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  • Mi esposa y yo, nuestro primer dogging

    Mi esposa y yo, nuestro primer dogging

    Para este punto de todo lo que hemos contado nos vamos ubicar en junio de 2024, a estos meses dejamos de lado al novio vagabundo de mi esposa pues no aportaba nada bueno, en cuánto al vecino la amistad seguía creciendo, y respecto a los vagabundos siempre sacábamos el máximo provechos y ellos de nosotros, y por supuesto Ricardo que se había vuelto como el “eje” de algunas aventuras.

    Ricardo lanzaba las ideas y éramos nosotros quien decidía cual hacer.

    Entre esas ideas era usar el uniforme a nuestro favor ¿Y cómo? La idea de Ricardo era sencilla, mi esposa se ponía el típico uniforme blanco pero de pantalón y chaqueta, pero sin ropa interior abajo, aprovechando que ese tipo de tela suele transparentar, y agarrar el autobús.

    Era una idea sumamente arriesgada y que incluso podíamos meternos en problemas, entonces Erika sorpresivamente sugirió que se iba a poner una mascarilla y lentes normales.

    Trazamos el plan de ruta, cuantos buses tomar, etc… Quedamos tomar rutas rápidas en caso que las cosas se salieran de control y el objetivo era recorrer la ciudad a la redonda y regresar al punto de partida donde dejamos el auto, Ricardo nos acompañaría, pero de lejos, es decir, dejaríamos a mi esposa Erika sola para a la distancia disfrutar del morbo que le vean el culo.

    Iniciamos con mucho nerviosismo al filo de la tarde, nos bajamos del auto e inmediatamente nos separamos según el plan, Erika sola, Ricardo y yo juntos a la distancia, llegamos a la parada de buses, y entre un alivio y decepción la parada estaba vacía, mas no el primer autobús el cual abordamos y para mas decepción habían asientos vacíos y pues fuimos obligados a sentarnos, primer auto bus un fracaso total.

    Nos bajamos a la siguiente parada, el cual si habían personas pero que ni se molestaron en ver a mi esposa… ¿Qué estábamos haciendo mal? No sabíamos.

    Íbamos ya por el cuarto autobús y pensábamos en rendirnos hasta que al fin uno pesco el anzuelo o mas bien el culo de mi esposa, me sorprendió mi esposa pues su respuesta natural fue el rechazo de primer momento seguramente sorprendida, pero como que si se acordó en las andada que estábamos y ya fue mas reciproca con el chico que la abordó, a lo lejos veíamos los movimientos de cabeza producto de la conversación, mi esposa sonrió asintiendo entonces el chico posó su mano en una de sus nalgas, y ella rio.

    Después de ese primer contacto procedimos a bajarnos en la parada siguiente, y nos tomamos un descanso, entonces sugerí que mejor usase tanga pues es mas evidente así, y pusimos en marcha el plan… Y plan que dio resultado en primer lugar desaprobación de las señoras quienes le miraban el culo, en cambio a los hombres era como un imán… Finalmente ya era mas notada.

    Claro no el 100% de los hombres se le acercaban, algunos eran mas de curiosidad, otros de ver mas de lejos, uno que tomo una foto, hasta que uno se animó a hablarle, sonreía como bobo, digo, era mas sonrisa que platica, así que mi esposa pasó de él.

    Continuando ahora dentro del autobús, ahora si venia lo interesante pues un tipo tal vez de nuestra edad o un poco menos, no lo sé, andaba con mascarilla, el punto es que este si se animó mas a “coquetear” con mi esposa, a tal punto que ella le permitió meter su dedo dentro del pantalón para estirar su tanga, claro todo discretamente. Al final el tipo invitó a mi esposa a un lugar “mas tranquilo” cosa que declinó.

    Mientras todo eso ocurría yo estaba hecho un burro por ese mínimo contacto, Ricardo estaba viendo todo sin disimular pues a el le prende que mi esposa haga cosas para él.

    Ese mismo día, pero ya en la noche, Ricardo seguía con nosotros y por supuesto dispuesto a motivarnos a hacer mas cosas calientes, entre cosas sencillas y rebuscadas, otro cliché y otras no tanto.

    Entre todas escogimos una sencilla pero arriesgada al mismo tiempo, ofrecerle a algún desconocido una mamada… Erika y yo nos vimos, ambos de manera dudosa y aceptamos la propuesta con un poquito de duda la cual se la hicimos saber a Ricardo.

    -Espera –dijo mi esposa

    -Me iré a poner una ropa diferente –dijo ella.

    -No hace falta, basta con una lencería sexy, y un abrigo para que tu cubras cuando sea necesario –dijo Ricardo

    -Puedes usar aquel bra de media copa para que tus pezones queden expuestos –dije a mi esposa apoyando a Ricardo

    Y así se hizo, el conjunto era color vino tinto muy adecuado para su blanca piel y para levantar erotismo… Uso el abrigo para salir de casa y nos encaminamos esta vez en el auto de Ricardo, yo manejé, mientras que mi esposa se fue en la parte de atrás con Ricardo.

    -A todo esto Ricardo…. ¿A dónde iremos? –le pregunté

    Pues no era así por así que se iba a hacer todo, es decir, no es que el todos los hombres fuesen aceptar.

    -Conozco un lugar –dijo Ricardo

    -Bue-bueno he escuchado realmente –dijo él

    Y eso me hizo pensar en algo… ¿Y si Ricardo ya tiene experiencia en este mundo y simplemente nos va “experimentando”? Ya que justo sabia a donde ir o que hacer, o como salir de ciertas situaciones comprometedoras.

    Tal vez a los 10 minutos de haberme puesto en marcha, Ricardo le dijo a mi esposa:

    -Esta noche serás una putita express –dijo sacándose la verga

    -Muy bien empieza a calentar esa boquita –dijo Ricardo

    Dentro del auto se escuchaba el característico sonido “glop, glop” de mi esposa dándole una majestuosa mamada a Ricardo, mientras ella le decía lo puta que era y la leche que iba a sacar esta noche… En un semáforo en rojo puse en Parking el auto y aproveché a girarme, el culo de mi esposa estaba muy mojado… El semáforo se puso en verde y ni modo tuve que seguir.

    Recuerdo haber manejado aproximadamente entre 30 o 40 minutos hasta llegar a un lugar alejado del centro de la ciudad y en dirección opuesta a la exconstructora… El lugar era relativamente bonito, no muy vistoso mas bien era tipo parque pero rodeado de arquitectura urbana, entonces ya Ricardo dijo que habíamos llegado.

    Ricardo explicó que según había “leído” este tipo de actividades ocurrían de vez en cuando y que si teníamos suerte podríamos “picar” algo…

    -Veo que tienes experiencia en esto –dije interrumpiendo a Ricardo

    -Eh… eh… si, un poco me gusta curiosear –dijo él

    Yo no quería husmear mas en el tema, mi esposa tampoco, pero ambos sabíamos que definitivamente el andaba en este tipo de asuntos, pero lo dejamos estar…

    -Podemos hacer lo siguiente… Verán según leí hay hombres que caminan a propósito en los bordes del parque o a sus alrededores, y las mujeres se paran en las esquinas… Si no me equivoco la manera de invitar es encendiendo la luz del interior del carro y únicamente tenemos que abrir la puerta, si quien nos toca sabe que tiene que hacer pues el solo actuará –explico él

    Y así hicimos, encendimos la luz del interior del auto, y dimos un par de vueltas a la redonda hasta que encontramos a un hombre con una chamarra que no era raro pues hacía frío… Tan pronto el hombre nos vio hizo un gesto con su chamarra de bajar el cíper… Ricardo nos dijo que ese era posible candidato por lo que me estacioné frente a él…

    Yo me estacioné a orilla del parque y el sujeto cruzó la calle, quedando de mi lado, entonces mi esposa abrió la puerta, y yo puse intermitentes…

    -Apaga eso –dijo el desconocido.

    -Vaya, vaya que tenemos aquí –dijo el desconocido

    -Veo que traen a una perrita aquí atrás, y veo que tiene dueño –dijo viendo su anillo de casada

    -¿Quién de los dos es el cornudo? –dijo riendo

    -No hace falta responder –dijo viéndome

    -¿Me harás el honor? -dijo el desconocido a mi esposa

    Mi esposa bajó el cíper del pantalón del desconocido, ella de manera dudosa y tímida llevó la punta de su lengua al glande del sujeto, y así hasta agarrar valor de meterla toda en su boca… a medida pasaban los segundos mi esposa iba tomando mas confianza, por lo que pude relajarme y comprender lo que estaba pasando… Mi esposa en lencería estando en cuatro en la parte trasera del auto lamiéndole los huevos a un completo desconocido en casi vía pública… Sentí una ligera humedad en mi entre pierna, mi liquido preseminal empezó a brotar, Ricardo tenía muy dilatadas las pupilas de lo excitado que estaba…

    Mas duró la percepción cuando el desconocido agarró del cabello a mi esposa y un pujido de parte de él se hizo escuchar, y era que estaba vaciando todo su semen en la boca de mi esposa… el cual astutamente hizo tragar…

    -Aahh… -escuché de parte de él

    Le escuché una ligera arcada a mi esposa, y empezó a toser, sus ojos estaban llorosos…

    -Todo bien cielo –me dijo ella

    Ricardo cerró la puerta del auto, y yo emprendí la marcha siempre en la misma zona…

    Ricardo rio y le dijo a mi esposa: -Ya se acostumbrarán esta gente por lo visto se deja llevar –continúo riendo

    -¿Quieres continuar? –le pregunté a mi esposa

    -Creo que si –dijo ella limpiándose los labios

    Suspiré y seguí buscando por la zona un par de minutos…

    Hasta que encontramos otro… no lo podía creer era un negro … hicimos el mismo procedimiento, abrimos la puerta, esta vez con la experiencia anterior mi esposa no perdió mayor tiempo y comenzó a lamer con vigorosidad, mientras que el nuevo desconocido apoyaba su cabeza en el marco del techo del auto… disfrutando de mi esposa… y a los minutos el hombre empezó a jadear…

    -Si, si puta… ya casi … abre tu boca –dijo él

    Mi esposa se dejó llevar abriendo su boca y sacando su lengua, y así el tipo empezó a correrse en su lengua… mi esposa volvió a tragar todo… Ricardo cerró la puerta del auto y nos retiramos…

    -Una vez mas –dijo mi esposa ya con sus ojos brillosos

    -¿Segura amor? –pregunté dudoso

    -¡Si amor, Si! ¡Si! –dijo con una sonrisa

    Mire a Ricardo y el asintió con la cabeza.

    Volvimos a dar vueltas a la redonda y no encontramos nada, entonces Ricardo dijo que si Erika quería probar una vez más tendríamos que bajarnos pues no siempre estarán en los extremos del parque, por lo que dejamos el auto, y nos bajamos, mi esposa se puso el suéter.

    Ya adentrados en el parque si que era muy grande mas de lo que aparentaba, y pudimos ver un par de indigentes, a lo cual mi esposa y yo nos volteamos a ver pues nos recordó a Héctor y los demás… Ricardo se separó un par de metros de nosotros y se fue a unos arbustos frondosos, al rato apareció y nos dijo que nos acercásemos, entre esos matorrales de arbustos había un hombre…

    Nos vio y dijo:

    -¿Así que esta la puta que anda buscando vergas eh? –y vio a mi esposa

    -Vamos a ver que ha traído la noche esta vez –dijo acercándose quitándole el suéter a mi esposa

    -Lindos vellos, veo que lo tienes bien cuidado y recortado –dijo metiendo un dedo en la vagina ya mojada de mi esposa

    -¿Bueno zorrita según lo que me explico aquí el caballero presente te gusta chupar vergas y que tu esposo vea, cierto? –dijo sonriendo

    Mi esposa asintió con la cabeza.

    -Zorrita te pregunté si te gusta chupar vergas –dijo él

    -Si me encanta chupar vergas y tomar todo el semen –dijo ella excitada

    Mi esposa se arrodilló ante él, le bajó el cierre y comenzó a jugar con su glande mientras ella lo miraba a los ojos… Mientras la acción ocurría Ricardo se fue a los alrededores a “vigilar” el lugar…

    Mientras yo miraba como mi esposa empezaba a mamar viendo como esa verga entraba y salía de su boca, acompañado de lengüetazos desde la base de la verga hasta la punta, como de una paleta se tratase…

    -Quitate eso –dijo el desconocido mientras le ayudaba a quitarse el suéter y la lencería

    -Las putas como tu deben de andar sin nada mientras comen vergas –dijo él

    Mi esposa mientras tanto masajeaba los huevos del sujeto, a la vez que continuaba hasta que el desconocido se tensó liberando así todo su semen en la boca de mi esposa… Un suspiro fuerte salió de él, como que si hubiese pasado tiempo desde que eyaculó…

    -¿Te molesta si le llamó a un amigo que anda por aquí? –le preguntó a mi esposa

    Ella solo respondió que no…

    Y a los 5 minutos se hizo presente un tipo de buen porte, que ni pareciera que anduviera en estas andadas…

    -Mira, ella es la puta que anda chupando vergas en el parque, es mas ya está arrodillada esperándote…

    -Ah ¿si? –dijo el nuevo desconocido

    -Sácate esa manguera que te cargas –dijo el riéndose

    -Bah –dijo mientras se sacaba la verga

    Y de la forma mas masculina posible les digo que era una buena verga de esas que van tanto grosor como de largo simétrico, mi esposa cuando lo vio abrió los ojos como plato, ni tiempo de decir nada cuando el tipo puso a mamar a mi esposa… y era obvio que a mi esposa le había encantado.

    Mi esposa duró poco así, cuando hizo algo que no me esperaba…

    Solo me vio a los ojos, y ella se puso en cuatro ofreciéndole el culo a ese desconocido…

    -Por favor méteme la verga, quiero que me cojas –le dijo ella

    Nunca había visto a mi esposa pedir verga de una forma insistente.

    -Quiero bramar como puta –insistió ella

    El tipo se puso detrás de ella, una acomodada, y empezó a introducir poco a poco su verga hasta llegar al fondo de su vagina…

    Mi esposa dio un suspiro de placer…

    El tipo empezó a penetrarla suavemente a manera que la vagina de mi esposa se acostumbrara a tener encajada semejante verga… y una vez hecho eso, el tipo no tuvo piedad… mi esposa tenía llorosos los ojos de las embestidas que le daba.

    Tanto así que los indigentes cercanos levantaron la cabeza para ver que sucedía… Yo me incorporé con Ricardo quien hizo su función y los alejó.

    Tras de mi estaba mi esposa recibiendo verga mientras escuchaba todas las nalgadas que el desconocido le daba, al voltear aun continuaban en lo mismo pero el ya tenía su pulgar metido en el culo de mi esposa… Mi esposa al sentir eso por su propia cuenta empezó a moverse, mientras que el tipo se detuvo para ver como rebotada el culo en su pelvis.

    Mi esposa extendió su chamarra en el césped para acostarse, el sujeto rápidamente se incorporó, acomodó su verga y la metió de golpe, haciendo así un rico misionero, el tipo se movía a la vez que lamia y mordisqueaba los pezones de Erika.

