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  • Mi suegro emputece a su hija Lidia y esta se lo hace con Corina

    Mi suegro emputece a su hija Lidia y esta se lo hace con Corina

    La siguiente vez que el sistema se conectó me llevé una nueva sorpresa, era como muchas veces, el salón de la casa de mi suegro, y allí estaba mi suegro con Lidia, esta era, también hija de mi suegro, la hermana melliza de Corina, Lidia, había nacido un pocos minutos antes que su hermana, por lo que Corina era la benjamina, y las dos procuraban diferenciarse la una de la otra, en esta ocasión al parecer venía de montar en moto, cosa a la que era aficionada y llevaba un traje ajustado de color negro, estaba hablando con mu suegro que le decía:

    -Cariño, ¿En serio me dices que no quieres seguir estudiando?

    -No, no quiero papa, le respondió ella.

    -Pues yo en mi casa no quiero vagos, dijo mi suegro, así que mientras te buscas un niño de papa que satisfaga todos tus caprichos, si no estudias tendrás que trabajar en la empresa.

    -¿Haciendo que papa?, preguntó ella

    -Lo único que se te da bien, dijo mi suegro, follar, sé que te gusta y lo haces con varios chicos.

    -Pero papa, ¿Crees que soy una puta?

    -Si no lo eres lo serás, o te buscas la vida por tu cuenta, replicó mi suegro, y luego añadió, Y ¿Sabes quién va a ser tu primer cliente?, púes voy a ser yo.

    Y diciendo esto la rodeo con sus brazos y comenzó a acariciarla el culo, ella trató de protestar:

    -Pero tú eres mi padre, que te lo hagas conmigo es una asquerosidad.

    -Tú decides, dijo mi suegro, o follas conmigo y te ganas la vida tu sabrás como.

    Tras un momento de reflexión Lidia dijo:

    -Está bien papa, siéntate en el sofá y deja que tu zorrita se ocupe de ti.

    Antes de que mi suegro tuviera tiempo de sentarse en el sofá su hija le había bajado los pantalones y los calzoncillos, dejando su polla al aire, ella se puso de rodillas en el suelo y dijo:

    -Oye papa, tienes una buena polla.

    La cogió con una de sus manos, y sacando su lengua se puso a lamerle su capullo, mi suegro al sentirlo dijo:

    -Que zorra que eres, la chupas muy bien, si yo se esto te hubiera hecho hacerlo hace tiempo.

    -Pues esto solo está empezando papaíto.

    Lidia se quitó el traje de motera y se quedó desnuda, en ese momento se sentó encima de su padre e hizo que la polla de este entrara dentro de su coño, mientras decía:

    -Esto va a ser mucho más agradable de lo que pensaba, Papito, me encanta tu polla, la tienes más grande que muchos de los chicos con los que he salido.

    Y siguió montándole, los gemidos de los dos eran muy intensos, mi suegro decía:

    -Que bien follas, so puta.

    -Menuda polla tienes so cabron.

    Y siguieron follando hasta que mi suegro la ordenó:

    -So puta túmbate en el suelo de medio lado, quiero meterla así.

    Ella, como una buena niña obedeció a su papi, y tumbándose de lado en la moqueta del salón se quedó a la espera de lo que su padre la hiciera. Este se tumbó, también de medio lado, a su espalda y desde esta postura se la metió de lado, entre gemidos ella dijo:

    -Papi, que vigoroso eres, no me extraña que de deshicieras de mi madre para juntarte con la zorra de Sonia, tienes mucho vigor.

    Mi suegro siguió follandosela de lado, sus gemidos se intensificaron aún más, hasta que él, nuevamente dijo:

    -Zorra quiero que te subas encima de mí.

    Se la sacó y se tumbó en el suelo boca arriba, ella entendiendo lo que se esperaba que hiciera, se sentó encima de él, dándole la espalda, y apoyada sobre sus manos fue bajando, hasta que, otra vez, la polla de mi suegro se introdujo dentro de su coño y comenzó a montarle, como si fuera una moto, y comenzó a subir y bajar, mi suegro volvió a decir:

    -Que puta eres, que pena los años que he pasado sin follar contigo.

    Estuvieron asó hasta que mi suegro se corrió y llenó el coño de su hija con su leche, en tono jocoso ella dijo:

    -Papi, espero que de esta no me dejes preñada.

    -So zorra, sé que tomas precauciones, y si o ya buscaremos un tonto que cargue con el bombo.

    Tras ello Lidia se arrodilló ante su padre y se puso a chuparle la polla, aunque paró un momento y dijo;

    -Papito si yo llegó a saber que tu tienes esta polla, no hubiera, perdido el tiempo con otros chicos desde hoy seré solo tuya.

    -De eso nada, dijo mi suegro, tu te follaras a todo lo que se menee, su eso es beneficioso para la empresa.

    Al rato él le dijo a su hija:

    -So zorra quiero ser yo quien te coma el coño.

    Ella se sentó en el sofá y mi suegro agachándose, sacó su lengua y comenzó a lamerle el coño, mientras le decía

    -Tu y la zorra de tu hermana me recordáis tanto a vuestra madre de joven.

    Y siguió comiéndola el coño, después sacándole la lengua la sustituyó por uno de sus dedos y dijo:

    -Lo tienes muy mojado.

    Se tumbó y le indicó a ella que se pusiera encima y que le cabalgara, ella lo hizo, y mientras ella se movía encima de él mi suegro decía:

    -Desde luego las dos mellizas habíais sacado el puterio de la zorra de vuestra madre cuando era joven.

    Siguieron follando hasta que mi suegro se corrió, ella se bajo de encima y él se sentó y pidió a su hija que se tumbara de espaldas sobre sus piernas, ella lo hizo y le dijo:

    -Me tienes como cuando de pequeña

    -Pero esta vez no te voy a azotar, dijo mi suegro, aunque eso tendría su morbo, pero ahora lo que me apetece es otra cosa.

    Llevo sus manos hasta los agujeros de su hija, le introdujo un dedo en su coño y otro en su culo y comenzó a masturbarla, ella al sentir los dedos de su padre en sus agujeros comenzó a gemir, mientras decía:

    -Papito, eso es divino sabes qué hacer con tus dedos, seguro que la zorra de Sonia está contenta contigo.

    Mi suegro siguió masturbándola por sus dos agujeros, mientras su hija gemía, hasta que la hizo correrse, en ese momento ella se levantó y agarrando la polla de su padre con sus manos comenzó a masturbarla, hasta que la tuvo bien dura, y en ese momento dijo:

    -Zorra quiero follarte por el culo.

    -Si ese es tu deseo, dijo ella.

    Ella se puso de pie inclinándose hasta apoyar sus manos sobre el respaldo del sofá, su culo quedó en pompa, e indefenso, y mi suegro que estaba otra vez de pie de un golpe se la clavó, su polla entró muy suave en el coño de la chica, que no sintió ningún dolor por el contrario se puso a gemir de una manera muy intensa, muy suegro se animó y comenzó a moverse dentro del agujero de Lidia, que dijo:

    -Papaíto, si yo sé que follas tan bien hubiera sido tu putita mucho antes.

    Mientras sostenían esta conversación mi suegro no paraba de moverse dentro del culo de su hija, aunque en un momento dado dijo:

    -Mi nena, ¿no te apetecería ponerte a cuatro patas en el suelo, así estarías más cómoda.

    -Si es lo que deseas papito, respondió ella.

    Y se puso en esta posición, mientras seguían follando, hasta que mi suegro sintió que se iba a correr y ordenó a su hija ponerse a cuatro patas encima de sofá, y desde esta posición chuparle la polla, hasta que se corrió, y la llenó la boca con su leche.

    La siguiente vez que el sistema se conectó era otra vez la casa de mi suegro, pero esta vez no era el salón sino la puerta de la habitación de Corina y sobre ella estaba esta con su hermana melliza, Lidia, la primera decía a la segunda:

    -Sabía que eras zorra, hermanita, pero nunca me imaginé que llegaras hasta a follar con nuestro padre.

    -Jajaja hermanita, si no supiera que tú lo habías hecho antes, respondió Lidia.

    Mientras tenían esta conversación Corina acariciaba el vientre de su hermana, las dos hermanas llevaban unos jeans cortísimos, lo mismo que sus tops, que dejaban al aire su vientre, Lidia se agachó y se puso a acariciar las piernas de su hermana, esta al rato le dijo:

    -Hermanita, ¿Qué tal si nos quitamos los tops?

    Las dos lo hicieron a la vez, resultó que ninguna llevaba sujetador y sus tetas quedaron al aire, después Corina se quitó los jeans quedándose solamente con un diminuto tanga de color negro, y le dijo a su hermana:

    -Te voy a quitar los jeans, para que las dos estemos igual.

    Su hermana se dejó hacer y como Corina, Lidia se quedó con una tanguita negro diminuto, parece que las dos hermanas ses habían puesto de acuerdo sobre su ropa interior, pero Corina no quedó satisfecha y pidió a su hermana que se pusiera a cuatro patas, y cuando esta lo hizo le quitó el tanga, dejándola completamente desnuda y le dijo:

    -Menudo culo hermanita, no me extraña que al salido de nuestro padre le apeteciera tanto tu culo.

    -Desnúdate tú también, so zorra, le respondió Lidia.

    Corina accedió y se quedó desnuda, después le dijo a su hermana mientras las dos estaban desnudas:

    -Quiero que juguemos al caballito.

    Y poniéndose encima de su hermana la hizo a esta moverla por el suelo como un caballo con su jinete, hasta que Lidia le dijo;

    -Hermanita, dejemos de jugar como niñas y empecemos a jugar como dos mujeres, saca tu colección de consoladores.

    Corina fue hasta el armario y sacó de allí una bolsa que al parecer tenía consoladores, Lidia extrajo uno de ellos de color rosado y le dijo a su hermana:

    -Zorra ponte a cuatro patas.

    Cuando su hermana lo hizo, Lidia llevó su lengua hasta el agujero anal de su hermana y comenzó a lamérselo, yo estaba alucinada, me consideraba muy puta, pero llegar hasta ese punto era algo que nunca había considerado, tras estar un rato en esta postura, Lidia pidió a su hermana que se girara, y cuando esta lo hizo se puso a chuparla el coño, Corina se puso a gemir.

    Fue en ese momento cuando su hermana, le introdujo el consolador en el culo, y Corina se puso a gemir de una manera muy intensa, mientras decía:

    -Eres una guarra hermanita, me metes tu lengua en el culo y después en mi coño, eso es muy guarro.

    -Dime que no te gusta, le replicó su hermana,

    La verdad es que, aunque hubiera tratado de negarlo tanto sus gemidos de placer, como los movimientos de su cuerpo decían lo contrario. Cuando Corina se corrió le dijo a sy hermana:

    -So puta, ahora me toca a mí.

    Su hermana se puso tumbada en el suelo, en la misma postura que había estado ella antes y cuando lo hizo Corina sacó de la bolsa otro consolador, este era morado, y antes de que Lidia pudiera reaccionar se lo metió en el culo y dijo:

    -Que bien ha entrado, hermanita, se nota que ese culo no tiene nada de virgen, jajaja.

    -El tuyo tampoco, replicó su hermana.

    A continuación, Corina abrió con sus dedos el coño de su hermana y se puso a acariciárselo, esta se puso a gemir y dijo:

    -So puta, lo haces muy bien se nota que tienes mucha experiencia.

    Su hermana siguió dándole placer de la misma manera, hasta que Corina la pidió que se pusiera a cuatro patas. Cuando esto sucedió ella puso su lengua sobre su culo, y como había hecho antes su hermana con ella comenzó a lamérselo, Lidia se puso a gemir como una verdadera cerda y dijo:

    -Me parece hermanita que por algo somos mellizas, las dos somos putisimas, jajaja.

    Corina siguió lamiéndole igual hasta que notó que se corrió, en ese instante le sacó el consolador, pero siguió lamiéndole el coño y el culo un poco.

    Después las dos hermanas se abrazaron tumbadas en el suelo hasta que Corina dijo:

    -Hermanita, ¿Qué te parece si continuamos en la cama?, Allí estaremos más cómodas.

    Las dos hermanas fueron hasta la cama, y se tumbaron sobre ella, Lidia llevo una de sus manos hasta el coño de su hermana y le dijo:

    -Hermanita, ¿Qué te parece si continuamos haciéndolo como mujeres?

