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  • La que vivía entre la ropa sucia

    La que vivía entre la ropa sucia

    Iba manejando por una zona que apenas conocía. La calle estaba casi vacía, salvo por una figura sentada en la banqueta, rodeada de montones de ropa vieja y maloliente. Una mujer. Me llamó la atención de inmediato. No porque fuera bella en el sentido típico, sino por algo más… visceral.

    Estatura media, delgada pero con buenas curvas. Ropa sucia, un pantalón manchado, una camiseta sin forma que se le pegaba al pecho sin esconder nada. Sin brasier. Y debajo, dos pezones marcados como si el frío o el descaro fueran sus únicos compañeros.

    Me detuve. Bajé la ventana.

    —Oye, ¿la calle Cerezo está cerca?

    Ella levantó la cabeza, despeinada, con la cara manchada de mugre. Su gorra rota apenas le cubría el desorden del cabello. Me miró con sorpresa, pero respondió con una voz suave:

    —No… vas al revés. Es para allá —dijo, alzando el brazo para señalar.

    Y entonces lo vi.

    Su axila. Una mata de vello negro, tupido, brillante de sudor seco. La piel manchada por días sin jabón. Me quedé en silencio unos segundos, paralizado. Una corriente me recorrió el cuerpo. Esa axila… sucia, tan natural, tan brutalmente excitante. Y encima, los pezones. Marcados, puntiagudos, como llamándome.

    La miré, sin poder evitarlo, con una mezcla de deseo y perversión. Ella se dio cuenta.

    —¿Te pasa algo? —preguntó, con media sonrisa. Sabía lo que había visto. Sabía el efecto.

    —Sube.

    —¿Qué?

    —Sube al coche. Quiero hablar contigo. Te puedo dar algo… si aceptas.

    Me miró, evaluándome.

    —¿Hablas de dinero? ¿Y a cambio de qué?

    Sonreí. Apagué el motor.

    —Lo sabrás cuando cierres esa puerta.

    Ella dudó un momento. Se puso de pie, sacudiéndose el pantalón. Caminó lento, sin miedo. Subió al asiento del copiloto y cerró.

    —¿Y bien? ¿Qué te traes entre manos, extraño?

    —No soy un hombre bueno. Pero sé que tú tampoco eres una niña buena.

    —Entonces… dime qué quieres.

    Le señalé su axila.

    —Déjame olerla. Tócate mientras lo hago. Si me vuelvo loco, te llevo a mi casa. Ahí te pago lo que quieras. Pero yo mando.

    Ella se echó a reír, una risa ronca, rota, como si hacía años que nadie la ponía en juego.

    —Eres un enfermo… —dijo bajito, con burla—. Pero me gustas.

    Se levantó la manga y me la acercó, lenta. Cerré los ojos. Me incliné.

    El olor era fuerte. Real. Excitante como una droga. Me sentí atrapado.

    —Quiero más —le dije con la voz ronca.

    Ella se mordió el labio, y con voz baja me dijo:

    —Entonces pon en marcha el auto… y hazme tuya como un maldito enfermo.

    Ella me miraba con esos ojos que lo decían todo. Había algo salvaje en su forma de estar sentada, sin miedo, como si el mundo le hubiera arrancado todo menos su orgullo.

    —¿Entonces te gustan las axilas sucias? —me dijo en tono provocador, levantando un poco más el brazo, dejándola expuesta como un trofeo sucio y natural.

    Asentí con la mirada clavada en ese rincón de su cuerpo. El vello estaba espeso, enredado, con gotas secas de sudor viejo. El olor se sentía aún sin acercarme del todo. No era suave. Era fuerte, directo, brutal. Y me hacía latir por dentro.

    Me acerqué. Lentamente. Saqué la lengua, primero rozándola. Ella jadeó leve, como si le sorprendiera que realmente lo hiciera. Después, la lamí con más fuerza, profundo, sintiendo el sabor amargo, la textura de los pelitos mojados, el calor.

    Ella soltó un suspiro entre mezcla de risa y lujuria.

    —Estás más loco de lo que pensé…

    —Y tú más rica de lo que imaginé.

    Me pasé al asiento del copiloto, subiéndome encima de ella, sin quitarle los ojos de encima. Le sujeté la muñeca y la dejé con el brazo levantado, expuesta, vulnerable. Volví a chuparla, más fuerte, ahora metiendo la nariz, embriagándome con ese olor que me volvía salvaje. Me frotaba por encima del pantalón, sintiendo que estaba a punto de estallar.

    —Hueles a puro pecado, —le susurré en el oído.

    Ella rio, entre perversa y sorprendida.

    —Nunca pensé que a alguien le calentara esto…

    —No soy alguien. Yo soy el que te va a tratar como la perra que eres, si tú lo quieres.

    Ella se quedó seria un segundo. Luego asintió.

    —Quiero.

    La tomé del cuello con suavidad, firme. Le pasé la lengua por el cuello, bajé hacia su pecho, ahí donde los pezones marcaban la camiseta sucia como dos armas cargadas.

    —¿Y si te pido que me la chupes aquí mismo…? —le dije en voz baja, casi como una orden.

    Ella se relamió los labios.

    —¿Y qué gano?

    —Lo que tú quieras. Dinero, comida, un baño, una cama… o más de mí.

    Ella se agachó, despacio. Me bajó el cierre con la lengua afuera.

    —Entonces quédate quieto… y déjame ganármelo.

    Y ahí, dentro del coche, en medio de la calle silenciosa, el interior se llenó de sus movimientos, su boca húmeda, sus sonidos prohibidos.

    No era amor. Era necesidad. Lujuria. Un encuentro sucio entre dos almas rotas, donde por unos minutos, el asco se volvió deseo… y la calle fue un altar de pecado.

    Ella seguía entre mis piernas, como si chuparme fuera su forma de sobrevivir. Me miraba desde abajo con los ojos encendidos de deseo y malicia, su boca dejándome empapado, babeando sin pudor, como si cada lamida fuera un desafío.

    —¿Así te gusta, degenerado? —me dijo, con la voz ronca, escupiéndome despacio mientras su mano se deslizaba con fuerza. Su saliva chorreaba, caliente, sucia, perfecta.

    —Más. Dámelo todo, perra —le respondí, sujetándole el cabello con una mano y presionando su cabeza contra mí con la otra.

    Y ella lo hizo. Se lo tragó sin miedo, sin piedad. Me estaba drenando, deshaciendo, volviéndome nada con la boca.

    Cuando por fin paró, jadeando, con el rostro lleno de lo que quedaba de mí, la miré con una sonrisa torcida.

    —Quítate los pantalones —le ordené.

    Ella lo hizo, sin una sola palabra. Obediente. Entregada. Una puta sin reglas, hecha para mí.

    Me recosté hacia atrás, abriendo más las piernas, dejándome al descubierto, sin vergüenza.

    —Ahora ven… termina el trabajo. Baja la cabeza. No pares hasta que te diga.

    Ella dudó un segundo. Me olió.

    —Estás sucio.

    —Por eso lo quiero. Porque tú también lo estás. Y esto no es ternura. Esto es puro pecado.

    Ella bajó lentamente. Su lengua, temblorosa al principio, pronto se volvió atrevida. Se entregó con esa mezcla de obediencia y deseo animal. Cada lamida era un golpe eléctrico. El calor, la humedad, el atrevimiento… Todo era tan real que apenas podía controlarme.

    Cerré los ojos. Me dejé llevar.

    Ella gemía bajito, como si le gustara tanto como a mí. Como si en ese momento, en ese rincón de suciedad y placer, fuera libre.

    —Dame más, maldita sea —le dije entre dientes, con los dedos hundidos en su cabello.

    Y ella lo hizo.

    Porque a veces el infierno huele a sudor, saliva y pecado… y aún así, uno se mete hasta el fondo.

    La llevé a casa. No dijo ni una palabra en el camino. Sólo iba con la mirada perdida, el cuerpo flojo, la piel brillando por el calor acumulado, por la suciedad, por todo lo que le colgaba entre la ropa. Me excitaba verla así: auténtica, cruda, ajena a lo que el mundo llama limpieza o pudor.

    Al cerrar la puerta, le ordené:

    —Desnúdate. Quiero verte como eres.

    Ella se quedó inmóvil un segundo. Luego se quitó la camiseta, sin apuro. Sus senos cayeron pesados, libres, firmes, con los pezones endurecidos como si nunca hubieran conocido el frío de una ducha. Me relamí.

    Después bajó el pantalón. El aroma se expandió en el aire, denso, fuerte, salvaje. Su ropa interior era una tela vieja, húmeda, marcada. Y debajo de ella, lo que vi me dejó sin aire.

    Una selva espesa, negra, indomable. Vello que subía por su vientre hasta tocarle el ombligo. Pelos gruesos, largos, sin recorte, sin cuidado. Una mata que cubría todo como un símbolo de abandono… y de poder.

    Me arrodillé frente a ella. No la toqué aún.

    —No te has bañado en días, ¿verdad?

    Ella sonrió, desafiante.

    —No.

    —No te limpiaste nada. No te cambiaste. Y hueles… a ti. A calle, a deseo, a bestia.

    —¿Y eso te prende?

    Me acerqué más, la nariz contra su vello. Inhalé hondo. El olor era agrio, puro, intoxicante. Me temblaron las piernas.

    —Mucho más de lo que debería.

    Le bajé lentamente la tela, y la lancé lejos. Ella abrió un poco las piernas, ofreciéndose como una diosa sucia y salvaje. Su piel tenía rastros de todo: sudor, polvo, y algo más. Entre sus piernas no había nada suave, sólo humedad y pelo enredado.

    —Quiero perderme ahí —le dije—. Quiero embarrarme con tu olor. Quiero que me ensucies todo.

    Ella soltó una carcajada rota, obscena.

    —Entonces hazlo, enfermo. Métete en mí como si no existiera el agua.

    Y lo hice.

    Me perdí en esa selva oscura, entre olores fuertes y texturas reales, con mi lengua, mis manos, mi cara. Ella gemía como si la suciedad fuera parte del orgasmo. Como si mi obsesión la hiciera sentir más viva que nunca.

    Era salvaje. Era prohibido. Era perfecto.

    Ella me empujó hacia la cama como si ya no necesitara permiso. Su cuerpo sucio, sudado, cubierto de vello, se movía con una seguridad que me rompía por dentro. Estaba desnuda, desvergonzada, con los senos rebotando, su entrepierna empapada y peluda, húmeda por sí misma, sin necesidad de juegos previos. Era puro instinto.

    Se montó sobre mí. No me dejó mover ni hablar. Me clavó las rodillas a los costados, y me miró desde arriba con esa mezcla de burla y lujuria.

    —¿Te gusta así, pervertido? —me escupió en el pecho—. Toda sudada, sin lavarme ni un centímetro… y tú rogando por olerme.

    Me reí entre dientes, jadeando.

    —Tú me enfermas.

    —¿Sí? Pues prepárate para que te enferme más.

    Se frotó lentamente contra mí, dejando todo su calor, su humedad, su aroma pegado a mi piel. Cada movimiento era una declaración de guerra. Me restregaba su monte cubierto, sus pelos gruesos raspándome el abdomen, su olor invadiéndome por completo. Sudor viejo, jugo fresco, piel sucia. Una tormenta de placer visceral.

    —Eres mío ahora. Mi juguete. Mi perro.

    Me sujetó del cuello, se inclinó, y me obligó a olerla de nuevo, apretando su vientre peludo contra mi cara.

    —Huele bien, ¿verdad? Tan podrida, tan mía… y tú queriendo lamerme como si fuera un postre.

    Me dejé hacer. No tenía opción. Estaba duro, perdido, rendido.

    Ella se tocaba encima de mí, los dedos hundidos entre su vello húmedo, sus gemidos roncos como gruñidos. Bajó su torso, con el cabello pegado a la frente, el sudor cayéndole de los senos.

    —Dime que me quieres así. Que me quieres cochina. Sin bañar, sin limpiar, sin perdón.

    —Te quiero así. Sucia. Asquerosa. Irresistible.

    Ella gritó de placer como un animal herido. Y en ese instante entendí que ya no había vuelta atrás.

    No era sexo.

    Era suciedad sagrada.

    Cuando me harté de verla moverse a su antojo, la tomé de los brazos y la empujé contra el piso, como se hace con las bestias salvajes. Cayó de rodillas, con el pelo sucio enredado, el sudor pegándole al cuello, y los pezones duros colgando bajo la presión de su pecho. Gateó, obediente, pero con una sonrisa torcida, como si hubiera estado esperando que la domara.

    —Eres una perra —le escupí en la nuca, jalándola del cabello hacia atrás.

    Ella se relamió los labios.

    —Entonces trátame como una.

    Le até las muñecas con mi cinturón, firme, sin cuidado, y la jalé por el pasillo como si fuera un animal en celo. Se arrastraba, gruñía, gemía bajo, con la espalda arqueada y las piernas abiertas como una ofrenda sucia. No le di descanso.

    —A tu lugar —le ordené, señalando el rincón junto a la cama, como si fuera su guarida.

    Ella obedeció.

    Me senté en la orilla. Ella gateó hasta mí, desnuda, amarrada, chorreando deseo. Me miró desde abajo, tragándose la humillación como si fuera ambrosía.

    —Hazlo bien —le dije—. Como si fueras mi propiedad.

    Y lo hizo. Con fuerza. Con hambre. Con una entrega que no necesitaba palabras.

    La sujeté de la cabeza. Le marqué el ritmo. La usé.

    —Traga —le ordené, jadeando con los dientes apretados.

    Y ella tragó. Como si fuera un premio. Como si fuera adicta a todo lo que yo era, incluso a lo que otros considerarían despreciable. A mí eso me volvía más bestia.

    Cuando terminó, con la cara llena de saliva y ojos llorosos, la dejé ahí, jadeando en el piso.

    —¿Qué eres tú? —le pregunté, caminando en círculos.

    —Tuya. Tu perra. Tu maldita adicción sucia —me respondió, sin dudar.

    La levanté de los cabellos y la empujé sobre la cama.

    —Y ahora… te voy a marcar como tal.

    La arrojé sobre la cama como si no valiera nada… pero sabiendo que para mí, valía justo por eso: por dejarse tratar así, por ofrecerme su cuerpo sucio, su olor fuerte, su lengua hambrienta, su alma rota.

    Ella jadeaba como una presa dominada, pero en sus ojos brillaba el placer más oscuro.

    —¿Sabes lo que mereces? —le dije mientras me quitaba el cinturón.

    —Dímelo, amo. Dímelo con esa boca sucia que me hace temblar —susurró, retorciéndose con los brazos aún atados.

    —Mereces llevar mi marca. Para que hasta el último rincón de tu cuerpo diga que eres mía.

    Ella sonrió. Esa sonrisa salvaje, demente.

    —Hazlo. Marca esta perra. Déjame oliendo a ti. A tu sudor. A tu piel. A tu maldita locura.

    Me acerqué. La tomé del cuello y la obligué a quedarse boca abajo. Le abrí las piernas. Olía a pecado, a calle, a fluidos viejos, a deseo fermentado. Esa mezcla me enloquecía.

    Saqué el cinturón. No para golpearla. Para pasarle el cuero por la espalda, lento. Para que sintiera cada línea, cada fibra del material.

    —Este olor… —le dije acercándome a su oído— es el mío. Y lo vas a llevar encima hasta que lo ruegues.

    Ella se arqueó como si mis palabras fueran fuego.

    Me escupió con rabia:

    —No voy a rogar. Lo quiero. Quiero que me uses, que me embadurnes, que me dejes con el cuerpo lleno de ti. De lo que otros no soportarían… pero yo sí.

    La marqué con mi olor. La froté. La presioné. Dejé mi sudor, mi esencia, mi aliento caliente en cada parte de su piel.

