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  • Me cogí a nuestra niñera de 19 años

    Me cogí a nuestra niñera de 19 años

    Es una historia algo larga y no se la he contado a nadie puff aquí vamos algo nervioso de contar, pero bueno… Tengo 38, soy un hombre felizmente casado con mi esposa y nuestra pequeña hija, amo a mi esposa, ella es una mujer muy inteligente y demasiado guapa… Tez blanca, un cuerpazo hermoso, con unas tetas pronunciadas y unas nalgas muy notables, ella se cuida mucho, corre y va al gym siempre que puede.

    Hace aproximadamente un año ella contrató a una muchacha a la cual llamaré “Evelyn” y pues Evelyn nos ha ayudado mucho en las tareas del hogar especialmente cuidando a nuestra hija, ella es una persona muy buena y paciente, también es mucho más joven que mi esposa y yo, tiene 19 años y está estudiando la carrera en modo sabatino mientras de lunes a viernes viene a nuestro hogar a cuidar a nuestra hija y ayudarnos con ciertas cosas junto con mi suegra lo cual también nos ayuda.

    Hace 3 meses mi esposa tuvo que salir fuera del estado porque su padre (mi suegro) había sufrido un ataque al corazón y junto con mi suegra y mi hija fueron a visitarlo y de paso irlo a cuidar unas semanas.

    Me quedé totalmente solo en la casa y a los dos días vino Evelyn a la casa porque mi esposa la había llamado para ver si podía ayudarme con barrer y trapear la casa mientras estaba solo… Ella hacía su trabajo y todo bien hasta ahí hasta que le dije que no era tan necesario hacer todas las tareas del hogar y que se podía ir a su pueblo (ella es foránea) a descansar y a estudiar y cosas así (mi plan original era estar totalmente solo en la casa y descansar de todo sin que nadie me molestara) lo cual ella aceptó me dió muchas gracias y decidí darle el aventón a su casa…

    En eso le pregunté si tenía hambre y me contestó que si, entonces la invité a almorzar, de ahí tuvimos una muy pero muy buenas platicas acerca de mi hija y de la vida en general, estuvimos muy contentos y por alguna razón decidí invitarla a un bar donde a veces salgo con unos amigos… Pues estuvimos ahí bebiendo cerveza tras cerveza y terminamos muy ebrios y nos empezamos a besar y la atracción entre ambos era muy muy fuerte (incluso desde antes) entonces en vez de llevarla a su casa me la llevé a la mía donde tuvimos sexo muy duro y sin protección.

    Sin exagerar tuvimos de más de 10 rounds, desde las 11 de la noche que llegamos hasta que nos dormimos las 4 de la mañana cogiendo en la cama matrimonial donde duermo con mi esposa. Como trabajé esa semana en home office no tuve que salir de mi hogar y todos esos días Evelyn y yo cogíamos como conejos y siempre estábamos desnudos, incluso se ponía a barrer y a cocinarme totalmente desnuda y yo me venía en todos lados en su boca, vagina, espalda y culo porque hasta tuvimos sexo anal… De broma y por calentura le pedía que me modelara en la ropa interior y lencería de mi esposa lo cual ella accedía.

    Evelyn es totalmente opuesta a mi esposa, ella tiene una complexión muy delgada a diferencia de mi esposa casi no tiene tetas ni nalgas… También su complexión es que es de tez morena y tiene el pelo muy negro, un negro impresionante. Una de las cosas que más amo de Evelyn es su vagina ella no se rasura y anda al natural con vello púbico aunque se rasura totalmente en la parte de los labios mantiene vello abundante en la parte del pubis, su vagina es muy esponjada, su ano es totalmente negro y apretado eso me excita, me encanta su belleza joven y totalmente natural…

    Me encanta como me hace sexo oral y se traga mi semen mientras me mira a los ojos. Su culo y vagina tienen un olor muy particular. Siempre que podía le olía el culo y se lo succionaba hasta quedarme sin aliento, a ella le encanta cuando haga eso.

    Durante 3 semanas, aproximadamente un mes, estuvimos teniendo sexo y viviendo como marido y mujer a diario, íbamos a cenar, nos bañamos juntos mientras mi esposa me llamaba y me decía acerca de la condición de su padre y me preguntaba cómo estaba y le decía que bien que había mandado a Evelyn a casa y que mientras estaba cómodo estando solo en la casa.

    Finalmente, mi esposa me habló para avisarme que llegaría al otro día y si podía ir por ella lo cual le dije que sí y Evelyn y yo tuvimos nuestra última noche solos teniendo sexo lo más que pudiéramos antes su llegada. Al otro día nos despertamos y Evelyn se puso a lavar todo, sábanas, ropa, etc. Para que quedara todo limpio y sin evidencia, cuando fui por mi esposa, mi suegra y mi hija me sentí alegre, pero a la vez triste y sé que Evelyn también porque lo estuvimos platicando mucho días anteriores.

    Llegando a la casa ya todo estaba limpio, Evelyn ya no estaba (porque era fin de semana) y pues todo regresó a la normalidad, aunque la verdad cuando viene Evelyn a limpiar o a cuidar a mi hija siempre nos quedamos viendo, actualmente nos vemos a escondidas y andamos esperando que nos vuelvan a dejar solos de nuevo.

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  • Seducida por el verdulero (3)

    Seducida por el verdulero (3)

    Esa noche no pasó mucho más, Alma ayudó a Angela y la llevó a su casa y a sus amigas igual…

    La mañana siguiente amaneció gris y cargada de nubes. Alma se levantó con resaca moral y física. Se dio una ducha fría, intentando enfriar la memoria del roce de José contra su cuerpo, de cómo casi se lo había comido vivo en aquel rincón.

    Cuando llegó el momento de partir, la tormenta cayó como un diluvio. El viento azotaba los árboles del pueblo y la ruta quedó cortada. No había forma de volver a casa.

    —Amor, no voy a poder volver —dijo Alma por teléfono a su marido—. Es un temporal de mierda, mañana salgo temprano.

    —Bueno, quedate tranquila —respondió él con voz adormilada—. Descansá.

    Hablaron un rato más, casi con rutina, y al cortar, Alma sintió un cosquilleo incómodo de libertad mezclado con culpa. Como si el destino le hubiese puesto una excusa perfecta para quedarse… y para ceder.

    Cuando cayó la noche, Ángela apareció en la habitación con el teléfono en la mano y una sonrisa cómplice.

    —¿Te animás a que pasemos la noche con compañía? —preguntó, haciéndose la inocente.

    —¿Compañía? ¿De quién hablás?

    —De mi amante… y de José —respondió Ángela—. Ya fue, Alma. Si te vas a quedar, divertite.

    Alma se mordió el labio. Una parte de ella quería decir que no, que era demasiado, que todo había ido muy lejos. Pero otra parte—la que despertaba cada vez que veía a José—tenía otras ideas.

    —Bueno… —cedió al final—. Pero solo para tomar algo.

    Cuando los dos hombres llegaron, la tormenta seguía cayendo a baldazos afuera. Traían botellas de vino y cerveza, y un aire de ansiedad contenida. Saludaron con normalidad, como si la noche anterior nunca hubiese existido. Al principio charlaron de cualquier cosa: de la lluvia, de anécdotas de juventud. Pero bajo la conversación trivial se sentía la tensión, creciendo como una corriente eléctrica.

    Después de un rato, Ángela puso música y encendió unas velas sobre la mesa. La luz cálida y el alcohol empezaron a ablandar todas las resistencias. Fue entonces cuando Ángela propuso el juego.

    —Podemos hacer algo… para no aburrirnos —dijo, con mirada pícara—. Giramos una botella. Si te toca, tirás una moneda. Cara, tomás un shot. Cruz… te sacás algo.

    —Estás loca —rio Alma, sintiendo un cosquilleo en la nuca.

    —Vamos, che… ¿Qué somos, quinceañeros asustados? —la pinchó Ángela.

    Los hombres se miraron entre sí y soltaron una carcajada nerviosa. Al final, uno a uno, aceptaron.

    Alma se sentó en la sala, con sus botas altas, su pantalón vaquero azul marino y la camisa blanca bajo la chaqueta marrón. Debajo llevaba un body de encaje rojo que no pensaba mostrar tan fácilmente… o eso creía.

    La botella giró. Al principio, la suerte estuvo de su lado: le tocó beber un shot tras otro. Reían cada vez que alguno tenía que quitarse algo—primero los zapatos, después la chaqueta, luego la camisa. A cada ronda, la atmósfera se cargaba más y más.

    Alma se fue quitando las botas. Luego el cinturón. Después la chaqueta. El vino le calentaba la sangre, el juego le encendía algo que no sabía que tenía latente. Cada vez que tiraba la moneda, su corazón latía con un ritmo enfermo de expectación.

    Cuando por fin le salió cruz, todos se quedaron en silencio. Alma respiró hondo y, con manos algo temblorosas, empezó a desabotonar la camisa blanca. La deslizó por los brazos y la dejó caer al piso. El body rojo de encaje marcaba cada curva perfecta de su busto generoso y la cintura estrecha que parecía hecha para tentar.

    Notó cómo José se mordía el labio inferior, los ojos oscuros fijos en sus pechos y su vientre. El amigo de Ángela también la devoraba con la mirada.

    —¿Contentos? —dijo ella, intentando sonar sarcástica.

    —Mucho —contestó José, con voz ronca.

    El juego siguió, y pronto todos quedaron en ropa interior. El ambiente era un caldo espeso de deseo y nervios. Nadie hablaba demasiado. Se escuchaba solo la lluvia contra los ventanales y la música baja en la bocina.