    Su hermana hizo un gesto de aceptación y Lidia comenzó a acariciarle el coño y arrimando su boca a la de su hermana le dio un beso muy profundo, luego se lanzó a por su cuello, mientras con sus manos acariciaba las tetas de Corina y le dijo:

    -Me encantan tus tetas, hermanita, no me extraña que papa esté loquito por ellas.

    Tras ello, llevó su cabeza hasta el coño de su hermana y comenzó, nuevamente a comerle el coño, Corina se puso a gemir, mientras decía:

    -Joder hermanita, toda la vida juntas y hasta hoy no habíamos disfrutado de esta manera, por supuesto esto no va a ser solo hoy.

    Después Corina, tomó el control de la situación hizo tumbarse a su hermana en la cama y se puso encima de ella de manera que sus coños se rozaban y comenzó a fortar el uno contra el otro Lidia se puso a gemir, mientras decía:

    -Desde luego hermanita, te las sabes todas.

    -Es lo que aprendí en el internado, respondió su hermana, como tu no quisiste venir.

    Las dos se rieron, mientras seguían acariciando sus coños, parecía que las dos se habían olvidado de que eran hermanas mellizas, o quizás por recordarlo se daban más placer, pero sus gemidos se fueron intensificando, se notaba que las dos sentían algo muy especial. Gasta que Lidia dijo;

    -Hermanita, me corro.

    Su hermana siguió rozando sus coños hasta que sus gestos demostraron que también se estaba corriendo y en ese momento la transmisión se cortó.

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  • El aroma de la lluvia y el cuero

    El aroma de la lluvia y el cuero

    La hacienda se encontraba perdida entre cerros verdes del valle ubicada en la Patagonia, el Sr M se estaba acostumbrado a vivir lejos de la civilización, además descubrió podría disfrutar de sus fetiches libremente, su fetiche favorito era el cuero, el olor y textura de dicho material lo fascinaba. En la casa principal, las sillas del comedor estaban tapizadas en vaqueta negra, los sofás eran de cuero curtido al cromo, y hasta las cortinas tenían ribetes de badana oscura. Pero nada lo satisfacía más que vestirse él mismo de pies a cabeza con esa segunda piel. Cada mañana, apenas el sol asomaba por los eucaliptos, el Sr M se ponía sus pantalones de cuero negro de cordero napado.

    Eran ajustados pero flexibles a la vez y se amoldaban a su vientre generoso. El cierre metálico subía lento, con ese “zip” profundo que le erizaba la nuca. Luego venían los guantes, largos, hasta medio antebrazo, de cuero de cabritilla negro brillante, forrados de seda fina. Los deslizaba despacio, dedo por dedo, sintiendo cómo se adherían a su piel, cómo el calor de sus manos los hacía más suaves y vivos. Cuando cerraba el puño, el cuero crujía levemente, un sonido que le llegaba directo a su cerebro.

    Entonces llegó al lado de él, la Sra J, su acompañante y mujer desde hacía varios años, era su espejo perfecto, una mujer grande, de caderas anchas y pechos pesados, tambien fetichista empedernida y había convertido el cuero en su religión, llevaba un vestido negro de cuero de oveja, tan ajustado que cada curva quedaba marcada como en un molde, se veían unos hermosos rollitos en su cintura, la redondez de sus nalgas, el canal profundo entre sus pechos.

    Debajo, ropa interior de cuero del mismo tono, sus piernas metidas dentro de botas altas hasta el muslo. Sus brazos estaban envueltos en guantes que le llegaban casi al codo, del mismo cuero que los de él. Cuando caminaba, el roce de cuero contra cuero producía un susurro constante, como un secreto que solo ellos entendían.

    Aquella mañana ambos estaban de un excelente humor, habían tenido un excelente sexo mañanero en el cual ambos se habían poseído mutuamente, desayunaban esa mañana en el comedor, los dos cubiertos de negro, oliendo la estancia a cuero y a café.

    Al levantarse de la mesa, las manos de él, dentro de esos guantes largos, recorrían la espalda de ella, sintiendo cada costura, cada pliegue. Ella le acariciaba el pecho por encima de la camisa blanca, pero siempre terminaba metiendo los dedos bajo el cinturón de cuero grueso para apretar la carne caliente que había debajo.

    Trabajaban juntos en la hacienda, él dirigía las actividades cotidianas y ella llevaba los libros, ese día habría un gran ajetreo, por cuanto se anunció por el servicio meteorológico que se aproximaba una tempestad de lluvia y viento que duraría varios dias, se ordenó a los trabajadores volvieran a sus hogares, para que se pusieran a recaudo, y ordenó cerrarían las actividades de la hacienda mientras hubiera mal tiempo, asi se despacharon los últimos envíos de la producción de la hacienda, clausurando todo las dependencias antes se hiciera inviable el transitar por los caminos, tambien alcanzo a llegar “un pedido especial”, había solicitado el señor M.

    Sin perjuicio de ello a media tarde, en un momento de calma, se encontraron en la oficina de administración y se abrazaban con fuerza, cuero contra cuero, sudor contra sudor. cerró la puerta de la oficina y ella se arrodillo, abría el cierre de sus pantalones y lamio el miembro ya duro, que estaba envuelto en la suavidad del forro de cuero. Él le levantaba el vestido y la penetraba de pie, sintiendo cómo el cuero de sus guantes se hundía en las caderas anchas de la sra J quien gemía contra su cuello, al terminar el coito, trataron de disimular frente a sus empleados y hasta tarde terminaron los preparativos para la gran tormenta de lluvia se acercaba.

    Al otro día llego efectivamente la tormenta, primero fue un murmullo lejano, luego un tamborileo fuerte sobre los tejados de teja, el señor M estaba solo con su pareja en las estancias, durmiendo en la casa patronal, este salió al exterior de su hogar con la intensión de ver con claridad la tormenta, su indumentaria era completa de cuero, los pantalones, los guantes largos puestos, y una chaqueta, entonces un trueno hizo se rompiera a llover.

    La lluvia caía sobre el cuero negro y lo hacía brillar como obsidiana líquida. Aspiró profundo, aquel olor único, mezcla de agua limpia y cuero curtido, lo volvía loco. Era como si la lluvia despertara al animal dentro de la piel. La señora J lo siguió. Llevaba puesto un largo abrigo de cuero negro hasta los tobillos, abierto, dejando ver pantalones del mismo material debajo. La lluvia le empapó el pelo y corrió por sus guantes hasta las yemas de los dedos. Se encontraron en medio del patio, bajo el agua torrencial. Sus cuerpos pesados y calientes chocando, cuero mojado contra cuero mojado. Para ellos la situación y el olor era embriagador, cuero caliente, lluvia, tierra húmeda, deseo.

    Él la llevó hasta la habitación y sobre el cubrecama empezaron a besarse, como un rito se desprendieron de cada uno de sus ropajes exceptos los guantes, con los que se masturbaron mutuamente. El abrió el cierre de sus pantalones y guion sus manos dentro de ella, ella hizo lo mismo y con sus guantes apretó fuertemente el pene del sr M . Se movieron lento, después rápido, con el ruido de la lluvia como música de fondo y el aroma del cuero mojado llenándoles los pulmones, se desnudaron y empezaron un coito salvaje, el primero sobre ella y después ella se subió, galopando como una posesa, con el ruido de la fuerte lluvia de fondo.

    Cuando llegaron al orgasmo, fue al unísono, a esa altura solo quedaron con sus guantes puestos y siguieron entregándose mutuamente en un frenesí de sexo salvaje, todo bajo la orquesta del ruido de la fuerte lluvia había en el exterior

    Después de terminar, se abrazaron, empapados, oliendo a cuero y a lluvia… Entonces sonó el teléfono, era el vecino de la casa mas próxima, a varios kilómetros, este estaba preocupado, indico que recién hoy había llegado al pueblo más cercano, ubicado a unos 30 kilómetros por caminos de ripio, un medicamento que era esencial para su anciana madre y no había manera de que se le hicieran llegar dado el estado de los camino, le consulto si tenia un medicamento parecido o similar.

    Busco en su botiquín y no había nada, entonces volvió a llamar a su vecino y mientras hablaba con este se le ocurrió la idea y dijo iría a buscar el medicamento al pueblo… la señora J la miro extrañado, cuando corto el teléfono le explico había llegado el encargo ansiaban y pensó sería una buena oportunidad para probar el encargo, ambos se miraron y sonrieron.

    El cielo se había puesto violeta-negro cuando terminaron de vestirse en el garaje de la hacienda. Ninguno de los dos habló, no hacía falta. La lluvia golpeaba con furia el tejado de zinc, un tambor constante que les aceleraba el pulso. El señor M reviso el envio especial, dos trajes completos de motocicleta, el primero se puso el mono completo de cuero negro, hecho a medida, una sola pieza de piel de cordero grueso (1,2 mm), con costuras dobles y forro de satén negro. Subió la cremallera central desde la entrepierna hasta la barbilla con un “zip” largo y definitivo que resonó como un disparo.

    El cuero se pegó de inmediato a su vientre prominente, a sus muslos fuertes, a su sexo ya medio hinchado. Luego las botas que llegaban a sus rodillas y los guantes largos de cabritilla hasta medio antebrazo, pero esta vez metidos por dentro de las mangas y sellados con una cinta de cuero para que ni una gota entrara. Por último, encima la capucha del mono subida y ajustada el casco integral negro, con visor ahumado, entonces apareció detrás de él la ser J convertida en una diosa de cuero mojado, Un catsuit negro puro la envuelve por completo, tan ajustado que parece haber sido vertido sobre su piel aún caliente.

    El material brilla con una luz húmeda y pecaminosa, reflejando cada suspiro de su cuerpo, los pechos altos y firmes se marcan, a cremallera frontal, cerrada hasta el cuello, recorre el centro exacto de su torso como una promesa de lo que podría abrirse. un corsé invisible creado solo por la perfección de sus proporciones y la presión implacable del cuero, que acentuaba sus caderas anchas, redondas, cada glúteo es una esfera perfecta, brillante, que invita a ser tocada… y castigada.

    Sus piernas son interminables, enfundadas en ese negro líquido hasta donde comienzan las botas apretando la caña hasta medio muslo, sus manos enguantadas se elevan lentamente hasta su sien, los dedos estirados en un gesto frío y autoritario, pero el brillo del guante sobre su piel hace que parezca que acaba de acariciar algo (o a alguien) prohibido. El cabello negro, recogido en una coleta altísima. Se colocó el casco, bajó el visor, y con un gesto enguantado le indicó que ya estaba lista.

    Salieron al diluvio, en sus inmensas motocicletas alemanas, que rugieron bajo ellos cuando la encendieron. Entonces salieron hacia el pueblo, al poco andar los dos estaban ya empapados: la lluvia resbalaba por el cuero en ríos brillantes, formando charcos en cada pliegue. Arrancaron. El agua golpeaba como agujas. El cuero, al mojarse, se volvía más pesado, más vivo, más pegado a la piel. Aceleraron por el camino de tierra que bajaba al valle. Cada bache y cada curva hacía crujir el cuero de ambos, un sonido húmedo y obsceno que se mezclaba con el rugido del motor y el latigazo de la lluvia.

    A los diez minutos ya olían exactamente igual: cuero caliente, lluvia y un poco de gasolina. El aroma subía desde sus cuerpos, se metía por las rejillas de ventilación de los cascos y los mareaba de placer. Llegaron al pueblo momento antes de que cerrara el emporio, el dependiente se sorprendió de verlos y cuando le explico a lo que venían se alivió, ya que asi la madre del vecino tendría su medicina durante la tormenta.

    Ya de camino vuelta a la Hacienda, hubo un momento que la lluvia fue muy intensa y se tuvieron que proteger bajo una arboleda, girando hacia un camino secundario, bajo los eucaliptos, en esa espera ocurrió que la sra J deslizó una mano enguantada hacia adelante, bajó la cremallera central del mono de él unos centímetros, metió los dedos y lo abrió. El pene del sr M, al contacto con su mano se puso duro como hierro, saltó dentro del forro de satén empapado. Ella lo apretó, lo acarició lento, el cuero mojado de su guante deslizándose perfecto sobre el cuero interno. La lluvia caía con más fuerza.