    Luego la volví a hacer gatear. Le metí el rostro entre mis piernas. No tenía que hablar. Ya sabía lo que hacer.

    Lo hizo.

    Con desesperación.

    Con esa hambre que sólo tienen las mujeres que disfrutan ser propiedad.

    Al terminar, cayó rendida. Y antes de dormirse, me miró con los ojos nublados, susurrando:

    —Ahora sí… soy tuya. Hasta que se me borre el alma con tu olor.

    Desperté y ella ya no estaba.

    La cama seguía caliente. El cinturón tirado en el suelo. El aire aún olía a ella… a esa mezcla brutal de sudor, feromonas, calle y sexo sin control. Pero su cuerpo, su mirada salvaje, su lengua enferma de deseo… se habían esfumado.

    No dejó nota. No pidió nada. Se fue como llegó: descalza, sucia, libre.

    Los días siguientes fueron un infierno.

    Revisé esa esquina cada noche, buscando entre la ropa tirada. Bajé los vidrios del coche esperando ver su silueta. Olí camisetas viejas con la esperanza de encontrar rastros de ella. Caminé por barrios olvidados, siguiendo olores, voces, pasos. Como un perro en celo buscando a su perra sagrada.

    Pero nunca volvió.

    Y sin embargo, la tengo aquí, clavada en la mente. En cada prenda que no huele a perfume, en cada mujer que se muestra sin pudor, en cada vello que asoma donde no “debería”.

    Y aquí estaré. Esperando a otra como ella.

    O tal vez… a ti.

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  • Enamorándome de Dianita (13)

    Enamorándome de Dianita (13)

    Resumen: Paula, Natalia y Dianita se juntan para tratar de arruinar los planes de Sofia, por otra parte, Thiago recibe dos llamadas una de la profesora Violeta y otra de Amanda, Cristian empieza a sentir sentimientos por Natalia, ¿Pasará algo entre ellos?

    El ambiente se tornó intenso en el apartamento de Cristian, con las miradas que Paula y Sofia se daban, pero realmente Paula no le transmitía ningún temor o duda a Sofia, en cambio Dianita si, por lo que Sofia le contesto a Paula con una sonrisa, -me caes bien, tienes buena intuición yo también defendería a mi hombre, pero el asunto no es contigo, cuando abras los ojos, te pondrás de mi lado, yo no soy tu enemiga, pero también voy hacer directa, Thiago me gusta como ya te has dado cuenta, y va hacer mío, te guste o no.

    Paula le encamino a Sofia con furia, pero Cristian al darse cuenta de la situación, le pregunto, -¿Paula cómo te enteraste que estábamos acá reunidos?

    -Si Paula como te enteraste. -también pregunto Sofia intrigada.

    Ah eso, bueno hace rato llame a Natalia para saludarla ya que hemos mantenido la amistad desde aquella ocasión que estuvimos acá, y me comento que Cristian la había llamado porque le paso algo a Diana, pero me dijo que me contaría después, así que decidí venir a ver que le había pasado a Diana y de paso a ver a mi amorcito, abraza y le da un beso a Thiago sosteniéndole la mirada a Sofia.

    Por cierto, ¿Dónde están Diana y Natalia?, pregunto Paula. -están en la habitación de Thiago, contesto Cristian, por otra parte, Natalia y Dianita con la puerta entre abierta presenciaron toda la escena de Paula y Sofia… te dije que esa niña es de cuidado jajaja, reía Natalia, -si es mejor tenerla de nuestro lado jajaja, contestaba riendo Dianita, cuando se dieron cuenta que Paula se dirigía a la habitación corrieron a la cama para hacer como si estuvieran conversando.

    Paula por la puerta entreabierta vio las sombras moverse y sonrió, toco la puerta y entro, puedo pasar pregunto Paula, -si claro pasa le dijo Natalia… me percate que vieron todo lo que paso allá afuera dijo Paula sonriendo.

    -Pero como te diste cuenta. -pregunto Natalia.

    -Fueron muy evidentes, además las sombras en la puerta las delato, pero creo que solo yo me di cuenta ja, ja, ja, ja. -respondió Paula.

    Las tres rieron, mujer eres una leona defendiendo a tu hombre, -dijo Natalia mirando de reojo a Dianita, -la verdad si, Thiago es el hombre perfecto estoy muy enamorada, pero les soy honesta también cansada.

    -¿Cansada? Que quieres decir, -pregunto Dianita.

    Si, es que no es fácil Thiago y yo tenemos una relación hace más de un año, y nunca me ha sido infiel, -al decir estas palabras Natalia y Dianita se miraron disimuladamente, bueno por lo menos yo nunca me he enterado ja, ja, ja, dijo Paula, pero es que casi todas las mujeres quieren cogérselo, y estar cuidándolo todo el tiempo agota, la verdad estoy pensando en pedir refuerzos dijo jocosamente Paula.

    -Pero tu confías en Thiago, él se ve que te quiere mucho. -dijo Dianita.

    -Si totalmente, pero es hombre y en cualquier momento puede caer en una tentación. -dijo Paula

    -Bueno amiga para eso estamos nosotras, somos tus refuerzos como hoy. -dijo Natalia.

    -Ustedes me caen muy bien la verdad, desde hoy seremos las chicas super poderosas ja, ja, ja. -dijo Paula.

    -Pero es en serio las chicas super poderosas, que es esto por Dios ja, ja, ja. -dijo Natalia riendo las tres.

    Se fundieron en un abrazo las tres, pero bueno cuéntenme que fue lo que le paso a Dianita, pregunto Paula, volviendo a tensarse el ambiente, Dianita no sabía si contarle lo sucedido a Paula más por vergüenza que por otra cosa, -es que la verdad me da mucha vergüenza Paula fue algo muy pesado y difícil de asimilar.

    Está bien si aún te sientes con la suficiente confianza para contarme no hay problema, -dijo Paula, -no es eso Paula, al carajo es mejor sacarlo que guárdalo se dijo Dianita, y empezó a contarle todo lo sucedido, Paula se puso la mano en la boca sorprendida de todo lo que le tocó vivir a Dianita por culpa de Tony.

    -Pero Diana tienes que denunciarlo. -dijo Paula

    -Lo mismo le dije yo. -contesto Natalia

    -No chicas, Tony no se va a volver a meter conmigo, Afortunadamente Sofia lo tiene amenazado, solo que ahora estoy en las manos de ella.

    -¿Qué quieres decir con estar en las manos de Sofia? -pregunto Paula.

    Chicas voy hacer totalmente honesta con ustedes, no se extrañen que, en algún momento no me vuelvan a ver compartiendo con ustedes, -porque Sofia te pediría eso, ¿por qué te quiere alejar del grupo? -preguntaba Paula.

    Natalia y Dianita se miraban, chicas hay algo que me están ocultando y no me quieren decir, ¿es por Thiago? -pregunto Paula.

    Entiendo tú preocupación, y quiero ser honesta contigo Paula, no sé si la alianza de las chicas super poderosas va a durar solo unos minutos o toda la vida, -dijo Dianita, el corazón de paula se aceleró, le entraron las dudas y se le vino a la mente el comentario de Sofia “cuando abras los ojos, te pondrás de mi lado, yo no soy tu enemiga”, Natalia abrió los ojos, pensando que vas hacer Dianita no la cagues. Te escucho, -dijo Paula.

    Está bien, Sofia piensa que Thiago y yo tenemos algo, y se siente intimidada por mí, por eso quiere alejarme.

    -¿Y tiene razón Sofia, ha pasado algo entre Thiago tú, que yo deba saber? -pregunto Paula.

    -No, Thiago te quiere mucho, solo tenemos una buena amistad. -le contesto Dianita mintiendo descaradamente.

    -Diana te quiero preguntar algo y quiero que seas completamente honesta conmigo, ¿a ti te gusta Thiago, quiere tener algo con él? -pregunto Paula.

    Dianita no pudo sostenerle la mirada a Paula, delatándose por completo bajo su mirada nerviosa, la verdad, -s… si, m… me gus… ta, contesto nerviosa Dianita por la reacción que pudiera tener Paula, pero no ha pasado nada entre nosotros dijo dejándolo claro enseguida.

    Antes de conocerte, lo quería para mí, pero cuando te conocí entendí porque Thiago está enamorado de ti, si tú me lo pides me alejo de ustedes, no quiero ocasionarte problemas o inseguridades, -dijo Dianita.

    -Tranquila no tienes que alejarte, me dejas tranquila por ser honesta conmigo, sé que es difícil responder una pregunta así. -contesto Paula.

    -Estas bien. -pregunto Natalia.

    Si, la verdad ya presentía que sentías algo por Thiago cuando te vi y escuche cantar en el Bar, pero Cristian disipo mis dudas cuando me dijo que había sido él quien te dijo que eligieras a Thiago, en ese momento te hubiese odiado, pero tú dices ahora que te conozco es difícil hacerlo, pero quiero pedirte un favor.

    -Si claro, lo que quieras. -contesto Dianita.

    -Si llega a pasar algo entre ustedes, que estoy segura que en algún momento pasara, por favor dímelo, aunque me duela.

    -Está bien, si en algún momento llega a pasar algo, que tratare de evitar a toda costa, volvió a mentir descaradamente, te lo diré. -contesto Dianita.

    -Y contestando a tu pregunta, espero y quiero que la alianza de las chicas super poderosas dure toda la vida. -dijo Paula.

    -Nosotras también. -dijeron al mismo tiempo Dianita y Natalia.

    Dianita, otra cosa Thiago no puede saber todo lo que paso en esa casa, no quiero pensar lo que le haría a Tony si se entera, si en el bar casi mata a Tony por golpearte, -tienes razón eso ya lo había pensado, además que Sofia ya me advirtió que no puedo decirle de su advertencia, esto solo queda entre nosotras, ya pensare como vengarme de Tony, -les dijo Dianita y salieron las tres de la habitación.

    Ahora si nos pueden contar como fue que terminaste secuestrada por Tony, -pregunto Thiago, -si tranquilos chicos, les prometí que les contaría, pero antes quiero pedirles una cosa, -no vengas a decirnos que no le hagamos nada a Tony, porque eso no va a pasar tiene que pagar por lo que te haya hecho, -dijo Thiago, -con esas palabras Paula entendió que su novio le gustaba Dianita, y estaba segura que era inevitable que algo pasara entre ellos, si es que ya no había pasado, -se decía mentalmente.

    Chicos esto es con los dos, si no me prometen que dejaran las cosas así, no les cuento nada, -dijo Dianita, está bien, pero nos dices la verdad, no queremos mentiras o verdades a medias, -dijo Cristian.

    Ok, Dianita les conto que ella, estaba en el centro comercial, estaba esperando a Natalia, Thiago sabía que eso era mentira porque él se iba a encontrar con ella, y cuando iba en camino fue cuando Sofia lo llamo, y cuando recobro el conocimiento ya estaba en la casa con Tony, les dijo que la tenía atada, y que ella se defendía todo lo que podía, pero le fue imposible desatarse, que cuando Tony estaba a punto de quitarle la ropa, entro Sofia, y amenazo a Tony que lo tenía grabado y que le había enviado el video a una persona que si no sabía de ella en 5 minutos la policía llegaba al lugar, así que Tony la desato, por eso Sofia y Amber la ayudaron a salir de la casa.

    Y como fue que Sofia y Amber llegaron a tiempo, -pregunto Cristian, -lo que pasa es que yo por pura casualidad llegue al centro comercial con Amber, y vi cuando Tony llevaba cargada a Diana, y empezamos a seguirlos, fue cuando te llame, pero cuando estábamos esperando me acerque a la casa y por la ventana podía ver a Tony, cuando me di cuenta que ya iba a empezar a quitarle la ropa a Diana entramos y lo amenace, ya Diana les conto como, fue cuando llegaron ustedes.

    A esa historia siento que le falta un pedazo, -dijo Thiago, aquí lo importante es que Dianita está bien chicos, gracias a Dios no paso a mayores, gracias a Sofia, -dijo Natalia, creo que ya es muy tarde llevemos a las chicas a su casa, mañana es otro día, -dijo Cristian.

    Pienso que deberíamos separarnos en dos grupos, Cristian porque no llevas a Natalia y a Sofia a su casa, mientras Thiago, Dianita y Yo no vamos en taxi, -dijo Paula, pensando que de esa manera Sofia no podría planear nada para estar con Thiago.

    -De ninguna manera, en mi auto cabemos todos. -dijo Cristian.

    -Estoy de acuerdo, deberíamos dividirnos ustedes viven en la misma ruta, yo en cambio voy en dirección contraria a ustedes, por eso Thiago podría llevarme a mi casa en su moto. -dijo Sofia sonriendo descaradamente.

    -¿Cuál moto? -pregunto Paula.

    -Si amor, casualmente hoy me entregaron la moto que estuve arreglando, se suponía que era una sorpresa, pero paso toda esta situación. -dijo Thiago.

    -Maldición, se lo puse en bandeja a esa zorra. -pensaba Paula.

    Cristian al percatarse de la situación, -no lo veo conveniente Sofia, después Thiago tendría que devolverse solo y es muy tarde, más bien te vas con Natalia y conmigo y Thiago se va con Dianita y Paula, aunque son tres viven relativamente cerca, es más seguro devolverme en mi auto al dejarte en tu casa. -dijo Cristian

    -No se hable mas todo arreglado. -dijo Paula.

    Cristian dejo primero a Sofia en su casa, estaba molesta porque le habían dañado sus planes, se dio cuenta que todos se confabularon sin ponerse de acuerdo para que Thiago no se quedara sola con ella, pero igual no podrían evitarlo por mucho tiempo, estaba segura.

    De regreso había un silencio incomodo en el auto, por lo que Cristian dice jocosamente, -no me había dado cuenta, pero hoy te ves muy linda Naty, la miro y se sonrojo de la vergüenza, -se quedan mirando y Natalia dice, -¿estas coqueteando conmigo?

    -¿qué? No es eso, lo siento si te incomodo mi comentario. -dijo Cristian

    -Cris, sino te conociera diría que estas nervioso, por estar solo conmigo, ¿acaso te gusto? -pregunto Natalia con cara seria.

    Cristian la quedo mirando fijamente, aprovechando que el semáforo estaba en rojo, -ja, ja, ja, te asustaste, solo estoy bromeando dijo Natalia.

    -Y qué pasaría si te digo que… si me gustas, estarías interesada. -pregunto Cristian.

    -¿Qué?, es broma ¿no? -dijo Natalia

    -No estoy bromeando, me gustas Natalia, no te había dicho nada, pero no logro sacarte de mi cabeza.

    -Cristian tu eres un mujeriego, es difícil que te crea, en serio quieres dañar una amistad solo por querer cogerme?

    -Yo no te quiero solo para coger, te quiero para que estés a mi lado.

    Detén el auto por favor, necesito bajarme, no entiendo porque me estás diciendo esas cosas a mi Cristian, -dijo Natalia, pero no puedo parar en la mitad de la calle, -dijo Cristian, si lo sé, mira hablemos allí en el faro, -dijo Natalia, Cristian estaciono en el auto y los dos bajaron, solo estaban ellos el lugar estaba solo.

    -¿Contéstame algo, si te sientes incomoda es porque también tienes sentimientos hacia mí?

    -Eres guapo sí, pero mujeriego, eso no da confianza.

    -Dame una oportunidad, para estar a tu lado y te prometo que nunca te hare llorar, confía en mí. -dijo Cristian.

