin sentido. Sentía cómo se me cerraban los ojos, cómo mi cuerpo se entregaba por completo a ese ritmo que me estaba rompiendo.

    —Así Leo… —logré decir—. Ahí…

    Él apretó más, más rápido, y yo sentí cómo todo se tensaba adentro mío, una cuerda que se estiraba hasta el límite.

    —Más —solté, casi un ruego, un grito ahogado debajo de él—. Más, por favor.

    Se inclinó y me besó. No fue un beso tierno. Fue un beso hambriento, de labios abiertos y dientes que chocaron, como si quisiera devorarme.

    Bajó a mi cuello, mordisqueando la piel con una urgencia que me erizó, y llegó hasta mi lóbulo, que lo tomó entre sus labios y succionó hasta que me temblaron las piernas.

    De golpe, me la sacó. La ausencia de su pito me dejó vacía, fría por un segundo. Pero antes de que pudiera protestar, sus manos estaban en mis tetas, masajeándolas con fuerza por encima de mi remera mojada, frotando los pezones hasta que se pusieron duros y dolieron.

    Me agarró de la mano y me levantó de la cama como si no pesara nada.

    Me giró, confundida y temblando, y me empujó suavemente hacia adelante. Mis manos buscaron apoyo y encontraron una cajonera vieja de madera, que crujió bajo mi peso.

    Me quedé ahí, inclinada, con la remera enrollada hasta el ombligo y el short en los tobillos, sintiendo su presencia detrás mío. Se paró a mi espalda, me abrió las nalgas con una mano, y volvió a entrar de golpe.

    Esta vez fue distinto. Más profundo, más salvaje. Una penetración seca y directa que me dobló las rodillas y me arrancó un grito que no pude contener.

    El ritmo era bestial. Cada golpe me sacudía hasta los cimientos, mis manos resbalaban sobre la madera de la cajonera y mis gemidos ya no eran míos, eran de él. Él jadeaba contra mi espalda, un animal agitado y sin control.

    —Te voy a llenar de leche, puta… te voy a llenar toda —soltó entre dientes, con la voz rota por el esfuerzo—. Sos una trola, mirá como te entregas así…

    El insulto fue como gasolina. Me quemó por dentro y me hizo pedir más.

    —¡Dale más! —grité, con la voz destrozada—. ¡No pares, hijo de puta, no pares!

    Sentí que se endurecía todavía más, que su ritmo se volvía errático, desesperado. Supe que estaba al límite. El pánico y el deseo me mezclaron en un solo instante.

    —La quiero en la boca —dije, volviendo la cara lo que pude—. Quiero que me llenes la boca de leche, Leo.

    Él soltó un gruñido, un sonido animal de pura entrega, y se retiró de un tirón. Me giró violentamente, me empujó de rodillas y se paró frente a mí, tirándose el forro con una mano mientras la otra se aferraba a mi pelo.

    Yo abrí la boca, esperándolo, jadeando, lista para recibirlo.

    Me empujó la cabeza hacia su pija y yo me la tragé de un solo golpe, hasta el fondo. Sentí cómo se tensaba por completo, cómo el cuerpo se me paralizaba un instante antes de explotar.

    Gritó, un grito seco y cortado que salió de lo más profundo de su garganta. Luego una respiración profunda, temblorosa, y un quejido largo de pura liberación.

    Su semen me golpeó el paladar, caliente y salado, una y otra vez, mientras mi lengua seguía moviéndose sola, estimulándolo, sacándolo todo hasta el último gota.

    Yo jadeaba también, con los ojos llorosos por el esfuerzo y el calor. La saliva se mezclaba con su leche, un líquido espeso y vivo que me llenaba la boca.

    Cuando lo sentí aflojar, lo solté lentamente. Me quedé un segundo ahí, de rodillas, con todo eso en mi boca.

    Miré hacia la ventana, me levanté, caminé tambaleando hasta ahí, la abrí con la mano libre e incliné la cabeza. Hice un buche, sentí el sabor final, y la escupí afuera, hacia la noche oscura y calurosa.

    Tardé unos segundos en recuperar la respiración. Él también.

    La habitación estaba más caliente que antes, como si el aire se hubiera quedado sin oxígeno. La lámpara seguía iluminando esa luz tenue, dorada, que ahora parecía aún más íntima.

    Me acomodé el pelo con las manos temblorosas, tratando de darle un mínimo de dignidad al desastre. Él se rió bajito cuando vio mi expresión, una risa suave, satisfecha, que me hizo rodar los ojos sin poder evitar sonreír.

    —¿Estás bien? —preguntó, con ese tono suyo entre canchero y sorprendentemente tierno.

    —Sí… —tragué saliva—. O sea… sí.

    Él se subió el pantalón con una calma irritante, como si no le temblara ni la respiración, aunque yo sabía que sí. Lo había sentido. Lo había escuchado. Tenía las mejillas coloradas y una gota de sudor deslizándosele por la garganta.

    Yo me vestí despacio. Las piernas… bueno, no estaban del todo firmes. Él lo notó, claro que lo notó.

    —Tranqui —dijo sonriendo—. Es el calor.

    —Sí, el calor —repetí, mintiendo descaradamente.

    Nos reímos los dos, nerviosos, como si no pudiéramos creer lo que había pasado.

    Me crucé de brazos para que no se notara tanto cómo me vibraban las manos.

    —Voy al baño —dije, porque necesitaba un segundo de aire fresco, de agua, de… algo.

    —Dale —respondió él, abriéndome la puerta como si fuéramos cómplices de un crimen.

    Salí al pasillo. El contraste con la música del living me pareció abrumador.

    Caminé rápido al baño, cerré la puerta y apoyé las manos en la bacha. El espejo no ayudó: estaba colorada, despeinada, con los labios hinchados de tanto… bueno, de tanto calor.

    Abrí la canilla y me lavé las manos despacio, dejando que el agua fría me bajara un poco la temperatura del cuerpo y de la cabeza.

    Respiré hondo. Otra vez, sentí un temblor rezagado, esa chispa que me recorría todavía.

    —La puta madre… —murmuré, pero con una sonrisa que no pude borrar.

    Cuando volví al living, la escena había cambiado.

    Donde antes había diez personas amontonadas en ronda, ahora quedaban seis. El resto se había evaporado en habitaciones, el patio o vaya a saber uno dónde. Yo no era la única que había “aceptado un reto”, al parecer.

    El living tenía otra energía: menos bullicio, más murmullos, luces más bajas, vasos abandonados por todos lados.

    Y él… él estaba ahí, de pie al costado del sillón, sosteniendo un vaso que no parecía haber tocado desde que salimos de la habitación.

    Me miraba. No de forma intensa, ni invasiva. Me miraba como si no pudiera evitarlo.

    Cuando nuestras miradas se cruzaron, su media sonrisa apareció, esa misma que antes me parecía insoportable y que ahora me hizo sentir un calorcito nuevo en el pecho.

    —¿Todo bien? —preguntó mi amiga desde lejos.

    —Sí —contesté, levantando mis manos recién lavadas—. Fui a higienizar mis… bueno.

    Un par de las chicas que quedaban soltaron una carcajada al escucharme. Yo sonreí también, ya más relajada.

    Me dejé caer en un sillón vacío, todavía respirando un poco más rápido de lo normal. Él siguió mirándome un rato más, hasta que me animé a soltar, medio en chiste, medio en sinceridad:

    —Aviso desde ya que para mí… el juego terminó. Yo ya cumplí por toda la noche.

    Un coro de “uhhh” suave se escuchó en la ronda reducida. Él levantó su vaso, como saludándome desde su esquina.

    —Yo también —dijo Leo, con una calma peligrosa.

    Sentí el impacto de esa frase en el estómago, como si todavía estuviéramos en la habitación.

    Miré para otro lado para disimular, pero mis labios se curvaron solos.

    El calor de la noche seguía ahí, pegajoso. Pero ahora… eso tenía otro origen.

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  • Las sobrinas de mi marido

    Las sobrinas de mi marido

    Pocos días después de mi inicio en el sexo con mujeres recibí la visita de Alex. Alex es una sobrina de mi marido, roza la treintena y es algo mayor que mis hijas, iba elegantemente vestida, con un precioso vestido que le llevaba un pico por encima de las rodillas y un escote palabra de honor que mostraba un poco de un par de hermosas tetas, nada más verla me puso muy caliente, estuvimos conversando un poco, sentadas en el sofá, y cuando me dijo que se ir nos pusimos las dos de pie, en ese momento me decidí a atacar, y arrimando mis labios a los suyos nos dimos un beso muy intenso, yo en ese momento me asuste, ¿Y si había sido muy impulsiva y me había equivocado?, Por suerte sus primeras palabras fueron:

    -Vaya tía parece que te gusta el sexo entre mujeres, a mí también me gusta.

    Antes de que yo pudiera reaccionar mi sobrina se arrodilló ante mí y me subió el vestido, hasta llegar a mis bragas, ese día llevaba unas de color azul, al verlas dijo:

    -Tía llevas unas bragas preciosas, pero te las voy a quitar.

    Y en un movimiento rápido, mis bragas terminaron en el suelo, ella dejó mi coño al aire y dijo:

    -Tía me encanta tu coño y voy a comérmelo.

    Dejó que mi vestido tapara mi cabeza, y debajo de él su lengua comenzó a lamer mi coño, lo hacía con mucha habilidad, estuco comiéndomelo un poco, con gran habilidad, y no tardó en provocarme un gran orgasmo, cuando lo hizo se levantó como si nada, se puso muy pegadita a mí, mirándonos directamente a la cara y me bajó las hombreras del vestido dejándome en ropa interior, yo por mi parte, la bajé también el vestido dejando dos impresionantes tetas al aire. Ella se lanzó sobre mi sujetador y me lo quitó, al quedar mis tetas al aire dijo:

    -Tía, tienes dos tetas impresionantes, seguro que al tío le vuelven loco,

    Soy algo más alta que ella, y estimé que debía de tomar la iniciativa, me puse a su espalda y la rodeé con mis brazos, la dije:

    -Estas impresionante.

    Mi idea, era quitarle el vestido, se le fui bajando, cuando sus tetas estuvieron despejadas, no llevaba sujetador, con una de mis manos le sobé un pezón y le dije:

    -Las tienes deliciosas, seguro que gustan a michos tíos, y a alguna tía, jajaja.

    -Gracias, tía, me respondió.

    Mientras yo había logrado mi objetivo de quitarle el vestido, un tanga diminuto era lo único que cubría su cuerpo, le pedí:

    -Quiero quitarte ese tanga.

    Ella se puso de espaldas a mí, y apoyando sus manos en el sofá, se puso en un posición parecida a cuatro patas, en ese momento yo me arrodillé ante ella y cogiendo su tanga con mis manos, se lo fui bajando poco a poco, contemplar su coño me calentó todavía más, le termine de quitar el tanga y una vez desnudas las dos ,le pedí que de espaldas a mí se pusiera a cuatro patas encima de del sofá, mientras yo lo hacía detrás de ella, e introduje uno de mis dedos dentro de su coño y comience a moverle, ella al sentirlo dijo:

    -Tía, eres muy hábil con tus dedos, pero méteme otros dos más.

    Seguí sus instrucciones y metí tres de mis dedos dentro de su coño, lo tenía mojadisimo, y oír el sonido de mis dedos contra su agujero y sentir su humedad, y oírla gemir me resultaban algo tremendamente excitante y morboso. Seguí moviendo mis dedos, mientras ella decía:

    -Tía me vuelves loca.

    Estas palabras me llevaron a aumentar la dosis, y sacando mis dedos se su coño acerqué mi boca a su culo y comencé a besárselo, mi sobrina estaba muy excitada y me dijo:

    -Tía me estas llevando a la locura.

    Seguí jugando con mi lengua, y me puse a lamer su coño, sus gemidos eran bestiales, en ese momento, m e decidí a jugar con ella e introduciendo de nuevo uno de mis dedos en su coño, comencé a masturbarla, y le pregunté:

    -Sobrinita, cuéntale a tu tía, ¿Eres lesbiana?

    -Tía me gusta hacerlo tanto con hombres como con mujeres me respondió.

    -¿Y alguna vez lo habías hecho pensando en mí?, le volvía preguntar.

    Si tía, eres una mujer muy deseable, me respondió, pero ahora tengo ganas de comerte el coño.

    Yo tenía ganas de que lo hiciera así que me tumbé en el sofá y abrí bien mis piernas, mi sobrina también se tumbó y como si fuera una serpiente se deslizo llevando su cabeza hasta mi coño, y una vez que llegó sacó su lengua y se puso a comerme el coño, la verdad es que lo hacía divinamente, su lengua repasaba cada centímetro de mi coño dándome muchísimo placer, su tío nunca me había hecho una comida de coño así.