    No hablaron y ella se puso de rodillas en el barro, el cuero de sus pantalones crujiendo y salpicando agua. Abrió del todo la cremallera de él, sacó su miembro palpitante y lo tomó en la boca a través del guante, primero lamió el cuero mojado, luego succionó fuerte, el sabor de lluvia y cuero curtido llenándole la lengua. Mas tarde el señor M la levantó, la giró, le abrió el cierre delantero de su traje, le toco el culo grande y redondo y la penetró de una sola embestida, sintiendo cómo el agua furiosa de la lluvia corría entre sus cuerpos, sintió cómo el cuero de sus guantes se hundía en las caderas de ella, cómo sus botas altas resbalaban en el lodo.

    Se movieron con furia, el chaparrón azotándolos, el olor del cuero mojado tan intenso que casi podían morderlo. Cuando llegaron al clímax, fue como si la tormenta misma se corriera con ellos, un trueno retumbó justo cuando él se derramó dentro de ella y ella gritó contra el visor empañado. Se quedaron así un minuto entero, temblando, empapados, abrazados bajo la lluvia torrencial, el cuero pegado a cada centímetro de sus cuerpos y felices por las nuevas sensaciones. Después volvieron a subir a las motos, cerraron cremalleras, ajustaron guantes y cascos.

    El viaje de regreso fue lento, casi ceremonial. La lluvia seguía cayendo, pero ahora era una caricia. El cuero, totalmente empapado, pesaba deliciosamente sobre sus pieles. Cada kilómetro olía más fuerte, brillaba más negro, los abrazaba más. Llegaron a la casa del vecino a media tarde, quien los invito a almorzar, la familia se alegró de verlos y no se extrañaron de sus atuendos ya que conocían sus gustos fetichistas, antes del anochecer volvieron a la hacienda, legaron cuando ya era noche cerrada.

    No se quitaron nada hasta entrar al dormitorio. Allí, bajo la luz cálida de su habitación, se desvistieron lentamente, lamiendo la lluvia y el sudor del cuero del otro, sabiendo que al día siguiente si seguía la tormenta volverían a ponérselo todo otra vez. Porque para ellos no existía mejor clima que la tormenta, ni mejor perfume que el cuero mojado.

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  • El protocolo

    El protocolo

    Andrés, que siempre se enteraba de todo, salió del despacho de don Manuel, el jefe, con cara de alguien que se acaba de enterar de algo muy gordo.

    -Espera. -espetó Juani, la secretaria de toda la vida, agarrándole del brazo.

    -¿qué haces?

    -Y tú, ¿qué escondes? -preguntó la mujer con seguridad.

    Andrés se hizo el loco y comenzó a contar historias para no dormir. Juani frenó la cháchara en seco y exigió la verdad. Al final Andrés, viendo que era inútil seguir fingiendo, decidió hablar. Al fin y al cabo necesitaban a una tercera persona.

    -Ha activado el protocolo -susurró al oído de la secretaria haciéndole cosquillas en la oreja.

    Juani notó el contacto de los labios en la piel, la proximidad, el olor a colonia de varón. Pero el deseo, si lo hubo, duró un instante, ya que en su mente, solo había una palabra, bueno dos, “el protocolo”

    Aquella misma tarde, en secreto, Juani y Andrés fueron convocados por don Manuel.

    Las papeletas, con los nombres de los catorce empleados (incluyendo a los participantes en aquella reunión) se encontraban en la bolsa.

    Bueno, no todas.

    Faltaba la de la empleada número quince, Sonia, la más joven, la más nueva y, porqué no decirlo, la más atractiva de la oficina.

    -Juani, ya que te has apuntado a esto, haz algo y saca una papeleta.

    La aludida metió la mano en la bolsa y sacó un nombre con apellidos.

    -Menudo marrón para Pablo. -comentó Andrés tras leer el nombre de su compañero.

    -Creo que está bastante liado esta semana. -continuó hablando.

    -Pues tendrá que apañárselas. Juani, envíale un correo con la información. Andrés, ayúdame a preparar la habitación. Cuanto antes tengamos listo esto antes…

    Pablo recibió el email a las seis y media de la tarde.

    ¿Y ahora qué pasa? -pensó en alto.

    Su compañera Laura, por suerte, ignoró la queja. Pablo, el pobre, llevaba así toda la semana. Pablo era un tipo con la cabeza amueblada, un poco tímido, pero super resolutivo en todo lo concerniente al trabajo.

    El empleado leyó el encabezado y el remitente. “Urgente, prioridad máxima” . Don Manuel, alias su jefe.

    Durante unos segundos pensó en lo peor, luego leyó y se relajó un poco. Al menos no era él.

    -Me voy a casa. -anunció.

    Laura levantó la cabeza.

    -¿ocurre algo?

    -No, simplemente que el idiota de Andrés no deja que me concentre. -improvisó.

    Laura meneó la cabeza y sonrió tragándose la mentira.

    Pablo no solía mentir. Pero el protocolo obligaba a ello.

    Ya en casa recibió la llamada de don Manuel.

    -Sonia la ha cagado -empezó sin miramientos.

    Las demás palabras explicaban como un cliente estaba en el alambre a causa del error de la joven. El resto de la historia, no hacía falta contarla.

    Pablo, después de imaginar la escena en el despacho de su jefe, leyó el manual con atención. Era muy detallado. Tenía hasta un apartado con “cosas que podían pasar”.

    Aquella noche el empleado tardó en conciliar el sueño. No podía quitarse de la cabeza a Sonia. Sonia, la chica nueva, la tía buena, la popular, la… no estaba siendo justo con ella, no podía imaginarse que estaría pasando por su cabeza en aquel momento. La decisión había sido suya pero… no era tan sencillo.

    -Son las siete de la tarde. Sonia, mayor de edad, consiente. -comenzó a leer Pablo en presencia, como testigos, de Andrés y Juani.

    La cámara conectada al portátil enviaba las imágenes encriptadas con la última tecnología al centro de control y justicia. Allí, por ley, permanecerían quince días para atender reclamaciones o ser inspeccionados por personal autorizado antes de ser borradas para siempre.

    Sonia estaba serena aparentemente. La procesión iba por dentro.

    “Está igual de guapa que siempre y además es valiente” pensó Andrés con admiración.

    -¿Algo que objetar? -dijo Pablo concluyendo el texto legal.

    Nadie dijo nada.

    -Entonces podemos empezar, Sonia, quíte…

    -El baño. -interrumpió Juani.

    -Perdón, los nervios. ¿Desea usar el baño? -rectificó Pablo.

    Sonia asintió y se cerró en el lavabo.

    Juani, incapaz de estar callada, comentó en voz alta.

    -¿No te has leído el manual?

    Y luego susurró algo en el oído de Andrés y ambos se permitieron unas risas.

    -¿Qué os hace gracia? -respondió Pablo muy serio.

    Nada, nada… solo hablábamos de viento…

    Pablo, inconscientemente, se ruborizó. El manual hablaba de la posibilidad de que, debido a la naturaleza del proceso, el individuo en cuestión pudiese orinar o dejar escapar aire involuntariamente.

    Sonia salió del baño.

    Pablo tomó asiento en una silla y dijo.

    -Bájese los pantalones y las bragas y acuéstese boca abajo sobre mis piernas.

    Sonia se ruborizó, respiró para controlar los nervios y tras unos instantes obedeció.

    Pablo azotó con la palma de su mano el trasero de su compañera de trabajo a modo de calentamiento hasta que las nalgas tomaron algo de color.

    Acabada la primera fase, la chica se incorporó, cubriendo su desnudez.

    -Ahora procederemos con el castigo. Juani, acomode a Sonia sobre el potro y asegure que muñecas y tobillos quedan atados. Andrés, traiga la vara.

    Segundos después, inclinada y atada al potro, Sonia aguardaba el comienzo.

    Pablo, siguiendo el reglamento, descubrió de nuevo el culo de la mujer. Era importante monitorizar el daño causado en la piel.

    La vara silbó en el aire dos veces haciendo que las nalgas de la joven se contrajesen de manera refleja.

    -Serán quince. -anunció Pablo antes de que el primer latigazo marcase el trasero de Sonia.

    Sonia apretó los labios, dispuesta a sufrir en silencio, con dignidad.

    Casi lo consigue.

    Cinco días después Juani sacó el tema.

    Pablo, después de asegurarse que nadie oía respondió.

    -¿Qué opino? Pues mira, eso del consentimiento es importante pero… pero acaso tienes alternativa. Quizás tú o yo u otro sí… o quizá no. Conseguir un trabajo no es sencillo hoy en día. Sonia es una mujer responsable y trabajadora que quizás, no lo sé, ha tenido que pelear para llegar aquí… un error lo tiene cualquiera… ¿qué si yo lo haría? No sé, no he estado ahí… quizás. Lo que no tengo tan claro es eso de ser tan valiente como ella… seguro que yo perdería la dignidad antes… me refiero al dolor.

    Ya. -dijo Juani.

    Cristina pasó por delante de ellos segundos después.

    Nadie la miró. Cristina era invisible.

    No hablaba mucho.

    Vestía ropas amplias.

    El peinado no la favorecía. Era la amiga de las máquinas, la informática.

    Nadie la miró aquel día.

    Ni cinco días atrás.

    Había estado en la habitación, fuera, oyéndolo todo y viéndolo todo por el ojo de la cerradura.

    Había visto el culo de la azotada.

    Había deslizado su mano y frotado sus partes íntimas.

    Había hecho coincidir sus gemidos con el golpe de la vara.

    Técnicamente el proceso tenía que haber sido secreto. Obviamente alguien se había equivocado.

    Una llamada anónima, una inspección de la autoridad competente y Andrés y Juani se verían en la tesitura de elegir.

    Cristina no era una buena persona, tampoco mala. Solamente era alguien a la que le gustaba mirar y observar cosas guarras.

    Imaginó a Andrés y Juani con el culo al aire.

    Solo tenía que marcar el número. Llamada anónima… tan fácil.

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  • Mi mujer se coge a mi vecino y a su nuevo amante

    Mi mujer se coge a mi vecino y a su nuevo amante

    Veo los videos y me pongo al palo. Luli montando a Kevin mientras el Justi la filma cómo jadea y se menea poseída por un frenesí erótico. Sin dejar de cabalgar sobre su mancebo, mi mujer se voltea y le pide al Justi que se acerque. Sin dejar de menearse sobre Kevin, mi nujer le agarra la poronga a mi vecino y amigo y se la lleva a la boca. No puede con todo, así que hunde su concha empapada en la pija del jardinero y deja que la embista por debajo.

    Kevin le chupa las tetas como un bebé hambriento, Luli aferra la verga del Justi y le chupe el glande, el prepucio, lame su tronco hasta los huevos, se solaza chupando los huevos adamascados del Justi, vuelve a lamer el tronco de la verga de mi vecino y mete el glande entre sus labios que lo van succionando lentamente mirándolo a los ojos. Se va tragando la verga hasta que su nariz le toca la pelvis, se nota cómo su lengua juguetea con toda la poronga dentro de la boca.

    El Justi la toma suavemente de la cabeza y la coge oralmkente, ella se deleita, goza como perra en celo, se quita la poronga de la boca y tiene un neuvo orgasmo. Con lujuria, acerca la pija de mi amigo a la boca de Kevin y lo incita a chuparla también. Loco de deseo, el jardinero se deja llevar y besa el glande del Justi, la boca de mi mujer y comparten la verga apasionadamente. Kevin acaba dentro de la concha de mi mujer jadeando intensamente con la boca bien abierta. Se calma y vuelve a chupar la pija de mi amigo, intercalando con mi mujer. Luli le pide al Justi que se la ponga también.

    -¡Cogeme, puto!

    Kevin tiene la pija ligeramente curvada hacia arriba, como pude comprobar cuando se la chupé hasta el mango dias antes, junto a la de su primo, Many (es otra historia). El Justi tiene la poronga casi recta, no tan gruesa pero sí de unos 17 centímetros (se la medí cuando estuvimos cogiendo en su cama para saber cuántos centímetros me podía tragar entera hasta su pubis).

    El Justi se acerca y apoya el glande en la parte superior de la entrada de la vagina chorreante de Luli. La toma de la cintura con una mano y frena su meneo. Dirige su pija por encima de la verga de Kevin y la va penetrando muy despacio, ayudándose con la mano. Acerca bien el celular y noto cómo va entrando, mientras mi mujer berrea como una cabra en celo.

    Cuando tiene las dos pijas dentro de la concha, Luli no se mueve, no atina a nada, solo abre la boca, extasiada de placer.. Kevin le come los pechos con lujuria. Él está sintiendo además, el roce de su poronga con la del Justi dentro de la húmeda cavidad de mi mujer y eso lo enloquece. Luli toma de la cabeza al pendejo, lo mira a los ojos unos segundos y lo besa desesperadamente.