    Es una de las escenas que más llevo presente en mi mente… del transe me sacó el pujido de mi esposa, la típica vibración de su pierna y tan su ansiado orgasmo, al mismo tiempo que el desconocido acababa dentro de ella… Agotada mi esposa se incorporó y en su pierna bajaba todo el semen que salía de su vagina… El sujeto también se incorporó, se puso su pantalón y retiró del lugar.

    Oficialmente y sin planearlo habíamos tenido nuestra primera experiencia “Dogging” que increíble… La adrenalina luego regresó pues no nos percatamos que el desconocido se había el suéter de mi esposa seguramente de recuerdo.

    -Eso es, ni modo –dijo ella encaminándose hasta el vehículo desnuda

    A lo lejos se escuchaban silbidos y besos, eran los vagabundos, y en un descuido se vio algunos flashazos de celulares… ¡Le habían tomado foto a mi esposa de lejos!

    Eso nos hizo avanzar más rápido hasta el auto y emprender la marcha y esta vez si a nuestra casa, estando ahí pues Ricardo se despidió de nosotros, mi esposa y yo queríamos hacerlo con locura pero estábamos ajetreados por lo que decidimos ir a dormir no sin antes tomar una larga ducha.

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  • Después del encuentro ominoso

    Después del encuentro ominoso

    La luna llena, en su máximo apogeo, dominaba el cielo nocturno, proyectando una luz plateada que confería un aire espectral al mar tempestuoso. Desde el promontorio donde me encontraba, el viento aullaba con furia, azotando mi cuerpo enfundado en un traje de cuero negro que abrazaba cada contorno de mi figura.

    El atuendo, diseñado a medida, era una obra maestra fetichista: botas altas hasta las rodillas, guantes largos que se ajustaban como una segunda piel y una capucha que cubría casi todo mi rostro, dejando al descubierto solo mi boca. Mis ojos estaban protegidos por lentes oscuros que desafiaban el viento, y una máscara nasal filtraba el penetrante olor marino. Este traje no solo me protegía, sino que alimentaba mi fascinación por el cuero, su textura firme y su aroma embriagador.

    Frente a mí se alzaba una criatura colosal, enviada como emisaria del reino oceánico. Medía casi diez metros, con una forma vagamente humanoide, pero su rostro recordaba al de un pez, con cuatro ojos brillantes que destilaban inteligencia. Cualquier otro habría retrocedido ante tal visión, pero yo sentía una mezcla de asombro y curiosidad. Me había ofrecido como intermediario de mi reino, movido tanto por el deseo de explorar lo desconocido como por la oportunidad de lucir este atuendo que satisfacía mis inclinaciones más profundas.

    La criatura, capaz de leer mi mente, pareció captar la primitiva fascinación que me embargaba, pero se limitó a negociar con precisión. Tras un diálogo mental, llegamos a un acuerdo sobre la navegación en los territorios acuáticos que representaba.

    Finalizada la reunión, me alejé del promontorio mientras la criatura se sumergía en las profundidades primigenias del océano. Caminé hasta el campamento cercano, donde el horizonte anunciaba la llegada de una tormenta. Rápidamente ordené a un mensajero que partiera con el informe de la reunión, deseando que el clima no lo retrasara. Luego indiqué a mis acompañantes que se resguardaran hasta que pasara la tempestad.

    Entré en mi tienda de campaña, colgando los lentes en un perchero. Allí me esperaba mi doncella de viaje, cuya presencia avivó mis sentidos. Vestía un traje de cuero similar al mío, pero diseñado para resaltar sus curvas voluptuosas. El crujido del cuero al moverse era música para mis oídos, y el brillo del material bajo la luz de las velas me hipnotizaba. Con una sonrisa, me ofreció una bebida caliente para combatir el frío. Sus manos enguantadas rozaron mi rostro, y el aroma del cuero mezclado con su calidez despertó mis deseos. La besé con pasión, y ella respondió con un abrazo que intensificó la conexión entre nosotros.

    Me guio hasta una silla especial, acolchada con cuero suave, y comenzó a besar mi cuerpo. Cuando llegó a mi entrepierna, abrió con destreza la cremallera oculta del traje, liberando mi miembro. Sus manos enguantadas lo acariciaron con firmeza, logrando una erección inmediata. Sin preámbulos, procedió a realizarme una felación que me llevó al éxtasis. La sensación del cuero envolviéndome, el roce de la capucha contra mi piel y el aroma que saturaba mis sentidos elevaron mi placer a un nivel sublime. La culminación llegó con una explosión de satisfacción que mi doncella recibió con devoción, mientras afuera la tormenta rugía con furia.

    Tras un breve descanso, cambié de posición a mi doncella, colocándola boca abajo sobre la silla. Su traje de cuero, ajustado y brillante, resaltaba sus formas, invitándome a explorar más. Con un movimiento fluido, deslicé sus pantalones de cuero, revelando su piel. Usé un lubricante especial, aplicado con mis dedos enguantados, para preparar su cuerpo. La penetré con facilidad, y sus gemidos iniciales de dolor se transformaron en placer.

    Sus manos enfundadas recorrieron mi pecho, avivando mi excitación, y prolongamos el acto hasta que ambos alcanzamos el clímax. Más tarde, repetimos el ritual, esta vez explorando otras facetas de nuestro deseo, siempre envueltos en el abrazo del cuero que nos unía.

    Agotado, me dormí profundamente, pero un sueño extraño interrumpió mi descanso. En él, me encontraba nuevamente en el promontorio, pero bajo un cielo despejado. La criatura oceánica me observaba con sus cuatro ojos, asintiendo con un gesto que parecía una invitación. Habló de cruzarme con su familia, un concepto que no comprendí del todo. El sueño se desvaneció, dejándome inquieto. Al despertar, mi doncella, percibiendo mi agitación, se acercó y, con una felación experta, disipó mi ansiedad. Su habilidad me llevó a un estado de calma, seguido de un nuevo encuentro apasionado que celebramos con la intensidad que solo el cuero podía inspirar.

    Por la mañana, el aire marino refrescó mi rostro al salir de la tienda. Ordené desmontar el campamento para regresar al castillo. Mientras organizaba los documentos para el rey, imaginé la recompensa que me aguardaba: títulos, tierras, quizás otra doncella para mi colección. Mis pensamientos se desviaron a las dos doncellas que me esperaban en mis aposentos, con sus collares y cinturones de castidad, enfundadas en trajes de cuero que despedían un aroma embriagador. La sola idea de besar sus cuerpos mientras las liberaba de sus ataduras casi me provocó una erección espontánea.

    Entre los papeles, encontré una carta de mi amiga, la Condesa, una mujer dominante con sirvientes dedicados a su servicio. Respondía a mi consulta sobre extender el contrato de sumisión con mi doncella de viaje, quien había rogado por continuar a mi lado. La Condesa incluía un documento legal, redactado por su esclavo experto en contratos. Mi doncella, adicta al cuero como yo, había aceptado acompañarme en este viaje a cambio de satisfacer mis gustos fetichistas. Le mostré la carta, y con alegría firmó el contrato, sellándolo con una gota de su sangre.

    Como símbolo de su sumisión, se colocó una capucha de cuero que dejaba al descubierto solo sus ojos y boca. Le ajusté un collar, también de cuero, aceptando su compromiso como mi vasalla y sirviente sexual por varios años más. A cambio, me comprometí a cuidar de su manutención y educación como cortesana.

    Mientras soñaba con un baño en mi tina al regresar al castillo, un acontecimiento inesperado alteró mis planes. La criatura oceánica reapareció, acompañada por una figura femenina de proporciones humanas, pero con rasgos acuáticos: branquias en el rostro, ojos grandes y curiosos, y un cuerpo curvilíneo enfundado en un traje lustroso hecho de algas marinas procesadas, similar al cuero pero con un brillo único. El titán, con su voz mental, me instó a aparearme con ella, asegurando que era compatible con los humanos. Aunque la idea me horrorizó al principio, la visión de su atuendo y la curiosidad por lo desconocido me hicieron reconsiderar.

    De pronto, un torbellino me arrastró al fondo del mar. Desperté en una ciudad submarina, iluminada por un resplandor verdoso. Estaba desnudo sobre una litera de un material extraño. La criatura femenina, ahora llamada Marina, entró en la habitación. Su nuevo atuendo era aún más fascinante: un traje brillante de un material gomoso que cubría cada centímetro de su cuerpo, con botas altas, guantes largos y una capucha que dejaba al descubierto solo su boca, ojos y branquias.

    Me ofreció un traje similar, diseñado para mí. Al ponérmelo, sentí cómo el material se fusionaba con mi piel, como una segunda dermis. La capucha, equipada con lentes y mangueras conectadas a una mochila respiratoria, completaba la experiencia. La sensación de estar completamente enfundado me excitó de inmediato.

    Marina, notando mi reacción, se acercó con una risa coqueta. Procedió a realizarme una felación, intensificada por la textura de nuestros trajes. Copulamos durante lo que parecieron días, sumidos en una rutina de placer y sueño, con nuestras necesidades atendidas por el traje. Un día, Marina se mostró distante y anunció que mi deber estaba cumplido. El torbellino me devolvió a la superficie, donde el titán me esperaba. Me informó que, si el vástago resultante era más humano, sería entregado a mi cuidado; de lo contrario, permanecería con su madre. Me obsequió el traje submarino para futuras visitas y se sumergió en el océano.

    Solo en la playa, respiré profundamente el aire marino. A lo lejos, vi acercarse a un grupo de caballeros con la bandera de mi rey. Me alegró saber que pronto informaría al monarca sobre la alianza forjada con las criaturas de las profundidades. Mientras tanto, mi mente ya estaba en el castillo, anticipando los placeres que me aguardaban con mis doncellas, envueltas en cuero y listas para complacerme.

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  • Mi novia y yo, una noche de perras (10)

    Mi novia y yo, una noche de perras (10)

    Los que han estado siguiendo mi historia, gracias, para los lectores nuevos, acá les cuento: soy una chica trans y esta parte de mi historia es durante los primeros meses de mi transición. En esas épocas tenía 21 años, medía 1.82 m y pesaba 72 kilos gracias a una dieta que me estaba matando y el ejercicio que hacía hasta morir, mi cabello ya caía debajo de mis hombros y tenía un culazo redondo y duro y unas piernas muy bien puestas.

    El verano ya había terminado y con ello, meses de descubrir mi lado femenino y tener las sesiones de sexo más increíbles. Vivía con mi novia de 2 años en su departamento y tenía un novio no oficial (Diego), que me había vuelto una golosa por la verga de un hombre. Pero llevaba las primeras 3 semanas de regreso a la universidad sin ver a mi macho, no me estaba arreglando como en el verano, no me podía vestir de mujer, aunque usaba mis tangas de mujercita debajo de la ropa, y en casa solo en calzones y tacos.

    Este semestre en la universidad estaba bastante fuerte y necesitaba darle mucho tiempo al estudio, pero la verdad es que me sentía deprimida e intolerable por no poder continuar con la vida que había llevado durante el verano.

    Ese viernes, mi novia llegó a casa temprano de trabajar, me encontró haciendo la tarea de la universidad, vestida con tacos, una minifalda y un top sin mangas, no tenía maquillaje. Se fue a la habitación y regresó en tanguita y brasier, ella era una chica bellísima, 1.70 m, cabello negro azabache y lacio hasta un poco antes de la cintura, unas tetas bellísimas 36 D y dueña de una coquetería y sensualidad inigualables. La verdad es que la miraba y me excité mucho, pero a la vez me daba envidia sus dotes de mujer natural. Preparó café y nos sentamos juntas a conversar, de todo un poco, y poco a poco Tania llevó la conversación a lo que ella quería:

    -te veo muy aburrida últimamente, ¿estás extrañando a Diego?

    -la verdad que sí, no te lo voy a negar

    -¿lo extrañas a él o hacer el amor con él?

    -las dos cosas, ¿qué me crees? Jajaja

    -a ver cuéntame, tengo curiosidad, ¿qué es lo que extrañas más, o qué te gusta más de tener sexo con él?

    -¡oye! No seas indiscreta, jajaja.

    Le di un puñete ligero en el hombro, mientras nos reíamos con complicidad

    -bueno, la verdad es que me encanta todo, pero… cuando estoy arrodillada, mirándolo mientras le chupo la verga… jaja, ay no puedo creer que te lo estoy contando

    -me tienes en suspenso, cuéntame Sandy

    -es doble la sensación, y la verdad es que es muy raro. Por un lado, lo miro y siento que tengo en mi control el placer que él está recibiendo, que lo tengo en mis redes, pero a la vez, me siento totalmente entregada y sumisa, o sea, en verdad estoy fuera de control y él es el que es dueño de mi en ese momento

    -wow, con mis amigas nunca lo hemos visto con tanta profundidad… ¿y por qué no formalizas con Diego?

    -pues porque tu y yo somos novios y en eso habíamos quedado

    -ay cariño, tú y yo ya nunca vamos a poder seguir siendo novios, a mí me hace falta un hombre de verdad, que me haga sentir mujer… tú eres un buen chico, me gustas mucho y te amo, no lo dudes, pero eres más una marica que un hombre. Pensé al principio que sería una faceta, algo pasajero, que experimentarías y te darías cuenta de que no era para ti, pero cada vez eres más mujer.

    Me quedé callada, quería llorar, quería gritar, estaba temblando por dentro

    -Sandy, no hay nada malo, tú eres la chica linda que has descubierto dentro de ti. Mira, vamos a bañarnos, nos ponemos lindas, insoportables y vamos a bailar, noche de chicas, ¿quién sabe?, puedo llamar a Jorge y quizás tenga un amigo para ti. Vamos Sandy, te plancho el cabello y me maquillas los ojos, así como haces los tuyos que pareces una gata.

    Entre sonrisa y queja acepté finalmente. Fuimos a la ducha, empezamos a jugar, nos besábamos y nos pasábamos el jabón la una a la otra

    -cariño, quiero que veas como me folla Jorge esta noche, ¿quieres?, uhmm, sé que lo quieres, ¿verdad perrita?

    Me decía eso mientras que me mordía los labios cuando me besaba, Tania tenía una manera especial de dominarme, yo le decía que sí, quería verla como Jorge metía su vergón en la concha de mi novia. Tania se arrodillo en la ducha y empezó a chuparme el paquete.

    -uhm, uhm, que rica verga tienes Jorge, quiero que la marica de mi novio vea cómo te la chupo, uhm, glup glup

    Se levantó y se dio vuelta, la agaché contra la tina y empecé a follarla, estábamos muy cachondos, como en nuestros mejores polvos, ella abrió la puerta de la ducha

    -así Jorge, ¡así! ¡así! ahgg, que rico me culeas. ¡Mira maricón!, mira en el espejo, aghh, mira como entra la polla de Jorge dentro de mí, ¡agh!

    Veía en el reflejo su culazo y como ese falo entraba y salía de su coño, traté de no mirarme, estaba muy enfocada en pensar que era Jorge culeando a mí novia, era mucho morbo. Empecé a besar su espalda húmeda y apretar sus tetas redondas mientras la follaba, su cabello chorreaba agua y cubría su rostro, cerré los ojos, recordaba la noche que Jorge la hizo suya delante de mí.