    En ese momento me entró un deseo muy especial y le dije:

    -Cariño, me muero de ganas de que hagamos un sesentainueve.

    -Como tú quieras, adorada tía, me respondió.

    Y se tumbó en el sofá, yo me puse encima de ella en posición invertida, de esta manera el coño de cada una quedó al alcancé de la boca de la otra, y las dos sacando nuestras lenguas, las metimos en el coño de la otra, el coño e mi sobrina sabía de una manera deliciosa, así que me puse a chupárselo con ansia, pero ella no se quedaba atrás su lengua lamia mi coño de una manera magistral, me estaba llevando a la locura total, nuestros gemidos se hicieron cada vez más intensos, creo que cada una intentaba que la otra se corriera la primera y que tuviera un orgasmo bestial.

    Pero debo de reconocer que fue ella la que me llevó a tener un grandísimo orgasmo, al sentirlo sobre su boca dijo:

    -Tía, Nunca había sentido una cantidad de líquido salir del coño de una mujer y llenar mi boca de esta manera.

    Pero, aunque derrotada, yo quería demostrarle a mi sobrinita que sabía como volver loca de placer a una mujer, así que seguí comiendo su coño, sus gemidos me resultaban muy estimulantes y no tarde en lograr que ella se corriera en medio de un orgasmo muy intenso.

    En ese momento yo me di la vuelta, me puse encima de ella, pero ahora nuestros cuerpos estaban juntos, acerqué mi boca a la suya, y besándola muy intensamente le dije:

    -Cariño te adoro.

    -Yo también te adoro, tía.

    Tras ello nos vestimos y quedamos para pocos días después. Ese día mi sobrina llegó con un vestido azul cielo muy escotado y corto, yo la esperaba con el conjunto de lencería más sexy que tenía, nada más entrar nos besamos y cogidas de la mano la lleve a la cama que compartía con su tío.

    Lo primero que hice fue quitarla el vestido, se quedó con un conjunto de lencería formado por un sujetador negro y unas bragas rojas que la daban un aspecto divino, nos pusimos de rodillas sobre la cama y nos besamos apasionadamente, después le dije:

    -No sabes cómo he esperado este momento.

    -Yo también tía, me respondió.

    Me moría de ganas y agachándome un poco le baje las hombreras del sujetador, dejando sus pechos al descubierto, me parecieron preciosos y acercando mi lengua ellos, ella se puso a gemir y me dijo:

    -Tía lo haces muy bien, te adoro.

    Yo seguí chupándoselos, me encantaba hacerlo. Ella aguantó así un rato, pero decidió tomar la iniciativa y bajándome a mi el sujetador dejó también mis tetas al aire y se puso a chupármelas, sus lamidas eran deliciosas, creo que me hizo gemir como a una loca, y me tuvo así un rato, hasta que fui yo quien decidió pasar a otro nivel y me pedí:

    -Mi amor, túmbate sobre la cama.

    Ella obedeció y cuando lo hizo, yo le quité el tanga y sus precioso coño apareció ante mis ojos, me desnudé del todo, y después llevé mi mano hasta su coño, lo abrí un poco con mis dedos e introduje uno en su interior, después lo saqué y poniendo mi cabeza sobre su sexo comencé a chupárselo. Ella se puso a gemir, mientras decía:

    -Tía me vuelves loca, me haces sentir una cosa increíble, te adoro.

    Yo seguí comiéndola el coño, sus gemidos me excitaban, hasta que sentí como se corría y sus líquidos inundaron mi garganta. Ella descansó un momento para recuperarse, y después me dijo:

    -Tíita ahora me toca a mí, túmbate.

    Yo lo hice y ella acercó una de sus manos a mi coño mientras me decía:

    -Es delicioso me encanta.

    Y dicho esto introdujo su lengua dentro de mi coño, como ya sabía era muy hábil y me dio un placer increíble, yo comencé a gemir mientras decía:

    -Sobrina me vuelves loca, te adoro.

    Ella siguió dándome placer mientras yo apretaba su cabeza contra mí, la muy zorra consiguió que me corriera rápidamente, en ese momento ella me dijo:

    -¿Qué te parece tía si nos damos gusto mutuamente?

    Por supuesto que me parecía bien, ella se puso encima de mí, en situación invertida, nuestros coños se quedaron al lado de nuestras bocas, y las dos sacamos nuestras lenguas a la vez y las dirigimos a los coños de la otra y comenzamos a comérnoslos, era algo delicioso.

    La muy puta consiguió que me corriera, pero yo seguí lamiendo su coño hasta que la hice correrse a ella, cuando terminamos, mi sobrina dijo:

    -Tía hacerlo contigo es maravilloso, espero que lo repitamos muchas veces.

    -Yo también mi amor, le respondí.

    Nos fundimos en un beso apasionado, y dimos por cerrado nuestro encuentro, por esa tarde.

    Pocos días después, otra de las sobrinas de mi marido me llamó, se llama Silvia, tenía una fiesta que para ella era muy importante y quería que le ayudara a maquillarse, llegó vestida con una blusa blanca y unos pantalones muy ajustados, me pareció una joven sexy, mi transformación sexual que mirara a todas las mujeres incluidas las más cercanas a mí de una manera muy diferente, la animé a quitarse los pantalones para estar más cómoda, cuando lo hizo descubrí que debajo llevaba unas bragas oscuras, deliciosas. Yo me había puesto un vestido de color beis, por encima de las rodillas y un escote palabra de honor. Nos fuimos al cuarto de baño y la senté en una silla

    Le ayudé a maquillarse, y pasamos un rato hablando, yo no podía dejar de mirar sus pechos de tamaño mediano, solo ocultos por su camiseta blanca, se notaba mucho que no llevaba sujetador, cuando terminamos, y ella se puso de pie, en ese momento no pude contenerme, llevé mi boca hasta la suya y la besé de una manera apasionada, para mi sorpresa ella me devolvió el beso, y me dijo:

    -Tía besas muy bien.

    Para mi sorpresa, me bajó la parte superior del vestido, yo tampoco llevaba sujetador, jajaja, y mis tetas quedaron al aire, ella me dijo:

    -Tía me encantan tus tetas.

    Llevó una de sus manos a uno de mis pezones y se puso a acariciármelo, mientras llevaba a este su boca y se puso a chupármelo, me encantó como lo hacía, después con su otra mano fue subiendo mi vestido, hasta llegar a la altura de mis bragas, las apartó un poco y accedió a mi coño, y se puso a acariciármelo, dejo de chuparme la tetas y fui yo quien llevé mi mano hacia uno de sus pezones y me puse a alaciárselo por encima de la blusa. Después le subí la blusa dejando al aire sus tetas, me parecieron bellísimas, después me pise detrás de ella y cogiéndole el tanga se lo fui bajando poco a poco, hasta quitárselo, me impresionó su trasero y se lo acaricié, y fue en ese momento cuando ella me dijo:

    -Tía estas resultando ser una niña muy mala.

    Me empujó hacía una de las paredes del baño, donde había un espejo y agarrándome del cuello, añadió:

    -Tu sobrina te va a castigar.

    Me quitó las bragas dejando mi coño al aire, después se agachó, y abriendo su boca, sacó su lengua y la introdujo dentro de mi coño. Se la notaba que tenía una gran experiencia sabía que centímetro de mi coño debía de lamer para provocarme u placer muy intenso, yo me sentía loca de gusto, y apretaba su cabeza contra mi coño, en estas circunstancias no tardó en provocarme un orgasmo muy intenso.

    En ese momento fui yo quien le dijo:

    -Cariño, ahora le toca a tu tía darte placer.

    La hice apoyarse contra el borde de la bañera y luego sentarse sobre ella, yo me arrodillé, abrí bien sus piernas y si coño quedó al alcancé de mi boca, introduje mi lengua en su interior, me encantó su sabor, así que pasé mi lengua y recorrí todo su interior, me encantaba tener a esa jovencita a mi merced.

    Sus gemidos eran muy intensos, mientras decía cosas, como:

    -Tía eres maravillosa.

    Verla de esta manera hacía que mi excitación aumentara, pero sus gemidos se fueron intensificando hasta que sentí como se corría y sus líquidos inundaron mi boca, tras ello ella dijo:

    -Tía te adoro.

    Yo en se momento dejé de comerle el coño, ella se tumbó en el suelo y me propuso:

    -¿Tía nos damos cariño nuevamente la una a la otra?

    La hice una señal de que si, ella se puso a mi lado en posición invertida, llevé mi lengua hasta su coño, mientras ella hacia lo mismo con el mía, sentir como una lengua exploraba mi coño, mientras yo con la mía saboreaba el suyo, me pareció algo muy delicioso, definitivamente adoraba a esa chica. La comí el coño de una manera muy apasionada, poco a poco fui sintiendo como sus gemidos aumentaban de intensidad hasta que sentí como se corría.

    Me decidí por un cambio de postura la hice abrir bien sus piernas, puse una de ellas encima de las mías y me coloqué de manera que nuestros coños se rozaron, y moví mi coño para que el roce entre nosotras fuera más intenso, ella al sentirlo dijo:

    -Tía te adoro, me estás haciendo muy feliz.

    -Y tú a mí, mi amor, le respondí.

    Y seguí con los rozamientos, las dos estábamos experimentando una sensación increíble, esta vez era yo la que no podía más y solté todo mi liquido sobre el coño de mi sobrina mientras también soltaba un gemido impresionante.

    Tras ello cesé la rozadura, descansamos un momento tumbadas en el suelo, pero creo que las dos queríamos más, nos sentamos y nos besamos, nuevamente, ella me dijo:

    -Adorada tía, contigo lo estoy pasando mejor que en cualquier fiesta

    Yo era la última que se había corrido, así que me correspondía tomar la iniciativa, le dije:

    -Mi niña te adoro.

    Me lancé sobre sus tetas y me puse a chupárselas, ella se puso muy caliente yo introduje uno de mis dedos dentro de su coño y comencé a moverle, sus gemidos se fueron haciendo cada vez más intensos, hasta que se corrió.

    Después nos pusimos a vestirnos y fue en ese momento cuando mi sobrina me preguntó:

    -¿Lo haces también con la prima Samanta?

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  • Totalmente agitadas

    Totalmente agitadas

    Recordando un poco el relato anterior, Gabriela y yo pasamos la prueba de convivencia, por una semana, la idea era ver cómo nos llevábamos viviendo juntas, ajustar nuestras maneras, para irme a vivir al departamento con ella. Era viernes, y un mensaje de Verónica, la hermana de Gabriela, me pidió una reunión, después que ella se enterara de nuestra relación, al día siguiente, sábado Gabriela y yo nos iríamos al pueblo, para así presentar nuestra relación con mi familia. Lo que en un principio creíamos que la reunión con Verónica podría ser conflictiva, pasó todo lo contrario, ella nos aceptó como pareja.

    Salí con el auto, con una alegría enorme para contarle a Gabriela. En cuanto abrí la puerta del departamento mi alegría era enorme, contrastaba con la cara de preocupación de Gaby.

    Gaby: ¿Y, qué pasó?

    Yo: abrazándola por el cuello y darle un enorme beso. “Amor, Vero nos acepta como pareja”

    Gaby: ¡ay mi amor, gracias a Dios…!, te amo, te amo, estaba nerviosa.

    Yo: me dijo que contemos con ella y su marido en lo que necesitemos, me dijo que te diga, que la llames, ella es tu hermana y somos familia, ¿no te parece bueno?

    Gaby: muy buena noticia.

    Yo: bueno, podemos cenar algunas “sobras” de comida, para no tirar, y luego nos preparamos el bolso, para salir mañana tempranito, y ver la reacción de mi familia, jaja, no creo que sea para nada conflictiva.

    Gaby: me parece bien, yo me voy a dar una duchita.

    Yo: okey yo me preparo un poco el bolso.

    Gaby entró al baño, yo tomé algunas ropas, un poquito de todo, igual serían 2 días, la ducha anunciaba que Gaby ya se estaría bañando, se me ocurrió darle una sorpresa e ingresar yo también.

    Me desnudé en el dormitorio, me preparé ropa interior que dejé sobre la cama, e ingresé al baño sin hacer ruido, corrí la cortina y digo, ¿”hay lugar para mí”?

    Gaby: si mi amor, ven.