    El Justi la empieza a bombear, mi esposa goza sin freno con la cogida y tiene varios orgasmos en cadena. Retoma su meneo, algo limitado por las dos pijas que la están horadando pero galopa a sus sementales de todos modos. Se estremece, pide más pija, Kevin acaba jadeando con alaridos sofocados por los chupones de mi mujer, llenando de leche su vagina empapada de los jugos de los tres.

    El Justi saca su verga de la concha de Luli y apunta su glande chorreante de la leche de Kevin al rosado ano de mi caliente esposa. La penetra lentamente, centímetro a centímetro. Luli se arquea pero empuja su hermoso trasero hacia el cuerpo de mi amigo, logrando que le entre toda la poronga, lanza un grito ahogado y sigue empujando para atrás.

    El Justi la embiste gradualmente, en un infernal pone y saca, le pasa el celular a Kevin y capta toda la escena. Luli mira al celular, se muerde los labios, se relame, vocaliza hacia la cámara:

    -¿Te gusta?

    -Sí, ¡puta!, digo yo mirando la grabación, sabiendo que no me puede oír.

    -Me gusta coger con ellos, me gusta muuuchooo, berrea entre jadeos y gemidos.

    No para de menearse y cabalgar. Kevin parece que siempre tuvo la pija parada y cuando el Justi la coge bien a fondo por el culo, el jardinero, como un potro alzado se vuelve a correr. Mi amigo acaba dentro del culo de mi mujer y ella vuelve a tener otro orgasmo múltiple aferrando la nalga de mi vecino y apoyada en el pecho de Kevin, sin dejar de menearse. Termina desplomándose sobre su joven amante, jadeando y feliz.

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  • De visita en su trabajo

    De visita en su trabajo

    Quedamos de vernos un día, pero siempre ocurrían situaciones que hacían imposible vernos, pero en una ocasión quedamos de acuerdo en que yo iría a verla a su trabajo.

    Ella mi rubia Macarena, con su piel blanca, sus labios para comérselos a besos, sus tetas y su buen culo me movían para ir a verla, aunque sea unas horas, sabía que habría algo más que unos buenos besos y sus buenas caricias.

    ¿Dónde estás? Le pregunto a través de un mensaje, por lo que me contesta que está saliendo de su casa. Unos días antes me dice que tenía que a ir a su trabajo por unas horas a cumplir con unos inventarios y que tenía que entregarlos en 3 días mas, yo le digo que me espere porque iba a ir a verla a su trabajo. Yo tenía libre esa mañana y que sería muy bonito y rico verla siquiera unos minutos.

    Yapo me dice, te espero por acá.

    Al llegar estaciono el auto me está esperando en su oficina, había un escritorio, nada de lo normal. Nos saludamos con un beso suave, tranquilos, ¿cómo estás? Me dice. Yo bien. Pasé a verte un ratito, ojalá que tu estés bien.

    Después de conversar sobre algunas cosas le dije si me emprestaba un pequeño lugar para ver unas cosas en mi computadora, me dice allí ponte, me siento y al rato siento el calor de su cuerpo detrás de mi, me besa por detrás, nos abrazamos y se va a su escritorio. Al rato se sienta y voy a su lugar ella se para y se pone al lado del escritorio. Sabíamos a que iba a ir a buscar más que un beso. Ella de espaldas la abrazo por detrás, andaba con un chaleco de hilo muy lindo donde se le notaba lo duro de sus tetas y sus pezones. Una calza color negra ajustada a su cuerpo que se siente el calor de su piel. La tomo de la cintura y comienzo a besarle el cuello mientras voy subiendo por su cintura hacia sus tetas.

    Uff que ricas y abrigadas tienes tus manos mi amor, me dice… yo le digo gracias por tu piel cosita rica, te voy a besar toda… uhhh que rico me dice.

    La beso por el cuello, la parte de atrás de sus orejas y voy hasta sus tetas y se las masajeo por debajo del chaleco. No se había puesto sostenes, soltó una sonrisa picarona, eso me calentó mucho más la voy vuelta y ella se pone contra la pared.

    Con una sonrisa caliente, me toma del cuello yo salvajemente me la beso toda, a morderle los labios, el cuello. La arrincone contra la pared y una mano se fue a las tetas y la otra hacia su vagina sobre la calza.

    Ella soltó un gemido y me apretaba el pene contra su cuerpo, con las dos manos le hice masajes a sus tetas mientras le besaba el cuello. Ella con su mano me refregaba el pene por encima del pantalón.

    Fui a sus pezones allí estábamos gimiendo comiéndome los pezones cuando mi rubia se da vuelta, se pone contra la pared, yo la tomo de la cintura y cargo mi cuerpo sobre su culo, le bajo la parte de la calza un poco y le pregunto… ¿que color? Ella me responde: azul, son los que me compraste, solo para ti cosita rica, le doy unos besos en el cuello y le digo al oído: ¿por qué rechucha soy tan puta? me vuelves loco así (unas semanas antes le había regalado unos colales hilo abiertos abajo en la entrepierna forma de mariposa jejeje).

    Entonces soltó una risa, abrió los brazos como diciendo haz lo que te plazca y le bajo la calza y la dejo en solo colales. Se giró y me besó a la vez que su mano agarraba mi pico sobre el pantalón. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo y baja con sus manos y me baja el pantalón y quedamos allí, desnudos de la cintura hacia abajo.

    Entonces ella se agachó y me tomo el pene y me la agarró con su mano y la meneaba de arriba abajo al punto que le apunté para que me la chupara, la tomé de la cabeza dirigiéndomela y se la metió en la boca, la sensación fue más que rica como siempre genial con ganas de acabarle en la boca allí pero no quería que aquello terminase.

    Ella la tenía en la boca, la sacaba, la probaba, me miraba con ganas yo la tenía sostenida la cabeza dirigiéndole el ritmo, sabía como hacer un rico oral y ella lo sabía, hasta que la separé de la boca, se subió sobre el escritorio, se abrió de piernas y me fui a su zorra, mojadisima.

    Ahora te toca a ti le dije.

    Me fui sobre ella, le saque el chaleco y quedó son solo el colales puesto, le chupe las tetas, sus pezones le di pequeños mordiscos ella gemía y a retorcerse sobre el escritorio por que iba de un pezón a otro y fui bajando mi mano hasta meterla entre sus piernas, le abrí los labios, estaba mojadisima, la tenía caliente, me metí un dedo y le di un mete saca riquísimo.

    Con mis besos llegué hasta sus piernas, ella más se abrió y pase mi lengua saboreando sus jugos, ella gemía, yo seguía chupando y mi lengua trataba de penetrarla ella me agarraba de la cabeza y me apretaba contra su vagina para que no dejase de chupar, se la chupe toda y me fui a su clítoris en círculos un buen rato, subí hasta su boca, nos besamos, me saco la polera y me tomó el pico y se lo puso a la entrada de su vagina, un movimiento hacia delante de ambos y adentro, su vagina estaba caliente, mojadisimos estábamos.

    Comenzamos a movernos con suavidad haciendo círculos mientras yo la agarraba de la cintura y me acercaba sus tetas para chuparselas.

    Ella cada vez gemía más y seguía aumentando el ritmo, nos seguíamos dando y ella seguía gimiendo, los besos eran más duros, más fuertes hasta que nos separamos y le dije: Intentemos de otra manera le dije… alguna idea me dijo ella… Había una silla y le dije, ven.

    Intentemos con la silla. Me senté en una silla y ella vino hacia mí.

    Después de un intento logramos alinearnos, le dirigí la verga a su vagina, ella se movió y se acomodó un poco de todo lo mojada que estaba, ella la sintió en su entrada y se sentó sobre mi…

    Al principio nos costó un poco y nos fuimos acomodarnos mejor, lo más rico es que me calentaba el triángulo del colales, ver eso es lo más rico que hay y se lo dije.

    Al rato nos dejamos llevar, ella comenzó a flotarse sobre mi pene con movimientos circulares y después arriba y abajo. Yo la tome de la pelvis, pero tan pronto como empezó a frotarse con más fuerza y rapidez, la penetré firme y apreté fuerte para que ella la frotarse de arriba y abajo pueda tocar la parte de arriba y atrás de su vagina…

    Mi rubia gemía entrecortado como disfrutando la posición, sus movimientos circulares me daban contracciones en el pico yo disfrutaba de esa zorra mojada, caliente, que rico me decía… eso… tómame firme por favor, me decía.

    Le corrí la punta del colales del triángulo y de los sujetadores hacia el lado pero no había necesidad, le tenía todo el pico adentro y ella se movía de arriba abajo como si quisiera sacarme el chuto de mi cuerpo y metérsela toda, eran sensaciones nuevas, me encantaba y me calentaba tenérsela dura adentro, la tome de los muslos, unos ligeros agarrones en su espalda y su culo, oh que rico me dijo, tómame duro, al decir eso me calenté y sentí algo que iba a salir por la punta del pene, ella gemía, la apreté firme y siento que le lleno la zorra de semen caliente.. ella se movía, se movía y entre cortada su respiración. ¡ohh que rico! me dijo

    Cuando dejamos de movernos le pregunte, ¿acabaste? Ella me dice siii… súper rico… aun me dura el orgasmo me dijo, soltamos una pequeña risa, al tiempo que se levantó un poco y trató de equilibrarse, tenía la piel erizada, comprobé que había acabado muy rico…

    Yo no podía creerlo, le dije acabaste rico entonces. sí me dijo. fue súper diferente, lo había hecho de esta manera, pero no tan rico como ahora, fue rico en esta posición, sentí muchas más cosas, me apretarse rico, me moví rico, me tomaste firme y eso me calentó. Yo le dije, entonces fijo que con el sillón curvo la hacemos más rico aun, mientras le besaba el culo y la espalda, si me dijo ella. Hay que probar. Me encantaría mi amor.

    Nos vestimos, unos ricos besos ricos por allí pero quedamos con ganas de más.

    Al venirme me llega un mensaje de wasap: ¿te diste cuenta? En el escritorio me faltaban los puros tacones. Estaba en pelota para ti. Quiero darte ese regalo. Te amo.

    Me lo debes ehhh… Te amo le respondí… ya será ese día.

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  • Madrugada en el río

    Madrugada en el río

    Hay risas de madrugada

    y el cerro se ha sorprendido.

    Está fresco, es primavera.

    ¿Mayo? Casi: abril tardío.

    Despedazando en sus dedos

    blancas flores de guajillo,

    Cristina y Estefanía

    van abriéndose camino

    entre matas y entre charcos,

    persiguiéndose hasta el río.

    Los pies, hartos de torcerse;

    los huaraches, ya salidos.

    Cuando llegan a la orilla

    que se habían establecido

    como meta en la carrera

    que ningún árbitro ha visto,

    se agarran y jalonean,

    queriendo tirarse al río,

    lanzandose obscenidades

    que hace mucho oyó mi oído,

    en un español cantado

    que tenía un sabor de siglos.

    Cristina vence a su amiga

    poniendo un pie a su tobillo;

    pero Estefanía la agarra.

    «¿Caigo yo? ¡Tú caes conmigo!»,

    dice y cumple… y es verdad:

    su caer es compartido.

    Si Estefanía cae de espaldas,

    da a su amiga un suave piso,

    y Cristina, entre sus brazos,

    cuida nuca, espalda e ílion.

    La caída que las moja

    les pone un color más vivo.

    Son dos muchachas morenas;

    el cabello, entretejido,

    les hace olas en la trenza:

    onda en onda y río en río.

    Llevan dos blusitas blancas,

    no sé decir de qué hilos;

    sé —a juzgar por los colores

    y las formas que distingo—

    que el agua las transparenta

    y que las traspasa el frío.

    En las piernas llevan una

    falda azul, de dobladillo

    más apto para correr

    que para misa y domingo.

    Ahora están, sin más, descalzas:

    que el voraz lecho del río

    se ha comido esos huaraches

    ya bastante descosidos.

    Cristina tiene ojos grandes

    y nariz de botoncito;

    labios gruesos, pies delgados;

    muslos duros, definidos;

    pechos en forma de gotas,

    turgentes, hinchados, vivos,

    entre dos brazos robustos

    por cargar agua del río.

    Estefanía es delicada:

    no es muy dada al ejercicio:

    brazos sueltos, muslos suaves,

    sonrientes labios rojizos

    de beber, siempre que pueden,

    fría jamaica y tamarindo.