    Cristian le queda mirando fijamente y da varios pasos hacia Natalia, ¿Qué pretendes? -pregunto Natalia, Cristian siguió y se detuvo justo frente a ella, le acaricia el rostro, -no hagas eso por favor, -dice ella, -aún no estoy haciendo nada, espero lo que sea, nunca me voy a quitar tengo fe de que algún día esos ojitos me van a mirar, -dice él, acerca su rostro y le da un tierno beso, Natalia lo responde, se unen en un suave y cálido abrazo.

    Beso que al pasar de los segundos se va tornando fogoso, sus lenguas se encuentran y se funden en una sola, Cristian acaricia la espalda de Natalia, lentamente empieza abajar sus manos con destino al hermoso culo, se detiene al comienzo del arco donde empiezan las nalgas de Natalia.

    Al sentir las manos de Cristian cerca de su culo, Natalia se estremece de placer, -tranquilo sé que te mueres de ganas por agarrarme el culo, puedes hacerlo, -le dice Natalia, por lo que Cristian no duda y posa sus dos manos en las carnosas nalgas de Natalia, empieza a estrujarlas muy suavemente, sintiendo lo duras que son.

    Natalia acaricia el pecho de Cristian, y suelta varios botones abriendo parte de la camisa de Cristian, mete sus manos y siente la cálida piel, Cristian entiende ese gesto de Natalia que tiene permiso para hace lo mismo, por lo que con sus manos empieza a subir la minifalda de Natalia para sentir su piel, con el culo al aire Cristian acaricia las nalgas y mete sus dedos por las costuras y saca la tanga que está enterrada entre las gloriosas nalgas.

    La toma por la cintura, y la gira ubicándola en el capó del auto, pone sus manos en los senos y Natalia emite un gemido, -Ah, ah, que rico, y arquea su espalda, muy sutilmente Cristian abre la blusa y quedan antes sus ojos las tetas y los pezones que se logran ver erectos a través del sostén.

    Los aprieta y luego hace a un lado la copa del sostén permitiéndole ver claramente el pezón oscuro y erecto, con esto Natalia Siente el aire cálido y húmedo sobre su piel y empieza a sentir una palpitación más sobre su coñito que ya estaba húmedo, acerca su lengua y la pasa muy suavemente por el pezón, para después meterse el seno a la boca completamente, los devorara como si no hubiese un mañana.

    Natalia con su mirada perdida en el cielo oscuro, con sus manos en la cabeza de Cristian lo aprieta contra su pecho, sus piernas rodean la cintura de Cristian, lo que la hace sentir la dura verga, haciendo movimientos pélvicos arriba y abajo, su tanga se pone traslucida de lo mojada que esta.

    Cristian baja muy suavemente acariciando su piel con su lengua alterándolos con tiernos besos, cuando llega al coñito puede ver lo mojada que esta, pasa su lengua sobre la tela y Natalia del placer se agarra sus tetas y las estruja del placer, Cristian tiró de la parte delantera de la tanga y toda la tela se me metió entre sus labios vaginales.

    Comenzó a lamerle toda la piel, los labios vaginales y su lengua se introdujo dentro de su orificio y comenzó a moverla dentro de ella, Natalia sentía un placer tan rico que agarro su propio cabello y comenzó a gemir.

    -No pares, ¡Ah, ah! ¡Qué rico!

    Él entraba y salía, chupando y lambiendo toda su parte carnosa, -¡Qué delicia! Decía Natalia, Su lengua se detenía en su clítoris y pulsaba hacia arriba y hacia abajo, moviéndola y enloqueciéndola más y más.

    Las manos de Cristian apretaban sus nalgas y uno de sus dedos le estaba dando vueltas a su ano, finalmente el éxtasis la alcanzó, y salió disparado de su coñito un chorro sobre la cara de Cristian, bebiéndose hasta la última gota, la respiración agitada de Natalia hacía que sus pechos se inflaran más de lo normal.

    -Ahora es mi turno. -le dijo Natalia.

    Continuará.

    Si te ha gustado el relato, por favor, no dudes en dejar un comentario y una valoración, lo apreciare mucho. Siempre agradezco las muestras de apoyo de los lectores, son muy importantes para mí.

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  • Rafi

    Rafi

    Rafi al sentir el contacto de la lengua del caballero sobre su pipa, muy excitada ya desde el comienzo de la cena, se estremeció de placer, notaba como palpitaba su coño, sintió como manaban los flujos de forma salvaje, Lieto le lamia con avidez sus flujos sentía como la lengua le recorría desde el estrecho boquetito de su culo hasta la pipa una y otra vez.

    Se corrió, gemía de forma descontrolada, agarraba la cabeza de Lieto y la apretaba contra su coño abierto palpitando sintió que de su coño salía un chorro descontrolado de jugos, tuvo un orgasmo bestial que la dejo temblando de placer, los ojos llorosos, la boca babeando, el caballero la vio, paso de su coño a la boca saboreo la dulce miel que salía de su boca, bajo por su cuello gozo de sus pezones, el escupió en ellos los puso suaves los mordía con salvaje placer, Rafi no se recuperaba, después del orgasmo el caballero con su lengua recorriendo todos sus rincones la volvió a ponerla a mil, su coño no paraba de palpitar, su pequeño ojete, tanto tiempo cerrado noto como se abría y se cerraba.

    Rafi estaba descontrolada, empujo al caballero, le bajo los pantalones y como una loba y se abalanzo sobre la polla del caballero, dura, roja, la lamia como una posesa, se la metió toda en la boca, chupaba como nunca había chupado una polla, sin sacarse la polla de la boca se dio la vuelta y le puso el coño en primera plana al caballero, este le azotaba el culo, le metía dos dedos dentro del coño se los revolvía, salía de su coño y le metía los dedos en su estrecho boquetito, el caballero sabia desenvolverse, sabia como ponerla muy puta, ella quería gritar de placer, pero no podía, tenía la boca llena de la polla de Lieto, no la soltaba ansiosa de polla como estaba, sentía los azotes del caballero quería gritarle dame más fuerte cabron.

    Sentía como su coño abierto seguía manado sus jugos inacabables, sigue chupándome el coño cabron sentía su culo cada vez más abierto, quería y necesitaba tres pollas para ella, quera sentir todos sus boquetes humillados ultrajados palpitantes, se volvió a correr con la polla del caballero en la boca, su coño era una fuente de lujuria, de repente oyó como el caballero gritaba y sintió salir su caliente leche a borbotones, no le dio tiempo a tragarla toda se le escaba por la comisura de los labios.

    De su coño seguía manando sus jugos, su coño era insaciable quería más y más y más, notaba como la polla del caballero después de la tremenda corrida que le echo en su boca de puta salvaje caliente y muy guarra, se aflojaba, el caballero la aparto la miro y le dijo:

    –Eres increíble, jamás una mujer me había follado como lo has hecho tú, déjame recupérame 15 minutos y seré yo el que te folle, como se debe follar a una perra tan puta y caliente como tú, porque veo que tu coño sigue ansioso, sigue dando ese jugo que es delicioso, sírveme una copa de vino y dame ese postre que habías preparado y no te vistas, no te duches, sírveme como estas, te has portado como una puta en celo y así has de servirme ahora como puta y si tu coño sigue jugoso no lo toques, yo lo saboreare cuando deba saborearlo, cuando tu coño se calme y adquiera ese olor y sabor de perra caliente y bien follada, entonces volveré a gozar de él.

    Pero esa historia, será contada en otro día, en otro momento, en otro lugar.

    Fdo. Malvado Diplomático

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  • Mia y Kati, madre e hija, dos culos de infarto (2)

    Mia y Kati, madre e hija, dos culos de infarto (2)

    Se puso ella misma de perrito y le he echado una escupida a ese ojete y comienzo la penetración. Qué culito más apretado tiene esta chica y con paciencia se lo fui dilatando hasta que mi glande entró y dio un buen gemido. Le dije que se relajara o quería que se lo sacara. Me pidió que se lo sacara y que se lo volviera a meter, que esa sensación de dolor le había gustado. Repetí aquello una docena de veces hasta que ella misma movía la pelvis y poco a poco se hundió mi verga.

    Me pedía que se la sacara toda y que se la volviera a meter y me dijo: ¡Nunca pensé hacer esto Tony! ¡Me encanta, que delicia! -Esa voz llevaba timbre de erotismo y comencé a taladrar ese culo con la confianza que esta niña lo estaba gozando. Ya estaba buscando mi primera corrida, pues cuando uno tiene ya mucho tiempo excitado, como que uno pierde sensación y le daba a ese culo y me concentraba en esas nalgas y tetas que colgaban libres.

    Los gemidos de Kati me ayudaron a encontrar esa vía y en ese momento me decía que se corría: -Tony me vengo… por Dios me vengo. Oh… Dios, que rica su verga, deme duro, deme esa verga, entiérremela toda… así, así papito… Uff ¡que delicioso! Mis pectorales y espalda estaban sudadas y ese golpeteo se intensificó y el chapoteo de mi verga entrando y saliendo de ese hermoso culo se escuchaba fuerte y todo eso y los gemidos de Kati me llevaron a la gloria y exploté, mis huevos se fruncieron y le escupí tres a cuatro compresiones de esperma.

    ¡Que rica esa corrida! Estuvo fenomenal y ver a esta chica correrse analmente era un incentivo más que deberíamos repetir. Nos fuimos a bañar juntos donde también hubo de todo. Kati se fue bien servida y bastante exhausta esa tarde pues pasamos cogiendo entre descansos breves cuatro horas. Quedamos en volver a coger cuando ella se moviera a su nuevo apartamento cerca de la universidad.

    Y ese día que cogíamos en su cama, me pidió filmar con su celular cuando me montaba a la inversa dándole por ese rico culito. Quería tener algo visual para ella usarlo como inspiración en sus momentos íntimos de autosatisfacción. Me dijo que ahora que vivía a solas podría tener juguetes sexuales y me comprometí a regalarle algunos y ella me dijo que siempre tendría las piernas abiertas para mi cuando quisiera llegar.

    Ahora, con Mia su madre, mi amiga Diana me ha dicho que ella piensa invitarme a un asado a su casa. Me va a decir que a ella ha invitado a Diana y a su esposo y que en una llamada telefónica Diana nos dirá que por algunos motivos no podrá llegar dejándonos solos y que definitivamente Diana sabe que Mia quiere coger, está necesitada de una buena cogida.

    No ocurrió de esa manera, creo que Mia intentaba sacar de todo contexto a mi amiga Diana, para que de ninguna manera ella supiera que se había involucrado conmigo, para no tener cola que le pisen, aunque es algo que se lo quería hacer, pero no con mis pies. Fue una llamada telefónica:

    -¡Hola Antonio! Me gustaría invitarte a cenar a mi casa. Ya que mi hija se movió a su apartamento, siento que esta casa me queda muy grande y silenciosa. ¿Cree que algún día de estos me puede acompañar? (La conversación fue mucho más larga, pero en este formato solo te permiten 4000 palabras por relato).

    -¿Qué te parece si lo dejamos para este próximo viernes por la noche? 6 pm ¿te parece?

    -Me parece bien… dame alguna llamada si hay cambios.

    Esos tres días me daban la pauta de pensarlo bien pues, aunque ya había tenido la experiencia de cogerme hermanas y madres, a mis 58 años el contexto, lo que esto implicaba me parecía a esta edad un enorme peso y más que todo porque me había fascinado coger con esa chica tan linda que es Kati y con la que había quedado otro encuentro y llevarle juguetes sexuales ese sábado.

    Esa semana ya habíamos cogido con Kati en dos ocasiones diferentes, intentar cogerme a su madre ese viernes y regresar con Kati el sábado no me hacía sentirme muy bien. Pero como dicen por ahí que muchas veces nosotros los hombres pensamos con la cabeza de abajo más que todo, el viernes estaba tocándole la puerta a la hora pautada.

    Lo sorprendente para mí era la fuerza de Mia pues, no hubo protocolo absoluto. No sé si ella lo planeo así, lo deseaba así, quizá pensando que no le quería darle vueltas a esto y optó ella ir derecho al grano. Abrió la puerta y nos dimos un beso que parecía éramos pareja de por toda la vida. Esos besos de lengua fueron de un nivel de triple x. No hubo invitación de bebida o de alardear del entorno de su casa. Simplemente nos besábamos y ella me atrapaba del cuello y yo de sus hermosas nalgas.

    Mia vestía un pantalón negro bien suelto y cuando le masajeaba sus nalgas podía sentir los relieves de sus bragas… no era una tanga, era algo así como un cachetero de tela que podría parecer áspera. Solo vestía una blusa desmangada y con un brasier que era obvio y le sostenía sus hermosas tetas comprimidas.

    No recuerdo muchas palabras, pues ni siquiera me invitó a sentarme o tomar algo y me desprendió del cinto, mis pantalones se fueron abajo y, mi verga apareció por una de las mangas de mi bóxer y se escuchaba ya ese chapoteo de una rica mamada. La única frase que repitió varias veces, pues gravaba con mi celular la situación por cualquier cosa y que Mia repetía mientras hacía pausas para respirar y tragarse mi verga: -¡Que hermosa verga tienes! Quiero sentirla en todo mi cuerpo.

    Mia estaba acurrucada mamándome la verga y la levanté para quitarle su camisa y brasier. Era el molde de la chica que me había cogido días atrás… unas tetas sólidas, con unos pezones cafesosos y alargados. Le bajé el pantalón rápidamente y me quedó esa silueta de un cuerpo perfecto y sin quitarle el cachetero sabía que era una raya bien depilada y con unos labios que parecían unos pétalos de rosa. Al igual que Mia yo no tuve protocolos y me fui a invadir su sexo y le hundí mi lengua en su panocha cuando ella estaba todavía parada. Ella ya lo esperaba y abría las piernas como haciendo flexiones y sentí al igual que los de su hija, esos jugos espesos y dulzones.

    Nos devanamos en esa alfombra de su casa como si estuviéramos poseídos y podía sentir los jugos de su vagina emanando. Sabía que se iba a correr y ella como que se quería soltar y me até a sus caderas y le di un lengüeteo frenético a esa panochita que no tenía más que explotar. Se corrió de una manera divina y escandalosa y en español me dijo lo siguiente en esa intensidad de su orgasmo: -¡Esta cuquita es tuya guapo!

    Por alguna razón Mia pensaba que yo era árabe y que no hablaba español. Ella había nacido en El Salvador y había venido por estos lugares cuando ella solo tenía 5 años. Yo no me lo imaginaba pues su inglés es fluido. En ese momento supimos que teníamos el idioma en común y que, por mi experiencia con chicas suramericanas, centroamericana, sabía que me decía: -Mi sexo es tuyo.

    Fue un orgasmo escandaloso que le había provocado oralmente y cuando se recuperaba y nos levantamos me dio un beso de lengua en la boca saboreando sus propios jugos vaginales. Apoyó sus ricas nalgas contra el parte de descaso de los brazos de un sofá de cuero y me haló para que le metiera la verga en esa rica cuca. Levantó sus piernas y le he quitado el cachetero bien mojado y una liga espesa se extendió hasta que se rompió. Mi verga estaba totalmente erecta y le he insertado mi falo sin misericordia y lo ha recibido con un aullido y una pequeña frase: -¡Ay que rico!

    Pasé a un taladreo frenético que Mia se sostenía sus tetas y le di por algunos 5 minutos con sus piernas elevadas apoyadas a mis pectorales y sabía que se iba a correr de nuevo pues su vagina me lo decía. Ese vibrar era rico de su vagina y sus jugos eran muy abundantes y se oía el golpeteo de mi pelvis en sus nalgas y el chapoteo delicioso de mi verga pompeando su rica cuquita. Miraba como me miraba, de vez en cuando cerraba sus ojos y se mordía los labios y me decía: -¡Que rico Tony, dame así, amor, cariño no pares, dame así, si así cariño, dame esa verga mi amor: Allí, allí, allí… no pares, dame, dame, Uff que rico, me vengo, me vengo, vengo… uff.