    Le toco las tetas y nos besamos, nuestras lenguas se unen. Ella me abraza por la cintura y me atrae, nuestros cuerpos se juntan, las conchas se unen, mientras nos seguimos besando. El agua nos cae por el cuerpo, mi espalda la apoyé contra la pared, separé levemente las piernas, ella se arrodilló, y acarició mis labios vaginales, besó mi concha e introdujo su lengua, cosa que me hace dar un suspiro. Le hundo la cabeza mientras me hago hacia adelante, Gaby introduce un dedo en mi culo, doy un leve grito, y su dedo entra y sale al ritmo mientras me chupa la concha, estoy en el cielo, y llego al orgasmo.

    Yo: quedo exhausta apoyada contra la pared, mi respiración agitada, Gaby se incorpora, la miro y le digo: hija de puta, me haces tener unos orgasmos increibles, y le doy un beso aun con mis jugos en su boca.

    Ella se ríe, y me da la espalda, se pasa el jabón por su cuerpo, y se enjuaga, veo como recorre su cuerpo con sus manos, se toca las tetas para enjuagarse, la veo y me hace excitar, siempre dándome la espalda, se me ocurre una idea, me arrodillo, y le acaricio su culo, es hermoso bien redondo, le separé los cachetes y paso mi dedo índice suavemente, por toda su raya, hasta llegar a la vagina, ella emite un profundo aaah, vuelvo con mi índice y rodeo su ano, doy círculos, y hundo mi dedo, lo saco y lo vuelvo a hundir, esta vez más profundo, escucho otro aaaah, y sus manos se apoyan en la pared, saca la cola hacia afuera abriendo las piernas, aparté el dedo de la cola y lo reemplacé por la lengua.

    Mientras con mi mano le acaricié la concha, la masturbe intensamente, hasta que Gaby tuvo un orgasmo, con sus piernas temblando, me levante, me apoye contra su espalda, sujetando las tetas, acariciando los pezones, en un hilo de voz me dice: turra de mierda, te amo, nadie me hizo temblar así, un día te entrego la cola, me encantó. Le eché la cabeza hacia atrás y nos besamos riquisimo.

    Terminamos de bañarnos, ambas nos repasamos la depilación, mientras lo hacíamos quedamos en comprarnos una depiladora, ambas salimos envueltas en una toalla, comimos lo que había de sobras del día anterior, arreglamos la hora de salir mañana sábado, terminamos de cenar y ella fué a acomodarse el bolso, yo junté y limpie la mesa, y me fui al dormitorio. Mi ropa interior la puse sobre mi bolso.

    Gaby me dice: ¿”no te la vas a poner”?

    Yo: con vos no la necesito mi amor, y abro la toalla, quedando desnuda.

    Gaby: me vas a calentar de nuevo.

    Yo: tenemos que dormir mi amor, mañana nos levantamos temprano. Anda, quítate la toalla, dormimos en pelotas amor.

    Gaby: eres terrible.

    Yo: tú eres la culpable. Ambas nos reímos.

    Nos acostamos, yo le di la espalda, ella me rodeó con sus brazos, y yo los tomé, nos amamos mucho, como nunca imagine que lo haría, y ambas nos estamos entregando en cuerpo y alma. La alarma sonó temprano, la besé a Gaby, y le dije “vamos dormilona, que nos levantamos y salimos”, nos cambiamos, juntamos unas últimas cosas, como novedad Gabriela comenzó a tomar mate, una alegría para mi, así que preparamos para llevar en el viaje.

    Cargamos el auto y salimos, ambas estábamos ansiosas, nerviosas con algo de miedo, la adrenalina arriba, a mi familia le iba a presentar a mi novia Gabriela, y no sabíamos de la reacción, pero ambas de algo estábamos seguras, seguiríamos adelante más allá de los prejuicios y de lo que piensen, obviamente que siempre vamos a querer, que las cosas vayan por carriles de nl conflicto, pero eso no siempre es posible.

    Yo: Gaby algo que nunca te pregunte, ¿tu sabes manejar?

    Gaby: Si, mi padre tenía auto y yo lo manejaba.

    Yo: genial amor, cuando no estemos en ruta, te dejo que lo manejes, y cuando volvamos, sacamos un permiso así lo puedes usar.

    Gaby: ¿estás segura?

    Yo: si mi amor, contigo estoy segura, somos pareja, y quiero compartir mis cosas contigo, te brindo mi cuerpo, mi alma, mi amor, como no voy a brindarte mi auto.

    Gaby: si, tienes razón, perdóname soy una tarada, al decirte eso, me emocionas, es que vamos avanzando y no termino de dimensionar todo.

    Yo: no te preocupes, te entiendo, ah y también te amo tarada jajaja. Gaby dándome una palmada en el brazo terminamos riendo.

    Gaby: algo que no te pregunte, ¿crees que tu familia me acepte?

    Yo: calculo que si, pero no sé, igual pase lo que pase, me importa tres carajos, de ti no me separa nadie, te amo y tu lo sabes.

    Gaby: si lo sé, si no manejas te daría un beso.

    Yo: toma mi mano amor. Gaby la tomó y la besó, y vi sus ojos brillosos. ¿Por qué no haces unos mates “lagrimita veloz”? Jajaja.

    Gaby: si “boba veloz”. Y terminamos riéndonos.

    Hicimos unos kilómetros más por ruta, e ingresé por una calle interna, frené y le dije a Gaby que le tocaba manejar a ella, nos cambiamos de butaca, nos besamos y salimos, al principio costó un poco, ella hacía mucho que no manejaba, pero enseguida se acostumbró, le indiqué el camino, y llegamos a la casa de mi familia.

    Antes de bajar la miro a Gaby y le digo, “tranquila amor, todo va a estar bien”, toco bocina fuerte, bajamos del auto, y de la casa salen mi mamá, mi hermano, mi sobrino y mi tía Graciela (la del relato). Mamá por demás emocionada, Gaby se saludaba con todos diciendo su nombre, una vez dentro de la casa la presenté formalmente, “familia, les quiero presentar a Gabriela, mi novia”. Quizás solo cara de sorpresa, y mi mamá, “bienvenida a la familia Gabriela, que alegría hija”, la mire a Gaby, emocionada pero sin llorar, mamá abrazando a Gaby, linda imagen. Nadie hizo comentario alguno, veremos que pasa luego, todos en distintos momentos le dieron la bienvenida Gabriela.

    Gaby no pudo aguantar de estar sin hablar, “Gracias a todos por la bienvenida hacia mi, son una linda familia, entiendo que no sea quizás lo que esperaban, pero nos amamos”.

    Yo: me acerque a Gaby le pase un brazo por la cintura, y dije: bueno, bueno, gracias a todos, no sigamos porque mi novia es de lagrimas fácil. Risas entre todos, y una palmada de Gaby en mi brazo.

    Gabriela entró en confianza, yo hablaba con mamá hacía mucho que no la veía, y de tanto en tanto la miraba a ella, y me encantaba verla; llegó la hora de preparar el almuerzo,

    me acerqué al lado de Gaby, ella estaba hablando con Graciela, mi tía, y le dije “amor ustedes sigan hablando, la voy ayudar a mamá a preparar el almuerzo, y tú (mirándola a Gaby le digo), cuidado con ella (señalando a Graciela) que es brava y nos reímos las tres. Graciela me dice, “cuidala que te la voy a quitar”, volvimos a reír, Gaby se reía tapándose la boca, no podía creer.

    Hable con mamá en la cocina mientras preparamos el almuerzo, ella si bien le parecía una relación fuera de lo a que se está acostumbrado, por decirlo de alguna manera, le encantó Gaby, le gustó como nos llevamos, y eso me cayó muy bien.

    Almorzamos todos, charlamos nos reímos, hubo café y sobremesa, Gaby y yo levantamos la mesa, mamá me retó pues no quería que ella haga algo, con lo cual Gaby le dijo “no se preocupe Monica (mi mamá), me gusta ayudar”. Pasamos la tarde hablando de todo un poco, Gaby y yo tomadas de la mano, ambas estábamos contentas y tranquilas, mi hermano en un momento dijo: “bueno a la noche sale asado para festejar” gritos y aplauso, nosotras nos dimos un beso tierno. A Gaby le mostré el resto de la casa, en momento quedamos a solas con Graciela (mi tía la del relato Días de Verano con mi tía Graciela). Y se dio el siguiente diálogo,

    Graciela: hay chicas, que felices que estamos con ustedes.

    Yo: gracias tía, nosotras estamos muy contentas.

    Gaby: es lindo saber que nuestra relación no genera conflicto, no sabíamos cómo irían a reaccionar.

    Graciela: ver a Andrea feliz nos da tranquilidad, la amamos y la extrañamos, yo en realidad pensé que vendría con apuesto machote.

    Yo: ay tía por favor, me haces poner colorada. Risas de Gaby y Graciela.

    Graciela: ¡y nos traes a esta hermosa mujer, tu novia, por Dios…! Ven aquí Gabriela.

    Le atrae la cara con sus manos y le da un beso en la boca.

    Yo: comienzo a reírme a carcajadas, Gaby se quedó paralizada y sorprendida. Y le digo, te dije amor, mi tía es terrible.

    Graciela: por favor Gabriela, no lo tomes a mal, disculpame.

    Yo: Amor, ella me enseñó muchas cosas jajaja, está demostrando que está feliz de qué estés conmigo.

    Gaby: si ya veo, no lo tomo a mal, me tomó de sorpresa. Solo decir gracias, y no es por nada, a Andrea la amo loca y profundamente, la voy a cuidar muchísimo.

    Yo: y yo a ti mi amor, y nos besamos. Cosa que Graciela aplaudió

    Llegó la hora de la cena, la pasamos muy bien, se extendió un poco y luego de lavar los platos nos fuimos a dormir.

    Fuimos pasando por el baño, mamá, acomodo lo que era mi dormitorio, dos camas individuales, cuando fui al cuarto Gaby ya estaba acostada, me cambie despacio, calculo que ella estaba agotada fue un día de muchas emociones, y me acosté, después de un rato escucho “y te dormiste” en voz baja, “no” respondo.

    Me levanto, voy al lado de su cama, me quité la remera y la tanga y me meto en la cama con Gaby.

    Yo: te pensas que te iria a dejar sola “bobis” anda quítate la remera y la tanga, y lo ponemos debajo de la almohada.

    Gaby: eres terrible como tu tía Andre.

    Yo: siii jajaja, y te amo.

    Gaby: yo más.

    Yo: además, estas acostada en mi cama.

    Gaby: ¿en serio, esta era tu cama?, las cosas que habrás hecho.

    Yo: pajas, muchas pajas. Jaja

    Gaby: ahora estás conmigo amor.

    Yo: si, y le clavo un beso. Tengo que contarte algo

    Gaby: no me asustes, ¿que pasó?

    Yo: nada, nada tranquila, me vas a tener que ayudar con algo.

    Gaby: si dime, lo que quieras.

    Yo: me tienes que ayudar a vender unos muebles.

    Gaby: ¿Unos muebles?

    Yo: si, porque me voy a ir a vivir con mi novia. Y la miro.

    Gaby: ay que estupida, no entendía. ¿En serio me lo dices?

    Yo: si, ya lo pensé, pasamos una semana genial, nos arreglamos las dos, nuestras familias nos aceptan, no hay que esperar más nada, y si no nos aceptaran igual me iría contigo, no quiero vivir más sola.

    Gaby: cuando hablas así, me partes el corazón, te amo. Y nos dimos un beso eterno, con nuestros cuerpos pegados.

    Nos acariciamos, nos tocamos las tetas, le pellizque suavemente los pezones a Gaby, ella se calentó, me puse de espaldas y nos besamos profundamente, yo abrí mis piernas, ella puso su rodilla y muslo en mi húmeda conchita, en voz baja le digo, “estoy cumpliendo mi sueño, tener a mi amor en mi cama, y eres tú, lo mas lindo que me pasó en la vida”.

    Su pierna acarició mi concha de una manera increíble, le suplique a Gaby que me tape la boca con su mano, iba a gritar y llamar la atención en la casa de mis padres, hasta que tuve un rico orgasmo, agitada es poco, “por favor, eres una experta” mientras me besaba y me acariciaba las tetas, y le digo, “espera que lleguemos a casa y veras la que te espera”, respuesta “ay que mala, estoy asustada” y terminamos riendo. Nos dormimos después de un maravilloso día.

    Espero que les haya gustado.

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  • La criada asiática

    La criada asiática

    Mi nombre es Maria Pilar, pero todo el mundo me conoce cómo Mapi, en la actualidad regentó una tienda de lencería en las afueras de Madrid. Mi vida dio un vuelco hace un año cuando mi marido me abandonó dejándome con mi hijo de 18 años.