    Sus pechos son más pequeños,

    porque Dios juzgó atrevido

    juntar demasiados dones

    con su ser antojadizo.

    “Quedadas” para sus padres;

    para el cura “gran peligro”;

    envidia de sus hermanas,

    obsesión de sus amigos,

    se han lanzado esta mañana

    para correr los caminos

    que conocen. ¿Que por qué?

    Porque pueden y han querido.

    Y ahora que, en el río, mojadas

    una en otra se han caído,

    ¿qué más queda? Están tan cerca

    y el sereno está tan frío

    que no hay nada más deseable

    que un beso que les de abrigo.

    Y no es que lo duden mucho:

    ya conocen el camino.

    Labio sobre labio apenas,

    rozando con vaho gemido,

    poco a poco se conectan

    las bocas y los sentidos.

    Y salen a tierra un poco,

    donde estorban los vestidos:

    se va la falda pequeña,

    las blusas y los corpiños.

    Besa Estefanía los pechos,

    sus rincones escondidos

    su pezón difuso y pardo,

    su reflejo humedecido.

    Ama Cristina los muslos

    de su amiga, sus bracitos,

    sus labios, rojos de besos,

    y sus gestos pervertidos.

    ¿Son lesbianas?, te preguntas.

    ¡No conoces este sitio!

    En el pueblo aislado y viejo

    donde las dos han crecido

    no hay palabras ni señales

    para hablar de lesbianismo.

    Hay historias de mujeres

    que nos cuentan los castigos

    de acostarse con los hombres

    o de no encontrar marido,

    pero ¿qué es un solo beso,

    beso tierno, beso amigo,

    entre dos mujeres grandes

    que no tienen compromisos?

    ¡Malo si fueran dos hombres!

    ¡O una mujer y el marido

    de otra! ¡O con el cura, Dios!

    ¡O si fuera con tu primo!

    Pero ¿qué son dos mujeres

    que conocen los caminos

    que, bajando por el monte,

    las conducen hasta el río?

    No hay un nombre para eso;

    si lo había, se habrá perdido.

    «¡No la cima! Ve despacio,

    porque está resbaladizo.

    Siente cada recoveco,

    busca por dónde es más liso.

    Cuando llegues a la orilla

    toma un cántaro del río

    y riega con él las tierras

    que sientas que no han bebido.»

    «Εntra un poco, amiga mía.

    Se está muy bien en el río.

    Dale a tus dedos inquietos

    un baño calmado y tibio»

    Así se complacen ellas

    masturbándose en el río.

    Si les da tiempo y si quieren,

    quizá hasta incluya su idilio

    lo que tú llamas “tijeras”

    y en su idioma compartido es:

    «echa rosa sobre rosa,

    y rocío sobre rocío»

    Ya no están. Ya no se escuchan.

    Sale el sol. Un satirillo

    de pelo rojizo y crespo,

    que ayer se quedó dormido

    por entre las enroscadas,

    blancas ramas del guajillo,

    hoy, al despertar tan tarde,

    tristemente sólo ha visto

    cortadas las tiernas flores

    que él regó con mil suspiros.

    «¿Qué es esta cosa?», se dice,

    estrujando confundido

    el brasier de Estefanía

    que, en sus aguas, trajo el río.

    Llora, sátiro, tus flores;

    llora el “¡uff!” que te has perdido.

    Los popotes de tu flauta

    ya casi no dan sonido.

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  • Julia, la farmacéutica (5): Cuenta su servicio muy, muy especial

    Julia, la farmacéutica (5): Cuenta su servicio muy, muy especial

    En lugar de ir a la carpintería, me paso la mañana dando vueltas cerca de la farmacia hasta que veo que don Boscos sale y se aleja. Es mi ocasión de poder ver a Julia sin que él se enfade conmigo y con ella si ve que voy solo para verla.

    En la farmacia hay tres clientes y yo hago como que me pongo a la cola. Julia me sonríe y me guiña un ojo. Entra una señora después de mí y, al cabo de unos minutos, otra mujer, esta vez con dos niños. Mientras despacha, disimuladamente se desabrocha un botón de la bata para que yo pueda intuir algo el inicio de sus pechos. Julia va vendiendo lo que sea y cuando es mi turno, dejo que pasen las dos señoras delante de mí y les digo que ya me espero, que no tengo prisa, aunque me preocupa que vuelva el farmacéutico antes de que yo pueda hablar con Julia. Una me mira bastante mal y también a la farmacéutica y pienso que quizá sabe a qué se dedica ella en la farmacia además de vender medicinas.

    Por suerte, no entra nadie más de momento.

    -Hola, don carpintero. ¿Acaso ya tiene usted dinero? ¡Qué bien! – se desabrocha el siguiente botón de la batita, me abraza y da un paso hacia a la sala contigua. Yo aprovecho para mirarle el culo que adivino bajo la bata tan corta.

    -Pues no, Julia.

    -¿A no? ¡Oh, vaya disgusto! Yo, al verle entrar, he pensado que usted y yo, por fin, hoy podríamos… -se abrocha un botón de los que se había desabrochado.

    -Bueno, si usted quiere, igualmente podemos…

    -No, no, si usted no puede pagar ¡pues nada!

    -Ya le dije que hasta finales de semana yo no…

    -Sí, pero, bueno, pensé que quizá ya hoy… -se abrocha todos los botones de la batita -Es que ya sabe que precisamente estaré unos días sin poder venir a trabajar.

    -Sí, ya, se debe ausentar. Por algo de un servicio muy, muy especial, me dijo.

    -Sí, pero que muy especial. Me da algo de apuro. Según cómo, podría parecer que yo… en fin. Bueno, oiga, si no tiene dinero ¿a qué vino usted?

    -Precisamente para… para que usted me cuente…

    -¿Qué?

    -Ayer me dijo que había hecho tres servicios muy, muy especiales, pero usted solo…

    -Ah, sí. Solo le conté los dos primeros.

    -¿Qué hizo usted en el tercero? ¡Me explicó que había cobrado veinte mil euros!

    -Sí, la verdad es que nos vinieron muy bien. ¡No sabe usted lo contento que se puso mi marido al ver que don Boscos me ingresó dieciséis mil euros extra!

    -Claro, no me extraña. ¿Y él, su esposo, no se extraña de que usted cobre tanto?

    -No, él contento. A ver, yo no me meto en su trabajo y él tampoco en el mío. Además, como desde hace un tiempo, gracias a mí, las cosas nos van tan bien económicamente. Y también muy bien en lo que atañe al sexo…

    -¿A sí? Ya. Me dijo usted que él… bueno… que ahora le gusta… a él…

    -Sí, sí, darme porculo, ya lo puede usted decir. Bueno, y a mí también, no crea. Desde que practiqué el sexo anal aquí en la farmacia, primero con el jefe y después con los clientes que pagan más, que me gusta que me la metan en el culo.

    -A mí me gustaría…

    -¡Ya, seguro que sí, don carpintero, ja, ja, ja! Pero me temo que usted no… que no le sería fácil llegar a poder pagar lo dos mil euros.

    -Difícil, sí – admito.

    -Y eso que me gustaría que usted, ay, me da vergüenza, pero es que es así, que me enculara y se corriera dentro de mí. Que me llenara el culo con su lefa caliente.

    -Si usted quisiera, yo… -mi erección parece que vaya a romper el pantalón.

    -Solo si usted paga por el servicio. Si no, me parecería que soy infiel a mi marido, por vicio. ¡Uy, un cliente! Espere un momento a que lo atienda y vuelvo con usted.

    -Sí, sí, haga, haga.

    Julia atiende a varios clientes hasta que puede volver a charlar conmigo. Por suerte compran poca cosa y enseguida vuelve.

    -Mejor que se vaya, don carpintero, que don Boscos estará por llegar.

    -Espere, mujer. Me gustaría saber qué… en qué consistió el tercer servicio, ese tan especial.

    -¡Qué curioso es usted!

    -Es que, por veinte mil euros, no sé… ¡es mucho dinero! ¿Qué tuvo usted que hacer? ¿o qué le hicieron?

    -¡Me parece, don carpintero, que usted es muy morboso!

    -No, es solo que…

    -Mire, me da vergüenza contarlo, pero sé que puedo confiar en usted…

    -Sí, claro, mujer.

    -Pues va, se lo voy a decir. Espero que usted no… que no me juzgue mal… que no me pierda el respeto…

    -¡Julia, eso nunca! – aunque la verdad es que cada vez veo más claro que esta farmacéutica está hecha una buena puta – Somos amigos, usted y yo ¿verdad?

    -Sí, buenos amigos. Usted sabe que todo lo hago por dinero, solo por eso. Tenemos tres hijos. ¡Muchos gastos! Y, además, nos gusta vivir bien, esa es la verdad. Yo desde niña que he sido muy rica. Pero desde que me enamoré y me casé con Ramón, pues íbamos mal de dinero. Y claro, ahora debo aprovechar la oportunidad.

    -Lógico.

    -Bueno, y la suerte es que, usted ya sabe que yo… bueno… que disfruto cuando hago… cuando estoy con… los clientes especiales.

    -Sí, eso, que a usted… que también le guste… debe ser una suerte, claro.

    -Me gusta hacer este servicio especial. Me siento deseada, querida, incluso admirada y amada. Y me excito y a menudo me corro. Bueno, pero porque ellos me tratan bien, la verdad. Si no, no…

    -Obvio.

    -Quiero decir que no estoy con cualquiera, solo con clientes que don Boscos sabe que son buena gente.

    -Y que pueden pagar.

    -Hombre, claro, si no, nada.

    -Ya, ya.

    -¡Verá qué bien lo pasaremos usted y yo cuando tenga el dinero!

    -¡Lo estoy deseando! Casi no gasto nada para mí, solo para mis hijas, lo imprescindible.

    -Bien hecho.

    -Oiga, quisiera que me contara… usted ya sabe… ese tercer servicio tan, tan especial.

    -A sí, hace un mes. Don Boscos me convenció para hacerlo, algo muy especial. A mí medaba reparo, incluso algo de temor. Era fuera de la tienda y con unos desconocidos, más de dos o tres. Él me dijo que podía estar tranquila, que eran buena gente, que él los conocía desde hacía años. Aunque no son clientes de la farmacia.

    -¿Y qué? ¿Qué pasó?

    -Yo tuve que ir a la dirección que me dio don Boscos. Era un piso cerca de aquí, en una calle de gente adinerada. Eso me daba una cierta tranquilidad.

    -Entiendo.

    -Esa tarde no tuve que venir a la farmacia. Mi jefe me dio unas instrucciones muy precisas de lo que había pedido el cliente que contrató mis servicios. Claro, por veinte mil euros, quería que todo saliera bien.

    -Es normal, por tanto dinero.

    -Pues sí, me dijo don Boscos que me debía presentar vestida muy elegante, de señora educada, pero que, por debajo, debía vestir como… como una fulana, vaya.

    -¡Oh!

    -Así que me compré ropa interior muy sexy, muy cara, pero muy de putilla. Después de comer y cuando mi esposo se fue, me puse las medias negras de rejilla hasta la rodilla, el liguero, el tanga minúsculo, el sostén casi inexistente pero que realzaba mi pecho… Era lencería muy cara, pero, en fin. Bueno, después la pudo disfrutar mi marido. Desde entonces, él siempre quiere que yo, los sábados…

    -Ya.

    -Se lo imagina, ¿verdad? Ramón me hace poner esa ropa de pilingui y… ¡venga a darme porculo!

    -¡Todos los sábados!

    -Sí, bueno, menos este sábado pasado que yo, ya sabe, tenía el ano escocido, muy irritado y no… no dejé que él…

    -Ya, claro.

    -¡Por culpa de don Boscos!

    -Sí, no se portó bien con usted, Julia.

    -No, nada bien. Es que se enfadó porque estaba con usted a esa hora y… bueno, pues me presenté a ese piso vestida muy elegante pero debajo con lencería de puta fina. Ya le digo, yo ya sabía a qué iba porque don Boscos me lo había explicado todo y dado instrucciones de qué debía hacer y qué no. La verdad es que estaba nerviosa y entre excitada y asustada.

    -Claro, si habría más de un hombre…

    -¡Uy, sí, muchos más!

    -Ya.