    Apreté su cintura y empecé a moverme rápido y fuerte, ella gemía y gritaba el nombre de su macho, ya aceptaba que ahora Jorge era el macho de mí novia y que me harían un maricón cornudo esta noche, me estaba volviendo loca. Apenas le empecé a llenar su coño de mi leche, Tania tuvo un orgasmo fuerte, el espejo ya estaba cubierto del vapor de la ducha y el eco de sus gritos comenzaron a desaparecer. Que buen polvo nos habíamos metido.

    -me encanta que seas tan puta, quisiera ser la mitad de mujer que eres tú. (Le dije al oído).

    Empezamos la noche de chicas, poniéndonos cremas y comparando nuestras pieles. Tania me secó el cabello y me lo planchó lindo, mientras que ella se dejó el suyo que seque natural con unos ruleros enormes para darle ondas. Inmediatamente empecé a maquillarnos a las dos, de verdad que había aprendido de Franchi muy bien, le puse los ojos de pantera que quería ella, éramos unos hembrones.

    Me puse un cachetero negro con control en la barriga, me levantaba las nalgas muy bien, debajo me puse una trucadora C para que se me vea más natural. Seleccione mi minifalda plisada y con pretina de 8 centímetros, de color gris verduzco, la cual me cubría apenas mi culito. Me pareció demasiado de perra para salir a bailar, pero Tania me convenció, decía que cuando de vueltas se me vería muy sexy, como bailarina de prostíbulo, jaja. De top me puse una blusa pegada al cuerpo, con cuello alto que me cubría la manzanita, no tenía mangas y los brazos se me veían increíbles, cero grasa y bien marcados.

    Me puse un brasier nuevo, negro con las siliconas por dentro, me daban un busto pequeño, pero atractivo. Tania me puso mis uñas postizas y las pintó del color de la faldita, los zapatos eran negros, tipo botines, de solo 4 cm ya que no quería verme demasiado más alta que Tania, alhajas, aretes, perfume y lista. Tania se puso una minifalda negra de cuero, de top tenía una blusa de cuero que hacía juego, sin mangas y que dejaba su espalda semi descubierta, y no, no llevaba brasier, sus tetas se veían apretaditas a su blusa y me moría de envidia. Terminó con sus accesorios y unos tacos abiertos con tiras de 10 cm, estábamos casi de la misma altura.

    Llegamos al local y de golpe sentía las miradas de todos, hombres y mujeres, parecíamos prostitutas profesionales, jajaja. Jorge se encontraba en una mesa esperándonos, y tenía un amigo con él, se me aceleró el corazón de los nervios. Jorge saludó a Tania con un beso en la boca y la abrazó de la cintura desde el comienzo como si fuera su novia. No me gustó eso, pero la verdad es que también me excitó mucho, sobre todo verlos besándose me ponía muy cachonda.

    Me presentó a su amigo, Enrique, de muy buena facha el chico, buen cuerpo, medía 1.88 m, cabello corto, ondeado y castaño claro, ojos marrones claros, de tez blanca y con una barbita de esas de 3 días que se le veía más hermoso aún, uhm, me encantó el chico.

    Nos emparejamos en la mesa y empezamos con los shots de tequila, uno tras otro.

    Tania y Jorge parecían la pareja del año, no se dejaban de besar, por momentos era muy obvio que los miraba, un par de veces me mordía los labios mientras los miraba entrelazar sus lenguas. Enrique se me pegó y cogía mi mano, dándome cumplidos de mis uñas, me hizo sonrojar sobre todo cuando se dio la libertad de poner su mano en mi muslo desnudo.

    Eran muy divertidos, nos hacían reír con sus bromas y anécdotas, por momentos Enrique me hablaba al oído por la bulla del local y eso me propinaba escalofríos en mi espalda. Las mujeres dicen que en unos minutos ellas ya saben si se van a entregar al hombre que las está cortejando, me reí yo sola pensando en ello, en cinco minutos ya había decidido que Enrique me iba a follar esta noche, lo quiera él o no.

    Estuvimos bailando más de una hora, Enrique me daba vueltas, me tocaba las piernas, la espalda, se aventuró a agarrarme por debajo de la cintura, y yo le reía, le coqueteaba, lo invitaba a que siguiera, que descubriera que tan lejos podía llegar. En eso estábamos bailando lento, bastante pegados, él me tenía apretada por la cintura y yo me derretía, mientras que mis brazos estaban entrelazados atrás de su cuello.

    E: De verdad estás bellísima Sandy, pero dime… bueno, me intriga…  ¿eres o no eres?

    -¿soy o no soy qué corazón?

    E: tú sabes… o sea, Jorge me mencionó, pero no estoy seguro si creerle o no

    -No sé qué te habrá mencionado Jorge cariño, pero no te preocupes, no te voy a raptar, jiji

    E: es que me pareces…

    No lo dejé terminar, ya estaba entrando en territorio desconocido para mí y no quería que siguiera, le puse el dedo en la boca para que se calle, me acerqué y le planté un beso el cual me correspondió. Estuvimos así un buen rato, él me apretaba la cintura y bajó una mano a mi colita, yo me pegué más a él, hasta que me separé, abandonando nuestros besos.

    -tontito, eres bello. Vamos a la mesa

    Nos sentamos con Tania y su nuevo macho, terminamos nuestros tragos y Jorge sugirió continuar en otro lado. Ese otro lado era un hotel elegante que estaba cerca. Aceptamos, pero antes fuimos al baño, nos secamos el sudor, perfumamos y yo me quité la trucita C, me acomodé mi paquetito lo mejor que pude hacia atrás y nos fuimos.

    Ya en la habitación los besos seguían, Tania estaba rompiéndose los labios con Jorge, y Enrique me tenía en las nubes con lo profundo de sus besos. Las dos nos separamos de los chicos y nos sentamos al borde de la cama y comenzamos a besarnos con mucha pasión, había una complicidad entre las dos y una excitación especial de estar ahí, hechas unas perras juntas, nos amábamos más en ese momento.

    Jorge y Enrique se desnudaron mientras gozaban de nuestro show lésbico, las dos nos arrodillamos en la cama poniéndonos en cuatro, cada una al borde opuesto y nuestros chicos estaban parados frente a nosotras al borde de la cama que era gigante. En esa posición cada una de las dos le empezamos a mamar la verga a nuestro macho de la noche, ummm, Enrique me sorprendió con una verga de 19 centímetros y un poco curva hacia arriba, olía delicioso y sabía riquísimo.

    Tania pronto se bajó de la cama, colocó una almohada en el piso y se arrodilló frente a Jorge para seguir mamándole su tranca. De vez en cuando volteaba para mirarla, ya se había quitado la minifalda y su blusa, y se la estaba tragando con gusto mientras acariciaba las piernas de su hombre. Mientras tanto, Enrique aprovechó para echarse en la cama, yo seguí en la misma posición solo que retrocedí un poco, me encontraba a 90 grados con su cuerpo y me agaché para seguir chupando ese falo rico. Enrique me levantó la faldita a la cintura para manosear mi cola con su mano izquierda y de paso descubrió la sorpresita que tenía entre las piernas, no se inmutó el chico. Desde atrás oí a Tania decirle a Jorge:

    T: que culazo tiene mi amiga, ¿verdad?

    J: así es, y claro que lo recuerdo muy bien

    Me sonrojé un poco, pero seguí dándole placer a la verga de Enrique, la estaba tragando por completo. Esta era una situación extraña, los chicos gozaban mientras Tania y yo éramos unas perras, hablando de lo rico que estábamos pasándola sin mirarnos a alta voz

    -uhmm, que vergota tan rica tiene tu amigo (le decía yo a Jorge)

    T: goza cariño, uhmm, se ve que lo estás haciendo muy bien perrita, que bien mamas verga Sandy

    Tania y Jorge subieron a la cama y nos re acomodamos, ahora nuestros hombres se echaron uno al costado del otro con sus cabezas a los pies de la cama. Me quité la faldita y la blusa, quedándome como Tania, en bragas y brasier, les abrimos las piernas y cada una se arrodilló entre las piernas de su macho y continuamos mamándoles sus falos ricos. Con una mano sujetaba la base de la tranca de Enrique y con la otra subía y bajaba, masturbándolo rico mientras succionaba su glande rosado, sus gemidos eran intoxicantes. Tania estaba tragándose toda la carne de Jorge en una garganta profunda que me dejó impresionada.

    -Wow Tania, que tragona que eres

    Le soplé un beso mientras ella seguía, me pareció ver unas lágrimas de placer y asfixia caer de sus ojos. Enrique tenía los ojos cerrados y gemía delicioso, me ponía más cachonda saber que estaba gozando de la mamada que le daba. Decidí meterme su escroto en la boca y succionar sus huevos, uhmm, que rico sentía mi boca llena con la hombría de un macho.

    Por momentos veía a Tania que le mamaba a Jorge de chupetones rápidos y cortitos, yo aprovechaba por segundos darle descanso a mi boquita golosa y seguía masturbando a Enrique, de ahí bajaba y le chupaba los huevos nuevamente sin dejar de darle una corrida a su paquete, lo tenía en la gloria y me sentía muy mujer por darle ese placer.

    Tania se paró en la cama y le seguí yo, ella se desnudó por completo y empecé a hacer lo mismo, cuando Enrique tuvo una idea.

    E: Jorge, quiero probar a esa perra (por Tania), me has hablado muy bien de ese coño.

    Sin que Jorge contestara, los chicos se movieron e intercambiaron posiciones, esta vez seguían echados como antes, pero a lo ancho de la cama, uno con la cabeza a la izquierda y el otro a la derecha de la cama, pero Enrique la agarró a Tania y la puso encima de él. La perra de mi novia no perdió el tiempo, y con esa concha mojadísima se sentó sobre la tranca de Enrique, mientras tanto, empecé a chuparle la verga a Jorge, mojándola y lubricándola.

    Tania ya tenía toda la verga de Enrique dentro de su coño, gemía como la puta que es y tenían movimientos suaves, yo no me quedé atrás y lubricando con saliva mi ano, me senté sobre Jorge, su verga me atravesó y se deslizaba con aspereza en mi maricoñito, uhhmmm, me hizo ver estrellas, que placer. Tanto Tania como yo estábamos a la misma altura, sentadas sobre esas vergas, pero mirando en dirección contraria, poco a poco nos agachamos para descansar nuestros pechos en los cuerpos de estos dos hombres y dejar que nos follen al ritmo de ellos, que fue rápido y fuerte, gritábamos las dos al unísono.

    Tania se incorporó y puso sus manos sobre el pecho de Enrique, sus gritos ya se podían oír a kilómetros, eso me puso súper cachonda y comencé a dar brincos violentos encima de Jorge, me estaba clavando ese mástil con mucha fuerza.

    Paré un poco mi ritmo y volteé a ver a mi novia, ahora tenía las manos sobre la cama y Enrique la estaba empalando con movimientos de pelvis muy duros. Extendí mi mano derecha y le acaricié las nalgas, se me escapaba una sonrisa de complicidad. Jorge me levantó y me di vuelta de inmediato, ahora tanto Tania como yo estábamos montadas sobre nuestros machos con nuestros cuerpos de lado a lado, nuestras rodillas se rozaban. Yo estaba en cuclillas recibiendo una follada increíble del “nuevo novio” de mí novia.

    T: ¡aahh! ¡aahh! ¡aahh! ¡aahh! ¡así! ¡aahh! ¡aahh! ¡aahh! ¡Que rico! ¡Jorge!… que rico culea tu amigo… ¡aahh! ¡aahh! ¡aahh!

    Tania tenía los ojos cerrados, la boca abierta y sus últimos gemidos la paralizaron, estaba quieta, aferrada a la cama con las manos y explotó en un orgasmo poderoso que lo llevó a Enrique al borde y se corrió dentro de ella. Después de 30 segundos, Tania colapsó y se echó al costado del cuerpo de Enrique, exhausta, sudada y llena de semen. Al ver esto me levanté y me puse entre sus piernas, con las manos acariciaba sus senos redondos y jugosos, y con la boca empecé a limpiar su coño. Me tragué todo el semen de Enrique, y le chupaba la concha mientras sentía como Jorge me penetraba de nuevo por atrás.

    Después de dejarla limpia, incliné mi cuerpo para limpiar la verga de Enrique, aún seguía un poco dura y en mi boca, sentí como volvía a crecer. Mi mamada lo puso a punto otra vez al que debería de ser mi macho esta noche.

    E: Jorge, quiero culearme a esta marica, tenías razón, es un maricón con falda, le hace falta que lo reviente

    Jorge no dudó en salirse de mi y me senté encima de Enrique, estaba de cuclillas yo con mis manos debajo de sus pectorales. Jorge se echó encima de “su novia” y se empezaron a romper las bocas a besos. Acomodé mis rodillas a cada lado de mi macho, dejé mi mano izquierda sobre su pecho, casi hundiendo mis uñas en su piel, y la otra recostada sobre la cama al costado de su cabeza. Me tiré para adelante, poniendo mi cara a escasos centímetros de la de él, estaba fascinada con esa posición, sentía el placer que me daba este hombre y lo veía fijamente a los ojos mientras gemía de placer en su cara.

    -¡aahh! ¡aahh! Oohh, que rica verga tienes papacito, uhmm, ¡aahh! ¡aahh! ¡así! ¡dame duro! ¡aahh! ¡aahh! ¡dame duro! ¡feminízame!… ¡aahh! ¡feminízame! ¡hazme mujer papi!

    Mi paquetito estaba durísimo, sin dirección, sentí la mano de Tania cogerme, me empezó a masturbar. Jorge ya la estaba follando en misionero, mientras me daba una buena paja, ella tenía las piernas hacia arriba con los pies cruzados, apretando así la tranca de Jorge en su vulva, su vagina daba ruidos de humedad con cada clavada.

    T: ¡aahh! ¡aahh!… mira Jorge, mira al maricón de mi novio siendo clavada… por el pene de tu amigo, ¡aahh! ¡aahh!

    Enrique me estaba destrozando por dentro con una follada feroz, apretándome de la cintura, atrapándome en su cuerpo

    -¡aahh! ¡aahh! Que rico papito, ¡aahh! ¡aahh!

    Enrique me apretó más aún y nos empezamos a besar, mordía sus labios como una posesa y llegué a un orgasmo tremendo, mientras que sentía como él me estaba llenando el culo con su semen, se había corrido junto a mí. Mi cuerpo cayó sobre él, y nos quedamos besando mientras dejábamos que nuestros orgasmos se disipen lentamente.

    A mi costado la oía a mi novia gritar de placer otra vez, ahora follada a fondo por Jorge, de verdad que estos chicos eran deliciosos y sabían muy bien tratar a una mujer en la cama. Desde mi posición estiré mi mano derecha y empecé a masajear la teta de Tania, apretando su pezón, se le escapó un gemido de dolor rico. Bajé y comencé a jugar con su clítoris, esto la trajo a un nuevo orgasmo, Jorge bajó el ritmo y siguió follándola suavemente mientras se besaban. Enrique era un tremendo semental y en 5 minutos estaba listo para seguir con la faena, me puso en cuatro y me penetró si problemas, mi agujerito estaba totalmente dilatado y lubricado con su leche de macho.

    Me cogió las manos y puso mis brazos hacia atrás, aprisionándome, con su mano tenía él el control de mi cuerpo, tirándome hacia arriba para que me de vuelta y me besara, y de golpe me tiraba hacia abajo, golpeando mi rostro contra la cama. Era una muñeca de trapo y ese abuso de fuerza me estaba excitando muchísimo.