    Económicamente estoy en una situación holgada, pero no podía atender un negocio, ser ama de casa y madre a la vez y cada vez sufría más estrés y me faltaba más tiempo. Ya hacia tiempo que buscaba a alguien para que me ayudara, pero no acababa de encontrar a la persona ideal y a algunas que había entrevistado me pedían un dineral.

    Por suerte y después de comentárselo a unas amigas en una cena recibí una llamada de una de ellas, una chica sin papeles buscaba trabajo mientras hacía los tramites para regular su situación y al día siguiente me remitían a la chica para una entrevista.

    Al día siguiente me reuní con ella en la tienda. Era una chica de unos 30 años, bajita, delgada tez muy morena, atractiva y con unas facciones muy achinadas y la nariz chata con unos ojos muy llamativos.

    -¿Cómo te llamas?

    -Tala – contestó en un español forzado.

    -Háblame de ti- le dije.

    -Soy filipina – me contesto – estoy tramitando papeles, soy muy servicial.

    Me dio un papel con unos nombres, direcciones y números de móvil, supuse que eran sus referencias, pero como venia recomendada por mi amiga no consideré oportuno hacer ninguna indagación.

    -¿Sabes cocinar?

    -Yo cocino, lavo, plancho – dijo en tono angustiado – ¡Yo muy obediente…usted contenta!

    Me gusto su humildad y me cautivo su presencia desde que entró por la puerta, se quedaría interna y le daría un sueldo de 750€.

    Al día siguiente se instaló, vivo en un adosado y consta de tres habitaciones, mi hijo duerme en una, yo en la principal y la tercera para Tala, le enseñe toda la casa, donde guardábamos la ropa, etc.… al haber solo dos baños dejé uno solo para mi hijo y yo con ella compartiríamos el baño y la ducha de mi habitación.

    La llegada de Tala me cambio la existencia y me despreocupe de muchas cosas, la casa la tenía impoluta, la ropa planchada hasta la última arruga, nos gustaba el toque exquisito de su comida oriental y 3 veces por semana me limpiaba la tienda, los cristales exteriores brillaban dándole un toque selecto y lo más importante se llevaba a las mil maravillas con mi impresentable hijo.

    En menos de un mes Tala conocía todos nuestros gustos y preferencias al detalle, todo eso con una sonrisa siempre en su boca.

    Aquella noche entre en mi habitación, escuche cómo alguien estaba en la ducha, me asomé y vi a Tala duchándose, su piel era de una tez morena oscura, sus pechos dos melocotones con unos pezones puntiagudos, sus pies eran diminutos y su pelo le llegaba hasta la cintura, era la primera vez que la veía con el pelo suelto, me pareció una mujer muy atractiva, me sentí mal al observarla, Tala se giró y se dio cuenta de mi presencia me saludo con la mano y siguió en la ducha sin importarle que la mirara, algo me impidió moverme y no supe interpretarlo, ella se enjabonaba el coño y luego dejo que el agua le cayese por los pechos hacia abajo, su coño tenía un triangulito de pelo, sus caderas eran anchas y tenía un culo respingón.

    Salió de la ducha secándose con la toalla y pasó delante de mí, no pude evitar mirar su pequeña figura y sentí una sensación muy extraña y olvidada en mi, mi intimidad se estaba humedeciendo, aquella noche empecé a volver a hacer otra costumbre también olvidada a masturbarme.

    La realidad es que la presencia de Tala cambió mucho nuestra forma vivir, un impulso que no supe asociar hizo que volviera a cuidarme, me pinte las uñas de manos y pies y me depile las ingles y volví a ir a la peluquería asiduamente.

    Tengo 39 años, mido 1.65 y peso unos 70kg, un poco rebasando el límite de obesidad, media melena con un flequillo recto de color castaño me confiere un aspecto interesante, físicamente visto bien, tengo un buen culo y unas buenas tetas.

    Aquella noche llegué a casa, mi hijo estaba estudiando en su habitación y salude a Tala que estaba en la cocina, me dirigí a mi habitación y me senté en la cama y me quité los zapatos y me di unas friegas con los dedos en mis pies.

    Tala entró en la habitación, se arrodilló frente a mi y empezó a masajearme los pies con sus manos lo que me produjo una sensación de relajación inmediata, dejé que siguiera con su masaje.

    -Señora pies muy bonitos- me susurró – dedos bien formados, uñas bien pintadas.

    Tala subió mis piernas y puso las plantas de mis pies enfrente de su cara y empezó a soplar con suavidad, un escalofrío recorrió mi cuerpo.

    -¿Señora gustar? – me dijo en un susurró –¿ Yo seguir con esto?

    -¿Dónde has aprendido a hacer eso? – le pregunte llena de curiosidad.

    -Filipinas yo masajes y dar placer.

    Sentí como me daba pequeños besos en la planta de mis pies, lo que me provoco una sensación muy morbosa, luego ella subió la cabeza y me beso los dedos de mis pies, solté un suspiro complacida.

    -¿Té gusta? – susurró Tala en voz baja.

    No pude hablar, estaba excitada y tan solo asentí con la cabeza, ella se puso mi dedo gordo en su boca y empezó a chuparlo lentamente, mi dedo desaparecía en sus labios y sentí un placer nunca antes experimentado. Ella dejo mi dedo gordo y busco el del otro pie repitiendo la operación y chupándomelo también.

    -¿Te gusta oler y chupar mis pies? – le dije con voz rota.

    -Pies de señora oler muy bueno.

    Se llevo la planta otra vez a la cara y dio un lametazo desde el talón hasta los pies, solté un gemido y mi cuerpo tembló, ella soltó mis pies suavemente en el suelo y beso tiernamente mis rodillas.

    -¿Señora quiere que yo doy placer?

    -¡Ya esta bien! – dije nerviosa y levantándome de la cama -¡Ves a la cocina y prepara la cena!

    Tala se levanto obediente y salió de la habitación, yo tuve que dejar pasar unos minutos para recomponerme, estaba alterada, húmeda y salida.

    Aquella noche me masturbe salvajemente, la imagen de la cara de Tala chupándome los dedos me alteraba y no pude negar que me sentía atraída por ella, era la primera vez que sentía algo por una mujer.

    Al día siguiente tuve una bronca enorme con mi hijo porque iba a ir a pasar el fin de semana con su padre, la bronca duro hasta finalizada la cena. Cómo era normal en mi cuando no podía dormir salía a fumar un cigarro a la entrada para tranquilizarme, la nicotina me producía ese efecto.

    Unas manos me acariciaron el pelo, me gire sorprendida y vi a Tala detrás mío, me hizo un gesto con la mano para que volviera a entrar en casa.

    -Señora entra – me susurró dócilmente – no coger frio.

    Estaba tan disgustada que no me di cuenta que tan solo llevaba una camisa de un pijama y unas braguitas, ella me acompaño a mi habitación y me estiró en la cama y me tapo.

    -Señora dormir ahora – me dijo – ¡No lloras!

    -Cuando estoy así de nerviosa me cuesta mucho dormir – le dije entre sollozos.

    Tala se levanto y cerró la puerta y volvió a la cama esta vez se subió encima mío y me sujetó por la barbilla y me dio un suave beso en los labios.

    -¡Tala yo! – le susurré sorprendida.

    Ella me volvió a dar otro pico suave, sentí sus labios muy sedosos y deje que me diera otro pico pero esta vez saco su lengua y busco mi boca, me mordió los labios y jugo con mi lengua.

    -Yo follar – susurraba entre besos – y tú dormir de puta madre.

    Su mirada era maliciosa y yo me sentía confundida una extraña sensación me invadía por un lado quería que se marchara y me dejase sola y por otro deseaba que volviera a besarme.

    Apago la luz y sentí cómo sus manos se introducían por debajo de la camisa pellizcándome los pezones, en un instante me había quitado la camisa y sus dedos jugaban ya de forma constante con mis pezones, sentir su lengua me provoco un gemido largo y placentero y luego me lo mordió arrancándome un grito.

    Prosiguió bajando por mi estomago, su lengua se detenía en mi ombligo y bajo hasta quitarme las bragas, me beso los muslos y su dedo recorría lentamente mi raja y con la yema acariciaba circularmente mi clítoris, mis gemidos eran cada vez más escandalosos.

    Pasó su lengua por mi raja y solté un suspiro al mismo tiempo que mi cuerpo convulsiono, levanto la cabeza y volvió a besarme los labios.

    -¡Me gusta sabor de tu coñito!

    Bajo otra vez y abriendo mis labios con sus dedos me lamió el clítoris con movimientos parpadeantes, yo sentí un placer inmenso, su lengua me arrancaba gemidos profundos.

    Volvía a besarme y a morderme los labios, yo aceptaba todas sus caricias y juegos.

    -¿Té gusta chupo clítoris?

    -Me vas a volver loca.

    -Yo quiero que tu corres para mi – me susurraba entre besos y mordisquitos – tú corres en mi boca.

    Su lengua volvió a lamer mi clítoris yo suspiraba profundamente, ella me abrió los labios con los dedos y pasaba su lengua muy lentamente para luego sus movimientos eran frenéticos y la punta de su lengua parpadeaba de forma incesante, mis manos sujetaban su cabeza y le roge que no parara hasta que mi cuerpo estalló en un orgasmo salvaje, placentero, me mordí los dedos para evitar chillar, mis piernas temblaban y mi abdomen subía y bajaba absorbiendo aire.

    -Yo ahora follar con mis dedos.

    -¡No ya vale, esta mi hijo!

    -¡A ti gustar y pedir yo folla más!

    Tala metía dos de sus dedos en mi boca, yo los chupaba y los lubricaba con mi saliva y los pasaba por mi raja, haciendo que temblase y soltase suspiros profundos.

    -¡Tu suplica! – susurraba maliciosamente – Y yo follo a ti.

    -¡Fóllame! – le suplique

    Tala puso la almohada encima de mi cara y la sujete con las manos, metió los dedos en mi coño y exploro por un instante, yo jadeaba con fuerza.

    -¡Tu coño apretado! …..muerde almohada tu hijo no te oye gritar cuando te follo.

    Sus dedos se empezaron a mover lentamente, los introducía profundamente y al sacarlos abría los dedos estirando de mis labios y los movimientos eran cada vez más fluidos al igual que mis gemidos, me puse la almohada encima de mi cara y estire de cada lado con mis manos, los movimientos se volvieron cada vez más rápidos y mi cuerpo volvió a convulsionar hasta recibir otro orgasmo, esta vez más brutal y prolongado mi boca mordía la almohada mientras todo mi cuerpo temblaba y sentía cómo mis flujos descendían por mis muslos.

    Tala me dejó respirar y recuperarme y cuando pensaba que todo había acabado ella me sujeto la cabeza y se sentó encima de mi cara.

    -¡Tú come tu primer coño!

    Le bese la rajita, sus pelos me producían cosquillas, lo bese y le pasé la lengua de forma inexperta, noté cómo se le inflamaba el clítoris y lo bese, estiré de él con mis labios cómo si quisiera arrancárselo, lo lamí con la punta de mi lengua, Tala me pegaba golpes en mis tetas con la mano mientras empezaba a gemir tímidamente y su cuerpo se contraía, le lamí el clítoris con fuerza y sentí cómo sus piernas se cerraban apretando mi cara contra su coño y dejando escapar sus fluidos sobre mis labios, me trague sus fluidos y le di besos en el coño mientras ella temblaba débilmente, me impresiono el sabor de su cuerpo, de su corrida.

    Ella me dio un beso en los labios y salió de mi habitación sin hacer ruido, yo me quede profundamente dormida.

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  • Aceite de coco

    Aceite de coco

    Soy Laura, una mujer de 26 años de cabello rubio y largo, ojos marrones y unos labios finos pero muy lindos. En cuanto a mi cuerpo puedo destacar mis grandes y definidos glúteos, estar durante 3 años entrenando en el gimnasio continuamente me ha dado un par de nalgas inigualables y unas piernas gruesas y musculosas. De cintura para arriba destacaría mi estrecha cadera, ya que estoy en definición, mi musculosa espalda y unos pechos normalitos, lo suficientemente grandes como para que mi novio pueda rodearlas con sus manos. Tengo un cuerpazo y es mi mayor tesoro, siempre tiendo a cuidarlo de la mejor forma posible. Tanta es mi obsesión que cada mes me doy el lujo de solicitar dos masajes de cuerpo completo con aceite.

    Los masajes no eran nada del otro mundo, Nuria me echaba aceite y trataba de liberar todas las tensiones que mi ejercitado cuerpo guardaba. Siempre me encantaba pasar esos cuarenta y cinco minutos tumbada en la camilla hablando con Nuria, despejándome de mis pensamientos y de mis responsabilidades, era… revitalizante. Sin embargo esa rutina cambió cuando conocí a Carla.