    Ángela fue la primera en romper la barrera final. Se subió a su amante, sentada en su regazo, y empezó a besarlo con hambre. Sus cuerpos se pegaron en un movimiento que Alma sintió como un disparo de adrenalina.

    José la miró, expectante. Alma ya estaba demasiado mareada por el vino y por el fuego en la sangre. No necesitó que él se acercara. Se acomodó a horcajadas sobre sus piernas, mirándolo a los ojos.

    —¿Estás segura? —preguntó él, la voz cargada de tensión.

    Ella contestó besándolo. Un beso profundo, húmedo, donde todas las dudas se fueron al carajo. Las manos grandes de José se cerraron sobre su culo y lo apretaron con una necesidad casi violenta. Alma gimió bajito, sin importarle que Ángela estuviera haciendo lo mismo a medio metro.

    Mientras José le recorría la espalda y las caderas, Alma sintió otra mano que se posaba en una de sus nalgas, acariciándola con descaro. Abrió los ojos y vio que era el amigo de Ángela, que también estaba excitado.

    Por un instante, pensó en dejarlo. Pero Ángela se levantó, tomó de la mano a su amante y se lo llevó hacia una habitación.

    Alma y José quedaron solos. Se miraron, respirando fuerte, y no hicieron falta más palabras.

    —Venite —dijo ella, con la voz ronca—. Ahora..

    Lo tomé de la mano y lo arrastré por el pasillo, mi corazón golpeando como si quisiera escapar de mi pecho. Cada paso me hacía sentir más viva, más hambrienta. Cuando llegamos a la habitación, cerré la puerta de un golpe, el chasquido seco resonando como una promesa. Esta vez, no había manera de que me detuviera.

    Giré la llave en la cerradura y me apoyé contra la puerta, mirándolo. José estaba ahí, parado, con los ojos clavados en mí, como si no pudiera creer que yo, Alma, estuviera frente a él, lista para devorarlo. Una sonrisa pícara se me escapó mientras me acercaba, mis caderas moviéndose con cada paso.

    —Sentate en la cama, nene —ordené, mi voz ronca, cargada de deseo.

    Él obedeció sin dudar, sentándose en el borde, sus ojos devorándome. Me subí encima de él, abriendo las piernas para acomodarme sobre sus muslos. El encaje rojo de mi body se pegaba a mi piel, dejando poco a la imaginación. Mis pechos subían y bajaban con cada respiración acelerada, y podía sentir su mirada quemándome.

    —Mirá bien, José —susurré, inclinándome hasta que mis labios rozaron los suyos—. Esto es todo tuyo… pero solo si sabés cómo manejarlo.

    Lo besé con hambre, mi lengua enredándose con la suya, mientras sus manos subían por mi cintura y se clavaban en mi culo. Me apretó con tanta fuerza que un gemido se me escapó, vibrando contra su boca.

    —Mmm, Alma… tenés el culo más perfecto que vi en mi vida —jadeó, su voz temblando de puro deseo.

    Reí bajito, mi aliento cálido contra su oído. —¿Y qué vas a hacer con él, eh? ¿O solo vas a quedarte mirando como un idiota?

    Deslicé mis caderas hacia adelante y atrás, rozándome contra su erección, que ya se marcaba dura bajo el bóxer. Él gruñó, sus labios bajando por mi cuello, mordiendo y lamiendo hasta llegar al borde del encaje. Tiró del tejido con los dientes, rozando mi pezón, y un gemido más fuerte se me escapó.

    —Alma, dejame sacarte esta mierda… quiero verte toda —suplicó, sus dedos tirando del body con desesperación.

    —Todavía no, nene —respondí, rozando mis labios contra los suyos, mi voz baja y provocadora—. Primero vas a usar esa boca donde yo quiero.

    Lo empujé hacia atrás, dejándolo acostado en la cama, y bajé por su pecho, lamiendo su piel salada, dejando un rastro húmedo de besos. Sus gemidos eran música, cada vez más fuertes, mientras mis dedos jugaban con la cintura de su bóxer. Lo bajé despacio, torturándolo, hasta que su pene quedó libre, duro y palpitante. Lo miré a los ojos, mordiéndome el labio.

    —Esto es mío ahora, ¿entendiste? —dije, mi voz cargada de autoridad.

    Mis manos lo acariciaron, primero suave, explorando cada centímetro, luego más firme, apretándolo justo como sabía que lo volvería loco. Él me agarró el culo con las dos manos, masajeándolo con una urgencia que me hacía arder. Luego, su boca encontró el encaje entre mis piernas, lamiendo con fuerza, la tela húmeda presionando contra mi clítoris. La fricción era una tortura deliciosa, y mis caderas se movían solas, buscando más.

    —¡Aaah ah ah, José… ahí, no pares, Siii! —grité, mis manos enredadas en su pelo, tirando con fuerza.

    Él me miraba desde abajo, sus ojos encendidos de deseo, mientras su lengua trabajaba con una precisión que me hacía temblar. No era el más dotado, pero, dios, sabía cómo usar la boca. Lamía, succionaba, mordía justo donde me enloquecía, y no tardé en estallar, mi cuerpo convulsionando sobre su rostro mientras lo sujetaba contra mí, gimiendo su nombre.

    Me tiré a su lado, jadeando, riendo entre respiraciones entrecortadas. —Vas a matarme, nene.

    —Quiero matarte, Alma… pero de puro placer —respondió, su voz ronca mientras se inclinaba para besarme.

    Nuestras lenguas se enredaron, y el fuego volvió a encenderse. La segunda vez fue puro salvajismo. Lo giré, poniéndome de rodillas, y levanté el body para dejar mi culo al aire. Él me agarró las caderas, sus dedos clavándose en mi piel, y me penetró con fuerza, cada embestida haciendo que mi cuerpo rebotara contra él. Me sostenía de los barrotes de la cama, gimiendo con cada golpe, mi piel ardiendo.

    —¡Más fuerte, José, no te guardes nada! —grité, mi voz quebrándose de placer.

    —Por favooor, Alma… sos una diosa —gruñó, sus manos apretando mi culo mientras me follaba con todo lo que tenía.

    La tercera vez fue más lenta, más profunda. Me giró para mirarme a los ojos, su pene entrando despacio, llenándome mientras sus manos acariciaban mi rostro. Cada movimiento era una caricia, sus labios besándome suave, como si quisiera grabarme en su alma. Nos movimos juntos, lentos, hasta que el placer nos consumió en un clímax silencioso, nuestros cuerpos temblando enredados.

    Nos quedamos abrazados, sudorosos, exhaustos. José me acariciaba el pelo, susurrándome cosas dulces mientras yo sonreía contra su pecho.

    Desperté con el sol filtrándose por la ventana y lo encontré mirándome, sus dedos trazando mi hombro.

    —¿Te vas hoy? —preguntó, su voz suave pero triste.

    —Sip… pero todavía tenemos un ratito —respondí, mi sonrisa traviesa volviendo.

    Nos metimos a la ducha, el agua caliente cayendo sobre nosotros, el vapor envolviéndonos. Allí, todo empezó de nuevo. Me apoyé contra la pared, el azulejo frío contra mis pechos mientras José me sujetaba las caderas. Su lengua recorría mi cuello, sus manos apretando mi culo mientras me penetraba con urgencia. Era rápido, desesperado, mis gemidos resonando en el baño mientras el agua nos empapaba.

    —¡Dame todo, José, Siii! —grité, mis uñas clavándose en sus hombros.

    —Sos mía, Alma… aunque sea solo ahora —jadeó, sus embestidas llevándome al borde otra vez.

    Terminamos riendo, mi cabeza apoyada en su hombro, el agua corriendo por mi piel. Nos vestimos en silencio, y me despedí con un beso largo, profundo.

    —No me busques, José —dije, mirándolo a los ojos, seria pero suave—. Esto fue todo. Soy una leona, y vos… solo fuiste mi presa.

    Él sonrió, una mezcla de orgullo y tristeza. —Lo sé, Alma. Pero qué manera de ser cazado.

    Subí al auto y manejé hacia la ciudad, el viento en mi cara, mi piel todavía ardiendo. No volvería a ver a José. No iba a arriesgarme. El mercado ya no era mi lugar, y no pensaba volver. Pero mientras conducía, una sonrisa pícara se me escapó. Porque aunque José fue solo una presa, yo había disfrutado cada maldito segundo de la cacería.

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  • Un porteño en el Paso

    Un porteño en el Paso

    ¡Hola! Esta es una anécdota de una noche de verano en Paso de la Patria, Argentina.

    Me describo un poquito, soy morocha morena, pelo largo, lindas tetas, bien culo y lindas piernas, labios lindos y según dicen un poquito cara de puta.

    Era un verano súper caluroso (como suelen ser en Corrientes), así que con mis primos y primas (todos en pareja) decidimos ir a un camping con pileta en Paso de la Patria a 45 minutos de la capital.

    Fuimos un viernes, llegamos comimos algo y pasamos todo el día en la pile. Llegó la noche, y un amigo (que me tenía ganas, pero yo no) me manda un mensaje de que también estaba en el Paso con unos amigos, unos porteños que habían venido para pasar unos días de cumple.

    Yo estaba media aburrida, pues todos estaban en parejas, melosos, y yo quería bailar, tomar y fumar. Así que cuando este amigo me preguntó que hacía, le dije donde estaba, y me dijo te paso a buscar, y le dije ¡Daleee!