    Tania se estaba recuperando de su corrida y Jorge se salió de ella y la movió, ahora las dos estábamos en cuatro, frente a frente, folladas y besándonos. Que morbo tan increíble, ahí estaba echa toda una mujercita, follada por un semental, en cuatro, mientras que me novia estaba igual que yo, frente a mí, culeada por otro hombre. Si pueden tener eso con sus parejas, ¡háganlo!, entrelazamos nuestras manos y nos besamos con pasión, nos repetimos la una a la otra lo mucha que nos amábamos, era increíble compartir ese momento de sexo animal con nuestro amor, éramos unas lesbianas demasiado perras.

    Enrique sacó su verga hermosa de mi coñito y se vino encima de mi culo y mi espalda. Agaché mi cabeza contra la cama, exhausta, y me eché boca arriba debajo de la cabeza de Tania. Enrique se fue al baño, yo estaba demasiado cachonda, me empecé a masturbar. Tania estaba agachada sobre mi rostro y nos besamos, gemidos salían de su boca y entraban en la mía, sentía como la follaban por atrás… me corrí, me corrí muy fuerte. Jorge salió de Tania y la llevó a arrodillarse frente a su verga, yo me incorporé rápido y puse mi rostro al costado del de ella y Jorge se corrió en nuestros rostros, chorros tras chorros de leche, cayendo sobre nuestros rostros, bocas y cabellos.

    Jorge fue al baño donde Enrique se estaba duchando, Tania y yo nos quedamos juntas, nos abrazamos y nos besamos mucho, compartiendo el semen de “su novio”.

    T: te amo Sandy, amo poder tener esto contigo

    -te amo mi vida, gracias por haberme ayudado a ser mujer

    Después de bañarse, los chicos se despidieron sin más y nos dejaron en la habitación.

    T: nos han dejado como a unas perras

    -nos han intercambiado como unas putas baratas Tania

    T: ¿cómo te sientes? ¿qué mierda con ellos?

    -¿cómo me siento?… pues muy satisfecha, feliz Tania, ¡feliz! Te amo y amo que podamos ser lesbianas y perras juntas.

    Nos quedamos en el hotel un par de horas más, hablando cosas de chicas, besándonos y gozando de nuestro amor lésbico.

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  • El calor de la cuñada vulgar y sucia

    El calor de la cuñada vulgar y sucia

    El calor esa tarde era brutal. El ventilador del techo apenas movía el aire en la sala, y el bochorno parecía pegárseme a la piel como si me envolviera en sudor. Estaba de visita en casa de mi cuñada. Mi novia se había ido unos días con su madre, y yo me había quedado cuidando unas cosas en la casa de su hermana. Lo que no esperaba… era quedarme solo con ella.

    Marcela.

    Treinta y tantos. Morena, piel bronceada y húmeda por el sudor, con una actitud entre despreocupada y provocadora. Siempre había algo en ella que me inquietaba. Su forma de mirarme, de inclinarse cuando hablaba, o de caminar por la casa sin pudor, como si supiera exactamente el efecto que causaba.

    Aquella tarde salió del cuarto en un top gris ajustado y un short pequeño de mezclilla, pegado, desgastado… y sin sostén. Se notaba. Todo se notaba. El calor parecía afectarla tanto como a mí, y su piel brillaba por el sudor, sobre todo en su cuello, sus clavículas… y debajo de los brazos, donde no había rastro de rastrillos ni depilación.

    —¿Así que tú también estás derretido? —dijo, sonriendo, mientras se abanicaba con una carpeta vieja—. Yo ya me rendí.

    Se estiró frente a mí, levantando los brazos para recogerse el cabello húmedo. No pude evitarlo. Mi mirada bajó, como guiada por una fuerza más fuerte que la vergüenza:

    Sus axilas expuestas, oscuras, sudadas… y con vello natural, espeso, limpio, pero salvaje.

    Me descubrió viéndola. No dijo nada. Sonrió apenas, como si lo supiera desde el principio.

    —¿Te incomoda? —me dijo, bajando los brazos, aun sosteniéndome la mirada—. No me depilo desde hace meses. Me gusta sentirme libre.

    Me encogí de hombros, intentando disimular lo que me pasaba por dentro. Pero ella se acercó más. Lenta. Y se sentó en el mismo sofá que yo, a centímetros. Su sudor olía a cuerpo, a deseo crudo, a algo primitivo.

    —¿Sabes qué me dijeron una vez? Que a algunos hombres les excita esto —levantó el brazo con toda la naturalidad del mundo y lo estiró hacia atrás, como si se estuviera acomodando—. Que lo encuentran… provocativo.

    La vista desde ahí era brutal. Su axila abierta, húmeda, con el vello brillando con gotas de sudor. Me mordí la lengua.

    —¿Tú qué piensas? —preguntó bajito, girando la cabeza, el rostro cerca del mío—. ¿Te incomoda… o te gusta?

    No pude contestar. Algo en mí explotó. Me incliné, llevado por un impulso que no había sentido antes… y le besé el cuello, luego su hombro, y luego más cerca… más abajo… hasta que mi lengua tocó el borde de su axila. Su respiración se agitó.

    —Así que era eso… —susurró, llevándome la cabeza con una mano, como si ya lo supiera—. Te gustan… ¿las mujeres salvajes?

    Su olor me llenaba. El sabor del sudor mezclado con el calor del momento, su risa nerviosa, su respiración rápida. Yo no pensaba. Solo actuaba.

    —No le diremos nada a tu novia… si tú no quieres —dijo mientras me empujaba suavemente hacia atrás y se sentaba a horcajadas sobre mí, dejando que su top mojado por el sudor se pegara a mi pecho—. Pero vas a hacerme algo… que no me han hecho en años.

    Marcela se movió sobre mí con un ritmo lento, como si conociera cada punto débil de un hombre sin necesidad de preguntar. Sus caderas pesaban un poco, en el mejor sentido. Era una mujer con cuerpo real, piernas fuertes, caderas anchas, vientre suave y cálido, envuelta en ese olor suyo tan particular, mezcla de sudor, tela usada y un perfume barato que apenas resistía.

    Su piel, apiñonada, brillaba en las zonas donde el sudor había corrido libre. Bajo sus axilas, las gotas se acumulaban, y el vello espeso, húmedo y oscuro creaba una visión que no me había atrevido a imaginar hasta entonces… y que ahora no podía dejar de mirar.

    —No me baño diario —dijo de pronto, sin miedo, como si leyera mis pensamientos—. Me gusta oler a mí. A cuerpo de mujer. A ganas.

    Se inclinó sobre mí, el pecho rozándome, su boca junto a mi oído.

    —Y tú también lo estás disfrutando.

    Sí. Lo estaba. La atracción era brutal, visceral. No había nada limpio, ni correcto, ni romántico en lo que sentía. Era puro deseo primitivo, como si su aroma, su piel, su sudor, me hablaran más fuerte que cualquier palabra.

    Me aferré a sus caderas mientras ella se balanceaba, lenta, rítmica, rozando, provocando… hasta que se levantó de pronto, me tomó de la mano y me arrastró al cuarto. Su cuarto.

    Ahí, el aire era aún más denso. Ropa colgada en una silla, un ventilador empolvado girando con flojera. El olor era suyo. No de desodorante. No de jabón. Suyo. De una mujer que no se esconde, que suda, que gime, que deja rastro.

    Se quitó el short de golpe, con la ropa interior adherida por la humedad del calor. Su entrepierna también tenía vello, espeso como el de sus axilas, perfectamente natural, perfectamente real.

    —¿Nunca has estado con una mujer así? —preguntó mientras se recostaba, abriendo las piernas lentamente—. Que no se afeita, que no se perfuma para ti, que no se baña diario…

    Se acarició el cuello, bajando la mano por su pecho sudado.

    —Pero que te hace querer quedarte dentro de ella por horas.

    Me arrodillé al pie de la cama. Todo en ella me hablaba: su olor, sus curvas, su sudor. Era una diosa salvaje, una fantasía real. Me incliné hacia su axila abierta, húmeda, oscura… y la besé otra vez, con más deseo. Marcela gemía suave, como una melodía sucia y dulce.

    —Ahí… sí… huele… ¿a mí, verdad?

    —Sí… —le susurré, entre jadeos—. Hueles a ti… y me vuelves loco.

    Marcela estaba abierta como un secreto sucio que yo no sabía que quería descubrir. Su cuerpo, sudado y vivo, parecía invitarme a perderme en él sin control. Sus piernas peludas rozaban mi espalda mientras yo me deslizaba entre ellas, y su mirada era fuego puro. No había vergüenza. No había máscaras.

    Sus pezones, grandes, con aureolas oscuras, se endurecían con el aire apenas movido por el ventilador viejo. Su vello púbico se mezclaba con el sudor, formando una imagen tan poderosa que parecía arrancada de una fantasía prohibida.

    Me incliné. Olía a ella. No a perfume. A cuerpo. A deseo. A sudor atrapado en su piel apiñonada y suave. Separé sus labios con la lengua, y su sabor me golpeó: fuerte, salado, húmedo, como si su cuerpo me hablara con cada gota.

    Ella gimió ronco, profundo, con un movimiento de cadera que me sujetó ahí abajo como si me reclamara.

    —Chúpame así… con hambre… —jadeó—. Quiero que me tragues como si llevaras días sin probarme.

    Y eso hice. La lengua iba profunda, lenta al principio y luego con más hambre, mientras mis manos subían por su cuerpo. Llegaron a sus axilas, abiertas, brillantes de sudor, y me perdí de nuevo en ese lugar donde su olor era más fuerte. Lamiendo, oliendo, besando, como si fuera un manjar.

    Ella se reía entre jadeos.

    —Sabes lo que te gusta… eres un enfermo delicioso.

    Se giró de pronto, poniéndose en cuatro. Su trasero redondo y firme, cubierto por vello suave en la parte baja de la espalda y los muslos, me provocaba como nada antes. Lo abrí suavemente, explorando con mi lengua hasta que ella tembló.

    —¿Quieres más, verdad? —dijo con voz baja—. Métete donde nadie más ha tenido el valor. Quiero que me adores completa.

    Y así lo hice. Mis labios, mi lengua, mi cara entera entre su sudor, su piel, su aroma.

    Ella temblaba, decía mi nombre, se aferraba a las sábanas con los pies sucios apoyados al borde de la cama.

    La amaba en ese momento. No por amor romántico. Amaba su exceso, su libertad, su olor a verdad, su risa sucia, sus axilas sin desodorante como declaración de guerra contra lo correcto.

    La recorrí entera. De pies a cuello.

    Y su cuerpo me respondió como si me conociera desde antes.

    Marcela se giró lentamente, sudando, sonriendo, poderosa. Me miró desde la cama como si supiera que ya no era el mismo. Que algo de mí se había quedado atrapado en el vello de su axila, en el sabor entre sus muslos, en el calor de sus piernas gruesas y abiertas.

    Se arrastró hacia mí sobre las sábanas húmedas y me montó de golpe, sin pedir permiso. Su cuerpo robusto, su vientre temblando por la respiración agitada, sus pechos colgando y balanceándose, con esos pezones grandes, oscuros, duros, marcaban su dominio.

    Se me acomodó encima como si ya le perteneciera. Su humedad era brutal.

    Su interior me tragó lento, fuerte, como si supiera que ese momento no iba a repetirse.

    —Ahora cállate y gózame —me dijo en un tono ronco, rozando mi boca con la suya—. Gózame como soy. Así. Sudada, sin depilar, sin filtros. Toda tuya. Toda real.

    Sus caderas comenzaron a moverse. Cada vaivén me arrancaba el alma. El sonido de la piel mojada chocando era un ritmo salvaje, sus axilas abiertas sobre mi cara, su vello brillando, su sudor cayendo en mi pecho.

    Bajó su brazo, me rodeó con él, y me presionó contra su piel. Mi boca quedó atrapada en su axila. Sudada. Peluda. Caliente.

    Y no me alejé.

    La lamí como si fuera su cuello. Como si fuera su sexo. Como si el mundo estuviera ahí.

    —Así… así… lame como un buen enfermito mío… —susurraba entre gemidos.

    La tensión se acumulaba en su vientre. Temblaba.

    Me cabalgaba con fuerza, sin pausas, sin frenos.

    Mis manos recorrían sus muslos, su espalda húmeda, sus piernas sin afeitar, tan reales, tan suyas.

    Estaba dentro de un cuerpo que no escondía nada.

    Y cuando llegó el momento, se apretó contra mí, apretando todo su cuerpo, gritando mi nombre en el cuello, mientras su orgasmo la sacudía como una tormenta.

    Yo estallé segundos después, dentro de ella, atrapado, fundido en esa carne viva, sudada, cálida, intensa.

    Nos quedamos ahí. Sin moverse. Sudados. Pegajosos. Felices.

    Marcela sonrió, con los ojos cerrados.

    —Y mañana… tampoco me voy a bañar.

    La mañana siguiente, el calor no había bajado, pero yo ya no era el mismo. Mi cuerpo todavía sentía las marcas de Marcela: sus gemidos, su sabor, sus axilas húmedas en mi boca. Dormía desnuda al otro lado de la cama, con el cuerpo abierto, sucio de placer, y con ese olor brutal que aún me tenía atontado.

    Salí del cuarto sin hacer ruido. Quería un vaso de agua. O tal vez… solo necesitaba respirar.

    Y ahí estaba ella. Doña Gloria. La suegra.

    Sentada en la cocina, tomando café en una taza vieja. Vestido largo, sin mangas, pegado al cuerpo por el sudor. Sus brazos descubiertos mostraban vello oscuro, y su piel morena, curtida por el sol y los años, relucía como aceite bajo la luz tenue de la mañana. Tenía los pies descalzos, sucios de piso, y el cabello atado sin esfuerzo, con algunos mechones pegados al cuello.

    Levantó la mirada y me sonrió.

    —¿Dormiste bien, muchacho?

    No supe qué responder. Me sentí desnudo aunque llevaba ropa. Su mirada me atravesaba. No era ingenua. Sabía algo.

    Y entonces lo dijo:

    —No soy tonta, ¿eh? Conozco a mi hija… y sé cuándo se queda con la casa oliendo a… hombre.

    Se llevó la taza a la boca. Dio un trago. Y agregó, más bajo:

    —Y tú… todavía traes su olor en el cuello.

    Quise decir algo, pero no me salía nada. Ella se estiró, y lo que vi me dejó seco:

    Levantó ambos brazos con pereza, dejando sus axilas completamente al descubierto. Peludas. Oscuras. Sudadas.

    —Te vi desde anoche —dijo con calma—. Te vi cuando la seguiste al cuarto. Y escuché todo.

    Se levantó de la silla. Su cuerpo era más grande que el de su hija, caderas pesadas, senos grandes sin sostén, pezones marcados en la tela húmeda, y ese olor…

    Era distinto. Más fuerte. Más profundo. Más real.

    A mujer que no se ha tocado en años. A piel que no se ha bañado en días, pero que no huele mal… huele a deseo acumulado.

    —¿Nunca te ha dado curiosidad una mujer como yo? —me preguntó, parada frente a mí—. Sin afeitar. Sin perfume.