    Un segundo orgasmo más escandaloso que el primero y podía ver su respiración profusa, su piel húmeda por el sudor de la batalla sexual y en una maniobra de mucha flexibilidad en el mismo sofá, ahí donde uno regularmente descansa los brazos, ahí se volvió a acostar y me pidió que le cogiera la boca de esa manera. Comenzó con mi verga en una mamada rica y luego me pidió que me diera vuelta como prácticamente dándole las nalgas y comenzó a chuparme los huevos y luego me paseaba su lengua en mi perineo hasta sentir su lengüetazos en mi culo y con sus manos me la chaqueteaba.

    Ahí me comenzó a abrir el cielo y ella lo presintió también y me dijo que se lo echara en la cara. Me di vuelta de nuevo, siguió chupándome solo el glande y a masajearme con sus manos los huevos y exploté con una buen corrida que le dejé ir 3 a 4 compresiones de esperma que le llegó hasta por sus hermosas tetas.

    Aquella sala olía a orgasmo y ya que estábamos recuperando la respiración podía ver ese lindo rostro y cuerpo húmedo de Mia. Era muy parecido al cuerpo de su hija, al igual el cabello largo, lacio y oscuro cayendo casi en sus nalgas. A diferencia de su hija que no tenía tatuaje alguno; Mia si lucía unos que recorrían su columna vertebral con algo que parecían jeroglíficos en color negro y algo muy similar en sus hombros.

    Estéticamente se le miraban bien pues odio un cuerpo lleno de manchas que no tengan sentido y que no tengan simetría con ese cuerpo. Mia se volvió a acercar y me sentó en ese sofá y me la volvía a mamar con una felación bien rítmica que me la volvió a parar en un par de minutos hasta que ya no le cupo en la boca. A esta mujer le encanta mamar y que rico es verla como se traga una verga. Y así pasó por unos diez minutos.

    Me levantó y nuevamente buscó el mismo sofá y donde se me puso de perrito y ella me lo pidió: -¡Fuck my ass Tony! (Cógeme el culo Tony). – Miraba ese hermoso culo que prácticamente era el molde de su hija y comencé lentamente a chuparle las nalgas. Se le erizaba la piel sintiendo mi lengua en las paredes y alrededor de sus nalgas. Es una delicia hacerle un oral a este culo, es un culo espectacular como si se lo hubiese mandado a hacer. Desde ese punto miraba esa flor, una flor preciosa que succionaba apretándole el clítoris para sentir sus jugos dulzones.

    Me concentré en ese culo y le chupeteaba y succionaba el ojete, le metía un dedo y me quedaba lengüeteando su perineo, dos dedos y volvía a hacer lo mismo, al principio lento y luego más rápido y mis dedos perforaban ese culo una y otra vez mientras Mia solo gemía y me incentivaba diciéndome cosas: -Quiero esa verga en mi culo Tony, este culo desea tu verga cariño… dámela, no seas malo, dame, verga Tony… la quiero sentir ya mi amor, dame tu verga cariño.

    Así pasamos unos diez minutos y sus contracciones de su vulva me decían que estaba a poco de correrse de nuevo y le asomé el glande y me dijo: -¡Que rico mi amor! ¡Lo quiero todo, métemela toda Tony… si así cariño… Métemela toda hasta sentir tus bolas en mi cuquita! La tenía toda adentro y ella comenzó con su movimiento pélvico y yo dejaba que ella hiciera ese movimiento rítmico y yo de repente la sorprendía con una estocada que el golpe producía ecos en las paredes. A ella le gustaba ese golpeteo fuerte y me pidió que le acelerara el golpeteo que ya sentía que las luces se encendían… Hay veces hacía como que se corría y luego una pausa.

    Nuevamente gemía y parecía que se estaba viniendo de nuevo, pero a la tercera podía ver las contracciones de sus nalgas que no tenían control y se dejó caer con un escándalo que parecía la ahogaban y no dejé de darle verga hasta que de nuevo mis testículos se fruncieron y le dejé ir un par de escupidas de esperma en su culo. Mia bufaba, se ahogaba en su excitación y mi verga salía flácida dejando su culo bien abierto.

    En esta última ocasión ella me invitó a pasar a la ducha y a asearnos. Nos comíamos a besos, ella me chupaba la verga y yo las tetas, ella el falo y yo su cuquita y culo. Nos secamos y fue hasta allí cuando me invitó a una bebida. La verdad que habíamos comenzado con el postre y me había sorprendió y encantado. Mia es una mujer que tiene mucho vigor en el sexo y luego de unos apetitivos nos echamos otro asalto donde ella me montó y de frente y a la inversa me cogía la verga con su cuca y dejando el culo por último.

    Tiene un vigor que creo se habrá corrido seis veces en ese asalto y donde yo me corrí de nuevo en su culo. De hecho, en ese asalto su hija Kati nos interrumpió con una llamada a su madre y solo dio una excusa con la promesa de llamarla lo más pronto. Y ahora pensaba en la cogida que le estaría de estar dando a Kati el siguiente día. Pero con su hija sé que la entretengo mucho con mi lengua y dedos o los juguetes que le pienso llevar.

    Con Mia pasamos unas cuatro horas entre comiendo apetitivos y a nosotros mismos. Fue una cogida espectacular donde al despedirnos me pidió discreción junto a la promesa que cuando yo quisiera lo repetiríamos. Mia a sus 36 tiene esa experiencia en coger y es libre y lo hace rico y al otro lado esta su hija que es más inocente y que parece mas tímida, pero igual es un rico polvo con el cual me voy a entretener hasta que pueda. Si me preguntas con cual me quedo, te diría que por el momento con las dos.

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  • Dama de Noche (cestrum nocturnum)

    Dama de Noche (cestrum nocturnum)

    La noche los envolvió en humo de cigarrillos y el dulce aroma de la dama de noche. Entre cohetes que estallaban en el jardín —luces verdes, rojas—, sus miradas se encontraron. ¿Espías? ¿Amantes? Nadie lo sabía. Solo el rumor de que ambos trabajaban para algo muy grande y de mucha importancia para sus países.

    En público jugaban al juego de las apariencias por lo que, en la recepción, cuchicheaban mientras saludaban a otros como si nada.

    —Esa sonrisa castísima que les das… —le dijo él sarcásticamente.

    —Es la misma con la que anoche me ordenaste arrodillarme. ¿Quién más lo sabe, querido?

    —A veces pienso que todos ya lo saben… y que solo yo soy tan idiota como para confesarlo. —le dijo con voz quebrada bajo el ruido de las copas.

    Él fue acercándose e inesperadamente se agachó para arreglarle la correa del zapato que se le bajaba de la posición. Desde esa perspectiva pudo mirar lo bella que se veía con ese vestido. Ella se sonrojo y le ofreció una sonrisa estúpida que salía nuevamente de su rostro cada vez que lo miraba.

    —Ven—, le dijo incorporándose velozmente y empujándola por la cintura. La llevó a un sitio desolado en la parte final del jardín. Daba la sensación de que estaban un lugar terrorífico.

    El puente colgante sobre el abismo era viejo, las maderas crujían como huesos. Ares la empujó contra el barandal, el vestido de seda de Afrodita se enganchó en un clavo oxidado rasgándolo. Una mirada lo cambió todo, ella misma comenzó a quitarse la ropa. La tela cayó, revelando parte de su pecho, el pezón izquierdo ligeramente más alto, y su seno como una luna en cuarto creciente y ese vientre marcado por un tenue pliegue.

    Él solo quería arrancarle la ropa por completo y besarla. A medida que se acariciaban sus mejillas se sonrojaban y los sentidos se activaron.

    Se besaban muy muy lento, sintiendo cómo todo el cuerpo les hablaba. Él quería ir más rápido, mucho más rápido, y ella solo se dejó llevar, sus besos fueron cada vez más duros y cada vez más intensos. Ella mordía buscando su labio inferior y poco a poco, él percibía como ese mordisco se hacía presente, más y más rico.

    Ares tenía todo el acceso posible.

    —Quieta—, ordenó él, arrodillándose. Le levantó la pierna izquierda sobre el barandal, exponiendo su sexo: labios asimétricos, brillantes como el rocío en la dama de noche. La diferencia de altura hacía que todo se viera distinto, como si mirara a través de un prisma.

    Su lengua dibujó círculos. Afrodita se aferró al barandal con una mano; con la otra, se tocó el pelo o quizá su nuca, ya ni lo sabía. Hasta que él comenzó a acariciar el abdomen de Afrodita, quién le respondía con respiración agitada. El monte de venus estaba muy suave al igual que sus labios húmedos de la excitación.

    Al alzar la mirada se fijó en el “vientre bajo” de ella, un poquito por encima de la casi la perfecta cicatriz de cesaría. Lo que lo ponía todavía más cachondo. Recordándole qué ella era una mujer muy sensual y vivía una sexualidad a flor de piel.

    Él lamía suave saboreando su humedad mientras ella se contoneaba de placer. Sus gemidos comenzaron a sonar cómo música para los oídos de Ares, la verga la tenía durísima y ya sentía que iba a estallar de tanta excitación, por lo que deslizó dos dedos dentro de ella y con el mete y saca suave, fue acelerando hasta notar que por dentro todo se iba hinchando cada vez más. Él podía tocar algo que se sentía rugoso y del tamaño de una almendra.

    Había encontrado aquella zona, suave y dura a la vez como el cielo de la boca, y ella cedió. Un torrente transparente brotó de su uretra, mezclándose con el flujo blanco que ya empapaba sus muslos. Ares no necesitó que lo tocaran: explotó como una supernova, viendo estrellas tras sus párpados.

    Fue una experiencia super orgásmica para ambos.

    —Ahora ven—, susurró Afrodita, vendándole los ojos con su propia corbata. —camina.

    El puente tembló. Por un segundo, Ares imaginó titulares: “Dos espías mueren en acto prohibido”.

    Avanzó descalzo, sin camisa, el viento le azotó el pecho. Cuando la venda cayó, quedó horrorizado: el puente ya no era puente. Las cuerdas eran serpientes y debajo el abismo había un vacío sin fin que olía a azufre y almizcle. La buscó con la mirada, teniendo no solo miedo por él sino también por ella. Y ella… ella volaba, desnuda, con alas de mariposa de color pastel.

    —¿Qué demonios…? —pensó él, pero su dominio seguía envolviéndolo, y eso valía el infierno.

    —Volarás, rio ella.

    El puente se quebró. Ares cayó.

    Afrodita lo atrapó al vuelo. Sus alas cálidas, humanas lo envolvieron mientras descendían hacia un mar de plumas negras.

    —Esto no es caer… es renacer, murmuró ella.

    “Si esto es volar… entonces el infierno queda muy abajo. ¿Me arrastrarás contigo otra vez?” —jadeó con suspenso.

    Ares despertó solo. Las sábanas estaban húmedas. ¿De sudor? ¿De ella? En el cenicero, un cigarrillo a medio fumar aún humeaba. En el espejo del baño, vio un reflejo: ¿Eran sus manos las que aún olían a ella… o las de algún otro Ares en un universo paralelo?

    Fuera, la dama de noche seguía floreciendo.

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  • Relato de una traición (1)

    Relato de una traición (1)

    “Nunca digas nunca”, dice un refrán, y vaya si es sabio.

    Hace mucho tiempo somos amigos los 4 y compartimos viajes, fiestas, momentos, charlas. Muchas veces hemos tocado el tema de las infidelidades en las charlas, incluso juzgando a otras personas por seducir o ser infieles con personas cercanas a su pareja, yo no juzgo jamás pero tampoco he expuesto ningún contrapunto en esas charlas para no quedar como una desubicada y sencillamente asentía u seguía el flujo de la conversación acordando con el resto.

    “Yo nunca haría eso”, decían los otros tres y yo agregaba “¡obviamente! habiendo tantos hombres y mujeres por que hacerlo con la pareja de una amiga”.

    Sin embargo, yo sabía que esas frases estaban cargadas de hipocresía, si bien no pensaba en ese hombre como alguien con quien tendría algo, yo ya había sucumbido a la tentación con otro anteriormente y conocía tantos otros casos que dudaba de que realmente ellos 3 estuvieran realmente convencidos de lo que decían.

    Aun así, para mi internamente, no existía la posibilidad de tener algo con el novio de mi amiga y amigo de mi novio y tampoco pensaba que él quisiera algo conmigo específicamente.

    Pero, siempre hay un pero… las cercanías, los roces, los momentos a solas, comenzaron a generar esas sensaciones internas, ese deseo de estar cerca, de hablar de cerca, de sentir la humedad en mi vagina sin haber tenido un pensamiento sexual y por el solo hecho del momento de cierta intimidad. Eso que ocurre cuando hay deseo, sin que mi cabeza aun lo procesara conscientemente.

    Es como una bomba que se va armando de a poco, como jugar con cosas inflamables, hasta que una chispa desata el incendio.

    Esa chispa, minúscula pero disparadora, ocurrió en nuestras últimas vacaciones, en Tailandia.

    Los cuatro en el agua tibia y transparente, en un paisaje de ensueño, preparándonos para una foto que le pedimos a un extraño que nos saque con mi celular, sentí que él me tomaba de la cintura para atraerme hacia atrás para encajar mejor en la foto, pero su mano me tomó diferente a otras veces, también el alcohol en abundancia que todos habíamos tomado durante el día nos daba cierto atrevimiento en nuestras acciones, así que me deje arrastrar hacia atrás y ayudé incluso hasta hacer tope con él.

    Nadie vio nada extraño, en la foto solo se me ve delante de él, mi amiga a mi lado y mi novio detrás de ella, nada raro, salvo que yo sabía que la distancia entre el novio de mi amiga y yo no era la misma que la de mi amiga y mi novio, yo había sentido su pito apoyarse en mi nalga izquierda y yo sabía que yo me había dejado arrastrar a ese punto. Yo sabía también que mientras el extraño se tomaba su tiempo para tomar la foto, ese pito había comenzado a ponerse duro, había latido contra mi culo mientras nuestras caras sonreían para la foto.

    Fue algo de un momento, pero como dije antes, la chispa que inició todo.

    No hubo miradas cómplices ni conversaciones que tocaran el tema, pero ambos supimos lo que había pasado ahí.

    A partir de ese momento, nuestros momentos de cercanía eran algo más cercanos que antes, buscábamos generar esos momentos, mi cuerpo recordaba y me excitaba con sus habituales caricias que nunca era subidas de tono, eran las habituales, pero ahora se generaba cierta electricidad entre ambos.

    Lo siguiente que ocurrió, ya de regreso, estábamos compartiendo con amigos una tarde de asado y piscina y estando ambos en la piscina y hablando con otros amigos, él estaba dentro del agua, pero apoyado sobre el costado con el agua hasta debajo de su pecho, sus piernas estaban abiertas, yo me acerqué para participar de la charla, el agua estaba en movimiento, a mí me llegaba hasta casi el cuello, por lo cual mi estabilidad no era muy buena, me movía mucho.

    En un momento, yo quede entre sus piernas, seguíamos conversando, pero sentí nuevamente su pija, debajo del agua, erecta, dura, rozar con el costado de mi cadera.

    Esta vez mis pensamientos se nublaron, dejé de aportar a la conversación, toda mi atención paso a ser su pija, ¿por qué ya estaba dura? ¿acaso él estaba deseando que yo me apoyara en él? ¿estaba ya fantaseando conmigo?

    No pude evitar dejar que el agua me moviera y generar más roces, ya sentía mi vagina mojarse internamente, disfrutaba de cada contacto de su pito duro con mi cadera.