    Fui directo a bañarme, depilarme, ponerme bien perra. Con un vestidito sueltito color fucsia, y unas sandalias (tipo taco chino), make up, perfume, cartera y listo.

    Vino a buscarme, pero como es un amigo un poquito viejo, le dije que me pase a buscar por la otra esquina, y tuve que caminar un largo trecho con tal de que no vean con quién me fui.

    Subí al auto y arrancamos para la casa dónde estaban parando. Una casa de dos pisos con pileta y muy cerca de la playa.

    Cuando llegué, saludé a todos, y me di cuenta de que era la única mujer, eran 4 porteños, mi amigo y yo.

    Rápidamente entramos en confianza y entre birras empecé a charlar. Pusimos música, bailamos y yo escuchaba a esos porteños hablar (una tonada que bastante me mojaba).

    La verdad que todos eran de 40 y pico de años, solo había uno, un pendejo que habrá tenido sus veinti y pico, y era el que más me miraba.

    La verdad es que no me acuerdo su nombre, solo me acuerdo que era alto y flaco.

    Bailábamos y tomábamos birra, y yo ya estaba que quería que me diga para ir a otro lugar.

    En eso me dice, “¿vamos arriba querés?”. Y yo, “sorprendida” le digo “bueno dale, ¿pero que querés hacer?”. Y él me dice “vamos nomás, acá hay mucha gente”.

    Bueno fuimos arriba, y de una me empezó a besar, chapamos y me puso la mano en mi cabeza, yo sabía lo que quería, así que bajé y le empecé a chupar la pija. Mientras le chupaba la pija, me preguntaba si yo era algo con el gordo (mi amigo) y yo le dije que no ¿por qué? Me dice: “porque desde hoy está mirándote, le molestaba que yo te hablara.” Yo le dije “jajaja si es un poco celoso”. Y él me dice, “no aguanté más por eso te dije para venir acá arriba”.

    Yo seguía chupándole la pija, mientras él me agarraba fuerte la cabeza. No quería que le dejé de chupar.

    En eso me tiró a la cama, me sacó la tanga, me puso en 4 y me empezó a coger. Ni tiempo me dio a decirle que se ponga forro, me cogió así a pelo. Le gustaba darme muy fuerte, y yo gemía muy fuerte, y me decía si seguía gimiendo “así te van a escuchar abajo”.

    Los de abajo quedaron todos en silencio, estaban disfrutando de mis gemidos de putita saca leches.

    Yo le decía “dale dale cogeme más (me cogía por mi conchita) ¡que buena pija tenés!”

    “¿Así te gusta?” me preguntaba , y a mí me encantaba, y más me calentaba que todos estaban expectantes de lo que estaba pasando.

    Después se acostó en la cama y me hizo chuparle de nuevo, me metí toda su pija en la boca, y después me subí arriba de él, para que me llene de leche la conchita.

    Estuve saltando en su pija hasta que sentí toda su leche en mi conchita.

    Cuando terminamos, me dijo que bajara nomás, él se quedaba a dormir.

    Yo como buena putita bajé las escaleras, y estaban todos mirándome jaja, le dije a mi amigo que me llevara y nos fuimos.

    Mi amigo estaba súper enojado jaja, y yo estaba super caliente.

    Me dejó en la esquina y tuve que meterme todo por el monte para llegar al camping, descalza porque mis tacos no me dejaban caminar.

    Llegué, me saqué la ropa, me toqué la conchita, acabé, y me dormí.

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  • La penitencia

    La penitencia

    Bienvenidos a una más de mis historias. Ahora les escribo un encuentro prohibido que tuve con un sacerdote años atrás cuando tenía 27 y aún estaba soltera.

    En esa ocasión fui invitada como madrina de primera Comunión de una sobrina. De acuerdo al protocolo eclesiástico debía confesarme antes del día de la misa así me di a la tarea de cumplir con ese requisito lo más próximo a la fecha de la celebración.

    Un martes por la tarde fui a la vicaría correspondiente para informarme sobre los horarios en los que podía recibirme el párroco para la confesión ya que se trataba de una pequeña capilla franciscana que no oficia misa todos los días. Al ingresar al inmueble se me hizo extraño no encontrar a nadie atendiendo, las instalaciones estaban vacías. Supuse que no tardaría alguien en regresar por lo que esperé en una banca a ver quién se aparecía. Unos 10 minutos después se abrió una puerta interior por la cual ingresó un hombre que me dio las buenas tardes.

    Al voltear mi mirada hacia él no pude evitar mi sorpresa al verle: el religioso era un hombre de 40 años aproximadamente, alto, moreno claro, abundante cabello lacio negro peinado hacia un lado, de rostro perfectamente simétrico, mentón cuadrado, afeitado impecable, ojos grisáceos y labios carnosos, iba ataviado en una camisa clerical gris de manga corta que dejaba ver unos fuertes brazos y un pantalón negro entallado que resaltaba todos sus demás atributos que a cualquier mujer le llaman la atención en un hombre.

    —“Buenas tardes hija, soy Ricardo, el presbítero de esta capilla, ¿en qué puedo ayudarte?” —pronunció el sacerdote con voz amable y varonil.

    ¡Madre mía! dije en mi mente de la grata impresión. Lo miraba casi babeando y con mi rostro sonrojado, él al ver mi reacción me invitó a pasar a su privado esbozando una radiante sonrisa. En una esquina del cubículo colocó dos sillas a modo que quedamos sentados uno frente al otro, nuestras rodillas casi se tocaban. Comencé a decirle el motivo de mi visita y él no me apartaba la vista de encima, me observaba de arriba abajo, hasta lo pillé dándole una ojeada a mi escote. Lejos de hacerme sentir incómoda con su mirada lasciva me comencé a excitar, la verdad desde el primer instante lo encontré increíblemente atractivo. Mis ojos solo veían al hombre, no al religioso.

    Le pedí me confesara en ese momento, pero se rehusó alegando que ya era tarde, así que programé una visita para dentro de una semana. En el transcurso de los siguientes días anduve muy inquieta, no dejaba de pensar el encuentro programado y fantaseaba por las noches con el sacerdote en situaciones de mucho morbo por ejemplo que me obligaba a verlo hacerse una paja, que me violaba en una cripta oculta debajo del templo, que entre él y un monaguillo me follaban al mismo tiempo, en fin, muchísimas variantes lujuriosas y altamente pecaminosas.

    Se llegó por fin el día de la cita y me presenté a la hora indicada. La vicaría no estaba abierta como la vez anterior, tuve que tocar el timbre varias veces hasta que el padre Ricardo se asomó por una ventana y enseguida abrió la puerta. Me hizo pasar y me pidió que lo siguiera argumentando que no podía confesarme en esas instalaciones, sino que lo tendría que acompañar hasta la capilla. Recorrimos la casa parroquial y luego atravesamos por una puerta que conecta a la sacristía. Parecía que no había nadie más ahí, la puerta principal del templo estaba atrancada, ni siquiera vi monaguillos o fieles dentro.

    La forma de actuar del sacerdote era de lo más cotidiana, muy atento y relajado, casi ni me daba importancia. Su actitud era contraria a lo que yo imaginé en mis fantasías, debo reconocer que me sentí un poco desalentada.

    A diferencia de la última vez que nos vimos, no vestía de civil, sino que portaba su indumentaria franciscana, ya saben, el hábito en color marrón oscuro y su cordón de tres nudos sobre su cintura. Me condujo hasta el ala izquierda del templo donde se ubican los confesionarios y se metió en uno de ellos. Se acomodó en el asiento central y corrió las cortinas púrpuras al tiempo que yo me hincaba sobre el reclinatorio que tenía por un costado.

    Di comienzo a mi confesión, señalando una a una mis faltas acumuladas en tantos años, todo transcurrió normal hasta que pasamos al sexto mandamiento: no fornicarás. El padre Ricardo me detuvo al instante y me pidió que me reubicara hasta donde estaba él sentado porque no alcanzaba a escucharme muy bien, según eso. Me hinqué a sus pies apoyando mis manos entrelazadas sobre sus piernas al momento que él se inclinó hacia mí y apoyó su mano derecha sobre mi hombro izquierdo. Quedé justo al lado de su oído donde reanudé el tema de la fornicación, sin dar pormenores y tratando de resumirle mis aventuras sexuales acumuladas desde mi última confesión.

    El sacerdote me insistió en relatar los detalles, decía que era necesario para poder purificar mi alma. Para su fortuna nunca he sido pudorosa por lo que me explayé contándole sobre las cosas que hacía con mi novio de ese entonces y con uno que otro amigo también jejeje. Podía escuchar sobre mi oreja como la respiración del padre se agitaba gradualmente, después intercambió su mano derecha por la izquierda la cual comenzó a mover por todo mi hombro, la llevó a mi espalda, la puso detrás de mi nuca.

    Yo solo me relajé y disfrutaba lo que su mano me hacía, me estaba gustando el momento. Me esmeré más en contarle mis encuentros con otros chicos, hasta comencé a usar palabras como verga, coño, follar, culo, etc. lo que pareció encender más su temperatura ya que su mano se movía con más ahínco sobre mí. Sentir su vaho sobre mi oreja hizo que mi piel se erizara y por supuesto que toda esa atmósfera de encuentro prohibido, inmoral y aberrante me estaba encendiendo rápidamente, sobre todo por las muchas veces que fantaseé situaciones con un religioso.