    Se acercó aún más, su aliento rozándome.

    —Con la piel marcada por los años… pero con las ganas intactas.

    Bajó la voz:

    —Siete años sin que alguien me abra las piernas. Y hoy amanecí… con hambre.

    Y entonces, sin esperar respuesta, levantó el brazo izquierdo y acercó su axila a mi cara.

    Peluda, mojada, tibia. Viva.

    —¿Te atreves… o te da miedo?

    Me quedé quieto. Ni siquiera respiraba bien. Doña Gloria me miraba con una mezcla de hambre y poder, como si ya supiera que yo no iba a decir que no. Su cuerpo enorme, envuelto en ese vestido sudado, hablaba por ella: senos pesados, caderas anchas, pies descalzos con las plantas negras del piso, piernas peludas marcadas por el calor del día y los años.

    —No digas nada —ordenó, con un tono más bajo—. Solo respira.

    Se acercó aún más. Su pecho rozó el mío. Olía a noche encerrada, a cuerpo sin filtrar, a mujer viva que no se esconde.

    Me tomó del rostro con una sola mano. Sus dedos eran fuertes, firmes, con las uñas cortas y la piel áspera del trabajo.

    Y entonces, sin preguntar más, rozó mi nariz con su axila.

    Abierta. Peluda. Mojada.

    La presión era lenta, cargada de intención.

    —Huele… ¿no sientes lo que soy? —susurró con una voz que ya no era de madre, sino de diosa salvaje.

    Cerré los ojos. Su aroma me golpeó como una ola tibia: no era solo sudor. Era deseo añejado, cuerpo guardado, piel que no había sido tocada en años.

    Y sí… lo sentía. Lo deseaba.

    Me arrodillé. No por decisión. Por instinto. Su cuerpo me llamó.

    Subí su vestido lentamente. Y lo que vi me marcó.

    Una entrepierna oscura, cubierta de vello espeso, húmedo de calor, hinchado por el deseo.

    Su piel tenía marcas del tiempo, cicatrices, estrías… y eso la hacía más perfecta.

    Una mujer de verdad. Cruda. Fuerte. Abierta.

    La lengua salió sin que yo lo pensara. Le lamí el muslo, luego más arriba.

    Estaba arrodillado frente a doña Gloria, y ella era un universo.

    Su cuerpo grande y tibio me envolvía con ese calor que no sale en fotos: mujer real, mujer con historia, mujer con olor.

    El vestido levantado, la respiración agitada, el vello natural y oscuro cubriendo zonas donde la mayoría se esconde… y el aroma que salía de ahí no pedía permiso. Era un llamado.

    Me perdía en su piel.

    Sus dedos me sujetaban con firmeza, su pecho subía y bajaba, y el aire denso de la cocina era más íntimo que cualquier cuarto.

    Hasta que escuchamos la puerta abrirse de golpe.

    —¡Mamá! ¡Ya llegamos!

    El tiempo se detuvo.

    Me separé de ella de inmediato. Ella bajó el vestido de un tirón. Sus mejillas rojas. Su pelo pegado al cuello. Y yo, con la cara aún marcada por lo que había pasado.

    Era mi novia. Su hija.

    Los pasos venían desde la entrada. Marcela salió del cuarto, aún envuelta en una sábana. Nos miró. A los dos.

    Yo estaba helado. Doña Gloria, en cambio, seguía tranquila, como si ya hubiera vivido demasiadas tormentas para temer una más.

    —¿Qué hacen ustedes dos así… tan temprano? —preguntó Marcela, con tono seco.

    Gloria fue directa.

    —Tu novio me estaba ayudando con unos estiramientos para la espalda.

    Marcela frunció el ceño. Sus ojos pasaron de mí a su madre. Luego bajaron a mi camisa empapada, al vapor invisible que aún flotaba en el ambiente.

    Y entonces se rio. Una risa corta, tensa, casi divertida.

    —¿En serio, mamá? ¿Tú también?

    Gloria ni se inmutó. Solo levantó una ceja.

    —¿Qué te puedo decir? Soy mujer antes que madre.

    Marcela me miró de nuevo. No con celos. Con algo peor: deseo disfrazado de enojo.

    —¿Te gustan así, eh? Con años de ganas guardadas, con el cuerpo al natural, con historia en cada pliegue…

    Se acercó a mí, más seria.

    —¿Y si te dijera… que no me molesta?

    Puso una mano en mi pecho.

    —¿Y si te dijera que quiero que sigas… pero que no lo hagas solo?

    Me tembló todo.

    Marcela se volvió hacia su madre.

    —¿Y tú, qué dices?

    Gloria la miró de reojo, con esa media sonrisa que solo tienen las mujeres que ya no piden permiso para nada.

    —Pues si ya compartimos sangre… ¿por qué no compartir placer?

    Marcela soltó la sábana y la dejó caer. Estaba sudada, segura, encendida.

    —Entonces no te vayas.

    —Hoy, el calor… lo sudamos los tres.

    Dos cuerpos, un mismo deseo

    La casa estaba en silencio, pero el aire seguía espeso. Olía a café, a piel húmeda, a deseo.

    Lina, joven, con la piel brillante por el sudor, caminó hacia mí sin prisa.

    Desnuda. Firme. Ardiente.

    —¿Te vas a echar para atrás ahora? —susurró.

    Detrás de ella estaba Eva, la mujer mayor.

    Voluminosa. De curvas reales. Con un vestido largo que aún chorreaba sudor por las caderas.

    El vello oscuro de sus axilas estaba visible, brillante, y su mirada… tranquila. Poderosa.

    —Ya respiraste nuestro olor —dijo Eva, acercándose—. Ya sabes a qué saben nuestros cuerpos.

    —Ahora no vas a escapar.

    Lina me besó primero. Su boca era dulce y salada. Me lamía el cuello como si me quisiera marcar.

    Eva se acercó por la espalda, su pecho grande apretándose contra mí, su aliento caliente en mi oído.

    —Nos gustas… tal como eres.

    —Pero hoy… tú eres nuestro.

    Caímos a la cama. Las dos encima de mí.

    Piel mojada. Axilas abiertas. Pezones grandes y oscuros. Vello entre sus piernas. Pies descalzos marcados por el piso caliente.

    Yo era una presa sin fuerza.

    Eva me sujetó la cara con una mano firme. Me la llevó hacia su pecho sudado.

    —Lame. No preguntes.

    Y lo hice.

    Lina se sentó sobre mis piernas, su aroma subía con el vapor del calor. Me besaba el pecho, el estómago.

    Sus muslos, suaves y peludos, me atrapaban.

    Me cubrieron. Me cerraron entre sus cuerpos, sus olores, sus gemidos bajos y sus miradas llenas de fuego.

    Y en ese momento entendí:

    No hay nada más erótico que dos mujeres sin miedo… sudadas, naturales, y completamente decididas.

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  • Quiero terminar lo que empezamos

    Quiero terminar lo que empezamos

    Le tengo al lado y le miro, al tenerle cerca algo se mueve dentro de mí, mi corazón late deprisa, las tetas se me hinchan, aumenta mi respiración y mi coño empieza a mojarse. Me entran unas ganas repentinas de tocarme. Esas ganas cada vez aumentan más y más y noto mi humedad en los pantalones. Le miro de reojo, sus manos, esas manos que me vuelven loca, puede que sean unas manos comunes y corrientes para la humanidad, pero a mí me parecen lo más maravilloso del universo, simplemente me encantan y las querría para mí, para poder admirarlas toda la vida.

    Le imagino acariciándome el cuerpo, sé que solo con rozarme mi cuerpo empieza a temblar. Ansío poder darle un beso, lamerle el cuello, su lóbulo de la oreja, hundir mi lengua en su boca, sé que no puedo pero es lo único que verdaderamente quiero en la vida, poder ser feliz dándole todo, todo mi amor, todo mi sexo, todo. Es lo que siento en lo más profundo de mi corazón.

    Se acerca a ayudarme con algo del trabajo, sus brazos rozan mis tetas cuando va a agarrar el ratón del ordenador. Mis pezones duros durísimos con el roce de su brazo. Me pide en silencio que me quite el sujetador en el baño y que vuelva, al principio ando un poco reticente, se me han puesto los pezones erectos, la gente se puede dar cuenta, además las tetas me bailan por debajo del jersey, pero solo pensar en que dentro de un rato mis tetas pueden abarcar sus manos hace que cualquier otra cosa pase a un segundo plano.

    Ya en el baño, mientras me quito el sujetador pongo mis manos en mi coño y empiezo a hundir mis dedos en él, como desearía que mis dedos fueran los suyos o que fueran su polla. Tengo unas ganas inmensas de correrme, no puedo hacerlo, me llevaría un rato que no tengo. Tengo que volver a mi sitio en la oficina.

    Vuelvo a sentarme con mis brazos cruzados mientras llego a mi mesa para sujetarme los pechos, no quiero que nadie me note los pezones, solo pienso en que me los chupe esa persona que tengo al lado, tan cerca, pero a la vez tan lejos. Me mira de arriba abajo, él no se da cuenta de cómo me mira, pero yo sí, sé que me desea tanto como yo a él. Solo tengo ganas de que me invite a un café para poder escondernos de todos y pegarnos el uno al otro, es una sensación inexplicable las ganas que tengo de fundirme con él de cualquier manera, solo le quiero tener pegado a mí, olerle, como me gusta olerle y pegarme a él lo máximo posible, abrazarle, acariciarle hasta no poder más.

    Y por fin me invita al café, ya escondidos, me agarra por detrás y me sube el jersey para tocarme las tetas. ¡Como me he mojado cuando he notado el calor de sus manos en mis pechos! Me hubiese desnudado ahí mismo para que hiciera de mi lo que quisiera, tengo que controlar mis ganas, pero es tan difícil, se lo hubiese dado todo en ese instante.

    Y cuando se ha agachado a chuparme los pezones ha sido un momento incluso de desesperación para mí, de no poder dejarse llevar por uno de los más increíbles placeres de la vida, sentir a la persona que quieres contigo de esa manera. Su lengua me encanta, y su boca, cuando me chupa los pezones, cuando me besa, cuando me agarra la cara con sus manos, me lo comería en todos los sentidos de la palabra. Ya de vuelta a mi sitio, no he podido trabajar. No me ha importado nada. Ahora estoy en casa, voy a terminar lo que he empezado esta tarde en el baño de la oficina…

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  • Cambio justo

    Cambio justo

    La fiesta de los López terminó antes de lo que creíamos y aquel sábado pasaría desapercibido de no ser por Alicia la mujer de Mario, que con algunos Martini encima admitió sin tapujos qué habían interactuado sexualmente con otras parejas, hacía algunos años atrás ante la desesperada e inútil reacción de Mario por callarla.

    Emilia y yo teníamos poco más de cuarenta, dos hijos adolescentes, una vida tranquila y una fantasía que pocas veces confesábamos. Hacer un swinger. Era algo que nos elevaba y por alguna razón, más que nada ética no lo habíamos hecho. Eran como las once de la noche, las pocas personas que concurrieron se habían marchado y nosotros vivíamos a dos casas. Mi mujer reveló que alguna vez estuvimos al borde de lograrlo y finalmente echamos para atrás y Mario se sorprendió, ante el inesperado desvelamiento.

    –A, última hora abortamos la idea. –Dijo Emilia, mirando a Mario y agregó– A veces me pregunto ¿cómo hubiera sido?…

    Alicia bajó sutilmente la luz del living, y Mario me miró sentado en el extremo del sofá qué compartíamos y arqueando una ceja aconsejó –Y es algo verdaderamente excitante, hay que tener las cosas claras y abrirse a algo nuevo.

    El silencio se hizo hondo, las miradas se cruzaron, podíamos habernos ido pero no lo hicimos, eso no era lo peor, lo peor era que no queríamos hacerlo.

    Ellos eran más grandes pasaban los cincuenta, Mario era canoso y estaba algo sobre pasado de peso, poseía una barba cuidada y era oficial de policía, Alicia era flaca, de grandes ojos miel escudados en gafas estrafalarias, cabello enrulado y teñido en varios tonos de amarillo. Vestía un corto vestido añil, ceñido a su figura frágil, compacta, pechos pequeños, piernas finas y un culito acorde a su figura. No era modelo ni mucho menos, era vendedora de electrodomésticos.

    Una nube de morbo invisible flotaba en el ambiente, una música acústica lenta empezó a sonar con delicadeza y los López comenzaron a bailar abrazados a tres metros de nosotros. Mi esposa se acercó y los imitamos lentamente, en cada giro los miré y ellos también, pensábamos lo mismo estoy seguro Alicia y yo, y mi esposa con el policía. –Somos vecinos. Le susurre a Emilia.

    –¿Y?… Mejor, los conocemos hace más de diez años. Argumentó. La empleada estatal, morocha de ojos negros y grandes tetas qué tenía pegadas a mí.

    –¿Estas segura? Pregunte en medio de la improvisada pista.

    Emilia no contesto y segundos después se despegó para invitar a Mario a bailar, él por supuesto que aceptó y Alicia se me aproximó, como si fuera un contrato silencioso. El perfume diferente me excitó, pero no más que la vista de las siluetas de mi mujer y el barbado, que mecían sus cuerpos al compás lento de las melodías.

    Mi pene estaba agujereando mis pantalones y Alicia lo sintió.

    –Santo cielo, Lucas. Dijo con malicia rozándome más.

    Bajó una de mis manos qué posaban su cintura hasta sus nalgas y Mario hizo lo mismo. Ambos sobábamos el culo de la mujer del otro, en la penumbra artificial del living. Comenzamos a besarnos con la vecina y supongo que ellos también y digo supongo porque no lo recuerdo. Lo que si recuerdo es estar tumbado en la alfombra, a orillas del sillón con la cincuentona succionándome la verga y las bolas y también recuerdo a Mario en un mar de gemidos recibiendo el mismo tratamiento por parte de mi mujer.

    Es inenarrable la brutal ola de calentura que me producía aquella visión quimérica, el gordito velludo con su miembro erecto, regocijándose, con la cabeza de mi mujer subiendo y bajando entre sus piernas a un par de metros de nosotros, mientras Alicia se atragantaba con mi verga.

    –¿Vecina, la está pasando bien con mi marido?… Preguntó Emilia completamente desnuda.

    –De, maravillas. Contestó la cincuentona. Mientras mi mujer se sentaba en la verga enforrada de la ley y lanzaba al aire sus primeros gemidos.

    Por el contrario dedique mi tiempo en explorar en profundidad el cuerpito menudo de mi vecina, y como creo en la reciprocidad le gasté la conchita delicadamente depilada a lengüetazos furtivos entre gemidos confundidos con los de Emilia y Mario que cada tanto confesaba lo mucho que deseaba cabalgar a mi mujer.

    –Por, fin Emi, ¡no sabe las ganas que tenía de tenerla así! Murmuraba mientras le hundía la pija, una y otra vez.

    Cuando ya la había acabado un par de veces con la boca, ¡la ensarte! Despacio, con miedo de quebrarla, pero que va, la vecina era un potro desbocado e insaciable.

    –Cogeme!… Cogeme!… Gritaba una y otra vez mientras se balanceaba a toda velocidad.