    El seguía conversando como si nada, yo en cambio estaba super caliente y no podía casi interactuar en la charla. Para colmo, como yo me movía, sentía como su pito daba saltos cada vez que tomaba contacto conmigo sin que nadie lo viera.

    Ya a esa altura yo deseaba que se fueran todos y poder agarrar esa pija dura y pajearla y chuparla como una desesperaba, mis pensamientos en ese momento fantaseaban esas cosas, mientras el resto hablaba de ¡vaya a saber que!

    Esa noche yo garché como una loba con mi novio, estaba super excitada, se la chupé con los ojos cerrados imaginando que se la chupaba a nuestro amigo.

    A partir de ahí, algo cambió, las caricias eran diferentes cuando estábamos a solas, las conversaciones tocaban tomas sexuales más a menudo que antes, nuestras miradas eran diferentes, con cierta complicidad.

    Yo sentía culpa, por supuesto, pero el deseo era cada vez mayor.

    Siguió un viaje a Puerto Rico, al segundo día, mientras mi novio y mi amiga se fueron a supermercado a comprar provisiones, nos quedamos como tantas otras veces, solos.

    Yo tenía puesta una remera sin mangas holgada, no llevaba corpiño debajo, día de muchísimo calor, debajo un short muy corto. Él estaba con un short de baño y nada más, su torso desnudo, algo sudado. pero emanando un rico aroma a perfume.

    Sentados ambos en un banco a la sombra en el patio nos pusimos a conversar. Cerca el uno del otro, de pronto veo su mirada posada en mi escote, no digo nada, pero sé que está deseando que me mueva de alguna forma donde mis tetas se dejen ver más.

    Se que de costado mi remera va a dejar ver más si me inclino de cierta forma, me estiro hacia adelante para tomar una lata de cerveza y adrede estiro el brazo que esta de su lado.

    Atenta a sus movimientos me giro al momento exacto para atraparlo mirándome, inmediatamente apartó la mirada, pero era tarde, lo había expuesto demasiado obvio.

    “¡Me estas mirando las tetas!”

    Su mirada cambió y para mi sorpresa no anduvo con rodeos.

    “Si, ¡y no me vas a decir que te moviste así sin querer! somos grandes Ro, estamos solos y no necesitamos caretearla ya, los dos nos tenemos ganas”

    La verdad es que no esteraba semejante confrontación, pero tenía razón, llevábamos un tiempo ya con esos juegos de seducción y somos grandes.

    Pero aun así quise segur jugando a la sorprendida.

    “¿Te excitaste con mis tetas?” le pregunté, con todo el morbo del mundo en mi cabeza y mirando a su pija mostrándose parada debajo de su pantalón.

    “Que a mi se me vea la excitación y a vos no, no significa que no estemos igual de calientes” me respondió, al mismo tiempo que se acercaba y me hablaba más de cerca.

    “Si, en este momento solo pienso en que quiero sacarte la remera y chuparte las tetas Ro. Se sincera y decime que estás pensando vos ahora”. Esa última frase me lo dijo tan cerca de mi cara que pude sentir su aliento en mi boca.

    “Que esto está mal pero tenés razón, hace rato que nos venimos calentando el uno con el otro y ya sabes como soy en ese aspecto porque lo hablamos mil veces, si, estoy pensando en que me chupes las tetas y chuparte la pija, hace rato que fantaseo con eso, me masturbe muchas veces imaginándomelo e incluso se la chupe a Héctor imaginando que era la tuya”.

    Se que fui hasta obscena en lo que le dije, pero estaba muy caliente y teníamos demasiada confianza.

    Lo siguiente ya fue besarnos apasionadamente, mientras nuestras lenguas se entrelazaban me quitó de inmediato la remera y sus manos masajearon mis tetas, las apretaba haciendo que mis pezones se pusieran cada vez más duros.

    Yo llevé al mismo tiempo mi mano a su pija que tanto deseaba. Primero por sobre su short pero rápidamente se la saqué para pajearlo mientras nos besábamos.

    Estaba dura, venosa, llena de líquido preseminal que pegoteaba mis mano. Yo lo pajeaba con fuerza y velocidad y él me chupaba las tetas haciéndome calentar como nunca.

    Sabíamos que no teníamos tiempo de garchar, pero estábamos tan excitados que debíamos saciarnos antes de que llegaran mi amiga y su amigo.

    Él bajó sus manos para introducir sus dedos en mi conchita que estaba empapada en ese momento, abrí mis piernas para recibir sus dedos que se introducían y masajeaban mi clítoris con maestría.

    Yo se la quería chupar pero la posición no me lo permitía, el me estaba chupando las tetas como un desesperado, me decía las pajas que me había dedicado después de cada roce de su pija conmigo desde ese primer día en Tailandia, las ganas de chuparme las tetas, lo puta que yo era, que me quería hacer el culo al tiempo que uno de sus dedos se metía en mi ano mientras seguía masturbándome.

    Yo estaba en el paraíso y me dirigía rápidamente a un orgasmo, me moría por hacer que me acabe en la boca pero no podía ponerme en posición, solo lo pajeaba alternando fuerza y velocidad con pasar suavemente mis dedos por su glande todo pegajoso.

    “Hijo de puta, me vas a hacer acabar… ahhhg” y exploté en un hermoso orgasmo haciendo que le apriete con mi mano la pija que latía dura y venosa.

    Ni bien me recompuse del orgasmo me agaché y fui directo a su pija viendo que él también estaba por acabar. Me la pasé por la nariz y olí profundamente disfrutando cada centímetro, me encantaba sentir esa pegajosidad en mi cara mientras lo pajeaba y se la empecé a chupar como una desesperada hambrienta de pija, la metía y sacaba fuerte y rápido de mi boca pajeándolo y masajeaba sus bolas con la otra mano, jugué con mi lengua en su glande rodeándolo.

    No duró casi nada hasta que los potentes chorros de leche saltaron dentro de mi boca. Yo succioné y tragué hasta que no salió mas semen y se la dejé completamente limpia.

    En ese momento escuché llegar el auto, corrí hasta el baño, no podía recibir a mi novio y mi amiga con tanto olor a pija y semen en mi cara y manos.

    Alejandro se quedó lavándose las manos en la cocina.

    Y ahí estábamos luego los 4, charlando como si nada preparando la comida, tomando cerveza y riendo como siempre, pero dos de nosotros con la consciencia sucia, habíamos hecho eso que siempre dijimos que nunca haríamos y sabíamos que no iba a terminar ahí.

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  • El accidente

    El accidente

    Mikaela y Juana son dos de mis cuatro nueras, y las que vivían más cerca de mi apartamento. Otra vivía en el interior rural del país y la mayor en España. En febrero del 2023 tuve la desgracia de ser atropellado por una moto, ocurrió en el centro de la ciudad mientras iba a cambiar el celular por uno más nuevo. La cosa es que aparte del cuerpo magullado lo más grave fue la fractura expuesta de mi pierna izquierda qué a mis 52 años llevó más de siete meses de recuperación. Yo trabajaba en una oficina pública pero obviamente en esas condiciones estaba impedido de hacerlo y el relato se basa principalmente en los últimos dos meses de dicha convalecencia.

    Yo estaba viudo desde hacía casi 3 años por otro accidente de tránsito que no voy a relatar porque no viene al tema. Lo que si viene es que tanto Mikaela, como Juana se turnaban para cuidarme durante la estancia diurna, porque a la noche si aparecían mis hijos, después de su jornada laboral. Mikaela lo hacía por las mañanas después de llevar a mi único nieto al jardín y Juana lo hacía después de mediodía.

    La primera no asistía siempre, si cuando la necesitaba que en un principio era casi a diario, pero pasado el tiempo era más bien para saludar y ver si todo andaba bien, y yo intuía que casi necesariamente porque se lo pedía mi hijo Eugenio, sin embargo, Juana casi vivía las tardes conmigo al menos hasta las 6 que era cuando se marchaba a hacer mercado y preparar la cena para Eduardo mi hijo menor.

    Ella tenía veinte y cuatro años en aquel momento y lo recuerdo bien porque los celebró conmigo y un pastel de chocolate amargo que en verdad no me gustó, aunque fingí que sí. Bueno para abreviar debo reconocer que el principio no fue nada fácil y a mi mal humor se le sumaba el dolor físico que a veces era terrible y se confundía con la idea de depender de aquellas muchachas para los quehaceres personales, fue algo deprimente para mí.

    El tiempo pasó, los dolores disminuyeron y debo admitir que la presencia de aquellas chicas animó mis días, en especial la del turno de la tarde.

    Charlábamos de lo que fuera, jugábamos a las cartas, al ajedrez, al dominó. Tomábamos mate, te, café… En fin, fue adorable. No me arrepiento de lo que pasó, y me hago cargo de lo mío y cuando digo eso digo de lo que propicie, de lo netamente intencionado tanto de lo que hice, como de mis palabras. Pero también acontecieron hechos casuales como la tarde que estaba tomando un baño y resbale de la silla de plástico donde estaba sentado.

    La señorita Soria como solía llamarla cuando estábamos solos acudió de inmediato a mi auxilio, ayudo a incorporarme y contempló mi veterano cuerpo desnudo, ante mi total y desmesurada vergüenza, secó mi piel tullida con especial cuidado en mis genitales y sentí morir de placer.

    Debió haber sido menos de un minuto pero para mi fueron veinte, la sangre me inundó como una ola salvaje y debió notarse en mis ojos desencajados porque los vi en el espejo empañado, los vellos del pecho se encresparon como púas y la verga corcoveo ante los atónitos ojos verdes de la joven morocha qué no supo que hacer. Salió del baño mojado ante mi suplica y yo salí mucho después ya vestido y con la boa domada me deshice en disculpas.

    –Estas cosas suceden don Cacho. Tranquilo. Pidió aquella chica que hasta esa tarde no había visto como mujer. Mi mirada mutó lo sé, pero la de ella también y aunque no sea argumento de peso para evitar la culpa de lo que estaba por pasar debo mencionarlo.

    Los días siguientes no fueron iguales, aunque pretendimos pensar que si. Las rutinas al menos si lo eran, claro que dentro del dócil suegro habitaba una bestia impiadosa qué había despertado la mano inexperta de aquella hembra veinteañera qué llevaba la sortija de mi hijo menor.

    El almanaque rascaba octubre pero el calor aún no se había instalado, de mi total incapacidad solo quedaba una renguera evidente y aquella tardecita Juana había llegado estrenando una falda entablillada negra como la noche más oscura a tono con su cabello lacio azabache y los hoyuelos qué provocaba su sonrisa se hicieron más visibles cuando dije:

    –¿Te escapaste de la escuela?….

    –No… Vine a ella. Respondió sin dejar de reír.

    Un torbellino imparable de calentura circulaba en el living, la boa cabeceba debajo del jogging y tuve que ocultara con un cojín del sofá en mi regazo, estaba perdido. Las púas retornaron a mi pecho y la mirada se clavó en las ancas fibrosas, macizas y pardas de la fémina qué no paraba de posar con esa figura quimérica qué incendiaba el mismo infierno. Estaba turbado.

    –¿Querés jugar a las cartas? Balbucee.

    –Si apostamos algo si. Respondió la señorita Soria, acomodándose el cabello.

    –¿Qué querés apos…

    –Lo que sea. Interrumpió.

    –En ese caso, lo mejor es que vayamos al cuarto. Le aconseje con malicia mientras el miembro se sacudía violentamente, como presintiendo qué iba a alimentarse de esa carne fresca, deseosa, apetecible.

    Estaba exultante, hubiera saltado la mesa ratona qué me separaba de ella y le hubiera colocado la pija entera en la boca pero en vez de ello fui rengueando a la habitación con la erección más potente que recuerde haber tenido y me tumbe boca arriba en la cama, vestida sola de sábanas. Juana llegó, y cerró las cortinas qué estaban un treinta por ciento abiertas, una especie de resolana ocre camuflo la pieza de un silencio que se desquebrajaría pronto. Se quito el top color marfil y los senos brincaron sutilmente amordazados por el brazier. Dejó caerse a mi lado mirando las aspas del ventilador que colgaba del techo, testigo de las respiraciones agitadas.

    Nos besamos como amantes desenfrenados, poseídos por el morbo más brutal al que haya conocido y sucumbí ante aquella grieta aguada, corrí sus bragas hacia un lado y le comí los pliegues con la abismal desesperación de un marido abandonado, una pareja mata de pelos en forma rectangular nacía hacia arriba y les puedo asegurar que la lengua llegó hasta ahí, los berrinches insostenibles de la señorita inundaron la habitación y hasta hoy siento los arañazos en la nuca y el sabor amargo de sus jugos en mi garganta. –¡Suegrooo! Gritaba temblando la multiorgásmica.

    Pero claro que queríamos más y fuimos por ello, las bragas cayeron río abajo junto con la falda. Ya completamente desnuda y lubricada a lengua abrió sus piernas, coloque la ancha y amoratada cabeza de mi verga en sus labios rosa, húmedos, sus ojos dilatados denotaban temor y las manos en mis muslos frenaban la embestida. Fui cuidadoso, después de todo era la mujer de mi hijo pero la penetre firme. Despacio pero firme, los veinte y dos centímetros de miembro grueso y venoso, desaparecieron por completo entre aquellos pétalos divinos, que se estiraron para dejar pasar el mastodonte impetuoso qué clavaba a la señora de su hijo.

    La visión de las posaderas de esa hembra hamacándose encima, aun me perturba. La piel canela brillosa batiéndose en gimoteos grotescos no fueron fácil sacar de mi mente, al menos no tan fácil como la sortija del dedo, que escuche caer y rodar por el suelo antes de perder la cordura y vaciarme en ella.

    Los sonoros gemidos de mi nuera sonaron toda la tarde y sonarían las tardes venideras. Aquella función la repetimos por casi un mes, después dejamos por casi un año. Aunque a veces en especial cuando tiene alguna pelea con mi hijo, viene a pedir consejos, yo por supuesto se los doy y regresa feliz con él, hasta que se pelea nuevamente.

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  • Crónica de una seducción a la tía

    Crónica de una seducción a la tía

    Los que somos hijos de padres separados están siempre sufriendo el desarraigo, llevados de uno a otro domicilio según disponen los arreglos o desavenencias de nuestros progenitores, lo dicho en buen romance una especie de elemento que sirve para presionarse uno al otro. Sobre todo, cuando no tenemos edad para opinar, solo somos las consecuencias de una relación disruptiva.

    Es la presentación de, a mis jóvenes dieciocho años, se me autorizó a decidir con cuál de los dos decidía convivir, por razones privadas que exceden el marco de este relato serán ignoradas. Solo basta decir que retorné luego de casi diez años al lugar donde correteé los primeros ocho, al tiempo de esta historia, era el domicilio paterno y su nueva pareja, que al respecto también se generó una historia inquietante y tórrida con mi “querida madrasta”, aunque para los efectos de esta historia, la protagonista es la hermana de esta, que llamaremos la tía Liliana o Lily como le decimos en familia.

    La tía, Liliana, hermana de la pareja de mi padre (de ese momento, es decir dos parejas antes de la actual, suelen decir que ser mujeriegos está en nuestro ADN), volvamos al surco del relato, mujer de buen ver, cuarentona, muy atractiva y sexy, tanto así que la primera vez que nos presentaron, la miré y pensé “me gustas, vas a ser mía”.

    Vive en el mismo edificio, dos pisos más arriba, por eso nos encontramos con cierta frecuencia en el ascensor, en la calle o en algún otro sitio, luego de unos meses ya no disimulaba en mirarla de forma harto descarada e insinuante, para que no tuviera ninguna duda de cuanto me gustaba, siempre le dedicaba alguna frase para halagarla o algo sugerente que la dejara pensando, prefería pasar por atrevido y recibir una bofetada, que quedarme con las ganas de hacerlo, pecar por intentar es mejor que lamentarse por no haberlo intentado.