    No recuerdo en qué momento dejé de contarle mis pecados y en su lugar empecé a meter mis manos bajo su hábito, primero envolví sus tobillos con ellas, para después palpar sus duras pantorrillas y sus marcados muslos. Al llegar a su entrepierna esperaba encontrarme con su trusa o bóxer, me equivoqué: no llevaba ropa interior debajo. Sin destapar aún su hábito, todo a tientas, mis dedos toparon con sus testículos y el cura suspiró.

    Se lanzó directo a meter su lengua en mi oído mientras notaba sus jadeos de excitación. Mi avance fue lento, dedicándome primero a sus huevos, los masajeaba con mis dedos, los jalaba, estiraba su saco, los apretaba también. Mis movimientos bruscos sobre esa zona sensible le provocaban cierta molestia, pero a su vez placer, sabía que le agradaba como estaba tratando sus bolas.

    En el ínter él me daba mordiscos en el lóbulo de mis orejas, pasaba su lengua por todo mi cuello hasta que una de sus manos se coló dentro de mi blusa y se deslizó por debajo de mi sujetador para aferrarse a mi seno. Le era fácil manipular mi pecho con su amplia mano, lo estrujaba como si estuviera amasando. Claramente eso me puso más caliente y le respondí dirigiendo una mano a su miembro, que al primer tacto no lo sentí totalmente duro.

    Con mi mano derecha seguía manipulando sus huevos y con la izquierda le frotaba su polla que lentamente fue engrosando considerablemente entre mis dedos. Que excitante era tocarle por debajo de su túnica, percibir sus dimensiones y texturas únicamente con el tacto, sin haberle visto aún sus partes. Continúe con mis toqueteos hasta que alcanzó una dureza considerable. Fue entonces cuando de un movimiento rápido le levanté su hábito hasta medio abdomen y quedo ante mí su virilidad expuesta: una verga morena, venosa, bastante gruesa, con una cabeza abultada y lo que más me enamoró fue que estaba circuncidada. La tomé por la base y la admiré por breves instantes, realmente era suculenta.

    El padre Ricardo se había encargado de sacarme ambas tetas por fuera de la blusa, pero al sentir como manipulaba su pija ya con ambas manos optó por reclinarse sobre el respaldo de la silla para disfrutarlo tranquilamente. Yo seguía ahí hincada con mis manos sobre su mástil que a cada apretón seguía creciendo, lo pajeaba muuuy lento, deseaba volverle loco. Le miraba esos intrigantes ojos en tonos grises, fijamente, sin cruzar palabra, esperando a que me ordenara qué hacer.

    —”Si en verdad buscas la salvación tendrás que comenzar con tu penitencia Claudia. Primero hay que purificar tu boca, ¡vamos! —exclamó el párroco. Supe exactamente lo que debía hacer.

    El primer lengüetazo que le propiné a su verga fue recorriendo lentamente toda su extensión, desde los huevos, subiendo por la base de su tronco hasta que topé con su cabezota oscura, a la que le di pinceladas circulares con la punta de mi lengua, para finalmente rodear con mi boca aquel pedazo de carne. Cuando la metí a mi boca el cura soltó un ahhh mientras cerraba los ojos. Me esmeré en comerle lo mejor que podía, la tragaba hasta donde podía, en verdad tenía un palo delicioso.

    —”¿Estoy haciendo bien mi penitencia padre Ricardo?” —le pregunté con voz inocente mientras le daba lametones a la punta de su verga.

    —”No está nada mal, pero necesitas esmerarte más, que se vea tu arrepentimiento” —replicó al tiempo que me tomó del cabello y me forzó hacia él para engullirme su polla hasta la garganta.

    Así estuve un largo rato comiéndole el pito hasta que me detuvo, hizo levantarme y me giro para darle la espalda. Sus manos fueron directo a mis glúteos, los sobaba por encima del pantalón de lycra que por ser de una tela muy delgada podía sentir perfectamente sus manos masajeándolos con firmeza. Separó un poco mis piernas para meter su palma por entre ellas, frotándola contra mi cuca, la deslizaba desde atrás hasta adelante, las yemas de sus dedos alcanzaban a tocar mi bajo vientre y luego jalaba hacia atrás para que su palma frotara toda mi entrepierna. En el proceso de sus deliciosos frotamientos mi humedad traspasó la tela del pantalón, mi tanga no pudo contener la cantidad de flujo que emanaba de mi interior.

    A continuación, se puso de pie para pegarse a mí por detrás, de modo que me rodeó con sus brazos por delante de mi cintura, se aferró a mis expuestos pechos con ambas manos, un rato después bajó su mano derecha por mi abdomen y la deslizó por debajo de mi pantalón para palpar mi mojada concha. Sus dedos bailaban sobre mi clítoris suavemente, de vez en vez los llevaba a la entrada de mi vagina para empaparlos y poder continuar estimulándome ese botoncito de placer. A estas alturas yo ronroneaba como una gatita con cada uno de sus movimientos, no sé cómo aguanté para no correrme en ese momento.

    Luego bajo mi pantalón y pantys hasta las rodillas, pensé que ensartaría su carne dentro de mí pero optó por girarme para quedar ambos frente a frente. Rápido metió su dedo índice y el anular de su mano derecha en mi coño para enseguida moverlos frenéticamente de afuera hacia adentro como una máquina de coser jajaja, sentía sus dedos entrar por completo y la palma de su mano golpeteaba mi clítoris cada vez que topaba en mi vulva.

    Por si fuera poco, arqueaba sus dedos dentro de mi vagina de modo que estimulaba mí punto G deliciosamente, lo que provocó que en menos de 2 minutos explotara en un orgasmo intenso acompañado de tremenda salpicada de jugos que brotaron de mi interior, el famoso “squirting” o eyaculación femenina. Debo admitir que pocas veces me había corrido de esa manera, él sabía sin duda como tocar a una mujer.

    —“Necesitas más purificación Claudia, te resta mucha penitencia aún” —me comentó seriamente.

    Me tomó unos instantes recuperarme de ese éxtasis, las piernas se me doblaron por completo, por suerte Ricardo me sujetó para que no me cayera. Por mis muslos escurrían fluidos y miré el piso mojado producto de mi brutal corrida. El religioso se sentó nuevamente en el confesionario y me hizo que me montara poco a poco sobre su gruesa polla. Una vez que sentí sus bolas pegar con mis nalgas supe que ya tenía todo su miembro dentro, que de lo gruesa que era frotaba muy rico mis paredes vaginales. Di lo mejor de mí en esa cabalgata, en cada sentón, en cada arremetida de mis caderas sobre su palo. Mis pechos eran devorados por el padre como bebé hambriento, como si tuviera una sed insaciable de beber de ellos.

    —”Que rica verga tiene padre Ricardo” —le dije con voz agitada.

    —“Calla hija, vienes aquí a cumplir un castigo, ¡no a disfrutar!” —me dijo medio ofendido.

    Ansiaba probar sus carnosos labios e intenté besarlo un par de veces más él se negó argumentando:

    —”Eres una sucia pecadora, no a tratar de corromperme”.

    Ese cura sí que era todo un caso. No entendí cuál era el problema de besarnos si bien que me tenía ya con toda su carne dentro. Aunque me extrañó esa actitud suya, la verdad es que aumentaba mi deseo por él, dejaba algo prohibido, algo intocable. En fin, el caso es que continué cabalgando su fierro por un par de minutos más y me llegó otro orgasmo intenso acompañado de convulsiones violentas. Descansé un momento sobre el pecho Ricardo, sintiendo mi vagina aun invadida pues no se había salido su tiesa vara.

    Cuando él vio que mis fuerzas regresaron me llevó hasta una de las bancas de madera donde se sientan los fieles durante la misa y me colocó a lo largo apoyada sobre rodillas y antebrazos (posición de perrito) de modo que mi trasero quedó justo a la orilla de la banca. Presuroso se acomodó detrás de mí, abrió un poco su hábito para sacar su gorda polla, la enfiló hacia mi coñito y bruscamente la empujó sin reparos hasta que sus bolas chocaron en mis nalgas.

    Yo me aferraba a la banca con fuerza pues sus embestidas se tornaron bruscas y poderosas, cada choque de su pelvis con mis cachetes generaba un golpe sonoro que retumbaba en aquel silencioso templo. Ese padre me estaba dando una follada de campeonato, yo me sentía literalmente en la gloria jejeje.

    —“¡Ahora verás el castigo que te espera por pecadora!” —expresó eufóricamente.

    —“¡Toma esto!” —gritó al tiempo que sentí un azote en mis nalgas con lo que me pareció algún tipo de cuerda. Efectivamente, el sacerdote me estaba flagelando con el cordón que llevaba amarrado a la cintura, lo hacía con saña a manera de escarmiento. Sin duda a cada cordonazo que me propinaba sentía cierto grado de dolor, pero mis gustos por los coitos violentos convertían cada latigazo suyo en una ola de sensaciones deliciosas que solo alimentaban más mi libido.

    —“¡Si padre Ricardo, castígueme! He sido una ramera sucia, ¡azóteme más fuerte por el amor de Dios!” —le grité entre gemidos.

    El cura al oírme no dudó en seguir ajusticiándome con su soga sobre mis nalgas, mi espalda, mis muslos. Las estocadas a mi coño se tornaron más veloces y noté sus resoplidos anunciando su inminente corrida. De un movimiento súbito se salió de mí, me tomó del cabello, colocó su verga sobre mi cara y se comenzó a correr.