    -Buenas, tengo una cita a las cinco y media, con Nuria. -Dije a la recepcionista del centro de masajes.-

    Ella me sonrió, preguntó mis apellidos y comenzó a buscar en el ordenador.

    -Si… aunque ha habido un cambio con su masajista.

    -¿Ah si?

    -Si disculpe, Nuria no ha podido venir por razones médicas, la está sustituyendo Carla.

    -Ah… ¿es en la sala de siempre? ¿La de la derecha al final del pasillo?

    -Si exactamente. Disculpe de nuevo las molestias.

    -No se preocupe.

    Sonreí y fui directa a la sala. Toqué la puerta y entré tras oir un “pase”. Al cerrarla vi a la tal Carla de espaldas colocando unas toallas, llevaba unas medias blancas, que le hacían un culo increible he de decir, y un tirante blanco, el uniforme convencional que llevan todos los masajistas de ese centro. Al darse la vuelta me quedé pasmada, Carla tenía unos pechos gigantes, perfectamente eran talla G y le hacían un escote que me atrapaba la mirada. Ella no llevaba sujetador y sus pezones se marcaban en el tirante blanco, incluso sus areolas se transparentaban levemente.

    -Usted es Laura ¿no?

    -Si soy yo, tenía cita con Nuria.

    -Si, desgraciadamente no ha podido venir y la estoy sustituyendo.

    -Ya… -Me era imposible no bajar la mirada y ver su escote, creo que ella se daba cuenta de ello.-

    -Bueno, ¿Empezamos? -Cuando lo dijo dio un saltito que le hizo rebotar las tetas exageradamente.-

    -Si si.

    -Vale, desnúdese ahí y póngase la toalla.

    Fui quitándome la ropa. Llevaba puesto un top deportivo negro, unos leggins rosas y unas bragas negras. Mientras me desnudaba, cosa que era totalmente normal para mi por la de veces que he venido, no pude resistirme a mirar de nuevo a Carla. Ella estaba de espaldas de nuevo colocando algunas cosas, me fijé más detenidamente en su culo y era perfecto, no era grande pero tenía una forma muy sensual, de corazón invertido y hacía que su delgado cuerpo fuese muy sexy. Sus tetas eran tan grandes que se podían ver desde atrás. Al fijarme más detenidamente pude ver cómo se le marcaba el hilo del tanga cuando se inclinaba. No soy lesbiana pero me estaba poniendo muy caliente. Terminé de desnudarme y Carla me vio impresionada.

    -Tiene usted un cuerpo increible señorita.

    -Por favor llámame Laura y dejemos de lado las formalidades. -Ella parecía muy joven, cerca de los veinte, pero era muy educada.-

    -Entendido Laura ¿Te tumbas por favor?

    Me tumbé boca abajo apoyando mi cabeza sobre una toalla. El aceite de coco empezó a caer sobre mi espalda y comenzó a deslizarse por los laterales hacia abajo. Ella comenzó a deslizar sus manos sobre mi con cierta presión para extender todo el líquido. Echó más aceite y empezó a masajearme por los trapecios para luego ir bajando poco a poco.

    -¿Vas al gimnasio muy a menudo Laura?

    -Si la verdad es que si, llevo tres años yendo.

    -Que dedicación, ¿Qué es lo que más te gusta entrenar?

    -Adivina. -Solté una risa tonta.-

    -Diría que sobre todo piernas, tienes unos muslos y unos glúteos que ojalá yo.

    -Pues yo ojalá tener tus pechos. -Solté el comentario sin pensarlo pero por suerte eso le hizo gracia.-

    -Me lo dicen mucho, son increibles sí pero creo que te puedes imaginar el dolor de espalda que me causan.

    -Ya me lo imagino, si quieres puedes venirte algún día a entrenar para que agrandes tus glúteos.

    -Me encantaría la verdad. También me encantaría hacer cardio contigo, tienes un cuerpo tan marcado y sexy…

    Me puse roja. Estuvimos hablando tranquilamente de nuestras vidas, tras un rato nos quedamos calladas para que yo me relajase aún más y ella se concentrase en el masaje. Llegó a mi cadera y sus movimientos me estaban dejando muy relajada. Echó aceite sobre ambas nalgas y lo extendió con firmeza, tanto por fuera como entre ellas. Cuando su mano se acercaba a mi ano no podía evitar sentirme excitada y soltar un leve suspiro. Una sonrisa tonta se me dibujaba en mi cara. Fue echando más aceite sobre mis piernas y empezó a masajear mis muslos, los gemelos y finalmente los pies, deslizando sus dedos de las manos entre los dedos de mis pies y ejerciendo presión sobre mis plantas, cosa que me encantaba y a la vez me causaba cosquillas.

    -Laura, ¿quieres que te masajee de nuevo los glúteos? Me da la sensación de que no me he centrado bien en esa parte.

    -Si, si, me gustaría mucho, tengo muchas agujetas de ayer. -Mentira.-

    -Perfecto.

    Dejó caer más aceite sobre mis glúteos el cual fue deslizándose sobre todo hacia mi ano, el líquido fue viajando entre mis nalgas hasta tocar mi ano y de ahí bajar poco a poco hacia mi vulva. El frío aceite me causaba ligeros cosquilleos que me hacían sentir muy excitada. Clara comenzó a masajear ambas nalgas, el firme movimiento de sus manos me relajaba, pero fui notando que se acercaba más y más a mi ano. Fue metiendo su mano entre mis glúteos y por fin tocó mi agujerito donde comenzó a masajearlo con movimientos circulares, cosa que hizo que soltase un suspiro profundo de satisfacción.

    -¿Te gusta?. -Me preguntó ella al oido.-

    -Si… la verdad es que me está encantando. -Susurré con los ojos cerrados.-

    -Es una técnica que estimula las partes sensibles y hace que te sientas mejor.

    -Pues me está encantando. -Me estaba excitando.-

    Echó más aceite pero esta vez directamente sobre mi ano, fue deslizándose hasta mojar mis labios vaginales. Con una de sus manos siguió estimulándome el ano mientras que con la otra comenzó a masajear mi vulva con movimientos lentos. Sus dedos pasaban entre mis labios menores y mayores, la punta de su dedo rozaba mi clítoris y su pulgar iba haciendo cada vez más presión sobre mi ano. Definitivamente estaba siendo masturbada.

    -Ufff… no pares por favor. -Le dije casi gimiendo.-

    Ella comenzó a aumentar el ritmo de su masturbación en mi coño y metió su dedo dentro de mi ano, cosa que me pilló por sorpresa, y empezó a penetrarme suavemente mi agujerito. Comencé a gemir, a agarrarme a los bordes de la camilla y mover los dedos de los pies en señal de excitación. Clara me metió dos dedos en el coño y empezó a follarme intensamente con ellos mientras seguía teniendo su pulgar dentro de mi culo. No pude resistirme y entre muchos gemidos llegué al orgasmo. Me quedé tumbada intentando respirar y recuperarme de ese orgasmo, nadie antes me había dedeado tan bien.

    Podía escuchar a ella quitarse la ropa tras de mi, me di la vuelta y ahí estaba Clara, con su curvilíneo y joven cuerpo desnudo y con sus gigantes tetas más sueltas que nunca. Se puso encima de mi estando yo tumbada boca arriba y empezó a besarme mientras pasaba sus manos en mi pelo, yo no me resistí y agarré sus tetas las cuales no cabían ni un poco en la palma de mis manos, eran muy suaves, lechosas y pesadas. Su lengua jugaba con la mía y su cuerpo estaba pegado al mío. En un momento de claridad entre todos esos besos apasionados y húmedos me acordé de que tenía novio, aparté a Clara un momento y ella extrañada me preguntó:

    -¿Pasa algo cariño?

    -Tengo novio… yo… esto está mal.

    -Ay no te preocupes, él no se va a enterar. -Se acercó más a mi poniendo sus enormes pechos sobre los míos y mirándome pícaramente.-

    -Es que no quiero serle más infiel de lo que ya le he sido ahora.

    -No es infidelidad si tienes sexo con una persona de tu mismo género, venga Laura, sé que quieres seguir.

    -Yo…

    -No tenemos mucho tiempo, ven.

    Me agarró de la nuca y me tiró hacia su boca para volver a besarme apasionadamente, yo me dejé llevar y decidí caer en la lujuria, respondí con más besos y toqueteos por todo su cuerpo. Tras nuestro lote húmedo, ella puso su coño, el cual era gordito, sobre mi cara y yo gustosamente comencé a lamérselo, nunca había lamido una vulva hasta ese entonces, fui metiendo mi lengua entre sus labios y haciendo movimientos circulares en su clítoris, cosa que a mi me gustarían que me hiciesen. Desde mi punto de vista podía ver cómo ella estaba disfrutándolo soltando profundos suspiros, manoseándose las tetas y llegando incluso a meterse uno de sus pezones en su boca.

    Excitada aumenté el ritmo de mi oral a la vez que empecé a masturbarme, ella comenzó a gemir y a retorcerse encima de mi, dejaba caer todo su peso sobre mi cara y su vagina iba soltando mucho líquido mojándome el rostro. Llegó el momento donde ella tuvo un orgasmo tras gritos de placer tapados por sus manos y soltó sobre mi cara un chorro por sorpresa que me dejó medio ahogada y bañada. Clara se tumbó de nuevo sobre mi pegando sus pesadas tetas sobre mis pechitos y empezó a lamerme la cara y a besarme mientras nos abrazábamos y compartíamos el calor de nuestros femeninos cuerpos.

    Ella se puso de rodillas sobre mi abdomen, como si estuviera en vaquerita y dejó caer sobre su precioso cuerpo mucho aceite de coco, yo empecé a manosear su cuerpo y a extenderlo por todas partes, haciendo que su figura quedase brillante y húmeda. Sus tetas en esa posición eran increibles, aun siendo tan grandes y pesadas mantenían una posición ciertamente firme con los pezones puntiagudos, no eran pechos caídos como los pueden tener las ancianas sino tetas bien posicionadas y marcadas por la huella de un bikini. Me metí uno de sus pezones en la boca y comencé a chuparlo como si ella me estuviese amamantando.

    Clara me tumbó de nuevo, quedando yo boca arriba en la camilla, ella bajó a mi coño y empezó a lamerlo tímidamente mientras me miraba. Yo me estaba excitando muchísimo, mi novio nunca bajaba y tras tantos años por fin alguien iba a hacerme un oral. Pegó su boca a mi vulva y empezó a succionar y a lamer mi vagina con su juguetona lengua. Durante todo el oral no pude resistirme los gemidos y no paré de soltar fluidos por mi vagina mojando aún más el rostro de Clara mientras aplastaba su cara entre mis muslos.

    Ella abrió mis piernas y empezó a pasar su lengua sobre mi ano a la vez que empezó a frotar su dedo sobre mi clítoris. El intenso oral que me estaba haciendo tanto en mi ano como en mi coño y el frote a mi clítoris hizo que no tardase en llegar a un orgasmo que acabó en gritos de placer, sudores cálidos por todo mi cuerpo y un pequeño chorro expulsado por mi vagina, cosa que nunca antes me había pasado. Tras mojar a Clara ella volvió a besarme juntando nuestros empapados rostros haciendo que hilos líquidos nos mantuviesen unidas.

    -Nunca antes me habían hecho un oral.

    -¿No? Madre mía no sabes lo que te has estado perdiendo.

    -Ya… tampoco he tenido un squirt.

    -Mujer… ese hombre no te merece, no te folla como te mereces que te follen.

    -Eres increible.

    Nos seguimos besando apasionadamente. Ella miró el reloj “aún nos quedan quince minutos”. Clara y yo nos sentamos de frente cruzando nuestras piernas, dejamos caer un chorro de aceite sobre nuestros cuerpos y tras mojarnos enteras comenzamos a rozar nuestras vulvas mientras nos mirábamos a los ojos, rogándonos un orgasmo que nos deje sin aire. Yo al ser inexperta era incapaz de seguir con su ritmo pero ella tomó la iniciativa y estuvo frotando su vagina contra la mía produciéndome un placer que me estaba dejando aturdida y afónica por los gemidos tan altos que estábamos soltando.