    Cada mujer tiene su momento, pero hay que estar en el lugar adecuado, en el momento preciso, en ese instante cuando se produce ese quiebre emocional, es el ahí y ahora. Si se detiene el tren, hay que subirse ya, si no sigue su marcha y es probable que no se detenga más en tu estación. No perder el tren debe ser la premisa, si se detiene agarrarse fuerte a como dé lugar.

    A esta máquina infernal, Liliana, la tenía “rejunada” (calada), cuando la miraba se me hacía agua la boca, me la comía con los ojos, soñaba con ella, estaba presente en todas de mis fantasías nocturnas, alguna amanecía con los rastros de una acabada en seco. La tenía en la mira. Me llenaba el ojo y ocupaba mis sentidos.

    Indagué sobre su vida y su entorno. Le gustaba la música melódica, las rosas rojas, el vino borgoña, las frutillas, los bombones de licor y la literatura erótica: Una romántica hot.

    Confidencialmente el portero, del edificio averiguó, favor mío mediante, que estaba pasando por una crisis afectiva, creía que debía estaba separándose de un novio pareja, al menos por este tiempo, porque al señor en cuestión hacía más de un año que no se dejaba ver por el edificio.

    Conociendo sus horarios, empecé a circular por sus mismos horarios de llegada del trabajo, para encontrarnos causalmente. Hasta que… una tarde, viajando juntos y solos, en el ascensor, puse en ejecución el “plan B”. Llamo su atención una vez más, cuando paramos en el piso catorce, la retengo de la mano, y entrego una rosa, roja. Sorprendida, sonríe y acepta. A cambio pido tomar un café.

    Espero la respuesta, quedamos ambos tomados del tallo de la flor. Se detiene el tiempo. Nos miramos.

    No hay palabras… de repente dice:

    —Está bien… pero no tengo tiempo de salir. Excusa, para zafar.

    —No es necesario, si bajas al 10 lo preparo yo, no quedó nadie en casa. –énfasis en la última frase para que no haya dudas de que estaba solo.

    —Sí que sos persistente. Bueno… el diez…

    —“B”, diez B, de buena…, como vos.

    —Bueno, me cambio y bajo…

    —Como te gusta… ¡Con crema!

    —Sonríe, sabe que averigüé cómo le gusta tomarlo, dice:

    —Sí, ya sabes cómo. Espérame y.… no desesperes…

    Desciendo veloz como el viento, escaleras abajo, saltando de a dos escalones. ¡Esta es la mía, hoy sí, hoy sí! Llegó el momento, la tengo que seducir. El escenario estaba listo para cuando se diera, el café está listo cuando llama a mi puerta.

    —Pasá, te estamos esperando…

    —¿Quiénes?

    —¡El café… y yo!

    La hago pasar a la kichinet, suave melodía como música de fondo. El aromático café y el reducido espacio dan a la situación un toque intimista y romántico. Bien próximos, el espacio lo amerita, pongo la taza en su mano, pregunto:

    —¿Está a tu gusto?

    —Totalmente, exquisito, como me gusta saborearlo, asoma esa lengua tan prometedora.

    La invito a pasar al living, mientras sigue desgranando melodías románticas el cd comprado esa mañana, el que más le agrada, bombones de licor… ese fue el golpe de gracia. Se aflojan las defensas, se rinde la fortaleza, relajan sus frenos morales, puedo adivinar hasta sus más íntimos pensamientos: – es hábil este pendejo, me tiene en su trampera y no me suelta, es joven, yo tengo ganas no le hacemos mal a nadie, pues “adelante con los faroles” que este pendejo tenga si día de fiesta, se lo ganó merecidamente por su perseverante. Qué me disfrute y me haga disfrutar.

    Si no fue así su pensamiento diría que casi, casi.

    La conversación discurre por varios temas baladíes, hasta que fue el turno de incursionar por los gustos, aficiones y la vida personal de cada uno. Primero yo, le cuento que estuve de novio, pero desde que vine a vivir con papá cero mujeres, que desde que llegué al edificio ella “me movió la estantería” (desestabilizó).

    Ella tiene una hija de recién casada, estuvo casada y recientemente separada de una segunda pareja. Trabaja en la empresa familiar con su ex esposo y transita el duelo del ex marido y ex pareja.

    —Estoy sola desde hace poco más de un año, bueno sola y sin… bueno… eso que te imaginas.

    Tomamos la segunda copa. Al sacarse la mochila de la confesión, se va relajando y poniendo más mimosa y confiada. Se quita los zapatos de tacos altos, recoge las piernas y se sienta en el cómodo sofá, sobre ellas, una actitud de sensual intimidad.

    La veo hacer y me arrodillo, tomo sus manos y las beso, apoyo mi cabeza en su regazo. No hablamos, para qué, no es necesario. Me acaricia la cabeza, con ternura. Se estremece cuando acaricio sus muslos.

    Cierra los ojos, mira con el alma. Los pechos se le elevan, agita la respiración, estremece el cuerpo por mis caricias, más osadas y ardientes. Transitamos un camino sin regreso, mi deseo tiene solo boleto de ida para viajar por el cuerpo de Liliana.

    El ambiente, es propicio, tomada en brazos la llevo al dormitorio, sin preguntar. Sobre el lecho, nos miramos por primera vez, nos leemos el deseo y la pasión contenida. Nos entendemos.

    Tácito acuerdo, se levanta y me regala el espectáculo de un desnudo a medida de mi calentura. Se va sacando una a una las prendas, el vestido ajustado, las medias, con portaligas. Quedan solo el soutién y una breve tanga negras.

    Venía vestida para matar. Se desprendió el soutién y después la tanga, inunda en el ambiente su aroma de mujer, qué caliente se sentía. Se muestra para que regocije mis ojos anhelantes inflamados de lujuria y deseo.

    Es mi turno, me desnuda. Primero la camisa, luego cae el pantalón, el slip derrotado por sus manos a mis pies en la caída final. Tiene manos hábiles para las caricias, llega al miembro erecto, acaricia y se arrodillada ante el tótem fálico, ofrenda su adoración, besa con golosa avidez. Prodiga una profunda mamada, metiéndose cuanto pudo del aparato en su cavidad bucal halagando al huésped con la lengua, haciéndome gemir.

    Es tiempo de demostrar mis habilidades, saber encontrar sus zonas más erógenas. De espaldas, sobre el lecho, espera. Manos ansiosas y labios sedientos de ella, voy dejando un rastro de saliva en su cuerpo. Me inicio en el cuello, paso por los pechos agitados, descanso en cada uno de los gruesos pezones, rosados y erectos. Salgo del oasis para incursionar en el páramo del vientre plano y endurecido por el gimnasio, me extasío en la orilla de sus olas.

    Llego al triángulo angelical, negro follaje enrulado que cubre el prólogo de la entrada dulce y secreta. Un beso mágico grita el: “Sésamo ábrete”. Se abre, entro, beso y con la lengua tomo el delicado elíxir del cáliz de su sexo.

    Saciada la sed en los jugos de su ser, voy a los labios afiebrados por la espera, las bocas se buscan las lenguas se enredan. Dejo en su boca sus sabores femeninos, los degustamos, mucosas en contacto, transfusión de salivas en la profundidad del beso. Sus manos abrazan las uñas se clavan en mi espalda, dejando las huellas de su calentura. Mis manos agarran a sus nalgas con fervor, se van perdiendo entre los glúteos, buscando en la oscuridad, el húmedo túnel del amor.

    Separados un instante, nos miramos, rendición incondicional. La necesito tomarla toda, toda.

    Asiente, dejando expedito el camino para mi deseo, dice:

    —Amor, yo soy y cuando el deseo me puede, como ahora con vos, quiero ser una “perra”. Soy “tu perra”, haceme tu perra, ¡por favor! ¡cogeme!

    —Tu deseo es el mío. —Sellamos el pacto con un profundo beso de lengua, hasta agotar el aire.

    Abro sus piernas, toma la poronga y se la mete en la vulva entre los labios, presiono. Nos besamos nuevamente y en simultáneo se la mando toda de un golpe, hasta el fondo. El beso ahoga el quejido por la entrada tan profunda, estrecha por falta de uso, pero bien húmeda, le entró toda.

    Abrazadísimos, enredados en el desenfreno, sacudíamos en cada embestida, sentía todo el rigor de la penetración, motivada para tomar nuevos ímpetus y colaborar en la impiadosa cogida hasta brutal y violenta, por momentos. Disfruta a rabiar esta forma de “cogernos”.

    En la calentura indescriptible sacó la “perra” que lleva dentro, gritando y gime y grita:

    —¡Me gusta!, ¡cómo me gusta!

    —¿Tanto?

    —¡Más, más!… ¡me gusta, cómo me gusta! —vocifera ansiosa— ¡Reviéntame, mátame!, “haceme de goma”, dejame la concha hecha flecos. ¡Soy tu perra, rompeme toda, hasta el fondo! —recorría todo el vocabulario obsceno, disfrutamos el delicioso encanto de grito procaz como un merecido elogio a la gran cogida que le estaba dando este pendejo.

    Acicateado por estas dulces obscenidades, empujé como para partirla en dos. Mi pija no es muy larga pero lo suficiente gorda para expandirle las paredes de la “canaleta”, y vaya si estaba sintiendo que quería partirla, pero no aflojó, desafiaba más. Había encontrado la horma de su zapato.

    Arqueó su cuerpo apretándose al mío, se tensó y acabó ruidosamente, más de una vez. Seguimos, sus patitas elevadas, tomados de los tobillos, uno en cada mano, accedo a lo más profundo de su ser. Empujo con fuerza, se queja, empujo más fuerte tomado de las caderas, y el cuerpo sobre sus piernas bien dobladas sobre su pecho. Literalmente encastrados hasta sentirla vibrar…

    Saboreaba el primer orgasmo, las entradas más violentas por la nueva posición la llevaron a una seguidilla de orgasmos, imparables, implacables, desbordando su razón y descontrolando sus movimientos.

    Gozaba una nueva serie de orgasmos, igual de ruidosos, cuando le acabé adentro, abundante y caliente semen. La besé para silenciar los gritos, hasta me mordió los labios, desesperada por lo intenso del orgasmo.

    Quedamos “regalados”, rendidos, fatigado por lo intenso de la entrega, unidos en mi carne hasta que agotó su transfusión de esperma. No queríamos desacoplarnos, cansados, muy sudados, muy calientes.

    De costado, enchufados, gozando del bien ganado relax. En este estado de cosas el miembro fue retomando su tonicidad por el afrodisíaco verbal que me daba.

    Boca abajo, el culo es una ofrenda fantástica, pasmado, mirándola. Abro las nalgas, el dedo enjugado en su concha toma el semen para lubricar el “redondito”.

    No dice nada, solo espera. Sabe lo que viene ahora, espera y volteando la cara dice:

    —Es tuyo, te quiero adentro. Solo una vez me lo hicieron torpemente, me dolió, no quiso repetirlo. Hacelo de una vez, antes de que me arrepienta.

    Con la cremita, el dedo fue haciendo camino. La cabeza en el ojete humedecido, estrecho, pero cedía a la presión y enseguida pude penetrarla completamente.

    Gocé mucho cuando entré todo en ella, quedé un ratito moviéndome muy poquito, pero todo a fondo. Un placer de puta madre, inigualable, lo máximo.

    —Duele, duele, pero te estoy gozando, ¡cómo me lo agrandás, hijo de puta!, ¡rómpeme el culo!

    Un pedido así es una orden. La cogida fue inolvidable, doblaba el vientre y presionaba las rodillas contra el lecho, para que la cola acompañara mis empujones. Nos mecíamos en armonía, parecía que cada vez entraba un poco más adentro. Culeamos como locos, no sé cuánto duró el increíble traqueteo.

    La mano de ella y la mía se unían debajo para ayudarse en el clítoris, gime ahogada:

    —¡Ya!, ¡ahora!, ¡dameee!

    El vía libre para liberar el dolor de testículos producido por este largo polvo. Llegó la liberación en la profusa acabada. Angustioso quejido anunciaba otro orgasmo de Liliana, ¿anal?

    Descansé al fin, dentro de ella. De costado, abrazada por el vientre, para cuando retomé la conciencia estaba afuera de ella.

    Nos levantamos, duchamos, comimos, ya era de noche. Nos acostamos y dormimos, bueno es una forma de decir, porque hicimos nuevamente el amor, más suavemente. Pasamos juntos la noche.

    Al despertar, el buenos días fue una chupada de pija y la respuesta un polvo en su dulce conchita.

    El recuerdo de Liliana en esa noche de amor, es como un dios pagano forjado en mis entrañables recuerdos. Un reflejo de mí mismo, suave, terso y grande por mis deseos, estatua erigida en mi alma a la memoria de esa noche de amor.

    Qué noche aquella, llena de ternura y de misterio. Jamás podré borrar el encanto doliente que había en su mirada, sintiéndome en sí cuando mi sangre convertida en cálido semen se derramaba en su intimidad de hembra en celo.

    Volvimos a la realidad, cada uno para su casa, pero lo nuestro pervive. Nos amamos, nos pertenecemos en cuerpo y alma. Cuando vuelvo a la casa de mi padre, siempre me doy una vuelta por su apartamiento y si se puede revivimos los tiempos idos con una buena culeada.

    Las historias que calan tan hondo en nuestro sentimiento nunca serán pasado, sino que lo conjugamos en el presente continuo.

    Nazareno Cruz

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  • Sudor, vello y deseo: entre mi esposa limpia y mi adicción sucia

    Sudor, vello y deseo: entre mi esposa limpia y mi adicción sucia

    Yo era agente federal, con años de experiencia, sangre fría… hasta que la conocí.

    No fue en una redada ni en una operación, fue en una de esas casas donde uno va a buscar placer sin nombre. Pero ella… ella no era una más. Morena, de cuerpo lleno, piel tersa y vello que no ocultaba: entre sus piernas, en sus axilas… justo como me enloquecía.

    Tenía 27 años, mirada baja y sonrisa tímida. No hablaba mucho, pero me bastó con verla levantar los brazos para enredarme. Un hilo de sudor resbalaba por su axila izquierda, entre el vello negro y corto, y yo… perdí la razón.

    —¿Tú eres policía? —me dijo bajito, con algo de nervios.

    No le respondí. Me acerqué, olí su piel cruda, salada, y pegué la boca a esa axila tibia. Ella se tensó, pero no me detuvo. Le besé cada centímetro, su aroma me tenía al borde.

    La llevé a la cama del cuartito. La abracé desde atrás, la acaricié por debajo del vientre, y cuando mis dedos rozaron sus vellos húmedos, un quejido ronco me confirmó que ella también quería más. Le abrí las piernas, me acomodé entre ellas y le lamí lento, con hambre. Me aferré a su piel, a su sabor, al vello espeso que no ocultaba su deseo. Me lo bebí todo.

    La penetré con rabia contenida. Ella se dejaba, rendida. Me miraba con ojos de duda y placer. Al final, cuando jadeaba vencida sobre el colchón, me abrazó fuerte y me dijo bajito:

    —No suelo dejar que hagan eso…

    No respondí. La besé en la axila sudada una vez más, como quien besa una obsesión.

    Volví a esa casa una semana después. No sabía si la encontraría, pero el cuerpo me ardía por repetirla.

    Entré con la seguridad de siempre, saludé al portero como si fuera rutina… pero al preguntar por ella, la respuesta me cayó como agua helada:

    —Ya no trabaja aquí.

    Me quedé mudo.

    Salí, pero no me fui lejos. Me quedé en el coche, esperando… algo. Tal vez una señal, un número. Nada. Esa noche no dormí. Me quedé con su olor metido en la piel, con la memoria de su axila tibia rozando mi boca, con su sabor salado en mi lengua.