    —“Yooo… te absuelvo… de tus hmmm… pe… cados… en el nommmbre… del Padre…” —pronunciaba mientras vaciaba su espesa leche sobre mi rostro. Chorros cayeron sobre mi cabello, frente, mejillas, me dejo toda batida. Como no quería quedarme con las ganas de saborear un poco de los restos de semen que goteaban de su polla traté de chuparle, pero me lo impidió, tampoco quiso que con mis dedos llevara a mi boca el líquido que había esparcido sobre mi cara. Sacó un pañuelo, me limpió primero y después aseó su flácido miembro.

    Enseguida nos vestimos, apenas y podía caminar, nunca pensé que un sacerdote follara tan bien. Me despedí de él y camino a casa pensé: “desde ahora tendré que pecar con más frecuencia si es que quiero más penitencias con el padre Ricardo”.

    Gracias a todos los que se toman el tiempo de valorar y comentar este relato, me alientan a seguir publicando más historias.

    Saludos cordiales a todos.

    Claudia.

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  • La hija de mi novia quiere saberlo todo

    La hija de mi novia quiere saberlo todo

    Estas cosas le pueden pasar al más pintado. Hasta yo mismo me sorprendí, siendo como soy una persona bastante legal. Pero uno no es de piedra. Les contaré lo que sucedió.

    Mi anterior pareja, Acoraida, se vino a vivir a mi casa con su hija Maribel. Estuvimos algo más de 13 años juntos. Nos llevamos siempre muy bien y nunca hubo secretos entre nosotros. Lo compartíamos todo. Como todos saben, para que una convivencia funcione, hay que ser tolerantes con las particularidades de cada uno, y eso es lo que hacíamos.

    Entre otras cosas, yo mismo fui comprensivo con la niña cuando jugaba y correteaba a todas horas por la casa, cuando rompía algún objeto o cuando usaba mi ordenador para sus trabajos escolares, en fin, ese tipo de cosas.

    Cuando Maribel tenía 18 años, Acoraida tuvo que desplazarse a Salamanca y pasar allí un año para cursar un máster de Economía. No fue una época fácil para mí, pero traté de seguir como pude con mis rutinas, entre ellas la de llevar a su hija al instituto.

    Una tarde, mientras leía el periódico, Maribel salió de la ducha desnuda y se dirigió a su cuarto. En esa ocasión, tropezó en medio del pasillo y se cayó al suelo. Aunque me resultó un poco embarazoso, me fui hacia ella y la ayudé a levantarse.

    En ese instante descubrí que ya era una mujer hermosa. Como hombre que soy, no pude evitar sentirme atraído sexualmente. Lo disimulé como pude, pero admito que miré de reojo su cuerpo. Tenía los pechos grandes y firmes, con las aureolas rosadas y tiernas. Llevaba el sexo rasurado en las ingles, con el vello recortado sobre la vulva. Le observé los labios algo sobresalientes, deliciosos. Todo duró solo unos instantes, pero me sentí excitado. Luchando contra mis deseos, le di la espalda. No quise que notara mi miembro, que comenzaba ya a levantarse.

    ―A partir de ahora, sales vestida del baño, Maribel, ¿ok?

    El incidente quedó ahí, sin más. Yo regresé a mi lectura y ella se fue a su habitación. Pero más tarde, mientras estábamos cenando, me preguntó por qué, y le contesté:

    ―Ya eres una mujer. No está bien que andes desnuda por la casa.

    Como pude, le expliqué que yo era humano y que podía llegar a excitarme. Ella se rio a carcajadas, dijo que vaya una tontería, y que de todos modos eso no tenía nada de malo.

    No supe muy bien cómo encajarlo. Aparentemente no le dio ninguna importancia, aunque luego hizo algo que me desconcertó: se fue a por unas latas de cerveza y las puso sobre la mesa. Entonces me dijo:

    ―Si ya somos adultos, podemos beber alcohol, ¿no?

    Una chica lista, buena jugada. Solo pude sonreír. Le seguí el juego y tomamos las cervezas. El alcohol finalmente nos ayudó a soltar un poco la lengua. Me preguntó si yo le había sido infiel a su madre alguna vez. Le dije que no, por supuesto.

    ―¿Por qué me preguntas eso?

    ―No sé… No eres mi padre verdadero. Los hombres a veces hacen eso, ¿no?

    ―Sí, algunos lo hacen. Pero no es mi caso.

    Ella me confesó ―para mi sorpresa, porque yo creía lo contrario― que nunca había tenido sexo con un chico, que sus amigas hablaban todo el rato de eso, pero que ella no participaba. Lo que sí hacía era frotarse los muslos y meterse los dedos, pero quería aprender de una vez todo sobre el sexo.

    ―Ten paciencia, ya conocerás a alguien. ¿Qué prisa tienes?

    Tomó un sorbo más.

    ―¿Y por qué no ahora? ―me dijo, y comenzó a acariciarse la blusa sobre los pechos mientras me miraba con malicia.

    Yo no daba crédito. Me pilló con la guardia baja. No llevaba sujetador, y sus pezones se le marcaban bajo la tela. A veces la camisa se le subía demasiado y se le salía un pecho. Bajó la otra mano a su entrepierna y comenzó a tocarse. Lo hacía ocultándose detrás de la mesa, pero yo sabía lo que estaba haciendo. Si quería provocarme, lo estaba consiguiendo.

    Finalmente se quitó la camisa y la tiró al suelo. Se puso de pie y comenzó a quitarse el pantaloncito del algodón que llevaba. Se quedó solo con las bragas. Al ser blancas, se notaba la mancha oscura de su vello sobre la vulva. Por los lados salían algunos pelillos rebeldes. Yo la miraba anonadado. La mesa cubría mi erección.

    ―Sabes que no puedo hacer eso, Maribel.

    ―Pero yo sí ―replicó―. Te he espiado, ¿sabes?

    Abrí los ojos, sorprendido.

    ―¿Qué?

    ―Sí, te he visto desnudo mientras te duchas. Y a veces te he visto follando con mi madre, jajaja. Voy de puntillas hasta vuestro cuarto y me asomo despacio. Sé que… ―rio tapándose la boca―. Sé que no te deja metérsela por el culo, porque no le gusta. Mis amigas hablan de eso todo el rato, y yo no me lo creía. Pero te vi a ti intentándolo con ella.

    Mi erección era ya indisimulable, me latía el corazón a todo trapo. Di un trago más a mi lata, nervioso.

    ―No deberías hacer eso. Es algo íntimo.

    Volvió a reírse. Estaba de pie y seguía mirándome en actitud coqueta. Se acariciaba las bragas con descaro, se pellizcaba un pezón. Me era imposible retirar la mirada.

    ―Yo soy más abierta que ella ―dijo con chulería.

    ―¿Cómo abierta?

    ―Sí, yo quiero probarlo todo. Quiero que me ayudes, que me enseñes a disfrutar del sexo sin tabúes.

    ―Jajaja, estás loca. Además, te he dicho que no puedo hacer eso.

    ―No diré nada, te lo prometo ―dijo con desespero―. ¿Qué te cuesta?

    Se acercó a mí, descalza como iba, se sentó sobre mis piernas, me rodeó el cuello con los brazos y trató de besarme. Yo no sabía qué hacer. Por más que quise evitarlo, mi pene erecto se le clavaba entre las nalgas. Ella presionaba sus pechos contra mí, hacía pequeños balanceos con sus caderas forzando el frotamiento de mi polla. No pude resistirlo más: la rodeé con los brazos y le correspondí. Nos besamos en los labios y enseguida sacamos nuestras lenguas.

    ―Es suave ―dijo.

    ―Sí, mucho. Y tú más aún ―le dije. Me sentí arrasado por su tacto y su olor.

    ―Otra vez ―susurró juguetona, y volvimos a besarnos rozando nuestras lenguas.

    Fui recorriendo su cuerpo con mis de dedos, le acaricié los pechos, lamí el lóbulo de su oreja, llevé mi mano a su braguita, que comenzaba a estar caliente y húmeda. Con disimulo, llevé los dedos impregnados de su olor a mi nariz. Me voló la cabeza.

    ―Me gusta cómo me tocas ―me dijo al oído.

    Era irresistible. Quizás lo hacía intencionadamente para provocarme, pero empezó a emitir pequeños gemidos. Su cuerpo se mecía con mis caricias y besos. No pude aguantar más. La cogí en brazos y la coloqué tendida sobre la mesa. Por un momento, estuve a punto de detenerme. No podía creerme que estuviera sucediendo, pero me incliné sobre ella y comencé comérmela: le acaricié todo el cuerpo, le mordisqueé el cuello, lamí sus pechos, chupé sus duros pezones.

    ―Ay, que rico ―dijo respirando con agitación.

    Le besé el ombligo y su cuerpo se contrajo. Soltó una risilla.

    ―¡Me hace cosquillas!

    Le saqué las bragas y me las llevé de nuevo a la nariz. Aspiré.

    ―¿Qué haces? ―preguntó sorprendida.

    ―Nada.

    ―Dímelo ―insistió―. ¿Por qué has hecho eso?

    ―Es por… el olor de tu sexo. A los hombres nos excita.

    Abrí despacio sus piernas y me quedé mirando su vagina, los labios rosados y perfectos asomando entre el vello. Quise mostrárselo de nuevo y comencé a olérselo minuciosamente. Su olor me llenó y destruyó definitivamente cualquier barrera moral que pudiera tener. Empecé a saborear sus jugos. Los gemidos de Maribel ahora sí que eran más intensos e involuntarios.