    “Me abrió la puerta un caballero de unos cincuenta años que me saludó muy educadamente. Me dijo que se llamaba Gustavo y me agradeció que hubiera aceptado el trato. Al entrar, me reciben con aplausos y silbidos. ¡Había seis hombres en la casa! Eran de distintas edades, pero todos se veían gente educada, caballeros. Gustavo me presentó:

    -Bueno, amigos, aquí tenemos a Juli. Como veis, una auténtica milf. ¿A que no os engañé?

    Todos asintieron y dejaron claro que yo les gustaba. Eso me halagó. A ver, sé que soy una mujer atractiva y que estoy bastante buena, pero no ignoro que no soy una jovencita. Además, he tenido tres hijos.

    -Julia, usted está muy bien, la encuentro muy, muy deseable.

    -Gracias, don carpintero, es usted muy amable. Por suerte, a ellos también les agradé.

    “Bueno, los caballeros me saludaron alegres, uno a uno se fue acercando a darme dos besos. Alguno se apretó demasiado, pero bueno, lo encontré normal. Primero tomamos champán y algunas pastas y conversamos animadamente. Después empecé mi show. Pusieron música e hice un estriptís ante todos. Yo hace unos años no habría sabido ni como empezar, pero ahora, bueno, la verdad, he hecho muchos estriptises aquí en la farmacia. Cuando quedé solo con ropa interior, los silbidos y piropos aumentaron de volumen, claro. Y ya se puede imaginar cuando me bajaba las medias sensualmente, cuando me fui quitando eróticamente las braguitas…

    -Oiga, ¿y no le daba cosa, así, delante de tantos hombres…?

    -Sí, pero también, me excitaba, la verdad. Y no podía negarme. Era mucho dinero. Sabía a lo qué iba. Y ellos, aunque me decían cosas y me silbaban y eso, no eran mal educados ni me hacían sentir mal. Al contrario, me sentía admirada y deseada. Así que seguí mi show, con posturitas, meneando las caderas, el culo, ya casi completamente desnuda, sin bragas ni nada, solo con el sostén y el liguero… Todos gritaban, me vitoreaban. Yo me sentía como una estrella. Alguno se me acercaba, pero yo debía decirle que no me tocara y los demás lo agarraban y lo apartaban, todo en plan risas y alegría, de buen rollo. La verdad es que yo me estaba poniendo muy caliente y reconozco que deseaba que alguno me follara ahí mismo. Pero don Boscos me dejó muy claro que no debía dejar que me tocaran. Bueno, no en ese momento.

    -¿A no?

    -Todavía, no.

    -¡Ah!

    -Yo seguí con el baile, las posturas… La temperatura subió aún más cuando me puse de espaldas. Yo sabía que todos me miraban el culo desnudo. Me quité sensualmente el sostén, lo lancé a uno de mis admiradores y me giré, ante ellos tapándome las tetas y, al final, después de algunos movimientos sensuales, se las muestro, claro, poco a poco, ahora sí, ahora no. Noté que me admiraban los pechos y eso me halagaba. ¡A ver, es que he dado de mamar a mis tres hijos! Pero sí, me parece que mis tetas aún son muy deseables.

    -¡Por supuesto, Julia!

    -Así que yo deseaba ofrecer mis pechos para que alguno me los tocara y me los mamara, la verdad. Notaba que los pezones se endurecían. Disimulando, miraba sus paquetes y temía que alguno iba a explotar en su pantalón. Y más cuando me acaricié los labios del chichi con un dedo y después lo olí i lo lamí. Y todavía más al ponerme de espaldas, reposar mis codos en un sofá y mostrar a todos mi culo y mi coño que sabía chorreante. Deseaba que todos se dieran cuenta de que mi vagina rezumaba, aunque eso no estaba en las instrucciones, digamos que improvisé, je, je, je. Pero me encantaba y me daba morbo que vieran que estaba mojada, no sé. Oí que alguno reía y decía algo de que mi chocho chorreaba y que vaya puta estaba hecha y que pobre mi marido cornudo, pero no lo decía con mala leche. En ese momento sonó el timbre. Pensé que sería otro hombre y no me extrañó porque don Boscos me había dicho que serían siete.

    -“Espere, señora, debe ser Esteban. No se levante, no, está bien así.”, me dijo Gustavo. Y yo me quedé en la postura, en pompa ante todos. Sabía que no podía ser, pero deseaba que alguno se acercara, se sacara el miembro y me follara. “Ya puede continuar” me dijo Gustavo cuando volvió. Es quien parecía llevar la voz cantante y supongo quien hizo tratos con mi jefe. Así que seguí meneando el culo al ritmo de la música. Muy sensual. Me metí un dedo en el ano y también lo olí. Ellos me vitorearon cuando me puse otros dos en el chirri y luego dos de la otra mano en el culo y los movía dentro de mí. Creo que yo estaba más excitada que ellos, la verdad, aunque sus braguetas parecían a punto de estallar. Hice un esfuerzo para no correrme, me daba vergüenza y apuro, quizá pensarían que era una fulana.

    -Ya, claro. Es que, bueno, por lo que usted cuenta, allí… desnuda delante de tantos desconocidos…

    -Bueno, no estaba completamente desnuda, don carpintero. Llevaba puesto el liguero. ¿No pensará usted que yo soy una cualquiera?

    -Claro, que no, de ninguna manera, Julia.

    -Ah, bueno. Pues esa primera parte estaba a punto de terminar. Yo debía seguir las instrucciones y acabar sentándome en un sofá y separar poco a poco las piernas ante todos. Así que lo hice y todos aplaudieron. Me daba vergüenza ver que humedecía el sofá, pero no podía evitar el flujo que salía de mi vagina, eso tampoco entraba en el guion, pero no lo podía evitar y saber que todos veían lo mojada que estaba aún me excitaba más. Separé las piernas completamente, así que mostraba a todos mi sexo y mi ano. Improvisé meterme un dedo en la vagina y otra en el culo y se los ofrecí para que quién quisiera los pudieran oler.

    -Es usted buena improvisando, una artista.

    -Bueno, no sé, se me ocurrió que quizá a ellos les gustaría el olor de mi chocho y de mi ano.

    -¡Seguro que sí!

    -Todos se acercaron a oler mis dedos y yo me los iba metiendo y sacando para que el olor se mantuviera en ellos.

    -Claro.

    -Alguno incluso me chupó los dedos y, por su cara, les encantó mi sabor. Yo deseaba que no resistieran la tentación y que ellos también me metieran sus dedos, pero no podía ser.

    -Ya, claro, debía seguir las instrucciones.

    -Sí, así es.

    “Al cabo de un par de minutos, la música cesó y yo me levanté tapando las tetas con mi brazo derecho y el sexo con la mano izquierda. Los aplausos y bravos, así como los piropos, fueron espectaculares. Yo saludé con una divertida y elegante reverencia. Entonces vi al hombre que había llegado a medio espectáculo y me quedé helada. Era Raúl, uno de los primos de mi marido. Él se había quedado en el fondo de la sala y no me había dado cuenta de quién era.

    -Oh, pero… ¡tú aquí!

    -¡Hola, primita! No te creas, vaya sorpresa he tenido al verte. Y más, haciendo ante todos este… este baile.

    -Pero… no es lo que parece. Oh, yo… me voy a ir. ¡Qué vergüenza! ¿Dónde está mi ropa?

    -No, prima, no, por mí no te vayas. Me encantó lo que vi. Bueno ¡lo que veo! – me repasa de arriba abajo, sin disimulo, descaradamente.

    -Sí, sí, debo irme. ¡Ya está! -Y yo, entonces…”

    -Oh, el señor Boscos ya está aquí. Váyase, váyase don carpintero. Diremos que usted ha venido solo a… comprar aspirinas.

    -Pero Julia, me gustaría saber que más pasó.

    -No puede ser, no. Ya sabe que mi jefe tiene mala leche y no quiero que él me castigue, no, y menos antes del miércoles.

    -Es que…

    -¡Julia, otra vez perdiendo el tiempo con este… con este… carpintero! – me mira con desprecio.

    -No, no, él ya se iba – se acerca a mi oído y susurra – Mire, venga usted mañana a la misma hora que hoy y con un poco de suerte él va a ir a desayunar y a hacer sus encargos y le podré terminar de contar lo de ese día y también porque estaré fuera desde el miércoles hasta el domingo.

    -¡Sí, sí, mañana vuelvo!

    -¡Y a ver si viene con dinero!

    -¡No, eso sí que no podrá ser! Pero vendré a que me cuente qué más pasó.

    -Sí, vale, pero asegúrese de que mi jefe no esté.

    -Adiós, Julia.

    -¡Adiós, amigo carpintero!

    Al salir, oí que el cabrón de don Boscos le decía “ya estoy harto de ver a ese hombre por aquí y que tú pierdas el tiempo con él sin que pague nada así que llama a tu marido y dile que hoy vas a llegar tarde porque cuando cerremos la farmacia te voy a dejar las cosas muy, muy claras” y que ella suplicaba “No, por favor, don Boscos, hoy no, que aún tengo el culo muy escocido y además, ya sabe que a partir del miércoles yo debo…” pero no oí qué más decían.

    Me fui directamente a casa, más caliente que un mono ardiendo. Me excitaba lo que me contó Julia, pero no me quitaba de la cabeza que realmente era muy, muy puta. Me hice varas pajas pensando en ella e imaginándomela esa tarde de un servicio tan, tan especial.

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  • Despertó la antigua Paulina

    Despertó la antigua Paulina

    Mi esposa Paulina y yo nos casamos digamos ya a una edad avanzada, no éramos unos jovencitos, y teníamos bastante experiencia sexual cada quien. Yo sabía que ella incluso había sido infiel con sus novios anteriores, y que hasta llegó a tener relaciones con alguno de sus jefes. Ahora tenemos yo 43 años y ella 36, y siendo sinceros creo que ella cambió mucho en ese aspecto después de casarnos y tener hijos, se volvió muy conservadora y más reservada.

    Los dos somos delgados y tratamos de mantener una buena figura. Yo soy de piel clara, cabello oscuro, mido 1.85 m, voy al gimnasio y tengo los músculos algo definidos. Ella es morenita, delgada por naturaleza y aunque antes iba al gimnasio lo dejo porque los hijos no le dan tiempo, sin embargo sigue teniendo una muy buena figura con unas nalgas definidas y unos pechos de buen tamaño. Sobre todo, en general es atractiva y llama mucho la atención. Más de una vez han intentado conquistarla enfrente de mi, pero ella les pone el alto.

    Nuestra vida sexual fue muy buena al principio del noviazgo; jugábamos con aceites, dildos y fantasías, pero después del matrimonio y los hijos se ha visto disminuida esa intensidad. Los dos lo sabíamos y siempre nos decíamos que volveríamos a ser como antes cuando los bebés crecieran un poco. Hemos platicado de nuestras fantasías, ella me dijo que le gustaría que alguna vez pretendiéramos ser dos desconocidos en un bar y ligar entre nosotros, como lo hacen Phil y Claire en la serie de Una Familia Moderna; yo me atreví a ir un paso más y le dije que igual me gustaría verla ligando con otros, solo como juego. Y claro las clásicas fantasías, los tríos, tener sexo al aire libre, o en lugares arriesgados, etc.

    Todo quedaba en eso, fantasías que no sabíamos realmente si nos atreveríamos a realizar.

    Por fin en una ocasión tuvimos la oportunidad de dejar a los niños con mi suegra y tomar unas pequeñas vacaciones los dos solos para festejar nuestro aniversario. Era la oportunidad de quedarnos en un hotel nudista, pero en esta ocasión mi esposa no se sentía segura y prefirió no hacerlo, así que decidimos quedarnos en un all-inclusive para adultos, más no nudista.

    Pintaba para ser unas vacaciones normales, si con algo de sexo, pero nada fuera de lo común. De cualquier manera me emocionaba ya que tenía tiempo que no hacíamos algo así, pero lo que sucedió en ese viaje no lo esperaba.

    Un día en la alberca del hotel el ambiente se puso bueno, empezamos a tomar desde temprano, y la música hacía que se sintiera como una fiesta. Ahí conocimos a una pareja, Luis de 54 y Raquel de 37. Si, había una gran diferencia de edad entre ellos, pero se llevaban de maravilla, además que los dos eran muy bien parecidos, el se mantenía en forma, se notaba que hacía pesas o algún otro ejercicio, y ella ni se diga, era chaparrita, tal vez media unos 1.55, con un cuerpo curvilíneo, delgada pero sus caderas y nalgas bien marcadas y unos pechos pequeños, pero no demasiado.