    Hicimos de todo, todos. Gozamos por igual, acabamos varias veces. Pero cuando las pusimos a las dos de a perrito una al lado de la otra y las taladramos desde atrás, fue perfecto. El culo voluminoso de mi esposa, a la deriva y el de Alicia (bastante menos ostentoso debo decir) desperdigados en la alfombra, con las piernas ligeramente abiertas y nosotros entre ellas, encastrando nuestros miembros en la mujer ajena fue sencillamente sublime. Escuchar a mi esposa decir

    –Si, papi… ¡Así! Mientras Mario la arremetía con fuerza al lado mío no tiene comparación, imagino que el sintió algo parecido al escuchar a Alicia con sus gritos histéricos y entrecortados avisando el clímax. Fue una experiencia realmente placentera.

    Hubo otras, veces con ellos. Quizá no como esa vez, quizá porque fue la primera, no lo sé. El hecho de ser vecinos también como que influyó en derribar la continuidad de aquellos encuentros pero francamente fue una experiencia, alucinante.

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  • La prima del amigo

    La prima del amigo

    Con un socio nos dedicamos a comercializar productos de decoración y antigüedades. Se ganaba buen dinero, y tiempo a disposición para la aventura.

    Con mi amigo y socio, conocimos en una venta a dos amigas, una de ellas era prima del socio, con las que durante un par de años compartimos buenos momentos de esparcimiento.

    Habíamos organizado que durante la semana dispusiéramos de tiempo libre, turnándonos para atender el negocio, salíamos con las chicas juntos en varias ocasiones.

    La mía, la llamaremos Daniela, de veintitantos años, de novia desde los dieciocho con el hombre que iba a realizar su proyecto familiar. Ambos, se habían conocido en reunión cristiana de su parroquia, como catequistas.

    Yo venía a cubrir sus prolongados momentos lejos de la presencia masculina. No llegaba a su vida para suplantar, sino complementar, quedó en claro, desde el comienzo.

    Tenía las ideas bien puestas, de todos modos, no impidió que nos hiciéramos buenos amigos.

    Ella eligió salir conmigo, el amigo de su primo, era más seguro y su podía cubrir mejor las apariencias durante las prolongadas ausencias de su novio, prometidos para casarse como dios manda, cumpliendo el pacto religioso de ambos, que ella llegaría virgen al matrimonio, en el mientras tanto habían acordado que solo se permitirían el “chape” o faje o “franeleo” o el anglicismo “petting” para que se entienda bien, hacer casi de todo sin llegar al contacto sexual propiamente dicho.

    Los condicionantes éticos y de fe tenían la fuerza de la convicción, pero… la carne también es débil y sucumbió ante los méritos realizados por quien lo cuenta, de que los roces y sensaciones fueron horadando la piedra de la resistencia y las prolongadas ausencias del novio que por su trabajo conductor de camión estaba fuera por mucho tiempo, en ocasiones hasta más de una semana.

    Como fuera comenzamos a salir, siempre con discreción, a ir a bailar o tomar algo en lugares poco concurridos o poco transitados.

    Los arrumacos y los mimos tuvieron sus tiempos y sus lugares, y en poco tiempo llegamos al complemento, hacerme presente en los momentos de ausencia de su novio.

    Yo como excusa para poder ausentarme del hogar conyugal y poder hacer de las mías, me inventé un empleo inexistente, en una empresa constructora para cubrir un puesto, con posibilidad de viajar por si la situación ameritaba alguna escapada que necesitara más tiempo.

    Habíamos arreglado que ese fin de semana, que Daniela quedaba sola en casa, la familia salió y el novio estaba de viaje por el norte argentino. Era viernes, llegué bien caída la tarde para no “despertar la perdiz”, con la intención de quedarme toda la noche, hasta el sábado bien tarde.

    Tenía preparada la cena, todo armado para pasar un momento especial. Buena comida, postre hecho por ella misma, yo aporté un vino suavemente dulzón, que sabía sería de su agrado.

    Concluida la opípara cena, café y luego unos coñacs dieron cierre al delicioso momento, que sin pretenderlo había tomado un aura de romanticismo que la estaba llevando a otra dimensión. Para un guerrero de muchas batallas en el campo de las sábanas, no se le escapan los detalles, y esas son las armas con las que se vence, no usándolas sino dejándolas al alcance del rival, dejándolo hacer y solito cae en el ardid de, como la paloma cae vencida por el gavilán.

    La paloma había sido seducida por el gavilán, vencida precisamente por no haber avanzado, sino dejarla se dueña de la escena, muchas veces la seducción es precisamente no hace nada, sino dejarla a ella que se quien maneje la situación, y ante la falta de avance del varón será ella que sea la de “armas llevar” que se vea obligada a tomar la iniciativa, muchas veces esa técnica me funciona, también lo fue en esta ocasión.

    Las copas se tomaron en el living, para adornar el momento regresó “vestida” con una lencería de tenue color gris, súper sexy.

    Las caricias y besos de lengua, expresaban las emociones, con lenguaje lingual y corporal, sobraban las palabras. A esta altura de los hechos ya no tenía nada de la lencería, me la estaba comiendo toda, con la boca y lamiendo cada rincón de su anatomía.

    Las tetas fueron acosadas por mi boca ansiosa, de comer ese apetecible bocado.

    Lamía y mordía esa carne firme y tensa, la concha refregaba sus jugosos labios presa de súbita calentura. Para calmarla bajé a ella y chupé con todo el énfasis y la capacidad de lamer sin ahogarme por querer comerla todita.

    Intenté meterle un dedo mientras chupaba, lo impidió corriendo mi mano. En este juego de seducción, desde que nos frecuentamos era la primera vez que tenía acceso al sexo de ella, que vale la pena repetirlo tenía algo especial que no podía explicarme. Le seguí dando paleteadas con mi lengua como para matarla, gozó como una desenfrenada, gritaba y se agitaba como enajenada, era bastante fácil de comprender que esos niveles de atenciones en la cuca fueran algo inédito, ese tipo de excitación no estaba escrito en su manual de conservación de la virginidad.

    Habíamos entrado en campo minado, ingresado en el terreno prohibido pero el cerco ético y la promesa se derritió al calor de la poderosa lamida y se perdió en la locura del orgasmo tan temido…

    En la calentura, olvidó su vocabulario tan medio y prudente, trocaba en una rea, una “atorranta”, una callejera con lenguaje procaz y soez capaz de sonrojar al camionero. Cómo nos excitaba todo lo que vociferaba, tamaña calentura me producía una exquisita ternura.

    Desde: “Hijo de puta, matame guachito mío, me hacés acabar como una yegua, soy una perra puta acabando” pasaron una ristra de improperios tan procaces, halagos al oído de cualquier hombre que se precie de saber hacer disfrutar a una hembra.

    Todo esto lo decía previo y durante el orgasmo, una máquina arrolladora de placer, inmolada en altar de sus convicciones, caído al infierno tan temido, pero tan disfrutado.

    Acabó con todo, ni sé cuántas, tan tumultuosa era el desenfreno que apenas podía contenerla en mi boca sin morir en el intento por no interrumpir su momento de gloria.

    Me apretó contra su conchita, chorreando jugos en mi boca. Nos miramos y comprendimos todo…

    —Ahora es mi turno. —la suerte está echada, salía del compromiso y la promesa.

    Me desnudó, bajó y e tomó la vega, agarrada y pajeando, dudó por un instante cuando la mano en su cabeza era señal obvia de lo que estaba necesitando… Mamar era algo que no sabía, pero el placer del orgasmo le daba el permiso, aprendió en un momento el cómo hacerlo, lamió la cabeza húmeda, comenzó a darle una hambrienta mamada…

    —Cubre los dientes con los labios para no lastimarla. —alcance a decir tan pronto sentía la torpeza en mamar pija.

    Sus ganas podían todo, también mamar, aprendía rapidito. Comenzó a mamar siguiendo mis instrucciones, con todo, pero sin dejarme acabar, se lo sacó de la boca y dijo:

    —Maestro… ¿lo estoy haciendo bien?

    —Rebueno, me gusta mucho, me gusta, me gustas. ¿Ahora es mi turno? —asiente con un gesto. La tumbé sobre el sofá, le separé los muslos dispuesto a darle lo que necesitaba.

    Me paró en el intento, sonrojada y algo aturdida por la inminencia de lo por venir, me explicó, que de la concha era virgen, así habían acordado llegar al casorio, nunca por la concha, pero tenía otro lugar mientras tanto. Como lo hacía, muy de vez en cuando para conservar la virginidad. Con su novio se permitían esta transgresión, pero solo lo hicieron un par de veces y con mucha culpa, que “si no me enojaba” podía hacérselo por la “otra puerta”.

    Sorprendido y recaliente, solo atiné a decir un ahogado “síiiii”, que no había problema, que como ella quisiera, que por la colita estaba bien para mí.

    Me dio un beso profundo, de agradecimiento por haberla comprendido.

    —No te vas a arrepentir, ya verás, soy “muy gauchita” (dócil, generosa)

    Calentona pero tampoco quería un desgarro, nota la desarmonía de tamaño, mee alcanzó un pote con vaselina, le froté el agujero con el gel, acaricié metiendo el dedo en él, para entrar en confianza. Se colocó boca abajo, almohada bajo el vientre, la cola apuntándome, desafiando a que tome esas dos masas de carne firme y paradita. Separo las nalgas, en posición, la cabeza del choto está apoyado en el esfínter anal, presionando pidiendo ingresar cuanto antes.

    Primera vez tenía un episodio como este, casi siempre debo insistir para poder hacerles el culo, esta vez me piden “por favor”. Como novedad era incitante y excitante.

    Acostada como estaba, ayudó abriéndose los cantos con las manos, dejando todo a mi disposición para el ingreso triunfal. Solo pensaba en gozar ese precioso culito casi virgen, empujé lento, pero sin pausa, hasta que topé en sus nalgas con mis huevos, el miembro estaba totalmente dentro del culo.

    La empecé a sacudir con movimiento de pija, saliendo hasta la cabeza y entrando a tope. Gemía de placer, y mencionaba que la sentía gruesa, no era tan fácil de aguantar, que siga como lo estoy haciendo, se siente fuerte y duro pero que le gusta. Que puedo ir un poco más fuerte.

    La apretaba a más no poder, agarrado a sus tetas, presionaba en el culo cuanto podía.

    Nos movíamos y gozamos enloquecidos.

    Un sordo y profundo quejido indicó que había llegado a un nuevo orgasmo, llevada por la cogida anal y otro poco por jugar con sus dedos en la cuca. Verla así me excitó, apurando la cogida y largué toda la leche acumulada, honrando su divino culo.

    Dentro de ese hermoso culo, quedamos enchufados hasta que pasó el temblor de ambos, nos volcamos, de costado, apretando las tetas y la concha, haciendo “cucharita” enlazados, hasta que sola en un movimiento se salió del marrón.

    Volví del baño con el choto limpito, listo para otro encuentro. Antes de dormirnos hicimos un 69 bárbaro y nos mandamos otro polvazo, por atrás.

    El día siguiente fue una reiteración, en cantidad e intensidad. En todo el tiempo que demoró en casarse tuve todo el culo como se antojó con ella, y cuántas quise.

    A pesar de no dejarse por la conchita, nunca disfruté tanto, ni tan bien como con ella por la cola.

    El virgo, lo rompió el marido con libreta, yo también la tuve un tiempo después recorriendo su sexo y dejando mi regalo lácteo en ella, al reencuentro como desposada. Durante más de dos años después de casada seguimos complementando al marido en sus ausencias, por ambas puertas llegaba hasta el placer de ella. Desde que se mudaron al interior, cada tanto recibo un mensaje de ella.

    Nazareno Cruz

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  • Hice acabar en mis tetas a un futbolista

    Hice acabar en mis tetas a un futbolista

    Nos conocimos por Instagram. Bueno, “conocernos” es una forma de decir. Él me había visto en la historia de una amiga y me dio follow.

    Ni bien le acepté la solicitud, reaccionó una historia: una foto de mi gato, tirado panza arriba en mi cama.

    —Ni siquiera te conozco y ya tengo celos de tu gato —me escribió.

    —Es calentito —le puse.

    —Yo también. Si querés, probame —respondió casi al toque.

    Lo dejé en visto. No por mala, sino porque no me hizo mucha gracia. Pero a la hora, volvió.

    —¿Cómo andás, morocha? —dijo con confianza.

    —Bien, ¿vos? —contesté desinteresada.

    —Mejor desde que estoy hablando con vos —tiró.

    Ahí lo stalkeé. Vi que era jugador, pero me dio lo mismo. No me calienta mucho el fútbol ni los que viven de eso, pero estaba bueno.

    Igual me enganchó. Me hablaba de noche, cuando ya estaba tirada en la cama, y sin decirlo, los dos sabíamos a dónde iba todo eso.

    —Si no querés venir a verme jugar, al menos vení a tomar unos mates a casa —me dijo un día.

    Dudé un poco, pero terminé aceptando.

    Era jueves y ya desde que me desperté tenía un nudo en el estómago. No por culpa, ni por duda. Por ansiedad. Sabía que íbamos a coger.

    Con Bruno (así le vamos a decir) no habíamos hablado de eso con todas las letras, pero lo sentía. Estaba en el tono de los mensajes, en la manera en que me hablaba en los audios, en cómo me sacaba información. Era un lenguaje que yo entendía.

    Me bañé, me depilé, me puse crema con olor a vainilla en las piernas y entre las tetas.

    Elegí un jean gastado, bien al cuerpo, y una remerita blanca. Abajo, una tanga beige bien metida y un corpiño negro de encaje. No era para seducirlo, pero si para estar lista.

    Cuando llegué, me abrió con una remera blanca básica, pantalón corto del club. Y ahí vi su pija marcada, acomodada hacia un costado.

    Me costó no mirarla directamente. Nos saludamos como si nada, pero yo ya estaba con la boca hecha agua.

    Nos sentamos en el sillón, él cebaba mate y dejaba correr una playlist de esas que te meten en clima sin que te des cuenta. Me miraba cada vez que yo hablaba, como si me estuviera estudiando.

    —Sos muy linda… ¿no tenés novio? —preguntó.

    —No, ¿por qué? —le dije, sonriendo apenas.

    —Porque si fueras mía, no te dejaría salir de la cama —agregó riendo.

    Tenía ese humor ácido y me preguntaba cosas, pero no era invasivo. Quería saber, pero no por interés, sino por morbo.

    En un momento me acerqué para mostrarle algo en el celu, un meme creo, ni me acuerdo.

    Me le pegué un poco y él me acomodó el pelo, con los dedos apenas tocándome la nuca. Un gesto mínimo, pero íntimo.

    —Me tengo que ir en un rato… —le dije, bajito, como queriendo que no me escuchara.

    —Entonces no perdamos tiempo —y cerró los ojos.

    Me comió la boca. Así, sin pedir permiso. Me agarró fuerte, me apretó contra su cuerpo.

    Yo me trepé a sus piernas sin pensarlo. Sentía su pija dura bajo el short, empujando entre mis piernas.

    Me subió la remera, me lamió las tetas por encima del corpiño. Después me lo sacó con una mano mientras con la otra me agarraba el culo con violencia.

    Me chupaba las tetas con hambre, como si me estuviera devorando. Sentí su lengua húmeda, lenta, recorriéndome los pezones.