    Su pelvis comenzó a moverse arriba y abajo suavemente. Abrí más sus piernas y comencé a succionarle a placer los labios, que ya estaban rojos y excitados. Mordí sus nalgas blancas y duras, las abrí y le lamí el ano cerrado, haciendo que ella se estremeciera.

    ―¡Malo! ―exclamó―. Eso no es la vagina.

    ―¿No te gusta?

    ―Sí… mucho.

    Seguí haciéndolo. Luego empapé dos dedos en mi saliva y hurgué en su sexo. Estaba muy húmedo. Los introduje despacio, moviéndolos adentro y afuera.

    ―Ay… ―gimió.

    ―¿Te gusta?

    ―Sí…

    Su pelvis volvía a moverse. Eché más saliva, aumenté el ritmo, empecé a agitarlos dentro, rozándole las paredes. Me incliné sobre ella y comencé a chupar y lamer el clítoris sin dejar de penetrarla. Su cuerpo se agitaba cada vez más.

    ―¡Ay, joder, qué pasada! Así, sigue…

    Continué unos instantes más hasta que de pronto comenzó a tener contracciones. Maribel se llevó la mano a la boca para ahogar un fuerte jadeo. Juntó sus muslos instintivamente, muerta de gusto, atrapándome en medio. Dejé de atosigarla hasta que su cuerpo se calmó. Tenía todo el cuerpo húmedo.

    ―Joder… ―fue todo lo que dijo, con la respiración agitada.

    Me puse de pie y la senté en el borde de la mesa, tomé su rostro en mis manos y la besé en la boca.

    ―Ven, siéntate en la silla ―le dije. Yo me puse de pie y me quité el pantalón y los calzoncillos. Me subí a la mesa, ofreciéndole mi erección―. Te toca a ti. Haz todo lo que te apetezca.

    Miró mi polla un poco desconcertada. La acarició con los dedos, como si fuera un juguete nuevo. Me hizo gracia. Luego acercó su cara y justo antes de posar su boca, dijo:

    ―Por fin… ―Entonces se puso a olfatearla―. Qué raro huele… ―Yo no supe qué decirle, pero por su sonrisa pensé que no le desagradaba.

    Luego sacó su lengua y comenzó a lamerla como si fuera un helado, de abajo arriba, a darle besitos. De vez en cuando, daba una chupaba a la punta roja, como si fuera un chupachups. Continuó así hasta que puse una mano sobre su cabeza, la atraje hacia mí y le dije:

    ―Métetela en la boca.

    Empezó a chuparla abriendo al principio los ojos, como asombrada. Luego los cerró y comenzó a mover su cabeza arriba y abajo, despacio.

    ―¿Así? ―preguntó mirando hacia mí.

    ―Así es perfecto. Sigue, anda.

    Empezó a saborearla, rodeaba el glande con su lengua a medida que fue cogiendo confianza. Se concentró en el orificio, hurgándolo con la punta. De la excitación, me agarré yo mismo la polla y comencé a jugar con ella, la balanceé frente a su cara, le di golpecitos en los labios y en las mejillas. Le mostré los testículos y le dije:

    ―Lámelos. ―Puse su mano en mi polla―. Pajéame mientras lo haces.

    Lo hizo durante unos instantes y luego dijo:

    ―Quiero ver el semen.

    Sus palabras hicieron que me vibrara todo el cuerpo.

    ―Ven ―le dije intentando contener mi ansiedad.

    Me bajé de la mesa y le pedí que se arrodillara. Le puse la polla frente a la boca.

    ―Chúpala ahora muy seguido.

    Comencé a moverme acompasando mis movimientos a los de su cabeza, que yo atraía con mi mano. La saliva se le salía por la comisura de los labios. A veces se la sacaba para respirar, la lamía de abajo arriba. Yo la tomaba en mi mano y se la pasaba por los labios. Cuando lo hacía, ella miraba hacia arriba buscándome la cara, con curiosidad, sorprendida por ver lo que le gustaba a un hombre.

    Continuó mamando unos minutos hasta que finalmente llegó mi orgasmo. Los chorros de semen la pillaron desprevenida y soltó un quejido de sorpresa. Abrió su boca y sacó su lengua, desesperada. Yo agarré mi polla y seguí masturbándome. Los chorros le cayeron en la cara, manchándole la nariz, la frente y el pelo.

    Quedó impresionada. Así y todo, con los dedos comenzó a restregarse algunas gotas que habían caído sobre sus tetas. Entretanto, yo me recuperaba apoyado en la mesa y sin dejar de mirarla, incrédulo.

    ―Sentí tu chorro en mi garganta ―dijo sonriendo―. ¡Sabe dulce! ―añadió, y se chupó los dedos, que tenía manchados de semen.

    Me incliné hacia ella, la tomé por los brazos y la puse de pie. La miré a los ojos, le aparté el pelo de la cara. La besé.

    ―Ha sido fantástico ―le dije―. ¿Te ha gustado? ―Ella asintió con la cabeza―. Pues este será nuestro secreto, recuérdalo.

    ―Claro. No lo diré a nadie. Pero… ¿me seguirás enseñando?

    La volví a besar en la mejilla.

    ―Sí. Anda, ve a ducharte.

    Recogió su ropa del suelo, muy contenta, y se fue hacia la ducha de puntillas, dando saltitos. Admiré su cuerpo joven con deleite una vez más mientras se marchaba. «Hay tipos con suerte», pensé.

    Fin

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  • Un viejo verde y yo sola en la piscina (2)

    Un viejo verde y yo sola en la piscina (2)

    Continuación de “Un viejo verde y yo sola en la piscina”.

    El tío entró en su casa y dejó la puerta abierta sin darme opción a negarme a entrar. Una vez dentro me indica dónde está la cocina, aunque, por supuesto, me deja pasar delante para poder observarme bien desde atrás.

    Paso y él viene detrás. La cocina está bastante sucia y desordenada y todo apunta a que el resto de la casa debe estar igual. Pongo la comida en la nevera y le digo.

    -Hay una cosa que quería pedirle. Soy un poco paranoica, sobre todo cuando estoy sola. Y en julio, con los robos que hay…

    Él se queda mirándome sin entender. De modo que continúo.

    -Vaya, que estoy un poco acojonadita. Si pudiera estar un poco atento a los ruidos esta noche….

    -Un poco atento a los ruidos. -Dice riendo.- Ojalá el oído me lo permitiera. -Guarda silencio un rato y continúa.- Pero si te da mucho miedo, puedes pasar aquí la noche. Por mi parte no tengo problemas. Aunque supongo que está demasiado sucia para una princesita como tú. -de nuevo fija su mirada en mis tetas.- Desde que se fue Pepi… ¡se nota que no hay una mujer en esta casa!

    Yo me quedo muda. Este tío no pierde el tiempo, me está invitando a pasar la noche ahí. Aunque lo cierto es que se lo he puesto en bandeja.

    -No me parece buena idea, pasar la noche en casa de otro hombre, vecino.

    -Entiendo. Pues entonces mide tú qué te da más miedo: pasar la noche sola allá o aquí con un anciano…

    -Sí, claro un anciano que no para de mirarme las tetas.

    -¿Qué daño hace? Tienes unas tetillas mordibles y yo me deleito mirándolas, no pasa nada. En la piscina viniste a mi sitio a que te las mirara….

    -No es verdad, -protesto

    -Claro, claro… Yo te digo que me empalmo por haberte visto las tetas y tú, después de irte, vuelves disculpándote conmigo. Y ahora fíjate. -Dices señalando mi camiseta- Vienes a verme así.

    Miro donde señala y, efectivamente, mis pezones forman un relieve espectacular. Pero no puedo reconocer delante de él que es cierto lo que dice.

    -Hombre he venido con la ropa de casa.

    Joder, el vecino parece garrulo, pero el cabrón tiene una lógica aplastante. El razonamiento es claro: si quieres que te proteja, olvídate de que oiga los ruidos, sólo hay una opción, vente aquí a dormir. Esa o quedarte en tu casa pasando miedo. Por supuesto que si te vienes ya sabes que te voy a mirar las tetas, pero, dado que está claro que no te importa, no pasa nada. Y no sólo el razonamiento, sino su honestidad. Me invita a venir y me deja claro qué pasará si lo hago.

    Me quedo sin argumentos. Doy vueltas a lo que dice. No veo grietas, no encuentro cómo contradecirle… pero es que… ¡¡¡estamos hablando de dormir en la casa de mi vecino!!! Quiero decir… ¿es sólo remotamente posible que esté planteándome pasar la noche ahí? Pues parece que no sólo eso, sino que además a mis empitonados pezones les parece una idea fantástica. Después de todo también me parecía una locura siquiera entrar en la casa y heme aquí y no ha sucedido nada…

    Me doy cuenta de que a estas alturas, todavía, no te he dicho claramente que no voy a pasar la noche ahí… Me sigo sorprendiendo de mí misma, porque si no le he dicho que no es porque aún pienso que tal vez…

    Unos ruidos raros me sacan de mis reflexiones. Ni siquiera me he dado cuenta de que el vecino estaba dando una vuelta alrededor de mí mirándome bien. Se me debe notar en la cara la extrañeza, porque me dice:

    -Vecina me has pillado ocupado viendo una peli, jajaja. Espero no te sientas mal porque vea ese tipo de cine… si quieres puedes quedarte a ver el final conmigo ¡jajaja! está muy muy interesante…

    -No gracias, -respondo entendiendo-, el porno no es mi fuerte. Y por supuesto no me siento mal porque vea ese tipo de cine. Cada uno que vea lo que quiera. Pero vamos, no me apetece quedarme a ver el final. Creo que será bastante previsible, seguram…

    Me interrumpe un sonido de móvil. El vecino coge el suyo y sonríe.