    Pasaron días hasta que me escribió desde un número desconocido:

    “Hola… soy yo. ¿Te acuerdas de mí?”

    Como si pudiera olvidarla.

    Me citó en una casa muy distinta. Más sencilla, más suya. Vivía sola. Estaba nerviosa al abrir la puerta. Tenía una camiseta larga y el cabello mojado. Ni rastro de maquillaje.

    —¿Por qué viniste? —me dijo sin mirarme a los ojos.

    —Porque no te saqué de mi cabeza.

    No dijo nada. Cerró la puerta, se dio la vuelta, levantó los brazos y apoyó las manos en la pared. Su camiseta se estiró, y bajo la tela, las curvas de su cuerpo se marcaron deliciosas. Me acerqué a su espalda, le subí la camiseta y volví a ese rincón que me volvió loco. Sus axilas seguían como antes: tibias, ligeramente húmedas, con vello corto, natural… la piel suave, el olor más fuerte, más íntimo.

    —Pensé en esto toda la semana —le susurré, pegando mi lengua a esa hendidura.

    Ella gimió, bajito. Ya no era la tímida. Ya no me preguntaba nada. Se dejaba hacer.

    La tomé con más deseo que la primera vez. Le lamí el ano, la vagina, las axilas, y no me bastó. Me monté sobre ella como si necesitara marcarla. Se corrió apretando mis manos. Yo no me cuidé. Me vine dentro, completo, salvaje.

    Al terminar, se acostó sobre mi pecho.

    —No sé qué me pasa contigo —dijo sin abrir los ojos.

    Y yo tampoco sabía. Solo que me estaba metiendo en algo más profundo que una calentura.

    Era la cuarta vez.

    Y esta vez… no tenía que inventar excusas. Mi esposa había salido de viaje y no volvería hasta el día siguiente. Era como si el universo me hubiera abierto la puerta directo al infierno, y yo me metí sin mirar atrás.

    Le escribí, sin rodeos:

    “Estoy solo. ¿Nos vemos?”

    Respondió con una sola palabra: “Ven.”

    Cuando llegué, ya me esperaba. Tenía una bata delgada, el cabello recogido y los pies descalzos. Su axila izquierda estaba expuesta sin pudor al levantar el brazo para cerrar la puerta. Me agaché sin decir nada y metí la nariz en su piel húmeda. El olor me golpeó con fuerza. Salado. Vivo. El vello tibio rozando mi boca. Me quedé ahí, como un perro marcando territorio. Ella soltó un suspiro lento, denso.

    —Te volviste adicto a esto, ¿verdad? —me dijo bajito, llevándome la mano entre sus piernas.

    Estaba mojada. Y no se había rasurado. El vello de su sexo estaba suave, crecido, espeso… como me gusta. Hundí mis dedos sin cuidado, la abrí y la lamí completa. Vagina, ano, axilas. Mi lengua viajó por todo su cuerpo como si fuera mío. Me entregó el cuello con la cabeza echada hacia atrás. Le abrí la bata, se la arranqué.

    Me la cogí en la sala, en la pared, en el piso. Le abrí las piernas y la llené sin freno. Ella se dejó, gimiendo bajo, tragándome con los ojos entrecerrados. Se subió sobre mí, me lo metió dentro sin pedirme permiso, y mientras me montaba, me pegaba las axilas sudadas a la cara. Las lamí como si fueran la entrada al paraíso.

    Terminó de pie, jadeando, con mis dedos todavía dentro. Yo, tirado, con la cara llena de su olor. Le di la última lamida en el ano, despacio, mientras temblaba.

    Me fui sin bañarme. No quise. Me subí al coche con la piel caliente y su aroma pegado a mi barba. Dormí así, sucio, satisfecho, marcado.

    Al otro día, mi esposa llegó temprano. Me abrazó, me besó… y sin avisar, se arrodilló y empezó a mamarme el pene.

    No dijo nada. Solo lo hizo.

    Y yo… yo la dejé. Cerré los ojos y me dejé llevar.

    Pero en mi mente, aún estaba ella.

    La otra.

    Su sabor seguía en mi piel.

    Y mi esposa… lo tragaba todo, sin saberlo.

    Después de esa mañana, ya no fui el mismo.

    Mi esposa se durmió entre mis brazos, sin imaginar que su boca había recorrido lo que otra había marcado. Yo fingía normalidad… pero por dentro, ardía.

    Me sentía sucio, sí.

    Pero más que eso… me sentía vivo.

    Volví a verla días después. No lo planeé, simplemente no me aguanté. Le escribí:

    “Necesito olerte.”

    Ella no preguntó. Solo me dijo:

    “Estoy sola. Ven.”

    Entré con el corazón latiendo en la garganta. Ella tenía una blusa negra pegada, sin mangas. No llevaba sostén. Cuando me acerqué, levantó los brazos y me lo ofreció sin palabras.

    Ahí estaban: sus axilas húmedas, morenas, velludas. Brillaban. Olían a deseo.

    Me arrodillé.

    Le lamí una. Luego la otra.

    Volví a hundirme en su olor como si fuera oxígeno. Le besé el vello, lo succioné, lo dejé pegado en mis labios. Ella gemía bajito, empapada, entregada.

    —Te encanta mi olor, ¿verdad? —susurró.

    —No. Me enloquece.

    La tomé contra la pared, con su cuerpo temblando. Le abrí las piernas, le separé los glúteos y le lamí el ano hasta que me rogó que se lo metiera. Lo hice con rabia. Ella gemía mi nombre con la cara contra la pared. Cuando me vine dentro de ella, no pude evitarlo: le mordí la axila. No fuerte… solo lo justo para marcarla.

    Nos quedamos tirados en el piso. Sudados. Mezclados. Respirando como animales.

    —Ya no puedo dejarte —le dije, mirando el techo.

    —Entonces no lo hagas —respondió ella, sin voltear a verme.

    Al volver a casa, esa noche me metí a la cama sin ducharme. Mi esposa me abrazó y me dijo:

    —Hueles a ti… diferente.

    Sonreí.

    No dije nada.

    Porque no olía a mí.

    Olía a ella.

    A su piel cruda.

    A su sudor.

    A su axila.

    A su alma.

    Y ya no quería que se me fuera nunca del cuerpo.

    Pasaron un par de días. Me porté normal. Trabajé, hablé poco, dormí a su lado.

    Pero algo cambió.

    Mi esposa empezó a mirarme distinto. Más deseosa. Como si mi olor, esa mezcla que arrastraba sin querer de la otra, le hubiera despertado algo. Una necesidad. Una intuición. Un hambre.

    Una noche, mientras me cambiaba en la recámara, ella se me acercó por la espalda. Sin decir nada, me bajó el pantalón, me tocó entre las piernas… y se arrodilló.

    No fue como otras veces. Esta vez lo hizo con hambre. Con deseo de marcar.

    Me lamió lento. Me lo metió completo.

    Y mientras lo mamaba, se detuvo un momento, lo miró con los labios húmedos y dijo:

    —Hoy hueles diferente… pero me gusta.

    Y volvió a chupármelo.

    Yo la miraba desde arriba, con la piel erizada. Porque en mi mente, sabía de qué estaba hablando.

    Aún quedaban rastros de la otra.

    De su sudor. De su esencia.

    Y mi esposa… se lo tragaba todo, sin saberlo.

    Esa noche, mientras hacíamos el amor, ella se subió encima, me clavó las uñas en el pecho y me exigió que le dijera cosas sucias.

    Yo cerré los ojos… y vi a la otra.

    La piel morena.

    Las axilas sudadas.

    El vello entre sus piernas.

    La lengua temblando mientras se venía.

    Mi esposa gemía encima de mí.

    Me apretaba. Me decía que la cogiera más fuerte.

    Y yo lo hacía.

    Pero en el fondo, me la cogía a ella con la imagen de la otra.

    Cuando terminé, jadeando, mi esposa se echó a mi lado, sonriendo.

    Me abrazó como si todo fuera perfecto.

    —No sé qué te pasa últimamente, pero estás más caliente —me dijo entre risas.

    Y tenía razón.

    Porque ahora, cuando me metía en ella… me venía pensando en otra.

    Algo en mi esposa cambió.

    No solo era más intensa en la cama.

    Ahora, me pedía cosas. Cosas que antes no se atrevía.

    —¿Te excita que no me depile? —me preguntó una noche mientras salía del baño.

    La miré sin responder.

    Se levantó la bata, me mostró su axila con apenas un par de días sin rasurar.

    —¿Así? —dijo, y se la frotó con los dedos.

    Yo sentí el estómago caerme al suelo.

    La imagen de ella, la otra, me golpeó con toda su crudeza.

    Me acerqué a mi esposa, le levanté el brazo y le metí la lengua.

    La lamí como si fuera otra.

    Y ella… se estremeció.

    —Nunca te había visto así —susurró.

    —Ni yo a ti —le respondí.

    Esa noche me pidió que le lamiera más. Me abrió las piernas, me lo mostró sin rasurar del todo. Me retó con los ojos. La complací. Le hice lo que nunca. Le metí la lengua entre las nalgas, en su ano, como hacía con la otra. Ella no entendía, pero se dejaba.

    Me vine dentro de ella, sudando, temblando, con una mezcla en la cabeza: su cuerpo… y el de la otra.

    Días después, en el supermercado, me la encontré.

    Ella.

    Morena. Gordita. Con una camiseta pegada y el cabello suelto.

    Iba sola. Me miró, bajó la cabeza, pero se acercó.

    —¿No me vas a saludar?

    —¿Y si mi esposa está cerca?

    —¿Y si no me importa?

    Su mirada era la misma: fuego tímido, pero listo para explotar.

    Me dejó una nota doblada en la mano. No decía mucho:

    “Esta noche estoy sola.”

    No lo pensé.

    Le escribí al caer la noche.

    Mi esposa había salido a visitar a su madre.

    Volví a verla.

    Tenía un short y una blusa sin mangas. Estaba sudada. El vello de sus axilas brillaba bajo la luz tenue de la sala.

    —Hoy quiero que vengas con el olor de la otra —me dijo al oído.

    Y lo hice.

    Fui con el perfume de mi esposa aún en el cuello. Con su rastro entre mis dedos.

    Ella lo olió. Lo lamió. Lo tragó.

    Y me la cogí como nunca.

    Pensando en mi esposa.

    Y sintiendo a la otra.

    Ambas.

    Fusionadas.

    En mi cuerpo.

    En mi mente.

    En mi maldita adicción.

    Habían pasado semanas.

    La otra ya no era un secreto. Era una necesidad. Una sombra que me seguía incluso en los momentos más íntimos con mi esposa.

    Y ella… también había cambiado.

    Su piel, su aroma, su forma de montarme.

    Ambas, sin saberlo, estaban compitiendo por algo que ya no era mío: mi deseo.

    Una noche, mi esposa llegó después de entrenar.

    No se bañó.

    Se quitó la blusa, levantó los brazos y me mostró sus axilas sudadas, velludas, con una sonrisa cómplice.

    —Así te gusta, ¿no?

    No respondí. Me arrodillé. Me perdí en su olor. En su sabor. En su cuerpo vivo, natural, real.

    Me hundí en ella con la lengua, le lamí la axila, la entrepierna, el ano. Todo como venía.

    Y ella se venía sobre mi cara, mojándome, marcándome.

    La cogí con rabia. Ella me apretaba con fuerza, gimiendo como nunca.

    Se vino tres veces. Y yo… terminé dentro, sin pensar en nada. O en todo.

    Y justo al día siguiente, ella me escribió:

    “Necesito olerla a ella. Quiero que vengas con su cuerpo pegado al tuyo.”

    No supe si era un reto o una provocación.

    Pero fui.

    Sin bañarme. Con el olor de mi esposa en mi piel.

    Con la humedad aún en mis dedos.

    Cuando la otra abrió la puerta, me abrazó fuerte.

    Me olió el cuello.

    Me bajó los pantalones.

    —Mmm… así te quiero —me dijo.

    Se arrodilló. Me lo metió entero.

    Me lo chupó con hambre, con las axilas sudadas pegadas a mi cara.

    Le abrí las piernas, le besé el vello espeso, me perdí en su olor crudo.

    No había jabón. No había perfume.

    Solo cuerpo.

    Sudor.

    Verdad.

    Nos revolcamos en el piso. Se me subió encima.

    Mientras me montaba, jadeó:

    —¿Así te lo hace tu esposa?

    —Sí… pero tú me lo despertaste.

    Y se vino sobre mí, mojándome el pecho con sus jugos.

    Yo terminé dentro. Otra vez.

    Sin miedo. Sin culpa.

    Solo fuego.

    Esa noche, al volver a casa, mi esposa me esperaba.

    Tampoco se había bañado.

    Sus pies estaban descalzos, calientes.

    Se sentó sobre mí. Me lo metió sin decir palabra.

    Y mientras se movía, sentí cómo me marcaban las dos.

    Su sudor.

    Su vello.

    Su olor.

    Su deseo.

    Dos mujeres.

    Un mismo cuerpo.

    Yo, en medio.

    Obsesionado.

    Rendido.

    Y ya no importaba quién era quién.

    Lo que me ataba era lo que las dos compartían:

    Que no tenían miedo de ser reales.

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  • Enamorándome de Dianita (14)

    Enamorándome de Dianita (14)

    Cristian abrió la puerta trasera del auto para estar más cómodos, Natalia hizo que Cristian se sentara, y empezó a desabrochar su pantalón, lo hizo rápidamente, lo bajó un poco y luego bajó su bóxer, lo que liberó su pene quedando frente a su cara, ella lo tomó con su mano derecha y empezó a moverla de adelante para atrás, como una especie de calentamiento antes de meterlo en su boca, de rodillas miró hacia arriba mientras lo cogía, se mordió el labio pero no dijo nada, pasó su lengua por el tronco del pene y continuó metiéndolo en la boca, se ayudaba de sus manos para masajearlo mientras lo chupaba, Cristian podía sentir la humedad y los movimientos de su lengua que lo rozaban.

    Cristian puso sus manos sobre la cabeza de Natalia, sin hacer fuerza, le gustaba sentir su cabello mientras chupaba, ella lo sacaba de su boca y empezaba a masturbarlo con más velocidad, luego lo metía de nuevo a su boca para sumar esos labios húmedos al masaje. Estaba muy excitado con lo que pasaba, ver esa cara tierna, succionando su pene, le parecía increíble.

    Cuando estaba a punto de llegar al orgasmo Cristian entre gemidos, logra decir:

    -Mmm, me voy a correr, ¿Me vengo en tu boca? -Le pregunto para no hacer algo que le desagradara.

    -Sí, dale quiero probar el sabor de tu leche. -le respondió con sus manos en su pene, y continuó chupándolo.

    Cristian empezó a sentir como las descargas de su pene entraban en su boca, ella seguía masturbándolo, 4 o 5 descargas hicieron que su cuerpo vibrara, Natalia se detuvo, pero no lo sacó hasta sentir que ya le habían dado todo, con una imagen morbosa, Natalia mira hacia arriba abre su boca, para mostrarle toda la leche que había en su boca, luego cerro su boca y se tragó todo el semen que tenía, abre nuevamente su boca mostrándole que se lo había tragado todo, con una sonrisa perversa.

    -¿Te gusto? -pregunto Natalia sonriendo.

    -Es en serio, fue una mamada fantástica, sí que tienes talento. -le dijo Cristian agitado.

    Pero Cristian seguía con su pene erecto, tenía ganas de seguir, Natalia lo mira y encantada le dice, -vaya sí que tienes aguante, se monta sobre las piernas de Cristian y agarrando su verga, la dirige a su coñito, rozando sus labios vaginales para lubricarlo, y muy lentamente se sienta sobre él, metiéndoselo hasta tocar los huevos con sus nalgas.