    Con su movimiento sus tetas no paraban de rebotar, eran hipnóticas y su rostro de placer, donde sus ojos se desviaban hacia arriba, me tenía enamorada. Yo me estaba sintiendo excitada pero ella aún más, tras un rato de tijerearnos alocadamente ella llegó al orgasmo y soltó sobre mi cuerpo un squirt que llegó hasta mi cara. Su vagina parecía una manguera que no paraba de soltar agua a presión, todo mi cuerpo terminó mojado, mi boca se llenó de sus fluidos y mis ojos estaban empapados. Nos comenzamos a reir las dos y a besarnos de nuevo.

    Para terminar tumbé a Clara sobre la camilla, eché aceite por todo su hermoso cuerpo y fui extendiéndolo. Puse mi mano sobre su vulva para frotarlo lentamente mientras la besaba, después metí mis dedos en su vagina y comencé a masturbarla subiendo el ritmo lentamente. Fui bajando mis besos hacia su cuello hasta llegar a sus tetas donde comencé a chupar de nuevo como su fuese un bebé hambriento. Ella gemía y se retorcía de placer, su vagina estaba muy caliente y húmeda, mis dedos se movían con rapidez en su interior carnoso tratando de estimular su punto G para conseguir que esa mujer soltase otro chorro. Y efectivamente logré mi objetivo, conseguí que ella tuviese otro orgasmo y soltase el último squirt de la sesión.

    Me tumbé sobre ella y nos besamos lentamente compartiendo suspiros de cansancio y risas con miradas tontas.

    -¿Te ha gustado el masaje?. -Me preguntó con sus labios a milímetros de los míos.-

    -Si, me ha encantado, espero repetirlo pronto.

    -Ya sabes donde encontrarme.

    Tras un cálido abrazo nos recompusimos y nos empezamos a limpiar, miré la sala y estaba todo empapado de aceite de coco y squirt.

    -¿No deberíamos limpiar esto? -Le pregunté a Clara.-

    -Tranquila, lo limpiaré yo, tú vete a casa y descansa ese culo.

    Me dio un azote que me sobresaltó, esa chica me tenía tonta. Antes de irme le pedí el número para quedar más veces y tener sexo, después de todo si lo hago con una chica no es infidelidad y necesito hacer cardio para mantenerme en forma.

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  • Última vez

    Última vez

    Johnny se merecía un momento mejor de mi vida. Todavía recuerdo esos ojitos pequeños, como de animalito perdido; él sabía sonreírme con los ojos. No te voy a contar dónde nos conocimos, cómo empezamos a vernos o cómo llegamos a fajar en los parques, cuando caía la noche. Yo elegía una banca y él me abrazaba. Me soltaba el brasier y me metía la mano, tratando de cubrirme con la chamarra. Con el tiempo, yo dejé de usar brasier cuando lo veía.

    Sus dedos eran tan suaves: parecía que la vida aún no había pasado por ellos. Le gustaba no tocar mi pezones: hacerme sentir que podía tocarlos en cualquier momento, pero más bien sentir el peso de mi pecho en sus manos, sentir sus formas, como si tratara de acariciar la sombra de mi pecho. Y de pronto la yema de su dedo pasaba rápido por mis cimas, y yo daba un saltito respingado. Me mordía los labios y me sentía derretirme.

    Él me besaba la cabeza y dejaba su boca recargada sobre mi cabello; me susurraba cosas que yo no escuchaba, pero que descifraba por la manera en la que vibraban. Lo veía a los ojos sin decirle nada, y él sabía que mis ojos vacíos significaban «vamos a un lugar en el que puedas cogerme». Los pájaros regresaban a sus casas en grandes bandadas y yo le había dejado mi olor en la mano. Pero yo no iba a hablar de esto.

    En el cine llegábamos a hacer más. En el cine, si la película era aburrida, podía mamársela un poco. Íbamos entre semana, muy de noche, cuando nadie va al cine. Elegíamos cualquier asiento, porque elegir los de atrás siempre es sospechoso. Entonces era yo la que lo tocaba. Le quitaba el cinturón, intentando que no hiciera ruido, y le abría el pantalón. Sentía su miembro por encima de la ropa interior: me gustaba cómo se curvaba hacia un lado, cómo saltaba y palpitaba y crecía. Y sólo finalmente fingía que me estaba quedando dormida, y me recostaba en su regazo. No podíamos hacer muchos movimientos, entonces solamente me lo metía en la boca. Tenía que ser hábil. Sólo podía usar la succión y la lengua para hacerlo correrse.

    Me gusta mucho el verbo “correrse”; aquí nadie lo usa, pero es lindo, tiene esa “rrrrr” que es tan lasciva. “Acabar” suena a poncharse, a “venirse abajo”. Correrse no era “venirse abajo”, era “venirse en mí”. Y lo lograba, ¿sabes? Dos veces logré que Johnny se corriera así. Casi se muere cuando vio cómo me tragaba su semen. Al instante se le volvió a parar y tuvo que penetrarme en el acto.

    ¿Cómo que cómo me penetró, si estábamos en el cine? No, no: esa vez no estábamos en el cine: estábamos en su casa. Tienes razón, estoy embrollándome mucho. Mejor regreso al cine. Se la mamaba así, quedito, sin mover el cuello, solamente con los labios en su tronco, con la lengua en el glande y jugando con mis mejillas. A veces lo volteaba a ver cuando presionaba su pene contra una de mis mejillas y notaba que eso le gustaba mucho.

    Y así estábamos, en la oscuridad del cine. ¿No me crees? ¡Te juro que nadie va los noches entre semana a ese cine! ¿Y si sí? Pues éramos muy jóvenes y era muy otra época. Él de pronto me decía:

    —Julieta… vámonos —y entonces nos íbamos a un motel o a su casa.

    Una vez hasta lo hicimos en una iglesia. Allí no sólo se la mamé: me la metió y todo. Pensar en eso aún hace que… ¿Te parece de mal gusto? Bueno, si quieres mejor no te cuento eso.

    Yo no le pedía nada a Johnny, ¿sabes? Habría sido muy hipócrita de mi parte. Él me contaba de las chicas que le gustaban. Y tenía un muy buen gusto. A mí también me gustaban esas chicas… pero él era muy torpe: nunca se le armó nada. Sé que, mientras estuve con él, él sólo estuvo conmigo.

    ¿Yo? Bueno, yo me moría por Indira. Después de una época en la que viví como vampiresa, sin salir de mi casa y casi sin recibir un rayo de sol, sintiéndome morir, empecé a ver a Indira: era fiestera y trotadora, y yo me desvivía por seguirle el paso. Indira no me dejaba estar deprimida, y yo, con tal de tirármela, hasta intentaba estar alegre. Je, exagero un poco eso de “tirármela”. La mitad de mi cabeza sí planteaba algo con ella, y la otra solamente quería su compañía.

    Era una chica mediana de estatura, fuerte y de piernas grandes y firmes. Sus pechos eran mucho más grandes que los míos. Así me gustan las chicas: tocables. Y ella además tenía una bonita piel. Recuerdo la primera vez que se la toqué. Era su fiesta de cumpleaños, en 2016. Nos besamos en unos retos. Había muchos hombres, pero no eran de esos hombres de gritan pendejadas cuando dos mujeres se besan. Eran de esos hombres que te sonríen con complicidad, sintiéndose felices por ti, aunque obviamente piensan “más tarde me masturbo pensando en ellas”.

    Eso me gustó: había silencio en nuestro beso. Ambas sabíamos que iba a pasar tarde o temprano, y por eso ni lo apuramos ni nos sentimos torpes. Empecé tocando sus mejillas tersas, acariciándole el cuello. Ella me sonrió y nos pusimos frente con frente, nariz con nariz. No fue un beso húmedo ni candente, pero tampoco fue un beso inocente. Sus labios estaban tiernos. ¿Has sentido esas flores polvorosas, con olor a casa de abuela, que sientes que se deshacen entre tus manos, pero que tienen un tacto fresco y suave? Así eran los labios de Indira… bueno, sin el olor a casa de abuela, obviamente.

    Nos fuimos a dormir juntas, claro. Los hombres que quieren fantasear con mujeres siempre están dispuestos a dejarles un cuarto. Logísticamente, nuestra primera vez no fue lo mejor del mundo. Yo disfruté mucho sus pechos y me quedé chupándoselos en cama un buen rato. Ella gemía, pero no era un gemido de satisfacción y yo sabía que querría otra cosa. Me conozco bastante bien, y sé como me gusta que me masturben… pero no sabía si sabría masturbarla a ella. Igual nos comunicamos bien. La hice humedecerse, comiéndomela a besos, le acaricié esa linda florecita que tenía, impresionada por los colores y por la humedad. La dedee quedito; encontré dónde hacerla sentir bien, por dentro, y me quedé allí, columpiando mis deditos un buen rato.

    Lo más difícil fueron las tijeras. Por alguna razón no nos conectábamos. Cuando ella me presionaba la vagina, yo no presionaba la suya. Estuvimos un buen rato intentando, hasta que se desesperó y decidió mejor comerme la vulva. Cuando hicimos el 69, ella se puso arriba. La primera en terminar fue ella, que se había casi sentado en mi casa, y que se estaba esforzando más en cogerme la boca que en darme placer. Tenía algo de morboso, debo admitir; me gustó. Cuando iba a alcanzar el orgasmo, nada más se detuvo y se entregó a la sensación, echó la cabeza para atrás y me dijo, llena de dulzura:

    —Ay, Julieta, te amo.

    Ya que por fin había terminado, la tumbé en la cama y yo me senté sobre ella: me le restregué casi vengativamente, y pensar en que me la estaba pagando me puso muy caliente. Ella se dio cuenta de eso y se esforzó en meterme la lengua, en hacerme botar las nalgas alrededor de su cara.

    Esa noche, cuando estábamos orgasmeadas, medio dormidas, pero tratando de no cerrar los ojos para pasar más tiempo juntas, hablamos de Johnny por primera vez.

    —¿Quién es ese chico con el que te veo tanto últimamente?

    Y yo le conté. Le conté que era dulce; que me leía para que me quedara dormida, que cocinaba conmigo, que siempre empezaba el sexo comiéndome la vulva, porque le daba miedo correrse antes de haberme satisfecho. Le conté que con él había tenido más orgasmos seguidos que con nadie. No me creyó cuando le dije cuántos. A ti no te voy a decir, ¡hasta crees! Eso me lo quedo para mí.

    Me hizo enseñarle fotos y pude ver cómo se lo sabroseaba con la vista. Me hizo presentarlos:

    —Quiero saber con quién estás —me decía.

    Y se cayeron bien los dos. Yo de entrada me moría de pena. Con Johnny era completamente honesta, y él sabía que por fin me había acostado con Indira. Pero mis temores parecieron falsos. Por un día hubo mucha madurez: comimos juntos, vimos una película y nadie hizo comentarios raros.

    Pero la próxima vez que hablé con Indira, me dijo de pronto:

    —¿No sabes si le gustaría un trío?

    —¿Cómo voy a saber eso? –le respondí, ruborizándome mucho.

    —Pues es un hombre, con el que hablas muy bien, que sabe que te acostaste conmigo, y que ya me conoció… ¿no crees que quiera un trío con las dos?

    —Más bien tu quieres un trío con nosotros —le dije, tratando de que sonara como un chiste.

    Indira se rio, pero levanto las cejas para confirmármelo. Se lo empecé a sugerir poquito a poco a Johnny. Le contaba cómo era Indira en la cama. Eso lo excitaba mucho. Lo montaba de inmediato, y aprovechaba para decirle, en medio del acto:

    —Deberías aprovechar.

    El no se daba por aludido y me empujaba hacia abajo las caderas para empalarme hasta el fondo.

    —Deberías aprovechar —seguía yo, que gemía, sintiéndolo a él adentro mío, enorme por la perversidad de lo que seguro estaba pensando. —Me urge coger con ella y ella quiere que te lleve para que se la metas… así, bien adentro… como me tienes a mí ahora. Imagínate que soy ella. Anda, te doy permiso. Imagina que te la estás cogiendo a ella.

    Entonces él me hacía cambiar de posición, me tumbaba en la cama de espaldas y me la metía, en la vagina pero desde atrás. Yo estaba prácticamente acostada y él me azotaba desde arriba con sus embestidas. A juzgar por la manera en la que me cogía, sí se estaba imaginando a Indira.

    ¿Suena muy brusco? ¡No, no! Es que no conociste a Johnny. Cuando se ponía así, intenso, pasional, era todavía más tierno y más delicado. A veces lo gritaba de placer y él se deshacía en disculpas, pensando que había lastimado.

    Y creo que estábamos a punto de lograrlo. A Indira y a mí se nos iba a hacer coger con Johnny, las dos. Pero nunca pasó. Fue por Rogelio. Sí, en esa época aún estaba con Rogelio. Era mi novio… “el de verdad”, e íbamos a cumplir dos años. A Rogelio nunca le gustó la idea de que tuviéramos una relación abierta y… bueno, yo no iba a aceptar otra cosa.