    —Ay… No me hagas esto —gemí bajito, mordiéndome el labio, mientras me aferraba a sus hombros.

    Se paró de golpe. Yo quedé sentada en el sillón, con la respiración entrecortada. Se bajó el short y me la puso en la cara. Tenía la pija más gorda que había visto en mi vida.

    Se la escupí primero, dejando que el hilo de baba le corriera por toda la pija. Después la lamí lento, saboreándola desde la base hasta la punta.

    Subía y bajaba la cabeza, sintiendo cómo me llenaba la boca. Lo succionaba con fuerza, cerrando bien los labios, haciendo ese ruidito húmedo que lo volvía loco.

    Él suspiraba fuerte, tirado hacia atrás, con la cabeza apoyada en el sillón y una mano en mi pelo.

    —Qué hija de puta sos —me dijo, y me agarró del cuello. Me apretó con fuerza, me hizo levantar y me besó con furia.

    Me empujó contra el sillón, me puso en cuatro, y con el jean y la tanga en las rodillas me la metió entera.

    Grité. Me arqueé. Me tiró del pelo. Me dio nalgadas secas, duras.

    Sentía cómo su pija gruesa me abría la concha. Me dolía, pero ese dolor me encantaba, quería que no parara nunca.

    Después se sentó en el sillón con la pija dura, empapada. Me sostenía por la cintura mientras yo lo cabalgaba lento, con los ojos cerrados y el cuerpo rendido.

    Me acariciaba la espalda con ternura, como si entre tanta brutalidad todavía quedara un espacio para lo suave.

    Me apretaba las tetas con las dos manos, las recorría con los pulgares, y me miraba con esa cara de hombre hambriento.

    —Sos hermosa, boluda… —me murmuró al oído, jadeando.

    Yo le gemía bajito, apenas, como si tuviera miedo de romper ese momento, como si el placer fuera tan profundo que no necesitara ruido.

    De golpe empezó a bombearme desde abajo, con fuerza, con la pija dura entrando y saliendo de mi concha mojada sin piedad.

    —Te voy a romper toda, putita —me gruñó, apretándome el culo con las dos manos.

    —No pares… no pares —le supliqué, con la voz quebrada, sintiendo cómo cada embestida me sacudía toda.

    Se puso animal de golpe, me agarró fuerte del cuello mientras yo lo cabalgaba, apretándome como si quisiera dejarme sin aire.

    —Te voy a llenar de leche, putita —amenazó.

    Yo gemía, sintiendo cómo la presión de su mano me hacía excitar más. Le resguñé el pecho, le clavé las uñas, era brutal.

    Me bajé, me senté en el piso. Junté mis gomas alrededor de su verga. Las moví arriba y abajo, lo escupí.

    Le hice fricción hasta que eyaculó como una bestia, chorros calientes de semen sobre mis tetas.

    Seguí lamiendo después, aunque la pija ya estaba medio flácida.

    —Se te va a hacer tarde —me dijo.

    Me limpié las tetas con una servilleta, me acomodé el corpiño, me subí el jean y él me despidió con un chape rápido, intenso, que me dejó con ganas de más.

    Me fui, pero no a clases. Me dolía todo el cuerpo, tenía la piel pegajosa, sucia, llena de semen seco que me recordaba todo lo que había pasado.

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  • La tentación lleva mi nombre

    La tentación lleva mi nombre

    Hola, me llamo Paloma, pero todos mis amigos me llaman Pam. Soy rubia natural, mis hinchados labios no han sido retocados, mi cuerpo ni siquiera ha tenido que pasar por el gimnasio y mis enormes pechos han crecido solos. Como siempre he tenido tanto éxito con los hombres tengo todo lo que quiero y puedo elegir amante con toda la facilidad del mundo. No me duran más de dos semanas. Me aburro de ellos, es mejor probar por todos los lados. Mis amigos me dicen que como siga así voy a acabar mal, pero bueno, les hago una mamada y se les quitan las ganas de decirme como he de vivir.

    Tengo 26 años y salimos juntos desde los 18, cuando entramos en la facultad. Yo todavía no era la que soy. No había conocido a Marcos Antonio, un cubano que estuvo conmigo unas semanas hasta que se cansó de mí. No fue mi primer novio, pero fue el único que me ha dejado a mí y no al revés. Él me enseñó todo lo que sé. Con él descubrí lo que es disfrutar del sexo. Pero no quiero entretenerme, que esa no es mi historia.

    Decía que somos una pandilla muy numerosa, somos unos dieciséis, más chicos que chicas. Algunos están emparejados, otros han traído a sus novias o novias al grupo. He de reconocer que me he enrollado con todos ellos, que los he probado alguna vez. A todos menos a Jorge. Él desde el principio se enamoró de Silvia y han sido novios desde entonces. Llevan unos ocho años saliendo y están prometidos, se van a casar cuando le asciendan en la empresa.

    Jorge es distinto a todos los demás. No es que sea guapo ni nada, me refiero a que es el único que no me mira al escote cuando le hablo, sino que me mira a los ojos y no se comporta como los demás tíos que conozco. No creo que nunca se la haya cascado pensando en mí. Esto me atormentó durante un tiempo. Me daba mucha rabia que una chica como Silvia (guapa, discreta, morena, con un buen tipito, pero no tanto como yo) se llevara a Jorge. Me lancé sobre él como una posesa y me insinué abiertamente, dejándole claro que podía ser suya, pero él me rechazó y me recriminó que tuviera esa actitud.

    Al ver que esa táctica me había fallado, me disculpé cuando le volví a ver (varios meses después, no podía verle a la cara) y decidí comportarme de otro modo. Le pregunté si se lo había dicho a Silvia y me dijo que sí, así que también me disculpé con ella. Los dos me perdonaron…

    Conseguí que él fuera mi confidente. Le decía que estaba arrepentida de la vida que estaba llevando, pero que estaba enganchado al sexo. Él se creyó que ya sólo buscaba de él una relación de amistad. El muy ingenuo no sabía que estaba planeando acostarme con él. No quería tener una relación con él, sólo echarme un polvo con él y demostrarme que consigo a quien quiero.

    Ya sé que suena mal, pero tanto tiempo obsesionada con eso hacía que sólo con verle mojara las bragas. Además, me estaba rondando la idea de tener una relación lésbica con Silvia, pero eso ya es otra historia. Me gusta el morbo, simplemente eso. No pretendo que los dos se separen, sólo que disfruten de lo que no conocen.

    Bueno, el verano pasado llegó mi oportunidad: me enteré de que se iban a Castellón y yo iba a veranear por allí. No se lo dije, sólo les comenté que me apetecería pasarme por allí. Ellos me invitaron amablemente a su apartamento. No les confirmé si iría o no, pero ya tenía claro que sí que iría. Silvia trabaja en una revista y yo conozco a su jefa, me debe un favor y conseguí que el miércoles la hiciera venir a Madrid para hacer un artículo importante. Sólo estaría la tarde del miércoles y volvería el jueves. Antes de que mi amiga la hiciera esa llamada, yo me presenté el martes.

    Pasamos juntos el día y me entristecí con ellos por la marcha de Silvia. Sobre todo, porque yo el jueves tenía que irme. Para que no se preocupara (aunque no lo iba a hacer), les dije que saldría por ahí, que había conocido un chico y estaría fuera. Cuando Silvia se fue le pregunté a Jorge si quería salir conmigo. Como supuse, me dijo que se quedaría en casa leyendo. Hacia las nueve me preparé para la “cita”: un vestido malva de una pieza bien ceñida, me quedaba algo pequeño, pero me venía al pelo, lo había metido en la maleta a propósito y unos zapatos de tacón de aguja.

    Si me sentaba con él se me veían las nalgas y me dejaba la mitad de mis tetas fuera. Por supuesto, no llevaba sujetador y el tanga tenía pensado quitármelo cuando saliera. Le pregunté a Jorge qué tal estaba. No se atrevió a reprocharme nada y no quiso mirar más abajo de mis hombros. Me preguntó si quería que me llevara a algún sitio, pero le dije que me esperaban en el pub de la plaza y que luego nos iríamos por ahí.

    No me costó encontrar a alguien que me llevara al pueblo (no está demasiado lejos de la urbanización donde tenían el apartamento, pero hay que ir en coche). Bebí, provoqué, pero me marché sola y busqué una cabina. Ya antes, en unos aseos, había dejado el tanga. Me rasgué el vestido por abajo y rompí la cremallera trasera. Desordené mi cabello y estropeé el maquillaje. Rompí el tacón por la mitad de uno de mis zapatos y tiré el otro a la basura. Unas lágrimas de cocodrilo, unos dedos para irritarme un poco por encima la vagina, perfecto, ya podía llamar a Jorge. Ya era casi la una.

    Con la entonación más lastimera que supe fingir le dije que me habían intentado violar y que me había escapado y no sabía que hacer, que estaba en una cabina y que tenía mucho miedo. Si hubiera habido un jurado, el Óscar hubiera sido para mí. Jorge me dijo que me esperaba, que iba para allá con el coche a buscarme. Comprobé si mi vestido estaba apropiado y sí, si quitaba la mano de la parte de arriba se caía hasta el vientre. Remangué un poco más la parte de abajo para que me viera mi coñito depilado sólo con sentarme y esperé. No tardó en llegar Jorge.

    Me abracé a él y llorando le dije que nunca iba a cambiar, que no le hacía caso y al final me había pasado lo que tenía que pasar. Él fue muy cariñoso conmigo y me preguntó qué había pasado. Le dije que calenté a un inglés y que me quiso violar en la parte de atrás de un local, que me arrancó las bragas, me destrozó el vestido y me metió los dedos abajo, que por suerte una pareja pasó y pude salir corriendo…

    —Sube al coche, vámonos.

    Subí al coche y me senté en el asiento de al lado. Fingí estar muy compungida y no me di cuenta de que el vestido apenas me tapaba la entrepierna. Jorge seguía sin querer mirarme y yo ya estaba cansada de sostenerme el vestido, así que me fingí la dormida y dejé caer los brazos y el vestido. Mis senos quedaron descubiertos. Por fin me veía Jorge mis paradas tetas y mis pezones encarnados y duros como un botón dispuestos a ser lamidos. Noté que dio un brusco volantazo. Notaba que me miraba a la cara y que no podía evitar mirarme de arriba abajo. Estuvimos a punto de estrellarnos. Cuando llegamos, me movió un poco el hombro, con suavidad.

    —Ya hemos llegado.

    Al bajar del coche conseguí que la falda me quedara por encima del pubis; luego me tropecé al caminar y caí de rodillas, haciéndome daño en el tobillo. No podía apenas caminar, así que me subió Jorge en brazos. Mi coño estaba al rojo vivo, lubricado como nunca, y estaba al aire. Estaba medio desnuda en brazos de mi hombre. Me dijo que me iba a limpiar las rodillas antes de dejarme en el sofá.

    Volvió con un trapo mojado y con agua oxigenada y me tocó un poco el tobillo. Me dijo que si me hacía un masaje y me dejé hacer. Yo me tapaba la cara con el brazo para permitirle que me siguiera disfrutando. Me tumbé y él empezó un masaje en mi pie. Estaba disfrutando de mi coño depilado, por el cual una cantidad enorme de flujos estaba discurriendo. Le pedí que subiera un poco, que me estaba relajando mucho y él obedeció. Me abrió las piernas y se puso en medio. Mmm… Por fin llegó a los muslos, aunque no se atrevía mucho a subir. Gemí un poco. Le pregunté si estaba cansado.

    —Te has portado genial y yo te debo otro masaje.

    Intentó negarse, pero le fue inútil. Me levanté hacia él (ahora me miraba a la cara) y le dije que se quitara la camiseta. Me puse detrás de él y pegué mis senos en su espalda. Pude ver que tenía una erección enorme. Le masajeé los hombros. Ambos estábamos sudados, hacía mucho calor. No sabía cómo dar el siguiente paso. Estaba excitado, pero si le besaba seguro que me dejaría. Me moví y me resentí de la lesión. Caí a un lado gritando y él se dio la vuelta y me recogió. Sin querer le toqué el paquete. Me abrazó. Nuestras caras estaban muy próximas. Ambos jadeábamos.

    No aparté la mano de su entrepierna y él bajó su mano por mi costado. Me besó. Primero con dudas, luego al responderle yo con fuerza, abrió su boca y entrelazamos nuestras lenguas. Le frotaba el pene por encima del pantalón corto y él buscaba mis senos. Los dos nos acariciábamos por todo el cuerpo. Cada roce con mis pezones o en mi clítoris me hacía gemir. Yo le había bajado el pantalón y vi que su erección era enorme. Su polla no era demasiado grande, pero era muy bonita, tenía un tamaño considerable, me pareció perfecta.

    Jorge fue bajando sus besos hasta hacerse con mis pechos. Yo le masturbaba y hacía aparecer y desaparecer su glande colorado. Se lo quería chupar, estaba bien lubricado. Fui hacia su verga e hicimos un 69 fantástico. Ambos nos absorbimos nuestros jugos, pero yo quería más.

    —Métemela, Jorge.

    Él estaba muy excitado y se dio la vuelta y me la metió de un golpe. Grité y le pedí más. Le busqué su culo y le metí un dedo en su agujero. Le sorprendió mucho y tensó sus glúteos. Le pedí que me metiera a mi su dedo en mi ano. Le chupé sus dedos y lo hizo. Volví a suspirar. Desde que empecé a hacerle un dedo su polla se había puesto aún más dura. Entraba y salía con fuerza de mí y también jadeaba. Me decía que me deseaba y yo le decía lo mismo. Y nos besábamos. Me dijo que iba a terminar. Le metí más el dedo y se corrió dentro de mí. Una corrida fabulosa. Me había hecho gozar mucho.

    Como sabía que ése sería nuestro único polvo, me levanté y le limpié la verga con mi lengua, ensalivándola, tragándomela. Le dije que le quería cabalgar y eso hizo efecto y volvió a empalmarse. Me puse sobre él y empecé a saltar. Él me agarraba del culo y de las tetas con lujuria, aunque le estaba haciendo un poco de daño con mi brusquedad. Yo gritaba con cada arremetida y decía sí, sí, quiero tu polla bien dentro. Le pregunté si me quería ver a cuatro patas. Me puse en esa posición y me entró por detrás. Después de un mete saca frenético le dije que me metiera más dedos en el culo, que quería que me penetrara por ahí.

    Por fin sacó su vocabulario grosero y me dijo que tenía el agujero ensanchado, me llamó puta y lo ensalivó. Me metió su lengua y le pregunté si Silvia le había permitido darle por culo. Me dijo que no y me metió el tronco en el culo. Me dolió bastante. ¿Quieres más rabo? Toma, y me metió más rabo. Grité más y le excité, por lo que volvió a embestirme. Noté sus huevos en mi culo. La sacó de nuevo y la volvió a meter. Una y otra vez. Me estaba matando y le insultaba, aunque ya me estaba metiendo hasta cuatro dedos en la raja y estaba gozando como nunca.

    Conseguí que me dijera que me deseaba más que a Silvia, que deseaba mi cuerpo, mis tetas, mi coño. Él decía que sí a todo y seguía follándome y me preguntaba si quería más rabo. Yo decía que sí. Estaba gozando con tanta presión y se corrió por fin. Otra buena ración de leche.