    -Anda mira, nuestras vecinas de la pisci, Cris y Lidia. Mira qué guarrillas son.

    Con el móvil en la mano, se pone detrás de mí y me enseña la pantalla. Aparecen ellas dos con un minitop y un microshort, posando de espaldas, pero girando el tronco, de tal manera que pueda verse tanto parte de la nalga desnuda, como el ombligo.

    -Han debido de salir y deben de haber bebido, yo creo que están cachondillas, jajaja

    Me sorprende que esas dos chiquillas le envíen ese tipo de fotos a este abuelo, pero mi sorpresa da paso a la precaución. En la posición que estamos, el hombre está punteando mi culo con su verga.

    -Vecino no me interesa como van vestidas esas chiquillas, pero vamos, van como las chicas de ahora. Bueno, ya tiene esto… espero que le aproveche. Será mejor que me vaya… y de verdad, por favor, si oye algún ruido raro por favor…

    Él intuye mi escapada y me agarra por la cintura, pegándome más a él y me dice al oído.

    -¿De verdad te quieres ir, Silvia? ¿estás segura? Fíjate como me estás poniendo, ¿te das cuenta?

    -Desde luego que quiero irme, vecino, por favor, suélteme. Pase que le permita que se vaya de vistillas, pero por favor, suélteme…

    Según le digo que me suelte comienzo a preocuparme por la situación. De pronto deja de ser el pobre abuelillo abandonado por su mujer y se convierte en una amenaza. Hasta construyo una película por si todo toma mal cariz que justifique mi presencia en esa casa. Aprovechando que no estaba mi marido, fuente del conflicto, traté de resolver las rencillas que teníamos con nuestro vecino y le di algo de lo que había cocinado. Él me hizo pasar para dejarlo en la cocina y ahí trató de propasarse… todo cuadraba y explicaba la situación sin que yo quedara comprometida en absoluto.

    Mientras estoy hilando esto noto su saliva en mi cuello, ¡joder me está lamiendo!, y sus manos suben.

    -¡Uf! Silvia qué buena estás, me encantan tus tetas… quiero follarte como a una zorra.

    Intenta agarrar mis tetas, pero afortunadamente yo las cojo a tiempo y lo evito.

    -Vecino, está yendo usted demasiado lejos.

    Finalmente logro desasirme y quedo frente a él.

    -Entiendo que lo ha pasado mal y que estar sin su mujer le afecta. Entiendo que pueda estar necesitado de… -en ese momento suenan gemidos en la película y yo señalo con mi cabeza en dirección al ruido- de eso. Lo entiendo, pero tiene que controlarse un poco, por favor.

    Lo veo con la cara de lujuria mirándome de arriba a abajo.

    -Joder Silvia, es que me matas… Y al venir así a mi casa… entiéndelo

    Lo dices y te alejas de mí. Al hacerlo, la amenaza se disuelve. De modo que, ni en sueños pensabas forzarme, sólo es un malentendido. Eso me relaja. Y sonrío.

    -Por un momento, me dio usted un buen susto.

    -Jajaja, no seas boba, chiquilla. Vienes medio en pelotas a casa y bueno, pues… se intenta, pero de ahí a… ¡no, vecina! Un hombre no hace esas cosas. Anda, deja que te quite el susto y quédate aquí a cenar. Entre el gazpacho y el flan que has traído y las pizzas y cervezas que me quedan creo que juntaremos una cena.

    Pongo cara de extrañeza.

    -No sé, vecino, creo que no es buena idea que…

    -No jodas, Silvia. Comer y cenar solo es una mierda. Te lo digo yo que llevo dos años haciéndolo. Y estando puerta con puerta es una gilipollez que cenes sola. Confía en mí. La mesa está hecha para compartirla, ¿no crees?

    De nuevo esa lógica aplastante. ¿Cómo decir que no a eso? ¿Cómo condenarle a la soledad a este hombrecillo? Cierto que está salido, pero, hombre, como todos los tíos. Y ha quedado claro que amenaza ninguna. En cuanto le he parado los pies, ha reculado sin pensarlo.

    Así que le sonrío.

    -De acuerdo, me quedo a cenar aquí. Con mucho gusto. Pero entonces déjeme que vaya a casa a cambiarme para cenar.

    -Jajaja. No seas boba, vecina. Si te quedas a cenar aquí, con lo cagada de miedo que me has dicho que estás, también te vas a quedar aquí a dormir. Así que vente con lo que duermas.

    Me quedo mirándole sorprendida.

    -¿Me lo está diciendo en serio? Claro y si vengo en pelotas mejor ¿no?

    -Jajaja, veo que lo entiendes.

    -En realidad, el pijama que uso en verano es como lo que llevo puesto. Una camiseta de tirantes y un short muy pequeño.

    Me doy cuenta que, al igual que él, ya estoy dando por hecho que me voy a quedar a dormir ahí.

    -¿Más pequeño que éste? Si se te ve el culo, jajaja.

    Miro mi short y respondo.

    -Pues no, más o menos cómo éste.

    Me mira de arriba a abajo otra vez. Casi babea. Y se aventura a decir.

    -De todas formas… ¿tienes algún top como el de Cris y Lidia? como el de la foto que me han enviado.

    Me pilla de sorpresa. Me está insinuando que me vista para él. Efectivamente tengo un top de verano. Pero es bastante incómodo. En vez de la camiseta ceñida que llevo, el escote de ese top tiene la manía de despegarse de mi cuerpo. La idea de vestirme para él cala… o mejor dicho son mis bragas las que están a punto de calar.

    -Sí, tengo un top parecido, pero no pega mucho con la ropa de casa.

    Tú te quedas callado sonriendo. Y justo cuando vas a añadir algo más, me adelanto y te digo.

    -Sí, vecino, también tengo unos putishorts como los de Cris y Lidia.

    Tú sonríes más aún.

    -Bueno vecino, ahora vengo.

    -No olvides el… -y añade imitando mi voz,- “el putipijama.”

    Cojo mis llaves y salgo por la puerta. Al llegar a mi casa trato de entender todo. Finalmente voy a quedarme a cenar en casa de mi vecino… ¿y a dormir? Me ha mirado las tetas, ha intentado tocármelas y ha dicho que quiere follarme… ¿y voy a dormir en su casa? Claro que… por otro lado… lo cierto es que no parece mal tipo. En cuanto le has parado los pies, ha reculado. Tú controlas la situación.

    Me dirijo a la habitación con un pensamiento demoledor: me dispongo a vestirme para él. Para que me siga mirando las tetas, las piernas y el culo… es demasiado.

    Voy al armario. Me va a costar encontrar el top rojo. No me lo pongo nunca. Se ven los tirantes del sujetador, así que tengo que llevarlo sin él… Y entonces veo que se abre demasiado, así que tengo que llevarlo con él. Decido ponerme un sujetador negro, después busco entre los shorts el vaquero más cortito que tengo y me lo planto. A ver si encuentro las sandalias blancas de tacón de las bodas… sí, en una caja del armario. Me miro en el espejo. El viejo va a dar el visto bueno sin duda. Voy al baño y me maquillo levemente y me perfumo. Me aplico crema hidratante en las desnudísimas piernas.

    Y ahora otra gran duda. Si cojo un pijama, ya voy a dar por hecho que me quedo a dormir ahí y, si después de la cena me voy, parecerá descortés. Por otro lado, ya me ha dicho que lleve pijama, bueno, putipijama, y si no lo llevo será descortés también. De modo que una descortesía es segura (no llevar pijama) y la otra sólo es posible (en el caso de que no me quede). La parte de mí que odia los conflictos (o tal vez la parte que está deseando quedarse a dormir allí) decide llevarlo y, si las cosas salen raras, inventarme cualquier excusa.

    Así, recién peinada, maquillada y vestida como una auténtica buscona, salgo de mi casa y llamo a los nudillos a la puerta de enfrente. Me llevo una sorpresa cuando, en vez de iluminarse su cara, encuentro una expresión de decepción en ella.

    Me hace pasar y le pregunto enseguida.

    -¿Qué pasa vecino? Me pongo guapa para usted y no parece que le guste.

    -No me jodas Silvia. -Me enseña las fotos de cris y lidia otra vez- ¿Qué crees que pasa?

    Miro las fotos y, como intuía, las niñas no llevan sujetador.

    -Es usted un caso, vecino. -le digo y señalando el pijama añado.- Dígame dónde puedo dejar esto y… ¡sí, sí! No se preocupe. Me quitaré el sujetador, viejo verde.

    Él, lejos de ofenderse, se ríe con mi insulto.

    -El pijama, ¿no? O sea que finalmente has entrado en razón y te quedarás a dormir aquí. Puedes dejar eso donde quieras. En mi casa se puede dejar todo en cualquier lugar como verás, jajaja. Anda pasa y te enseño el sofá dónde vas a dormir.

    Hasta ahora sólo había entrado en la cocina, pero al pasar completamente, se me cae el alma a los pies. Efectivamente hay de todo por todos lados. La mesa del salón tiene cajas de pizza y cervezas vacías. El sofá en el que voy a dormir está oculto por pantalones, camisetas y calzoncillos sucios. Sólo pensar en poner la cabeza ahí me asquea.

    -Está un poco desordenado, pero si tienes frío te puedes tapar con mis gayumbos, jajaja.