    Empieza a cabalgarlo frenéticamente, ninguno de los dos se contiene a la excitación que sentían, Cristian apretaba las nalgas de Natalia y con sus manos le imprimía mucho más ritmo a la penetración, por su parte Natalia podía sentir como el grosor de la verga abrir sus labios vaginales de manera exagerada, sentía cada centímetro ingresando en su interior.

    Ambos bañados en sudor, llegaron al orgasmo al mismo tiempo, su fundieron en fuerte abrazo y se besaron con lujuria, como demostrándose las ganas que siempre se tuvieron ambos, después de varios minutos Natalia se levantó y empezó a sentir como el semen empezaba a escurrir por entre sus piernas, con un pañuelo húmedo se limpió, se vistieron, y Natalia dijo.

    -Ahora como se lo decimos a ellos.

    Ambos rieron, no te preocupes por eso, todo a su debido tiempo, le dijo Cristian, cuando entraron al auto para ir sus casas, Natalia reviso su celular encontrando 30 llamadas y 20 mensajes de Dianita y Paula.

    Les contesto los mensajes a ambas diciendo, -aún no he llegado a mi casa aún estoy con Cristian mañana les cuento todo, ahora mejor descansemos las tres enviándole un emoticón con besos.

    Al día siguiente, en horas de la tarde Thiago recibe una llamada de un número que no conocía, al contestar se sorprende.

    -Hola Thiago como estas te habla Amanda.

    -¡Hola!, me sorprende tu llamada ¿paso algo? -contesto Thiago

    -No para nada, solo quería decirte que has sido elegido para una sesión de masajes en mi local, ¿puedes venir hoy?

    -¿Es en serio?, yo nunca me gano nada, pero ese masaje me vendría muy bien en estos momentos, a que horas puedo ir.

    -A la hora que tú quieras, yo te atenderé personalmente.

    -Ok, entonces llego en una hora.

    -Perfecto, te estaré esperando bye.

    Thiago llamo a Cristian para preguntarle si había pasado algo cuando fue a llevar a Sofia a su casa, en la conversación que ambos tuvieron se dijeron que no había pasado nada que todo fue tranquilo, -pero hay algo que quiero decirte, -comento Cristian.

    -Claro soy todo oídos. -contesto Thiago

    Ayer cuando dejamos a Sofia en su casa algo paso entre Natalia y yo, te voy a contar y cuando termine si tienes dudas pues la resolvemos, -dijo Cristian.

    -No te voy a dar detalles, pero ayer Natalia y yo cogimos. -dijo Cristian.

    -¡Pero que mierda!, es en serio.

    -Si es en serio, y fue espectacular, lo hicimos en el mirador.

    -Hey bro, te dije que Natalia era una buena chica, no aguanta que juegues con ella.

    -En serio me gusta, esa mujer es perfecta para mí, hace que quiera ser mejor persona.

    -Ok, solo te digo no la vayas a cagar con ella.

    -Tranquilo, tú tienes a Dianita y a Paula, yo tengo a Natalia

    Por eso mismo te lo digo bro, porque cuando Paula se entere que tengo algo con Dianita todo se ira a la mierda, no hay forma que yo salga bien parado de esta situación, la verdad creo que la mejor opción es aprovechar el chantaje de Sofia y alejarme de las dos.

    Que poco conoces a esas dos mujeres, Thiago ellas están enamoradas de ti, estoy casi seguro que hasta podrían unirse contra Sofía solo para poder estar contigo, quien quita y tengas un triángulo amoroso entre Paula, Dianita y tú, más bien me compadezco de Sofia no sabe a la que se enfrenta con esas dos, ja, ja, ja.

    -No le veo el chiste, pero bueno, te quiero bro, cuídate, me tengo que ir, tengo cita en la peluquería.

    -Bueno que te vaya bien, vaya que eres vanidoso.

    -Eso se llama envidia ja, ja, ja

    Thiago llego al salón de belleza y Amanda lo atendió de inmediato, lo hizo pasar al spa y lo ubico en una habitación privada, dónde había luces de neón, velas y esencias aromáticas que le daban un aire sensual a la habitación, pidió no ser molestada hasta que la sesión terminara.

    -Debes quitarte toda la ropa, solo debes quedarte con la toalla. -le dijo Amanda

    Amanda tenía un uniforme muy sensual, se notaba claramente que no traía corpiño, ya que los pezones de Amanda se le marcaban en la blusa, el pantalón marcaba perfectamente su culo, se apreciaba que si tenía tanga tenía que ser muy diminuta.

    Thiago al ver la belleza de mujer, trago saliva y en su mente decía, -sagrado rostro por favor aléjame de la tentación que es esta mujer, bueno deja la tentación, pero solo un poquito, Thiago se cambió y quedo solo con la toalla, Amanda lo hizo acostar en la cama de espaldas, su desnudes era solo cubierta por la pequeña toalla que tapaba sus nalgas, al acostarse puso su pene hacia abajo el cual ya se estaba empezando a endurecer, la punta podía verse al separar las piernas.

    -Relájate y no pienses en nada, voy a tratar que quieras regresar más seguido a hacerte masajes.

    Thiago tragaba saliva, cuando empezó a sentir las manos de Amanda recorrer su cuerpo, sentía electricidad por todo su cuerpo, Amanda esparcía aceite por toda la espalda, pantorrillas y pies, los movimientos eran super relajantes, la música del ambiente hacía que me olvidara del exterior.

    Hubo una pausa, pero no levante mi cabeza para mirar decidí continuar con mi concentración y seguir con mi relajación, cuando sentí nuevamente las manos de Amanda, pude notar que se ubicó encima de la cama, sus manos subían por mi pierna derecha y luego hacían lo mismo con la izquierda, llegaba hasta el principio de mis desnudas nalgas, pero la toalla impedía que tocara mis nalgas, en eso me dice, -puedo quitar la toalla para que el masaje sea en todo el cuerpo, te va a gustar, -dijo Amanda.

    Yo solo asentí con mi cabeza, no me parecía fuera de lo normal la petición de Amanda, por lo que ella retiro la toalla y quede como Dios me trajo al mundo, aplico aceite en mis nalgas y empezó a masajear, en mi espalda podía sentir sus dos manos, pero también sentí que aparte de las manos algo frotaba mi espalda, levante la vista y pude ver la ropa de Amanda en el piso.

    Me exalte y gire mi cuerpo pude ver totalmente desnuda a Amanda, sentada sobre mis nalgas, podía sentir el calor que emanaba de su pelvis y la cual con movimientos hacia arriba y hacia abajo se frotaba todo su sexo contra mí, sus senos eran espectaculares igual que ella, tetas grandes paradas y pezones marrones parados, los cuales restregada sin disimulo sobre mi espalda.

    -Pero qué es esto Amanda, sabes que estoy con Dianita y es tu amiga. -le dije

    -No te preocupes por eso, tenemos el permiso de Dianita para esto, solo me puso la condición que le avisara antes para ella estar enterada. -me dijo

    -¿Es en serio Dianita sabe de esto, y no dijo nada?

    -Así es, la otra vez los vi tener sexo en la sala por las cámaras y llegamos a ese acuerdo, ¿te molesta, quieres irte?

    -No, claro que no me molesta, pero si me asombra.

    -Entonces seguimos con el masaje ya que tenemos el permiso de la patrona. -me dijo con una sonrisa pícara.

    -Bueno si a ella no le molesta a mí tampoco, ja, ja, ja, ja, sigamos. -le dije

    Seguí acostado boca abajo, Amanda siguió frotando sus senos contra mi espalda, y su pelvis contra mis nalgas que ya sentía mojadas debido a todo el jugo que salía del sexo de Amanda, estaba caliente, y me la hacía saber cada vez que susurraba gemidos cerca de mi oído, pasaba su lengua por mi cuello, y empezó a darme besos por toda la columna con dirección hacia mis nalgas, al llegar medio un pequeño mordisco.

    Que nalgas lindas tienes, pero esto es son más hermoso todavía, -me dice, metiendo su mano entre mis piernas y agarrando mi pene, me toco levantar un poco mi culo para que no me hiciera daño, empezó a ordeñarme, realizando suaves masajes en mi pene, la masturbación era lenta, pero se sentía muy bien esas caricias.

    Amanda me hizo girar y mi pene quedo erecto cerca de su cara, inmediatamente paso su lengua por mi glande, haciendo gemir de placer, se metió por completo mi pene en su boca y empezó a chupar, no sabía porque se sentía tan rico, luego descubrí que tenía una pastilla de menta de halls negro, le que hacía que el placer fuera aun mayor, debido al contraste de lo caliente que estaba mi verga con el frio intenso que emanaba la boca de Amanda, el placer era abrumador, por esta acción estaba que llegaba al orgasmo.

    -Uf, que rico se siente, siento que voy acabar.

    -Puedes acabar en mi boca, quiero probar el sabor de tu leche. -Me dijo

    Mis puños apretaban la tela del colchón y explote en un orgasmo intenso, me salió tanta leche que por la comisura de sus labios se le escapaba el semen que no podía contener, con sus dedos limpio sus labios y se terminó de beber mi leche, -pero que rica leche tienes, -me dijo sonriendo.

    -Uf, Amanda esa mamada estuvo espectacular, pero ahora quiero darte cariños a ti, -le dije

    -Soy toda tuya, haz conmigo lo que quieras. -me contesto.

    Pase mis manos por sus senos, y los apreté eran duros y sus pezones puntiagudos, pase mi lengua por ellos y les di un pequeño mordisco para después chuparlos, Amanda presionaba mi cabeza contra sus senos, muy lentamente fui bajando hasta su depilado coñito, pase mis dedos y sentí lo mojada que estaba, bese sus labios vaginales y pase mi lengua por su clítoris, Amanda apretaba sus senos con sus propias manos y chupaba sus propios pezones, yo seguí jugando con su clítoris y metí dos dedos en su coño haciendo presión hacia arriba para darle más placer.

    Que rico cabrón, sigue no pares ya no aguanto más voy acabar, Amanda arqueo su espalda y llego al orgasmo de forma descomunal, sus pechos se inflaban porque su respiración era agitada, le dije que se pusiera en cuatro y lo hizo rápidamente, uf, que hermoso culo tenía esta mujer, le di una sonora nalgada una en cada nalga, dejando mis dedos pintados en ellas.

    -Me encanta que me des nalgadas, quiero que me trates como tu perra. -me dijo

    -Cuidado con lo que pides. -le dije

    -Soy tuya, soy tu perra hazme lo que quieras.

    Rápidamente cogí mi pene y lo ubique en su coñito la penetre suave, cuando ya tenía toda mi tiesa verga dentro, tire de sus cabellos hacia atrás y comencé a penetrarla con vehemencia, con mi otra mano le daba sonoras nalgadas, ya su culo se tornaba rojizo, pero Amanda no se quejaba, -dame más, -me decía mirando hacia atrás, mientras con sus manos apretaba sus pechos.

    Cambié de posición y la puse de lado la seguía penetrando con violencia, y mi mano apretaba su seno, estaba poseído por la lujuria, la cargue tenía sus piernas apoyadas en mis brazos y ella rodeo mi cuello con los suyos para apoyarse mejor, las embestidas que le daba eran brutales, cada vez que sus nalgas chocaban con mi pelvis se escuchaba como una palmada.

    -Vaya que fuerte eres. -me dijo Amanda.

    -Eso es porque quiero disfrutarte al máximo. -le dije

    Seguí penetrándola, pero en un momento sentí que me pene se salió, ella lo tomo con la mano y se lo ubico en su ano, y fui penetrando suavemente, -quiero me penetres igual que ahora, pero en mi culo. -me dijo

    Cuando ya la tenía totalmente empalada, empecé con movimientos suaves y fui acelerando poco a poco, hasta llegar al ritmo que tenía antes de que se saliera de su coñito, Amanda ahogaba sus gritos en mi cuello, para que no se escucharan afuera, la violencia con que le estaba penetrando su ano era inimaginable, pero ella aguantaba estoicamente.

    Cuando mis fuerzas me estaban abandonando la acosté en la cama sin salirme de su culo, y seguí con las penetraciones, ahora era yo quien le tapaba la boca, ya sus gritos iban en aumento.

    -¡Me estas partiendo en dos, cabrón!, pero me gusta. -me decía entre jadeos.

    -Esto es para que no olvides quien es el dueño de ese culo de ahora en adelante. -le dije

    -Si desde ahora soy solo tuya.

    Al escuchar esas palabras sentí que ya llega al orgasmo.

    -Ya voy acabar. -le dije.

    -No, por favor aguanta un poco yo también estoy acabar.

    Los dos llegamos al orgasmo al mismo tiempo, quede exhausto arriba de Amanda, nos fundimos en un apasionado beso, Amanda me abrazaba y me daba suaves caricias en mi espalda, cuando recuperamos el aliento, nos separamos y quedamos acostados uno al lado del otro mirando hacia el techo de la habitación, respirando agitadamente.

    -Vaya polvo que me acabas de echar, fue mucho mejor de lo que esperaba. -me dijo

    -Tu vuelves loco a cualquier hombre, eres una diosa, como te dije quería saborearte para nunca olvidarte.

    -Y porque me vas a olvidar si soy tuya, ya te lo dije, cuando quieras, donde quieras y a la hora que quieras estoy disponible para ti. -me dijo

    Amanda me mira a los ojos y pudo ver mi expresión, no quería hacerla sufrir, pero lo único que podía ofrecerle era solo sexo, no íbamos a ser pareja ni nada, aunque no me atrevía a decirlo. -tranquilo soy sensata y sé que tienes tu pareja no quiero casarme contigo, solo quiero aprovechar tu juventud, esto es solo sexo, -me dijo sonriendo y acariciando mi cara, yo solo la bese.

    Nos bañamos estábamos agotados de nuestra faena que no hubo fiesta en la ducha, cuando salimos me vestí, Amanda seguía totalmente desnuda, y me dice; -cuando llegues a tu casa revisa los mensajes en tu teléfono te mandé un regalo para que me recuerdes siempre. -me dijo.

    No aguante la curiosidad y revise mi teléfono, pude ver varias fotos de Amanda totalmente desnuda, con las piernas abiertas mostrándome todo su sexo, -uf, pero que buena esta, me dije mentalmente.

    -Vaya que si es un buen regalo, como podría olvidarte. -le dije

    -Ya sabes regresa cuando quieras, de ahora en adelante yo te atenderé personalmente. -me sonrió y me guiño un ojo.

    Sali del local, con una sonrisa y totalmente relajado, cuando me disponía a montarme en mi motocicleta, sonó mi teléfono, era la profesora Violeta, -vaya pero que sorpresa, habrá pasado algo?, me pregunte.

    -Hola Thiago estas ocupado. -me dijo.

    -Para nada profe Violeta. -le conteste

    -Veo que guardaste mi número.

    -Usted me dijo que nadie más lo tiene en la U, así que es un privilegio por eso lo guarde.

    -Y si es un privilegio porque no me has regalado una llamada entonces. -me dijo

    -Mm… no supe que responder.

    -Tranquilo solo te molestaba, será que puedes venir a mi casa, te invito a comer algo, y de paso me ayudas en algo que necesito. -me dijo.

    -Claro que sí, no tengo más nada que hacer en estos momentos, si quiere me manda la dirección por mensaje y yo salgo para su casa.

    Recibí la dirección, pero después de la conversación reaccione, pero en que podría yo ayudar a la profe Violeta, bueno de todas maneras verla y que no sea en la U, sería muy agradable para la vista me dije, puse en marcha mi motocicleta y me dirigí a la casa de la profesora.

    Continuará.

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