    Le dije que nos ducháramos y lo volvimos a hacer, esta vez de pie, yo enroscando mis piernas sobre su cintura y él sujetándome y culeándome. Nos acostamos y nos quedamos dormidos. Por la mañana me desperté antes que él y vi que ambos estábamos desnudos. Me excitó verle su pene tan pequeñito, así que empecé a agitarlo, a acariciarle los testículos. Me lo llevé a la boca y en poco tiempo volvía a estar enorme. Jorge se hacía el dormido.

    Me puse sobre él y volví a cabalgarle. Jorge intentó pararme y me decía que me parara. Yo le dije que era la última vez que podríamos disfrutarnos y me besó los pechos y follamos de nuevo. Cuando se iba a correr, le dije que me eyaculara en los pechos y en la cara. Se corrió sobre mí y yo me restregué su semen por el cuerpo y por la boca.

    No hemos vuelto a follar juntos. Él me evita siempre que puede y nunca me ha hablado de lo que vivimos juntos. Con Silvia conseguí una noche de despedida de soltero de una amiga emborracharla y tirármela y hacer que se la follara el stripper de su tranca de 20 centímetros. La rompió incluso el culo. Con ella también la excusa de las copas y el juramento de no decirle nada a Jorge funcionó, pero ahora casi nunca les veo. La última vez fue en su boda. Ahora son felices, aunque no sé si el hijo que ella espera es de Jorge o del tipo de la verga enorme. Da igual, ambos se quieren mucho.

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  • La mamá de mi novia

    La mamá de mi novia

    Esto me pasó cuando tenía 20 años.

    Tengo una novia llamada Andrea desde hace 2 años, por lo que mi relación con mi suegra (su mamá) es muy estrecha, además de tenernos mucha confianza.

    Andrea es una niña muy hermosa, sin llegar a ser una supermodelo.

    Bueno lo que voy a relatar es algo con respecto a su mamá, que la describiré a continuación: Ella es chaparrita como de 1.60, blanca y bastante joven, pues tuvo a su primer hija (mi cuñada) a los 18 años. Es de esas señoras que por ser tan crédulas, a veces lo excitan a uno sin que ellas lo quieran, por ejemplo, cuando se pone a hacer el aseo, sin querer se agacha a 90° y ¡wow! ¡Qué vista!

    Tiene unas caderas hermosas, un busto no muy grande, pero la piel, tiene una piel perfecta blanca, pero lo mejor de ella son sus caderas… esas caderas en forma de corazón y siempre anda vestida de una forma ejecutiva, tú sabes, trajes sastre, blusas transparentonas y las faldas un poco cortas, más o menos a la rodilla… nada más de recordarla ¡uf! ¡Me pongo bien filoso!

    Bueno, esto sucedió una vez que sus hijos se fueron con su tía a Monterrey (imagínense qué niñas) y mi suegra se quedó en su casa solita. Por la confianza que ya tenemos mi novia y yo, tengo llaves de su casa, para cuando no hay nadie, pues para cuidarla y así recíprocamente.

    En esa ocasión yo llegué un sábado como a las 11 am y me fui a dar una vuelta a su casa, porque mi suegra iba a estar todo el día en casa de otra hermana.

    Llegué, me serví un poco de agua, estuve esculcando en el refri para ver qué había de comer, me hice unas palomitas, me puse a ver una película en la recámara de mi suegra. Cuando terminó la película, fui a la recamara de las niñas (novia y cuñada) a hacer lo habitual: Revisar la ropa interior de las dos, masturbarme un poco, y lo que más me excita: dejarle una panti llena de semen a Andrea, porque eso le excita mucho.

    En eso de andar revisando, se me fue el tiempo, por lo que me quedé dormidísimo… como a las 6 de la tarde se escuchó la puerta, y ella mi suegra Julieta acababa de llegar. Rápidamente me asomé y me di cuenta de que traía el traje que más me excita: un traje sastre, color mamey, muy pegado a su cadera (lo repito, ¡qué caderas!) y se me ocurrió una idea…

    Rápidamente me metí debajo de la cama, pero no sin antes haber dejado una nota que decía:

    “Señora Julieta, estuve aquí toda la mañana y todo está bien le mando besos… Javier”

    De la recámara de mi novia se ve muy bien la sala, por lo que vi cuando ella la leyó.

    Yo ya me estaba emocionando porque ella se tragó el cuento, así que decidí seguir hasta las últimas consecuencias. Escuché cómo abrió la ducha y rápidamente fui hasta el baño para espiarla…

    Esa visión jamás la podré olvidar: Su cara de ángel con un gesto de cansancio, se comenzó a quitar la ropa: primero los zapatos, unos zapatos también color may que hacían que sus pantorrillas hicieran esfuerzo que por lo tanto, marcaban más sus músculos, miré cómo se quitaba el saco y se veía su cintura que es pequeña en comparación con sus caderas.

    Se quitó su collar de perlas, la blusa y por fin veía sus senos aunque fuera en brassier. Yo no tenía muchas esperanzas, ya que por ser tan recatada, aunque esté sola, cierra el baño, pero ¡Oh sorpresa! ¡No cerró la puerta! Por lo que yo estaba ya caliente atrás de su cama (me fui a esconder rápidamente ahí).

    Después se quitó la falda… por fin iba a ver ese maravilloso secreto: ¡sus hermosísimas y redondas caderas! Se la quitó muy femeninamente, tú sabes, doblando la cintura, pero sin flexionar las piernas… vi su tremendísimo trasero cómo se salía por los lados… ¡aaagh! Y eso que no usa panties pequeñas, sino del tamaño “aseñorado” de color blanco era su pantie, con unos olanes muy ricos que se levantaban y dejaban a la vista sus muslos… ¡carajo! ¡Qué muslos!

    Su brassier también era blanco de esos que se desabrochan por enfrente… su piel… su piel… si la vieran, me comprenderían… sus pezones estaban pequeños y rosados, tan rosados que no se percibía la diferencia entre los pezones y la aureola. Yo ya quería aventarme ¡y besarle hasta las muelas! Pero yo ya me estaba restregando mi pene con la alfombra…

    Se dio un vistazo en el espejo, sumió el estómago, sacó las nalgas y el busto, lo clásico que la mayoría de la gente hacemos en el baño… hacernos los fuertes, revisarnos la grasa, etc…

    Después se metió a bañar, más bien se metió en la tina por lo que eché una maldición, pues desde mi escondite no era posible ver nada y no me quería arriesgar… Yo ya estaba ansioso porque saliera, por lo que yo estaba demasiado cachondo… A los 20 minutos salió, pero ¡demonios! Ya traía su toalla, y lo peor, cerró el vestidor y yo me quedé con mi calentura…

    Ya después salió con un camisón de esos muy aseñorados también, pero con una especie de agujeta en el busto, pero ella no había amarrado la agujeta, por lo que cuando se agachó para secarse el cabello, se le salió un pecho, cosa que me excitó mucho. Alcancé a ver más debajo y wow ¡No traía bragas! Lo sabía porque como dejó el baño prendido, ella estaba de perfil y se notaba perfectamente su figura sin ningún tipo de ropa interior.

    Se acostó en la cama, prendió la tele pero ¡maldición! Había olvidado quitar la película de la video casetera no era una película porno ni nada así, pero sí contenía una que otra imagen medio fuerte.

    Escuché cómo ella dijo “ah qué niño… dejó prendida la video”, por lo que la vio un poco, recostada en su cama… yo ya estaba temblado de miedo —aparte de la excitación claro está— se hizo un silencio y como yo ya me había desabrochado el cinturón, sin querer hizo ruido la hebilla, pues pensaba meterme bien debajo de la cama hasta que ella se durmiera…

    Cuándo me di cuenta del ruido me dije a mí mismo “¡pendejo!” por lo que me quedé inmóvil, y como a los 7 segundos vi la cara de mi suegrita viéndome con cara de enojo.

    “¡Pero Javier! ¿Qué haces ahí? ¿No que te habías ido? ¡Qué tratas de hacer!” por lo que yo con la cara hecha un trapo, me salí no sin antes pedirle disculpas y rogándole que no le dijera nada a Andrea…

    “Ya para que te vas, ya me viste bañándome ¿o no?” lo que yo asentí y me dijo “ven siéntate”, yo estaba muy nervioso, tenía los ojos llorosos y las mejillas muy rojas qué pena…

    “Sabes Javier, esto que hiciste está muy mal ¿sabes? ¿Qué hubiera pasado si me hubiera tocado los senos y…? tú sabes…” —¿si la hubiera visto masturbándose?— le dije sin pensar, un segundo después me di cuenta de mi nivel de pendejada que había dicho…

    Ella dudo un poco pero al final asintió “pues sí, ¿qué más puede hacer una mujer divorciada con 3 hijos dos de ellos mujercitas eh? Tengo que darles un buen ejemplo”…

    Yo solo podía decir sí o no, por los nervios, ya después ella me dijo que me tranquilizara, porque ya me tenía bastante confianza, y en el momento que me iba a sentar, vio como me hice a un lado el pene, que ya estaba hecho acero, por lo que preguntó:

    “¡Ay Javier! ¿Qué te pasa eh?” con una cara como de asustada, pero al mismo tiempo le brillaron los ojos…

    Ya le tuve que decir: “perdóneme señora Julieta, pero desde que la conozco, no hago otra cosa más que soñar con esas caderas, yo pienso que su marido fue un estúpido al haberla dejado… yo sé que Andrea va a ser como usted de grande, por lo que nunca la voy a dejar”

    Ella quitó inmediatamente la cara de sorprendida, la cual cambió por una cara de ternura…

    “Ay Javier qué lindo… mi hija tiene mucha suerte al tenerte” Cuando me dijo eso, abrió los brazos en señal de abrazo, por lo que yo nada menso, fui y la abracé… Tenía mi cara en sus pechos… ¡dios! ¡Si tan solo tuviera el valor para hacer algo! Cuando me di cuenta, ella ya me había dejado de abrazar, pero yo todavía no me quitaba… quería estar ahí por mucho tiempo…

    Escuché que su respiración se empezaba a agitar, al igual que la mía…

    “Mi niño Javo, no… hazte a un lado… esto no debe ser…” —”¡pero señora! ¿Sabe cuánto la deseo?”— “lo que sea Javier, ¡pero no!”

    Lo único que se me ocurrió fue darle un beso en el cuello antes de quitarme pero… ¡sorpresa! Al besarla, me volvió a abrazar. No lo podía creer.

    Me dijo:

    “Javier… Vamos a hacer un trato…”, “¿Cuál?” le dije… en eso ella me contó: “Hace mucho tiempo que no tengo relaciones y quieras o no, pues mi… mi… —¿vagina? Alcancé a decir, por lo que otra vez me dije pendejo internamente, —sí, pues eso mismo, mi vagina a veces se hincha y se pone muy rojita… pero ¡no cambiemos de tema! Lo que te quiero decir es que puedes hacer lo que yo te deje únicamente, y así no te corro ni le digo a Andrea… ¿Qué opinas?

    Al oír esas palabras pensé que sólo me iba a dejar tocar un poco de senos y nalgas, pero pues era eso o nada…

    “¡Acepto!” le dije, por lo que ella me dijo: “ven bésame el cuello como lo hiciste ahorita”.

    Ya se me había bajado el palo por los nervios, pero al escuchar eso, se paró estilo catapulta (en 001 segundos).

    La obedecí, la besé muy dulcemente en el cuello… ella aceleraba la respiración… y decía “así ay así qué rico besas” por lo que me aventuré y como traía el camisón como ya les dije, me aventé a besarle un seno de la misma forma que besaba su cuello…

    —Aaaah, qué rico me estoy agitando demasiado Javier

    —no se preocupe señora, no la voy a defraudar

    —aahh siiiii… bésalo… chúpalo.. aaahhh qué rico se siente…

    —¿qué siente señora?

    —como descargas eléctricas que van directas a mi vagina

    —¡qué rico señora! ¿Me dejaría tocar sus caderas?

    —Sí pero no me dejes de besar…

    La puse boca abajo y poco a poco iba levantando su camisón… por fin iba a ver esas caderas que tanto me excitaban, las culpables de correrme a cada rato con su hija, pero pensando en esas caderas…

    Lo levanté, miré sus pantorrillas… sus muslos… ¡aaaah! ¡Sus caderas! Y se veía claramente sus labios vaginales entre esos suculentos muslos… decidí hacer esto más lento, por lo que me enfoqué a su cuello, a su espalda… qué piel tan suave tenía… Iba bajando, acariciándole la espalda con la puntita de mi lengua… cuando llegué debajo de las nalgas, pensé en dar una buena lamida a sus labios… ¡de verdad que estaban hinchaditos! ¡Qué ricura!

    Opté por separarle las piernas con mis piernas, por lo que ella volteó con una mirada un tanto sorprendida, pero se dejó hacer… miré su vagina por unos cuantos segundos… una vagina riquísima pensando “Me voy a comer tu primera casa Andrea”. Di una rápida pasada de lengua en sus labios por lo que ella:

    “Aahh… ya no me acordaba lo bien que se siente… sí, sí, sigue así ¡ay! ¡Ay! ¡Así!

    Ella se volteó, con las piernas bien abiertas y me dijo “¿no te da asco?” —¡para naaada! por lo que me dijo “¡cómetela!”. Yo no tardé ni un segundo, por lo que ella ya se arqueaba y pegaba su pubis a mi cara…

    “Sigue, sigue, sigue… J-j-avier…”, —¿mande? —hazte a un lado porque suelto mucho fluido. Mi repuesta fue pegarme más a su vagina y darle un masaje directo a su clítoris, por lo que ella me dijo “¡qué morbo me da!” estuve lamiendo unos 10 segundos más hasta que ella me dijo “ay… ay… ahí viene ¡ahí viene! ¡Javier!… ¡aaaah! cuando se quedó inmóvil tirada sobre la cama… Yo ya quería sentir ese cuerpecito debajo, o enfrente o arriba ¡o como fuera de mí! Simplemente le levanté los muslos, la puse a la orilla de la cama y me dispuse a meterle el pene hasta donde llegara… nunca voy a olvidarlo… mis brazos llenos de sus muslos… mis manos pellizcándole los pezones mi pene dentro de ella, mis huevos golpeando sus carnes… ¡qué delicia!

    Así estuvimos como hasta las 11 de la noche… ya exhaustos nuestra última corrida —la 6ª creo— Optamos por sólo masturbarnos hasta llegar al último orgasmo… a ella ya le dolía un poco la vagina tanto como a mí el pene… Fue un orgasmo delicioso y doloroso…

    Nos abrazamos….

    —Ya me voy es tarde

    —bueno cierras la puerta ¿si?

    —¡claro!

    Nos dimos el ultimo beso, se despidió de beso también de mi pene, y cuando ya estaba vestido y a punto de salir de su recamara me dijo:

    “Javier” —¿sí? —las condiciones ya han cambiado —¡pensé lo peor! Le iba a decir a Andrea— con un tono de miedo le pregunté “¿cómo?” —Sí ahora si quieres que mi hija no se entere de que estabas espiando tendrás que acostarte conmigo cada vez que yo tenga ganas; ni importa hora ni día ni nada, simplemente cuando yo quiera…

    No me quedó decir otra cosa más que… ¡Acepto!

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