    ¿Qué le voy a hacer? Yo nunca he podido ser fiel. A veces pienso que es por mi padre… a veces creo que no, que nada más soy así. A veces digo que la sociedad será mejor cuando nadie te cuestione por las vergas que quieras o no dejar entrar en tus territorios. A veces pienso que solamente me digo eso porque me hace sentir tranquila. En punto es que nunca he podido ser fiel. Alguna vez vi una película en la que un pendejo le decía a una chica infiel “¿por qué te comportas como un hombre?”. ¿Me creerías que me han dicho eso más de una vez? Pero bueno, ¿qué te voy a contar de esto a ti, verdad? Ya sabes como soy… y sabes que lo siento.

    Rogelio era lo opuesto a Johnny. Era alto y fuerte, y tenía los ojos llenos de… de nada. Negros, negros. Y unas manos grandes y callosas. Calzaba del 33. ¿Sabes lo que significa eso, no? 33, te digo. ¿Recuerdas cómo me cogió Johnny cuando fantaseamos con Indira? Bueno, pues así me cogía Rogelio al menos una vez a la semana. A veces me levantaba en sus brazos y me cogía en vilo, y cuando se cansaba me ponía contra la pared. Y yo me apagaba, ¿sabes? Lo dejaba hacer.

    Las primeras veces con él, tuve orgasmos enormes, largos y bestiales. Luego, cuando me empecé a sentir usada, dejé de tenerlos y tuve que fingir. Pero él aprendió a distinguirlo, y le enfurecía que fingiera. Él tenía una muy buena condición y mucha continencia, ¡y no terminaba, el maldito! Teníamos que estar allí, peleando, cuarenta minutos, hasta que él de pronto tenía un orgasmo. A veces, en la furia que había acumulado, se quitaba el condón, me restregaba el pene en la cara y se corría encima mío. Alguna vez se quitó el condón y me la volvió a meter, sólo para correrse adentro. Lo quería matar, y al día siguiente tuve que ir por una pastilla.

    Por eso es que te lo digo: Johnny se merecía un momento mejor de mi vida. Rogelio empezó a sospechar que algo pasaba. Que Johnny estaba demasiado presente en mi vida como para ser otro amigo. No me di cuenta de cuánto empezó a seguirme, pero de pronto sabía dónde vivía Johnny… y sus horarios, y su teléfono. Johnny no sabía nada de esto y yo no quería asustarlo.

    Recuerdo que un día, vi por la ventana de su edificio a Rogelio. Fumaba con ira en la calle. ¿Qué estaba esperando hacer? Ese día resolví que todo tenía que parar.

    —Es nuestra última vez —le dije a Johnny.

    Al principio pensó que estaba haciendo un chiste, pero vio que yo estaba triste y me abrazó. No lloramos. Pusimos una película tonta y nos acurrucamos juntos. Empezó a frotarse con mi trasero, me bajó los pantalones y empezó a masturbarse entre mis nalgas. ¿Era un deseo animal? ¿Era la costumbre? Quizá así suena…, la verdad es que en ese momento me pareció una despedida.

    No me dejó mamársela. Nos besamos. Me abrió la camisa de botones que llevaba ese día y me besó los pechos. Primero uno, largamente; luego el otro. Parecía que no se quisiera ir de allí. Luego bajó al ombligo.

    Le había enseñado exactamente cómo me gustaba el sexo oral: besos en los extreños lengüetazos en los labios menores, un besito en pinza sobre el clítoris. Él había innovado en mi gusto, metiéndome un dedo, atrapándome el clítoris entre índice y cordial, y comiéndome el clítoris despacio, mientras me masturbaba. Yo amaba que hiciera eso.

    Le dije que iba a masturbarlo, que se tendiera en la cama. Pero le mentí. Me subí encima suyo y me introduje su pene sin condón. Vi en su cara que no le gusta la idea, pero no intentó detenerme. Entendí que era algo de una única vez. Su pene me quemaba: nunca lo había sentido a pelo. Sentí que me humedecía más y más en torno a él. Me humedecí tanto que me dio vergüenza. Y así puesta, empezar a cogérmelo fue casi automático. El fuego que me estaba metiendo me hacía cabalgarlo con más enjundia de la que recordaba haber usado nunca en el sexo.

    Me esforcé en que le gustara, intenté contraerme por dentro, le giraba, saltaba en su pene para que sintiera mis nalgas botar contra sus piernas. Y él no gemía: sólo me sonreía. Sabía que le gustaba porque me tocaba con mucha emoción los pechos, mientras yo lo montaba… pero la escena en realidad era un poco triste.

    Me esforcé tanto que me cansé muy rápido. Él no notó y me reemplazó. Primero muy muy lento. Me besaba un poquito la boca, los pechos, los hombros. Parecía como si la penetración fuera sólo un acompañamiento del resto de sus caricias. Luego, poco a poco, empezó a cogerme más rápido de lo que me había cogido nunca. Esa velocidad en realidad me recordaba un poco a Rogelio, y me hacía sentirme rara. Pero entendía que era la forma que tenía él de quererme. Mientras él empezaba a bufar, y su pene iba creciendo más y más, le quité la camisa e intenté memorizar su pecho y su cara.

    —Córrete dentro —le dije, exagerando las erres.

    Era irresponsable, ya lo sé. Y él lo sabía. Ni siquiera debía estarme dando así, al natural. Pero yo quería darnos ese permiso, esa pequeña imprudencia, y que pasara lo que tuviera que pasar. Ahora que lo pienso, fui una estúpida. Y Johnny también, pero no tanto.

    —Córrete dentro —le repetí, gimiendo como si me doliera.

    Pero Johnny ya sabía interpretarme, y me siguió dando con su cariño pasional, con su delicada furia medida. Aceleró un poco y bajó a besarme. Sus estocadas se volvieron más cortas, más concentradas, más curvas. Me quejé por debajo del beso, que me robaba la palabra; con una mano le arañé la espalda sin querer y con la otra me aferré a la cama. Me contraje en torno a su verga, hirviente, y mi humedad le dejó brillando el vello público y las piernas.

    Me dio diez segundos de descanso y me la metió de nuevo, más rápido todavía que la vez anterior. Ahora era completamente al revés. Esta vez no nos besábamos. Él estaba casi completamente erguido y hacíamos un ángulo de 90 grados. Johnny me levantaba las nalgas y me acercaba a él. Lo metía entero y luego salía casi por completo… y ¡fum!, de nuevo me tenía empalada.

    Me faltaba una estocada más para llegar a mi segundo orgasmo, cuando él me dijo que estaba a punto de correrse. Yo intenté repetirle que se corriera adentro, pero él me calló con su velocidad. Todavía alcance a apretarlo un poco, cuando tuve el orgasmo, pero de inmediato él se salió y se corrió en mi vientre. Trajo un poco de papel, algo de agua y una toalla… y me limpió.

    Desaparecí un tiempo y le di suficiente información a Rogelio como para que tratara de encontrarme. Supuse que si iba detrás mío, no le prestaría atención a Johnny. Y lo conseguí. Y pasaron muchas cosas malas después de las que no quiero hablar. Pero ahora estoy… no, quizá no estoy bien, pero algo así.

    Lo he visto varias veces, desde entonces… a Johnny, quiero decir. Se mudó, pero aun así he llegado a verlo sin querer me di cuenta de dónde trabaja. Creo que es la oficinita casera de un partido político; sale con un maletín de cuero, como si fuera un pequeño oficinista. Ayer lo vi con una chica muy linda: rizada y morena, con una sonrisa ancha y un trasero lindo. Tiene cara de enamorado cuando la ve.

    Yo también tengo novio. Y lo amo… mucho; aunque no me lo creas. Con él, creo que por fin soy feliz. ¿Y que por qué estoy aquí, contigo? No tiene nada que ver con mi novio; te juro que no. Es sólo que mañana se cumplen ocho años de mi última vez con Johnny.

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  • Primera experiencia

    Primera experiencia

    Somos un matrimonio normal, de los que nadie puede sospechar ningún tipo de comportamiento raro, pero una vez que nos pico el gusanillo del morbo no pudimos escapar de él.

    Eso si, seguimos manteniendo nuestra apariencia aburrida con todos nuestros conocidos.

    Solo nos permitimos un juego al que llamábamos el “veo veo”.

    ¿Que en que consistia?

    En dejar ver mas “carne” de lo normal, y cuando digo carne me refiero a los pechos de mi mujer y a sus piernas normalmente con medias de liga.

    Siempre en sitios donde no nos conocían y donde era difícil que nos encontraremos a alguien que nos supiera identificar.

    Para jugar salíamos de casa, bueno salir mi mujer, preparada para la aventura: no se ponia sujetador y se ponia medias con liguero.

    Simplemente pensarlo y salir así de casa nos subir el grado de excitación a niveles que nos hacían hacer cosas que en estado normal nunca hubiéramos hecho.

    Nos montábamos en el coche y nos íbamos a restaurantes, pubs, discotecas, lejos de donde vivíamos y hacíamos nuestra vida normal.

    Pero un día, en las navidades del 2021, decidido ir al centro y como estaba todo atascado, aparcamos el coche y cogimos el metro.

    Serian las 9 de la noche, el metro iba hasta arriba de gente, Maribel llevaba un abrigo largo una falda por encima de las rodillas y una blusa negra, pero como íbamos dispuestos a jugar fuerte porque hacia tiempo que no jugábamos, por el dichoso COVID, ese día tampoco llevaba bragas.

    Al entrar nos situamos agarrados a una barra, uno enfrente del otro, rodeados de personas por todos los lados.

    Como ya estábamos excitados, la propuse al oído que se abriera un par de botones de la blusa,

    Al principio, se negó porque había mucha gente, pero poco a poco la fui rozando el pecho con la mano para aumentar su excitación, hasta que tedio y se abrió un botón.

    Se veía un poco de canalillo, pero no me parecía lo suficiente así que insistí en mis roces aprovechando las parada y arrancadas del metro, hasta que se sitio lo suficientemente excitada como para abrirse dos botones más y eso ya no era un canalillo, era en gran cañón, se veían perfectamente el final de sus pechos y casi se podía ver el inicio de la aureola cada vez que el vagón nos movía o las personas nos empujaban al entrar o salir.

    En este juego estábamos, cuando notamos que un joven no se perdía nada del escote de mi mujer.

    Eso os excito mucho más, ya que eso es lo que buscábamos, hasta que una de las veces Maribel se acerco a mi oreja y me dijo: me esta rozando la pierna.

    Eso elevo las expectativas de la experiencia y me hizo pensar en la mano del joven subiendo por el muslo de mi mujer, hasta llegar a darse cuenta que no llevaba ropa interior.

    Sin pensarlo mucho, la conteste: ¿te gustaría notar como te sube la mano por el muslo?

    Ella, muy excitada, me dijo: ¡estas loco! Hay mucha geste.

    La dije: por eso no te preocupes porque entre los dos te tapamos.

    Mientras el joven seguía moviendo su mano en busca del tesoro, logro tocar la pierna y empezar a subir muy despacio.

    Maribel, con voz entrecortada por la excitación y el nerviosismo, se volvió acercar a mi oido y me dijo: me esta tocando el muslo por dentro de la falda.

    Con el control totalmente perdido por la excitación de lo que estaba pasando y lo que yo me estaba imaginando, la dije: tienes dos posibilidades, una te mueves hacia la puerta y salimos en la próxima estación, o te dejas que siga subiendo y llegue hasta arriba ¿tu decides?

    Como única respuesta se pego mas a mi, pero no de frente sino por su brazo derecho, dejando más libertad a que la pudieran seguir tocando por el lado izquierdo, donde estaba situado el joven.

    Él no era tonto, e interpreto el movimiento como un permiso para seguir, de junto más a los dos, de forma que el resto del vagón no pudiera saber lo que estaba pasando y subió la mano hasta el coño.

    Maribel, me dijo: Ya esta, me esta tocando y abra notado que lo tengo muy mojado.

    Al oír eso, con mucho disimulo aparte la blusa, poco a poco, dejando que el joven viera totalmente el pecho de mi mujer y aproveche para acercarme a su oido y decirla: Aprovecha y separa bien las piernas, déjale jugar.

    Por la cara de Maribel tenia que adivinar lo que estaba pasando, y debía ser muy bueno porque sus ojos reflejaban que lo estaba pasando bien, pero de repente note un cambio en su rostro, puso cara de sorpresa.