    Mi esposa es una chispa cuando toma alcohol, invariablemente se convierte en el alma de la fiesta. Se pone a bailar y platicar haciendo reír a todos. Yo también soy sociable, pero no tan escandaloso jaja, ¡me encanta su energía! De inmediato hizo click con Raquel, que tenía la misma vibra que ella, le encantaba la fiesta.

    Ya con unas copas encima, mi esposa le pregunta a Raquel por qué se casó con un hombre tan mayor, a lo que ella le responde que siempre ha tenido debilidad por los hombres mayores. Mi esposa se sincera con ella y le dice que a ella también le gustan los hombres mayores y guapos, así como su esposo, pero pues se conformó con uno guapo solo 6 años mayor, o sea yo. Eso provocó las risas de todos pero también dejó en descubierto para todos que mi esposa sentía atracción por Luis. Entre broma y broma, Raquel le contesta a mi esposa “pues cuando quieras amiga” y todos rieron.

    Para esas horas la noche había caído y cerrarían la alberca, así que decidimos seguir la fiesta en la habitación de Luis y Raquel. Pedimos servicio a la habitación y seguimos disfrutando por un buen rato más. Todos seguíamos vistiendo nuestros trajes de baño aunque ya no estábamos en la alberca. El clima caribeño se prestaba para traer poca ropa. Y yo podía ver como conforme el alcohol fluía a mi esposa se le iban los ojos con Luis. Pusimos música y bailamos, el ambiente iba subiendo de tono, y el baile cada vez más sensual.

    A Luis parecía gustarle bailar con mi esposa y a ella con el. Intercambiábamos parejas de baile al azar, y en una de esas vi como Paulina le pegaba las nalgas en la verga de Luis, haciendo un movimiento con las piernas que las hacía temblar y rebotar. Hasta Luis se sorprendió de lo atrevida, y no desaprovechó la oportunidad de tomarla de la cintura y restregarla aún más contra su pelvis.

    Lo delgado de los trajes de baño hizo que el contacto entre ellos fuera más intenso, lo pude ver en la cara de Paulina cuando sintió su verga dura, primero fue una cara de sorpresa y placer, pero de inmediato despertó la “Paulina señora casada” y se alejó de él un poco apenada diciendo que iba por un trago. Pude ver su cara nerviosa mientras se alejaba, creo que de alguna manera le daba pena conmigo, pero también note que en su traje de baño había una pequeña mancha de humedad cerca de su monte de Venus. Esta cabrona estaba mojada de caliente, ¡mi esposa!

    Me invadieron los celos, pero al mismo tiempo la curiosidad, deje a mi pareja de baile y seguí a Paulina al minibar a servirme también un trago. Mi corazón latía a mil por hora porque sabía que estábamos entrando en terreno peligroso, en una fantasía que en realidad no estaba seguro de querer realizar. La abracé por atrás, un poco para marcar territorio, y un poco por caliente, me pegué a ella y le pregunté al oído,

    Yo: ¿Todo bien?

    Paulina: Si, pero ya me quiero ir, me estoy poniendo borracha.

    En ese momento sentí que la oportunidad se me iba de las manos, a pesar de que no sabía si realmente quería hacerlo.

    Yo: No pasa nada aquí nadie nos conoce, pero si quieres nos tomamos esta y nos vamos.

    Paulina: OK

    Terminamos de preparar nuestros tragos y en lo que regresábamos a la sala le dije algo con la intención de darle seguridad, aunque no sabía si iba entender lo que yo quería decir:

    Yo: Ey, yo no tengo bronca de seguir eh. Yo estoy bien, ¿tú?

    Ella no dijo nada, solo sonrío y me dio un beso con mordisco en el labio inferior. Creo que lo entendió.

    Al volver con ellos los encontramos un poco más relajados, hablando entre ellos, bailando, besándose y con un poco de toqueteo. Nos acoplamos de nuevo al baile, Paulina puso a propósito una canción de reggaetón y volvió a bailar en medio de todos haciendo sus pasos sexosos típicos del reggaetón. Raquel se acercó a mí como queriendo continuar donde nos quedamos, me dice:

    Raquel: ¡Tu esposa está loca!

    Yo: Pues tú no te quedas atrás – le digo jugando

    Raquel: Te gustan las locas ¿Verdad?

    Me jalo del elástico de mi shorts hacia ella haciendo que se estirara y al mismo tiempo que echaba un vistazo a lo que había debajo de él, quedamos pegados justo cuando empezaba una canción de bachata. En ese momento ya era claro lo que estaba sucediendo. Me invadió el miedo y rápidamente voltee a ver a mi esposa solo para darme cuenta que ella iba un paso adelante de mi. Ella y Luis se estaban besando. Sentí como un escalofrío recorrió mi cuerpo, una sensación de celos, miedo, nervios, excitación, incredulidad, todo junto. Mi risa nerviosa era demasiado obvia,

    Paulina: ¿Estás bien?

    Yo: Si, un poquito nervioso.

    Ella se acercó y me dio un beso largo. Ahí estábamos los cuatro, parados, besándonos con desconocidos. Me di cuenta que finalmente era mi fantasía volviéndose realidad, y me relajé, mi respiración empezó a agitarse y podía escuchar la de Paulina también. Me estaba poniendo cachondo.

    En eso, nos damos un respiro, todos sonreímos, mi mirada puesta en Paulina para ver su reacción, y después en Luis, podía ver que estaba excitado, se le notaba en el paquete. Yo también me puse un poco duro pero creo que los nervios todavía me ganaban. Raquel reacciona y rompe el momento incómodo diciendo:

    Raquel: ¿Amiga entonces si te gustan los hombres mayores!? Jajaja

    Al tiempo que le da una buena nalgada a Paulina. Ella solo se limitó a reír nerviosamente. Me miró a los ojos y puede ver en su cara que ya no quería irse, vi la cara de perversa que veía cuando teníamos sexo en nuestros inicios. Yo sabia que muy dentro de ella era incluso más cachonda que yo pero lo había estado reprimiendo.

    Paulina me veía con un gesto descaradamente cachonda con su mano en el paquete de Luis, manoseándolo por fuera de su shorts. Yo aún no me lo creía, aunque me gustaba y estaba excitado, temía que había despertado un monstruo jaja, ya no había vuelta atrás. Empecé a masajear las nalgas de Raquel, deje de ver a mi esposa y me concentré en mi pareja. Nos besamos intensamente, creo que fue el momento en que ya todos estábamos en la misma sintonía, cuando ya nos estábamos entregando el uno al otro. Yo besaba y tocaba a Raquel, mientras escuchaba los besos y los gemidos de mi esposa.

    Era difícil concentrarme en una sola cosa, casi puedo decir que me concentraba más en escuchar a mi esposa que en Raquel, pero igual intentaba hacerla disfrutar también. Y funcionaba. Mi verga estaba tan dura que era casi necesario quitarme el shorts, Raquel lo bajó hasta mis tobillos descubriendo mi gran erección. Mi verga de 18 cm estaba al máximo, pero lo que más me gustó era que mi campo de visión estaba libre, mientras Raquel me hacía una deliciosa mamada, pude contemplar como mi esposa aplicaba con Luis la misma técnica que a menudo usa conmigo. Lo puso de espaldas a ella, bajo sus shorts y empezó a besar sus nalgas mientras con su mano masturba a su verga.

    Paulina ama el olor a hombre, y le encanta meter su nariz hasta el último rincón, besaba sus nalgas y pasaba su lengua por su culo peludo; podía ver la cara de sorpresa y satisfacción de Luis, y claro la enorme erección que tenía con líquido viscoso chorreando de su glande, me atrevo a decir que incluso era un poco más grande que la mía, o al menos más ancha, con unos huevos de buen tamaño. Me gustó verle la verga excitada por mi esposa, pero no quería que Paulina me descubriera viéndolo a él así que volví a lo mío.

    Tome a Raquel del cabello y empecé a cogerle la boca, forzándola un poco a ir más adentro. Su culo se veía perfecto y parado desde arriba, y su espalda tan sexy. Raquel con sus manos acariciaba mis huevos y mis nalgas, podía sentir sus dedos coqueteando con mi culo, yo me deje llevar. Ahi me di cuenta que Raquel era una mujer dominante. Voltee de nuevo a ver a mi esposa y ya estaban en el sillón, Luis acostado boca arriba y Paulina haciendo lo que más le gusta, dándole la mamada de su vida, chupándole cada rincón.

    Raquel y yo nos fuimos a la cama, que aunque era la misma habitación, era una suite en la que había una separación que bloqueaba la vista parcialmente desde la cama. Nos acostamos y volvimos a besarnos, en ese momento me recorrió un calor y una sensación de celos excitantes al saber que mi esposa ya no estaba en mi vista. Raquel lo notaba, pero fue paciente conmigo, podía intuir que era la primera vez que Paulina y yo hacíamos esto. Seguimos besándonos y poco a poco recorrí su cuerpo con mi boca y mis manos hasta llegar a su vulva. Era carnosa, con unos labios prominentes que se estiraban al chuparlos, me encantaba su sabor y olor, quería mojar toda mi cara con sus fluidos.

    De pronto sentí como ella también se prendió de mi verga y empezó a chuparla con mucha destreza, tocaba con sus manos todas mis partes, introducía sus dedos ligeramente en mi ano y masajeaba mi prostata desde fuera. Yo también recorría todo su sexo con mi lengua, chupaba si vulva y su ano y con mis dedos jugueteaba con ambos agujeros. Por unos momentos me olvidé que mi esposa estaba en el otro lado de la habitación con otro hombre, pero un gemido fuerte me hizo recordarlo.

    Sabía que en ese momento Luis había empezado a penetrarla, solo podía imaginarla montada en el recibiendo esa gruesa verga en su vagina, a ella le encanta coger en el sillón montada sobre mi, y así la imaginaba ahora con el. No podíamos quedarnos atrás, así que Raquel, siendo dominante me empezó a casi ordenar que la cogiera, ¡cogeme ya! Me decía al tiempo colocaba un condon en mi verga y se acostaba boca arriba sobre la cama abriendo sus piernas para mi. Me abalancé sobre ella besándola y masajeando sus pechos, colocando sus piernas sobre mis hombros, ella me tomó de las nalgas y me presionó contra ella para introducir toda mi verga de golpe.

    Su gemido debió haberse escuchado hasta otras habitaciones, con sus manos en mis nalgas la follaba con gran intensidad, sus gemidos dominaban la habitación, sus manos masajeaban mis nalgas hasta que sentí que su dedo se introdujo en mi culo. Eso es algo que nunca había experimentado con una mujer y no pude evitar soltar un gemido, y varios más. No podía negar que me encantaba que jugaran con mi culo, y mi esposa jamás lo había hecho así.

    Los gemidos y gritos de placer de escuchaban desde ambos lados de la habitación, no podría resistir más no ver lo que le estaban haciendo a mi esposa así que le pedí a Raquel movernos cerca de la pared que dividía parcialmente la habitación, en la cual se apoyó con las manos y quedamos los dos de pie viendo directamente hacia donde estaba Luis y mi esposa. Penetraba a Raquel desde atrás con su hermoso culo en primer plano, pero detrás de los huecos en la pared alcanzaba a ver a Luis y mi esposa tal cual los había imaginado. Luis sentado en el sillón mientras mi esposa lo cabalgaba de espaldas, recibiendo todo el largo de su verga.

    Escuchaba como las nalgas de mi esposa rebotaban sobre la pelvis de Luis y aplaudían de manera intensa. Era una mezcla de sentimientos indescriptible, comencé a nalguear a Raquel, quien a pesar de ser dominante pareció gustarle, mientras le daba fuertes embestidas con mi verga, casi hasta hacerla perder el equilibrio. No se cuanto tiempo duramos así, hasta que no pude más y explote dentro de Raquel, quien al darse cuenta rápidamente se volteó y se hincó frente a mí, retirando el condon y recibiendo en su cara y boca los últimos chorros de semen que me salieron.

    No mucho después escuché a Luis decir ¡ya! Cuando mi esposa se levanta rápidamente y de igual manera retira su condon (que alivio). El todavía no se venía por lo que ella introdujo su verga en su boca unas cuantas veces hasta que solo vi como chorros de semen salían por las comisuras de sus labios.