    Lo cierto es que, pese al asco, me río con la ocurrencia y, al hacerlo, él ríe más fuerte aún. Y me temo que se envalentona porque coge mi pijama y, con toda intención, lo pone sobre unos calzoncillos sucios del sofá. Unos en los que aún se ve la humedad en el centro… De modo que el pijama que voy a usar esta noche está manchado con su semen. El cosquilleo enorme que siento en el vientre me dice que el asco y el morbo comienzan a darse la mano bastante peligrosamente.

    -Ya te ayudo yo con esto.

    Y sin mediar palabra, te pones de espaldas a mí y levantas ligeramente el top. Nada que ver con la brusca intentona de antes. Ahora vas con más cuidado. Y no puedo evitar disfrutar sintiendo cómo descubres la prenda y, torpemente, sueltas el cierre del sujetador y abres las tiras hacia fuera.

    -Desde aquí ya me encargo yo, vecino.

    Y aún de espaldas a él, me saco los tirantes y, finalmente el sujetador. Me quedo mirando dónde dejarlo y él, adivinando mi inquietud, me lo coge imitando mi voz.

    -Desde aquí, ya me encargo yo, vecina.

    Y se lo lleva a la nariz oliéndolo intensamente. Después abre un cajón del mueble y lo guarda. No parece tener mucha intención de devolvérmelo.

    -Ven, que te enseño la casa -dice cogiéndome por la cintura.

    Como llevo el top, al cogerme por ahí toca directamente mi piel. Aunque sólo un segundo porque me hace pasar delante de él, pero ya ha logrado romper una barrera. Y creo que los dos lo sabemos.

    El tour por la casa es deprimente. La habitación principal dispone de un orden parecido al sofá. Ropa, zapatos, zapatillas, chanclas, por el suelo. Además, al estar todo cerrado por el calor, el olor es complicado. También me llama la atención la maraña de pelos unida con un extraño “pegamento” que parece haber en la rejilla de la ducha. En general, el desorden y suciedad impera a sus anchas por aquella casa.

    -Ya te dije que se nota que falta una mujer.

    Suelta ese comentario machista como si nada el muy cabrón. Cuando termina el tour me dice.

    -Bueno, yo ya te he enseñado la casa. Ahora enséñame bien tú qué has traído.

    -¿Cómo? ¿A qué…?

    Me señala a mí misma con la cabeza y se aleja un paso de mí.

    -Date la vuelta vecina.

    Me quedo frente a él indecisa. Y trato de pensar.

    -Vamos, Silvia. Te has vestido para mí. Estás marcando pezones y enseñando culo para mí. Lo normal es que lo pueda ver a gusto, ¿no crees?

    De nuevo me siento en inferioridad. Cuando razonas, me deja hundida. Sin capacidad de réplica. Y de nuevo llevas razón. Me doy la vuelta, quedando de espaldas a él. El reflejo del cristal de la puerta me enseña cómo me mira el culo y se toca la polla al hacerlo. Se la masajea un rato. Yo sigo quieta de espaldas a él, esperando su ¿permiso? para darme la vuelta. Veo en el cristal como sigue tocándose mientras me mira el culo.

    -Y ahora me vas a explicar, vecina, cómo un culazo como el tuyo acabó con un gilipollas como tu marido. -Dice mientras suelta su rabo.

    Es entonces cuando me doy la vuelta.

    -No digas eso, vecino, no es ningún gilipollas.

    -¿Que no es un gilipollas? Todavía recuerdo cómo me amenazó con denunciarme por poner esa salida de gases un poco diferente a las normas de la comunidad. ¿Será idiota el tío? ¿Qué pasa? ¿Le molesta cómo coño pongo un puto tubo en mi terraza?

    Recordé esa discusión… fue sólo para tocarle los huevos un poco al vecino.

    -Le hubiera matado, ¿sabes? Claro que el pichafloja, ya se sabe. Mucho blablabla, pero a la hora de poner los huevos sobre la mesa, el muy cobarde, ni denuncia ni hostias. ¿Cómo coño quieres que me lleve bien con un gilipollas cobarde pichafloja semejante? Muy chulito y eso, pero cuando le dije que si me denunciaba yo le iba a empapelar a él por el cerramiento de la terraza se me hizo caquita. Todavía recuerdo cuando le dije que, si lo prefería, nos dejábamos de abogados y toda esa mierda y lo arreglábamos a hostias como dos hombres. Jajaja, qué cara me puso. Pálido. No tiene ni los cojones de enfrentarse con un viejo como yo. Que si así no son las cosas, que si blablabla. Dos hostias bien dadas le daba yo.

    Yo me quedo callada escuchando una diatriba en la que se ponía en entredicho absolutamente todo de mi marido. Lo estaba despedazando ante mis ojos sin que yo pudiera replicar nada. Él continuó.

    -Y tú y tu culazo con él ¡Qué desperdicio! En vez de estar con un hombre de verdad, con uno que se vista por los pies, estás con una nenaza pichafloja que se las da de culto y no es más que un estirado impotente. Y no me digas que no. Fíjate, en cuanto ves un hombre de verdad ¡Te derrites! ¡Mírame! Viejo y todo lo que quieras, pero te vistes para mí. Dime, ¿también te vistes así para él?

    -No en realidad a él no le gusta que… -me sorprendí dando explicaciones a ese tío.

    -Venga vecina, todo hombre sabe que una mujer que se respete tiene que derretirle en cuanto quiera. Para eso habéis nacido, coño, para excitarnos… y si a ese pichafloja -imitando mi voz dice- “en realidad no le gusta que…” es porque es una maricona. Una nenaza, no un hombre. Y por eso, en cuanto un hombre de verdad te dice que te vistas como una puta, pues vas corriendo a hacerlo. Y si un hombre de verdad te dice que te quites el sujetador, pues estás deseando hacerlo.

    Yo me quedo en silencio, apabullada por la charla. Es verdad. No le ha costado nada convencerme para vestirme como una buscona. Y ni he rechistado cuando me ha dicho que me quitara el sujetador. De nuevo, mi vecino me está dando un repaso dialéctico tal que no encuentro argumento alguno para contradecirle.

    -Venga Silvia, ¿qué pasa, no estabas ahí? Te digo en la pisci que te estoy mirando las tetas y ¿qué haces? Pues lo natural. Primero te haces la ofendida y te vas, pero a la que te descuidas, te das cuenta de que estás ante un hombre y no un gilipollas impotente y vuelves por la tarde pidiendo perdón para que te las siga mirando. Normal. Coño, tenías que haber visto la cara que pusiste cuando te dije que me iba. Si casi te me echas a llorar. Seguro que pensaste que era una lástima que, una vez que te habías decidido a bajar para que te mirara las tetas, yo cogiera y me fuera, jajaja. ¿A que sí?

    Me coge tan por sorpresa que hasta se me escapa una sonrisa mientras asiento. Él me coge de la barbilla y me dice sonriendo.

    -Ya lo sabía. Fíjate que hasta estaba seguro de que aceptarías mi ofrecimiento y subirías, tan necesitada que estás de estar con un hombre de verdad y no el cabrón desaborío de Pablo. Se ve que me pasé un poco cuando dejé entrever que subía a pelármela, jajaja. Así que al final tardaste un poco más. Se ve que necesitabas una excusa para venir aquí enseñando culo y pezones. Pero eres una mujer de verdad e hiciste lo que tenías que hacer.

    Sigue con su mano en mi barbilla. Nos miramos fijamente. No tengo nada que decir… lleva razón en todo…

    -Haces lo que tienes que hacer, vecina, claro que sí. Como hace un rato. -Ahora me acaricia la barbilla mientras dice con un susurro.- Me ha encantado cómo fingías o que no me veías mientras me acariciaba el rabo mirando tu culo. Pero tú, en tu papel. Ahí quietecita mientras lo hacía.

    Ahí acaba su discurso, pero yo sé que el razonamiento tiene más recorrido. Sus palabras me dejan claro que yo puedo variar la velocidad un poco, puedo salir corriendo y volver, pero acabaré haciendo lo que este hombre quiera. Y lo que quiere está bastante claro. Recuerdo de nuevo sus palabras. “¡Uf! Silvia qué buena estás, me encantan tus tetas… quiero follarte como a una zorra.”

    Estoy tratando aún de asimilarlo cuando otro pensamiento más inquietante aún me sacude. No sólo me excita pensar en que este viejo me ha mirado las tetas en bikini con mi total consentimiento. También me excita que este cabrón, al que Pablo detesta, haya mirado las tetas de su mujer, que este cabrón al que Pablo odia, tenga a su mujer en su casa medio en pelotas.

    El viejo permanece quieto viéndome divagar, caer en el pozo. Creo que sabe lo que estoy pensando y sólo necesita que, por mí misma, llegue a las conclusiones.

    Y las conclusiones van llegando a mi cabeza. Y quiero que sepa que reconozco que sus hipótesis son ciertas.

    -Llevas razón, vecino. En todo. Volví a la piscina para que me siguieras mirando las tetas. Y cuando subiste me fastidió. Y también es verdad lo de antes. Te vi mirarme el culo y tocarte mientras lo hacías. Me gustó hacerte sentir así y no quise estropearlo…

    Permanece callado, sabiendo que no acabaré aquí. Por lo que sigo pensando. Y sigo hablando mientras su mano aún sujeta mi barbilla.

    -Y ahora supongo que… quiero decir, te apetecía que trajera el top, pero, en realidad, lo que quieres es que me lo quite, ¿verdad? Quieres que la mujer de Pablo te enseñe las tetas, ¿no es así?

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