    Con cierta preocupación me acerque a su oido y de dije: ¿pasa algo? ¿nos vamos?

    Ella, me guiño un ojo y me dijo: No pasa nada, pero ponte detrás de mi.

    Extrañado, la dije: ¿Por qué?

    Ella, con voz seductora, me dijo: se ha sacado la polla y me la esta restregando por la ingle, pero quiero ponerme frente a el para sentirla mejor ¿te importa? ¿ a lo mejor intenta meterla?

    Sus palabras resonaban en mi cabeza una y otra vez: ¡ a lo mejor intenta meterla! Tantas veces había fantaseado con eso y ahora era ella la que me decía que existía esa posibilidad. No parecía molesta, mas bien al contrario: estaba deseando que la follara un desconocido en un vagón del metro lleno de gente.

    La pregunte: Y si te intenta follar ¿le vas a dejar?

    Su grado de excitación era tal, que sin pensarlo me dijo: ¿te importa?

    Sin responderla, me puse detrás de ella, dejando que el joven se pusiera totalmente de frente.

    Desde detrás, la dije: pero como no veo nada me tienes que ir diciendo que esta pasando.

    Solo hizo un gesto afirmativo y me dijo: aja.

    Echo la cabeza hacia atras, y me dijo: La noto, es grande, esta en la boca de mi vagina, lo intenta.

    Umm, ya noto como entra poco a poco.

    Como un idiota solo se me ocurrió decirle: ¿te gusta?

    O si, lo esta haciendo muy despacio pero la noto como penetra centímetro a centímetro y me gusta mucho, me voy a correr. Ahhh.

    Gracias al rudo que había en el vagón lo alarido de mi esposa pasaron desapercibidos, y cuando acabo la cambio el rostro, como si en ese momento su hubiera dado cuenta de lo que había pasado y le diera vergüenza. Se aparto, empujándome hacia atrás, se cerro el abrigo y salió hacia la puerta del vagón.

    Casi si poder reaccionar la seguí y en seguida llegamos a una estación y salimos del vagón. Andábamos hacia la puerta en directo a la calle y no hacia nada mas que decirla: tranquila, no pasa nada. Ella me miro como si yo tuviera la culpa de todo y por fin salimos a la calle.

    Nos dirigimos a restaurante donde hablamos reservado para cenar, aunque no sabia como iba a continuar la velada.

    Pero eso es otra historia.

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  • Los pies de mi ex Mireya

    Los pies de mi ex Mireya

    Mireya es una novia que tuve en la universidad pero ella estudió Derecho. Jamás la vi desarreglada; casi siempre llevaba falda o vestido, algunas veces jeans, combinados con unos flats, zapatillas abiertas, de plataforma, con correa, etc. En todo el tiempo que estuvimos en la universidad no recuerdo haberla visto repitiendo un outfit, lo digo porque como me gustaba todos los días iba a buscarla.

    Ese día fui a verla a su facultad, recuerdo que iba vestida con unos jeans negros, una blusa blanca un poco holgada y en sus pies unas lindas zapatillas negras de punta abierta. Me dijo que no iba a tener sus últimas materias por lo que fuimos a recorrer la universidad, después de caminar un rato nos sentamos en un jardín que está apartado del resto de edificios. Ella se acomodó pegada a mí y se quitó las zapatillas dejando al descubierto sus hermosos pies; pequeños, un poco pálidos y con un poco de tierrita por las zapatillas abiertas. Esa escena me excitó bastante; quería tocar, oler, probar esos pies sucios.

    Seguimos platicando mientras la acercaba a mí y ella se acomodaba en mi pecho, subió sus piernas dobladas sobre las mías de modo que podía alcanzar sus pies con mis manos. Le acariciaba el cabello, su carita, sus brazos… comencé a bajar hacia sus pies.

    —Me haces cosquillas—. Dijo con una risita coqueta.

    Alcé su rostro y le di un beso en los labios, ella me tomó del cuello y alargó el beso mientras yo seguía acariciando sus pies, estaban un poco ásperos y podía sentir la tierrita en sus plantas.

    Movido por la lujuria y asegurándome de que nadie nos viera me senté frente a ella, tomé su delicado pie y di pequeños besos en su empeine y aspiraba levemente.

    —¿Qué haces? Tengo los pies cochinos—. Me interrumpió mientras ponía rígidas las piernas.

    —No me importa—. Seguí acariciando y oliendo sus pies.

    —Nooo alguien nos va a ver—. Dijo sonrojada mientras encogía las piernas y trataba de ponerse los tacones.

    —No ha pasado nadie desde que estamos aquí, a parte estamos lejos y escondidos, dudo que alguien pase—. Respondí mientras jalaba nuevamente sus pies hacia mí para besarlos, ella me miró en señal de aprobación.

    Seguí besando desde el talón hasta los dedos, Mireya se resistió un poco, por miedo a que pasara alguien y nos viera, le dije que nadie iba a venir hacia donde estábamos.

    Empecé a frotar sus plantas contra mi cara aspirando el delicioso aroma de su piel, impregnado por el olor a tierrita y a plantilla de sus tacones. Luego lamí sus plantas con lujuria mientras ella me miraba risueña y se cubría el rostro con las manos.

    Después de un rato se acomodó apoyándose en sus codos con la cabeza hacia atrás, pude escuchar que su respiración era un poco acelerada acompañada de pequeños gemidos, esto me excitó aún más y continué adorando sus pies, de repente se incorporó y dijo:

    —¡Ya! Alguien puede vernos… mejor vamos a mi casa—. Se puso los tacones y se arregló la ropa.

    Llegamos a su casa, me dijo que no había nadie, que ese día le tocaba estar sola.

    Nos sentamos en el sofá y seguimos besándonos, comencé a acariciarla; sus piernas, su vientre plano, sus senos pequeños pero firmes, su nalgas duritas.

    Se levantó.

    —Espérame tantito—. Fue a su habitación. Pasaron unos 10 minutos y me llamó desde adentro.

    Mireya se puso un bonito body rojo de encaje que resaltaba su espectacular cuerpo bien formado. Estaba parada frente a un espejo grande pintándose los labios y acomodándose su lacio cabello castaño. La tomé de la cintura y la besé mientras ella me desvestía.

    —¿Puedes ponerte esas?—. Le dije señalando unas zapatillas plateadas de plataforma. Se las puso muy sensualmente y dio una media vuelta.

    —¿Me veo bonita?

    —Hermosa.

    La acosté en la cama, con la luz apagada, un aroma a fresa inundaba su habitación.

    Cambiamos de posición, Mireya se subió en mí, se movía lentamente, con los ojos ojos cerrados, me acariciaba el rostro y gemía fuerte pero de una forma muy dulce. La traté con ternura, me perdí en su suave piel pálida y su calor femenino. No dejé que se quitara el body ni las zapatillas, estuvimos haciendo el amor hasta la madrugada.

    Al final le pedí sus zapatillas plateadas y su blusa blanca.

    Fue una deliciosa primera vez y ese día nos hicimos novios.

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  • Viviendo con mi tío

    Viviendo con mi tío

    Hola a todos me pueden decir Yun, tengo 20 años, no soy alta (mido apenas 1.50), no tengo grandes pechos o caderas anchas, simplemente soy muy común y esta es mi historia con mi tío y como todo valió.

    Todo inicio cuando mi novio me corrió de la casa y no tenía donde quedarme, yo estaba muy deprimida e incluso deje mi trabajo. Regresar con mis padres no era opción y tampoco tenía mucha solvencia económica. Para mi buena suerte alguien me llamo y me dijo que me podía dar asilo sin ningún costo. Era mi tío (hermano de mi padre) y aunque al principio no estaba muy segura de sí debía aceptar su invitación pensé en que no habría problema, él es casado y según muy feliz con su pareja, muy estables y además económicamente muy bien.

    Así que termine aceptando sin saber lo que resultaría de esa decisión. Aunque su esposa no estaba muy feliz de esa decisión no peleo y simplemente me veía mal y siempre me vigilaba. La paz era absoluta cuando ella salía de compras o a pagar cuentas y entonces yo podía estar completamente cómoda y sin restricciones.

    Me metía a bañar sin cerrar la puerta y también me cambiaba sin preocupaciones, no tenía según yo ningún problema y siempre pensaba que estaba completamente sola. En realidad, no siempre estaba sola, varias veces mi tío llegaba a casa sin hacer ni un ruido y disfrutaba del espectáculo.

    Eso en realidad no lo supe desde el principio, lo descubrí después de un tiempo.

    Un día que salí de bañarme y solamente traía la toalla puesta y lo encontré sentado en mi cama con mis pantis entre sus manos. En cuanto me vio entrar las guardo en la bolsa de su pantalón y disimulo un poco.

    T: Sobrina te estaba esperando.

    Y: ¿Podría esperar afuera un momento en lo que me visto?

    T: Es que justo es de eso de lo que quería hablar.

    Y: ¿No lo entiendo, de que se trata?

    T: Bueno sobrina, yo le abrí las puertas de mi casa y se le da comida y todo lo que necesita sin que pongas ni un peso.

    Y: Aja, pero fue usted quien me invito a vivir aquí.

    T: Nada es gratis en la vida y ya debería saberlo sobrina, no se espante no es algo malo.

    Saco de la bolsa del pantalón un fajo de billetes y lo puso en la cama lentamente.

    T: Te puedes quedar esto, pero a cambio quiero algo.

    Y: Tío yo no…

    T: Solamente quiero un par de fotos, pero sin nada de tela, no es necesario nada de contacto físico, simplemente tomo las fotos y me voy.

    Vi por un momento la cama y me puse a pensar en cuanto dinero podría ser, me acerqué lentamente y tome los billetes entre mis manos, lo consideré un segundo y guarde los billetes en un cajón para después dejar caer la toalla.

    Y: Apúrese y no quiero que las comparta con nadie.

    T: Muy bien, pero quiero un par ahí parada y otras en la cama.

    Y: Rápido antes que llegue su mujer.

    Me tomo unas fotos recargada en la puerta y en la cajonera, después me deje caer en la cama y levanté un poco el trasero, abría un poco las piernas para algunas fotos y en otras me ponía de lado.

    Entre tantas fotos y poses me empecé a calentar e instintivamente mi mano busco mis partes y me puse a jugar.

    Mis dedos daban vueltas, entraban y salían con mucha energía, ya estaba completamente mojada y caliente.

    Cuando giré a ver a mi tío y tenía un evidente bulto en su pantalón, su teléfono seguía fijo en mí y después me enteré que desde que empecé a tocarme me estaba grabando sin perder ni un detalle de mis dedos en mi vagina. El verlo con semejante bulto y tan atraído en mi jugueteo me prendí aún más, me levanté lentamente y me fui acercando a él.

    Y: No diga nada y solamente bájese el pantalón.

    Le dije mientras bajaba de la cama y me ponía frente a él de rodillas mientras veía directo a la cámara.

    Con una sola mano se desabrocho el cinturón y el pantalón dejándolo caer, al ver directamente su verga no pude evitar lanzar un pequeño gemido a pesar de que como mínimo es unos 20 años mayor que yo su amiguito era enorme y aun no estaba despierto del todo.

    Lo tomé entre mis manos y empecé a juguetear con él, lo pasaba con ambas manos, lo puse entre mis pechos y lo provocaba con mi lengua lamiendo solamente la punta.

    Cuando ya lo vi más firme lo intenté meter en mi boca, pero mi nula experiencia me hacía sentir que me ahogaba, mi tío (que seguía grabando todo) me agarró con su mano libre de la parte de atrás de mi cabeza y siguió empujando para meterme toda su verga hasta mi garganta, yo seguía dando todo de mi mientras mi mano derecha seguía jugando con mis labios, dando vueltas y haciendo que soltara mis “jugos” por todo el piso.

    Después de unos 10 o 15 minutos así por fin se vino en mi boca y descargo todo bien profundo, solo sentía como todo eso bajaba por mi garganta.

    Y: Nadie puede saber lo que sucedió aquí y menos ver ese video.

    T: No te preocupes sobrina no saldrá de aquí.

    Mientras el decía eso escuchamos las llaves abrir la puerta de la entrada, rápidamente mi tío se terminó de subir los pantalones y cerrar el cinturón, en cuanto salió cerré mi puerta con llave y me deje caer en la cama, después de recuperar la compostura me vestí y tuve que regresar al baño para enjugar mi cara que estaba con restos de saliva y espermas.

    No volví a hablar con él ese día, pero ese fue el inicio del caos. Desde ese día mi tío me veía con más lujuria cuando mi tía se distraía.

    Si quieren leer más de lo que sucedió después de esto esperen más partes.

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