    Raquel sonreía hincada en el suelo con su boca escurriendo de semen, sin que mi esposa nos viera me hinque y la bese, probando mi propia leche, después nos levantamos y caminamos hacia donde estaba Luis y Paulina que todavía estaba exprimiendo las últimas gotas de semen de la verga de Luis, que sorprendentemente todavía estaba bastante erecta.

    Cuando Paulina me vio entrar de inmediato se sacó la verga de Luis de la boca, tal vez con algo de pena, y corrió a abrazarme. Intenté besarla pero me dijo ¡no! Enseñándome su lengua llena de mecos. Insistí acercándome de nuevo a su boca a lo cual ya no se opuso y compartió conmigo los fluidos de Luis. El sabor a sexo en su boca fue algo que se me quedó grabado hasta el día de hoy. Mientras tanto Raquel aprovechó la todavía verga erecta de Luis y se sentó en ella, aunque no duró mucho antes de volverse flácida dentro de ella.

    Mi esposa se disculpó y pidió pasar al baño. Nos quedamos Luis, Raquel y yo en el sillón, y Raquel se acercó a mí, todavía sentada sobre Luis, y me besó. Con mis manos toqué su cuerpo y al tocar sus nalgas no pude evitar rozar los huevos de Luis. Por mi cabeza pasaron mil pensamientos, pero no era el momento. Había sido ya una noche demasiado intensa.

    Cuando Paulina salió del baño Raquel y Luis se encontraban fajando en el sillón y yo junto a ellos solo tocando mi verga medio flácida, aún recuperándose. Se acercó y se sentó en mis piernas dándome un largo beso y abrazos. Estuvimos así por unos minutos hasta que poco a poco la intensidad bajó. Los cuatro yacíamos en el sillón como regresando a la realidad, con una sonrisa en la cara, tal vez también con algo de cruda moral. Platicamos de lo rico que la habíamos pasado, pero teníamos que irnos. Había sido suficiente por una noche.

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  • Exceso de velocidad

    Exceso de velocidad

    Era una tarde calurosa en una carretera secundaria, de esas que serpentean entre colinas áridas y olvidadas, donde el asfalto parece derretirse bajo el sol implacable.

    Javier conducía su viejo sedán plateado, pisando el acelerador un poco más de lo debido.

    Siempre había sido un tipo respetuoso con la autoridad —desde niño, su lema era “si lo dice la autoridad, estará bien”.

    Pero ese día, el estrés del trabajo lo empujaba a devorar kilómetros. No quería problemas con la justicia; era sumiso en eso, prefería ceder antes que enfrentarse a un problemas.

    De repente, el aullido de una sirena cortó el silencio. Javier miró por el retrovisor y vio las luces parpadeantes de un coche patrulla. Maldijo en voz baja y bajando la velocidad se echó a un lado aprovechando un área de descanso.

    El corazón le latía con fuerza.

    Del vehículo policial bajaron dos agentes: un hombre alto y fornido, con el uniforme ajustado sobre un cuerpo que delataba años de rutina, y una mujer de curvas firmes, cabello recogido en un moño severo y ojos que brillaban con una autoridad natural.

    Él era Marcos, un policía veterano cansado de su vida doméstica; en casa, con su esposa, el sexo era un ritual mecánico los miércoles por la noche. Cabalgar era placentero, pero la rutina, poco a poco, había acabado con el misterio. Se notaba que a su mujer no le apetecía casi nunca, se notaba demasiado.

    Ella era Elena, una agente implacable. De joven, había tenido un terror irracional a las inyecciones; recordaba vívidamente cómo, a los doce años, se había escondido bajo la cama para evitar al practicante. La habían sacado a rastras, le habían bajado los pantalones y pinchado en la nalga derecha. Lloró desconsolada, pero en ese momento de vulnerabilidad se prometió ser valiente. Se hizo policía, y una de las mejores: dura, justa, con un instinto que la hacía destacar en el cuerpo.

    —Documentación, por favor —dijo Marcos con voz monótona, extendiendo la mano mientras Elena se posicionaba al lado, observándolo todo con esa mirada penetrante.

    Javier sacó su licencia y los papeles del coche, temblando ligeramente.

    Luego abrió la ventanilla para entregarlos.

    Mejor salga del coche por favor. – intervino Elena tras coger los papeles.

    —Iba con exceso de velocidad, señor. Multa de 200 euros —anunció Marcos, garabateando en su libreta. Su tono era rutinario, como si estuviera pensando en la cena fría que lo esperaba en casa.

    Javier palideció. —Lo siento, agentes. No tengo efectivo ahora… ¿Puedo pagar después? No quiero problemas, si lo dice la autoridad, estará bien.

    Elena arqueó una ceja, intercambiando una mirada con Marcos. Él suspiró, cansado de la monotonía, pero ella vio una oportunidad para romper la rutina del día. Su pasado la había hecho fuerte, y disfrutaba de ese poder sutil.

    —Bueno, tal vez haya otra forma de saldar esto —dijo con una voz suave, casi ronroneante, que contrastaba con su uniforme.

    -Podrías pagar… con tu trasero.

    Javier parpadeó, confuso, mirando a ambos agentes de manera alternativa.

    Marcos soltó una risa baja, cruzándose de brazos. —Elena, siempre con tus ideas creativas.

    El conductor malinterpretó la situación y por un momento pensó en que aquel tipo fortachón lo iba a poner mirando a cuenca.

    La mujer, siempre atenta, soltó una carcajada y miró a su compañero.

    Eh, ah, entiendo… de mí no se tiene que preocupar – sonrió el agente.

    El conductor suspiró con alivio durante un instante.

    -¿vamos? – le dijo la mujer.

    Javier prestó atención a la mujer y no pudo evitar ruborizarse. No tenía muy claro de qué iba todo aquello.

    -vamos… ¿a dónde?

    Ella lo ignoró y guio a Javier hacia la parte trasera del coche patrulla, abriendo la puerta y tomando asiento en el centro. —Entra. Vamos a calentarte el culo como se merece un infractor.

    Él obedeció en silencio, demasiado nervioso para saber de qué iba todo aquello. El interior del vehículo olía a cuero caliente, a café recién tomado y, sobre todo, al perfume de ella: una mezcla fresca y ligeramente especiada que le llenó la nariz nada más sentarse. Era un aroma que mandaba, como ella.

    —Bájate los pantalones y túmbate sobre mi regazo —ordenó Elena con voz baja, casi íntima—. Vamos a hacer esto como es debido.

    Javier tragó saliva y cerró la puerta del auto con un clic. A continuación, levantándose con cuidado para no golpearse la cabeza con el techo, se desabrochó el cinturón, se bajó los pantalones hasta los tobillos y, con las mejillas ardiendo, se colocó boca abajo sobre las piernas de la agente. El uniforme de ella era áspero contra su piel desnuda, pero el calor que desprendía su cuerpo era mucho más intenso. Elena llevaba el pelo recogido en un moño perfecto; el cuello de la camisa blanca dejaba ver apenas un centímetro de piel bronceada, y la corbata negra le daba un aire de autoridad irresistible.

    Con dos dedos enganchó la cintura de sus calzoncillos azul marino y los bajó despacio, sin prisa, hasta dejarlos a medio muslo. El aire acondicionado rozó su trasero al descubierto: redondo, algo pálido, cubierto por una ligera pelusilla oscura que Elena recorrió con la yema del índice, como quien inspecciona una superficie antes de trabajar.

    —Qué culete más mono tienes —susurró, divertida—. Y un poco velludo… me gusta.

    Javier sintió cómo la sangre le subía a la cara y, al mismo tiempo, cómo su miembro se apretaba contra el muslo firme de ella. El perfume lo envolvía por completo; cada vez que respiraba, la fragancia de Elena le recordaba quién tenía el control.

    La primera palmada llegó sin aviso: seca, sonora, perfecta. El impacto levantó una pequeña nube de calor que se extendió por toda la nalga. Javier soltó un gemido ahogado.

    —Shhh —lo calmó ella, acariciando la zona recién castigada con la palma abierta—. Respira hondo y relájate. Esta es tu multa, y la vas a pagar enterita.

    Una tras otra, las palmadas cayeron con ritmo lento y deliberado: primero la nalga derecha, luego la izquierda, alternando hasta que la piel se volvió de un rosa intenso y el calor se hizo casi insoportable. Entre golpe y golpe, Elena deslizaba los dedos por la pelusilla, como si la estuviera peinando, y de vez en cuando apretaba suavemente la carne ardiente para recordarle que aún no había terminado.

    Javier temblaba encima de ella, excitado y avergonzado a partes iguales. Notaba cómo su erección rozaba el uniforme, cómo el perfume se le metía en la cabeza y le nublaba cualquier pensamiento que no fuera “sí, agente, lo que usted diga”.

    Cuando consideró que ya era suficiente, Elena dio un último azote más fuerte, casi cariñoso, y dejó la mano quieta sobre la piel palpitante.

    —Listo —dijo, bajando la voz hasta convertirla en un susurro cálido junto a su oído—. Ya estás perdonado… por hoy.

    Le subió los calzoncillos azul marino con lentitud, rozando a propósito la zona sensible, y luego lo ayudó a incorporarse. Javier se quedó sentado un segundo, aturdido, sintiendo el ardor extendiéndose hasta la punta de los dedos.

    Elena sonrió, abrió la puerta y le guiñó un ojo.

    —Y recuerda: cojín en el asiento del coche. Conducir con el pandero así de rojo escuece una barbaridad.

    Él asintió, todavía mareado por su perfume, por el ambiente y por todo lo demás. Subió a su sedán, arrancó y se perdió en el horizonte mientras el sol se hundía.

    Aquella noche, y muchas noches después, volvería a soñar con ese regazo firme, con ese aroma que mandaba y con el sabor imaginado de unos labios que, en sueños, finalmente le permitían besar a la agente de la autoridad.

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  • Mi mujer se coge otra vez a mi vecino y al jardinero

    Mi mujer se coge otra vez a mi vecino y al jardinero

    Está todo grabado en tres celulares. Luli, mi mujer, se estira lánguida en una de las tumbonas de la casa de mi vecino Justino. Luce una bikini combinada, el sostén blanco, que trasluce sus pezones erectos, de un rosado intenso, casi tirando a marrón. Está muy excitada. La trusa de su bikini es azul, de forma triangular, que contiene perfectamente su hermoso traste respingón, de glúteos redondos y firmes, muy bien moldeados.

    Ella dirige su mirada a un lado, mordiendo su labio inferior. Una mano masculina aparece en el video acariciando su brazo y bajando hacia sus pechos, la imagen se amplía y se ve que son el brazo, el torso y el cuerpo ligeramente musculado del Justi, su mirada es pícara, su sonrisa es lasciva. La mano de mi vecino y amigo se desliza dentro del sostén de mi mujer y le soba un pecho.

    Lilu suspira y aprisiona la mano del Justi para acompañar las caricias a sus pechos, mientras dirige la otra mano al interior de su bikini para hurgar en su vagina que supongo húmeda de sus fluidos. Su suspiro es un jadeo, se relame, cierra los ojos, muerde el labio inferior de su boca, está gozando.

    Lilu deja de tocarse, se acerca al Justi, lo toma del cuello y lo besa en la boca, suavemente, con dulzura, lo mira a los ojos, tiene la boca entreabierta, le dice algo (Te deseo, estoy muy caliente con vos, te quiero coger, quiero que me cojas, supe luego que le dijo) y se comen la boca con frenesí. El Justi hunde su cara en los pechos de mi mujer y ella le aferra la pija que pugna por salirse del slip. Luli echa la cabeza hacia atrás, los ojos entreabiertos, la respiración entrecortada, debe estar a punto de caramelo.

    Sin dejar de chuponearse, mi amigo se monta sobre ella, que lo recibe con las piernas abiertas pero sin quitarse la bikini. Siguen vestidos. el Justi luce un slip naranja fluo brillante, tipo vedetina, muy cavado, sin ser tanga, que le resalta su bien formado trasero y no contiene casi el paquete, se menea sobre ella con lujuria, como si se la estuviese cogiendo. Sin desnudarse, la embiste con el bulto enfundado en su slip naranja una y otra vez, se regodea viéndola gozar.

    Mi mujer cruza las piernas sobre la espalda del Justi para atraerlo más hacia su cuerpo. Mi amigo se apodera del cuello de ella, parece que se lo quiere tragar, la chuponea toda, está gozando como loca y se nota cómo tiene múltiples orgasmos que dan la impresión que no terminan nunca. Está ahíta de placer, como una oveja montada por un carnero, una y otra vez, sucesivamente.

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